Poemas de Eduardo Lizalde

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Eduardo Lizalde Poemas

Premio Internacional Alfonso Reyes Edici贸n 2011


Sólo dos cosas quiero, amigos, una: morir, y dos: que nadie me recuerde sino por todo aquello que olvidé. “Epitafio”

Eduardo Lizalde nació en la ciudad de México en 1929. Estudió filosofía y literatura en la UNAM y música en la Escuela Superior de Música. Ha sido profesor de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y colaborador de las revistas y diarios más representativos del país. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2007, ha realizado una importante labor como divulgador de la cultura. Entre sus libros de poesía destacan El tigre en la casa (Premio Xavier Villaurrutia, 1970) y La zorra enferma (Premio de Poesía Aguascalientes, 1974). En 1988 se reconoció su trayectoria con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de Literatura y Lingüística. Creador Emérito del SNCA. Todo poema está empezando (1966-2007) es la reunión más reciente de su obra.

Viñeta de portada: Codex Borgia, lám. 24 Fotografía: Jorge Vargas | Conaculta Prensa


DEWEY: 861 LC: PQ7297 Lizalde, Eduardo, 1929-. Poemas / Eduardo Lizalde. -- Monterrey, Nuevo León : Consejo Nacional para la Cultura y las Artes : Instituto Nacional de Bellas Artes : Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León : Sociedad Alfonsina Internacional : Tecnológico de Monterrey : Universidad Autónoma de Nuevo León : Universidad de Monterrey : Universidad Regiomontana, 2011. 43 p. 1. POESÍA MEXICANA - SIGLO XX

Descarga gratuita. Prohibida su venta. Poemas D. R. ©Eduardo Lizalde, 2011 Coedición autorizada expresamente por el autor para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, la Sociedad Alfonsina Internacional, el Tecnológico de Monterrey, la Universidad Autónoma de Nuevo León, la Universidad de Monterrey y la Universidad Regiomontana. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin autorización por escrito del autor y los titulares de la edición. Impreso y hecho en México | Printed and made in Mexico


Poemas โ ข Eduardo Lizalde

Premio Internacional Alfonso Reyes Ediciรณn 2011


poemas • eduardo lizalde


El grito 3 El verso humano pesa, yo lo cojo en mis manos y siento que me dobla las muñecas. Pedro Garfias

Lince lleno de linces hasta el borde, lince que escupe linces, el poeta, jugo de ojos de lince, sabe que hablar de lo que vuela implica el vuelo, que al solo silbo de la caza aérea las vértebras de un ala perforan su columna. Hiriente y cauto grito de lince caerá el poema al fondo del oído con su peso de roca. Colocado el poema entre bañistas sobre su balsa de papel, desbordaría el balneario Pez que en estanque de plomo se sumerge. Mar de pesadas palabras en que flotan continentes de corcho. El ancla de la cosa atada al nombre.

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Ala y ancla a la vez de algo que flota, las cosas, plomo puro se sumergen en plomo, y nadadores, óptimos peces reducidos a su natación navegan sobre el puro navegar del hondo pez. Un ámbar sólo ante la luz opaco. Negro sería el Sol negra su llaga de remolido hidrógeno si hubiera un ojo construido para ver la luz junto a ese cuerpo sin cegar. Más veloces que el nombre y sus tortugas las cosas en su pasmo de aquiles congelado; torcidas al cautín de una descarga del ojo y aturdidas por el petardo escrito de una voz, tomadas con las manos en la masa, se someten al lince que incorpora las cosas en sus iris y les injerta córneas a las cosas, tapiza cada presa con su piel.

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Así, en el lince, todo lo que era ciego puede espiarse. La manzana procaz se paladea; con nuevas lenguas lame sus paraísos entrañables. De sólo ver los frutos, el lince, sol de piel, vuelve amarillo el árbol; y por el lince, vitral, a contralince, el propio espía se espía. Nombres como avenidas de materia más caudalosas siempre que sus cauces, luminiscencias de un ojo que clava su alfiler más lejos que su vista, han de envolver la cosa en telarañas de fraguada videncia persistente, en su voz vuelta pasta de las cosas, zapato atado al pie como un cordero manso. ¡Oh amados perros, linces amados, bisutería de carne de las cosas! ¡Amados basureros de joyas inservibles, amados croares y hedores de las cosas del mundo!

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¡Oh sillas, mimbres, secreteres modosos y pinceles de cuerda y manos que se buscan en su palma lectora! Idolatradas cosas que el nombre o la mirada de un claro lince —tan claro que a través de su cuerpo se contempla, reflejado en sí mismo como en agua—, trastorna y desdibuja. Cosa de adusta piedra o carne viva, impenetrable casi a la cuchara de oro, al azadón de goma del poema. Selva que arma su aullido negro y verde tejiendo hasta el ciclón obesas lluvias de insectos aplastados, silbidos subterráneos de palomos que el peso de la noche entierra vivos, catástrofes de estaño como el sapo lunar, este severo alud atlético de carne. Grito hundido en el fango caliente de una bestia, de un mueble, de una cosa cualquiera, hasta la proa. Cosa que incendia el ojo del lince

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con la yesca de estar, acĂŠrcate a mi mano, pobre cachorro de ser, abre la boca y gruĂąe y haz el muerto. Ven, cosa, yo te dirĂŠ tu nombre. Cada cosa es Babel, 1966

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El tigre Hay un tigre en la casa que desgarra por dentro al que lo mira. Y sólo tiene zarpas para el que lo espía, y sólo puede herir por dentro, y es enorme: más largo y más pesado que otros gatos gordos y carniceros pestíferos de su especie, y pierde la cabeza con facilidad, huele la sangre aun a través del vidrio, percibe el miedo desde la cocina y a pesar de las puertas más robustas. Suele crecer de noche: coloca su cabeza de tiranosaurio en una cama y el hocico le cuelga más allá de las colchas. Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo, de muro a muro, y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo, como a través de un túnel de lodo y miel.

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No miro nunca la colmena solar, los renegridos panales del crimen de sus ojos, los crisoles de saliva emponzoĂąada de sus fauces. Ni siquiera lo huelo, para que no me mate. Pero sĂŠ claramente que hay un inmenso tigre encerrado en todo esto. 11 El tigre en la casa, 1970


Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses; que se pierda tanto increíble amor. Que nada quede, amigos, de esos mares de amor, de estas verduras pobres de las eras que las vacas devoran lamiendo el otro lado del césped, lanzando a nuestros pastos las manadas de hidras y langostas de sus lenguas calientes. Como si el verde pasto celestial, el mismo océano, salado como arenque, hirvieran. Que tanto y tanto amor y tanto vuelo entre unos cuerpos al abordaje apenas de su lecho, se desplome. Que una sola munición de estaño luminoso, una bala pequeña, un perdigón inocuo para un pato, derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas y desgarre el cielo con sus plumas.

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Que el oro mismo estalle sin motivo. Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa se destroce. Que tanto y tanto, una vez más, y tanto, tanto imposible amor inexpresable, nos vuelva tontos, monos sin sentido. Que tanto amor queme sus naves antes de llegar a tierra. Es esto, dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele. El tigre en la casa, 1970

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El cepo Vacía la trampa de oro, sobredorada —el oro sobre el oro—, de esperar inútilmente al tigre. Oro en el oro, el tigre. Incrustación de carne en furia, el tigre. Mina de horror. Llaga fosforescente que atraviesa la sangre como el pez o la flecha. Rastro de sol. La selva se ilumina, abre sus ojos para ver pasar la luz del tigre. Y a su paso, Midas, las hojas, ojos, flores desprevenidas, crótalos dormidos, ramas a punto de nacer, libélulas doradas de por sí, gemidos de cachorros, se doran, se platinan. Y el tigre pasa, frente a la trampa absorta, amada, y la trampa lo mira, dorándose, pasar; la fiera huele acaso la insolente camada convertida en rubí, lame sus brillos secos de aparente jugo,

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pisa en vano el aterido resorte de cristal o nĂĄcar del cepo inerme ahora. Escapa el tigre y la trampa se queda como la boca de oro del niĂąo frente al mar. El tigre en la casa, 1970

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Grande es el odio [1 y 2]

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Grande y dorado, amigos, es el odio. Todo lo grande y lo dorado viene del odio. El tiempo es odio. Dicen que Dios se odiaba en acto, que se odiaba con la fuerza de los infinitos leones azules del cosmos; que se odiaba para existir. Nacen del odio, mundos, óleos perfectísimos, revoluciones, tabacos excelentes. Cuando alguien sueña que nos odia, apenas, dentro del sueño de alguien que nos ama, ya vivimos en el odio perfecto. Nadie vacila, como en el amor, a la hora del odio. El odio es la sola prueba indudable de existencia.

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2

Y el miedo es una cosa grande como el odio. El miedo hace existir a la tarántula, la vuelve cosa digna de respeto, la embellece en su desgracia, rasura sus horrores. Qué sería de la tarántula, pobre, flor zoológica y triste, si no pudiera ser ese tremendo surtidor de miedo, ese puño cortado de un simio negro que enloquece de amor. 17

La tarántula, oh Bécquer, que vive enamorada de una tensa magnolia. Dicen que mata a veces, que descarga sus iras en conejos dormidos. Es cierto, pero muerde y descarga sus tinturas internas contra otro, porque no alcanza a morder sus propios miembros, y le parece que el cuerpo del que pasa, el que amaría si lo supiera, es el suyo. El tigre en la casa, 1970


Boleros mexican style Uno es el hombre … Uno nació desnudo, sucio, en la humedad directa… Jaime Sabines

Alguna culta gente se imagina que no hace falta verdadero valor para sentarse a solas en una cantina umbrosa de San Ángel o bien, Jaime, de Tuxtla —en el viejo San Ángel, que ocupa siete cuadras cuando mucho—, para beber enteras dos botellas de ron de la peor marca. Porque esta fina gente tampoco sabe lo que significa sentarse así, solito, con ese ron de cepa deleznable, sin quebrar en astillas contra el vaso la más furtiva lágrima italiana y sin oír más cantos que los de la rockola —en general certeros por el tema traumático,

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pero no por el arte—. Y no sabe esta gente que a esas horas —inútil mencionarlas—, los vómitos, los gritos, la tristeza, la nostalgia del pobre abandonado, el llanto favorecen. Y mucho menos sabe que uno se sienta ahí por dignidad, para que las miradas de los otros lo contengan, para no desbordarse (con lágrimas y alcohol) y para no romperse los puños contra el muro ni matar gratis a nadie; para aguantarse a cuerno limpio todo el dolor, pongamos, de unos celos, de un perdido amor, una utopía amorosa. Para qué continuar. Yo creo que se requiere algo más sólido que el desnudo valor para irse ahí, con ese ron y esa locura de la misma fábrica, ahogar así las penas en el vino, como dicen, y corromperse así, profunda bestia,

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an贸nima como el autor del Cid, s贸lo para no hacer, en dos palabras, el oso a media calle. La zorra enferma (Malignidades, epigramas, incluso poemas), 1974

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Bellísima Y si uno de esos ángeles me estrechara de pronto sobre su corazón, yo sucumbiría ahogado por su existencia más poderosa. Rilke, de nuevo

Óigame usted, bellísima, no soporto su amor. Míreme, observe de qué modo su amor daña y destruye. Si fuera usted un poco menos bella, si tuviera un defecto en algún sitio, un dedo mutilado y evidente, alguna cosa ríspida en la voz, una pequeña cicatriz junto a esos labios de fruta en movimiento, una peca en el alma, una mala pincelada imperceptible en la sonrisa… yo podría tolerarla. Pero su cruel belleza es implacable, bellísima; no hay una fronda de reposo para su hiriente luz

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de estrella en permanente fuga y desespera comprender que aun la mutilaciĂłn la harĂ­a mĂĄs bella, como a ciertas estatuas La zorra enferma (Malignidades, epigramas, incluso poemas), 1974

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Tercera Tenochtitlan (1982) [fragmento]

Dolorosa inhumación de espectros de nahuales dioses menos que insepultos monolitos respirando a flor de tierra templos mutilados adoratorios que han perdido su desgreñado cielo bajo el hacha homicida descalabradas estructuras y alfardas sangrientas que han olvidado lengua y compostura Las observan torres y portadas barrocas cabezas rostros altos vertederos zoomorfos de pieles maceradas pétreas verdes pellejas seculares gradas inseguras que se lamen los bordes y ascienden a la superficie como el gato que se libra de un pozo Elefantuna y baja bajuna y elefante la Catedral preside ese cortejo de resucitados con los lomos del Sagrario heridos por el ácido fecal de las palomas que ha envilecido y trastornado el diesel Una serpiente que todavía se asombra de ser piedra abre la boca al aspirar por vez primera en cuatro siglos el aire de la plaza y todos se retiran al mirarla moviendo sus pesados anillos

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entre los herederos de sus constructores enjoyada y divina y espantosa y perfecta Escombramos la casa tapiada hace ya siglos Mal enterrada estrella mal coagulada sangre clama el antiguo lago por sus presas traga edificios rompe la raíz de los palacios resquebraja cúpula y vuelve con su luz mellada al seno de la plaza enronquecida Harapos de esmeralda y jade la tallada extensa ruina de la antigua ciudad vuelve también tiempo de gorda tierra en el que hincaran dientes garras los mayores bosques Olisquean los perros misteriosamente siempre los perros nigrománticos ciertas humedades malolientes de siglos —el verde vello del tiempo sobre los peldaños— y mean con reverencia los pedestales de los dioses que en grandioso destierro pulso de lodo sobreviven gibosos vencidos y descomunales Esplende a veces en las solares horas en los jadeantes días de asueto tras la borrasca patria de una fecha ritual

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con sangre escrita para incrédulos y locos entusiastas la ciudad virreinal plazas efigies algunas nobles piedras ciertos nobles de piedra este rebaño de rincones de Santo Domingo apenas [exhumados el filo de un remate la grupa de algún bronce la dentellada de cantera de aquel friso de la Inquisición tumba moral y egregio potro de caudillos el transparente cubo de grisura labrada en La Merced indígena de cuerpo y de mudéjar alma granadina los alamares de negrura engargolada sedosas llagas sobre los palacios del vejado Iturbide los altos Calimaya un alhamí arrumbado en un recodo de aquella vecindad paupérrima un poyo revestido de talavera augusta el descanso de un príncipe en que hoy reposa el mal comer el hambre pobre este gato tiñoso En el pueblo rabón que se ha extendido sin Haussmann y sin gracia sin un artista destructor siquiera se elevan de puntillas los chaparros palacios talados de su cielo por desmedrada tribu de barracas parvadas tendederos de alas sucias que ondean sobre los techos a la espalda celeste de la bestia

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banderas desgarradas de un desolado ejército que vuelve en la derrota a la Ciudad Más tarde ciertos rasgos nocturnos de belleza la alumbran —la semisombra favorece al malato— Aires toledanos soplan en los balcones Viejos humores de tinta de tabaco y de incienso caen de un tejado y su vuelo una cariátide rota que soporta una nube a falta de cornisa el rostro macilento de un librero de usado Todos bajo una pátina local húmeda y sepia que a medias ennegrece pinta mal los relieves de corroídos restos coloniales Nada queda en los barrios Altas frondas el vuelo confundían con los pájaros que a más altas criaturas por ateos contempladas enredaban el suyo Han muerto los álamos plateados Melenudos breviarios del daguerrotipo Blanco negro plomo carbón Altos losanges que al viento hojeaba el ojo Nada queda en los barrios Tercera Tenochtilan, 1983

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Caja negra La noche cerraría sobre las almas. Todos los sueños, toda la sangrienta memoria, las pasiones más pútridas, los amores más bellos, las más altas traiciones, los estupros más viles, los delitos incruentos y preciosos de los amantes perseguidos, los crímenes también de los impuros, toscos chacales de la urbe, los secretos más crueles de la felicidad y del dolor, los crímenes imaginarios, heroicos, bucaneros, de los adolescentes incestuosos, la clave de la guerra entre hermanos, punto fino, el solapado origen de toda la tragedia, el ojo mismo para contemplarlos, están todos ahí, en la caja negra, nuestro centro invisible y expansivo que vibra entre la válvula cardiaca y el florecido sexo al que servimos con suerte desigual. Pero nunca ha de abrirse. Todo a su alrededor ha de morir si ella se abre, agujas, cardos ha de volverse el agua que se bebe si ese turbio corazón se rompe. Sobre las almas cerraría la noche

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si esa caja se abriera en las entrañas de una sola criatura del frágil universo, como si se rompiera el corazón de Dios —la miel enferma del panal está en la caja—. Freud se traumara con la idea de ese custodio visceral, ángel interno, que nos protege como un tumor benigno de la basta miseria. Se han de romper las naves, ha de astillarse el aire como el vidrio corriente, pero la caja, no. Dios puede enloquecer y ha de quebrarse al fin como un volátil superior, pero la caja, no. Tabernarios y eróticos, 1989

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Socráticos y aberrantes ¿Cómo sabemos que esta seductora, esta criatura indescriptible, es una bella moza de verdad, un ejemplar genuino de perfecta, de única hermosura, si no sabemos qué es lo bello en general? No es el saber, Hipias gracioso, el que permite con certeza y hielo descubrir la carnosa, incierta luz de tal ternura: un tenso muslo, un pecho que levanta, una dulce entrepierna, esta grupa apretada, el arca de este cuerpo, un rostro que deslumbra. Es el feliz dolor que ellos producen, sin saberlo, en fibras, vísceras ocultas, líquidos de adánica inocencia. El Universo es hueco, está vacío. No existen los modelos superiores, Hipias. Sólo existe esta beldad o aquella. Tabernarios y eróticos, 1989

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Suerte te dé Dios Unos absurdos dioses, curiosos y desesperados, dispendiosos y contemplativos, desocupados y maliciosos, me benefician altos con las mayores prendas. ¿Cómo llega a mis manos, fuera de temporada, tal perfecta hermosura? Yo no he cumplido méritos para tal canonjía. Excede mis pronósticos la gracia recibida. Yo celebro. Tabernarios y eróticos, 1989

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Tiene ella cierta clase de belleza clasificada en altos círculos como una perniciosa, pura deformidad, un cáncer loco de apariencia benigna y mortales efectos. Una belleza así y un mongoloide son igualmente monstruosos. Alto es el precio. Dios permita al saludable contraer el virus. Ya lo dijo el florentino: Ecce Deus fortior me… He aquí un Dios más fuerte que yo, viene a vencerme. Yo, simplemente, me muevo contra el golpe, a favor del sentido en que me lo disparan, hago el rolling nomás. Tabernarios y eróticos, 1989

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Charlie Brown en la loma (Tango de otro viudo)

En la noche asesina, y solo en el montículo, ¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa! con casa llena, y ya en la parte baja de la octava, y tirando wild pitch —uno tras otro—, salvaje, eterna soledad, de veras. Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante. Una mirada al fondo, de ratón acorralado: toleteros veloces, atentos y enemigos, y tristes jardineros fraternales a los que ciega el sol bajo las bardas. Al frente, el bateador, la noche arriba. Lluevan, cielos, derrúmbense las nieblas sobre el parque. Viudo en la loma, como bajo la ducha en esa infancia que dejábamos ya, soñando en altas diosas o primas ruborosas e imposibles, y haciéndose una horrible, deprimente puñeta en la mañana. ¡qué soledad, de veras, Charlie! —y falla el doble play, para acabarla. Tabernarios y eróticos, 1989

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S贸lo el tigre m谩s alto muere a tiempo, antes que lo destruyan a destiempo buitres, moscas y otras larvas del tiempo que para el buen yantar toman su tiempo. Termina al filo de la noche el tiempo de los que salvos mueren de su tiempo sin dar respiro, tregua, tiempo al tiempo, contra Dios, contra el mundo, contra el tiempo. Nadie con luz puede vencer al tiempo, porque la luz perece con el tiempo; est谩n hechas penumbra y luz de tiempo. El tigre es alta luz, pero no es tiempo. El tiempo, tigre puro, es todo el tiempo, y tigre y luz y mundo, son del tiempo. Tabernarios y er贸ticos, 1989

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Del oro y del tiempo Al tacto cuento el oro y cuento el tiempo, y pierdo siempre el tiempo y pierdo el oro, pues pierdo el oro por ganar el tiempo y el tiempo pierdo por ganar el oro. Compro, para vivir, oro con tiempo, y despu茅s pago el tiempo con ese oro. Aquel perdido tiempo era de oro y aquel oro tan pobre, puro tiempo. Son lo mismo, sabemos, tiempo y oro y en desigual medida es muerte el tiempo y muerte como el aire ausente, el oro. Oro se vuelve el polvo con el tiempo, enamorado polvo, polvo de oro, que es menudo caer, es oro, es tiempo. Tabernarios y er贸ticos, 1989

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El gran depredador, el astro rey del crimen, la artillada bestia, el cuchillero en jefe, la más perfecta máquina de guerra jamás construida en carne, entra en el bosque, y sécanse a su paso las pasturas, la selva se contrae y cierra frondas, el aire se enrarece y enrojecen las aguas; se avergüenza la luz de ser tan amarilla cuando el rufián destaza una criatura muy pequeña, algún cachorro humano, si bien el tigre desconoce el Código Penal, pues no tiene más lengua ni argumentos que el idioma dorado de su gula y su miseria majestuosa. Otros tigres, 1995

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El león, el viejo rey, es carnicero, sí, pero tiene cara de comensal goloso, de emperador derrocado sin violencia, una buena persona de gentiles costumbres, con habitual mesa en Prendes. El león es más un cánido barbudo que un felino. El tigre en cambio, torva mirada de facineroso, pasa veloz, guapeando por la selva, el loco saturnino de la casa o del monte. El solitario pozo de su sangre sin fondo guarda morado fango de mordiente hedentina, como la sangre del Diablo, su tío abuelo, Eblis, según algunos textos orientales. Otros tigres, 1995

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El tigre es obra de alta decoración, de gran diseño a base de brocado. Delata influencia de Klimt, avant la lettre; y como broma vanguardista de su oscuro creador se halla en la selva, viviente, áptero grifo, animado y cuadrúpedo tapiz de experta y de temible también alta costura. Emblema funeral y espada a cargo, el fiel de la carnívora balanza, desempeñaba una función divina: destruir y devorar —ripios del tiempo—, a todas las criaturas que en viciosa abundancia religiosamente se reprodujeran. Pero él fue, al fin de cuentas, el diezmado, y ahora que amenaza con desaparecer, la leyenda “cuidado con el tigre” se ha mudado en sus torvos territorios por la blanca ecológica que ondea: “cuidado con los cazadores del devorador”. Otros tigres, 1995

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Canción ignota …era triste, vulgar lo que cantaba, mas qué canción tan bella la que oía. Manuel Gutiérrez Nájera (1893)

Decía el maestro Arreola, excelso confabulador (lo celebraron Borges y Cortázar): “… no sé si he conseguido consumar el canto, pero he escuchado la canción…” ¿Y qué canción, qué melodía sublime era ésa que Juan José y el Duque Job oyeron? ¿Tenía ese canto el timbre superior de Dante o de Petrarca?, ¿el de John Keats, el apolíneo? ¿la cegadora música de Góngora, la del angélico San Juan? ¿la del contrito pecador de Zozobra que escribía: oigo a los ángeles y arcángeles mojar con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre? No lo sabemos, pero la canción ignota alienta y quema en las profundidades de nuestras almas ambiciosas, y por mi parte —no es preciso decirlo— tampoco la he cantado sino en sueños. [Poemas no incluidos en libros, 2005-2011]

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El gato Se sabe legendario y mágico Nos mira siempre como a sus inferiores desde las grandiosas tinieblas milenarias de Keops o de Karnak, donde era venerado e inmune a toda terrenal ofensa. Uno puede admirarlo sobre un mueble mullido o una consola sorteando sin romperlos frascos de cristal y otros endebles ornamentos y espejos, avanzando entre ellos como un soplo de seda y fuego. O bien, podemos verlo sobre el borde pétreo de un muro en el jardín, ejecutando largos y estremecedores conciertos de inmovilidad con estatuarias dotes sobrenaturales. Se puede uno topar con él en un estante —a riesgo de un zarpazo— confundido entre los bibelotes de armiño o lana, o acurrucado en la vitrina de un museo junto al tranquilo cuerpo disecado de un felino congénere o cómplice remoto.

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En la casa, cuando se halla esculpido en uno de esos trances de asombrosa quietud, suele fijar en nosotros, como un dardo, su gélida mirada por un tiempo sólo registrable con uno de esos artefactos fílmicos de acción continua aptos para observar el crecimiento de una planta o una flor. Sus fosfóricas pupilas —eso suele decirse—, son un túnel de luz hacia el infierno. Uno siente al verlas de reojo que si intentara sostener la vista sobre ellas durante dos minutos temerarios podría llevarlo a enloquecer de pronto, sufrir algún masivo infarto o derrumbarse, sangrando por los ojos, al pie de alguna de esas domésticas deidades. [Poemas no incluidos en libros, 2005-2011]

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Las horas que limando están los días… Góngora

Pasa el tiempo a través de nuestras pieles como un soplo sutil o inocua brisa que sin dolor, por años y sin prisa hunde en el cuerpo sus colmillos crueles. A esa indolora mordedura fieles rendimos los mortales la divisa y a su imperio la testa que sumisa por la mortaja cambia los laureles. Torres de Dios, Rubén, pero inclinadas, sin piedad por el tiempo demolidas somos al fin los míseros poetas. Liman las horas fieras las jornadas y por igual acaban con las vidas de poetastros y magnos musagetas [Poemas no incluidos en libros, 2005-2011]

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Madre muerte La madre verdadera de las artes, la única, es la muerte. Es por eso que aturde, fascina a los poetas más el nefando anverso de los seres y las cosas del mundo que el esplendor efímero de la hermosa existencia. Cantamos a la vida en ocasiones porque nos vamos a morir; para qué habríamos de celebrar bellezas pasajeras si eternos dioses fuéramos. Somos todos, como el Calaf de Gozzi y de Puccini, sólo un straniero ebbro di morte. No habría música excelsa, ni pintura sublime, ni arquitectura grandiosa, ni buen arte culinario, ni humanizada belleza del mundo terrenal, ni lírica amorosa, ni poetas, si estériles, perfectos y tediosos ángeles fuéramos, o inmóviles deidades como las soñadas por el estagirita, en vez de esta familia de transitorios vivientes

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que de todo disfruta y a pasto se conforma en el s贸lido mundo que alegre y sin remedio se corrompe sin tregua. [Poemas no incluidos en libros, 2005-2011]

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Índice El grito 3. Lince lleno de linces hasta el borde… . . . . . . . . . . . . El tigre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses… . . . . . . . . . El cepo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Grande es el odio [1 y 2] 1. Grande y dorado, amigos, es el odio… . . . . . . . . . . 2. Y el miedo es una cosa grande como el odio… . . . . . Boleros mexican style . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bellísima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tercera Tenochtitlan (1982) [fragmento] . . . . . . . . . . Caja negra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Socráticos y aberrantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Suerte te dé Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tiene ella cierta clase de belleza… . . . . . . . . . . . . . . . . . Charlie Brown en la loma (Tango de otro viudo) . . . . . Sólo el tigre más alto muere a tiempo… . . . . . . . . . . . . . . Del oro y del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gran depredador, el astro rey del crimen… . . . . . . . . . El león, el viejo rey, es carnicero… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El tigre es obra de alta decoración… . . . . . . . . . . . . . . . . Canción ignota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pasa el tiempo a través de nuestras pieles… . . . . . . . . . . . . Madre muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

5 10 11 14 16 17 18 21 23 27 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 41 42


consejo nacional para la cultura y las artes Consuelo Sáizar, presidenta instituto nacional de bellas artes Teresa Vicencio, directora general sociedad alfonsina internacional Jaime Labastida, presidente gobierno del estado de nuevo león Rodrigo Medina de la Cruz, gobernador constitucional consejo para la cultura y las artes de nuevo león Carmen Junco, presidenta tecnológico de monterrey David Noel Ramírez Padilla, rector universidad autónoma de nuevo león Jesús Ancer Rodríguez, rector universidad de monterrey Antonio Dieck Assad, rector universidad regiomontana Rodrigo Guerra Botello, rector


Poemas de Eduardo Lizalde, selección del autor, se preparó en octubre de 2011; en su composición se emplearon fuentes de las familias tipográficas Cronos y Garamond. La edición estuvo al cuidado de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA. Edición electrónica disponible en: literatura.bellasartes.gob.mx/acervos

Descarga gratuita. Prohibida su venta.


Esta selección de poemas de Eduardo Lizalde, realizada por el autor, es una concisa muestra del extraordinario poder verbal de uno de los más altos exponentes de la poesía hispanoamericana en el momento actual, cuya obra y dedicación a las artes son reconocidas con el Premio Internacional Alfonso Reyes, en su edición 2011, el cual conceden el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Sociedad Alfonsina Internacional, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, el Tecnológico de Monterrey, la Universidad Autónoma de Nuevo León, la Universidad de Monterrey y la Universidad Regiomontana.


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