Sweet Temptation_18

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Sweet Temptation ~No quiero amarla~ . "…Mi mente es prisionera de un corazón fuera de control. No quiero amarla, no la quiero aquí en mi vida…" . — ¡No puedo creerlo! Mi pequeña ya tiene novio, ¡Por supuesto que no tengo problema! Pero, debes traerlo a casa. ¿Lo sabes no?, es la única condición, ni siquiera es eso. Tómalo más bien como una petición, me harías muy, muy, pero muy feliz si lo trajeses a casa, y estoy segura de que a Edward igual. ¡Él estará tan emocionado! — ¿y por qué se supone que estaré tan alegre y emocionado? —bromeó Edward, quien acaba de llegar a casa y se encontraba cerrando la puerta principal. Él dejó su maletín sobre la mesa y esperó a que alguna de las dos mujeres le explicase. Bella tragó toda la saliva acumulada en su boca de golpe. Lo irónico del asunto era que Tanya ni siquiera la había dejado terminar. Ella quería consultarle, era cierto, porque honestamente deseaba hacer las cosas bien, lo absurdo de todo era que Bella ni siquiera le había dado una respuesta afirmativa a Mike, ella sólo le sonrió y le brindó un esperanzador: "lo pensaré" ¡Y vaya que lo estaba haciendo! — ¡Bella tiene novio! — cantó Tanya, mientras la adolescente maldecía por lo bajo e intentaba evitar a toda costa que su mirada se cruzase con la de su padrastro. Casi podía imaginar su rostro: serio, fiero, y con los ojos oscurecidos de ira contenida. Después de un extraño silencio, no demasiado largo, pero sí lo suficientemente incómodo para la adolescente y su padre adoptivo, Edward habló: — ¡Vaya!, eso no me lo esperaba, pero mira que nos salió rápida la muchachita— ironizó con voz trémula, aquello dolió como nada. Ella no era una chica fácil, aunque no tenía modo de demostrarlo pues sin llevar siquiera una semana se había casi acostado con el esposo de su amiga, en efecto Edward tenía razón. Aún así, Bella alzó el rostro embravecida por la verdad impresa en sus palabras, dispuesta a rebatirle su insolencia con alguna cosa que se le ocurriese en el momento, pero, contraria a sus deseos, se quedó muda al verlo. El rostro de Edward se encontraba roto, y a la sonrisa que surcaba su rostro se le podría atribuir cualquier significado, menos la alegría. Tanya le dio un juguetón golpe en la cabeza, a modo de reprimenda.


— Perdónalo Bella, Edward intentó decir que eres despierta, ya sabes. Él te imaginaba más tímida, en fin. ¡Estamos muy felices por ti! Asumo que te debes aburrir al pasar tanto tiempo en casa, te hará bien salir con un chico de tu edad. — Sí, le hará bien buscar mejores horizontes, finalmente. Es lo más lógico. — añadió Edward con expresión abstraída. Bella se limitó a asentir, y supo que no venía al caso aclararles que ella y Mike aún no eran nada. Mal que mal, pronto lo serían. Después de aquello, la tarde pareció acontecer sin mayores sorpresas Edward y Bella no intercambiaron palabra alguna, ni siquiera la sencillez de una mirada. Nunca un corazón fue más tan herido ni culpable a la vez, porque queriéndolo o no Edward Cullen no podía dejar de dañar al objeto de su fijación. ¿Cómo separas el deseo del amor, sin perder el en camino la cordura? Desear, desearla estaba mal, era vil y era bajo, pero amarla… Aquello no tenía nombre ¿En verdad la amaba? El desconcertado hombre se pasó en vela toda la maldita madrugada intentando buscar una respuesta al sinnúmero de interrogantes que bombardeaban su cabeza, desdichadamente… no todas las noches duran lo suficiente. La había tenido tan cerca, tan suya. Compartirla nunca pasó a formar parte de sus pensamientos, otra vez, él debía de replantearse las cosas ¿en verdad había sido suya?, Edward la sintió como tal. Ella lo amaba, no tenía duda alguna de eso, esa niña ingenua y pura, lo quería; sus ojos, su piel, todo en ella la delataba y aquello estaba jodidamente mal. La delgada línea entre lo bueno y lo malo era difusa y muchas veces casi invisible. ¿Desde cuando a él le importaba aquello? — Mierda— Edward tuvo que hundir su rostro en la almohada, para no despertar con sus maldiciones a la hermosa rubia que se encontraba rodeando su cintura con los brazos. …Desde que su mujer se inventó un embarazo en su cabeza. Ciertamente él no tenía opción, ya que hiciera lo que hiciera terminaría dañando a alguien, lo mejor sería que esta vez las victimas fuesen dos y no tres, Tanya no lo soportaría. Cuando el reloj dio las seis de la mañana él sólo estaba seguro de una cosa, podría vivir sin tocar a Bella, lucharía con todas sus fuerzas, si se lo proponía, Edward estaba convencido de que podría llegar a vencer al deseo, pero pensarla en brazos de otro… eso era inaceptable.


Edward mantenía la esperanza de poder llevar una vida normal después de que la chica se alejase de su vida, sí, definitivamente él podría hacerlo. Su matrimonio volvería a ser el de antes, uno sano, uno feliz. No miraría más a Tanya a través de los ojos de la lástima, él la miraría con deseo, con amor… Tal y como veía a Bella. No, él no la amaba, no podía amar a esa adolescente, se negaba a aceptarlo, ¡maldita sea, no quería hacerlo!, pero tampoco quería que otro lo hiciera. Para Edward fue su perdición cuando finalmente el día Domingo llegó, veloz, demasiado rápido, increíblemente despiadado. — ¿Es que el tiempo no se apiadaba de su persona? — Maldita fuese la hora en que su mujer le pidió a Bella que invitase al mocoso a comer junto a ellos. — ¿Qué tal me veo? — preguntó su esposa, Tanya traía su cabello suelto y le rozaba la cintura del vestido, se veía hermosa. — Deslumbrante— admitió con una sonrisa aprobatoria en sus labios. — ¿Y tú, por qué no te has vestido aún? — el bufó indignado, ¿arreglarse él?, como si le pudiese importar menos lo que opinase el muchacho que Isabella había invitado. — ¿Por qué habría de hacerlo?, estoy en mi casa. — ¡Edward! Es el novio de Bella, debemos darle una buena impresión. — le costó bastante esfuerzo no soltar una carcajada ante las ridiculeces que decía Tanya, porque eso eran, una sarta de idioteces. — ¿No querrás decir, que debemos asegurarnos de que sea una persona digna de confianza? — Hablas como un anciano. — se burló su esposa, y Edward tuvo que darle crédito. Con un poco de suerte Tanya culparía su humor a celos paternales. Celos paternales… Todo su cuerpo se tensaba ante la sola mención de esa palabra, aún cuando fuese en su mente, la odiaba, la aborrecía con todo su ser. Él no era el padre de Isabella Swan, nunca, nunca, nunca lo sería. — Alto ahí, yo sólo me preocupo por la niña que escogiste adoptar. — Sí, lo sé y me faltará vida para agradecértelo. Hablando de eso… ¿Cuándo estarán listos los papeles? Observó sus facciones enternecidas por la simple idea de sentir a Bella su hija, con todas las de la ley, y la culpa no tardó en cernirse sobre sus hombros, estaba siendo un canalla y lo sabía. Sin embargo, Tanya no tenía porque saber que una cafetera se había volteado sobre todos los papeles de la chica, convirtiéndolos en una masa inservible, no, ella verdaderamente no quería saber eso.


— Pronto amor, pronto. El timbre sonó, y sólo entonces Edward pudo ver a Bella, ya que la castaña hacía verdaderos malabares para no encontrarse con él, y no sólo hoy, sino que siempre. Edward sabía que eso era lo mejor, que Bella estaba haciendo lo que él, como el cobarde que era, no se atrevía a conseguir; sin embargo, su corazón, oh, él tenía opiniones completamente discordantes. Observó deslumbrado a su hijastra, traía puesta una sencilla camiseta gris, que dejaba a la vista la cremosa y suave piel de sus hombros, el cabello lo había dejado trenzado, para que cayera largo hacia el costado izquierdo, usaba unos jeans que si bien eran ceñidos, no se veían de forma exagerada, pero si lo suficiente ajustados para que las palmas del hombre comenzasen a escocer en función de anhelo. Sí, él la deseaba. — Hola— la saludó interceptándola en el pasillo. — Tengo que ir a abrir. — balbuceó nerviosa al verse acorralada. — Lo sé, sólo quería saludarte…— ella enarcó su ceja, obviamente no creyendo una sola palabra de lo que su padrastro le decía. —… Y también decirte que te ves dolorosamente hermosa… gloriosa. Bella parpadeó anonadada, pero recompuso sus facciones al segundo. No le daría el gusto de verla desfallecer por él, no otra vez. — Muchas gracias, pero de verdad necesito ir a abrirle la puerta a mi novio. Bella intentó rodearlo, pero él siendo más alto y más fuerte, no tardó en envolver su angosta cintura con las manos. — Te debo una disculpa— murmuró en su oído, aprovechando la situación para plantar un lento beso en su cuello. La oyó jadear. Edward sabía que dentro de pocos minutos tendría que verla con otro, quizás presenciar como lo besaba, pero incluso así lo sentiría a él, a su beso, sí, un dulce castigo. Con una sonrisa ladina separó su boca de esa piel blanquecina, relamiendo sus llameantes labios, para degustar con egoísmo los vestigios del dulce sabor de que esa niña había dejado en su boca. No, no quería amarla. — ¿Edward? — llamó Tanya desde la habitación, y esa fue la oportunidad que Bella aprovechó para salir corriendo hasta la puerta. En ocasiones Edward se sentía como un vulgar acosador, esta era una de esas, como sea, tenía cosas mucho más importantes en que pensar, como para dejarse corroer por el remordimiento.


— ¿Qué necesitas? — gritó molesto, mientras observaba a su hija abrir las cerraduras para recibir a su invitado. Edward sintió náuseas. — Ponme los vasos, por favor. Acabo de manchar mi vestido, tendré que ponerme algo más sencillo. En efecto, diez minutos más tarde Tanya ingresó con unos casuales jeans a la sala de estar; sin embargo portaba una blusa de seda rosa pálido, aquello le otorgaba un aspecto juvenil sofisticado. Se sentía a gusto, quería dar una buena impresión, ni muy vieja, ni muy joven, pero sí lo suficientemente cercana para que el novio de su pequeña se sintiese cómodo en su compañía. Se extrañó al no encontrar a su esposo por ninguna parte. — ¿Y Edward? — preguntó extrañada, después de saludar al chico, aunque sabía por Bella que su nombre era Mike, no es que la chica lo hubiese soltado porque sí, aquello había requerido intensos interrogatorios. Observó a Bella, quien parecía tensa. — No lo sé, no se ha aparecido por acá. Tanya se excusó y les dejó solos, para ir en la búsqueda del desaparecido. Cuando lo encontró se llevó una gran sorpresa, las manos de Edward goteaban sangre. Sin embargo, éste en vez de limpiársela, se encontraba absorto observando los cristales incrustados en su palma. El grito que soltó su mujer fue todo lo que Edward necesitó para volver al mundo real. Ver a Bella besar a Mike había sido más de lo que él podía soportar, ciertamente él sabía que no sería una tarea fácil, en efecto, no lo había sido ni por asomo. Mike, ¡Nunca podría olvidar ese nombre!, queriéndolo o no lo acababa de convertir en su rival directo. Y pese a que Tanya se lo había repetido bastante, no había sido hasta que lo oyó brotar de los labios que hasta hace nada eran suyos, que se convenció de una cosa. La amaba, sí, ¡demonios!, sí que lo hacía. La fuerza y convicción de aquella espantosa revelación fue tal que el vaso que Edward mantenía en sus manos había quedado hecho trizas. Observó el rostro consternado de su mujer y una vez más sintió hastío por su propia persona. Tan ingenua, tan correcta, ella preocupada por su salud, mientras él no hacía más que desear a otra. ¡Por todo lo que es sagrado! Si al menos fuera sólo eso, si tan sólo se tratase de deseo, pero no. Ella tenía que ir y ser… ella, tan normal, tan auténtica. Tan perfecta y hermosa, tan niña; era inevitable, Bella sin proponérselo consiguió enamorarlo. ¡Cómo dolía amarla!, él no quería esto, ¡la deseaba lo más lejos posible de su vida! Incluso así, el simple hecho de no tenerla cerca… Dios, la sola idea le mataba.


Bella no tardó en dirigirse a la cocina, movida por un extraño presentimiento. Se disculpó con Mike y le pidió por favor que la esperase, pero nada la podría haber preparado para la escena que le tocó presenciar: el piso se encontraba con trozos de cristal dispersadas por doquier y pequeñas chispas de sangre cubrían éstos. Inmediatamente su vista se dirigió hacia Edward, en efecto, la mano de él goteaba en excesos ese oscuro líquido. — ¿No vas a ayudarlo? — interpeló a Tanya, con un tono mucho más exigente y autoritario del que ameritaba el momento. — Quisiera hacerlo, pero yo… tengo problemas con la sangre — confesó la mujer, visiblemente avergonzada. Bella se odió por haber sonado tan dura y es que Tanya mantenía ambas manos cubriendo su boca y nariz. — No te preocupes, yo me encargo—, la consoló con una sonrisa, ella la correspondió agradecida. —No es necesario. — soltó resuelto, mientras sacaba con torpeza y brutalidad los cristales de su mano. — ¡Edward deja eso ahí!, no ves que podría infectarse. — gimió su esposa, con sus tiernos ojos azules brillando aterrados, con las lágrimas al borde del estallido. — Calma mujer, no voy a morir. — Por favor, deja que Bella se ocupe de eso, ya es suficiente malo saber que no te puedo ayudar. Bella observó a su… amiga, y sintió en carne propia toda la culpa que ésta destilaba, que tremendo ha de ser ver sufrir al ser amado y no poder serle de utilidad. — Ve tranquila, explícale a Mike que los acompañaré en un momento. La rubia asintió con sus ojos aguados y sin dejar de taparse la boca con las manos, dio media vuelta en dirección a la sala principal, en donde Mike se encontraba esperando incómodamente sentado en el enorme y solitario sofá. Con una confianza que obviamente no poseía Bella tomó la mano herida y la estiró hacia el fregadero, para que con el suave hilo de agua, la sangre comenzase a diluirse hasta dejarle ver los pequeños cristales incrustados en la carne. — No deberías ayudarme — soltó Edward, después de un par de minutos en un silencio relativamente cómodo. —Lo sé, pero esto no se trata de si lo mereces o no. Es tu salud lo que está en juego, no es como si me hiciera feliz dejar que Mike deba esperarme. Al oír el nombre de su rival Edward retiró su mano por acto reflejo, haciendo que la mano de Bella se pasase a llevar sin quererlo con uno de los cristales aún insertados en su mano.


— ¡Auch! — gimió la chica, y unas pequeñas chispas de sangre aterrizaron en la palma del hombre. Al instante su carne la absorbió, dejando tanto a Edward como Bella mudos. — Lo siento— musitó con tono trémulo y visiblemente culpable, mientras observaba la herida de la joven. Ella continuaba sin emitir palabra. Aquello había sido muy extraño, pero sobre todo… íntimo. — No fue tu culpa. — Ahora compartimos sangre— admitió avergonzado. — No— le interrumpió la castaña, tomando su enorme palma, con la delicadeza suficiente para no dañar la yaga, y la posó sobre la suya, entrelazando sus dedos, y permitiendo que la sangre de él fuese quien llenara ahora a su propia herida. — Ahora sí lo hacemos. — respondió honesta. Y es que en momentos así ella dejaba de pensar. Solía imaginar que Edward la amaba tanto como ella a él, y la simple idea de que aquello pudiese ser posible hinchaba su corazón de esperanzas infundadas, como ahora, que pese a tener a Tanya y a Mike esperándoles en la sala principal. Todo en cuanto podía pensar era en adueñarse de los labios de quien debía llamar padre. Bésame, rogaba su inconciencia. Tócame, imploraba su corazón. — Vete. Las palabras irrumpieron como un cruel relámpago en medio de sus fantasías, fue crudo, pero también fue sincero… — ¿Perdón? — interrogó, sintiendo como esa burbuja que su maldita imaginación había creado se rompía producto de la cruel realidad. — Vete, tu novio te espera. — el tono que él empleaba era frío, rudo, no daba espacio a réplicas, aún así ella lo intentó: — Pero, tú… — Yo estoy bien, y tu herida ya no sangra, yo te alcanzaré en unos minutos. — Edward… — Sólo déjame tranquilo, ¿está bien?, vete, por favor. — él no la quería cerca suyo… Bella salió corriendo en dirección al salón; sin embargo, tuvo que desviarse hasta el baño para limpiar las lágrimas que habían comenzado a surcar su rostro. Edward la observó partir y no necesitó ser un genio para saber que la niña lloraba, pero incluso así, lo prefería mil veces. Tenerla tan cerca lo ponía idiota, como un maldito


loco. Y él no quería perder la cordura, no cuando aquello significaba perder el control al borde de desear hacerle el amor en el frío y sucio piso de la cocina, no cuando su esposa y el novio de su hijastra les esperaban a escasos metros. No, él no quería amarla. … "…Mi mente es prisionera de un corazón fuera de control. No quiero amarla, no la quiero aquí en mi vida…" …


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