Pseudònims | n.47 | set13 | EQUILIBRIOS

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PSEU Dテ誰 IM S

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eq ui l i br i os


¿En qué creo? No se presenta fácil responder a bote pronto tamaña pregunta. Antes tengo que sumergirme en mi trastienda; puede que tras unos segundos de reflexión, consiga sacar a flote experiencias propias que me ayuden a contestarla. Empezaré por decir que el ejercicio de creer lleva asociado el de confiar como gran aliado, y se apoya de forma clara en otros verbos tales como valorar, expresar y para salir de la primera conjugación, sentir. Ahora paso a abordar los complementos del predicado en los que los verbos anteriores cobran vida. Eso en lo que creo, eso que me aporta estabilidad, equilibrio, en mi cotidianidad no es algo intangible, no es una elucubración que justifique el bien y el mal; porque situar los límites entre ambos es algo que se me antoja, además de complicado, sumamente arbitrario. No es un escondite en el que protegerme cuando tomo las riendas de mi existencia y decido; tampoco es un fenómeno natural como la lluvia -que cada vez tiene más alterados sus ciclos por nuestras egoístas conductas- o el movimiento planetario, bastará decir que mi mente ha curtido sus membranas entre libros de ciencias que explican a la perfección dichos fenómenos. Lejos queda de seres poco visibles, poco contrastables: nada de espíritus ni fantasmas, los primeros porque soy de natural poco milagrero, los segundos porque los que sí me dan miedo son los vivos y su capacidad de hacer el ridículo hasta límites insospechados. No creo en designios divinos de ningún tipo, si nuestros celestiales padres lo fueran ciertamente, no morirían cada día cientos de inocentes que sólo han cometido el pecado de nacer en el lugar equivocado. La religión me parece más un arma de control de masas que un conjunto de principios basados en el amor de un Ser superior. El dinero tampoco me ofrece confianza, cierto que con él en el bolsillo todo parece un poco más fácil, pero no pasa de ahí. Y para que yo crea necesito algo más que poder conseguir unos cuántos caprichos a golpe de tarjeta. El dinero serena los ánimos, pero no creo en él porque cuando pintan bastos sólo puedo comprar maquillaje y cubrir y enmascarar los moratones. Yo creo en mí, sí, no me avergüenza decirlo porque es cierto. Y creo en ti, y en cuantos puedan leer mis palabras. Creo que el potencial humano es el mejor de todos los posibles aspirantes a ser mi doctrina, y empiezo en primera persona porque me parece fundamental que cada uno sea capaz de verse capaz, de creerse a si mismo, de darse confianza y de amarse, entendiendo esto último como algo más que tirarse besos frente al espejo, hay que atreverse a encontrar un gesto conocido; una vez que asuma y crea que soy tan válida como cualquiera, que mis juicios, mis razonamientos lo son porque me creo lo que digo, puedo seguir subiendo peldaños y pasar a creer a gran escala. Recomiendo el ejercicio. Cree porque sí, no por lo que vayas a recibir a cambio; no entregues tu confianza en un trueque de valores y date una oportunidad. Con las bases bien ancladas, sigo creyendo. Creo en el poder de las palabras, en la comunicación, en la educación, en el respeto, en la competición y por qué no, en la felicidad. Todas ellas en mayúsculas, porque confieso igualmente que hay sectores de nuestra sociedad que minimizan muchas veces con su significado que me inspiran cierto recelo. No creo en la mentira, no creo en que cada uno tiene lo que se merece porque la justicia muchas veces es todo menos justa, y no creo en que el azar vaya a enmendarme la plana si yo me equivoco. Creo que dos mejor que uno, y que a partir de ahí pues eso, a multiplicar esfuerzos: el equilibrio no deja de ser un conjunto de fuerzas que se contrarrestan.

E N AQ U NÚMER

EDITORIAL / CUESTIÓN DE CREENCIAS

Granger Bloom editorial Aratzi Nürnavlek #01 - #02 - #03 patrician #04 daisies #05 turmchen #06 X-Ray #07 - #08 - #09 Madreselva #10 - #11 Ramon Mercader #12 kök #13 - #14 Kinga Pola #15 - #16 Ópalonegro #17 La Mosca #18 J. Kowalski #19 - #20 Holly Haller #21 gravedad #22 las pájaras #23 - #24 - #25 - #26 A. #27 Marc Seoane #28 - #30 Samsa #29 Perth #31 Eneko #32 Gloria Lapez #33 Ale Coco #34 Hola|Bonjour #35 Eu #36 Cal·líope #37

disseny Lucius Scherman foto portada Hola|Bonjour


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La Ortiga. ¿Cómo voy a hacerlo? Mientras aprietas con fuerza la ortiga, no sientes nada. Cuando relajas la mano, llega el picor y luego el dolor. No quiero que me odies pero quizá nos convendría.


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E Q U I L I B R I O Tengo el caos ordenado, brillantes las pelusas, la cama engalanada con todos mis fantasmas, las plantas satisfechas (con su dosis de oxígeno e hidrógeno), y horneada la más sabrosa nada. Después de cumplir con mis labores Le sonrío al espejo y la niña que fui ilumina los labios de la anciana que me observa. Estoy en paz, el círculo se cierra.


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Escribe una carta a Dios Padre sobre el tema del Equilibrio entre el Bien y el Mal. Recuerda que escribirle a Él es como si escribieses a tu mejor amigo. Querido Padre Dios, El tema de esta carta me parece más difícil que el de la carta anterior, que era el Bautismo. ¿Te acuerdas? La carta que leí en la misa de la renovación de las promesas del Bautismo cuando nos regalaron la medalla. Esa misa fue aburrida porque no estaba la señora que toca el órgano. Se llamaba Rosario y está muerta. Es que era muy mayor. Pobrecita, aunque no era muy simpática. Una vez yo estaba en la clase de solfeo y ella llegó con unas páginas del libro de solfeo que se había encontrado en el patio y que tenían caca de pájaro y la gente las había pisado así que estaba la marca de unas deportivas Kelme. Preguntó de quién eran y estaba enfadada pero nadie dijo nada. Se puso a revisar nuestros libros y sabes una cosa Padre Dios: resulta que las páginas se me habían caído a mí. Pero yo no lo sabía porque la culpa es de las grapas que están flojas. Me regañó fatal y tuve que raspar la caca con un lápiz. Se me da más mal el solfeo. Creo que no soy buena en música porque solo me gusta escucharla. Es mejor escribir cartas, como la de las promesas del Bautismo que a la hermana Adela le encantó y me hizo leer. Quiero que la hermana Adela me perdone por las cosas que cambié en directo. Es que yo no sabía cuando te escribía Padre Dios que después me iban a hacer leerla delante de todo el mundo y los padres. Entonces me dio vergüenza y por eso cambié las cosas. La hermana Adela va a corregir esta carta Padre Dios. Lo del equilibrio del bien y el mal, lo que yo pienso es que es mejor que haya más bien que mal. Pero cuando haga la comunión esta primavera que me coma el cuerpo de Jesucristo y eso, de repente voy a saber más cosas y esto también. Ya no me caben más líneas así que este es el fin de la carta. Besos cósmicos, A.


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#03


Cuando estaba hambriento, el gigante cazaba. Una o dos personas. Niño, viejo, hombre, mujer, le daba igual. Por causa de aquella falta de criterio los habitantes de entonces estuvieron a punto de extinguirse y como para un caníbal perder la sociedad que lo rodea constituye una tragedia, el gigante decidió cambiar sus costumbres. Organizarse. — Mis días como depredador han terminado. Quiero trigo y frutas. Ustedes me alimentan, yo no los como —dijo a los sobrevivientes. Y ellos obraron según lo dicho. El equilibrio de la dieta reordenó su metabolismo. A medida que pasaban los meses, se achicaba. Su tamaño disminuyó tanto que abandonó la cueva donde vivía y ordenó que le construyeran una casa. Pasaba por las tiendas, tomaba lo que deseaba. Vestía con elegancia. Su deformidad era un recuerdo, también su fuerza descomunal. Ellos se dieron cuenta. Y estaban hartos de brindarle casa, ropa, comida. — Saquémonos a este vago de encima. El ex gigante estaba tomando el sol en la plaza cuando lo rodearon. Lo primero que observó fue el círculo de manos dispuestas en puño. Elevó la vista y encontró que todas las miradas se confundían en un gran ojo vengador. — No han podido olvidar la pérdida de su parientes —fue su último pensamiento.


Los avaros

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#02



#21 Nada. Ni palabras, ni cartas, ni voces. VacĂ­o, el mismo de antes, constante. A veces imperceptible, camuflado, escondido, al acecho. En eterna despedida. Cerrar los ojos y no querer abrirlos. Constante desesperanza. Caminar entre tierras. No se detiene nunca, inagotable, recorre el desierto, las ruinas de la vida. Entre la vida y la muerte. (Des)Amor. Otro inicio.


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#26 Para J.G. Caminas por la cuerda floja de un atardecer rosado. Los brazos extendidos, la mirada fija en el poniente. Piedra cemento madera

aire agua golondrinas.

La isla está anclada frente a una costa a la deriva Es el escenario de un juego absurdo, como el amor. Lleno de personajes, símbolos, ensayos errores risas Y la recompensa de un mapa al final del recorrido Un mapa con la siguiente inscripción: Si das un paso en falso no caes. Hay otra cuerda más abajo Y otra Y otra Malabarismos sentimentales en espiral perfecta Hasta topar . . . Con tu cama


D es - equilibrio


equilibrio

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I m p re v isto

Me miras sonriendo, callado mientras te pregunto. Mientras, yo subo la escalera. Hay que cambiar una bombilla. Tú aguantas la base, me vigilas. Asientes a todo lo que digo y me sigues. Entonces desearía que todo esto no fuera así. Quiero lo contrario. Que me preguntes: -¿Estás segura de lo que dices? Pienso que sería genial que movieras la escalera y sentir la zozobra, perder el contacto de mis pies con la madera, ver mi propio cuerpo caer hacia atrás mientras repites: -¿Estás segura? ¿Qué buscas ahí arriba? En mi sueño yo me agarro a la bombilla y quedo colgada del techo mientras te miro desde arriba. -Sí, estoy segura -respondo sonriendo.



#23



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#09 De pie, en la cornisa. Una multitud mirando. La función acabó a las ocho. Para esto nadie ha pagado su entrada. Otra oportunidad perdida. No estoy seguro de lo que esperan. Llegué aquí casi jugando, para reírme de mí mismo. Pero ahora que estoy aquí…


E n

la

cornisa



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UN CUENCO CHINO Sin saber bien por qué, una aburrida tarde de verano me dio por comprar aquel cuenco lacado en una diminuta tienda oriental. Era negro brillante, con muescas de carácteres chinos decorando su exterior. Nada especial. El viejo tendero, con una enigmática sonrisa, me había dicho al vendérmelo que cualquier sopa que tomara en él me sabría de forma distinta. Al preguntarle yo la razón, me contestó, displicente, que la loza blanca occidental no era adecuada para degustar ninguna clase de alimento. Sin molestarme en replicarle, me dirigí a la puerta. Una mañana, se me ocurrió estrenar aquel cuenco negro con mi sopa favorita, hecha de coliflor, pepino y algo de nata. Su color blanquecino contrastaba casi desagradablemente dentro de la oscura laca brillante. Parecía un bol lleno de simple leche. Tanto el dichoso recipiente como el líquido del interior me parecieron, de pronto, tan anodinos, que decidí pasar la sopa a mi plato habitual, de loza blanca. Lavé y guardé el cuenco chino en el fondo de un estante y me olvidé de él.


Una noche en que una tormenta repentina me había robado la luz, encendí unas velas y me dispuse a cenar algo ligero en un rincón de la cocina. Casi a tientas, cogí un cuenco de la alacena, lo llené de sopa y lo dejé en la pequeña mesa de madera. Fui al grifo a servirme el agua y, al darme la vuelta y mirar distraídamente a aquella superficie, noté que algo había cambiado de repente. Por azar, había cogido el cuenco negro que tanto detestaba pero, al verlo colocado en aquel oscuro rincón, no parecía el mismo. Tampoco la sopa era la de siempre. A la luz tenue de las velas, la débil claridad de la mesa se interrumpía en el impreciso punto central que ocupaba el bol lacado, que resaltaba elegantemente, como un precioso tesoro, envuelto en un tembloroso brillo de seda. Y la sopa blanca, a su vez, se asemejaba, en medio de la penumbra, a un perfecto lago de cuarzo puro, luminosa y translúcida como nunca la había visto antes. Maravillada, tomé el cuenco entre mis manos y bebí lentamente el tibio líquido, saboreando, por primera vez, la que me pareció la sopa más exquisita del mundo. Aquella noche, antes de dormirme, recordé de pronto la frase con la que me había despedido aquel anciano chino en la puerta de su tienda: -“Al igual que nace el amanecer cuando la noche es más oscura, así también, de entre las más profundas sombras, nace la luz más bella”- Me había dicho muy bajito. Entonces, lo entendí todo.



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Sobr de tu

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re la verja u jardín.

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Sobre la verja de tu jardín. Una exhibición de valentía. Tú mirabas en secreto pero yo podía ver la cortinilla de tu ventana moviéndose. Teníamos diez años, ¿recuerdas? Más tarde subirías tú también y aquí seguimos. Casi un milagro.



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#29 Poemizando absurdiladas las gravitencias gravotas, uno va y crece. Crece más y mierda: se muere.

Equilibrista de la pista tú que sabes de funambulescas recaídas déjame oh bipolarizada amante que te cante cosas burras al oído, que nunca se aplane ésta locura que nos salva rompe y vuelve en tontería absurda toda cosa seria. Vámonos a comer cacahuetes a Marte, conozco allí varios desconocidos que nos trataran igual que aquí. Posdata: No sé si te quiero. Soy franco. Hasta luego. Tres besos. ¿ Viva? TUPERro!


T U P E R B A R E



#22


#11


L A

P A L A B R A

Era un hombre cabal, de esos escasos tipos íntegros cuya palabra tiene más valor que una firma en un papel. Por eso, nadie supo nunca qué pasó por su cabeza el día en que se marchó. Volvió una tarde de recoger el ganado, se sentó en su vieja silla de madera y se puso a cenar con su mujer y sus tres hijos pequeños. Luego, los besó como todas las noches y se fueron a dormir. Al amanecer, cuando notó de repente su lado de la cama vacío, su mujer se levantó extrañada y, tras buscarlo por toda la casa, se dirigió a los establos. A la mortecina luz de las bombillas, creyó ver una sombra más allá de los pesebres, junto a la paja fresca. Presa de un desconocido temor, caminó muy lentamente hacia allí. Se detuvo de pronto, sin respiración, ante lo que proyectaba aquella misteriosa sombra. Su marido, suspendido del cuello por una fina soga, miraba, sin ver, los verdes prados que tanto amaba. Mientras el primer rayo de sol iluminaba suavemente sus lágrimas, su mujer recordó, de pronto, la frase que él le había dicho cuando, siendo aún niños, jugaban al escondite entre la paja: “Si un día me buscas y no me encuentras, estaré aquí, mirando ese campo”. Y allí estaba. Había cumplido, una vez más, su palabra.


#24




#33


equilibrio


#12

tienes un agujero en el zapato izquierdo y un agujero en el bolsillo derecho tienes una cicatriz en la mano derecha y un tatuaje en la mano izquierda tienes una l谩grima en el ojo derecho y cenizas en el ojo izquierdo tienes el amor en el cerebro y el odio en el coraz贸n por eso caminas por las calles de la noche con la luna y el sol con el mar y el desierto con las estrellas y una pistola no puedes equivocarte tienes besos en la lengua y mordidas en los dientes por eso no tienes miedo de los hombres tienes un espejo y un libro sin p谩ginas un peine envenenado y el crucifijo de la abuelita tienes un plan para escapar y un plan para quedarte tienes una ciudad en llamas y un coraz贸n de hielo tienes rastros de hombres en el pelo y rastros de mujeres en la piel tienes pecados en los labios y confesiones en la garganta tienes el deseo de subir en la cabeza y el deseo de bajar en las piernas por eso no puedes cerrar la puerta vives en un mundo abierto como una herida


#06




#36



#37

L ’ equilibrista trenques les ones... cansat Siendins trobaràs l’aigua

calmada, on deixar mort el cos i permetre a l’equilibri caure, sobre l’enorme tranquilitat del silenci i per fi reposar.


#05



#31

Como las ballenas que nadan en el inmenso mar, con ese equilibrio ingrávido de globo, así se comporta ella cuando nos acostamos. Primero nos deshacemos de los aparatosos trajes y apartamos la compleja instrumentación. Solo entonces sucumbimos a la pasión, nos sorprendemos flotando de amor por la estancia. Tras el orgasmo final vemos juntos las estrellas, al fondo, justo detrás de la majestuosa vista del planeta Tierra que tenemos desde la estación espacial.


— Atracción


#19



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