H&C 16 Hechos y Crónicas

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Crónicas Quien visita Jerusalén no puede dejar de conocer

el Museo del Holocausto Ya Vashem, que más allá del conocimiento histórico que pueda brindar, nos abre la puerta a una experiencia con una gran carga emocional que nos confronta crudamente con el concepto mismo de dignidad humana. Como tal, es una experiencia que no podemos olvidar, junto con la realidad histórica que se encuentra detrás de ella, cuyo conocimiento es justamente el que nos ha abierto los ojos y el corazón a dicha experiencia. Como reciente peregrino a Tierra Santa no fui ajeno a esta experiencia pudiendo ser testigo de todo el abrumador acervo documental que sustenta éste, tal vez el más sombrío y doloroso episodio de la historia judía, y uno de los más vergonzosos episodios de la historia en general respecto al cual ningún ser humano puede sentirse ajeno. Miles de dramas y testimonios individuales se combinan magistralmente de manera visual y auditiva en el museo para dar forma al drama de toda una nación y a la vergüenza de toda una generación de la raza humana que hizo la vista gorda ante este exterminio genocida que, contra toda evidencia, está ya comenzando a ser negado descaradamente por oscuros e inquietantes personajes de la política y de la religión mundial y por emergentes grupos extremistas de diversa procedencia que deben ser denunciados y vigilados por la comunidad internacional. Sin embargo, en medio de todos estos elocuentes testimonios, no se puede olvidar el narrado por nuestro guía judío-argentino Isaac Slepoy, quien debió detenerse en más de una oportunidad al contarlo, incapaz de contener las emociones que su recuerdo le generaba. En efecto, el testimonio de nuestro guía no sólo se unió a los que pudimos contemplar en el museo, sino que llegó a destacarse sobre ellos por la cercanía y la empatía natural que surge habitualmente entre guía y peregrinos, una empatía reforzada en este caso por la evidente calidad humana, y la excelencia y solicitud mostrada en su trabajo por nuestro guía. Resumiendo, por diversas circunstancias fortuitas la abuela de Isaac había tenido que dejar a su familia en Argentina librada a su propia suerte para viajar a Europa, siendo pronto apresada por el régimen nazi dominante el cual la destinó a la inhumana labor de amontonar los cadáveres de su propio pueblo, trabajo en el cual sus fuerzas la abandonaron y terminó por desfallecer cuando al parecer descubrió entre los muertos a un miembro de su propia familia. Dada por muerta por los soldados nazis, fue embarcada en un vagón de tren con el resto de cadáveres para ser posteriormente incinerada. Al recobrar la conciencia y darse cuenta de la situación se arrojó del vagón quedando tan maltrecha y expuesta al frío invernal que hubiera muerto pronto si un sacerdote polaco no la hubiera hallado y se hubiera compadecido de ella, quien con riesgo para su propia vida se encargó de cuidarla así

como a otros de sus compatriotas en desgracia en la clandestinidad del sótano de su parroquia hasta su pleno restablecimiento y puesta a salvo. Isaac y su familia nunca olvidaron este gesto deseando expresar su gratitud a este sacerdote por lo que había hecho. Pasado el tiempo Isaac, ya adulto, encontró la oportunidad anhelada cuando formó parte de la logística alrededor de la visita del pontífice de Roma —máxima autoridad de la Iglesia Católica en el mundo— a Israel en el año 2000 y logró sortear el anillo más inmediato del aparato de seguridad montado alrededor de este dirigente espiritual, a la sazón el carismático Juan Pablo II, logrando tener acceso personal a él para agradecerle los cuidados que como sacerdote le había prodigado tan solícitamente a su abuela a riesgo de su propia vida cuando era tan sólo el anónimo sacerdote Karol Wojtyla en Polonia.

MILLONES DE JUDÍOS PIADOSOS ENTONARON SU PROFESIÓN DE FE MIENTRAS LOS GUARDIAS NAZIS LOS EMPUJABAN HACIA LAS CÁMARAS DE GAS. Pero el epílogo de esta historia no fue menos conmovedor, pues tuvo lugar cuando la abuela de Isaac visitó ya muy anciana Jerusalén y contra toda recomendación insistió con su nieto no sólo en visitar el Museo del Holocausto, sino en leer allí los registros detallados de las víctimas y los sobrevivientes del mismo, habida cuenta que esta buena mujer había perdido a toda su familia en esta sistemática aniquilación de la que su nación fue víctima a manos de Hitler y su cuadrilla de asesinos. A regañadientes, Isaac accedió y la llevó al Museo, procurando disuadirla en su momento de la torturante lectura de los registros, sin tener éxito en el intento ante la calmada pero firme resolución de su abuela. Estando a punto de llevar a cabo este ejercicio, un funcionario del Museo abordó a Isaac con gesto circunspecto para confirmar el nombre de su abuela, una vez hecho lo cual procedió a ponerlo sobre aviso en relación con una sorprendente situación: uno de los hermanos de su abuela había también sobrevivido al holocausto y se encontraba aún vivo residiendo en una casa ubicada en una cercana localidad de Israel. Esta información movilizó de inmediato al personal de Yad Vashem para proveer cuanto antes apoyo y asesoría psicológica profesional a ambos ancianos, no sólo para darles la noticia, sino para preparar su inevitable encuentro. Encuentro que Isaac contempló con un conmovedor y casi reverente respeto cuando llegaron a la casa del hermano de su abuela previamente notificado de la visita de su hermana y observarlos fundirse en 1Tal

vez el más representativo campo de concentración de los nazis

Edición 16 Febrero de 2012

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