Diego Eterno

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na opinión bastante extendida durante estos últimos días, es que con el fallecimiento de Maradona, se murió una parte central de la infancia de muchos. Y que al decirle adiós, se están despidiendo también de aquello que ellos mismo fueron, como de aquel que tanto admiraron. En mi caso, antes de que supiera quién era el presidente, y que Diego fuera incluso campeón del mundo con la selección mayor. La imagen del diez eufórico y victorioso era una de las primeras cosas que veía cada mañana, ya que tenía su calcomanía pegada en mi ropero, porque venía junto a la colonia pibes que me ponía mi mamá. Esa circunstancia generacional es fortuita, pero explica como en las últimas horas los pocos comentarios en las redes contra de Maradona provienen de aquellos que políticamente aplauden los goles contra los más vulnerables. O de jóvenes que se han vinculado a la figura de Maradona más por sus escándalos con Verónica Ojeda y Rocío Oliva, que por haber sido contemporáneos a las hazañas maradoneanas. No es fácil explicarles a lo que ahora son chicos, las sensaciones que nos trasmitía Diego cuando antes de cada partido lo veíamos en vivo arengar a sus modestos soldados, de que era posible ganarle a los favoritos, como lo era el país anfitrión del mundial 90, y lo lograrlo. Tampoco se les puede transferir la identificación que 2

sentíamos cuando al mismo tiempo de que oíamos a los italianos insultar el himno argentino, la cámara enfocaba a Diego devolviendoles la puteada a la par nuestra. Ni hablar de cómo en aquel entonces el fútbol y el Fair Play eran conceptos bastante opuestos. Y en algunos partidos se veían más golpes que en las películas de acción. Por tanto, mirarlo con ojos de niño a Maradona con la camiseta de la selección Argentina, no era muy distinto que ver a Clark Ken con el traje de Superman. Lamentablemente, hoy los más chicos son contemporáneos a otro modelo de jugadores en la selección, mucho más apático en el juego, pero sobre todo en la relación con el público. En ese sentido, hoy es normal ver a los futbolistas bajarse del micro y pasar al lado de la gente sin siquiera brindarle una sonrisa. Mientras previo al mundial 86, el plantel de la selección hasta participó de una fiesta popular en Tilcara. Por todas estas cuestiones, la idea bastante difundida de que: «no importa lo que Diego hizo con su vida, sino que lo importante es lo que él hizo con la nuestra». Sintetiza el agradecimiento eterno que le tendremos quienes superamos los 40, y que para algunos jóvenes les resulta un tanto difícil comprender. Sadi Vilaboa



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e van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, siempre con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo. Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica. Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas

Me van a tener que disculpar, Eduardo Sacheri líneas disculpándome. No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa. No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Y le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche. El no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle. Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratósfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpe


tuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los llorones que aplauden, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto. Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna idiotéz al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones. Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las ínfimas traiciones tan propias de nosotros los mortales. Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la 8

mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones. Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos. Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedamos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros». Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol. Y con semejantes antecedentes de tarde borrasco Sigue en pág. 8>



sa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio. Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeas porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros. Y arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante. Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. 10

Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo. Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable. Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria. Del libro “Esperando a Tito y otros cuentos de fútbol” 2007 Eduardo Sacheri


“Vi a Diego caminar por la orilla del mundo, fue un tanto de otro planeta”. La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-tata... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2-Inglaterra 0”. V.H.M


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“Nunca me voy a olvidar de nuestras charlas. Cuando te pregunté ‘qué título le pondrías a tu segundo gol a Inglaterra’, al toque me respondiste “miré el arco y esquivé patadas”. Siempre me alucinó tu humildad y tu capacidad de ver las jugadas antes que todos”, Espero que estés en el club de los 27 con Kurt Cobain, Brian Jones y gente buena”, Espérame ahí... Invita la casa. No te equivoques con el paraíso. ¿Sabés lo que me dijo Jagger cuando yo trataba de pararte porque lo ibas a cagar a trompadas? Me respondió con otra pregunta: ‘¿éste no es el que juega al voley?’”. “Rock and roll fierita!!!. Say no more. I Love you”

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Me vieron cruzar, Calle 13 Perdonen que me agrande Pero soy un barrilete cósmico Lo más grande Navego contra el viento Haciendo lo imposible me divierto Hasta que su objetivo complete Este jinete no se baja del cohete Por un campo minado De terrenos peligrosos Me esquivé todas las trampas de osos Diariamente el sol fue mi testigo Y la luna, la que me regalo el camino Me caí pero me levanté de la primera Como se levantan las flores en primavera Sin rasguños, se hace pequeño El universo cuando levanto mis puños Le dije a mi coraje Antes que te de calambre Cocíname las ganas que Mis sueños tienen hambre Y los deseos me vieron nacer Los árboles me vieron crecer El océano me vio navegar

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Las estrellas me vieron cruzar Las estrellas me vieron llegar Las estrellas me vieron perder Las estrellas me vieron ganar Las estrellas me vieron correr Las estrellas me vieron volar Si se desmayan mis rodillas Si se me cae el cielo Si se desfigura el día y Se convierte en hielo Si mi sangre se torna Color cobarde frio Si mi valor tiene el Estomago vacío Si mis sueños se pelean Con la suerte Puede que el fracaso abra Los ojos y despierte Pero estoy preparado para Los días salados Cualquiera que camine Se tiene que haber resbalado Caí con todo el peso

Pero si es fuerte la caída mas Impresionante será mi regreso Ya no corro, le salieron Alas a mis botas Mi cuerpo navega por el aire Flota.! Voy contra todo Hago sudar al viento Cada paso que doy va Narrando un cuento Hasta mis hazañas se asombran La historia me persigue Por que la convertí en sombra Y los deseos me vieron nacer Los árboles me vieron crecer El océano me vio navegar Las estrellas me vieron cruzar Las estrellas me vieron llegar Las estrellas me vieron perder Las estrellas me vieron ganar Las estrellas me vieron correr Las estrellas me vieron volar Las estrellas me vieron perder Las estrellas me vieron ganar



Para verte gambetear, La Guardia hereje Con un par de lienzos crotos, esperando por el bondi de fiorito a paternal Las pisadas, las rabonas, son los chiches que los viejos no te podían regalar Y en la villa se juntaban los pendejos para verte gambetear Del riachuelo para el mundo, desde el cielo hasta el infierno, patadas en catalán ya más nadie iba a manguearle milagros a San Genaro porque entrabas a jugar se juntaron el jetset y la camorra para verte gambetear 30 millones de negros transpirando en tu remera para jugar un mundial más regalo que un cumpleaños, más premio que la quiniela, más baile que en carnaval y en los barrios faltaban televisores para verte gambetear barrilete, pecho inflado, con el sol de nuestros sueños te volviste a iluminar empachado de ilusiones, cuando vos eras el dueño te fueron a desterrar y en las calles, cada lágrima fue el precio para verte gambetear Gordo, cara de galleta, caminando medio chueco, siempre echado para atrás como no te daban pase te piantaste de los muertos, cómo te iban a parar? y rezamos en la habana y buenos aires para verte gambetear Con la sonrisa de pibe, con el brazo guerrillero y el corazón de arrabal la zurdita endemoniada y el martillo en el garguero, cada día te quiero más no hace falta más que entrecerrar los ojos para verte gambetear olé olé, olé olá, para verte gambetear.

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ran ya alrededor de las 17:30 hs en la Plaza de Mayo. El fervor, la emoción, el desconsuelo y el caos inundaban cada rincón de las calles del centro de la ciudad. Se estaban por llevar al Diego a su último lugar de descanso junto a la Tota y Don Diego. “El más humano de los dioses y por eso muchísima gente se reconoce en él” decía sobre Maradona, Eduardo Galeano. Los seguidores, los hinchas, las cámaras y los fotógrafos íbamos de una puerta a la otra porque no sabíamos bien por dónde lo iban a sacar. Finalmente, con un compañero ante el llamado de otro, decidimos irnos a la salida de Hipólito Yrigoyen por dónde finalmente salió. En el camino un señor muy amablemente me pide si por favor, no le hacía una foto junto a su hijo y su nieto. No dudé un segundo en hacerla. Rápidamente intercambiamos contactos para poder enviarles el recuerdo de ese momento que quedará marcado en la vida de muchos, por no decir de todos. No me quedan dudas que todos nos acordaremos que estábamos haciendo, con quien estábamos y todas las emociones, contradicciones e interpelaciones que nos atravesaron cuando nos enteramos que Diego se 40

había ido a jugar un picadito al cielo de los inmortales. Ellos llegaron desde Spegazzini, Ezeiza. Me cuenta Pablo. Ante mi pregunta de que significaba Diego para ellos, sin dudarlo me contestó que cada vez que tiene un partido importante mira un resumen de él y que por más que lo haya visto 1000 veces se le sigue poniendo la piel de gallina. Pablo llegó a jugar de forma profesional en Cañuelas. En la actualidad, a sus 32 años, juega en un club de barrio que se llama El Tanque. “La camiseta que tengo en la foto es del club”, me dice, contándome además, que de ahí salió el 10 de Banfield, Jesús Dátolo y varios jugadores más. Su papá, Jorge, laburante del subte, ama a Diego y no deja de contarle historias sobre el 10. Ese día, Pablo no se sentía bien, pero cuando su viejo lo pasó a buscar por la casa, no dudó ni por un instante en ir junto a Francisco, su sobrino de 15 años a despedir a su ídolo. Cuando le pregunto si puedo publicar la foto con un pequeño texto me dice “Poné algo así como, tres generaciones que adoraban al Diego. Uno solo lo vio jugar, los otros dos lo disfrutaron por videos, pero la pasión no tiene lógica ni edad.” Flor Guzzetti



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Lolรณ Arias



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Cuando pinté este muro en 2010 jamás imaginé el destino que iba a tener, mi sueño era que él lo vea, nada más, lo habrá visto? Pero jamás imaginé que se iba a formar en un altar, jamás imaginé ver gente besando el mural, dejando sus camisetas, prendiendo sus velas, dejando sus rosas. No caigo que se murió el Diego, el jugador que más lloré, en las buenas y en las malas. Te amo Diego. Mariano Antedomenico

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Daiana Bersi


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Qué es Dios?, Las Pastillas del Abuelo Bajó una mano del cielo Y acariciando su pelo Rulo y señal de la cruz La caricia de Jesús hizo posible el milagro Convirtió la red en tierra Del balón hizo palomas Que aterrizaban su paz en la isla Soledad Borrando una absurda guerra Judas no juega esta tarde Lo expulsaron por traidor Y once apóstoles de cristo con sus oídos al cielo Consultándole al señor Y Jesús dijo: “Me voy, de tácticas ya no hablo Pero un consejo les doy La pelota siempre al diez Que ocurrirá otro milagro” El diez susurró a su oído “Novia eterna, ven conmigo Te llevaré de paseo Que nos verá todo el mundo y sabrán cuanto te quiero” La pelota enamorada Blanca piel inmaculada

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Se entregaba sin pudor A suelas de terciopelo de su eterno gran amor En filigranas de baile Comenzaba su paseo Sobredosis de talento Convertía a los rivales en estatuas de cemento Gran amante por doquier, danza el diez con su mujer Caricias, besos, abrazos El diez haciendo el amor Y el orgasmo fue un golazo Rojo el sol gritaba gol Sus rayos brazos en alto Y Jesucristo a los saltos Festejaban la proeza del señor diez y su alteza Otro vuelo de palomas Ráudo viaje hacia el sudeste Soberanía argentina Banderas blanquicelestes adornan La Gran Malvina Premio nobel de la paz Desde México a Fiorito

De Malvinas a Inglaterra Este loco diez bajito llenó de risas la tierra Llantos y risas de madres Viendo en el diez al compadre Genera risa latente, su risa en todas las fotos De los hijos combatientes Y Jesús dijo: “Me voy, de tácticas ya no hablo Pero un consejo les doy La pelota siempre al diez Que ocurrirá otro milagro” No, Gran amante por doquier, danza el diez con su mujer Caricias, besos, abrazos El diez haciendo el amor Y el orgasmo fue un golazo No, Por tu milagrosa mano Y el milagro de tus pies Por tu milagrosa mano Y el milagro de tus pies Muchas gracias, señor dios Muchas gracias, señor diez



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Adiós a Diego y adiós a Maradona por Jorge Valdano

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quellos que arrugan el rostro pensando en el último Maradona, con dificultades para caminar, problemas para vocalizar, abrazando a Maduro y haciendo de su vida lo que le daba la gana, harán bien en abandonar esta despedida que abrazará al genio y absolverá al hombre. No van a encontrar un solo reproche porque el futbolista no tenía defectos y el hombre fue una víctima. ¿De quién? De mí o de usted, por ejemplo, que seguramente en algún momento lo elogiamos sin piedad. Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino. Fue el fatal recorrido desde su condición de humano al de mito, el que lo dividió en dos: por un lado, Diego; por el otro, Maradona. Fernando Signorini, su preparador físico, tipo sensible e inteligente y, posiblemente, el hombre que mejor le conoció, solía decir: “Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina”. Diego era un producto más del humilde barrio en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificación provocó una cadena de consecuencias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalidad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad. Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos. Pero a la vez era inequívocamente argentino, lo que explica el poder sentimental que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune. Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescencia y que, por su origen, creció con orgullo

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de clase. Por esa razón, y también por su fuerza representativa, con Maradona los pobres le ganaron a los ricos, de manera que las adhesiones incondicionales que tenía allá abajo fueron proporcionales a la desconfianza que le tenían los de arriba. Los ricos odian perder. Pero hasta sus peores enemigos tuvieron que sacarse el sombrero ante su descomunal talento futbolístico. No había más remedio. Con poco más de 15 años empezó a concursar para dios del fútbol. Lo hizo, además, en un país que lo acogió como a un mesías sentimental, porque el fútbol, en Argentina, es un juego que solo llega a la mente después de pasar por el corazón. La fascinación por el arte barrial que Diego llevó a los estadios trascendió al hinchismo. No importaba la camiseta que llevara, era un genio, era argentino y eso resultaba suficiente para desatar el orgullo. Domador de la pelota Como es su obra lo que lo hizo grande, y no su vida, empecemos por ahí. Hay una primera imagen de Diego dominando la pelota en un escenario humilde, concentrado como un burócrata y feliz como un niño que arma y desarma la pelota, el juguete de su vida. Primero la zurda y luego la cabeza, no la dejan caer en lo que parece una amable discusión con esa pelota que aún se le rebela. Está a punto de escaparse, pero Diego no la deja, la somete, como si la estuviera domando más que dominando. Tiene poco más de diez años y ya apunta para virtuoso, aunque la pelota y Diego aún se estén conociendo. El idilio del domador con la pelota creció con el tiempo hasta llegar a un punto en que ver a Diego manejarla era un espectá-


culo aparte. Cuando entrenaba, y solo para dar un ejemplo, la tiraba hasta el cielo con un efecto que solo él entendía y, mientras la pelota viajaba, Diego hacía ejercicios como si no se acordará de lo que había dejado colgado en el aire. Pero cuando la pelota, ya cayendo, llegaba a su altura, volvía a mirarla haciéndose el sorprendido, para devolvérsela al cielo con otro efecto y olvidarse de ella otro ratito. Sabía exactamente el momento y el lugar del reencuentro. Lo demás corría a cuenta de su precisión milimétrica. Su infinito repertorio acomplejaba. Estábamos en Berlín esperando un partido con Argentina y Bilardo insistía en la necesidad de depurar la técnica y, como las obsesiones nunca se quedan cortas, repetía sin parar que un jugador argentino tenía que vivir con la pelota en los pies: “Mañana, tarde y noche, siempre con la pelota”. Días repitiendo lo mismo. Así las cosas, a la hora de comer Diego salió de su habitación dominando una pelota, tomó un ascensor en el que siguió haciendo jueguitos, llegó al comedor, se sentó y la pelota seguía sin caerse mientras picoteaba el pan. Bilardo entró, lo vio y con una sonrisa de oreja a oreja se llenó de razón: “¿Ven? Por eso es Maradona”. Este episodio que siempre evoqué con una sonrisa, hoy llega envuelto en una inevitable tristeza. El virtuosismo que alcanzó con la pelota, y que todos admiramos, lo llevó luego a la concepción del juego hasta hacer de la perfección una costumbre. Con esa mirada periférica de lechuza, con la noble elegancia de un mago para engañar y la potencia de un cuatro por cuatro para escapar, con pases sin defectos para asociarse, con tiros letales y con una personalidad napoleónica para afrontar las grandes batallas...

En ningún lugar fue tan feliz como dentro de una cancha. Ahí tenía una cita con su amor, la pelota, pero también un dominio espectacular de la escena, como si no se sintiera parte de un equipo, sino único. Como un roquero enloqueciendo a la multitud, antes que un futbolista. La seguridad que tenía con la pelota y la superioridad abusiva de su juego, la fue incorporando a su mentalidad hasta que llegó el día fatídico en que el personaje supero a la persona. Era distinto, se sentía distinto y actuaba distinto. Un solista En algún momento de la anterior reflexión se me escaparon dos conceptos que, mal interpretados, son injuriosos y conviene aclarar. El primero, cuando dije que era más cantante que futbolista. La imagen la escribí para exaltar al solista, pero nunca para rebajar al futbolista. Fue y murió con alma de jugador de fútbol. La segunda aclaración es sobre su condición de “solista”. Sobresalía del equipo con un brillo incomparable, pero no solo se sentía parte, sino que era muy generoso con los compañeros. La felicidad que sentía dentro de una cancha lo convertía en solidario, valiente, hábil hasta el exhibicionismo y competitivo como un hambriento. Por esa razón, estoy convencido de que, solo por haber pisado gloriosamente esos cien metros por setenta, la vida le mereció la pena. Como este recuerdo se propone también llamar la atención sobre la exagerada vida de Diego, hay que llegar a Nápoles, donde en ocho años intensos como un siglo, su fútbol alcanzó alturas desconocidas para el club y gloriosas para él mismo, pero donde su vida descarriló. El goce y el dolor, la luz y la oscuridad, la cima


más alta y el pozo más profundo. La salud, que era el fútbol; y la enfermedad que le contagió la vida. Nadie, que yo conozca, hizo una travesía tan larga y sinuosa. En las dos puntas (la de la cancha y la de la vida) habitó un superhombre. En la cancha porque, rodeado de jugadores normales, fue más fuerte que los árbitros, que el poder del norte, que el súper Milan de Sacchi y que la pobre historia del Nápoles. Era él contra el mundo. Y ganaba él. En el Mundial 86, donde jugó en estado de gracia, su genialidad conoció el punto más alto el día que venció a Inglaterra. Como hizo Homero con su Ulises, conviene no hacer descripciones externas y reservar para Diego los mismos calificativos que para el héroe de la Odisea: “Sagaz”, “mañoso”, “certero”, “de muchos trucos”. El fútbol de Diego estaba hecho de belleza, de creatividad, de orgullo, de hombría y, aquella tarde frente a Inglaterra, de argentinidad al palo, con proporciones parecidas de viveza y habilidad. Diego marcó un gol estratosférico y otro tramposo. Aquí está el mejor ejemplo de esa frase que aplicamos en ocasiones menos oportunas que esta: estaba por encima del bien y del mal. También en la vida habitó un superhombre porque, si bien Jesucristo resucitó al tercer día, cosa que no es sencilla, Maradona resucitó por lo menos tres veces, que tampoco es fácil. Era tan fuerte físicamente, como grande era su genio futbolístico. De hecho, todos sus excesos fueron un atentado contra el deporte y, sin embargo, no lograron empañar su descomunal talento, aunque en ocasiones jugara en condiciones alarmantes. 90

En la admiración y en la pena caben distintos tipos de emoción. Hoy hasta la pelota, el juguete más comunitario que existe, se sentirá más sola y llorará desconsolada a su dueño. Todos los que amamos el fútbol auténtico, lloramos con ella a Maradona. Y quienes lo conocimos, lloraremos aún más por aquel Diego que, en los últimos tiempos, casi había desaparecido bajo el peso de su leyenda y de su exagerada vida. Adiós, gran Capitán.



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De alguna manera nos cortaron las piernas a todos los argentinos. Chau Diego. Fuiste, sos, y serรกs el mรกs grande, siempre...


El más humano de los dioses Eduardo Galeano

Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares. Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó. Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses”, comenzó recitando el gran escritor.

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HASTA SIEMPRE 1960 - ∞


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Matias Baglietto Mauricio Centurión Me van a tener que disculpar, Eduardo Sacheri Cecilia Bethencourt Daniel Peluffo Maxi Vernazza Daniel Peluffo Daniel Peluffo Facundo Nivolo Facundo Nivolo Agustina Salinas Enrique Garcia Medina Vero Ape Lidia Barán Me vieron cruzar, Calle 13 Cecilia Bethencourt Para verte gambetear, La Guardia hereje Luis Abadi Manuel Cortina Manuel Cortina Agustina salinas Mauricio Centurión Lidia Barán Victoria Gesualdi Vero Ape Guido Piotrkowski Cecilia Bethencourt Federico Cosso Flor Guzzetti

5 6 7 9 12 13 14 15 16 17 19 20 21 23 24 25 26 27 28 29 31 32 33 34 35 36 37 38 39

Flor Guzzetti Guido Piotrkowski Loló Arias Nacho Yuchark Colo Gens Mauriio Centurión Cinthia García Prato Cinthia García Prato Victoria Gesualdi Pablo Cuarterolo Mafia Fernando De la Orden Pablo Cuarterolo Daiana Bersi Juan Mateo Aberastain Zubimendi Kaloian Santos Cabrera Facundo Nivolo Daiana Panza Victoria Gesualdi Ennrique García Medina Victoria Gesualdi Germán Romeo Pena Leandro Mastronicola y Luciano Di Constanzo Kaloian Santos Cabrera Kaloian Santos Cabrera Florencia Szwed Rimac Colectivo Silvia Sánchez Puch Nicolás Avelluto

41 42 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67

Colo Gens Pablo Cuarterolo Victoria Gesualdi Vero Ape Qué es Dios?, Las Pastillas del Abuelo Hernán Vitenberg Mauricio Centurión Mauricio Centurión Leandro Mastronicola y Luciano Di Constanzo Daiana Panza Fernando de la Orden Daniel Peluffo Nolan Rada Galindo Sarah Pabst Claudio Larrea Adiós a Diego y adiós a Maradona por Jorge Valdano Nazareno Ausa Germán Adrasti Nazareno Russo Hernán Pablo Pascarosa El más humano de los dioses Eduardo Galeano Lidia Barán Eduardo Longoni Tam Muro Sebastián Romero

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El 26 de Nov. de 2020 el pueblo despidió a Diego y yo volví a tener un día lleno de contradicciones. Elijo, al menos por hoy, quedarme con el recuerdo del mundial del 86 cuando iba a comprar el gráfico para guardar los recortes. Me quedo con el que no se haya olvidado nunca de dónde venía y que haya sido la alegría del mundo y en especial de los más humildes. El resto habrá tiempo para pensar y repensar. Lo demás lo cuentan las fotos... @gflor


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