Intervenciones filosóficas en la sociedad

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ESPACIOS DE REINSERCIÓN SOCIAL Y LABORAL, ESPACIOS DE FILOSOFÍA: María Soledad Hernández Bermúdez Licenciada en Filosofía (UAM) DEA y TEA (UAM – UIB) Master en Cognición y Evolución Humanas (UIB) RESUMEN / Abstract: El tema de la comunicación girará en torno a las experiencias vividas durante mis años de trabajo en un centro de acogida y en un taller de reinserción socio-laboral para personas en riesgo de exclusión social, y cómo el trabajo de acompañamiento y ayuda a colectivos necesitados siempre estuvo íntimamente relacionado con la práctica filosófica. Palabras clave / Key words: Filosofía, práctica filosófica, riesgo de exclusión social, reinserción sociolaboral, acompañamiento, colectivos necesitados, diálogo... INTRODUCCIÓN: Quisiera comenzar aclarando que no vengo a hablar aquí de métodos en sí mismos para la práctica filosófica, ni de eminencias filosóficas de siglos pasados, ni siquiera de estos últimos años... Yo sólo estoy aquí para contar una historia, una historia que no es otra cosa que un ejemplo más de donde extraer una conclusión para mí evidente: La filosofía o práctica filosófica es algo natural, propio del ser humano, una herramienta útil, necesaria y legítima para desenvolverse en la vida de forma consciente y coherente. Normalmente, al contar historias, comenzamos describiendo espacios y personajes, apuntando a problemas y explicando soluciones tomadas. Aunque éstos serán, de alguna manera, los puntos que seguiré, quisiera apelar a la honradez diciendo que no fue así como se desarrolló mi historia... Sino más bien, casi al revés y todo lo contrario... La práctica filosófica como solución y método no fue algo buscado, ni aplicado de forma consciente, ni siquiera elegido... La práctica filosófica fue una


solución que me encontré por el camino, que surgió y se desarrolló con total naturalidad... Fue para mí una sorpresa encontrarme en mi historia cara a cara con la práctica filosófica, y reconocerla como tal. Hace algunos años, trabajando como coordinadora pedagógica y cansada de encontrarme con sistemas de aprendizaje cerrados, nada personalizados y mucho menos propiciadores de la tarea de aprender a pensar, me ofrecieron trabajar en el ámbito social, como tutora de un taller de reinserción socio-laboral y como monitora de ocio de un centro de acogida. Ambos puestos requerían trabajar con personas en grave riesgo de exclusión social. Podríamos decir que una persona en grave riesgo de exclusión social es aquella que, por diversos motivos, ha perdido alguno, varios o todos los pilares de apoyo propios del ser humano, como son: el trabajo, el alojamiento, las relaciones personales (de amistad, familia o pareja...), la salud, etc. O que ya nace con ciertas características que le hacen propenso a este riesgo de exclusión, como son las minusvalías físicas o psíquicas, el nacer en determinado lugar y en determinada familia... etc. Las necesidades que presenta una persona en riesgo de exclusión social son múltiples y por ello casi innumerables, pero se puede decir que van desde un trabajo, o alojamiento, hasta necesidades igual de básicas, pero no tan patentes, como el cariño, la motivación, la autoestima... etc. Casi de más está decir, que la ONG o el centro social que ayudan a estas personas intentan ofrecerle todo aquello de lo que carezcan, pero no siempre, o mejor dicho, casi nunca se da el apoyo necesario para la satisfacción de estas necesidades no tan patentes... Ni los medios ni la preparación profesional lo permiten. EL TRABAJO: Los años trabajados en la ONG me han permitido conocer muy diversos colectivos propensos a la exclusión social, desde discapacitados físicos o psíquicos (esquizofrenia, paranoia, bipolaridad, minusvalías a partir del 33%, depresivos agudos constantes...), drogadictos y exdrogadictos, presidiarios y expresidiarios, hasta inmigrantes, mujeres (tanto por violencia de género, como por etnias, o...), jóvenes (menores de edad o no, huérfanos, rebeldes...) y aquellos que simplemente carecen de alojamiento y trabajo.


A todos ellos la ayuda social les proporciona alojamiento, formación, si cabe, y se les incentiva en la búsqueda de empleo. Es decir, la ayuda social interviene sobre todo en la satisfacción de las llamadas “necesidades primarias” (comida, techo, trabajo...) y poco más. Pero ojo, este poco más ya es mucho, pues también se intenta ofrecerles apoyo psicológico, médico... etc. Esta ayuda social, a mi entender, se queda corta, pues las personas en riesgo de exclusión social, se encuentran carentes también, cuando llegan a los centros, de habilidades sociales, de formación general y específica, de autoestima, de motivación... Este tipo de necesidades no suelen cubrirse normalmente por muchos motivos: los trabajadores sociales, monitores y demás profesionales del campo social, carecen de tiempo para atender estos aspectos y también de los medios necesarios (tanto físicos como económicos) para conseguirlo. Además este no es ni de lejos un objetivo prioritario para ninguna institución. Cuando cualquier persona en riesgo de exclusión social llegaba tanto al centro de acogida como al taller, nos encontrábamos en una situación inicial muy característica. Todos ellos estaban pasando por u momento muy duro y muy particular, pues en un período relativamente corto de tiempo tenían que aprovechar al máximo la ayuda que la ONG o el Estado les ofrecía para salir adelante, encontrar empleo o formarse para ello en un tiempo récord, tomar decisiones importantísimas para su vida casi sin pensárselo, resolver dudas, hacer papeleos... Y se podía ver fácilmente que todos y cada uno de ellos estaban faltos de: autoestima, motivación, habilidades sociales, de relaciones personales, de un sentido en su vida, de vocación, de una idea de identidad, de comprensión de lo ocurrido, de un proyecto nuevo de vida, de ocio... Y que debían enfrentarse a los prejuicios, la migración, la marginalidad, a la resolución de muchos problemas, a rupturas y decisiones abundantes y al respeto de los demás y de ellos hacia ellos mismos. ¿Cómo ayudarles con todo esto? Cuando aterricé en este trabajo, lo que se había hecho hasta el momento en el taller era formarlos en jardinería y mantenimiento de edificios, ero no se les enseñaban habilidades sociales ni búsqueda de empleo. En el centro de acogida, en cuanto a ocio, habían realizado visitas a pueblos, salidas a ver partidos de fútbol, al cine, al teatro, a


programas de televisión y, cuando hacía mal tiempo, se quedaban en el centro jugando a juegos de mesa o vendo la televisión. Todo esto estaba ya bastante bien si tenemos en cuenta los medios de que disponen los centros sociales, pero al poco tiempo me di cuenta que esto no era suficiente y sobre todo, que existía la posibilidad de, mediante éstas y otras actividades enfocadas de manera algo diferente, conseguir eliminar muchas de estas faltas antes mencionadas. De manera que se puede decir que, con el apoyo de mis compañeros y de los propios usuarios, me puse manos a la obra para cambiar el programa de ocio del centro de acogida y para añadir actividades nuevas al taller de reinserción. Por un lado, enfoqué las actividades del programa de ocio que ya estaban en marcha, de otra manera. Me pareció que era necesario que se disfrutara de la actividad, pero no suficiente. Había además que aprender algo, tenía que servir para algo más que para pasar un buen rato. Así que comencé a fomentar en estas actividades, el diálogo, la autoestima, la adquisición de habilidades sociales y la consecución de amistades y puntos de apoyo. Aparte de las actividades que ya se realizaban, organicé una asamblea de usuarios de frecuencia quincenal para tratar temas propios del centro y de la convivencia en él, todos los domingos comíamos en grupo (y se cocinaba, servía y limpiaba en grupo) siempre con carácter optativo, se realizaban salidas, mercadillos de ropa, cine-forum y además, podían asistir a unos talleres semanales sobre: resolución de conflictos, autoestima, habilidades sociales, inmigración, identidad... También, quien así lo quisiera, podía tener entrevistas personales conmigo donde recibían asesoramiento sobre todo tipo de actividades de ocio y formación gratuitas y donde podíamos hablar de lo que se quisiera. Por otro lado, vi que a través de las actividades que se realizaban sólo se fomentaba la adquisición de nuevas relaciones personales dentro del centro y que esto no ayudaba nada a que, una vez que salieran de él, continuaran sintiéndose acompañados y apoyados y mantuvieran estas relaciones de amistad. Por el contrario, volverían a sentirse tan solos como al principio de su entrada al centro. De manera que comencé a mostrarles que tenían la oportunidad de realizar actividades siempre gratuitas y muy diversas fuera del centro y que esto les posibilitaría conocer gente nueva, haciéndoles explícitas las razones por las que sería beneficioso para ellos hacer sobre todo amigos fuera, amigos que estuvieran limpios de juicios hacia su persona, que no


conocieran su pasado tal vez, y con los que tuvieran la oportunidad de “empezar de nuevo”, gente con la que el trato no se perdiera una vez que se iban con empleo y alojamiento. En cuanto al taller de reinserción, organicé talleres semanales de muy diversa temática también y uno obligatorio de búsqueda de empleo. Además ofrecía también reuniones individuales o colectivas conmigo para tratar temas personales y realizar planes individuales y seguimientos personalizados. Viendo todo este trabajo con distancia, puedo hoy sentir que valió la pena, que todo mi esfuerzo y también el de mis compañeros al entender mis metas sirvió muchísimo a los usuarios. Además, analizando mi trabajo con perspectiva, hoy me doy cuenta de que muchos de los logros conseguidos tuvieron que ver directamente con un “método” implícito e inconsciente que se daba al relacionarme con estas personas en riesgo de exclusión social. Y el método (¡OH sorpresa!) no era otro que la práctica filosófica... Siempre, a la hora de trabajar directamente de tu a tu con gente de exclusión social, llevaba a cabo las mismas pautas, realizaba, sin pensarlo, los mismos pasos. Ante las preguntas, dudas, discusiones o problemas, intentaba siempre descubrir exactamente en qué pensaba la persona que tenía delante, y para entenderla, muchas veces pedía definiciones de los términos o palabras más importantes (sin pretender que fueran las del diccionario y sin exigir que se parecieran a las mías), pedía ejemplos de lo que me expresaban y cuando veía que no lo tenían muy claro, yo misma les proponía o buscábamos términos contrarios para aclarar así las ideas, para simplificarlas. Así llegábamos a una redefinición de la duda o problema inicial, pero más concreta, más específica, más clara... En ese momento ya había conseguido que la persona se diera cuenta de algunos errores de concepto por lo menos, y entonces se hacía posible la propuesta de soluciones a modo de lluvia de ideas, soluciones que ellos mismos se encontraban preparados para ofrecer y que ofrecían a la duda planteada al principio de nuestras charlas. De manera que en este momento, intentaba hacerles conscientes de que ellos mismos se habían respondido a la pregunta, de que eran capaces de “saber”, de que siempre habían guardado en ellos, sin saberlo, la respuesta. Respuesta que ahora, simplemente había


salido a la luz. Y así acabábamos las charlas riendo, aportando ideas generales, conciliadoras, abiertas, creativas e incluso (y muchas veces) insólitas. Con la práctica de este “método” me fui dando cuenta de que, si bien este diálogo es un trabajo lingüístico y metalingüístico, además de filosófico, que se realiza siempre desde lo racional, no debe por ello dejar de lado lo sentimental. Las más de las veces, cuando la persona que tenía delante caía en la cuenta de sus propias contradicciones, o no sabía responder a las preguntas, o no se hacía cargo de las respuestas implícitas o... experimentaba un amplio abanico de sentimientos negativos que podían ir desde la vergüenza, a la impotencia, al miedo, al dolor... Pensé de alguna manera que de todo esto debía también hacerme cargo, así que me puse varios objetivos para mis conversaciones. El rimero y más evidente para mí fue no alargar el diálogo más de una hora, pues el razonamiento lógico-filosófico es una actividad que puede llegar a extenuar por el esfuerzo realizado. El segundo objetivo que me marqué fue aclarar desde el principio del diálogo, la posibilidad de pasar o padecer diversos sentimientos nada placenteros, y siempre que lo explicaba, intentaba mostrar conscientemente que estas reacciones son naturales, esperables e incluso deseables, pues muchas veces son el motor de arranque que nos incita a movernos en busca de un cambio. Estos objetivos no estaban marcados para otra cosa que para prevenir e intentar evitar, en la medida de lo posible, comportamientos o sentimientos negativos, pero no servían para contener y mimar a la persona una vez que estaba pasando por ellos. Otro objetivo marcado entonces para resolver este problema fue, una vez más, hacer patente o que ocurría, intentar hacerles conscientes de lo que estaban sintiendo (pues no parecía ser nada fácil verlo, ni reconocerlo, ni verbalizarlo) y encargarme de mostrar mi apoyo, ayuda y cariño para ese momento tan duro. Si bien es cierto que, en la medida de lo posible, creí que debía intentar evitar que padecieran estos sentimientos, hacer que no lo pasaran mal, que no se sintieran incómodos, me di cuenta también de que estos sentimientos indeseables, pueden representar un muy buena herramienta (si se aprende a manejar con prudencia y acierto) para poner en estado de alerta y fomentar el movimiento hacia el cambio de la persona que tenía delante.


Observé a su vez, que durante el diálogo siempre debía estar alerta y a la caza de tiempos verbales incongruentes, de trampas de contexto específico o general y del uso de borradores lingüísticos como son el “pero” y el “sin embargo”, entre otros. Al dar por finalizada nuestra charla, siempre preguntaba interesándome por cómo estaban o se sentían, si les había parecido provechosa o no y por qué nuestra conversación, y lo que opinaban de la charla en general así como de las conclusiones a las que habían llegado. Muchas veces me he sentido sorprendida por las respuestas que he obtenido ante estas últimas preguntas. Muchas de las personas con las que he dialogado no sólo han conseguido llegar conscientemente a soluciones o conclusiones, sino que, sobre todo, se han percatado de cómo utilizaban el lenguaje, de los comportamientos o posturas que defendían ante el tema planteado, de qué iban a cambiar o a qué querían prestarle más atención... y cómo con sus propias palabras se escamoteaban de la solución porque ésta no les atraía, o la obviaban, o cambiaban la realidad... En todo esto obtuve una satisfacción personal y un regocijo bastante difíciles de describir... Mi alegría se debía a dos motivos principalmente. El primero fue que, después de medir con tests y encuestas siempre mi propio trabajo, pude observar un cambio muy interesante: a partir de la reestructuración de ambos programas, pude comprobar que la asistencia, la participación y el conocimiento sobre los mismos había aumentado en un 40 % respecto a cifras anteriores e iniciales al cambio. El segundo fue que, a nivel personal, la gratitud de aquellos para los que trabajaba se tradujo en todo tipo de demostraciones de afecto. REFLEXIÓN FINAL: Después de algunos años de terminar la licenciatura, el doctorado y el master en filosofía, continuaba muchas veces, casi todas, todas, dudando de su utilidad. No parecía algo práctico, ni mucho menos palpable, ni cotidiano, ni asequible a todos, ni interesante... Si vas a buscar trabajo con tu CV por ahí, te encuentras generalmente ante dos situaciones: una es aquella que te ofrece la persona asombrada por tu estupendo cerebro y lo difícil de la materia (según dice), la de la admiración barata y sin razón, otra es la del que lo confunde con filología (porque no sabe ni lo que es la filosofía,por desconocimiento).


Reconozco hoy que no es fácil sentir que la filosofía es útil, y menos cuando nos han enseñado a verla y distinguirla disfrazada, disfrazada de Nietzsche, de Kant, de Adorno, de Kierkegaard, de Descartes, las más de las veces de Platón y de Aristóteles... Incluso nos la muestran así en la licenciatura. Ahora me doy cuenta que todo esto no es más que un simple disfraz, que la verdadera filosofía se da en el día a día, en la vida cotidiana, y que es accesible a todo el mundo y que puede percibirse hasta como divertida. Pese a que sigo viendo y sintiendo a la filosofía como una herramienta personal y muy querida, ya no dudo más sobre su utilidad. Puede que no sea fácil verla, distinguirla, pues estamos acostumbrados a verla así disfrazada, pero ahí está, siempre está. Está justo en el momento en que el niño se cae y se hace daño por primera vez consciente, está en mi crisis de los treinta, está en la situación laboral del vecino, en las fantasías del amor de mi amiga, en la vejez de las madres o abuelas, en mis alumnos adolescentes y perdidos, en la magia de un paseo por el campo, en la sonrisa del usuario aliviado o en la cara contraída de la persona con problemas, estaba en mis compañeros de trabajo cuando vivíamos situaciones límite, en ... Los años de trabajo en el campo social me han ayudado a verla más, a reconocerla, a volverla a conocer, esta vez limpia y desnuda, me la han presentado tal cual es, natural, y me han mostrado que la palabra, el diálogo, la comprensión, el entendimiento, son todo un regalo. Un regalo también disfrazado, esta vez en forma de todo tipo de demostraciones de afecto, en forma de sonrisa y también de llanto. Y entonces me he sentido como la famosa partera a la que aludía Sócrates, porque de alguna manera, y aunque el trabajo realizado y las conclusiones conseguidas no sean mérito mío, yo he ayudado ha parir ideas, a acomodar razonamientos, a pensar palabras... y eso no es otra cosa que el regalo de la práctica de la filosofía.

FUENTES: -

“Construyendo un servicio”. PowerPoint presentación RMI “Polit i Sembrat”. INTRESS – IMAS.

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Proyecte RMI 2010. INTRESS – IMAS.


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Memoria SAPS 2009 y 2010. INTRESS.

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Memoria RMI 2009 y 2010. INTRESS.

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Datos de las encuestas y evaluaciones del programa de ocio. SAPS. INTRESS.

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Datos de las encuestas y evaluaciones del programa del taller RMI. INTRESS.

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“Inteligencia emocional”. Daniel Goleman. Editorial Kairós. Barcelona. 2007.

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“Proyectos de inserción sociolaboral y economía social”. Francesca Salvà, Catalina Pons, Adela Morell. Editorial Popular. Madrid. 2000.


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