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Un bonsái eterno

Texto y fotos: Paola Catalina Morales paola-moralesb@javeriana.edu.co Cultivar bonsáis es un oficio en el que se mezclan la paciencia, el arte y la ciencia. Es un oficio milenario en el que la voluntad humana termina plegándose irrevocablemente al mandato de la naturaleza, para producir árboles pequeños que son, en sí mismos, un testimonio del tiempo y de los ciclos de vida y muerte.

No era la primera vez que nacía. Ya antes había nacido en varias ocasiones, tantas como se es posible en una misma vida. Pero cada vez fue distinta. Primero nació en forma de semilla, luego en forma de árbol y luego en forma de bonsái. Ahora, entre poda y poda, entre modificación y modificación, seguro nacerá unas cuantas veces más. Nicolás Lara, uno de los directores de Bonsái-Ya, es el encargado de cuidar este bonsái que sobrepasa el siglo de vida y que tiene un tronco inmenso para ser un árbol enano —de unos 24 centímetros de diámetro—, el más grande del vivero. Un bonsái que en su familia fue primero de su abuela, luego de su mamá y ahora de él. Calcular el valor de este ejemplar no es fácil: tres generaciones en una misma familia le han dado, entre otras cosas, un valor emocional infinito. Aunque uno similar podría costar cerca de 160 millones de pesos. Entre mitos, tradiciones milenarias y el deseo por conservar las huellas que deja el tiempo, una de las ramas de un árbol miniatura se seca y fallece para darle paso

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a otra, que recién nace, a su costado. Entonces la vida y la muerte cohabitan en una misma maceta, presagio de la resistencia de un árbol que cuando le cortan las raíces o se le secan algunas ramas, en lugar de morir, parece regenerarse una y mil veces. El arte del bonsái nació en China hace unos dos mil años. Consiste en cultivar árboles en vasijas o macetas controlando su crecimiento para que permanezcan de un tamaño muy inferior al natural, aunque conservando varias de sus cualidades. Ello se hace mediante la poda de raíces y ramas, y técnicas como el alambrado y el pinzado para diseñar su forma retorcida y apariencia envejecida. Posteriormente, hace cerca de 800 años, fue llevado a Japón, donde el budismo zen lo vio como un objeto de meditación o contemplación. Fue allí donde evolucionó y se desarrollaron reglas y principios que aún hoy se conservan. Entre estos está, primero, que el tronco de un bonsái debe ser más ancho en la base que en la parte superior; segundo, que sus ramas deben estar situadas de forma alternante, siendo más gruesas las más cercanas al suelo y, tercero, que en general el conjunto de ramas y hojas deben tener un perfil triangular. En Colombia, la historia de su popularidad es más reciente. Aunque ya tenía presencia en el país, con el fenómeno del narcotráfico el bonsái, como otras muchas cosas que se vincularon a la idea de lujo, tomó impulso y rápidamente evolucionó en ciudades como Cali.

Cuenta Nicolás que Claudia Pardo, su mamá y también directora de Bonsái-Ya, conoció de primera mano, mientras pertenecía a la Asociación Colombiana del Bonsái, cómo eran los narcotraficantes caleños que tenían las mejores colecciones de bonsáis por esos años. Tanto así que la esposa de uno de los hermanos Rodríguez Orejuela —fundadores del Cartel de Cali— hacía parte de la Asociación Vallecaucana del Bonsái. Esa situación produjo un interés repentino y terminó impulsando la importación en masa de materas, herramientas y revistas, aunque con el tiempo ese interés declinó y solo permanecieron aquellos a los que siempre les ha gustado este arte y tienen un interés genuino en él. Bien sea de forma explícita o implícita, en el arte del bonsái existe una fascinación por tener cierto control sobre la naturaleza. Para quienes lo practican resulta supremamente satisfactorio observar que los árboles responden positivamente a las modificaciones: “Normalmente lo que tú utilizas en un bonsái es mucha técnica, entonces estás haciendo cortes de raíz, cortes de ramas, alambrando. Es supremamente gratificante ver que el árbol responde a todo lo que tú le haces de técnica”, cuenta Nicolás. La flor florece, el fruto brota, las ramas germinan. Por supuesto, no es un proceso rápido, pero sí muy cambiante. En su carácter de arte evolutivo, siempre hay algo para hacerle a un bonsái y difícilmente sus artistas se sentirán conformes con el primer diseño: “Eso también es lo que hace que se vuelva adictivo”, concluye Nicolás.

El arte de cultivar bonsáis nació en China hace cerca de dos mil años

Dependiendo de la cultura o creencias de una persona, los árboles bonsái son vistos como símbolos de armonía, equilibrio, eternidad o fortuna. “El bonsái dura más que nosotros si lo sabemos cuidar”, dice Nicolás. Y en ello coincide su madre, Claudia, una mujer de 54 años, que lleva desde sus 18 años dedicada al arte de las plantas, inicialmente diseñando jardines, y quien llegó a la conclusión de que lo único que perdura en ese mundo es el bonsái, y por ello tomó la decisión de que este arte constituiría el resto de su vida.

Y ese atributo de sobreponerse al tiempo, de permanecer es tal, que no solo en Colombia, sino en el mundo se han empezado a reemplazar las flores por bonsáis cuando una persona cercana fallece, porque estos perduran. Es la fascinación por un árbol que florece y reflorece. Vive en medio de los que mueren. Continúa y se renueva.

Bonsái-Ya nació en Bogotá, en febrero de 1985, como una empresa familiar creada por los padres de Nicolás. Inicialmente empezó con diseños de jardines y poco a poco se fue transformando y especializando en los bonsáis. Empezaron investigando, tomando cursos internacionales y aprendiendo de la experiencia. Así se han ido 36 años.

La vida de Nicolás ha estado marcada por un constante contacto con las plantas. Su infancia transcurrió entre cultivos, juegos con arbolitos y mucha pasión. Y aunque es profesional en gobierno y asuntos públicos, desde hace seis años pertenece al equipo de diseño de la empresa y, adicionalmente, es quien se encarga de los talleres a personas que deseen aprender de bonsáis y de poner a competir a los árboles en concursos internacionales. En la parte posterior del colorido vivero, ubicado en la carrera 57B bis # 128A-40, se encuentran los árboles más viejos y trabajados. Pertenecen a la colección personal de Nicolás y, naturalmente, no están a la venta. El gremio de quienes se dedican a este arte a veces no es tan amigable como el mensaje de armonía que la cultura oriental transmite a través de este árbol. En muchos de los diseñadores de bonsáis hay una actitud recelosa por

contar aquellos secretos y técnicas que los han llevado al éxito en este arduo mundo. Como en cualquier arte, es un medio atestado de egos. Se trata de modificar la naturaleza y ser el mejor en eso. —¿Cómo se llega a ser el mejor? —pregunto. —Trabajando fuertemente. El bonsái, aunque uno crea que es muy bonito, a nivel profesional es una desgracia. Parece un reinado de belleza. Todos quieren llegar a la cima —responde Nicolás—. Para ser el mejor hay que estar todo el tiempo criticándote. El primer enemigo eres tú, el primero que te tiene que dar palo eres tú. No conformarte. El sacrificio no es fácil.

Y así también abundan las críticas y las comparaciones odiosas. Parece que a jardineros y dueños de viveros se les va la vida en una interminable disputa de segundas opiniones que los clientes, envenenados de incredulidad, se han encargado de estimular. Todos creen saber más: “Suelen decir: ‘Es que el jardinero dijo’, ‘Pero es que fui a tal vivero y el señor se ve mucho mayor’. Normalmente cuando yo me paro sobre un escenario y ven a una persona de 27 años van a decir: ‘Usted apenas está empezando’ —asegura Nicolás—. Pero yo llevo jugando con esto desde que tenía cinco años. Algo tuve que aprender”. Este es un oficio de dedicación y paciencia, pero también de entender que, al final, nadie podrá superar a la naturaleza, siempre rebelde e insurrecta. Hay límites: “Tú en bonsáis siempre estás experimentando. Si jugamos a dominar la naturaleza, terminamos estrellándonos, porque la naturaleza nos domina a nosotros. Trato de dominarla, pero en lo que le gusta: un buen sustrato, una buena poda”, dice Nicolás. Si se hacen modificaciones en un árbol muy pequeño, con un sistema radicular débil, las probabilidades de que muera son altas. Así mismo, las podas deben ser progresivas, ya que son heridas que, naturalmente, deben tener un tiempo justo para sanar. Por lo demás, el mundo de las plantas parece inabarcable. Rebosa de misterios, de científicos y de curiosos que se han dado a la tarea de entender las formas en que las plantas perciben, sienten o, acaso, escuchan. Sus dueños, entusiastas, les hablan con la ilu-

Normalmente un bonsái puede costar entre 75.000 y 6 millones de pesos. Aunque también hay bonsáis que pueden superar por mucho esas cifras.

sión de que embellezcan. En efecto, cultivar bonsáis va mucho más allá de la técnica. Es una relación entre el humano y la planta, pero para Nicolás, a un bonsái no se le habla, se le escucha, porque él no solo percibe, también se expresa, habla, grita: “Tenemos ese ego tan grande que creemos que si le hablamos al bonsái lo hacemos crecer. No. Lo que yo hago no es hablarles, es escucharlos, porque cada uno me va contando una historia distinta, qué le gusta y qué no le gusta. Obviamente me he estrellado contra la pared porque no los entiendo y se mueren”, dice Nicolás, como regañando, y agrega: “Pero eso también me ha enseñado qué es la ley de vida: unos nacen y otros mueren”.

Cuando los bonsáis fueron dados a conocer por primera vez en China, hace casi dos milenios, eran considerados un símbolo de estatus entre la élite. Hoy, a pesar de ser más asequibles y producidos en masa por establecimientos de cadena y algunas floristerías, continúan siendo un objeto de lujo que se valoriza con el pasar de los años. Los clientes que frecuentan Bonsái-Ya son personas, en su mayoría, con un poder adquisitivo alto. En el rango de precios se encuentra que los bonsáis más baratos van desde 75.000 pesos hasta los más costosos, que están de alrededor de 6 millones de pesos: “Un problema que yo tengo es que en Home Center te venden un árbol ya grande en 60.000 pesos, pero ni siquiera es bonsái. No le han hecho un tratamiento, no lo han pensado con un diseño. No tiene un valor agregado. Te estás llevando un árbol sembrado en una matera, pero no quiere decir que eso sea un bonsái”, explica Nicolás, con cierta molestia. Por eso no puede tratarse como una planta cualquiera, porque el proceso de cultivo de un bonsái es dispendioso: empieza con la siembra de una semilla de árbol común y corriente en una maceta, pues no existe tal cosa como una semilla de bonsái; luego se espera aproximadamente cuatro años a que el ejemplar progrese, tenga buen follaje y su sistema radicular —el conjunto de sus raíces— esté fuerte. Se trata de simplemente hacer vivir al árbol.

Su grosor dependerá del tamaño de la matera y de su edad. A partir del quinto año, o cuando acabe esta etapa, se le empieza a dar forma. Ahora bien, cuando se trata de una especie de árbol muy grande, se deja hasta 25 años en el proceso de crecimiento y apenas unas cuantas podas sutiles antes de, realmente, darle forma con el alambrado. De allí que existan bonsáis tan costosos, pues es un trabajo que puede tomar décadas.

Un maestro japones del bonsái, como John Yoshio Naka, reconocido por haber introducido este arte a occidente en la década de 1950, tardó más de 55 años en dar por terminado un bonsái. Se requiere paciencia y tantas vidas como sean posibles. Una de las frases más conocidas del mismo Naka da cuenta de ello: “Lo que me gusta del bonsái es que tiene un comienzo, pero no un final. Una yema hoy es una rama mañana, es como la búsqueda del final del arcoíris. No hay límites en el bonsái".

Pero entre tanta belleza, las pequeñas tragedias también son frecuentes. Tratar de salvar un bonsái es uno de los retos más estresantes para quienes le entregan su vida a este oficio. Una de las políticas de Bonsái-Ya es no quedarse con un bonsái para rehabilitar cuya procedencia sea desconocida. Mucho menos si el ejemplar está al borde de la muerte y, en un acto de fe, el cliente espera que Nicolás haga milagros. “Creo que es la parte más estresante del bonsái, porque diseñar y crear es muy bonito, pero estar cuidando el árbol de otra persona, que se te muera y que luego venga la persona a decirte ‘Es que usted me lo mató’, para mí es un dolor. Es prácticamente tener un muerto encima”.

El arte del bonsái reúne la estética, la técnica y la destreza en lo imprevisible de la naturaleza. El regalo por embellecer la vida es la eternidad de un árbol que puede vivir cientos de años. Hoy, el bonsái más viejo del mundo, está en Crespi, Italia, y se cree que tiene más de mil años. “Es también una lección de humildad, de que no somos nosotros los únicos que podemos dominar. La naturaleza nos enseña que no somos nadie en este mundo”, concluye Claudia con su voz tranquila.

Bonsái-Ya nació en 1985, en Bogotá, como una empresa familiar creada por los padres de Nicolás Lara.