Directo Bogotá #73

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La Felicidad 54

Un bonsái eterno Texto y fotos: Paola Catalina Morales paola-moralesb@javeriana.edu.co

Cultivar bonsáis es un oficio en el que se mezclan la paciencia, el arte y la ciencia. Es un oficio milenario en el que la voluntad humana termina plegándose irrevocablemente al mandato de la naturaleza, para producir árboles pequeños que son, en sí mismos, un testimonio del tiempo y de los ciclos de vida y muerte. No era la primera vez que nacía. Ya antes había nacido en varias ocasiones, tantas como se es posible en una misma vida. Pero cada vez fue distinta. Primero nació en forma de semilla, luego en forma de árbol y luego en forma de bonsái. Ahora, entre poda y poda, entre modificación y modificación, seguro nacerá unas cuantas veces más. Nicolás Lara, uno de los directores de Bonsái-Ya, es el encargado de cuidar este bonsái que sobrepasa el siglo de vida y que tiene un tronco inmenso para ser un árbol enano —de unos 24 centímetros de diámetro—, el más grande del vivero. Un bonsái que en su familia fue primero de su abuela, luego de su mamá y ahora de él. Calcular el valor de este ejemplar no es fácil: tres generaciones en una misma familia le han dado, entre otras cosas, un valor emocional infinito. Aunque uno similar podría costar cerca de 160 millones de pesos. Entre mitos, tradiciones milenarias y el deseo por conservar las huellas que deja el tiempo, una de las ramas de un árbol miniatura se seca y fallece para darle paso


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