LOS OJOS DE UN ASESINO

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LOS OJOS DE UN ASESINO. Aquel día estaba yo tan tranquilamente bajando por las escaleras del instituto cuando lo vi. Una gran multitud miraba lo que parecía ser la escena de un asesinato. Me dio un vuelco al corazón. Nadie de los alumnos sabía quién había sido la víctima, nadie… Excepto yo. Yo sabía exactamente quién había sido el pobre chico que allí había muerto. Porque yo lo había visto todo. Relataré ahora los hechos que llevaron a esta desgracia. Era martes por la tarde, estábamos en el recreo cuando se nos acercó un chico un tanto extraño. Nadie parecía conocerlo, pero el caso es que ese chico nos siguió todo el tiempo. Llegó a tal punto que empecé a sentirme asustada. E incluso me sentí aliviada cuando sonó el timbre. Pero mi pesadilla no había hecho nada más que empezar. Al día siguiente, volvió a pasar lo mismo. Hasta que me enfadé de verdad. Me volví bruscamente y le pregunte de una vez por todas a ese chico quien era y por qué nos estaba siguiendo.

Pero no dijo nada. Se limitó a

encogerse de hombros y simplemente dijo: “Tu no me conoces, y es mejor que siga así”. Me pareció de lo más extraño, y me enfadé aún más con aquel pequeño acosador. Lo que entonces dije es algo de lo que no me siento orgullosa, solté una maldición y le grité a aquel niño que si no paraba de seguirnos o si por lo menos no nos decía su nombre, yo misma me iba a encargar de que lo soltara, bien por las buenas o bien por las malas. Pero el chico no me hizo caso y nos siguió una vez más. Así transcurrió una semana, y juro que no séqué demonios veía aquel niño en nosotras. Al martes siguiente, ya ni salía tranquila al recreo, porque en cada esquina veía aquellos ojos marrones, profundos y acechadores. Es raro el caso en que unos ojos marrones resultan fríos, pero los de este chico lo eran especialmente. La sola visión ellos me causaba pavor, porque en su mirada acechaba la fría llama de la locura. Ese día me puse realmente histérica. A esas alturas se supone que ya debería haberme adaptado, pero no conseguía acostumbrarme a aquella mirada, inquisitiva, oscura, fría y loca que él siempre nos echaba. La vuelta a casa era un auténtico alivio. Pero todas y cada una de


las noches, en mis pesadillas, veía otra vez aquel rostro y aquellos ojos. Y temo que mis sueños resultaron premonitorios, porque en ellos aquellos ojos se volvían rojo sangre, más fulgurantes que nunca. Y de repente, se apagaban. A causa de estos horribles sueños, mi rendimiento académico bajo notablemente. Estaba más distraída que nunca y empecé a sacar malas notas. Estaba muy irritable y no podía hacer nada por calmarme, porque cada vez que intentaba recuperar el sueño, aquella horrible pesadilla volvía y me desvelaba. Entonces llegó aquel fatídico día en el que se cometió el crimen más horrendo que jamás volverán a ver mis ojos. Un crimen que a la vez que liberador resultó ser la más pesada cadena que llevaré para siempre, y de la que nunca me podré deshacer. En el recreo ocurrió una vez más lo habitual. Con una diferencia, ese día yo no iba a dejar que eses ojos me atormentaran una vez más. Nadie sabía lo que me proponía, pero entonces empecé a correr y, ¿lo adivináis? Él me siguió. Pasamos a toda prisa por el patio de atrás, corrimos al lado del enorme castaño que allí hay y alrededor del monumento. Después de hacerle dar unas cuantas vueltas, entramos en el instituto. Fui hacia un lugar en el que quedábamos ocultas a la vista de testigos en aquel momento justo. De repente, me paré bruscamente. Me di la vuelta lentamente y vi que allí estaba aquel chico. De pie, mirándome socarronamente, como diciendo que jamás y por mucho que lo intentara podría escapar de él. Saqué entonces un enorme cuchillo de un bolsillo secreto de mi chaqueta y por un momento, a aquellos ojos asomó el terror. Pero solo durante un momento. Aquel chico me subestimaba. Creía que yo no sería capaz de hacerle daño. Entonces, lo cogí del cuello de la camisa y le apunte con mi cuchillo al estómago. Le repetí lo que le había preguntado el segundo día: “Quién eres.” Y el, como la otra vez, simplemente respondió: “Jamás te lo diré, tu no debes saberlo”. En aquel momento, y cegada por un súbito acceso de ira, le clave el cuchillo en el estómago, y mi sueño se hizo real. Sus ojos brillaron como nunca antes y aquel chico pronunció sus últimas palabras: “me llamo Andrés”. Luego, aquellos ojos que otrora me habían aterrorizado, se apagaron para siempre. Me limpié las manos en donde pude y dejé aquel maldito cuchillo en el primer sitio que se me ocurrió. Después volví con mis amigas, y les dije que aquel chico no nos volvería a molestar, pero no quise darles explicaciones. Cuando se encontró el cadáver, tuve miedo de que me descubrieran, pues había dejado muchas pistas, pero los policías no supieron interpretarlas. Creí que ya había acabado todo, pero aquella


misma noche, sus ojos me volvieron a aterrorizar, solo que ya no había brillo de vida en ellos. Pero lo más aterrador de ellos era que dejaban ver aquella pregunta que yo siempre me había hecho… ¿por qué me persigues? Y lo comprendí. Ahora sus ojos eran los míos. Tras la crueldad con la que obre aquel asesinato, mis ojos marrones, antes cálidos y acogedores, se volvieron fríos y locos. Y comprendí quién era aquel chico y por qué me seguía. Buscaba a alguien que lo librara de su condena y vio en mí a la persona perfecta. Ahora llevo yo cargado todo su peso en mis hombros, la horrible y pesada cadena que soportaron otros antes que yo y que tendré que soportar el resto de mi vida… El pobre Andrés, al que yo maté, se llevó con él mis ojos… Jamás podré perdonarme lo que hice.

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DATOS: NOMBRE: Natalia APELLIDOS: Pena Soto CURSO: 2º ESO B TÍTULO HISTORIA: Los ojos de un asesino


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