Sweet Temptation_16

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Sweet Temptation ~Ayuda~ . — ¿En serio crees que menos es más? — jadeó en su boca, aún de pie, con el cuerpo de ella envuelto entre sus brazos, rozando cada tanto contra la mesita del teléfono. Sí, él se sentía en el cielo. — Bella… ¿Te conformarías con menos? ¿No te parece que mereces mucho más que eso? Yo puedo ofrecerte más, aunque tú para mí lo que mereces es todo… Todo. Bella quiso contestarle, deseó decirle que ella también creía eso, que "más" era la nada en comparación a tenerlo "todo", pero que entendía su situación, que tal vez no obtendría su amor de la noche a la mañana, pero aceptaría lo que sea que fuera que Edward estaba dispuesto a dar. Porque cegada por el deseo la adolescente lejos de pensar solo sentía, con la piel ardiendo en carne viva y cada una de sus terminaciones nerviosas a flor de piel y ansiosas por más fricción no existió en aquel entonces más verdad que la ya dicha… Esa obvia realidad que se situaba presente en ese par de amantes, ocultos, perdidos el uno sin en el otro. Aquella verdad tan cierta, que no podía ser de otra forma por la misma razón que no podría pasar a mayores… Isabella Swan supo en ese preciso instante que estaba enamorada. Incluso enloquecidamente excitada, y aún molesta porque su padrastro le colgase el teléfono ella no podía dejar de pensar: más, más, ya no quiero más lo quiero todo. ¿Podrían culparla?, cuando todo cuanto hacía era huir, y Edward cual cazador al asecho no hacía más que provocarla. No, ella no era una victima, simplemente estaba perdida; en sus ojos, en sus manos, en la dulzura de sus palabras. Inexperta en las artes amatorias, era una mariposa más que se perdía en esa luz artificial; duro, frío, pero real. Los cuentos de hadas no solían hacerse realidad y ella estaba muy lejana a ser una princesa. Sin embargo, las cosas ahora habían cambiado, al descubrir y sobre todo asumir que se encontraba enamorada de quien supuestamente figuraba como la imagen paterna, el terror que la invadió fue lo suficiente intenso para romper el beso de modo abrupto. Una cosa era desearle, incorrecto e inmoral, nada de lo que pudiese enorgullecerse, pero otra muy distinta era amarle. Amor y deseo no se mezclan. Ellos no podían continuar viviendo bajo el mismo techo… — Hey — musitó Edward, aún cercano a su boca e intentado capturar en un sensual movimiento sus pequeños y enrojecidos labios. Bella le evitó.


Las manos de Edward asidas a su cintura la atrajeron hacia él, y esos pequeñitos y delgados puños no tardaron en ejercer presión contra su pecho. — No puedo seguir con esto, de verdad… Lo siento. Con su corazón aún embravecido y su bajo vientre jadeante, Bella se deshizo de la captura de sus manos y quedó apoyada contra la mesa, intentando acompasar su respiración y esforzándose por que la ardiente mirada que esas dagas de jade le otorgaban no la persuadieran de arrojarse una vez más a sus brazos. Aquello era un trabajo difícil, no debería luchar contra él, tal vez si se rindiera simplemente y… Bella alejó sus cavilaciones carentes de inocencia y se obligó a pensar ¡Era un trabajo condenadamente difícil teniendo ese torso tan duro y fornido a una distancia peligrosamente nula! — No lo sientas. Esto no podía ser real ¿Cómo demonios se atrevía a pedirme que no lo sintiera? ¿Acaso no conocía la palabra remordimiento?, ¿No le corroía la culpa? — Si no me arrepiento yo que se supone soy el adulto… menos deberías hacerlo tú. No es tu culpa que Tanya decidiese traerte a casa, tampoco lo es el que yo te deseara desde el primer minuto en que te vi, ni que yo sienta tantas… cosas cuando tú estás cerca. Por un instante ella le creyó, por un único momento ella se dejó ir. Como hacía unos minutos cuando se entregó a sus besos… sus caricias, sí, una vez más se encontraba en esa misma situación. Tal vez no se estaban besando, pero no necesitaba de eso para sentirse expuesta, vulnerable. Con ese profundo esmeralda traspasándola sin contemplaciones y calándole hondo ella se vio a si misma siendo solo una mujer en los brazos de un hombre, donde no existía ni un pasado ni un futuro. Sin Tanya, Emmet, inclusive Mike. — Olvídate de todo Bella. Deja de pensar con la cabeza mi niña. ¿Y si tan solo se tratase de Edward y Bella? Tal vez en alguna otra vida, con un contexto diferente… si las cosas fuesen distintas. — ¿Por qué haces esto? — claramente no lo eran. El tenía esposa y ella… ella tenía que seguir con su vida. — ¿Qué es lo que hago? — ¡Eso!, mirarme así, con esos ojos tan… intensos. Me provocas, me tientas cada vez que tienes oportunidad, no me haces las cosas fáciles. — su frustración era tal que podía palparse en el aire, estaba molesta consigo misma. Edward le sonrió pícaro antes de tomar un mechón de cabello que surcaba su avergonzado rostro, y se tomó su tiempo antes de acomodarlo tras su oreja.


Deleitándose ante la evidente falta de aire que parecía padecer la adolescente, y su corazón… Dios, que hermoso le resultaba el desaforado batir de aquel órgano, poco a poco se había ido convirtiendo en un esclavo de aquella melodía. — ¿Insinúas que te seduzco? Vaya, eso es muy… cierto. No te lo negaré, me fascinas, y si no fuera por que estoy casad— No lo digas. —un dedo cálido y pequeño situado sobre sus labios sellaron las palabras que peleaban por salir. — Pero- ella volvió a interrumpirle, añadiendo un dedo más sobre esos rojizos labios que moría por deseos de besar otra vez, solo una vez más. — Por favor Edward, no hagas que caigamos más bajo aún. Ya es suficientemente malo saber que casi me acuesto con mi padrastro, como para añadir que ahora piensas en que hubieses hecho de no haber estado casado. Edward comenzó a besar la yema de sus dedos, y justo cuando pensaba en llevárselos por completo a la boca Bella los retiró ruborizada. — ¡¿Por qué te empeñas en hacer lo correcto?! — inquirió desconcertado. Degustando en su paladar los vestigios de aquel dulzor que emanaba la piel de su hijastra. — ¡¿Por qué te empeñas tú en hacer lo que está mal?! Ayúdame de una maldita vez, ¡Por favor! Edward se llevó ambas manos hacia la parte trasera de su cuello y observó el techo, blanco y parejo, sin imperfecciones… Ajeno por completo al mundo real. — Está bien, ¿Qué propones, qué te deje en paz?, listo. Lo haré. — Las palabras salían y salían de su boca. Parecían quemar si no las dejaba salir de una maldita vez. — Quiero… quiero que convenzas a Tanya de detener los trámites de adopción… Yo no puedo continuar, esto de verdad me supera, la culpa me está matando. — Eso no es problema. Tanya me pidió a mí que me encargase de ver el papeleo. Como abogado tengo influencias, comprenderás que no me iba a arriesgar y dejar tu caso en las manos de cualquier otro que no fuese yo. Llevo tiempo retrasando los papeles, y de vez en cuando haciendo desaparecer otro par. Confía en mí, veo muy difícil que pases a llevar el apellido Cullen. Bella pensó que aquello debería estar bien, que era eso lo que quería ¿Entonces por qué dolía? El hecho de que Edward jamás la hubiera considerado realmente parte de su familia debería aliviarle, o quizás fuese por el modo en que descartó sin vacilar siquiera la mera posibilidad de otorgarle su apellido. Bella Cullen.Un imposible.


Mordió la cara interna de su mejilla, al no saber bien que contestar, fue entonces que ambos oyeron un vehículo estacionarse. Era Tanya. Ante el peligro inminente de ser sorprendidos ambos se aprestaron a alejarse, o al menos Bella así lo pensó. La joven no notó el modo en que su joven padre fruncía los puños en señal de frustración. Sí, él había sido un torpe. Se mantuvo inmóvil cuando Bella se alejó en dirección a su habitación, y continuó estático cuando su esposa bajó del vehículo y se acercó a la casa, Edward se arregló su vestimenta e intentó peinar su cabello… en vano, finalmente corrió para abrirle la puerta. Ella dio dos pasos débiles en dirección a la puerta de la entrada, el clima estaba frío, despiadado, sin consideración alguna por la pobre alma que yacía en desgracia. Alzó su vista y encontró ese profundo mar esmeralda esperando por ella. Edward lo sabía. Podía verlo en su mirar, en sus ojos, su rostro, él entero demostraba no compasión, sino mucho más que eso… apoyo. Aquella nueva revelación, fue casi tan desgarradora como la primera, si comprender que todo aquello que había creído le había resultado desgarrador, saber que su esposo lo supo antes que ella superó con creces sus niveles de vergüenza. — Fui tan entupida… tan tonta. — susurró con sus ojos puestos en el hombre que la esperaba con la puerta abierta para ingresase. — Ven aquí— pidió abriendo los brazos, dulce y cariñoso y Tanya supo que no podría pertenecer a otro lugar, no vaciló un instante antes de enterrar su rostro en ese tibio pecho, mientras esas amplias y consideradas manos trazaban círculos en su espalda. La dureza y calidez impresas en el torso de Edward se le hacía exquisitamente familiar. Era parte de ella, de su vida; su salvación. Inhaló otra vez esa fragancia fresca y almizclada que expelía su cuerpo, y se permitió a si misma perderse en el perfume de su esposo por una cantidad indeterminada de minutos. De vez en cuando llorando, gimiendo, suplicando con desgarradora desolación que aquello pasase, y simplemente poder olvidar. Pero no podía. Las tibias gotas femeninas comenzaron a humedecer poco a poco la tela su camisa. Eres un maldito hijo de puta. Pensó con verdadera repugnancia hacia su persona, retractándose en el acto, Esme no merecía aquello, más bien era un cabrón egoísta, la peor de las escorias. Sí, aquello estaba mejor, mucho mejor. — ¿Cómo pude cegarme tanto?, Dios. ¡Era obvio que mi embarazo era un imposible! Edward guardó silencio. Ya era suficientemente malo fingir que todo iría bien, cuando era obvio que no era así, como para más en cima añadir una mentira más con su boca. Le haría caso a Bella, la dejaría tranquila…


Le daría paz. Por ella, por Tanya. Lo que él deseaba o necesitaba era algo que no tenía vital importancia, ya venía siendo hora de que se comportase como un hombre. — ¿Sabes una cosa? — inquirió después de un rato, aún en el pórtico, y sus brazos descubiertos a pesar del frío. — Vamos a dentro, allá me explicas cielo. Ella ignoró las palabras de su esposo, y mientras él le tomaba la mano para disponerse a entrar ella habló: — Llegué a pensar que se trataba de un milagro. Edward quiso morir. Los días que sucedieron a ese no fueron mejores, un mes después con el cumpleaños de Edward número veintiséis ya acontecido, las cosas en el matrimonio parecían querer mejorar. Si por eso se entiende que Tanya había asistido a terapia y poco a poco iba disminuyendo su dosis de antidepresivos y diazepán… porque para ese entonces Edward ya había descubierto aquella debilidad en su chica, otro motivo más para convencerse de que estaba haciendo lo correcto. Ignoró el obvio distanciamiento que se había producido entre Bella y él, o al menos fingió hacerlo. Nunca… nunca podría pasar por alto aquello, su indiferencia, su lejanía. Dios, dolía tanto. Ni Tanya hizo mención de querer informar a Bella sobre la situación acontecida, ni Edward recomendó hacerlo, era un hecho que ambos preferían dar el tema por zanjado lo antes posible. Observó el papeleo que yacía en su escritorio, y fue en la hoja número treinta y dos cuando se obligó a si mismo a contener el aliento. Se quitó los lentes de lectura, y frotó sus ojos por en cima de sus párpados. No se trataba de cualquier papel, eran los antecedentes de Bella, su historial completo. En los que no solo quedaba la constancia de cada sitio en el que ella había vivido, sino que en una hoja en específico se señalaba un caso donde una pequeña de apenas siete años de edad se mostraba complacida y ya acostumbrada al ambiente de aquella bondadosa familia, una de entre tantas que le había abierto las puertas de su hogar, en efecto. "Habían", verbo en pasado, porque en cuanto la mujer de aquel matrimonio quedó en cinta no les quedó otra opción, nótese el sarcasmo, de devolver a esa inocente criatura al orfanato. Edward dejó caer su cabeza hacia atrás, en aquella enorme silla situada tras su escritorio y acomodó su cuello contra la colcha del respaldo. Inhaló tanto aire como sus pulmones le permitieron, y sintió vergüenza cuando una densa lágrima se extendió por su rostro. No se avergonzaba por llorar, sino de si mismo…porque él estaba pronto a hacer lo mismo.


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