Nº6: Cuadernos de Defensa y Estrategia

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Más allá del TNP: las oportunidades y los riesgos del futuro inmediato de la tecnología nuclear

tados Unidos (Gaddis, 2005).1 Los soviéticos empujaban y Estados Unidos resistía. Sin embargo la concepción de Kennan y de la mayoría de los debates sobre disuasión ignoran una realidad más dinámica, en la que Estados Unidos, protegido por su paraguas nuclear, era capaz de abordar revisiones ambiciosas del orden internacional. Las naciones que se oponían a los intereses de los Estados Unidos se veían obligadas a decidir si estaban dispuestas a desafiar a una potencia nuclear en pos de sus objetivos preferidos. Estados Unidos probablemente no estaba dispuesto a arriesgar una guerra nuclear sobre muchas políticas, pero los oponentes se veían igualmente limitados. Eran pocos los que podían amenazar de manera creíble a los Estados Unidos de un modo más que periférico, cuando un ataque directo podía significar una represalia nuclear. De esta manera las armas nucleares ofrecían un colchón que permitía un ejercicio más libre de la fuerza convencional y contenía el conflicto en lugares distantes.

ficios de la proliferación a nivel individual se perciben como más intensos que el mal social de una nación nuclear más. Si la proliferación constituye un problema de acción colectiva, no obstante, muchos más Estados deberían haber proliferado en las algo más de seis décadas de la era nuclear. Dada la evidencia disponible, debemos concluir que las armas nucleares no son tan atractivas para la mayoría de las naciones o que los esfuerzos normativos para contrarrestar la proliferación han sido efectivos. Investigaciones anteriores sugieren que la presión de la comunidad internacional y de las principales potencias ha tenido un efecto limitado (Singh y Way, 2004; Jo y Gartzke, 2007). En su lugar, lo que parece haber impedido que la mayoría de las naciones prolifere es que 1) las armas nucleares son extremadamente costosas y difíciles de desarrollar o adquirir, y 2) su utilidad es relativamente limitada. El ejercicio o la amenaza de guerra nuclear sólo es práctica cuando roza la supervivencia nacional. La mayoría de las naciones, si bien no se encuentran satisfechas, están lo suficientemente seguras en su condición soberana como para calificar la posibilidad de una conquista como pequeña. Incluso las naciones inseguras a menudo poseen protección de las principales potencias. Los países que temen un derrocamiento desde el exterior u otro importante problema de seguridad similar tienen más probabilidades de considerar la proliferación como prudente. Los países con políticas exteriores ambiciosas –diseñadas para mantener o alterar significativamente el status quo– también pueden encontrar atractiva la proliferación nuclear si sus oponentes son mucho más fuertes materialmente o si poseen grandes capacidades convencionales por lo que las inversiones adicionales en estructuras militares existentes presentan márgenes decrecientes. Para la mayoría de las naciones del mundo demasiado pobres para comprar una capacidad convencional significativa y no insatisfechas o no lo suficientemente optimistas para creer que un cambio importante es posible y beneficioso, las armas nucleares no constituyen una opción práctica. Allí donde los pesimistas temen el conflicto que resulta de la proliferación nuclear, los optimistas ven la oportunidad de promover la estabilidad. Precisamente debido a que las contiendas nucleares prometen infligir un trauma sin precedentes, es improbable que se produzca la guerra nuclear. Un riesgo inminente de conflagración nuclear tenderá a disuadir las formas convencionales de violencia internacional, considerando el riesgo de escalada que enfrentan las potencias nucleares.3 Waltz (1990) sostiene que el efecto escalofriante de las armas nucleares significa que la proliferación entre “potencias estables” indefectiblemente promoverá la paz. Mearsheimer (1984, 1990) sugiere que la proliferación generalmente es defendible y que el deseo de armas nucleares es comprensible. Jervis (1989b) sostiene que la disuasión nuclear puede llevarse el crédito de la ausencia de una guerra grande desde 1950. ¿No fueron las armas nucleares las

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La dicotomía incita a la dialéctica: optimistas y pesimistas

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Mientras algunos académicos trabajaron sobre modos de hacer que las armas nucleares fueran más potentes políticamente, otros se concentraron en los peligros que presentaba la proliferación. Los pesimistas subrayan las consecuencias de la guerra nuclear, los accidentes y el riesgo de que la posesión de armas nucleares pueda hacer que los políticos o los públicos se vuelvan más agresivos (Dunn y Kahn, 1976; Betts 1977b; Barnaby, 1993; Sagan, 1996).2 Las inquietudes sobre la proliferación nuclear pueden aclararse efectuando una distinción entre el número de armas nucleares disponibles para los Estados y el número de países que posee armas nucleares. Las potencias nucleares existentes podrían fácilmente solucionar la oferta global de armas nucleares reduciendo sus propios arsenales. El número de naciones con equipamiento nuclear es más preocupante, pero si el temor de la guerra nuclear se basa en las probables víctimas, la destrucción y el daño ambiental, entonces existen algunas métricas que relacionan la probabilidad de guerras con armas nucleares con la intensidad de un intercambio, si se produjera uno. Aumentar el potencial de una guerra nuclear no es necesariamente peor que aumentar la escala anticipada de una contienda nuclear. La proliferación tampoco es inherentemente dañina para el proliferador, incluso si agregar miembros al club nuclear eleva el riesgo de guerra nuclear. Los pesimistas, por lo tanto, conciben la proliferación como un problema de acción colectiva en el que los bene1 La teoría de la disuasión se refiere a la superioridad moral del status quo sobre otras ofertas disponibles y,

por lo tanto, privilegia a las potencias establecidas sobre los Estados desafiantes (véase Naciones Unidas, 1995). Esto es particularmente problemático para los realistas (Grieco, 1990; Mearsheimer, 2001). En caso de anarquía, no resulta claro por qué el status quo es objetivamente diferente de otras negociaciones. 2 Argumentar más enérgicamente que algunas naciones no deberían contar con un factor nuclear de disuasión tiene el efecto de reforzar los intereses de Occidente. Puede resultar cierto que la proliferación de armas nucleares en la India y Paquistán aumentará la probabilidad de crisis, accidentes, terrorismo y guerra nuclear (Sagan, 2004). Sin embargo, estos problemas también existen en otros lugares.

3 El argumento de que la disuasión nuclear tiene algún valor de redención se basa realmente en la asevera-

ción de que las armas nucleares disminuyen los conflictos convencionales, ya que la guerra nuclear puede evitarse simplemente a través de la no proliferación.

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