El Matrimonio Cristiano

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El Matrimonio Cristiano



El Matrimonio Cristiano

Tihamer Toth

AsociaciĂłn Pro Cultura Occidental, A.C. Guadalajara, Jalisco, MĂŠxico


Segunda edición 1942 Editorial Poblet-Argentina

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualesquier medios, ya sea mecánico o digitalizado u otro medio de almacenamiento de información, sin la autorización previa por escrito del editor.

Impreso en México Printed in Mexico

© Copyright Derechos Reservados Tercera edición Septiembre de 2009 Asociación Pro Cultura Occidental, A.C. Avenida Américas #384 C.P. 44600 Tel. (0133) 3630 6142 Guadalajara, Jalisco, México www.editorialapc.com.mx apcbuenlibro@yahoo.com.mx


Licencia eclesiástica

Nihil obstat P. Gabriel Riesco, O.S.A. Censor ad hoc

Buenos Aires, 21 de septiembre de 1942 Puede imprimirse Antonio Rocca Ob. de Augusta y Vic. Gral.

Este libro está directamente traducido del original húngaro A Keresztén Házasság por el M. I. Sr. Dr. D. Antonio Sancho Nebot Magistral de Mallorca



Índice CAPÍTULO I. La importancia de la familia .......... 11 I. ¿Es necesario tratar de este tema? ............... 14 II. ¿Puede hablar de estos asuntos el sacerdote católico? ................................... 21 CAPÍTULO II. El matrimonio antes de Cristo ..... 27 I. Dios instituyó el matrimonio ........................ 28 II. ¿Qué es el matrimonio según la voluntad de Dios? ......................................... 32 III. ¿Quién ha de casarse y quién no ha de casarse? ......................................... 37 CAPÍTULO III. El matrimonio después de Cristo .............................................................. 45 I. Doctrina de la Iglesia respecto del matrimonio ............................................. 46 II. ¿Qué da a los consortes Jesucristo? ............ 51 CAPÍTULO IV. Preparación para el matrimonio .. 59 I. Preparación remota ...................................... 60 II. Preparación cercana ..................................... 67 CAPÍTULO V. Las cualidades del buen consorte ..................................................... 75 I. El joven ha de ser serio y consciente de su responsabilidad ................ 77 II. La muchacha ha de ser modesta y amante de la casa ...................................... 79 III. Ambos han de ser religiosos ........................ 83


CAPÍTULO VI. Obstáculos en el camino del matrimonio ...................................... 93 I. Los impedimentos matrimoniales en general ..................................................... 95 II. Matrimonio de divorciados ........................... 97 III. El impedimento del matrimonio mixto ...... 101 CAPÍTULO VII. El matrimonio monogámico ... 111 I. El concepto del matrimonio exige la monogamia............................................. 113 II. La monogamia exige la fidelidad conyugal ..................................................... 118 CAPÍTULO VIII. Planes de reforma .................... 127 I. Los planes de reforma ................................ 128 II. La Iglesia rechaza el matrimonio «reformado» ................................................ 134 CAPÍTULO IX. Indisolubilidad del matrimonio (I) ................................................... I. El matrimonio es indisoluble por voluntad de Dios ......................................... II. El matrimonio es indisoluble por su misma esencia ............................................ III. El matrimonio es indisoluble por su mismo fin ....................................................

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CAPÍTULO X. Indisolubilidad del matrimonio (II) .................................................. 159 I. El interés de la humanidad exige la indisolubilidad del matrimonio .................. 160 II. Objeciones contra la indisolubilidad .......... 167


CAPÍTULO XI. El divorcio ................................. 177 I. Crece el número de los divorcios ............... 179 II. La miseria causada por los divorcios.......... 182 CAPÍTULO XII. El matrimonio feliz ................... 193 I. La mesa familiar ......................................... 195 II. El crucifijo familiar ...................................... 202 CAPÍTULO XIII. El matrimonio sin hijos (I) ...... I. Pecado contra Dios ..................................... II. Pecado contra los intereses del niño .......... III. Pecado contra los intereses de los padres ..

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CAPÍTULO XIV. El matrimonio sin hijos (II) ...... 225 I. Sin hijo ....................................................... 226 II. ¿Por qué no hay hijo? .................................. 229 CAPÍTULO XV. El matrimonio con muchos hijos (I) .............................................................. 241 I. La familia cristiana respeta al niño ............. 242 II. La familia cristiana educa ........................... 247 CAPÍTULO XVI. El matrimonio con muchos hijos (II) ............................................... 255 I. El ejemplo de los padres ............................ 256 II. ¿Qué se ha de inculcar a los niños? ........... 259 CAPÍTULO XVII. El matrimonio cristiano ......... I. El ideal del matrimonio cristiano ............... II. No es lícito «reformar» el matrimonio ........ III. ¿Cuáles son los intereses que van vinculados a la vida familiar? ......................

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Capítulo I a importancia de la familia No hay tema más candente y actual, pero al mismo tiempo más delicado y difícil, que el que escogemos para el presente tomo. Tema de cuya recta solución depende la tranquilidad del hombre en la vida terrena y que al mismo tiempo influye grandemente en la felicidad eterna. Tema cuya solución armónica influye incalculablemente en toda nuestra vida cultural, social y política. Tema que trae bendición o maldición para toda la humanidad, según sea recta o torcida la solución. El tema es: la cuestión del matrimonio y de toda la vida familiar cristiana. Cuestión de importancia suma. ¿A quién se le escapa su importancia decisiva? Es indudable que la humanidad se halla hoy día ante los problemas del matrimonio y de la vida familiar, como ante una esfinge misteriosa. El hombre moderno ha logrado con descubrimientos incomparables levantar cada vez más el velo del rostro oculto de la naturaleza; el hombre moderno ha creído que también podía resolver el problema del matrimonio con las leyes fijas, mecánicas de la naturaleza. 11


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Pero hubo de sufrir un gran desengaño. Hubo de sufrir gran desilusión al ver, después de una experiencia dolorosa, que el matrimonio no es un problema de matemáticas que él pueda resolver del todo con su razón. No. El matrimonio y la vida de familia vienen a ser «una ecuación con varias incógnitas»; problema que no puede resolverse con las matemáticas humanas, porque el matrimonio –según la expresión de San Pablo– es «misterio grande»1, y el maestro que puede resolverlo, no es sino el hombre que radica en Dios. Oímos todos los días: «La familia pasa actualmente por una crisis». Es imposible –y sería desatinado– olvidar que la crisis actual de la familia tiene muchas e intrincadas causas. No se puede negar que una de estas causas es la actual crisis económica y su secuela: la falta de trabajo, la carencia de hogar, las privaciones, los rozamientos, las diferencias de criterio que de ahí se derivan entre los consortes, el malestar que también procede de esta misma fuente: la nerviosidad, la impaciencia, el desamor... Todo esto es cierto. No se puede negar. Pero si por una parte lo reconocemos con sinceridad, por otra nos enseña la experiencia que no puede explicarse únicamente por causas económicas la crisis actual de la familia. La experiencia nos dice que no sólo entre la clase pobre y miserable se conmovió la vida familiar; al contrario: esta crisis aún es mayor y más dolorosa en las familias de posición relativamente desahogada, y que, 1

Carta a los Efesios, V, 32.

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por tanto, no conocen privaciones. Mas que ni la posición modesta ni la pobreza sean las verdaderas enemigas de la vida familiar, lo demuestran de un modo elocuente aquellos matrimonios en cuyo seno la vida familiar, el amor mutuo de los esposos e hijos se consolida precisamente por la pobreza, ya que la lucha por la vida suscita en ellos tales valores morales que antes ni siquiera se podían sospechar. Si, por tanto, la vida familiar lanza incesantemente hoy día el grito de socorro de los trasatlánticos que están en trance de hundirse: S.O.S. «save our souls», «salvad nuestras almas», hemos de fijarnos realmente en que solamente mediante la salvación del alma, mediante la salvación de los valores morales, podemos salvar la vida de familia que está en trance de hundirse. La familia necesita realmente una «reforma»; mas ésta sólo podrá realizarse volviendo nuevamente al justo aprecio del ideal cristiano del matrimonio. He señalado el tema. Pero siento que, antes de entrar en materia, he de demostrar detenidamente que es de tanta importancia esta cuestión que merece ser tratada en tomo especial. Así, en la primera parte del presente capítulo contestaré a la siguiente pregunta: I. ¿Es necesario hablar largamente de la familia? En la segunda parte contestaré a otra pregunta que seguramente asaltará la mente de muchos lectores: II. ¿Ha de hablar de este tema precisamente un sacerdote católico?

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I ¿Es necesario tratar de este tema? La primera cuestión que voy a dilucidar en este capítulo introductorio, es la siguiente: ¿Es necesario y, en caso afirmativo, por qué es necesario tratar detenidamente del matrimonio y de la vida familiar? A) Muchos son los que pueden proponerse con todo derecho esta cuestión. Por desgracia, va disminuyendo el número de los mismos. a) Pueden proponérsela –y ciertamente con asombro– los que se educaron en un círculo familiar de molde antiguo, en un ambiente ideal, en un ambiente empapado de religiosidad, honradez, armonía, que deja en pos de sí felices recuerdos, en un ambiente en que toda la cuestión del matrimonio y los temas correlativos no planteaban problema alguno. Los padres y los abuelos no trataban mucho de este asunto ante la generación moza; mas era tan lozana en estas familias honradas la tradición de los caminos hollados por los mayores que, cuando la nueva generación llegaba al momento de fundar a su vez una familia, todo iba como por virtud espontánea, y todos los problemas encontraban su solución con toda naturalidad. ¡Bendición excelsa de la antigua y honrada vida de familia! b) Pero ¡a qué punto hemos llegado hoy día! En torno nuestro crecen por centenares de millares los jóvenes que, por decirlo así, no conocen las bendiciones de la vida de familia, no conocen el calor del hogar. «Hogar»... ¡qué hermosa palabra! ¡Nido caliente! 14


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Con entusiasmo lo canta la poetisa: «El “hogar”... es el alma. No lo son los muebles, las alfombras, los cuadros... El “hogar” es el corazón, es calor, armonía, amor, unión... Es el semillero del honor y de la moral; es refugio en la tempestad, en el peligro; es faro en la noche... Es el árbol que ofrece descanso al peregrino cansado, es la blanca almohada del niño soñoliento. Es todo cuanto hay de hermoso, bueno, amable, pacífico, tranquilo y silencioso; es el lugar que deseamos siempre con nostalgia en cualquier parte que estemos, por doquiera que vayamos...» (Señora A. de Horváth). Dime lector: ¿Existe aún hoy este hogar? ¿Hay muchos hogares de éstos, hogares calientes, vivificadores? Al hacer esta pregunta no pienso siquiera en los más desgraciados: en los pobres hijos de padres divorciados. No pienso más que en aquella gran muchedumbre de niños, cuyos padres viven bajo un mismo techo, pero tienen incesantes querellas y disputas. Pienso en aquellos hijos que no saben cuán dulce es el hogar, porque ni su padre ni su madre gustan de estar en casa, ambos se alegran de encontrar motivo para salir; y el niño se queda solito... o con la criada... o con algunos amigos... o puede ir donde le dé la real gana. Pienso en el gran número de jóvenes que se ven obligados a ganarse el pan, y antes de tiempo, antes del tiempo conveniente, son arrancados de entre las murallas defensoras del hogar. 15


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Pienso también en los ataques innumerables, durísimos, que de palabra y por escrito en los diarios, en las revistas ilustradas, en piezas teatrales, en sociedad, se dirigen precisamente contra la familia, cuya formación ideal nunca ha visto el joven, no la ha disfrutado, acaso ni siquiera ha oído hablar de ella... Pienso en todo esto y veo con toda claridad que, efectivamente, es necesario hablar de este tema al hombre moderno; aún más, es necesario hablarle de ello con detención. B) Así, pues, antes de todo, hemos de tratar de este tema porque de él se ocupan otros profusa e incansablemente, y lo hacen con tal licencia, de un modo tan crudo, soez y atrevido que no puede menos de aturdir al hombre y llenarle la cabeza de un caos espantoso. a) A los antiguos les servía de guía lo que veían en el hogar; los modernos se sienten turbados por lo que ven en casa. Antiguamente la amiga más íntima de la joven era su propia madre, a la cual acudía ella para todos sus problemas. ¿Qué pasa hoy? Acude a la oficina consultora de matrimonio, o a las notas de redacción de los semanarios ilustrados, acaso a un médico psicoanalítico. b) ¡Cuántos escritores, cuántos poetas y políticos, cuántos filósofos y «artistas del vivir», cuántas piezas teatrales y películas, trataron ya del gran problema de nuestros días, de la crisis de la vida familiar! No hay manera de recorrer la ingente literatura que se inspira en este problema, y cuyos productos siguen aún inundando día tras día el mercado editorial. 16


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¿Es saludable tan abundante cosecha? A medida que crece el número de los que tratan de este tema, más se pierde entre nieblas el camino salvador. ¿No ha de levantar su voz también la Iglesia Católica, a la que Cristo nuestro Señor confió la predicación de la verdad? C) Pero –podría objetar alguno– ¿qué tiene que ver la Iglesia con el matrimonio? ¿No es éste un contrato entre particulares? ¿No es asunto meramente temporal, civil? No y mil veces no. Tanto si se considera su origen, como su misión, como los deberes a él vinculados, hemos de subrayar con vigor que el matrimonio no es mero contrato civil, sino que es al par una institución moral y religiosa. a) El matrimonio trae su origen de Dios. Y no solamente porque Él es el autor de todas las leyes naturales y creó al hombre de tal manera que para su conservación sea necesaria la unión de dos seres, por tanto, el matrimonio; sino porque en la creación del linaje humano el matrimonio recibió un cuño peculiar con el acto místico de Dios de formar a la primera mujer de la costilla del primer hombre, y darla a Adán por esposa, diciéndole estas palabras: «Creced y multiplicaos y henchid la tierra»2. b) Tampoco es posible negar el carácter religioso del matrimonio, si se considera su misión. Los consortes son colaboradores del Creador. La misión principal del matrimonio es llenar la tierra de seres «creados a imagen y semejanza de 2

Génesis, I, 28.

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Dios», seres que tendrán el santo deber de servir a Dios acá abajo en la tierra y disfrutar de Él allá arriba en los cielos. Pero todas las veces que los cónyuges cumplen esta misión generadora de vida corporal, les presta su concurso el Dios creador, que en el mismo instante crea un alma y la coloca en el capullo humano que brota en la unión de los consortes. De modo que es un título de legítimo orgullo para los consortes el saber que ellos propiamente son instrumento en manos del Dios creador, y que realmente es el Señor quien los une. Así dijo nuestro Señor Jesucristo: «Lo que Dios ha unido, no lo desuna el hombre»3. Que el matrimonio está realmente en relación estrecha con la religión y que los consortes necesitan el auxilio especial de Dios para cumplir sus deberes matrimoniales, lo demuestra el hecho de que el contraer matrimonio haya sido en todos los pueblos y en todos los tiempos un acto religioso, que se realizaba entre las más diversas ceremonias religiosas. c) También los deberes que van vinculados al matrimonio le dan carácter moral y religioso. Según el sentir cristiano, la Providencia quiso erigir un pequeño castillo, un lugar seguro, un cerco resguardado: el seno de la familia, para que ésta sea el sitio tranquilo, por donde entre en el mundo un nuevo ser humano, en que nazca, crezca corporalmente, adquiera el uso de sus capacidades espirituales, cobre madurez y finalmente llegue a su perfecto desarrollo. La familia es el lugar sagrado en que una generación pone en 3

San Mateo, XIX, 6.

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manos de la siguiente la antorcha de la vida humana, la que encendió el Señor al crear al primer hombre, y que sólo se apagará cuando se oigan los truenos del Juicio final. Siendo así que el Dios creador unió ya a nuestros primeros padres con los lazos de la familia, esta es la alianza más antigua de la humanidad, la fundamental, más importante que todas las demás asociaciones y formaciones posteriores. Pues bien, si la suerte de la humanidad entera tiene el centro de gravedad en la familia, entonces se comprende la preocupación ansiosa, consciente de su responsabilidad, con que el cristianismo ha vigilado siempre la incolumnidad de esta piedra fundamental, que se llama familia. d) Se comprende mejor esta solicitud, si se considera que la Iglesia aprecia la familia, en primer lugar no por los deberes terrenos, sino por los sobrenaturales. Todo empieza acá abajo, pero todo termina allá arriba. Toda vida humana florece en esta tierra, mas ofrece sus frutos en la otra vida. La familia, por tanto, no es solamente fuente de la vida terrena, sino también de la eterna; es el lugar del cual toman su camino aquellos que van a ocupar un día los puestos de victoria que hay en los cielos. ¿Comprendes ya, amigo lector, por qué vigila la Iglesia con tanta cautela y solicitud el matrimonio, y por qué no permite que el capricho humano y la caza de placeres hagan su obra chapucera en una institución en que radican intereses importantísimos de los mismos cielos?

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Lo hace porque la familia no es importante tan sólo para la sociedad, para la nación, para el estado, sino que lo es también para la Iglesia de Cristo. La Iglesia no es el Papa... éste no es más que la cabeza visible de la Iglesia. La Iglesia no son los sacerdotes y obispos... estos son los ministros de la Iglesia. La Iglesia es la muchedumbre de millones de creyentes, que salen de la familia. El Cuerpo místico de Cristo, que llamamos Iglesia, sería mutilado, deformado hasta el punto de no podérsele reconocer, si no contase más que de sacerdotes y obispos, de pastores sin grey. Con la fuerza o la decadencia, con el valor o la abyección, con las virtudes o los pecados de las familias cristianas aumentan o menguan también la fuerza, la hermosura, la floración del Cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia. Si la fe y la moral pura se debilitan en las familias cristianas, también la Iglesia se vuelve enfermiza y anémica; en cambio, si florecen con vigor en las familias la fe y la virtud, también florece con hermosura la Iglesia. De modo que está muy lejos de ser indiferente para la Iglesia la vida de familia de sus creyentes. Porque la suerte del Cuerpo místico de Cristo va unida a la de la vida familiar de los fieles cristianos: depende de la manera cómo escuchan éstos las palabras del Señor, cómo observan sus mandamientos, y cómo procuran peregrinar por los caminos de la vida terrena a la luz del Evangelio. Por consiguiente, hemos de tratar de la vida de familia, y hemos de hacerlo detenidamente, porque van

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