Lacasaenellago

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Casa en el Lago.

DELASCAPAS



Esta historia empieza con Aina en la mansión donde vivía. Todas las paredes de aquel lugar eran un fiel reflejo de su vida. Ella había construido esa mansión junto a la persona que amaba, o al menos, eso se obligaba a hacer porque siempre había sido así.. desde tiempos remotos.


Junto a su mansión se alzaban también enormes casas donde vivían sus compañeros y amigos. Formando toda una gran ciudad de firmes cimientos e ideas prefabricadas. Juntos organizaban grandes fiestas, en una casa o en otra. Estas cosas la mantenían divertida distraída.


Aina, caminaba aburrida por ese reino de estabilidad y así se iban sumando días en el calendario de su historia. Una mañana, una pequeña sombra en su interior amenazaba con estropearlo todo. Aina, criada en arte de ser consciente de todo lo que pisa, huele y siente. Quedó perpleja al no entender lo que en su interior luchaba por salir.


Miraba hacia todos los lados con el estrés de darse cuenta de que siempre había estado mirando en la misma dirección y de cuanto eso la limitaba. Pero nadie a su alrededor parecía darse cuenta. Aina empezó a cambiar pequeños hábitos a pesar de las sorpresas de muchos. Era una necesidad por aprender y descubrir que sus círculos crucificaban. Convirtiendo sus ideales en tabúes. Como suele pasar, las cosas siempre van a peor. Aina empezaba a perderse en sí misma y veía crecer barrotes donde antes no había nada.



Decidió escapar. Se puso a caminar con la mirada perdida y el color grisáceo de la ciudad se fue difuminando a su espalda. Se alejo mucho más lejos de lo que nunca antes se había alejado. Tanto que empezó a olvidar las imposiciones. Esa pesada armadura empezó a deshacerse poco a poco. Escuchó el dulce canto de un pájaro. La invitaba a entrar en un bosque en el que nunca antes había estado. Caminó entre los árboles hasta perder la noción del tiempo. Llegó hasta un inmenso lago. Había una pequeña barca muy cerca de ella. En la orilla, como dejada allí a propósito para su llegada.


Se acercó y apoyó en ella su pie. Le transmitió todas sus inseguridades y la barca empezó a tambalearse sobre el agua. Absorbiendo sus miedos. Demasiado tarde para replantearse nada, dejó que la barca se alejara de la orilla mientras ella permanecía cohibidamente asombrada. A la barca se empezaron a acercar unos peces alargados, con unos colores tan llamativos, que ni en sueños era capaz de imaginar. Cerca de la orilla se dibujaba una cabaña y un joven permanecía de pie sobre el agua. Aina lo contemplaba sorprendida.


Cuando estuvo más cerca observó que posaba sus pies descalzos sobre un pez raya enorme. Él se percató de su presencia y el pez lo acercó a tierra. Aina llegó hasta allí.


-¿Escuchas ese pájaro? Es un Pikuk, el ave más majestuosa y noble de la naturaleza. Es curioso. Hacía años que no cantaba. Sea como sea, estás aquí querida desconocida y que menos que darte la bienvenida a mi humilde cabaña. Soy Alejandro.


Alejandro, criado en el arte de la escucha y la paciencia, escuchó todas y cada una de las inquietudes de Aina. A Aina no le sorprendió solo el simple hecho de ser tan atentamente escuchada, sino mucho más allá de eso, ser entendida. Oscureció. La noche trajo la despedida y Aina volvió a casa.


-Deja de querer ser diferente. Esa fue la frase con la que la recibieron de nuevo en lo que era su hogar. -¿Diferente?, (Solo hago lo que siento, lo que mi cuerpo pide para ser feliz. ¿No es eso lo normal? se debatía en su pequeña cabecita)


Aina de incomprendida empezó a sentirse incómoda. Se enfrentaba a esa postura del que no entiende que las palabras hacen daño. Desde entonces comenzó a visitar más a menudo la casa del lago. Pero no como refugio. Allí sentía como conectaba con su verdadera naturaleza.


Empezó a compartir momentos con el señor Alejandro. Descubriendo cosas de sí misma. Moldeandose en busca de su ‘yo’ más puro o quizás de su otro ‘yo’. Aina empezaba a escuchar los latidos de la tierra. Sonidos que no había escuchado antes, pero que para Alejandro formaban su lista de reproducción infinita.


En el otro lado, las constantes visitas al lago, no gustaron a su círculo. Un día, volviendo de una de esas visitas se encontró a todos esperándola en la puerta de casa. Empezó a llover. Soplaban aires de emboscada.


La puerta se abriĂł. La hicieron pasar con sonrisas disfrazadas. la rodearon y empezaron a increparla. Aina, contemplaba pasmada como sus amigos iban aumentando su tamaĂąo. CrecĂ­an de forma desproporcionada al igual que el volumen de sus gritos.


Derribaron el techo. La lluvia empezó a caer en el interior. Fuera la tormenta retumbaba en todo su esplendor. La casa se agrietaba y se desmoronaba. Sus compañeros se habían rendido a su naturaleza. Convirtiendose en gigantes que seguían hablando, palabras lejanas que se iban convirtiendo en fuego. Cada maldición o frase de reproche se convertía en una llamarada que la atemorizaba.


Las piernas de Aina comenzaron a temblar casi con vida propia. Deseando desaparecer cerró los ojos y en la oscuridad podía sentir los fantasmas que la oprimían. Recordó como Alejandro le había enseñado a escuchar el sonido del mundo. Decidió que todo debía detenerse. Se concentró en las gotas de agua que chocaban contra el suelo. Pronto escuchó su ritmo y el temblor de sus piernas se convirtió en danza. Los truenos eran la percusión de aquellas melodías, que de desagradables, pasaron a ser hermosas.


Cuando abrió los ojos todo estaba en calma. La tormenta se había esfumado. No había rastro de los gigantes. La que había sido una mansión de ensueño estaba ahora destruida y ella estaba sola. Agacho su mirada y sus pies eran garras. Miró hacia sus brazos y sus brazos eran alas. Se había convertido en Pikuk.


No se paró a entenderlo, pues entendió que ahora era momento para sentir. Alzó el vuelo y voló hasta el lugar que ahora sentía como hogar.


AterrizĂł volviendo a su forma humana. Alejandro la esperaba con una sonrisa. No entendĂ­a nada, pero le fascinaba no hacerlo. ÂżQue importaba?. Ahora estaba en la casa en el lago. Ahora era feliz.




FIN.


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