Día Internacional de la Biblioteca- 2009

Page 1

DĂ­a Internacional da Biblioteca

2008


ACERCA DE LA MUERTE DE BIEITO Fue cerca del camposanto cuando sentí removerse dentro de la caja al pobre Bieito. (De los cuatro portadores del ataúd yo era uno). ¿Lo sentí o fue aprensión mía? Entonces no podría asegurarlo. ¡Fue un rebullir tan suave!... Como la tenaz carcoma que roe, roe en la noche, roe desde entonces en mi magín enfervorizado aquel suave rebullir. Pero es que yo, amigos míos, no estaba seguro, y por tanto —comprendedme, escuchadme—, por tanto no podía, no debía decir nada. Imaginaos por un instante que yo hubiera dicho: —Bieito está vivo. Todas las cabezas de los viejos que portaban cirios se alzarían con un pasmado asombro. Todos los chiquillos que iban extendiendo la palma de la mano bajo el gotear de la cera, vendrían en remolino a mi alrededor. Se apiñarían las mujeres junto al ataúd. Resbalaría por todos los labios un murmullo sobrecogido, insólito: —¡Bieito está vivo. Bieito está vivo!... Callaría el lamento de la madre y de las hermanas, y en seguida también, descompasándose, la circunspecta marcha que plañía en los bronces de la charanga. Y yo sería el gran revelador, el salvador, eje de todos los asombros y de todas las gratitudes. Y el sol en mi rostro cobraría una importancia imprevista. iAh! ¿Y si entonces, al ser abierto el ataúd, mi sospecha resultara falsa? Todo aquel magno asombro se volvería inconmensurable y macabro ridículo. Toda la anhelante gratitud de la madre y de las hermanas, se convertiría en despecho. El martillo clavando de nuevo la caja tendría un son siniestro y único en la tarde atónita. ¿Comprendéis? Por eso no dije nada. Hubo un instante en que por el rostro de uno de los compañeros de fúnebre carga pasó la leve insinuación de un sobresalto, como si él también estuviese sintiendo el tenue rebullir. Pero no fue más que un lampo. En seguida se serenó. Y no dije nada. Hubo un instante en que casi me decido. Me dirigí al de mi lado y, encubriendo la pregunta en una sonrisa de humor, deslicé: — ¿Y si Bieito fuese vivo? El otro rió pícaramente como quien dice: <<Qué ocurrencias tenemos», y yo amplié adrede mi falsa sonrisa de broma. También me encontré a punto de decirlo en el camposanto, cuando ya habíamos posado la caja y el cura rezongaba los réquienes. <<Cuando el cura acabe>>, pensé. Pero el cura terminó y la caja descendió al hoyo sin que yo pudiese decir nada.

-1-


Cuando el primer terrón de tierra, besado por un niño, golpeó dentro de la fosa contra las tablas del ataúd, me subieron hasta la garganta las palabras salvadoras... Estuvieron a punto de surgir. Pero entonces acudió nuevamente a mi imaginación la casi seguridad del horripilante ridículo, de la rabia de la familia defraudada, si Bieito se encontraba muerto y bien muerto. Además de decirlo tan tarde acrecentaba el absurdo desorbitadamente. ¿Cómo justificar no haberlo dicho antes? ¡Ya sé, ya sé, siempre se puede uno explicar! ;SI!, sí, sí, todo lo que queráis! Pues bien... ¿Y si hubiese muerto después, después de sentirlo yo remecerse, como quizá se pudiera adivinar por alguna señal? ¡Un crimen, sí, un crimen el haberme callado! Oíd ya el griterío de la gente... —Pidió auxilio y no se lo dieron, desgraciado... —Él sentía llorar, se quiso levantar, no pudo... —Murió de espanto, le saltó el corazón al sentirse bajar a la sepultura. —iAhí lo tenéis, con la cara torcida por el esfuerzo! —¡Y ese que lo sabía, tan campante, ahí sonriendo como un payaso! —¿Es tonto o qué? Todo el día, amigos míos, anduve loco de remordimientos. Veía al pobre Bieito arañando las tablas en ese espanto absoluto, más allá de todo consuelo y de toda conformidad, de los enterrados en vida. Llegó a parecerme que todos leían en mis ojos adormilados y lejanos la obsesión del delito. Y allá por la alta noche —no lo pude evitar— me fui camino del camposanto, con la solapa subida, al arrimo de los muros. Llegué. El cerco por un lado era bajo: unas piedras mal puestas sujetas por hiedras y zarzas. Lo salté y fui derecho al Lugar... Me eché en el suelo, arrimé la oreja, y pronto lo que oí me heló la sangre. En el seno de la tierra unas uñas desesperadas arañaban las tablas. ¿Arañaban? No sé, no sé. Allí cerca había una azada... Iba ya hacia ella cuando quedé perplejo. Por el camino que pasa junto al camposanto se sentían pasos y rumor de habla. Venía gente. Entonces sí que sería absurda, loca, mi presencia allí, a aquellas horas y con una azada en la mano. ¿Iba a decir que lo había dejado enterrar sabiendo que estaba vivo? Y huí con la solapa subida, pegándome a los muros. La luna era llena y los perros ladraban a lo lejos. Rafael Dieste (España, 1899-1981)

-2-


EL COLOMBRE Cuando Stefano Roi cumplió los doce años, pidió como regalo a su padre, capitán de barco y patrón de un bonito velero, que lo llevase consigo a bordo. —Cuando sea mayor —dijo—, quiero navegar por los mares como tú. Y mandaré barcos todavía más bonitos y grandes que el tuyo. —Dios te bendiga, hijo mío —respondió su padre. Y como justamente aquel día su carguero debía partir, se llevó al chico consigo. Era un espléndido día de sol; el mar estaba tranquilo. Stefano, que nunca había subido al barco, paseaba feliz por cubierta admirando las complicadas maniobras del aparejo. Y preguntaba esto y lo otro a los marineros, que, sonriendo, se lo explicaban todo. Cuando fue a parar a la toldilla, el chico, picado por la curiosidad, se detuvo a observar una cosa que salía intermitentemente a la superficie a una distancia de unos doscientos o trescientos metros, allí donde estaba la estela de la nave. Aunque el carguero volara ya, empujado por un magnifico viento de popa, aquella cosa mantenía siempre la misma distancia. Y, aunque él no comprendía su naturaleza, tenía algo indefinible que lo atraía intensamente. Al dejar de ver a Stefano por allí, su padre, después de haberlo llamado a grandes voces en vano, abandonó el puente y fue a buscarlo. —Stefano, ¿qué haces ahí plantado? —le preguntó al verlo finalmente en la popa, de pie, absorto en las olas. —Ven a ver, papá. El padre acudió y miró también en la dirección que le indicaba el muchacho, pero no alcanzó a ver nada. —Es una cosa oscura que asoma cada tanto de la estela —dijo—, y que nos sigue. —A pesar de mis cuarenta anos —dijo su padre—, creo tener todavía buena vista. Pero no veo nada en absoluto. Como su hijo insistiera, fue en busca del catalejo y exploró la superficie del mar allí donde estaba la estela. Stefano lo vio ponerse pálido. ¿Qué es? ¿Por qué pones esa cara? —Ojalá no te hubiera escuchado —exclamó el capitán—. Ahora temo por ti. Eso que has visto asomar de las aguas y que nos sigue no es una cosa. Es un colombre. Es el pez que los marineros temen más que ningún otro en todos los mares del mundo. Es un escualo terrible y misterioso, más astuto que el hombre. Por motivos que quizá nunca

-3-


nadie sabrá, escoge a su víctima y, una vez que lo ha hecho, la sigue años y años, la vida entera, hasta que consigue devorarla. Y lo más curioso es esto: que nadie puede verlo si no es la propia víctima y las personas de su misma sangre. — ¿Y no es una leyenda? — No. Yo nunca lo había visto. Pero como lo he oído describir tantas veces, en seguida lo he reconocido. Ese hocico de bisonte, esa boca que se abre y se cierra sin cesar, esos dientes espantosos... Stefano, no hay duda, desgraciadamente el colombre te ha elegido y mientras andes por el mar no te dará tregua. Escucha: vamos a volver ahora mismo a tierra, tú desembarcarás y nunca más te separarás de la orilla por ningún motivo. Tienes que prometérmelo. El trabajo del mar no es para ti, hijo mío. Tienes que resignarte. Por otra parte, en tierra también podrás hacer fortuna. Dicho esto, hizo invertir el rumbo inmediatamente, volvió a puerto y, con el pretexto de una inesperada indisposición, desembarcó a su hijo. Luego volvió a partir sin el. Profundamente agitado, el muchacho permaneció en la orilla hasta que la última punta de la arboladura se sumergió detrás del horizonte. Más allá del muelle que cerraba el puerto, el mar quedó completamente desierto. Pero, aguzando la vista, Stefano alcanzó a distinguir un puntito negro que aparecía intermitentemente sobre las aguas: era «su» colombre, que iba lentamente de aquí para allá, empeñado en esperarlo. Desde entonces se emplearon todos los recursos posibles para alejar al muchacho del deseo del mar. Su padre lo mandó a estudiar a una ciudad del interior distante centenares de kilómetros. Y durante algún tiempo, distraído por su nuevo ambiente, Stefano dejó de pensar en el monstruo marino. Sin embargo, cuando en las vacaciones de verano volvió a casa, lo primero que hizo en cuanto dispuso de un minuto libre fue apresurarse a ir a la punta del muelle para hacer una especie de comprobación aunque en el fondo lo considerase superfluo. Aun admitiendo que toda la historia que le contara su padre fuera verdadera, después de tanto tiempo el colombre sin duda habría renunciado a su asedio. Pero Stefano se quedó allí parado, con el corazón desbocado. A unos doscientos o trescientos metros del muelle, en mar abierto, el siniestro pez iba arriba y abajo con lentitud, sacando de cuando en cuando el hocico del agua y volviéndolo hacia tierra, como si mirase ansiosamente si Stefano Roi aparecía por fin. De está suerte, la idea de aquella criatura enemiga que lo esperaba noche y día se convirtió para Stefano en una secreta obsesión. E incluso en la lejana ciudad le ocurría despertarse en plena noche víctima de la inquietud. Estaba a salvo, sí, centenares de kilómetros lo separaban del colombre. Y, sin embargo, sabía que más allá de las montanas, más allá de los bosques, más allá de las llanuras, el escualo lo aguardaba. Y que, aunque se trasladara al continente más remoto, el colombre se apostaría en el

-4-


espejo del mar más cercano con la inexorable obstinación de los instrumentos del destino. Stefano, que era un muchacho serio y diligente, continuó sus estudios con provecho y apenas fue un hombre encontró un empleo digno y bien remunerado en un almacén de la ciudad. Mientras tanto, su padre murió víctima de una enfermedad. Su viuda vendió su magnífico velero y el hijo se halló en posesión de una discreta fortuna. El trabajo, las amistades, las distracciones, los primeros amores: ahora Stefano se había hecho ya su vida, pero, a pesar de todo, el pensamiento del colombre lo perseguía como un espejismo a la vez funesto y fascinante; y, con el paso de los días, en vez de desvanecerse, parecía hacerse más insistente. Grandes son las satisfacciones de la vida laboriosa, holgada y tranquila, pero aún mayor es la atracción del abismo. Apenas había cumplido Stefano veintidós anos cuando, tras despedirse de sus amigos y abandonar su empleo, volvió a su ciudad natal y comunicó a su madre su firme intención de seguir el oficio paterno. La mujer, a quien Stefano jamás había hecho mención del misterioso escualo, acogió con júbilo su decisión. En el fondo de su corazón, que su hijo hubiera abandonado el mar por la ciudad siempre le había parecido una puñalada a las tradiciones de la familia. Y Stefano comenzó a navegar, dando prueba de dotes marineras, de resistencia a las fatigas, de ánimo intrépido. Navegaba, navegaba y en la estela de su carguero, de día y de noche, con bonanza y con tempestad, se afanaba el colombre. Él sabía que aquella era su maldición y su condena, pero quizá por eso mismo no tenía fuerzas para apartarse de ella. Y a bordo nadie veía el monstruo excepto él. — ¿No veis nada por allí? —preguntaba de cuando en cuando a sus compañeros señalando la estela. —No, no vemos nada. ¿Por qué? — No sé. Me parecía... — ¿No habrás visto por casualidad un colombre? —decían ellos entre risas al tiempo que tocaban madera. —¿De qué os reís? ¿Por que tocáis madera? —Porque el colombre es un bicho que no perdona. Y si se pusiera a seguir a está nave, eso querría decir que uno de nosotros estaba perdido. Pero Stefano no cedía. La constante amenaza que iba en pos de él parecía más bien multiplicar su voluntad, su pasión por el mar, su arrojo en los momentos de fatiga y peligro. Una vez se sintió dueño del oficio, con el pequeño caudal que le había dejado su padre adquirió junto con un socio un pequeño vapor de carga, luego se hizo su único propietario y, gracias a una serie de travesías afortunadas, pudo a continuación comprar un verdadero buque mercante y apuntar a metas cada vez más ambiciosas. -5-


Pero los éxitos, los millones, no conseguían apartar de su ánimo aquel continuo tormento; y nunca, por otra parte, se le pasó por la cabeza vender y retirarse a tierra para emprender negocios distintos. Navegar, navegar, ese era su único afán. Apenas ponía pie en cualquier puerto después de largas travesías, en seguida lo espoleaba la impaciencia por partir. Sabía que allá lo esperaba el colombre y que el colombre era sinónimo de perdición. Era inútil. Un impulso indomable lo arrastraba de un océano a otro sin descanso. Hasta que de pronto un día Stefano reparó en que se había hecho viejo, viejísimo; y ninguno de los que lo rodeaban sabía explicarse por qué, siendo rico como era, no dejaba por fin la azarosa vida del mar. Viejo, y amargamente infeliz, porque toda su existencia se había gastado en aquella especie de loca fuga a través de los mares para escapar de su enemigo. Pero para él siempre había sido más fuerte que la dicha de una vida holgada y tranquila la tentación del abismo. Y una tarde, mientras su magnífica nave se hallaba fondeada frente al puerto donde había nacido, se sintió próximo a morir. Entonces llamó a su segundo oficial, en quien tenía mucha confianza, y le instó a que no se opusiera a lo que pensaba hacer. El otro se lo prometió por su honor. Una vez seguro de esto, Stefano reveló al segundo oficial, que lo escuchaba turbado, la historia del colombre que durante casi cincuenta años lo había seguido sin cesar inútilmente. —Me ha seguido de un confín a otro del mundo -dijo- con una fidelidad que ni el amigo más noble habría podido mostrar. Ahora me voy a morir, también él, ahora, estará terriblemente viejo y cansado. No puedo traicionarle. Dicho esto, se despidió, hizo arriar un bote y, después de hacer que le dieran un arpón, partió. —Ahora voy a su encuentro —anuncio—. Es justo que no lo defraude. Pero lucharé con las fuerzas que me quedan. Con débiles golpes de remo se alejó del barco. Oficiales y marineros lo vieron desaparecer a lo lejos, sobre el plácido mar, envuelto en las sombras de la noche. En el cielo, como una hoz, lucía la luna. No tuvo que esforzarse mucho. Súbitamente, el horrible hocico del colombre emergió al lado de la barca. —Aquí me tienes por fin —dijo Stefano—. ¡Ahora es cosa nuestra! Y, reuniendo sus últimas energías, levantó el arpón para lanzarlo. —Ah— se quejó con voz suplicante el colombre—, qué largo camino hasta encontrarte. También yo estoy destrozado por la fatiga. Cuánto me has hecho nadar. Y tú huías, huías. Y nunca has comprendido nada.

-6-


—¿Por qué? —dijo Stefano picado en su orgullo. —Porque no te he seguido por todo el mundo para devorarte, como tú pensabas. El único encargo que me dio el rey del mar fue entregarte esto. Y el escualo sacó la lengua, tendiendo al viejo capitán una esfera fosforescente. Stefano la cogió entre los dedos y miró. Era una perla de tamaño desmesurado. Reconoció en ella la famosa Perla del Mar que procura a quien la posee fortuna, poder, amor y paz de espíritu. Pero ahora era ya demasiado tarde. —Ay de mí —dijo meneando tristemente la cabeza—. Qué horrible malentendido. Lo único que he conseguido es desperdiciar mi existencia; y he arruinado la tuya. —Adiós, hombre infeliz —respondió el colombre. Y se sumergió en las aguas negras para siempre. Dos meses más tarde, empujado por la resaca, un bote arribó a una áspera escollera. Fue avistado por algunos pescadores que, movidos por la curiosidad, se acercaron. En el bote, todavía sentado, había un blanco esqueleto; y, entre sus dedos descarnados, sujetaba un pequeño guijarro redondo. El colombre es un pez de grandes dimensiones, espantoso a la vista, sumamente raro. Dependiendo de los mares y de los pueblos que habitan las orillas, recibe también el nombre de kolomber, kahloubrha, kalonga, kalu-balu, chalung-gra. Curiosamente, los naturalistas desconocen su existencia. Hay quien sostiene que no existe. Dino Buzzati (Italia, 1906-1972)

-7-


A Howling Halloween It was a dark, rainy night at eight o‘clock on the thirty-first of October. Andy and his friend Paul were walking home together as usual. But this night was different. It was Halloween. As they were walking along a large, black cat jumped out in front of them and ran off into the night. They looked up into the sky and saw a light shining. It glowed red, then blue then green and gold. ―What was it?‖ they wondered. The air felt still and cold. It had stopped raining and everything was creepy. It felt like something was going to happen. Andy and Paul went past a very old house. It was a huge old house which was deserted. The house lay in a big, shadowy garden, surrounded by trees. As they were going past the house they heard a strange noise. It was a long, low howling noise. ―Maybe it‘s a dog,‖ said Paul, trying not to be scared. ―It must be in trouble. Let‘s go and see,‖ said Andy. They passed through the old rusty gates and crept along the path towards the door of the house. It was so dark that they could hardly see. The wind whistled through the trees. Again they heard the low howling sound, coming from the house. Oooooh! 000ooh! ‖I don‘t think its a dog,‖ said Andy. ―You‘re just a scaredy cat!‖ said Paul. ―Come on, let‘s go inside.‖ They went up the stairs and pushed open the front door. It creaked loudly and fell open with a bang. The air felt cool and clammy and creepy. Paul walked into the hallway. An enormous spider‘s web hit him in the face and he screamed. ―Aaagh!‖ ―It‘s only a spider‘s web,‖ said Andy. They went into a large room on the ground floor. On the wall over the fireplace hung a huge mirror. They looked into the mirror and saw lights dancing inside it. Then suddenly a huge ghostly head came out of the mirror and tried to grab them! ‗Aaagh!‘ they both screamed and turned and ran to the front door - but it was shut! What was happening to them? Then they heard the howling noise again. It was coming from upstairs. They had no choice. They tiptoed silently up the stairs. They listened again. The noise was coming from a room at the end of the corridor. They moved slowly towards -8-


the door. They felt really afraid. What would they see? What horrible thing would they find behind the door? They went into the room. They couldn‘t believe their eyes. They saw the most amazing collection of witches and monsters and ghosts - and they were ah having a party! The witches were disco dancing, the wizards were drinking their special brew and jumping around, the monsters were eating exploding lollipops and other exciting sweets. There were bats wing cocktails, worm-flavoured crisps and pumpkin surprise pizzas. In fact there was everything for a Halloween party. They found out that the howling noise was a ghost called Grimly, who was providing the singing entertainment for the evening. Paul and Andy drank several bats wing cocktails and then Paul danced with the ugliest witch at the party - she had a green head and no teeth. Andy danced with a spectacular purple headed monster who taught him a new dance called the ‗Monster Boogie‘. Everyone had a wonderful time and danced until dawn. When the sun came up they all went off to their ghostly homes agreeing that it was the best Halloween party ever. ―See you next year,‖ they shouted to Paul and Andy, ―and Happy Halloween!‖ By Sue Clark

A HOWLING HALLOWEEN Eran las ocho de la noche del 31 de octubre, una noche oscura y lluviosa. Andy y su amigo Paul volvían a casa juntos, como de costumbre. Pero esa noche era distinta. Era Halloween. Mientras caminaban un gran gato negro se les cruzó corriendo y desapareció en la oscuridad de la noche. Miraron al cielo y vieron una luz brillando, primero roja, luego azul, luego verde y dorada. ―¿Qué era eso?‖ se preguntaron. El aire era frío y apacible. Había dejado de llover y todo tenía un aspecto fantasmagórico. Parecía que algo fuese a ocurrir. Andy y Paul pasaron por delante de una casa muy antigua. Era una enorme mansión que se hallaba deshabitada. La casa se encontraba en medio de un enorme y sombrío jardín rodeada por árboles. Mientras pasaban por delante oyeron un extraño ruido. Era como un aullido largo y grave. ―Debe de ser un perro‖, dijo Paul intentando no parecer asustado. ―Puede que tenga problemás, vamos a ver‖, dijo Andy.

-9-


Atravesaron la vieja y oxidada verja y caminaron sigilosamente por el camino que conducía a la casa. Estaba tan oscuro que apenas podían ver. El viento silbaba entre los árboles. Y allí estaba otra vez ese aullido grave que procedía de la casa. ¡Uuuuuuh! ¡Uuuuuuh! ―No creo que sea un perro‖, dijo Andy. ―Eres un gallina‖, dijo Paul. ―Venga, entremos‖ Subieron las escaleras y abrieron la puerta principal. Chirrió fuertemente y se abrió de golpe. El aire dentro era frío, húmedo, espeluznante. Paul entró en el recibidor. Una enorme telaraña le golpeó en la cara y él gritó. ―¡Aaaaagh!‖ ―Sólo es una telaraña‖ dijo Andy. Entraron en una habitación de la planta baja. Sobre la pared de la chimenea colgaba un inmenso espejo. Miraron en el espejo y vieron unas luces bailando dentro de él. De pronto una gran cabeza fantasmagórica salió del espejo e intentó agarrarlos. ―¡Aaaaaagh!‖ gritaron los dos, dieron media vuelta y corrieron hacia la puerta principal – ¡pero estaba cerrada! ¿Qué les estaba pasando? Luego volvieron a oír el aullido. Venía del piso superior. No tenían elección. Silenciosamente se dirigieron a las escaleras. Volvieron a escuchar. El ruido procedía de una habitación al fondo del pasillo. Se dirigieron a la puerta. Estaban realmente asustados. ¿Qué cosa horrible encontrarían tras esa puerta? Entraron en la habitación. No podían dar crédito a lo que veían. Era la colección más sorprendente de brujas, monstruos y fantasmas – y todos celebrando una fiesta. Las brujas bailaban, los brujos bebían y saltaban de un lado a otro, los monstruos comían piruletas explosivas y otros dulces. Había cócteles de alas de murciélago, patatas sabor gusano y pizzas con sorpresa de calabaza. De hecho, había todo lo necesario para una fiestá de Halloween. Se enteraron de que el aullido que los asustaba era un fantasma llamado Grimly, quien se encargaba de la música y del entretenimiento de la noche. Paul y Andy bebieron varios cócteles de alas de murciélago y Paul bailó con la bruja más fea – tenía la cabeza verde y no tenía dientes. Andy bailó con un espectacular monstruo de cabeza morada que le enseñó un baile nuevo llamado el ―Boogie‖ del monstruo. Todos lo pasaron estupendamente bailando hasta el amanecer. Cuando salió el sol se fueron a sus fantasmagóricas casas comentando sobre la mejor fiesta de Halloween de todos los tiempos. - 10 -


―Hasta el año que viene‖, les gritaron a Paul y Andy, ―¡y feliz Halloween!‖. By Sue Clark

WHY ME DADDY? It was almost midnight when little Legend was abruptly awaken by a loud scream. Jumping out of bed she took off down the cold dusty hallway, she could not believe that her father had rented this stuffy decrepit mansion for three months. Legend reached the wind staircase that has pretty carvings of a time gone by which she loved. Tip toeing down each cold step her heart pounding, and her feet barley moving. The last step Legend walks to the black corridor which leads to her father library. A small crack was left open enough to take a little peek. Her father‘s voice was mumbling as she saw the bloody knife in his hand, and saw him walk over what look like a body. She couldn‘t make it out if it was a man or woman? But who was it? Legend was thinking just then her father‘s eyes met with her and she bolted back up the crooked stair, and ran into her room. She slid under the bed where she felt safe from all monsters. Legend heard her father walking up each creepy stair, calling her name in his demanding voice. ―Legend! Where is my beautiful girl?‖ the door open with a slight creek. She could see his brown drab shoes with the laces always half tied. The bedspread flopped up and our eyes met once more. ―I need to talk with you about what you saw in Daddy‘s library.‖ The blood was still on his hands. ―Daddy, what did you do? And why are your hands bloody?‖ ―That‘s what I need to talk to you about Legend.‖ As he sat on her bed, she could not get that lifeless body out of her mind. Who was it? ―Doll what you have witness was daddy doing an act for a movie.‖ For some reason she did not believe him. Tears where running down her face with fear. ―Now, wipe away those tears, and get back under these nice warm blankets.‖ ―Ok, Daddy.‖ ―Don‘t forget to say your prayers.‖ He slowly walked out of the room as the prayers got weaker Our Father who art in heave, her eyes grew heavy, and then fell fast asleep. Legend awoke to the smell of fresh eggs and bacon. She rolled out of her covers and ran down the stairs passing the library.

- 11 -


―Oh, wait!‖ She said to herself. ―I have to look in the library.‖ She saw nothing not even blood. Father was right –it was all an act! ―Legend, what are you doing in daddy‘s library? You know you are not allowed!‖ ―Yes Daddy; I‘m sorry.‖ ―That‘s ok now let‘s eat before breakfast gets cold.‖ After breakfast Legend asked her father if she could go exploring the grounds. ―Daddy, can I go out and play?‖ ―Sure, but stay on the grounds… and do not go wandering by the lake you hear?‖ ―Yeah.‖ She ran up the stairs and got dressed and grabbed her favorite doll, Camille. Legend took that doll everywhere with her. Walking down the staircase she headed into the foyer where the main doors led right outside. She felt the warmth of the sun as Legend went outside. ―Look Camille, a rose garden shall we go check it out?‖ Skipping all the way to the rose garden Legend, spotted a shiny object. It was a pretty shiny locket. ―Camille, let‘s show Daddy what we found.‖ She skipped back into the mansion to find her father. There he was reading the newspaper in his black leather chair. ―Daddy, look what we found.‖ ―What did you find, precious?‖ ―This golden locket.‖ He stood up, shocked, and demanded to know where she found it. ―I found it in the rose garden, Daddy because you said don‘t go by the lake.‖ He ran out to the garden mumbling strange words, as Legend followed him. ―Daddy, what‘s wrong?‖ ―Nothing! Now let‘s get back inside, and stay out of those roses, you hear, the thorns can cut you!‖ ―Yes, Daddy‖. As they both entered the mansion, Legend was ready for a nap. Getting comfortable with this decrepit place she could now tuck herself in bed and did not need her father to do it. After a few hours had passed, Legend awoke yet to another horrid banging, getting up she walk over the window and spotted her father with a shovel digging in the dirt. She anxiously put on her shoes so she could go see what her father was digging, but by the time she got to the roses he was gone. All he left was a huge hole, leaving Legend puzzled. Bang! Bang! She heard and followed it only to see her father. Peeking

- 12 -


through the outside window she saw her father in a small room with the bricks half broken and cob webs everywhere. She called this room the ―Dungeon‖ and he had a huge trash bag. ―What was in it?‖ she said to herself. She saw her father run up the stairs of this dungeon looking room, Legend decided to hurry inside the mansion to the room, and see what was in the black bag. She knew where the hidden door was, that was here her father told her they put bad little girls in if they don‘t behave. The room was behind the bookcase in the library. She walked over to the bookcase and pulled the lever by the books, her heart pounding as the bookcase pushed back and opened to a cold and dirty walkway where she could see the door to the dungeon. Legend pushed the door halfway she saw the half open bag. She tip-toed in and opened the bag and saw her mother, who was suppose to be in Paris. ―Mommy!‖ she cried. Tears ran down her shivering face. ―Legend!‖ her father called out angrily. ―You made Daddy sad, you bad girl! What is Daddy going to do now?‖ Legend‘s heart was pounding with fear as her father walked back in the room, she started shiver. They both look at each other, and her father reached for the light switch. The room became pitch black, and little Legend let out her last scream.

¿POR QUÉ YO, PAPÁ? Era casi media noche cuando la pequeña Leyenda se despertó sobresaltada al oír un fuerte grito. Saltó de la cama y corrió por el frío y polvoriento corredor, no podía creer que su padre hubiese alquilado está apestosa y decrépita mansión durante tres meses. Leyenda llegó a la escalera de caracol que tiene aquellas preciosas esculturas de antaño que tanto quería. Bajó de puntillas cada uno de los fríos escalones con el corazón latiendo fuerte, sus pies apenas se movían. Un último paso y Leyenda camina por el pasillo negro que lleva a la biblioteca de su padre. Quedaba una pequeña rendija lo bastante amplia para echar un vistazo. Oyó la voz de su padre mascullando palabras y vio el cuchillo ensangrentado en su mano y le vio caminar alrededor de lo que parecía un cuerpo. No podía precisar si era un hombre o una mujer. Pero ¿quién era? Estaba pensando Leyenda justo cuando los ojos de su padre se encontraron con los suyos. Y ella salió disparada escaleras arriba y entró en su habitación. Se deslizó debajo de la cama donde se sentía a salvo de todos los monstruos. Leyenda oyó como su padre subía cada uno de los escalones llamándola con su voz exigente. ―¡Leyenda!, ¿dónde está mi niña guapa?‖ La puerta se abre con un ligero rechinar. Ella podía ver sus zapatos marrón grisáceos con los cordones siempre medio

- 13 -


desatados. El edredón se levanto y nuestros ojos se encontraron una vez más. ―Necesito hablar contigo sobre lo que viste en el estudio de papá‖. La sangre todavía estaba en sus manos. ―Papá, ¿Qué hiciste? Y ¿Por qué están tus manos llenas de sangre?‖ ―Eso es de lo que quiero hablarte, Leyenda. Cuando él se sentó en su cama, ella no podía quitarse de la cabeza aquel cuerpo sin vida. ¿Quién era? ―Cariño, lo que viste fue a papá haciendo un papel para una película‖. Por alguna razón ella no le creyó. Las lágrimas corrían por su cara a causa del miedo. ―Ahora sécate esas lágrimas y vuelve a meterte debajo de tus mantas‖. ―De acuerdo, papá‖ ―No te olvides de decir tus oraciones‖. Lentamente salió de la habitación mientras el Padre Nuestro que estás en los cielos se hacía cada vez más débil, sus ojos se volvieron pesados y luego se quedó profundamente dormida. Leyenda se despertó con el olor de huevos y bacón. Se desembarazó de las mantas y corrió escaleras abajo pasando por delante de la biblioteca. ―Oh, espera‖ se dijo a si misma. ―Tengo que mirar en el estudio‖. No vio nada, ni siquiera sangre. Papá tenía razón –¡todo fue un teatro!. ―Leyenda, ¿qué estás haciendo en el estudio de papi? Sabes que no se te permite estar ahí‖. ―Sí, papi, lo siento‖. ―Está bien, vamos a desayunar antes de que se enfríe‖. Después del desayuno, Leyenda le preguntó a su padre si podía ir a explorar el jardín. ―Papá, ¿puedo salir a jugar?‖ ―Claro, pero quédate en el jardín y no te acerques al lago, ¿oyes?‖ ―Sí‖. Corrió escaleras arriba y se vistió y cogió su muñeca favorita, Camille. Leyenda llevaba esa muñeca a todas partes con ella. Bajó las escaleras y se dirigió al vestíbulo donde la puerta principal la llevaba directamente afuera. Cuando salía sintió el calor del sol. ―Mira, Camille, un jardín de rosas, ¿vamos a verlo?‖ Y allá se fue saltando durante todo el camino hacia el jardín de rosas. Leyenda descubrió un objeto brillante. Era un medallón precioso y brillante. ―Camille, vamos a enseñarle a papá lo que hemos encontrado‖. Volvió, saltando, a la mansión a buscar a su padre. Allí estaba él leyendo el periódico en su silla de cuero negro. ―Papá, mira lo que encontramos‖. ―¿Qué encontraste, preciosa?‖ ―Este medallón de oro‖. Él se levantó sorprendido y exigió saber dónde lo había encontrado. ―Lo encontré en la rosaleda, papá, porque me dijiste que no me acercase al lago‖. Él corrió al jardín mascullando extrañas palabras mientras Leyenda le seguía. ―Papi, ¿qué pasa?‖ Él parecía asustado y miraba a su alrededor como si hubiese perdido algo. - 14 -


―Papi, te dije ¿qué pasa?‖ ―Nada, volvamos adentro y aléjate de esas rosas, las espinas pueden cortarte‖. ―Sí, papá‖. Cuando ambos entraron en la mansión, Leyenda estaba lista para una siesta. Ahora que ya estaba cómoda en este decrépito lugar podía meterse en la cama y no necesitaba a su padre. Cuando pasaron unas horas, Leyenda se despertó al oír un horrible golpe. Se levantó, se acercó a la ventana y vio a su padre con una pala cavando la tierra. Se puso sus zapatos rápidamente para ir a ver qué es lo que estaba cavando su padre, pero para cuando llegó a las rosas él se había ido. Todo lo que había era un gran agujero que dejó a Leyenda muy sorprendida. ―Bang, bang‖, oyó. Y siguió el sonido para ver a su padre. Mirando por la ventana desde fuera vio a su padre en una pequeña habitación con los ladrillos rotos y telarañas por todas partes. Ella le llamaba a está habitación ―la mazmorra‖ y él tenía una enorme bolsa de basura. ―¿Qué hay en ella?‖, se preguntó. Vio a su padre correr escaleras arriba para salir de ―la mazmorra‖. Leyenda decidió entrar en la casa e ir a la habitación a ver que había en la bolsa negra. Ella sabía dónde estaba la puerta secreta, que era donde su padre le había dicho que se castigaba a las niñas malas que no se comportaban. La habitación estaba detrás de la librería, en el estudio. Se dirigió a la librería y tiró de la palanca al lado de los libros. Su corazón latía con fuerza mientras la estantería se movía y dejaba paso a un pasillo frío y sucio desde donde se veía la puerta de ―la mazmorra‖. Leyenda empujó la puerta y vio la bolsa medio abierta. Entró muy despacio, abrió la bolsa y vio a su madre, que se suponía que estaba en Paris. ―Mami‖, gritó con las lágrimas corriendo por su rostro. ―Leyenda‖, gritó su padre muy enfadado. ―Niña mala. Has hecho que tu padre se ponga triste. ¿Qué va a hacer tu padre ahora?‖. El corazón de Leyenda latía con miedo cuando su padre regresó a la habitación, y empezó a temblar. Ambos se miraron y su padre se acercó al interruptor de la luz. La habitación se quedó completamente a oscuras y la pequeña Leyenda dejó escapar su último grito.

- 15 -


DIANE Elle dit au cocher de la conduire au cimetière du Père-Lachaise. La voiture roula rapidement; l´air, le mouvement, la pensée toujours présente de Fréderic chassaient toute impression funèbre de l´esprit de Diane. Elle allait prier sur la tombe de sa grand-mère, mais son amant serait près d´elle; ce coeur qui l´adorait serait là vivant près de cet autre coeur glacé qui l´avait aimée. Malgré le souvenir tendre qu´elle gardait à son aïeule, malgré l´image si récente de son agonie, la mort en cet instant, par un miracle de l´amour, était vaincue par la vie; la douleur et le deuil, par la radieuse ivresse du bonheur pressenti. Lorsque Diane arriva au cimetière, la neige avait cessé de tomber; sa couche épaisse, durcie et brillantée par un froid vif, couvrait la terre d´un linceul uniforme. Ce vaste enclos semé de sépultures était désert; les monuments funéraires, couverts d´un blanc manteau de frimás, ressemblaient à des spectres qui à cette heure matinale, s´étaient levés de leurs tombeaux et erraient dans la froide enceinte sans craindre la rencontre des vivants. Diane, accompagnée par un gardien, fut longtemps avant de pouvoir reconnaître le lieu réservé où avait été déposée sa grand-mère; le tombeau n´était point terminé: un treillis en bois et des fleurs maintenant couvertes par la neige occupaient la place destinée au marbre du monument. Diane s´agenouilla; Fréderic n´était pas encore arrivé. Le gardien s´éloigna et la laissa seule. Couverte de ses vêtements de deuil, immobile sur la terre glacée, la tête penchée sur sa poitrine en signe de recueillement, sa sombre silhouette se détachait telle qu´une statue de marbre noir sur le fond blanc du sol. Elle avait fermé les yeux, elle s´efforçait même, mais en vain, d´éloigner l´image de Fréderic et d´élever tout entière son âme vers l´âme de sa grand-mère. Elle se rappelait avec attendrissement les soins maternels dont elle avait entouré son enfance, sa jeunesse; puis ses souvenirs se reportaient à ce fatal mariage consenti un peu légèrement par l´aïeule mondaine, mais sur lequel elle avait été la première à gémir et à pleurer. Diane s´était vue consolée et soutenue par sa tendresse durant ses années d´épreuve, et elle ne l´avait jamais accusée. Avec elle, elle avait épanché toutes les douleurs et toutes les joies de sa vie. Il y a huit jours encore, elle lui faisait l´aveu de son amour pour Fréderic, et maintenant cette âme n´était plus là pour l´entrendre! Quel désespoir dans l´impuissance de celui qui survit et qui voudrait en vain ranimer, ne fût-ce qu´un instant, l´être aimé qui n´est plus! C´est ainsi que Diane, agenouillée sur la tombe de son aïeule, pensait à ses suprêmes paroles, à cette nuit d´agonie où elle l´avait entendue la bénir et lui dire: ―Sois heureuse, ma fille, heureuse avec celui qui t´aime, je vais près de Dieu intercéder pour votre bonheur.‖ Ces paroles, les dernières sorties d´une bouche - 16 -


vénérée avaient été pour Diane une sorte de consécration de son amour; et maintenant que l´heure approchait où elle allait s´abandonner tout entière à cet amour, son âme implorait, pieuse et attendrie, l´appui de cette âme protectrice qui veillait sur elle près de Dieu. Perdue dans une sorte d´aspiration extatique, elle avait oublié jusqu´au lieu où elle se trouvait; elle semblait se dérober par degrés aux sensations physiques: le froid l´avait insensiblement engourdie; elle était pâle, glacée et immobile comme si la mort se fût emparée d´elle. Les images flottantes qui traversaient sa pensée luttaient seules contre l´anéantissement de son être; il lui semblait que son âme se détachait de son corps, attirée doucement vers l´âme souriante de sa grand-mère, et qu´elle traversait des régions où régnaient une paix et une mansuétude inconnues ici-bas. Elle entendait des voix qu´elle croyait reconnaître pour celles qui lui parlaient autrefois en rêve; son âme montait toujours, mais tournée vers la terre et ne pouvant se détacher de l´âme de son amant, qui, à son tour, déployant tout-à-coup ses ailes, la rejoignait et se perdait avec elle dans ce monde surnaturel où les voix qui l´avaient appelée répétaient: ―Montez, montez encore, venez au sein de Dieu abriter votre amour.‖ Elle eut durant quelques instants la vague perception de ce rêve, puis tout s´effaça et elle ne sentit plus rien qui laissât des traces dans son souvenir; elle était complètement évanouie. Fréderic venait d´entrer dans le cimetière; il avait cherché Diane et n´avait pas tardé à la découvrir dans l´attitude de la prière. Il s´était approché d´elle, mais n´osant la troubler dans son recueillement, il s´arrêta à quelques pas de sa tombe et la contempla avec émotion. Tout-à-coup, étonné de son immobilité, il l´appelle; Diane ne répond point; il s´élance vers elle, elle ne tourne pas la tête, elle reste agenouillée, affaissée, sans mouvement. Il la saisit dans ses bras; il pousse un cri déchirant: dans ce lieu tout lui parlait de mort, et un instant il fut foudroyé par l´horrible pensée que la mort l´avait frappée!...Mais non, son coeur bat, sa bouche respire…Il la soulève dans ses bras, traverse en courant le cimetière et va la déposer dans la voiture qui les attendait. Réchauffée par les baisers de son amant, Diane se ranime, rouvre les yeux, et ses joues se colorant des teintes de la vie. Oh! Fuyons, s´écria Fréderic qui ne pouvait maîtriser sa terreur; fuyons ce lieu sinistre. Pourquoi attrister notre amour par des images de deuil et des pressentiments de malheur? Diane, il faut vivre l´un pour l´autre; Diane, il faut que nous soyons heureux, heureux de tout le bonheur que donnent la jeunesse et la vie!...Laissons les morts, les morts sont jaloux, ô ma bienaimée!...Je deviens pusillanime, superstitieux, fou, à la seule pensée que je pourrais te perdre. -Me perdre? Jamais! Dit la jeune femme avec un mélancolique sourire. Nous étions réunis là-haut comme ici-bas…Elle voulut lui raconter son rêve. -Non, non! Dit-il en étouffant ses paroles sous ses caresses, plus de ces pensées désormais. Je suis transformé, je ne me sens plus le même homme! Je ne suis plus le

- 17 -


rêveur incomplet qui plaçait ses jouissances dans des songes; mon amour, mon admiration sont pour toi qui vis, pour toi qui me regardes, pour toi qui seras ma femme!...Et tant de passion et de jeunesse débordèrent dans ses transports, que Diane en fut presque épouvantée. -Mon Dieu, murmurait-elle, si ce bonheur allait ne pas durer! -Oh! Ne parle pas ainsi! Répliqua-t-il avec un regard suppliant. Vois, cette voiture nous emporte chez nous; encore quelques minutes et nous serons réunis dans ma riante mansarde; seuls, heureux, énivrés. Ce soir, nous fuyons à la frontière; nous doublons les guides du postillon afin que, joyeux malgré la rigueur du froid, il nous conduise plus vite. Et demain, demain, libres! Hors de France! Le monde est à nous! Plus de craintes, plus d´entraves. Diane se laissait gagner par la joie naïve de son amant; comme lui elle espérait la réalité du bonheur. Son sang refluait vers ses joues, son coeur battait plus vite, elle sentait comme une surabondance de vie. Le soleil avait percé les brumes du matin; ses rayons se jouaient maintenant sur la neige comme pour illuminer ce jour qui s´était levé si sombre. La voiture venait d´entrer dans Paris. Le mouvement des passants, le bruit des voix, et le murmure vivace de la foule chassaient bien loin les funèbres images du cimetière. Arrivés près de la rue de Rivoli, Fréderic ferma les stores par prudence; Diane baissa son voile, et quand la voiture s´arrêta devant la porte de l´hôtel du général, elle put entrer sans être vue. Fréderic la rejoignit, en courant, tandis que Diane franchissait avec crainte les premières marches de l´escalier. Ils parvinrent sans rencontre jusqu´au sixième étage, et lorsqu´enfin la porte de la mansarde du poête se fut refermée sur eux, ils s´écrièrent: Sauvés! Heureux! -Oh! mon Dieu je vous remercie! S´écria Fréderic dont la joie éclata par un élan de reconnaissance vers la Divinité. Et il embrassait Diane en répétant: Sauvés! Heureux! par Louise Colet.

DIANE Le ordena al conductor que la lleve al cementerio del Père-Lachaise. El coche va rápido, el aire, el movimiento, el pensamiento siempre presente de Fréderic eliminan cualquier impresión fúnebre del espíritu de Diane. Iba a recogerse sobre la tumba de su abuela, y su amante estaría a su lado; ese corazón que la adoraba estaría allí vivo cerca de ese otro corazón helado que la había querido. A pesar del recuerdo tierno que guardaba de su antepasada, a pesar de la imagen tan reciente de su agonía, la

- 18 -


muerte en ese instante, por un milagro del amor, había sido vencida por la vida; el dolor y el luto, por la radiante embriaguez de la felicidad que se presiente. Cuando Diane llegó al cementerio, la nieve había parado de caer; su capa espesa, endurecida y abrillantada por el frío intenso, cubría la tierra con un manto uniforme. Este amplio recinto sembrado de sepulturas estaba desierto; los monumentos funerarios, cubiertos por un manto blanco parecían espectros que se hubiesen levantado de sus tumbas en está hora matutina, y vagabundeaban por el frío recinto sin temor a cruzarse con los vivos. Diane, acompañada por un vigilante, tardó un buen rato en reconocer el lugar reservado donde su abuela había sido enterrada; la tumba no estaba terminada: un entramado de madera y flores cubiertas ahora por la nieve ocupaban el lugar destinado al mármol del monumento. Diane se arrodilló; Fréderic aún no había llegado. El vigilante se alejó y la dejó sola. Cubierta por su ropa de luto, inmóvil sobre la tierra helada, la cabeza inclinada sobre el pecho en señal de recogimiento, su sombría silueta destacaba como si fuese una estatua de mármol negro sobre fondo blanco. Había cerrado los ojos, se esforzaba en vano de alejar la imagen de Fréderic y de elevar entera su alma hacia el alma de su abuela. Recordaba con ternura los cuidados maternales con los que había rodeado su infancia, su juventud y luego aquella funesta boda consentida por su abuela, pero que la hizo lamentarse y llorar. Su abuela la había consolado sin jamás acusarla, con ella había compartido su dolor y todas las alegrías de su vida. Hace tan sólo ocho días,¡ y ahora está alma ya no estaba aquí para oírla! ¡Qué desesperación en la impotencia del que sobrevive y que quisiera reanimar tan sólo un instante, al ser amado que ya no está! Así es como Diane, arrodillada sobre la tumba de su antepasada, pensaba en estás supremas palabras, en esa noche de agonía cuando la había oído bendecirla y decirle: ―Sé feliz, hija mía, feliz con el que te ama; me voy cerca de Dios interceder por vuestra felicidad.‖ Estás palabras, las últimas salidas de la boca venerada habían sido para Diane una especie de consagración de su amor; y ahora que la hora en la que iba a abandonarse completamente a ese amor se acercaba, su alma imploraba, piadosa y tierna, el apoyo de está alma protectora que cuidaba de ella al lado de Dios. Perdida en una especie de inspiración extática, había olvidado hasta el lugar en el que se encontraba; era como si por momentos se alejara de las sensaciones físicas: el frío la había insensiblemente entumecido; estaba pálida, helada e inmóvil como si la muerte se hubiese apoderado de ella. Las imágenes flotantes que atravesaban su pensamiento luchaban solas contra el aniquilamiento de su ser; le parecía que su alma se separaba de su cuerpo, atraída suavemente hacia el alma sonriente de su abuela, y que cruzaba regiones donde reinaba la paz y una mansedumbre desconocidas aquí abajo. Oía voces que creía reconocer como las que antaño oía en sueños; su alma seguía subiendo, pero girada hacia la tierra y no pudiendo desprenderse del alma de su amante, quien a su vez, desplegando de repente sus alas, se unía a ella y se perdía con

- 19 -


ella en ese mundo sobrenatural donde las voces que la habían llamado repetían: ―Suban, suban más, vengan al seno de Dios albergar su amor.‖ Tuvo durante unos instantes la vaga percepción de este sueño, luego todo se borró y ya no sintió nada más que dejase huellas en su recuerdo; estaba completamente desmayada. Fréderic acababa de entrar en el cementerio; había buscado a Diane y no había tardado en descubrirla en actitud de oración. Se había acercado a ella, pero no atreviéndose a molestarla en su recogimiento, se detuvo a unos pasos de su tumba y la contempló con emoción. De repente, asombrado por su inmovilidad, la llama; Diane no contesta; ; se lanza hacia ella, pero ella no gira la cabeza, permanece arrodillada, postrada, sin movimiento. La coge en sus brazos; emite un grito desgarrador: ¡en este lugar todo le habla de muerte, en un instante se vio fulminado por el horrible pensamiento de que la muerte la había golpeado!... Pero no, su corazón late, su boca respira…La levanta en sus brazos, cruza corriendo el cementerio y la deja en el coche que los espera. Reconfortada por los besos de su amante, Diane se reanima, reabre los ojos, y sus mejillas se colorean con los tintes de la vida. ¡Oh, huyamos, exclama Fréderic que no podía dominar su terror; huyamos de este lugar siniestro. ¿Por qué entristecer nuestro amor con imágenes de luto y presentimientos de desgracia? Diane, tenemos que vivir el uno para el otro; ¡Diane tenemos que ser felices, felices con toda la felicidad que dan la juventud y la vida! ¡Dejemos a los muertos; los muertos son envidiosos; ¡Oh amada mía! Me estoy volviendo pusilánime, supersticioso, loco, con sólo pensar que podría perderte. -¿Perderme? ¡Jamás! Dijo la joven con una sonrisa melancólica. Estábamos reunidos allá arriba igual que aquí abajo. Quiso contarle su sueño. -¡No, no! Dijo él ahogando sus palabras con sus caricias, deja esos pensamientos de ahora en adelante. Diane me siento transformado, ¡Ya no soy el mismo hombre! Ya no soy el soñador incompleto que ponía su goce en sueños; mi amor, mi admiración son para ti que vives, para ti que me miras, para ti que serás mi esposa!...Tanta pasión y juventud se desbordaron de tal modo que Diane se asustó. -¡Dios mío, murmuraba, y si está felicidad no va a durar! -¡Oh no hables así! Replicó él con una mirada suplicante. Ves este coche nos lleva a casa; todavía unos minutos y estaremos reunidos en una alegre buhardilla; solos, felices, embriagados. Está noche huimos hacia la frontera; le damos una buena propina al conductor para que a pesar del frío nos lleve más rápido. Y mañana, mañana seremos libres! Fuera de Francia! El mundo es nuestro! Nada de temores, ningún obstáculo. Diane se dejaba contagiar por la alegría ingenua de su amante; como él esperaba la realidad de la felicidad. Su sangre volvía a sus mejillas, su corazón latía más rápido, sentía como una sobreabundancia de vida. El sol había traspasado las brumas de la mañana; sus rayos jugaban con la nieve como para iluminar este día que había amanecido tan sombrío. El coche acababa de

- 20 -


entrar en París. El movimiento de los transeúntes, el ruido de las voces, el murmullo vivo de la multitud expulsaban muy lejos las fúnebres imágenes del cementerio. Cuando llegaron cerca de la calle de Rivoli, Fréderic cerró las puertas prudentemente; Diane bajó su velo, y cuando el coche se detuvo delante de la puerta del hotel del general, pudo entrar sin ser vista, Fréderic se unió a ella corriendo. Llegaron sin cruzarse con nadie hasta el sexto piso, y cuando por fin la puerta de la buhardilla del poeta se cerró detrás de ellos, exclamaron: ¡Salvados! ¡Felices!-¡Oh Dios mío, os doy las gracias! Exclamó Fréderic cuya alegría estalló con un impulso de gratitud hacia la divinidad. Y abrazaba a Diane repitiendo: ¡Salvados! ¡Felices!

par Louise Colet.

- 21 -


KORBAK LE CORBEAU Ce jour-là… Korbak, le corbeau, a faim. La nuit va bientôt tomber et de tout le jour, il n'a rien mangé. Il vole par dessus les champs, son œil noir scrute le sol, il cherche, il cherche de quoi becqueter… Là ! Une belle, une grosse, une rouge citrouille ! " Crôa, crôa, je vais me régaler…se dit Korbak " Déjà, le voilà piquetant, picorant la courge dure avec son gros bec jaune. Mais elle résiste la coquine, elle ne se laisse pas ouvrir comme ça si facilement. Korbak attaque de plus belle. Pour trouver le point faible, il tourne et retourne la rebelle. " Oh, de ce côté, la citrouille est déjà toute mangée par les fourmis … C'est par là qu'il faut entrer ! " Korbak s'enfonce dans le légume et s'apprête au festin…Mais il glisse, bascule, roule et se retrouve sur ses deux pattes, la citrouille sur la tête. Quelle drôle de bête ! Il essaie de se dégager, s'agite en tous sens et s'avance comme un canard saoul sur le chemin de la forêt. Comme la nuit tombe, voilà que s'allument les petits feux des lucioles, ce n'étaient pas les fourmis qui habitaient là ! En voyant s'avancer cet être étrange aux yeux brillants, les animaux sont pris de panique : " Au secours, une sorcière, un fantôme, au secours ! Crie le lapin en se sauvant. - Au secours, répond l'écureuil, c'est Halloween, la nuit d'Halloween ! - Hou … Hou…chante le hibou en s'envolant. " Tous, affolés, s'enfuient devant Korbak, le corbeau déguisé malgré lui. " Oh, oh, se dit-il, je fais peur à tout le monde. CRÔA ! CRÔA ! Ah, ah, quelle bande de froussards ! " Et depuis ce jour-là, tous les ans, le corbeau cherche une citrouille pour faire une bonne farce à ses amis de la forêt.

- 22 -


KORBAK, EL CUERVO. Aquel día, Korbak, el cuervo tenía hambre. Está a punto de anochecer, y en todo el día no ha probado bocado. Sobrevuela los campos, su ojo negro escudriña el suelo, busca, busca algo picotear.

para

¡He aquí una bonita, una enorme, una calabaza roja! "Crôa, crôa, la voy a gozar...se dijo a sí mismo Korbak". Ya está piqueteando, picoteando la calabaza dura con su grueso pico amarillo. Pero se resiste la muy pilla, no se deja abrir así tan fácilmente. Korbak ataca con más ganas. Para encontrar el punto débil, le da vueltas y más vueltas a la rebelde. "Oh, por este lado, la calabaza ya está totalmente comida por las hormigas... ¡Es por aquí por donde hay que entrar! Korbak se hunde en la verdura y se prepara para el festín...Pero resbala, titubea, rueda y de pronto se encuentra encima de las dos patas, con la calabaza en la cabeza. ¡Vaya animal más extraño! Intenta liberarse, se mueve hacia todos los lados y camina hacia delante como un pato borracho por el camino del bosque. Como cae la noche, he aquí que se alumbran las pequeñas luces de las luciérnagas, ¡no eran las hormigas las que vivían aquí! Viendo avanzar a aquel ser extraño de ojos brillantes, los animales son presos del pánico: "¡Socorro, una bruja, un fantasma, socorro! grita un conejo mientras se escapa. "¡Socorro, contesta la ardilla, es Halloween, la noche de Halloween! "Uuuhh...Uuuhh...canta el búho mientras echa a volar. Todos, enloquecidos huyen ante Korbak, el cuervo disfrazado muy a su pesar. "Oh, oh, dice, doy miedo a todos. ¡CRÔA! ¡CRÔA! ¡Ah, ah, vaya pandilla de miedicas!" Y desde ese día, todos los años, el cuervo busca una calabaza para gastar una buena broma a sus amigos del bosque.

- 23 -


A LUS DO CANDIL Antón de Cidran era un labrego do Paramo que tamén trataba en madeiras. 0 señor de Saberei díxome que era home moi botado para diante e que se gobernaba moi ben na súa casa. Unha vez veu a Lugo co seu compadre Pedro. Os dous vineran a cabalo. Era polo San Froilan e o tempo estaba moi lento. Aínda non se fixera o feiral que hai hoxe. Xa sabedes que tódolos labregos, en tres leguas á redonda, van a Lugo polas festás do San Froilán. Ainda que non vaian mercar nin vender. Tan só por ve-los fuegos e por come-lo pulpo. Mais eles foran a Lugo por rematar un contrato de travesas para a vía do tren. Pola mañá fixeran o contrato. Os dous ían moi ledos, poís quedábanlles libres máis de sete mil reás. Levábanse moi ben e faguían moi bos choios. Nunca rifaran polos seus asuntos. Eran homes moi cabais eles, e non andaban un nin outro con díxome, díxome, nin con pataqueiradas. Tanto custa, tanto che dou. Mercaron algunhas cousinas para as mulleres, e fóronse come-lo pulpo a unha taberna da rúa do Miño. Comeron e beberon a embute, coma dous abades. E despois fóronse para o café Español e tomaron seus cafés e súas copiñas. E veña unha volta pola feira a ve-las barracas. Como lles foran ben as cousas, tamén había que merendar. Deixaron as bestás en cas Cosme, na mesma praza da feira, que se chamaba a plazuela da Herba. Ninguén como Cosme para preparar axiña unha merenda. ¡E que bon viño de Chantada tiña! Alí estiveron bon rato, bebendo e parolando... 0 caso é que cando chegaron a Canturín xa era noite pecha. Camiña que te camiña, logo chegaron a Paradela. Antón propoñíalle ó seu companeiro que mercaran unha serrería que se vendía na Pobra. Pedro dicíalle que era mellor coller en aparcería o muíño de Moscán. Faríanse ricos en poucos anos. Mais Antón vía mellor o da serrería. ¿Por que non a serrería e o muíño? Ganarían moito máis, que é do que se trataba. Os dous vían chover onzas do ceo. Tiñan que atravesa-la campa de Xan da Cruz, pois decidiron, para estár máis cedo na casa, deixa-la estrada e ir polo atallo. Aquela campa é moi grande. Alí encórase moito a auga polo tempo das choivas da outonía. Pedro faláballe a Antón dos bos pesos que ían gañar co muíño e a aparcería. 0 viño facíalle ver todo moi doado. Xa estaban frente da campa. 0 seu companeiro non lle contestaba. Tívolle que berrar: ¿Que che pasa, home, que non dis nada? Para a besta -díxolle Antón. Pedro notoulle algo moi raro na voz. Coma se collese medo, vamos. E tirou das rédeas á bestá. Preguntoulle: - 24 -


¿É que nos saen ó camino? Levo un bon revólver no peto da cucira do pantalón. ¿Non ves -díxolle o seu companeiro- unhas luces frente de nós, pola campa adiante? Por entre os carballos levan unha caixa de morto nun carro. Eu -contestoulle Pedro- non vexo luces nin nada. Xa che dixen que non beberamos tanto. Ti tivéche-la culpa. Xuraría -díxolle Antón- que vin un enterro. Agora xa non vexo nada. I anque me deran canto val o mundo, non atravesaría a campa. Vamos polo camiño da Encomenda, aínda que teñamos que arrodear. E dicindo isto, meteu esporas á besta. 0 seu companeiro tivo que o seguir. Unha hora despois deixábao na casa. Ó día seguinte, Antón foi varexa-las castañas, pola mañá ben cediño. Cando estaba no cimo do castiñeiro esvarou e caeu. Debaixo había un carro cheo de ourizos. Espetouse nun fungueiro polo bandullo e saíalle a punta polo lombo. Levárono á casa. Mais chegou xa defunto. Todo aquel día chovera a todo meter. A campa de Xan da Cruz estaba no camiño do camposanto. Toda ela se asolagara. Tiveron que leva-la caixa nun carro de bois. É ben certo que o que ve o seu enterro en vida xa está cun pé no outro mundo.

por Ánxel Fole

- 25 -


O SUSO A voz de Suso chegou a min fortemente, como unha corneta que rinchase: —Manolito. Baixa. Baixa. Eu obedecín. Todos os rapaces da Barbaña obedeciamos ao Suso. El era sorprendente. Tiña uns ollos escuros, ollos de animal de baixoterra, opacos, fixos. Non era posible deixar de cumprir os seus desexos. El non mandaba, simplemente desexaba. Estivera tirando pedriñas contra os vidros da miña habitacion. Eu abrira a fiestra e el berroume duro: —Manolito. Baixa. Baixa. Baixei. Desencolgueime pola vella cepa, máis vella que o meu avó, aquela tan vella que facía garda inmóbil na porta da nosa casoupa da Barbana. —Hai un rapaz no río —díxome o Suso. Eu non lle demandei se é que o rapaz afogara. Pero voltei a testá, inquirindo, como a testá dunha vibora. Respondeume: —Está cerca da Pasarela. Ten os ollos abertos... Éche un rapaz. Detívose e preguntoume pregando o entrecello: —¿Tes medo? ¿Ía eu permitir que o Suso supuxera aquilo? En verdade tiña medo. Pero o caso é que todos os rapaces da Barbaña tolearían de pracer se o Suso os fora tirar do leito ás dúas da mañá para ir ver un afogado. E eu mesmo sentía un pracer xugoso e doce, coma se mordera unha grande mazá que me enchera a boca. Pero eu tiña medo e sabía que chegado o intre había ter aínda máis medo. Díxenlle: —Non. Non teño medo. ¿E logo? Puxémonos a andar á beira do río. A néboa era lixeira, como un cristal algo sucio. Ía frío. Saíra con roupa de menos e cando me dei de conta daba dente con dente. —Estou aterecido, Suso. El non respondeu. Agora que recordo xa non dixo máis nada en todo o tempo que durou o noso caminar á beira do río. Daba eu un paso e un medo novo botábame unha poutada igual que un gato bravo, irritado. Ergueuse vento e tiven máis frío. Pero, sobre todo, molestoume o grande rumor dos canavais, axitados como unha cabeleira erecta que berrase. Fixeime no Suso. 0 Suso sempre tranquilizaba coa cara morena e fina que el tiña e os xeitos seguros. E a punto - 26 -


estiven de berrar: o Suso ía coa cabeza baixa, camiñando con pasos inseguros, todo denotando nel inseguridade. Fiquei perplexo e pareime, cos ollos moi abertos. El non fixo nada máis que isto: olloume fixamente, fixamente. Como só el sabía ollar. Eu recuperei a calma no acto. Saquei dous pitos que lle roubara ao meu pai. 0 Suso dixo que non coa cachola. Eu acendín un. Pareime. 0 Suso seguía a andar. Deime de conta de que as pegadas do Suso non erguían absolutamente ningún bruído e por segunda vez estiven a punto de berrar... Pero mordín o labio inferior e seguín, notando que un delgado sangue me escoaba polo queixo. 0 Suso parouse. Estaba algo lonxe de min, enriba dunha caneria de formigón armado. Pareceume alto e lonxe. E moito. Berroume como adoitaba berrar, como unha corneta: —Manolito. Xa chegamos. Está na beira, ti busca por alí. Eu vou por alá. As últimas palabras removéronme e puxéronme carne de galiña. Tatexei: —Non... Non... E el repetiu: —Eu vou por alá. Vin desaparecer os seus ollos opacos e poderosos. Foise. E eu púxenme a buscar o rapaz afogado ao resplandor escasísimo que viña do barrio do Couto. O vento rizaba a auga porca da Barbana. E batíame o fedor na cara coma unha sucia man. Metin un pé no río e mordeume un frío agudo. E atopei ao rapaz afogado na beira, a flor de auga. Foise o medo inexplicablemente. Era un rapaz —visto entre a neboa, entre a auga, á luz lonxana do Couto— de proporcions parellas ás do Suso ou ás miñas. Chamei: —Suso. Suso. Suso. Fungaban —iso si— as canas, pero o Suso non me respostou. —Suso. Suso. Suso. Deille a volta moi asustado, pero sen medo. Deille a volta. 0 rapaz afogado tiña ollos de animal de baixoterra. Tiña os ollos do Suso. Tiña a admirada cara do Suso. O rapaz afogado era o Suso. Botei un berro líao e longo como unha lombriga. A néboa espesara. 0 vento quería fender os canavais. Voltei a berrar e o berro foi outra vez longo e repulsivo. Caín. - 27 -


Erguinme. Iniciei unha carreira cega. Ao final da miña fuxida de pequena bestá horrorizada, estaba a miña casa. E metinme na cama acorado e molladísimo. Pasou o tempo. Pasou o que quedaba de noite, nun estádo de semiinconsciencia. E toda a rapazallada do barrio comezou a berrar baixo da miña fiestra. —Manolito. Manolito. 0 Suso afogou onte no río. 0 Suso afogou onte no río. Erguinme e mirei o río. Era día grande. Non habia néboa. por Xosé Luís Méndez Ferrín

- 28 -


CONMEMORACIÓN DÍA INTERNACIONAL DA BIBLIOTECA PROGRAMA DE ACTIVIDADES:

Día 17 Decembro

As 12.40 os alumnos de 1º ESO A e B baixarán á biblioteca acompañados das súas profesoras Dores Castro e Celia Cabado para que se lles lean os seguintes relatos:  Castelán: Cristina Pérez “El Colombre” de Dino Buzzati  Inglés: André Ducrós, Sarai Pena e Elisa Roca”A Howling Halloween”de Sue Clark  Francés: Carlos García e Óscar Esmorís “Korbak le Corbeau”  Galego: André Ducrós “Antón de Cidrán” de Ánxel Fole

As 13.30 os alumnos de 2º ESO A e B baixarán á biblioteca acompañados das súas profesoras Mercedes Beceiro e Glafira Fernández para que se lles lean os seguintes relatos:  Castelán: Esther Montes y Verónica Regueiro “Acerca de la muerte de Bieito” de Rafael Dieste.  Inglés: Miriam Cabarcos, Iria García, Pablo García, Alejandro Miño e Lucía Varela “Why me daddy?”  Francés: Jesús Iglesias, Sergio Dopico e Paulo González “Diane” de Louise Colet  Galego: Marta González “O Suso” de Méndez Ferrín

- 29 -


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.