Casa de metal - Napoleón Pisani Pardi

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Recopilación de cuentos escritos por Napoleón Pisani Pardi y publicados por él en su cuenta de la red social Facebook. Esta publicación digital tiene como único fin la divulgación de su obra escrita y en el espíritu de preservar para el disfrute y la memoria estos estupendos textos de mi apreciado amigo Napoleón.

L.A. Enero 2013


Prólogo

Una casa como laberinto Este libro es un trabajo experimental que apunta hacia buenos logros por dos razones. La primera: aún cuando los textos que lo conforman, han sido escritos en diversas épocas, existe una unidad temática y lingüística donde se trasluce claramente la marca de un autor que ha estado escuchando su voz interior, para hacernos partícipes de ella con cierto sentido de historia personal que convoca nuestra complicidad. Napoleón nos reclama aprobación, y a la vez, entrega sin pedir perdón, como la mejor ofrenda, un universo en la más riesgosa desnudez. Para ello recurre a un conjunto de vías expresivas que nos permitan observar sus cuentos sin anécdotas, de un modo que nos involucra para complementarlo con nuestra propia experiencia. Esto es importante, porque no hay apelación a recursos literarios artificiales para imponernos su manera de vincularnos al mundo, a un mismo tiempo explosiva y quieta, rayana en los límites de la orfandad, igual a la mirada de una rana triste que nos propone en una de sus reflexiones. Segunda: pese a que muchos de los textos que aquí aparecen no son propiamente cuentos acabados, en ellos se vislumbra la búsqueda de un camino diferente de las modas que hoy fosilizan a nuestra literatura. Más que una búsqueda hay una persecución de ciertos atajos escondidos tras las palabras que, de ser profundizado, le permitirán a su autor arribar a las fronteras de un estilo personal lejano de cierta escritura “standard” que caracteriza mucho nuestra “literatura”. El transcurso de estas páginas denota que, aún independientemente, los fragmentos parecen ir convirtiéndose en metahistorias de sí mismas para


reconstruirse, como un rompecabezas, en los cuentos finales del libro. Basta leer Miguel, uno de los episodios más acabados de este pequeño volumen. Allí Napoleón Pisani pareciera haber tomado conciencia de que, como en la pintura, después de tanta gimnasia geométrica y abstraccionista (a veces planteada a rajatabla), se ha comenzado a volver a la figura, no importa que distorsionada, flagelada, convulsa, pero figura al fin, atrapada en el huracán de estos tiempos. Así el cuento debe volver al cuento. Quiero advertir dos peligros. Uno: algún autor ha dicho que nadie debe hacer sus experimentos en público. A ello podríamos responder que esto depende del resultado y, en este caso, ha sido promisor. Dos: cierto regusto en el sólo crispamiento de la palabra, un contentamiento en quedarse en la órbita solitaria de los vocablos girando sobre sí mismos, a veces, para incitar al nacimiento de un destello inédito, puede dejarnos sofocados en el laberinto de luz que proponen. Por fortuna, Napoleón Pisani lo entiende. Abel Ibarra - 1991


Textos en esta publicación

Las barras tienen que ser de madera. Casa de Metal. La Guía Michelin es un buen recurso para soñar. El Torremolinos. Bajo el sol de Van Gogh. Desde adentro. Reflejos Dorados. Miguel. El holandés



Las barras tienen que ser de madera. Cuento publicado en la revista Karimao.

Claro que no es lo mismo, esa es otra vaina. Tú estás tostado, Badaraco. Oye, Pepe, dale otra cerveza a este loco, y anótala a mi cuenta, yo me retiro, me voy, me rascaré en otro bar, yo solito, sin que nadie me joda. A veces pienso que no ha existido otra persona que haya desperdiciado el tiempo como yo. Una vez más, en estos últimos y estúpidos años, camino en círculos, aunque decir sea un lugar común, una expresión floja, y que por lo demás, manifiesta mi apresurado empobrecimiento intelectual. No, así no se puede vivir, no se puede vivir. Sin embargo, a pesar de esta brevísima autocrítica, me dirijo hacia lo mismo, hacia otra barra, casi idéntica a la anterior, y donde, estimulado por un laberíntico presentimiento, espero encontrar en cualquier instante algo extraordinario. Algo cálido, algo que mágicamente se revele a través de un hecho maravilloso. Todo esto no es más que una evidente patraña, una habilísima estrategia existencial para justificar mis frecuentes visitas a los bares, bares donde tienen que haber barras de madera, eso es muy importante, que sean de madera, y que se les vea lo manoseadas, salpicadas por toda clase de líquidos, con quemaduras de cigarrillos, y con escritos y dibujos en bajorrelieve. Sí, eso es muy importante. Son señales que indican la presencia de los que allí estuvieron y aún permanecen en el lugar, sí, en esas huellas que


dejaron marcadas en ese privilegiado espacio rectangular, y que pródigamente animan nuestra imaginación. Entonces hacemos historias en las cuales se mezclan los argumentos, y uno se introduce en ellos, y la tristeza es cada vez mayor, y al final de la historia, o las historias, se termina con los ojos húmedos, como un gran pendejo, y deseando ser un vehemente aficionado al dominó, al 5 y 6, y a las putas, pues alguien así, supongo, se encuentra a salvo del consecuente ataque de esas nauseabundas vainitas sentimentales. Esta noche, frente a ese personaje del espejo, igual a mí, y fragmentado por dos botellas de ginebra y un reloj despertador, qué coño hace allí un reloj despertador, seguiré el instinto, vaciaré mis bolsillos, arrojaré al piso todos mis antecedentes y mearé sobre ellos, sentado aquí, en este taburete del Tic Tac, mientras Susy escucha un poema de Rimbaud que solemnemente le recita el viejo Lucho. Soy espectador de una obra que está a punto de nacer, así me siento ahora, cuando mi novena cerveza está casi liquidada, y Susy no deja de sonreír, como si estuviera celebrando un singular y dichoso acontecimiento universal. Todo esto estará concluido cuando el agotamiento sea superior a cualquier intento de prolongar la ilusión. La magia tiene un límite, y entonces las palabras ya no serán como jardines, con hermosísimas flores, y con aromas que anuncien el advenimiento de la lluvia más pura y milagrosa, agua de lugares no descubiertos, agua muy fresca, y que permita las


mejores germinaciones de la tierra. Volvemos a lo mismo, Badaraco, definitivamente, tú estás loco. Oye, Pepe, otras dos frías, y anótalas a mi cuenta, por favor.


Casa de Metal. Cuento publicado en La Espada Rota.

No, no es tu recuerdo lo que me causa este estremecimiento de lagartija herida, pareciera más bien que este frío de muerto viniera de una larga ausencia, de esas ausencias de otros tiempos, tan totales y desesperantes como una despedida de por vida. Uno se acostumbra a esta pegajosa idea de existir donde todo se repite como un novelón. Oyendo los mismos cuentos de Pascual y de Gustavo. Cuentos de mujeres, cuentos llenos de reproches, cuentos tristes como la mirada de una rana. Entonces los días se hilvanan con la velocidad de una duda y la cobija es una segunda piel que escuda la nostalgia y los gritos del "Cromagnon" se convierten en sonidos cálidos y necesarios. Diariamente, como en una cava azul y blanca, transcurre esta especie de vida bicolor. Añorando espacios de kilómetros, pensando en la morbidez de una boca a lo Hollywood, ideando una caminata por una calle de Sabana Grande en compañía de una chama librepensadora. Enfletado en un sueño construido dentro de esta realidad de metal, ensamblo vestigios o recuerdos, o apariencias de otras voces menos ásperas, y así respiro emociones conocidas, emociones que antes modelé con paciencia de anciano. Esas gratificaciones momentáneas me evaden de las premoniciones del evangélico loco de la enfermería y del cotidiano estremecimiento de lagartija herida, y huyo en esta trémula droga del pensamiento, en este encuentro


con imágenes de otros instantes y de otras dimensiones. Así transpiro olores añejos y vuelo en el ala de un pájaro de Magritte y me enredo en la lluvia de papel de Apollinaire. Cientos de veces se escurren las horas en este ritual de cada día, como ese obstinado y obstinante conejo del sombrero de un mago convencional. Así es.


La Guía Michelin es un buen recurso para soñar. Lo había prometido, te aseguro que lo había prometido. Ella, sí, muy cosmopolita, y constantemente a punto de contraer grandes compromisos. Yo me largo, David, ocúpate tú de los invitados, diles que se enfermó, o que se le murió la abuela que vivía en Jerusalén. Inventa cualquier vaina, yo me voy para el carajo. Pensar que supimos de nuestras cosas más íntimas en el café de la universidad, o cuando salíamos de la Cinemateca y nos íbamos caminando hasta El Cristal, apenas con lo suficiente para cancelar la habitación y tomarnos algunas cervezas. Allí te olvidabas de lo mal que la pasaste en los Kibutz de Israel, y de todas las pendejadas de represión y de censura. Entonces era demasiado sencillo decir que nos queríamos y jugar a los grandes amantes de la historia. Destaparé la botella de Nuits-Saint-Georges que me regalaste en uno de esos reiterados actos de conciliación. Ahora estoy de pie, subrayado por una levísima claridad rectangular, reconfortándome con los roces iniciales de la mañana, y presintiendo su figura en el menguado espacio de la habitación. Este llamado a la nostalgia es como un empalamiento religioso, pero tampoco es eso, de cualquier manera uno es propenso a la blandura, a construir palabras y hechos que no se pronunciaron, y a descubrirse infeliz frente al espejo de la barbería, mientras todos comentan los


resultados del play off, y el Sony de Giovanni anuncia el ganador de la tercera válida. Tú seguirás sintiéndote un personaje de Francoise Sagan, o una cocotte de las canciones de Edith Piaf, o la gran dama, tres interessant, que pasea su spleen por los bulevares elegantes de París. Ella nunca comprendería esta legítima actitud de resentimiento, se limitaría a restregarme sus teorías de avant-garde, y a señalar, con inquisitorial desprecio, lo que considera mis defectos menos tolerables. Creo recordar que alguna vez, quizás en la barra del barcito de la Miguel Ángel, me manifestaste tu complacencia por mi facilidad para el francés. "Eso te da un toque de elegancia, mon cheri". Eran los tiempos de reconocernos en las variadísimas y sorprendentes maneras del amor, el uno para el otro, la magia de los astros en los bolsillos, y las manos siempre dispuestas al goce de contrabando en las circunstancias menos propiciatorias. En alguna parte estarás absorta en la contemplación de esta incipiente luminosidad, diciéndote, tal vez, que Utrillo, no otro, si no Utrillo, utilizó los mismos fulgores para expresar la atmósfera seductora de Montmartre. Debe cargar con una guía Michelin en su podrido cerebro, y yo aquí, como un pendejo, ratificándome lo que nunca había andado bien. Hoy, día domingo, y a las siete de la mañana, para completar.


El Torremolinos. Sobre la barra, y bajo el Quijote de cerámica, Las Reflexiones de una Irreverente, así llamabas a los breves escritos que durante algún tiempo fue legítimo diario de las noches turbulentas del Torremolinos. Era fantástico ese talento para sacarle provecho a cualquier situación. Lo que pasaba en el país, en la ciudad, pero sobre todo, lo que pasaba en el bar, lo comentaba con inteligente ironía en aquellos papelitos que alguien sacaba de los pies del Quijote y ponía a circular con la misma actitud exquisita de quien reparte finísimos cuerpos de mariposas dormidas sobre una patena cubierta de pétalos blancos. Hace años que no la veo. Quizás sea mejor así, pues eso permite imaginarla aún definitivamente loca, fundida, sí, lógicamente, porque en aquellos años todos éramos locos, y eso garantizaba el vivir en un entendimiento total con el universo. Y no existía el desánimo, sino un desmesurado afán por realizar algún hecho extraordinario, aunque la única cosa extraordinaria que pudimos hacer con exactitud, fue embriagarnos diariamente durante un tiempo considerable, y salir relativamente ilesos de aquel larguísimo maratón etílico. Quien iba a pensar que todo eso se iría así, flash, como si nada, como no sé, como una vainita sin importancia. Pero a esta altura eso importa un carajo, no hay nada, nada, nada más que una inmensa


sensación de agotamiento y la incómoda certeza de haber perdido el tiempo en cada uno de mis actos. Su ingenio era mortificante, como era mortificante esa manera de observar a su alrededor cuando hacía sus ejercicios de calentamiento. Seguidamente, el ineludible acuerdo con todas las tempestades con todos los demonios y fantasmas que se habían acomodado en el lugar más vulnerable de sus pensamientos. Y la cerveza ayudaba, como ayudaba también el roce continuo con la madera y las miles de emociones que constantemente presionaban hacía el exterior, para después quedar allí, precipitadas sobre aquellos papelitos húmedos, que luego volaban como pájaros incandescentes bajo el cielo del bar.


Bajo el sol de Van Gogh. Siempre accidentada, y siempre como a punto de mandar todo al mismísimo carajo. Así era ella, Rebeca, la mujer de Moisés, el de La Estrella de Haifa. No entiendo la aparición tan inesperada, tan sin relación con el presente, de esos personajes de la época en que falleció mi madre y ocurrió mi rompimiento con Dios. Tu olor se interna en mi habitación, es el mismo olor a úlcera, olor acre, que emanaba tu cuerpo antes de morir. Cada noche me invades, te acercas y acaricias mi piel, pero en ese instante te detienes, te compadeces, porque has percibido mis estremecimientos, y comprendes, y regresas a tu espacio anónimo, desprovista de amor. Hace mucho tiempo yo debería estar en ese mismo espacio. Definitivamente ausente, y próximo a la imagen trémula que aún insiste en acompañarme. Es posible que en ese territorio se haya instalado una maravillosa fábrica de ilusiones, para que todo luzca como una esplendorosa película musical de los años cincuenta. La lluvia estimula este juego de la imaginación, y ayuda, también, los aromas de la tierra y de las vegetaciones, y los sonidos particulares que emite cada cosa tocada por el agua venida con el amanecer. Esta habitación se hunde como el Titanic. Voy a salir, voy a buscarme en la transparencia de un


buen escocés, sentado frente a una numerosa y ordenada hilera de fulgurantes botellas, que yo siempre asocio con todas las escenografías propiciatorias para el encuentro con Dios. Sí, voy a salir, antes que me ahogue en este miserable espacio inundado, pero saldré a lo estrella de Hollywood, a lo Gene Kelly, cantando bajo la lluvia y rumbo hacia donde exista un bar con un fuego mayor que el sol de Van Gogh. Y allí estaré, madre, allí estaré, sin predecir el futuro, y sin enumerar los tragos, pues eso impediría ofrecerte, con el amor más diáfano, todos los sangrantes desbordamientos producidos por el alcohol.


Desde adentro. Aparecen sobre el muro, o sobre alguna garita, y otras veces, bajo un pretexto cualquiera, entran en tropel en todas las celdas de los pabellones. Ahora estoy realmente preocupado, pues hace ya varios días que no se vislumbran por ningún lugar, y eso me hace pensar que están tramando algo terrible. Sin embargo no me agarrarán desprevenido, siempre estoy preparado para cuando necesite ocultarme rápidamente en un sitio sumamente seguro, imposible de crear algún recelo en el enemigo, pues no creo que ellos lleguen a sospechar que yo pueda utilizar algo así como refugio. Sólo una mente como la mía, severamente entrenada para evadir las persecuciones más enconadas, podría imaginar un escondite de esa naturaleza. Y donde, definitivamente, podré ordenar mi pequeña historia, vitrina de todas las incertidumbres y desasosiegos. Ayer note un movimiento extraño cerca de la garita sur, hoy, haciéndome el distraído, pasé de nuevo por ese sitio para cerciorarme si andaban bien las cosas. En realidad no vi nada raro, quizás ellos notaron mis movimientos y se escondieron, son muy listos, sólo se hacen visibles cuando entran en grupos y en la misma actitud agresiva de otras veces. Seguramente están por penetrar en cualquier momento, mi instinto jamás me engaña, están cerca, lo sé. Todavía no hay señales de ellos, no he oído ni visto nada que los delate, todo sigue en calma allá afuera,


no obstante, permaneceré aquí, es preferible estarse quietecito, pues tengo la seguridad que andan rondando por ahí cerca, mientras tanto seguiré aguardando hasta que se marchen. Ahora soy el dueño de la situación,, y en este lugar tan confortable, a pesar de los estrecho, podré esperar todo el tiempo que desee. Indudablemente que ya me estarán buscando como animales enardecidos, vueltas y más vueltas, interrogaderas a todo el mundo, y yo aquí, tranquilo, en lo calientico de la tierra, y con esa agradable sensación de las salpicaduras que me producen las raíces, y escuchando el fantástico sonido de todas las circulaciones subterráneas,, y el alivio de haberme librado para siempre de esas implacables persecuciones.


Reflejos Dorados. Y lo peor es que no tengo lo suficiente para seguir tomándome unos cuantos más, sólo unos cuantos, y ver maravillas en los reflejos dorados del vasito. y pensar que la poesía nos envuelve en este escenográfico paisaje que pretende convencernos que estamos sentados frente al Arno, y que, desde lo más alto de la torre del Giotto, está Boccaccio lanzándole papelitos obscenos a un grupo de colegialas que en ese instante desfilan por el lugar. Ese azul medieval del cielo florentino, le va bien a la pátina dorada de estas edificaciones construidas con pasión mediterránea. Esta visión me acentúa la sed, y el ansia de envolverme en esa elegante, serena, y milenaria luz toscana. Dios, hasta un roncito me caería bien. Algo tengo que hacer para continuar gozándome esta puesta en escena, estilo lusitano, de la ciudad donde nació La Primavera. Sí, por eso me acerqué para ofrecerle mis servicios. No, sólo escuché una parte de la conversación, pero eso fue suficiente para darme cuenta de la gravedad del asunto. Por supuesto, estimado amigo, la experiencia profesional es indispensable para resolver con prontitud ese problema. Bueno, ya son muchos años ejerciendo este oficio, y nunca he perdido un caso, lo digo con sincera humildad. Claro, lo acepto, es usted muy amable. On the Rocks, así es como me gusta. A votre santé, mon cher amí. A su salud querido amigo, eso es lo que dije. Sí, yo viví en París, allí estudié


ciencias jurídicas en la Sorbona. ¿La Sorbona?, esa es una de las mejores universidades del mundo. La meilleur université du monde, estimado señor... ¿Sócrates? Caramba, usted tiene nombre de filósofo griego. Ah, la cultura de los grandes pensadores, tiempo feliz de la historia, época de sincretismo entre los más variados y sagrados valores de la sociedad. Es una lástima que hoy en día se hayan perdido muchos de esos valores que fortalecen el alma, la ética, la fe, de los seres humanos... No puede ser. ¿Y eso le hicieron a usted?. Se da cuenta, amigo Sócrates, estos comportamientos tan miserables anuncian el comienzo del fin del mundo... Bueno, sí, pero doble, por favor, y menos cantidad de hielo, gracias. Así lo toman los ingleses, que son los más aptos para apreciar la calidad de su elaboración. Como no, cada país tiene el deber de conocer las bondades de sus mejores productos, y como lo dijo Wiston Churchill, y él era un hombre sumamente calificado, beber whisky es una cultura entronizada en las raíces más profundas de los súbditos de la corona inglesa. Formidable pensamiento, ¿verdad?. Por supuesto, eso se llama patriotismo. Ahora bien, volviendo al asunto que tanto le preocupa. ¿Tiene usted fotocopias de esos documentos aquí en el negocio? Magnífico, mañana mismo hablo con la secretaria del ministro, y se los entrego junto con mi escrito, e cest fini. Bueno, sí, ese fino detalle de su parte ayudaría bastante, y además demuestra la calidad superior de su espíritu. Le


prometo que luego la traigo al negocio para que la conozca, ella es una mujer muy bella y encantadora, ya lo verá... "Hola Velocidad, cuándo saliste de la cárcel?. Coño, y en ese momento, casi con las veinte orquídeas en la mano. "Hola, Velocidad", coño, y los billetes que se caen, y la cara del portugués como la de un niño que le roban los caramelos. Pero no me alcanzará, aunque su aliento me haga cosquillas en la nuca, y las piernas se me revienten en esta humillante prueba de velocidad.


Miguel. Dejá las borracheras, Miguel, que el aguardiente te ha puesto más bruto que una mula, y a causa de tanto michito y tantas locuras, hasta los amigos más viejos te han dejado solo. Soy el único que te queda, Miguel, y nada más que por compasión, pues ninguna satisfacción me das, sino descontentos y tristezas. Anoche mismo, después que salimos del velorio, te empeñaste en cantar rancheras frente a la casa de la viuda. Yo no pude hacer nada por evitarlo, pues me hiciste una buena cortada con tu cuchillo cuando te llevaba calle abajo para que no cometieras tal disparate. Luego vinieron los insultos, y los cuñaos de la viuda te molieron a palos, y mirate como estás, hecho una lástima de hombre. No, Miguel, ya está bueno, pues un día de estos me cansaré de aguantar tus borracheras, y nadie, por mas lástima que des, te socorrerá cuando la oportunidad lo amerite. Sé que no recordás lo de las rancheras y lo de la paliza, así que los dolores y la hinchazón de ahora no te servirán de escarmiento ni de nada, pues tu cerebro se ha puesto como una piedra, y es imposible que los recuerdos le entren con facilidad. Ah rigor, Miguel, cómo se ha enflaquecido la poquita voluntad que te quedaba, y pensar que eras una persona que inspirabas respeto hasta a los hombres más endemoniados de estos páramos. Y no por hechos de bravura, sino por la mansedumbre de tus actos y la inmensa bondad de tu corazón. Pero


Dios es grande, Miguel, y tengo confianza en que te hará recobrar la sensatez, y luego de ese milagro, volveremos a andariegar por las veredas donde se asoman las hojas del díctamos real, llevando en las busacas el bastimento necesario para cuando el hambre nos agarre desprevenidos en medio de esos montarascales. Pedile a los santos que te haga olvidar a esa mujer, no vale la pena que te sigas empuercando a causa de ese mal recuerdo. Dejá que su imagen se esconda bajo las sombras de los eucaliptos, y así podrás ahuyentar a ese enjambre de duendes que se aposentaron en los más blandito de tu pensamiento. Sé ahora, después que fui juntando la historia de tu descorazonamiento, que tenías plena razón para echarla muy lejos de tus querencias, pero eso pertenece al pasado, y la vida nos es puro detrimento, sino un largo cabestro donde se ensarta lo bueno y lo malo de nuestra existencia. Ay, Miguel, mirá hacia lo más cristalino que aún permanece en tus adentros. Sonsacalo con la astucia de una víbora y llévatelo a la frente para que tu entendimiento se ilumine de nuevo con la protección de esa delicada transparencia. Vos no te morirás, Miguel, aunque la fiebre te chamusque los ojos, y tu cascarón se siga hinchando como un globo. Yo te espantaré los olores a muerto que se arremolinan como zamuros sobre el aire encapotado de esta habitación. No aflojés el aliento que persevera en lo más calientico de tus palpitaciones, tomá el agüita de romero para


desapretar la sangre que se abulta en todos los amoratamientos. Decime que reñís con los espantos que zarandean el alma de los moribundos. No te mueras, Miguel, que la mañana llegó con los aromas de los sembradíos, y es muy azul, y ya los pájaros empiezan a revolotear en las colinas.


El holandés. Uno siempre lo podía encontrar en aquella mesita que daba hacia La Plaza de las Palomas, donde él, con pequeños y precisos impulsos, les lanzaba las migajas de pan que guardaba en sus bolsillos. Entonces, y levantando la mayor cantidad de polvo y hojas secas por la acción de los aleteos más desordenados, aquellas aves devoraban frenéticamente el alimento que diariamente les proporcionaba el holandés. Ese era su principal entretenimiento, aunque también, y durante varias horas y horas, le gustaba escuchar El Pájaro de Fuego, el cual hacía sonar en un tocadiscos portátil de colores a cuadros, que graciosamente pretendía imitar una obra de Mondrian. Fue en una oportunidad como esa, cuando ocurrió lo que se convertiría en el suceso más extraordinario que haya podido presenciar en toda mi vida, y que sirvió para que naciera en mí una indeleble admiración por aquel personaje de fábula. Un día, cuando llegó como siempre a la mesa donde solía sentarse para alimentar a las palomas y escuchar su único disco, porque realmente era su único disco, el holandés se encontró rodeado de una gran cantidad de pájaros de variados tamaños y plumajes. Recuerdo que era lunes, que era muy temprano, y por esas mismas razones sólo muy pocos pudimos ser testigos de aquel hecho portentoso, de aquel exquisito milagro.


Los pájaros parecían venir de lejos, pero no era así, esos pájaros surgían del espacio más cercano. El permanecía quieto, muy quieto, como si estuviera hipnotizado, luego, y manteniendo la misma actitud hierática, empezó a cantar en esperanto. Segundos después, una reminiscencia de lluvia refrescó la mañana, y el lugar se llenó de olores vegetales, y de centenares de flores amarillas, y de caracoles blancos, y de pequeñísimos cangrejos que luego de bordear al holandés, se alejaron rápidamente hacia el mar. Jamás lo he vuelto a ver, y estoy seguro que nadie se acuerda de él sino yo. A tu salud, holandés, no importa dónde te encuentres, arriba o abajo de la tierra, a tu salud. Ahora, quizás, te será fácil encontrar criaturas como tú, deseosas, como tú, de inventarle cantos a los pájaros, y capaces, también, de realizar maravillosos y perfectos milagros, como tú.




Una pequeña información sobre Napoleón Pisani Pardi Nace en San Antonio, Estado Táchira, en 1940. Realiza estudios en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, Caracas, 1955 – 1959. Apreciación de Arte, en la Facultad de Arquitectura de la U.C.V 1966. Conservación de Monumentos Arquitectónicos, Museo de Bellas Artes, Caracas, 1980. Comunicación de las Artes Plásticas, Galería de Arte Nacional, Caracas, 1981. Participó en las actividades del Taller Libre de Arte y el grupo El Pez Dorado, en Caracas, 1960 – 1964. Ha ejercido la docencia en diferentes Escuelas de Artes Plásticas y Talleres de Arte del país. Miembro de Jurados de Admisión y Calificación en Salones de Artes Plásticas realizados en el país. Miembro fundador de la Asociación de Artistas Plásticos, AVAP. Fue docente y Promotor Cultural de los Talleres Armando Reverón, Macuto, y José Fernández Díaz, Catia, Caracas. Ha sido colaborador, como crítico de arte e ilustrador, en diferentes diarios y revistas del país. Ha realizado 11 exposiciones individuales, y participado en más de 40 exhibiciones colectivas, dentro y fuera de Venezuela. Ha recibido 4 Premios y 6 Menciones Honoríficas, en algunas de esas exhibiciones colectivas. Actualmente se dedica, a tiempo completo, a realizar trabajos de investigación acerca de la historia y el arte en Venezuela, y en otras latitudes. Asimismo, es colaborador, ad honorem, en varias instituciones culturales del país.


Las imágenes en esta publicación son de la autoría de Napoleón Pisani Pardi.

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Contacto telf. 0058 416 4169213

Recopilación, montaje y publicación por Luis Acosta Cáceres. Enero de 2013


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