Crónicas de una poeta en la Ciudad de México

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Crónicas de una poeta en la Ciudad de México MÓNICA GAMEROS

blo • 2013 EdicioneZetina • Lengua de Dia


MÓNICA GAMEROS Crónicas de una poeta en la Ciudad de México


Es propiedad Primera edición, julio 2013 © Mónica Gameros, autora © Máximo Cerdio, fotografías © EdicioneZetina, Lengua de Diablo Edición virtual de libre lectura. El contenido puede reproducirse, citando a la autora y la edición Editado y no impreso en Querétaro, Ciudad de México y Morelos, México



Primer asalto sobre la cuerda floja Mes 12 del año 2 mil 12

Cargaba mochila llena de inútiles cuadernos, chamarras, bufandas y mi bolsa de mano del lado izquierdo, mi hija de cinco años del lado derecho, somnolienta, asfixiada por el tráfico infernal que nos alentaba el viaje sobre el microbús apestoso, casi dormida. Todos desconocidos, íbamos reunidos en una lata sobre ruedas, silenciosos, aguantando el paso maquiavélico del tiempo en medio del embotellamiento del Periférico. Dos rostros morenos, llenos de acné y cicatrices, chorreaban resistol mul5


tiusos amarillento por la comisura de los labios y nos “rodearon”, uno adelante, el otro atrás, parados sobre los escalones de las puertas del microbús: —Pus gente ya se la saben, para qué se las repito, venimos en buena onda a que nos ayuden, acabamos de salir del reclusorio oriente y la verdá no queremos ser violentos, así que aflojando, no queremos pasar báscula y ponernos pesados, mejor saquen sus billetes, sus monedas no nos sirven. —Mire, banda, dijo el otro rostro, hagámoslo fácil, ustedes saquen la lana y nosotros nos vamos sin repartir madrazos. Mi hija dormía sobre mi regazo, el rostro moreno que no quería dar madrazos nos había cedido el asiento amablemente: —Siéntese güerita para que no se le caiga la niña tan bonita que tiene. Saqué mi billete verde, el único que traía. Acababan de comprarme unos libros y volvíamos de dejarlos en mano de 6


la lectora sonriente que me dijo me adoraba. Cedi mi billete sin decir nada, agradecía que mi hija estuviera dormida: —¿Mami por qué les diste el billete? —Lo necesitan más que nosotras, nena, duérmete. Seguimos nuestro camino sobre la apestosa nube de diesel. Dejé atrás el plan para los doscientos pesos.

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Segundo asalto sobre la cuerda floja Mes 1 del año 2 mil 13

Habían pasado unos días, no más de ocho, porque no había dado vuelta al calendario. Como cada mañana, regresaba de dejar en la escuela a mi primogénita. De la nada, una mole de carne subió al transporte urbano —una lata ruidosa que pintada de gris y verde llevaba a la pandilla de miserables a sus centros de trabajo—. La mole de carne avejentada lucía una cabellera hirsuta color amarillo ocre y ropa deportiva percudida sobre ciento veinte kilos de rebosante autocompasión

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lacerada. En el rostro las marcas de la vida ruda, en los ojos la furia y en las manos una pistola del siglo XIX que salió de entre la bolsa de esta mujer que apuntaba a la sien de nuestro chofer: —Bájate, pendejo, y tira las llaves y ustedes no hablen, nos gritó con coraje encendido, entonces me recordó los gritos de la maestra de geografía en la secundaria, muy parecidas en cuanto a la inmensa silueta de su miseria. El chofer se bajó del microbús y a un lado dejó caer las llaves sobre el concreto; levantó las manos, quizá como quien iza una bandera mientras apretaba los labios. Arriba, todos sacamos las bolsas, las carteras de viniplástico, los monederos rotos. Yo saqué mis últimos cinco pesos y los puse en la punta de mis dedos. Al llegar a mi asiento, la furia encarnada lanzó una bofetada directo a mi cara y gritó: —Por pendeja, voy a creer que nada más traes eso, pinche güerita pendeja. 10


Una mirada desdeñosa me azotó con su desprecio y dejó mis cinco pesos en la punta de mis dedos. Luego, desapareció entre la multitud del tianguis de Santa Cruz; se perdió como se pierden millones de pesos después de ser coleccionados por los asaltantes de tráileres en la carretera del oriente de la Ciudad de México.

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Tercer asalto sobre la cuerda floja Mes 1 del año 2 mil 13

—Bueno, gente bonita, familia mexicana, mi compañero y yo, sí, el Blue Demon que está atrás y su servilleta, El Santo, venimos por unas monedas y nos las vamos a llevar, y pues así está la cosa, porque la cosa es derecha, así que vayan sacando sus monedas para que nos apoyen y que Dios les bendiga en su camino, dijo el asaltante ñero cubierto con su máscara mientras pasaba la mano frente a los viajeros; uno por uno, recorrió los asientos del microbús. Otro día más en la surrealista seguridad de Iztapalapa. Sentí un poco de vergüenza cuando le di mi cartera y encontró 13


los seiscientos flamantes pesos de la pensión alimenticia de mi hija. Moraleja: Mejor rata de dos patas y no perro misántropo. La última y nos vamos... 9:30 am Otra vez la misma ruta del microbús que viene de la orilla oriente de la Ciudad de México en dirección a Tlalpan; otra vez el mismo escenario: a bordo de la carcacha que hace el rol de transporte público “del siglo XXI”, vamos los clientes de siempre, somos los trabajadores formales e informales, somos los “pinches asalariados” como dicen las ladys de la Roma y de Polanco; me rodean las secretarías, los meseros, los vendedores por comisión y las enfermeras, soy el arroz en la olla de fríjoles, tal vez eso me hace más visible, no

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lo sé, el caso es que otra vez se suben los mismos rasgos del latrocinio: morenos, jóvenes, miserables; fuertes para trabajar, prefieren amenazarnos: son tan creativos en sus speech, cada semana cambian de discurso, hoy se han subido con la típica bolsa de paletas de caramelo; como siempre uno se para en la puerta de adelante, otro en la puerta de atrás y siempre es el de atrás el que habla: —Buenos días, damitas, caballeros, no venimos a madrear a nadie, ni queremos que se pongan valientes, tú te la sabes yo también me la sé y me la juego, así que, ya saben, saquen sus monedas y cooperen, porque venimos a pedirles para que paguemos el taco, no quiero drogarme, raza, solo quiero comer, saquen las monedas, no me hagan transculcarlos... Veo al chaval de reojo. Ciertamente no tiene facha de vicioso, es más, viene recién bañado, limpio, vestido a la moda,

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se ha puesto gel en el copete chino y luce sus pectorales jóvenes y fornidos tras la camiseta playera; en cambio, su amigo se ve más acabado, él sí se ve medio drogadicto. Ninguno de ellos viene tatuado, así que pienso, no han pisado prisión... Alrededor solo escucho hartazgo, mientras los dedos buscan las monedas que piden “amablemente” los nuevos asaltantes... —Olviden la cartera, no quiero carteras ni monederos, ni tarjetas ni billetes, nomás aplíquense con las monedas... Lo interrumpe su compañero: —No mames, wey, todavía traen dinero, estamos a mitad de quincena, a ver tú wera cáete, dónde traes la lana... Me interroga el asaltante de la puerta delantera, guardo silencio y saco unas monedas del bolsillo del pantalón... —Ah, mira, ya te vi la cartera, morra, sácala o te la saco.

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Lo obedezco y saca mi “billetera” de veinte pesos que compré en el metro la semana pasada, le saca los tres billetes de cien y el de doscientos pesos y me la devuelve sonriente. —¿Ves, pendejo?, ya la dejabas ir con esta lana... —Wey, mañana no va a tener varo, es mejor quitarle poco a poco, así cada semana tienes una lana, yo la verdá creo que es mejor ir de monedas en vez de dejarlos secos, ¿verdad, bonita? Guardo silencio y pienso en las madres que los “educaron”, los demás sacan sus monedas y los dos asaltantes se bajan no sin agradecer al chofer... Seguimos el viaje entre el tráfico matutino, la histeria de los empleados formales por llegar a tiempo, un “caballero” se levanta y me dice: —Siéntate, linda, ni modo, te tocó.

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Tan solo han pasado veinte minutos y el microbusero decide bajarnos y “pasarnos” al otro microbús. Le reclamo y le digo que no puede hacerlo, que me devuelva el pasaje completo. Los demás se bajan en silencio: —Tranquila, morra, no tengo la culpa del asalto, tú les diste la cartera en vez de las monedas, ¿qué quieres que haga...? —Tú los subiste y hasta se despidieron de ti, no te hagas, son tus amigos… pero todo se paga, maldito... Le lanzo las monedas a la cara y me bajo furiosa. Me asalta la idea de un video en youtube donde me expongan y me nombren la lady de Iztapalapa, sonrío y abordo el metro, solo para bajar en la siguiente estación. Se cierra la puerta y un enorme tipo nos pide amablemente que le demos las carteras, a bordo somos todos trabajadores, yo saco la cartera y le digo: —Está vacía, pero si la quieres, es tuya, te ganaron en el microbús... 18


El grandulón, que viene vestido con traje de oficina, me guiña un ojo, sonríe y pasa de largo. Bajo a la siguiente estación y camino veinte minutos, tengo veinte pesos en la bolsa izquierda, esa que nadie revisa porque está chiquita. Tengo la intención de ir por el pan al súper de la plaza comercial más cercana. La caminata me sirve para recordar las panaderías del barrio que quebraron. Entro al súper y escucho un siseo extraño, apenas diez pasos dentro escucho una alarma parecida a la de aviso de temblor. Decido volver sobre mis pasos, la panificadora del súper está en la parte más alejada de la puerta, que a su vez está en la parte más interna de la plaza. Un policía me pide que salga rápido: —Apóyenos, señorita salga rápido, conato amenaza de bomba... Son las 10:30 am, decido salir a toda prisa, vuelvo a casa, tomo café, pienso en los veinte pesos que traigo en la bolsa... 19



II [Subterránea]

DÍA 1 Todos los días por la mañana viajo con cientos de ojos grises, me pierdo en los pliegues de las frentes crepé, en las ruinas de manos duras conversas en piedras que tallan la mirada cansada, que se acomodan las faldas percudidas, que soban la espalda, la nuca, la cadera baja, como si con eso lograran sacudirse el dolor de los años, como si eso endulzara la decepción entera de la vida. Ellos, cierran los ojos tratando de ganarle tiempo al tiempo; ellas, se clavan en los espejos donde su reflejo les habla de la belleza artificiosa para mantener a flote 21


su mentira sobre el paso de los años, los hijos, los nietos, los amores perdidos, los amores añejos y la convivencia diaria con quien toleran cada fin de semana: ebrio, apestoso, iracundo, violento. Como cada mañana sigo mi viaje, ocupo el asiento al lado de la ventana. Voy sobre el autobús-lata-chatarra. Miro el tráfico neurótico. La prisa angustiada y el viento, se desgastan en coros metálicos por donde se escurre el salario de la tardanza que — involuntaria— se convierte en cadena perpetua de la producción, de la manufactura de lo que llamamos realidad, de los laboratorios de drogas que llamamos legales, de aquellas sucias madrugadas etiquetadas nocivas, de las noches que resultan inmorales; de la sangre sagrada, del dinero que se convierte en dios. Afuera, las calles podridas hieden, muestran rostros polvosos, futuros inciertos llenos de melanomas que escarcharán 22


el rostro de la miseria, famélica se niega a morir. Llenos de fracturas, los años se convierten en descuido. Entonces, el mundo se confirma como el escenario vacío que siempre he conocido, un tipo de juego de veletas, un lugar donde actuar es jugar, es sobrevivir, siempre, en espera de la nueva compañía teatral que se prepara para ocupar el escenario, que prepara el acto —dispuesto de tal forma— para que la escenografía parezca nueva, a pesar de los remiendos. En tanto, cada quien toma su lugar: algunos toman asiento en las gradas de espectadores, otros sobre el escenario, otros, se esconden entre bambalinas, otros —muchos otros— flotamos como las luces que cambian de vez en cuando el ánimo de la concurrencia. Se quedan las fuentes sin agua y aun así reflejan la miseria. Las banquetas se perfuman con agua de cloaca. Los árboles mueren, las bardas langui23


decen, sostienen mentiras que hablan del triunfo como quien describe un sueño. Atrás quedan los coros de la esperanza de los pueblos, al frente, se avecina la llegada de pobres que viajan y esperan ganar unos centavos para matar al hambre —aunque sea— por el día que se escurre, y así, volver al desgaste de sus columnas en el transporte de las horas, para matar el tiempo en pocas horas, para seguir “viviendo” algunas horas. El escenario vacío, siempre vacío, sigue en espera de la nueva compañía teatral. Al frente los alfiles siguen en batalla; atrás, la reina deja la corona para el siguiente Rey, y como siempre el autobús-lata-chatarra sigue la marcha entre los rechinidos y la histeria de las masas. Al centro, el tiempo como el antihéroe de la escena, siempre en vilo, siempre escurriéndose entre las rajas de la piel, de las manos, del concreto, del cielo, convertido en cristal. 24


Al centro de todo, como siempre, muda, contemplo. Miro la calle por la ventana, observo la changarrización de la clase obrera despedida por exceso de edad. ¿Cómo explicar la importancia de la solidaridad, mientras se observa el camino a través de la alcancía del zapato? ¿Cómo seguir hablando de la necesidad de igualdad, cuando todos somos ejércitos de reserva? Contemplo, exhalo ansiedad. Tras el cristal, el barrio se deshoja entre tagg y grafitti, entre bardas que se visten con fotos de hombres que parecen narcotraficantes, que cantan con la música que habla de sangre, de tiroteos, de matanzas, del falso amor. Al lado del autobús-lata-chatarra, pasa una camioneta de seguridad pública, repleta de policías: gordos entrados en años, rostros morenos, vientres abultados, pistolas añejas, ojos envilecidos, todos 25


amontonados, se me figuran una camioneta de la perrera, repleta de miseria. DÍA 2 Qué romántica la pobreza de los dotados, qué poética la desolación ajena, qué intrincable el suicidio de quien hace arte, qué irónica tu adoración a los artistas: vienes, escuchas poesía, observas trazos, escuchas canto y música. Dime algo: es incredulidad o morbo lo que te impulsa, es espanto o evasión lo que te hace contar y contar propiedades, dinero, marcas, amores piratas o lo que sea que te de status. Confundes arte con ruido, expresión con tiroteos, música con secuencias sin ritmo. Confundes comedia con sorna, tragedia con masacre, muerte con vida plástica, palabra con violencia, poder con bala, amor con represión. 26


Qué poética el hambre ajena, la desolación que le da sentido a tu bonanza. La poesía nunca es bonanza sin antes ser miseria. Qué dichosa tu vida ajena a la miseria. Qué dichosa mi existencia entre verdes esmeralda bajo el sol empuño la palabra, desempolvo las imágenes que me dejen hablar del piso y la grieta, del silencio y la sombra, de la luz y los ecos en medio de la selva agónica, derrotada, erosionada, desértica, como tú.

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III Jazz invernal

El saxofón se destila en el aire mientras observo la pantalla de la Ciudad frente a mí. Tras la ventana, la líquida rutina de octubre, me levanta sin ganas. Ya no cuento los segundos en milésimas de milésimas; todos se han agotado en la absurda idea de levantarse para tomar un té y mendigar un rato en los rincones del refrigerador inútilmente frío, perforado como la sien de un capo ejecutado; vacío, sin sangre, sin cadáveres, sin maleza, sin aguardiente, sin miel, sin abejas, ni una gota de nada. Son las doce del día, sigo con la boca seca y apenas tengo dos baños en la última semana. Como no tengo diez pesos 28


para comprar el diario menos indecente, me dispongo a leer una revista de líneas de pensamiento; me pregunto si esas líneas son como las de la coca o si son más bien como las líneas amarillas de la carretera… ¿habrá tráfico…? Bueno, qué importa, las campanas de la catedral me recuerdan que venden unas tortas de pavo a sólo siete pesos, a unas cuadras de Regina, lugar en el que me encuentro después de una severa noche de intoxicación. De fondo musical, me acompaña el ruido urbano que penetra mi habitación inundada de jazz; de nuevo el claxon del neurótico de las 12:10 me hace recordar que el día promete más, si me escapo para caminar en los alrededores, por lo menos hasta donde me alcancen las ganas de caminar sin ningún sentido, como cuándo se busca empleo y se encuentran engaños, promesas de asociaciones fantásticas, de grandes microempresas con créditos de risa o varios diversos y multi29


flocklóricos puestos de mesera. ¡Bah!, mejor olvidar eso, salirse por la tangente un poco mientras se pueda. Total, no reparo si me veo obligada a trabajar en lo que sea, hasta he repartido pasteles. El jazz sigue con su hermosa compañía en mis hipersensibles oídos, es el único solero de ilusión en medio de la invernal y caótica Ciudad, siempre me abstrae al placer de sentirme totalmente quieta bajo la lluvia de la regadera… Aún absorta en mis vagabundez mental, no puedo evitar escuchar el jazz entre el fondo ruidoso que viene del mundo y que viola la quietud de mi cápsula, mi habitación, mi proxeneta, vouyerista de las noches en que arranqué las almas de mis amantes, con ese ambiente que la hace ser mi guarida, pero se le insertan como aguijones los gritos del tráfico, la venta diaria del gas y del agua que antes no pagábamos por beber. Ya nada es como antes. Ahora vivo en el ombligo de la Ciudad y el 30


ruido me atropella todos los días. Los autos se gritan mentadas de madre; los ambulantes cantan como todos los días sobre las calles; el smog ya está con nosotros. Es un día común, pero hoy, la mañana parece gritarme a la cara que lo haga, que me vaya, que no lo piense más, que el tiempo se escapa y me hundo con la mañana en un debate tormentoso, pues a mi parecer el tiempo no existe… pero justo en el momento en que argumento sobre la mentira del tiempo, escucho a la mañana vociferando sus razones de porqué, aunque el tiempo no existe (lo que me da la sensación de que en realidad pensamos igual sólo que la mañana es más rígida y no entiende los niveles de concentración que se requieren para aguantar el desempleo) lo que resulta imprescindible, dice ella, es que se haga disciplina con la invención de las horas, pues de lo contrario cada quien haría lo que mejor le viniera en gana y eso ¡No puede ser!… 31


Tengo que fingir para no romper en carcajadas con su fina cuadratura ya que su gesto me recuerda a una de las monjas que me cuidaban en la infancia. ¿Por qué no? Pregunto con una mueca en la cara que me hace pensar en una caricatura pidiendo explicaciones con absoluta y verdadera ingenuidad de porqué se han dispuesto las cosas como las encontramos cuando llegamos a este mundo. Pienso dos segundos y me dispongo a enumerar mis razones de por qué el tiempo sólo es una herramienta de control para apaciguar el espíritu posesivo y avaricioso de la especie humana; pero la mañana, pues se ha puesto necia y me atropella con el reloj del celular y con el reloj de veinte pesos que compré hace como siete años en la calle de la Soledad, un día que como hoy que andaba sin empleo, con poco dinero y que no sabía en qué podría bien gastar antes de que mis ahorros se fueran en una chela de la taberna o una clayuda y 32


un chesco. Antes que eso, necesitaba algo que me retuviera en el tiempo, para no salirme demasiado de las líneas de esta sociedad que nos impone absurdos checadores que nos obligan a sentir el stress laboral de todos los días y entonces decidí comprar el reloj pirata en vez de comer. ¡Qué ingenua que fui! Por lo pronto, esta mañana mediodía se está poniendo otra vez, nostálgica. Antes de zambullirme en su tristeza, recuerdo que ayer en una muy larga conversación, Salma se reía de la neurosis que me aflora cuando estoy en la calle, sobre todo, caminando en Tepito, haciendo milagros por el guardarropa, por evitar fríos y padecerse innecesariamente la pobreza intelectual. Mal no nos caería una hilera de festivales culturales gratuitos en pleno invierno, con lo delicioso que resulta caminar por las calles del Centro Histórico, ahora que ya no hay tantos ambulantes… ¿dónde 33


andarán? Tal vez estén escribiendo igual que yo ahora, y tal vez soy yo la figura tragicómica de sus relatos de ventas en las calles de esta Ciudad. En su defecto, y a beneficio de ambulantes desempleados, desempleados involuntarios e inadaptados como yo, sería bueno que se apuraran con la remodelación de las calles de la Ciudad, para ir a caminar por sus solitarios senderos, encogidos entre abrigos de lana, con largos listones en el cabello, gorras y guantes, asidos por la cintura inquieta de la Soledad que nos anima a salir a caminar. Desempleo, soledad, pobreza, tres factores que obligan a practicar el viejo deporte del paseo silencioso y solitario. Aunque en el camino uno encuentre sólo a los amigos en vez de empleo, no importa, porque de esa forma reiniciamos el ritual de la tarde bohemia entre gentes libres, entre desempleados que por el momento no tenemos prisa por correr tras el furtivo 34


checador, ya que nos hemos convertido en dueños absolutos de nuestra libertad, en los poetas del invierno, en los crudos urbanos. Deberían declarar la cerveza bebida nacional gratuita, despenalizar absolutamente el consumo de la cannabis y dejarnos en paz para dedicar nuestras mentes y nuestra sensibilidad a la creatividad y brindarla a los tullidos oídos de quienes son adictos al dinero, quienes sólo saben extender la tarjeta bancaria para comprar la belleza de la que somos dueños los excluidos, los inadaptados e improductivos libertarios: los poetas desempleados; los que no pasan las pruebas psicométricas; los que siempre renuncian y le gritan al jefe lo estúpido e imbécil que puede llegar a ser. Salud, pues, por los centros culturales y los foros alternativos que nos den posada. Vive la liberte en los puntos de encuentro, donde tocáremos para recuperar nuestros 35


cuerpos, todavía vivos a pesar de la anorexia involuntaria que padecemos. Nos vemos en las noches, seres de la lluvia ácida y de risas en cascada. No me despierten antes de las once, porque necesito tiempo para reposar el orgasmo de las seis de la mañana, con el que dormiremos hasta bien pasado el medio día... Ah, qué regocijo siento, rodeada de dementes que se preguntan de todo y por todo. En cuentas de racimos quedan las discusiones sobre la justicia, la neta, la política, la mierda, la inhumanidad, la falta de amor a todo, al arte, a la cultura, a la experimentación… Ya he caminado por cuatro o cinco veredas de la céntrica Ciudad de México. Ahora me encuentro discutiendo esto del placer de la anorexia libertaria, en medio de una sala inmensa y vacía, con piso de duela y paredes descarnadas, paredes desolladas que dejan caer partes de su piel mientras alguien rasca en las bolsas del 36


súper en busca de alguna golosina extraviada para torear el frío e invernal ayuno al que los poetas de la cruda crisis económica ahí reunidos, nos disponemos a hacer frente en forma positiva, pues, porque hay que economizar… De pronto, alguien que quiere huir un poco de la verdad, grita detrás del frigorífico: —Deberíamos derrocar el empleo, tal vez sea la primera etapa de la verdadera libertad. Los demás, completamente de acuerdo, seguimos fumando y tomando decaf con canela…

(Cuento incluido en el poemario CAÍDA LIBRE, 2007)

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MÓNICA GAMEROS Escritora, directora general de Cascada de Palabras Cartonera, periodista, artista visual. Libros publicados: Kronos [2006], Caída libre [2007], Estación fin del tiempo [2008], Ideas para volar [2009], Estallido [2010], DASEIN la niña flor [Ecuador, 2011], Made in Taiwan [Guatemala, 2011], Notas del refrigerador [2011], Las alas del verso [2012], Gang bang [2012] Correo ~ monicagameros@gmail.com Facebook ~ www.facebook.com/monica.gameros Blog ~ monicagameros.blogspot.mx/



Fundada en 2004 en Cuernavaca, Morelos, México es un sello que pretende acercar a los autores y a los lectores a través de estrategias editoriales que potencien el encuentro y el diálogo entre ambos. Ha publicado más de 50 títulos de poesía, cuento, novela, testimonio, ensayo, investigación universitaria y crónica. Correo ~ edicioneszetina@yahoo.com Facebook ~ www.facebook.com/danielo.zetina Twitter ~ twitter.com/DanieloZetina Blog ~ http://danielzetina.blogspot.mx/

Nació en Cuernavaca, Morelos, México en diciembre de 2011, como una puerta por la que transcurren instantes poéticos y la ventana que conecta al libro impreso con los nuevos medios digitales. Uno de sus objetivos es la presencia y distribución a través de los nuevos medios tecnológicos. Página ~ www.lenguadediablo.com Facebook ~ www.facebook.com/lenguadediablo Twitter ~ twitter.com/lenguadediablo

Máximo Cerdio (Huixtla, Chiapas, 1964). Poeta y fotógrafo. Incluido en antologías como La muchedumbre de los días (Edamex, México, 1994), Rostros del Chulel (Edamex, México, 1995) y Las caras del amor. Antología poética contemporánea (Massachussets, Versal Editorial Group, 1999). En 2012 publicó su poemario Caldo de verga para el alma (Destos deme dos). Desarrolla su labor como fotoperiodista en Morelos, México.


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