Sweet Temptation_08

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Sweet Temptation ~Amiga~ . — Insinúas que te besé por mero deseo, ¿Estás consciente de que nos estás comparando con un par de animales que se mueven únicamente esclavos de las necesidades de su cuerpo? — Me parece mil veces más sensato que creer que te estás enamorando de la persona que podría ser tu hija. ¿No piensas lo mismo... papá? La sonrisa nerviosa- y rayando en la histeria- de Edward, interrumpió el incómodo silencio que se había formado entre ambos, como resultado a los duros pero también demasiado sensatos dichos de la joven. — No pretenderás llamarme así ¿cierto? — preguntó acomodándose en la cama. E intentando de manera discreta mantener cierta distancia de Isabella. — ¿Por qué? ¿Acaso tengo apariencia de estar bromeando? — añadió la castaña enarcando una ceja. — No, pero eso ridículo. ¡Vamos Bella tengo veinticinco años!, y tú pronto serás mayor de edad. No puedes en verdad llamarme de ese modo, soy demasiado joven, sonaría estúpido. — Pero eso haría feliz a Tanya, así es como se supone que debe ser— musitó bajito. Mientras desviaba su vista hacia el mueble donde descansaban los accesorios de su amiga. — No conseguiremos olvidarlo… ¿no es así? — inquirió meditabunda. Él observó atento cada como cada una de las facciones en la joven se iban tornando compungidas. La opacidad de sus ojos, el ceño fruncidos, y las casi imperceptibles gotas salinas que amenazaban con escaparse de un momento a otro. Edward fue débil, y sabía muy bien que más tarde se odiaría por eso, pero su deseo interno era mucho más intenso y superior a todo deje de razón. Y bien sabía Edward que aquel fuego que inundaba su pecho, estaba lejano de ser atribuido a sus instintos paternales. Rendido como se encontraba atrajo a la pensativa muchacha hacia su cuerpo, presionando la espalda de esta contra su pecho, y repartiendo ínfimas caricias sobre sus cabellos, tenues y delicadas, pero con una ternura que a la nerviosa niña le hicieron pensar en cientos de cosas, menos en Tanya.


Enterró su rostro en la sedosa ya larga melena marrón, y se dejó narcotizar por la poderosa y exquisita esencia que destilaba esa zona, dulce, floral e irresistible. Un aroma tanto femenino como fresco, su perfume enfrascaba toda la juventud que poseía. Las notas de lavanda se acentuaban con cada roce que la nariz del hombre se esmeraba en impartir, comenzando en su nuca, y luego con demasiado sigilo, con demasiado deseo, y absolutamente nada de culpa, fue bajando por su cuello. Hasta finalmente reposar en la hendidura de su cuello. Suspiró contra la piel de la muchacha, y ella al instante se tensó. — Dudo mucho que podamos— susurró con voz tierna, mientras envolvía el frágil cuerpo de la criatura con sus brazos. — Pero, tenemos que intentarlo— añadió y besó con inmensurable adoración la nuca de la adolescente. Bella mordió su lengua con tal intensidad que consiguió abrir una hendidura en ella, el salino gusto entre oxido y sal embargó su paladar. Tragó pesado, mientras intentaba hallar un acopio de razón en su organismo. Difícil labor con el tibio hálito de su padre golpeando contra la curvatura de su cuello. Tímida y nerviosa se giró para observar su semblante, con el cuerpo aún cautivo bajo su férreo abrazo, consintió a sus ojos encontrarse con el vivo berilio que la observaba con devoción, se permitió acercarse más hasta el entristecido y afable hombre que pese a reflejar idolatría con su mirar, sus facciones denotaban profunda e inexorable tristeza. Y con una desconocida confianza implacable liberó una de sus manos para posarla sobre la blanca piel de él. La espereza en la zona de su barbilla, fue para Bella el claro ejemplo del aspecto maduro y sexy que le otorgaba a Edward los indicios de una barba a ras, mientras que para él aquel detalle simbolizaba lo distraído y perdido que se encontraba, con la mente en cientos de motivos y situaciones. Demasiado preocupado por razones que obviamente superaban en su lista de prioridades a una banal afeitada. — Me gusta esto— confesó avergonzada. Las mejillas de Bella se tiñeron de un borgoña que a Edward se le hizo irresistible, casi tan hipnotizante como el poder que envolvían las palabras que esbozaban sus carnosos y cálidos labios, porque él había tenido la oportunidad de probarlos… y sabía de primera mano el mar de impetuosa y ardiente lava que estos proveían. Los ojos del hombre no liberaron de su abrasadora intensidad a Isabella, situó su mano sobre la de la chica, mientras esta aún descansaba sobre tu rostro, y cerró sus verdes esferas para deleitarse un último segundo de aquella bendita y prohibida caricia. — A mi me ciega. Tu roce me fascina tanto que duele… —admitió maravillado, por la exquisita delicia que le otorgaban las delicadas manos de la chica al posarse sobre su piel. Los dedos de ella se congelaron en el acto, se suponía que debían aclarar las cosas, pedir disculpar y dar media vuelta. ¡Admitir su debilidad y olvidar, no repetir su idiotez por segunda vez!


Las pequeñas manos se deshicieron de las suyas, y en cuanto la calidez de su cuerpo abandonó el fornido pecho del muchacho, el verde océano de esmeraldas se abrió con sorpresa, ahora oscurecido por el deseo, pero siempre alertas, para así no perderse un solo detalle de la menuda criatura que se encontraba sentada al otro extremo de la cama, con serios riesgos de caer al piso. — Lo siento… no volverá a pasar, sólo quería— el suspiro de Edward y el hormigueo en el cuerpo de la joven aumentó a un punto que se volvía doloroso. Le deseaba tanto… — Ni siquiera tengo certeza de lo que quería. — confesó rendido mientras tiraba de su cabello en un gesto tan desesperado como el que había hecho minutos atrás, al pasar sus manos sobre su cara, como si con ello pudiese arrancársela. Bella se sintió más culpable aún, el estaba sufriendo, ella estaba sufriendo y Tanya… esto la mataría. — Será mejor que me vaya a dormir— afirmó convencida y es que nunca estuvo tan segura de algo en toda su corta, difícil y experimentada vida, como lo estaba ahora, sobre el hecho de que tenía que salir de ahí. Debí hacerlo, antes de cometer un acto irracional que no le traería en absoluto buenos resultados. — Si, eso… estaría muy bien. Te desearía las buenas noches, pero por lo que indica el reloj ya dentro de poco serán buenos días— los ojos de la castaña se clavaron en el despertador que se situaba sobre el velador junto a la cama, y en efecto faltaba la nada misma para que las seis de la mañana se cernieran sobre el dúo. Las horas habían pasado como verdaderos segundos en compañía de Edward. Lo que la sensual castaña ignoraba, era que él no le había deseado las buenas noches, porque aquello verdaderamente terminaría por matarle, desear las buenas noches era lo más cercano a leerle un cuento antes de dormir, o cantarle una canción de cuna. Y maldita sea, ella no era su hija, ¡ni siquiera era una niña! La mañana siguiente fue algo que Bella no supo definir. Por mucho que le costase entenderlo consiguió dormir a la perfección, era tan vergonzoso admitir que le había bastado con verlo para conciliar el sueño…Sin embargo, la dimensión desconocidacomo había bautizado Bella a aquel día- no acababa ahí. Al parecer el cansancio le pasó una mala jugada a la adolescente, ya que no se despertó hasta bien entrada la tarde. Peor aún fue cuando lo hizo, ya que una vez duchada y vestida se dirigió hacia la cocina, sólo para encontrarse a un muy tierno Edward envolviendo el cuerpo de quien era su mujer con sus brazos. Es lo correcto— pensó la chica para si, luchando contra la oleada de furia que amenazaba por hacerla perder el control. Su esposa, tu amiga, es Tanya— se repetía sin tregua.


Y era lunes, lo lógico era que Tanya volviese. Tanya…, el solo nombre le provocó una puntada tan dolorosa en la zona donde habitaba su corazón que se vio obligada a dar media vuelta en dirección a su habitación. Ella había traicionado a su amiga, peor aun tenía el descaro de sentir celos por su persona, cuando nadie más que ella misma había traicionado su confianza, desando a quien no debería ver con otros ojos más que como padre… — ¿Bella? — musitó una voz dulce y un tanto compungida. Impidiendo que continuase con su camino hacia la habitación. Maldición la habían notado… se recriminó la acongojada adolescente. Ella pensaba girar y saludar a su amiga, mal que mal no la había visto desde hace dos noches, pero todas sus palabras se quedaron atascadas en su boca. Con los labios incapaz de despertar y articular alguna frase sensata observó el rostro de su amiga, por primera vez desde que esta había regresada, ya que minutos atrás se encontraba escondido en el pecho de... Edward, como le dolía a Bella el sólo pensar en aquel nombre. Ignoro su dolor propio y se limitó a observar a la hermosa rubia que tenía frente a ella, sus preciosos ojos antes celeste hoy se mostraban profundamente irritados, ¿Acaso Edward le habría contado lo ocurrido?—pensó aterrada, ante el martirizado semblante que traía su amiga. Claramente Bella Swan estaba convencida que debería de buscar el real significado de esa palabra, ya que bien sabía la castaña que estaba desgastando aquel termino a un punto en que se le podría considerar una blasfemia. La oscuras ojeras que enmarcaban sus ojos lograron que la joven se obligase a sí misma a desviar la mirada, se estaba pasando en lo descortés. —Bella…— volvió a musitar la tierna mujer, e Isabella no pudo más que envolver arrojarse a los brazos de su amiga. Sin saber del todo lo que ocurría, sin comprender si era o no su culpa, se dedicó a reconfortarla. Como la reina de las hipócritas acarició las exquisitas ondas que se formaban en los confines de aquel cabello rojizo. Al menos le debo una disculpa—pensó para sí, antes de depositar un tierno beso en la cabeza de la única persona que había mostrado signos de preocupación en los últimos cinco años. — Lo siento— susurró apenada, mientras oía los insistentes sollozos de su… ¿hermana?, porque amiga no podía volver a llamarla, y madre, aquello era un imposible… — No es tu culpa, Edward me explicó todo. —sollozaba la rubia. Entonces una oleada de terror se apoderó de la castaña, la culpa llegó a puntos imposibles y la vergüenza, cielo santo, La criatura sentía verdaderos deseos de vomitar, aún cuando ni siquiera había desayunado.


— Tranquila mi niña, yo sabía que este día llegaría más temprano que tarde— el agujero en el pecho de Isabella se volvía cada vez más profundo. ¿Cómo podía hablar del tema con tal nivel de serenidad? La muchacha se removió incomoda de los brazos de su amiga, sintiéndose de pronto sucia en sobremanera. — Además, ¡tú no tenías como saberlo! Y en eso debo darle el merito a Ed, fue él quien insistió en mantenerte al margen de la situación las ultimas horas, lo cual agradecí. Puede que no lo demuestre, pero se preocupa mucho por ti corazón— lo ultimo lo añadió en un tono tan maternal y dulce, que a Bella se le estrujó el corazón. Sin embargo, no terminaba de entender lo que Tanya decía. — Además, fue muy considerado de su parte quedarse contigo, ya que yo tenía a mis hermanas y el resto de los chicos para ayudarme con el papeleo. Siento mucho no haber podido estar para ti el día de ayer, tengo entendido que Alice te hizo sentir un tanto incómoda. Ella hizo memoria y recordó las certeras palabras que había dicho la pequeña mujer al visitarla el día anterior… Incómoda era poco para definir su estado, ella se había sentido jodidamente expuesta, pero no podría decirle aquello a su amiga-a Tanya. Se corrigió al instante. — Tanya, no tengo palabras para disculparme, yo te juro que— ¡Isabella Swan, te prohíbo que continúes disculpándote! .No tenías como saber que mi padre había muerto, no era tu obligación estar ahí. ¡Por todos los cielos corazón, eres sólo una niña! .No es tu culpa ¿me oyes?, así que deja de martirizarte, y ahora vamos a la cocina a prepararte el desayuno, que mañana será el funeral de papá, por lo que tendremos que ir hoy mismo a matricularte al instituto, ya que luego me será imposible encontrar tiempo libre.


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