Sweet Temptation_14

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Sweet Temptation ~Ilusión~ . Su boca se curvó en una dulce sonrisa. La verdad era que ella no sabía que hacer con tanta dicha, guardó el preciado regalito en su cartera y se encaminó hasta el vehículo, quería llegar pronto a casa. Ansiaba tanto ver el rostro de su esposo cuando le diera la noticia ¡y el de Bella! Las largas ondas rojizas en que terminaban sus cabellos se movían a la par de su caminar, era un vaivén rápido, pero acompasado. Tenía prisa por llegar. Ese día no había asistido al trabajo, ni mucho menos había ido de compras. Aquello era una mera excusa para que Emmett se dejase de interrogarla. Necesitaba hacer esto sola; aun cuando secretamente anhelaba que Edward la rodeara con sus fuertes brazos, mientras esperaban los resultados, pero optó por callar, había albergado sus dudas… Dudas que acababan de ser disipadas. De todas formas, ya era tarde. Las cosas habías tomado su curso natural y la improvisaba visita de la joven a casa de su madre otorgó el tiempo; la intimidad y el espacio necesario. Mientras su madre tomaba una siesta, ella había aprovechado la instancia, encerrándose en el baño con ese pequeño test rectangular, que en cosa de minutos determinaría si su vida cambiaría de curso…o no. En efecto, Tanya confirmó con infantil gozo sus sospechas. Nunca había sido creyente, pero hoy más que nunca comenzaba a creer en los milagros. Inhaló profundo con ambas manos sobre el volante, la vista fija en el camino no fue suficiente aliciente para contener sus emociones, era demasiado fuerte todo esto. Con gesto torpe, secó con el dedo anular la rebelde lágrima que se escapaba escurridiza por sus ojos. Fue inevitable que esas pozas azules se posasen sobre la argolla de matriomonio, sonrió, todavía llorando. Parecía un sueño. Las cosas no cambiarían, eso lo tenía claro. Bella, su pequeña Isabella continuaría viviendo con ellos. Simplemente, serían… ¡incluso mejores! — Y pensar que lo di todo por perdido— le habló a la nada, con los ojos pendientes en dirección al parabrisas. Recordó aquel día en que les comunicó a sus amigos la decisión que habían tomado con Edward, y como estos la decepcionaron en gran manera; rememoró en su inconciente las miradas de reproche que recibieron y las advertencias. Sin embargo, aquello fue la nada misma en comparación a la cantidad de necedades que tuvo que oír luego de que se concretara el funeral de su padre. Obviamente, una vez que sus amistades conocieron a Bella, aumentaron el nivel de sus ataques.


"Estás loca", le había dicho Angela. Visiblemente alterada, junto a una molesta Rose. Tanya entendía muy bien porque su pobre cuñado no la tomaba enserio, la chica era un dolor de cabeza. "¿En que pensabas cuando trajiste a esa chica a tu casa? ¡Podría ser tu hermana, y Edward, Dios Tanya tu estás mal de la cabeza!" "Estás poniendo en riesgo tu matrimonio. No necesitas hijos amiga, y si lo hicieses, podrías hacerlo, pero con niños pequeños. ¡Dios!, mujer, eres tan joven." Angie insistió con sus advertencias y consejos, unos que obviamente nadie le había pedido, pero por desgracia, para lo que no estaba preparada ella, era para soportar el discurso de Alice. — ¿De todos los posibles candidatos, tenías que ser tú quien se uniera al grupo de "deshagámonos de Bella"? — había exclamado Tanya,un tanto exasperada esa tarde. Una semana después del funeral, sentada en el escritorio de su oficina, en la misma que tantas veces repasó el expediente de Bella, lo único que deseaba era deshacerse de su desagradable visita. Nunca lo esperó de ella. — Sabes que no es así. Te quiero como a una hermana, y es por eso que vine… No es normal Tanya, no es natural. Es demasiado mayor para que tú o Edward la vean como tal, sobre todo él. Cariño, él no la conoció como tú. — las palabras de Alice habían sido suaves en comparación a las de Ángela, Ben, e incluso Esme. Mas, eso no quitaba que doliesen. ¿Es que nadie podía darle crédito a su resolución?, obviamente… no. Sin embargo, eso no detuvo a la joven que tanto amor le ponía a una causa justa. Tanya secó una segunda lágrima, mientras poco a poco se acercaba más a su hogar. Suspiró, pensando en el porqué de las cosas, y en como conseguiría revertir algún día las insulsas cavilaciones del resto de sus amistades. Para quienes observaban la situación desde afuera, con ojo imparcial. El actuar de Tanya era por decirlo menos… "ingenuo". Pero, para Tanya, quién había visto crecer a esta pequeña con el correr de los años, mientras se lo pasaba de casa en casa; la situación no tenía un ápice de maldad. ¿Cuántas veces no se vio ella misma cepillando su pelo, o limpiándolo de pediculosis?, ¿Cuántas otras no curó sus heridas, por su innegable torpeza? , en efecto. Tanya podría ser joven, pero ella la sintió como suya desde siempre, porque sin siquiera haber entrado a la universidad supo que había sido creada para eso, ayudar al prójimo. Esa era su vocación, sin necesidad de ser creyente, ella lo sabía. Utilizaba sus tardes libres para ejercer voluntariado en el internado cercano a su instituto, y fue una tarde lluviosa, en que una pequeña de siete años captó su atención. De carita sucia y ojos tristes, se encontraba inmóvil en una banca. El resto de las niñas corría en cuanto veían que llegaba una visita, y no tardaban en invadir sus bolsillos, casi siempre repletos de dulces. Pero, por alguna extraña razón-que se propuso averiguar sin importar cual fuese el precio- la niña no se veía en absoluto interesada.


Anonadada y en extremo preocupada, la en ese entonces adolescente, se acercó hasta ella. Notó con lastima y dolor, que la nariz de la pequeña castaña se encontraba irritada, y colmada de catarro, buscó entre sus bolsillos un pañuelo; sin embargo, para su consternación. La niña se adelantó a sus intenciones y limpió los restos de un mal cuidado resfriado con su manga. El corazón de Tanya se rompió en ese preciso instante. — ¡Quiero ver tu cara cuando sepas la noticia! —masculló entre sollozos al aire, pensando en su niña, con la vista un tanto nublada. De pronto su rostro se encontraba empapado. — ¿En que momento comencé a llorar con tanta intensidad? — Aparcó el auto en una esquina, mostrando prudencia y cuidando su salud hoy más que nunca. Acaba de recibir la tercera mejor noticia de su vida, la primera… había sido el día que Edward pidió su mano en matrimonio. La segunda, el día que le concedieron la tutela de Bella. Tanya había decidido hacía mucho que el resto del mundo no importaba, después de todo, no nació ligada al resto. Todo cuanto conocía le había fallado alguna vez: su padre al abandonar su familia; su madre al permitirle regresar y obligar a amabas a cargar con el peso de su culpa. Más tarde su primer novio le había enseñado de la peor forma que no debía confiar, encontrándolo en la supuesta clase de geometría, con quien él solía llamar su prima… Todos, todos le habían fallado… menos Edward. Él era su sol, su vida. Sin él y Bella, Tanya no tenía razón de existir. ¿Cómo podrían culparla por amar tanto?, ¿era acaso eso un delito? Porque por mucho que la juzgasen de ingenua, no existía otro motivo. Para la joven, Bella seguía siendo esa niña que vio correr y caer una y mil veces, la misma pequeña a la que tuvo que cortar el cabello como un niño porque sus nudos eran ya un caso perdido, y también sería siempre la adorable criatura que lloró una semana entera durante las noches, cuando le llegó su período… Por desgracia, Bella no tenía una memoria tan fiel, muy por el contrario, en cuanto Tanya la vio ingresar por la puerta de su oficina, con actitud enfuruñada, supo que le costaría horrores tratar con ella. La mirada de asco que le ofreció la castaña al clavar su vista en la credencial que mantenía sobre su traje, fue todo cuanto necesitó para comprender que la adolescente aborrecía a los asistentes sociales. ¿Y cómo no hacerlo?, si había estado en más de quince hogares distintos, todo eso en menos de dieciséis años. — Mi pequeña traviesa— suspiró melancólica, antes de encender el vehiculo. Ya había llorado demasiado ¡Debería estar feliz! — se recordó esperanzada. Una genuina sonrisa se instauró en sus labios, cuando pensó en lo mucho que había cambiado Bella, y como en los últimos ocho meses se había abierto de un modo increíble con ella. Eran mucho más que amigas y si bien, Isabella no le vería en un


futuro cercano como una madre, al menos sabía que la veía como lo más parecido a tener una. La sola idea llenaba de gozo y satisfacción su pecho. Verdaderamente estaba teniendo más de lo que merecía, mucho más. Estacionó el carro, en el jardín de su casa, y se encontraba tan inmersa en su propio mundo, que no notó las pequeñas gotas de sangre que ensuciaban los escalones aledaños a la puerta. No quiso tocar el timbre, pues recordó que por el horario, Edward aún se encontraría en el trabajo. Y por como iban las cosas: — lo más seguro es que Bella y Emmett… El sonido de la llave en el cerrojo hizo saltar en su lugar a Edward y su sonrojada acompañante, ambos demasiado cercanos el uno al otro; prontos a unir su labios, se alejaron al instante. Con el latir de ambos corazones irrumpiendo en ese desgarrador y traicionero silencio, solo se limitaron a mirarse, con verguenza y culpa... Pero, jamás remordimiento. Ya no más. Él acaba de ducharse, y queriendo hacer sentir mejor a Isabella, y de paso demostrarle que no estaba molesto con ella, se había acomodado en la cama de la joven; a su lado, envolviendo su frágil silueta entre sus brazos. Después de casi hacerla suya, Edward se esmera el doble en cada roce, caricia y gesto. Intentando con cada acción emitida demostrarse a su pequeña que no importaba… Que esperaría, que estaba aquí, ahora, con ella; para ella. Después de implantar incontables besos sobre su frente, el interior de su cuello, tras el lóbulo de su oreja, su barbilla, entre sus cabellos, las mejillas y nariz. Finalmente, queriendo eliminar la repentina distancia autoimpuesta, se disponía a acariciar con ternura y suavidad esos tersos labios. Tanya ignorante de todo cuanto sucedía a espaldas suyas, abrió la puerta principal. Edward, que había oído a la perfección el crujir de esa molesta-y hoy en exceso útilllave contra abriendo la cerradura, había salido corriendo en dirección a su recamara. Dejando sin compañía alguna a una aterrada adolescente, que no cesaba de comerse las uñas por culpa, nerviosismo, y remordimiento. — Hola mi amor. — Musitó contra el cuello de su esposa, asustándola, cuando esta se disponía a entrar. Él la había estado esperando tras la puerta de su alcoba, como perfecta excusa para que ésta no hiciese preguntas de más. — Hola mi vida—, saludó risueña, mientras sentía como esos fornidos brazos de ceñían fieros en torno a su cintura. Sonrió, cuando la corta barba Edward rozó se mandíbula, causándole cosquillas. — ¿Qué haces aquí tan temprano? — Uno de mis clientes canceló la cita a último minuto, ¿Y tú?


Tanya inhaló profundo antes de responder, caminó en dirección a la cama, con el cuerpo de su esposo aún apresándola por detrás. — Hoy no fui a trabajar— soltó con rapidez, sintiéndose repentinamente con exceso de euforia, se sentía libre. Edward se alejó un poco, sin soltar su agarre. Únicamente para intentar pensar en que decir. Debía ser honesto, no le había prestado mucha atención a sus dichos, se había esmerado demasiado en distraerla, y a la vez en mostrarse tranquilo-y no nervioso, como estaba en estos momentos, anhelando a la adolescente que dormía en la habitación contigua, más y más; con cada minuto que pasaba-. — ¿Por qué? — Tenía que comprobar algo...— el cuerpo de él se tensó al instante. Sospesando una a una las posibilidades de que Tanya lo hubiese descubierto. Imposible. De ser así estaría deshecha, posiblemente… — Edward ni siquiera se atrevía a pensar en "las probabilidades". — ¿Podrías ser más directa? — inquirió después de minutos de silencio por parte de ambos. Tanya asintió liberándose de la cárcel de su cuerpo. Partió rumbo a la sala, en donde había dejado su bolso, mientras él la esperaba sentado sobre la cama de ambos. Finalmente, regresó a la habitación con sus dos manos escondidas tras la espalda, manteniendo una actitud más propia de una niña, que de una mujer a la que no le faltaban más que dos meses para cumplir los veintiséis. Con paso ansioso se aventuró hasta donde su marido la esperaba sentado, y con una ilusión tan evidente, como lo era el deseo que profesaba Edward por Bella, dejó el diminuto chupón para bebes, sobre las rodillas ahora rígidas, de su pasmado compañero. — Estuve en casa de mi madre, necesitaba pensar y bueno… corroborar mis sospechas, obsérvalo tu mismo. Dio positivo. — confesó emocionada, con sus ojos azules brillosos y listos para liberar las lágrimas de un momento a otro. Edward presenció atónito, casi con horror, como su mujer sacaba su otra mano aún oculta, tras su espalda, y dejaba junto al pequeño chupete, un test de embarazo, que para su consternación tenía impreso el signo positivo. No era que él no la amase, porque lo hacía. ¿Entonces porque la engañas? — le criticaba su inconsciente. Su pánico fue creciendo cada vez más y más, y ligeramente la sonrisa de su esposa se fue transformando en una desgarradora mueca de confusión y… dolor. Aterrado y sin saber que hacer, Edward optó por hacer lo que cualquier persona en su lugar haría.


Estiró su mano hasta alcanzar la de su hermosa mujer, y la atrajo hasta su cuerpo. Envolvió la cintura de ella con sus brazos, y escondió su cabeza en el vientre de ella, ocultando de ese modo su pánico. Tanya se limito a acariciar los cabellos revueltos de su idolatrado amor, con ternura y delicadeza. Bella ajena a todo cuanto ocurría en esa habitación, había caído finalmente dormida, para fortuna de Edward. Quien a ciencia cierta se sentía listo para morir, si no lo mataba un paro cardíaco que en cualquier momento habría de venir, lo haría él mismo, con una bala en la cabeza. El infierno no sería suficiente suplicio para martirizar a su carne, su cuerpo. ¿Por qué a ella? ¿Por qué Dios se ensañaba con ese ángel de mujer? ¿Por qué no yo?, ¡castígame a mí! — reclamó en su fuero interno. Ya que, acababa de comprender que su dulce e inocente esposa. Esa mujer tan bondadosa y pura de corazón… Ella, ella estaba mal… muy mal, y posiblemente hoy…lo necesitase más que nunca. ¡¿Cómo podría Tanya estar embarazada, si ambos sabían que ella había sufrido una Histerectomía a causa de miomas uterinos?! Edward no quería pecar de pesimista, y en verdad quería creer, hoy más que nunca suplicaba en su mente porque existiesen los milagros, o que por lo menos todo se tratase de una desgarradora pesadilla. Tanya no podía estar diciéndole eso… no cuando había perdido su útero. — pensó doblegado por el martirio al que sin siquiera saberlo, lo había arrastrado su señora. Entonces, con el dolor de su corazón, Edward Cullen comprendió que su esposa… ella ciertamente tenía un problema, uno serio. Uno que requeriría con urgencia de ayuda profesional.


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