Historia cuarto

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LAS UNIFICACIONES NACIONALES: Dos ejemplos clásicos de nacionalismo que logran unidad política a partir de varias entidades previas son los reinos de Italia y Alemania. Ambos casos presentan algunas similitudes: tuvieron lugar en las décadas de 1860 y 1870; se desarrollaron en medio de conflictos bélicos con potencias externas; dispusieron de un reino que actuó como agente unificador Prusia en el caso de Alemania y Piamonte en el de Italia-, y contaron con la participación de dos figuras políticas preponderantes: el piamontés Camilo Benso, Conde de Cavour, y el prusiano Otto von Bismark.


La unificación de Italia Desde la desintegración del Imperio Romano, la Península Italiana había permanecido dividida en siete Estados: el reino sardo-piamontés, el lombardo-veneciano, los Estados Pontificios, los ducados de Parma, Módena y Toscana, y el reino de las Dos Silicias. Los sentimientos nacionalistas que postulaban la unidad se difundieron en Italia mediante las obras y la actividad de personas como Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi que exaltaban, ante todo, el valor de la lengua como elemento de unidad. De hecho, se produjeron revueltas de carácter nacionalista en todas las oleadas revolucionarias. El fracaso de la revolución de 1848 mostró dos cosas: que no todos los italianos compartían las ideas nacionalistas, y que para expulsar a Austria de Italia, que dominaba los territorios del norte italiano, era necesaria la ayuda extranjera. Se hizo patente que la unificación sería fruto de una guerra con participación de las grandes potencias. La iniciativa de la unificación la tomó el reino de Piamonte-Cerdeña, con su rey Víctor Manuel, y especialmente su primer ministro Cavour, quien consiguió el apoyo del emperador Napoleón III. La primera fase de la unificación quedó señalada por la incorporación de Lombardía, con los triunfos del ejército francosardo en Magenta y Solferino. En la segunda fase se anexó a Parma, Módena y Toscana, que en medio de la agitación nacionalista derrocaron a sus príncipes y votaron por su incorporación al reino de Cerdeña. Al mismo tiempo, Garibaldi, con el apoyo secreto de Cavour, incorporó las regiones de Napóles y Sicilia. En 1861, un Parlamento formado por los representantes de los territorios unificados otorgó a Víctor Manuel II el título de rey de Italia. Faltaban algunos territorios, que serían incorporados luego de una tercera campaña marcada por la guerra entre Austria y Prusia. Piamonte apoyó a esta última, logrando la incorporación del Véneto. La unificación parecía terminada, pero faltaba Roma, protegida por Napoleón. Esta situación se prolongó hasta 1870, año en que las fuerzas de Víctor Manuel II entraron en ella. La unidad italiana era un hecho, y en 1871 Roma pasó a ser la capital del reino.



La unificación de Alemania El territorio alemán no estaba bien definido ni geográfica ni étnicamente. Alemania no aparecía claramente delimitada por barreras naturales. Desde el punto de vista étnico, había áreas centroeuropeas pobladas mayoritariamente por alemanes, pero en otras estos aparecían muy mezclados con otros pueblos. No existía un solo Estado que integrara a todos los alemanes. El Imperio comprendía muchos otros pueblos y territorios. El protagonismo correspondió al reino de Prusia, y especialmente a su canciller Otto von Bismarck. El punto de partida de la política de Bismarck fue la reforma del ejército prusiano con la finalidad de crear un Estado nacional alemán unificado, con Prusia a la cabeza. Con ese poderoso ejército, entre 1863 y 1870 Bismarck sometió la resistencia interna de los estados alemanes y disputó territorios a Dinamarca, Austria y Francia. En 1870, Prusia entró en guerra con Francia, y en un plazo muy breve, la derrotó y se anexó los territorios franceses de Alsacia-Lorena. Esta anexión originaría el rencor de los franceses hacia Alemania, que se manifestaría posteriormente, en la Primera Guerra Mundial. Bismarck logró consolidar la unidad nacional. En 1871 fue proclamado el Reich (imperio) alemán, una confederación integrada por veinticinco Estados cuya cabeza era el Kaiser (emperador) y cuyo núcleo administrativo y económico era el reino de Prusia. Para que el Reich funcionara como un Estado unificado, Bismarck lo dotó de una administración central fuerte y organizada. Alemania unificada contaba con una población numerosa y rica, y en la segunda mitad del siglo XIX se convirtió en una potencia continental. Pero la unidad conseguida por las armas desarrolló un militarismo que originó muchos conflictos en la Europa del futuro.



EL IMPERIALISMO EUROPEO El imperialismo El capitalismo industrial abrió las puertas para que las naciones europeas lograran acumular enormes cantidades de bienes económicos. A fines del siglo XIX se inició una nueva etapa del capitalismo: el imperialismo. En esencia, el imperialismo es la etapa en la cual la industria, como generadora de riqueza, pasa a segundo plano y es sustituida por:  La vinculación entre capital industrial y capital financiero (capital monopólico), mediante la creación de sociedades anónimas.  El control económico de los mercados de materias primas mediante la exportación de capitales que son invertidos en los países bajo la influencia de las grandes potencias industriales. En el siglo XIX, las grandes potencias europeas y numerosas firmas comerciales se lanzaron a la conquista de mercados. La periferia colonial, de economía precapitalista -como en el caso de África, Asia y parte del Pacífico-, fue incluida de forma desigual al mercado internacional impulsado por la Europa moderna.


Unidad y división del mundo Los avances en los sistemas de transporte y comunicación ocurridos durante la segunda mitad del siglo XIX permitieron una creciente unificación económica y cultural del mundo. Una red cada vez más densa de intercambios económicos, de información y de personas vínculo entre sí a las regiones desarrolladas del mundo, y a estas con las regiones subdesarrolladas. Este proceso de unificación implicó una nueva división económica del mundo. Zonas antes marginales adquirieron interés para las potencias industriales, que necesitaban materias primas y alimentos. Además, a medida que prosperaban, las regiones proveedoras de materias primas y alimentos fueron creciendo en importancia como mercados consumidores de productos elaborados en las economías metropolitanas.

Causas del colonialismo Las grandes potencias europeas se lanzaron a la apropiación de colonias por motivos muy diferentes, tanto de carácter personal como colectivo, y de naturaleza económica, política, cultural o religiosa.  Factores económicos. El proteccionismo de los Estados europeos impulsó a estos a buscar nuevos


mercados y a poner los medios para asegurarse el abastecimiento de materias primas.  Factores culturales. La colonización estuvo muchas veces justificada como una misión civilizadora a través de la cual se difundía por los demás continentes la cultura occidental.  Factores religiosos. La recuperación religiosa que experimentaba Europa en aquellas fechas se manifestó en una importante labor misionera, tanto de la Iglesia Católica como de las protestantes.  Factores políticos. Las empresas coloniales se presentaron como un campo donde desarrollar el espíritu nacionalista, muy vivo en la Europa de la época. En este terreno también fue importante la competencia: una vez que se inició el proceso colonizador, era difícil que todas las potencias no se sumaran a este, por miedo al engrandecimiento excesivo de una sola o a llegar tarde al reparto del botín. Por otro lado, también se debe tomar en cuenta que la actuación de personas concretas -políticos como Jules Ferry en Francia, financieros como Cecil Rhodes en Sudáfrica, o exploradores como Livingstone o Stanley en el Congo- en ocasiones tuvo una influencia decisiva.

La naturaleza de la expansión colonial A principios del siglo XIX -después de la independencia de las colonias que ingleses, españoles y portugueses tenían en América-, el colonialismo europeo parecía detenido y en regresión. Sin embargo, a partir de 1870 se produjo una extraordinaria aceleración del proceso de expansión colonial en las grandes potencias europeas. El resultado de este fue el casi completo reparto entre ellas del territorio africano y de las zonas de influencia sobre los Estados asiáticos. Por otra parte, también hubo un cambio en la naturaleza de las colonias. Hasta 1870, la mayoría de las colonias europeas eran estratégicas -con una función militar, como Gibraltar o Chipre-, de mercado y explotación -con una función comercial y de aprovechamiento de recursos, como la mayoría de los establecimientos en África- o de


poblamiento -lugares de emigración para la metrópoli, como Canadá, Australia o Argelia-. En cambio a partir de 1870 se hizo predominante un tipo diferente de colonia caracterizada por el control político: un territorio habitado por nativos, pero gobernado y dirigido económicamente por una gran potencia europea, en beneficio propio.

ORGANIZACIÓN DE LOS IMPERIOS COLONIALES


El gobierno de las colonias Una de las fórmulas para gobernar las colonias fue el protectorado, en el cual las autoridades políticas locales de un territorio gobernaban subordinadas a las autoridades de una potencia colonial europea. Pero lo más frecuente era que las potencias colonizadoras ejercieran el gobierno directo de los nuevos territorios. Otras formas eran los territorios en régimen de arriendo; la concesión de la explotación de la colonia a compañías mercantiles privadas, o el régimen de condominio entre dos potencias. Había dos sistemas administrativos. El primero era la anexión de la colonia y su integración a la administración metropolitana; así se otorgaba a los colonos blancos los mismos derechos políticos que a los ciudadanos del Estado colonial. El segundo era la asociación de la colonia a la metrópoli. Esto permitía establecer un gobierno indirecto, en el que había parlamentos locales ante los cuales debía responder el titular del gobierno ejecutivo de la Colonia; así se ponía en práctica el principio anglosajón del autogobierno. El sistema británico El régimen administrativo británico solía establecer dominios; es decir, colonias gobernadas por funcionarios coloniales, en especial de origen británico. Así, en Canadá, Australia, Nueva Zelanda o la colonia de El Cabo se fueron constituyendo sistemas de gobierno local, apoyados por cámaras de


representantes con facultades de gobierno, salvo las relaciones exteriores y la política de defensa. El titular del gobierno era un gobernador nombrado por la Corona británica. La India fue un caso especial. Sus diversos Estados estaban sometidos al régimen de protectorado, pero en conjunto dependían de la Corona británica directamente. En 1877, la reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India. El sistema francés El sistema de gobierno del Imperio colonial francés consistió, en general, en la conversión de las colonias en departamentos al estilo de la administración metropolitana, como ocurrió en Senegal, Argelia y la Cochinchina. Esta integración implicaba la participación de la población de la Colonia -colonos de origen europeo- en el sistema político francés, a través de la elección de representantes al Parlamento. En otras partes, como Madagascar, predominó la administración directa -muy útil en épocas de guerra-, y en el norte de África (Marruecos y Túnez), el régimen de protectorado. En el caso de Argelia (luego del frustrado deseo de Napoleón III de crear un "reino árabe" asociado a la Corona francesa), desde 1871 se impuso una política de asimilación, de modo que fue dividida en tres departamentos y sus asuntos pasaron a depender directamente de París. Solo los colonos europeos y judíos gozaban de derechos políticos, pero quedó excluida la mayoría musulmana. Ésta segregación política fue el origen de muchos conflictos durante 'todo el siglo XX, antes y después de la independencia argelina.


Los efectos del imperialismo Para los pueblos colonizadores las consecuencias fueron positivas. En lo económico, las potencias consolidaron su industrialización, pues sus colonias les proveían de materias primas y de mercados para vender sus manufacturas. Por otro lado, la cultura occidental se difundió y afirmó su predominio, muchas veces sin respetar a las culturas de los pueblos dominados. En los pueblos colonizados las consecuencias fuero" variadas: en el orden político, la colonización introdujo las bases de una administración moderna y modelos de organización política. En lo económico, se impuso la economía de plantación y explotación de minas, lo que privó de sus tierras a los indígenas; además, los artesanos nativos no pudieron resistir la competencia europea. En el ámbito social, se provocó la ruptura de la sociedad tradicional, pues la burguesía europea desplazó a los nativos que consideraba


inferiores. Esto originó que las culturas autóctonas sufrieran una crisis: las élites indígenas se occidentalizaron y, curiosamente, de allí surgieron los líderes del movimiento descolonizador. A escala internacional, las rivalidades imperialistas radicalizaron los nacionalismos europeos y contribuyeron a la formación de bloques militares y, a la larga, al estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).


ASIA: IMPERIOS Y COLONIAS El continente asiático era mucho mejor conocido por los europeos y, además, contaba con algunos sólidos Estados gobernados por antiguas dinastías imperiales, como China y Japón. Por otro lado, los viejos imperios coloniales -Portugal, España y Holanda- disponían de enclaves y posesiones en Asia, entre los que se encontraban Indonesia, Filipinas y Goa (India). Sobre esa base, las nuevas potencias desarrollaron su expansión imperial. La India y otros dominios británicos La India pasó a ser colonia británica desde 1763. Durante un siglo, su control se llevó a cabo a través de la Compañía de las Indias Orientales, que monopolizaba el comercio británico en el océano indico. La base de operaciones era Calcuta, en la región de Bengala. Progresivamente, los británicos se expandieron por todo el territorio indio, hasta llegar, por el norte y oeste, a los confines del Imperio ruso en Asia central. Luego de la revuelta de los cipayos, en 1857, el gobierno británico asumió directamente la administración de la India mediante un gobernador general y un cuerpo de funcionarios civiles: el Indian Civil Service, Este último promovió la construcción de vías de comunicación, el establecimiento de centros educativos al estilo occidental, y la especialización de su economía, de forma que fuera complementaria con la británica. Esto último impidió el desarrollo industrial de la India.


Por el este, Gran Bretaña extendió sus dominios hacia Birmania, con el fin de abrir una ruta terrestre para llegar a China y neutralizar el avance francés en la Indochina, teniendo como territorio "colchón" al reino de Siam. Además, los dominios británicos se completaban con Malasia, donde Singapur era el centro de los intereses británicos de la región.

La Indochina francesa Los franceses habían mostrado poco interés por establecerse en el continente asiático. Sin embargo, a fines del siglo XIX, ya se consideraba a Indochina como la perla del Imperio colonial de Francia El proceso de ocupación comenzó en la zona de Saigón, en el delta del río Mekong, en la Cochinchina, como mecanismo de protección de las misiones católicas establecidas allí, pero también para tener una base desde la cual participar en el comercio con China. Entre 1885 y 1887 se completó la formación de la Indochina francesa con la ocupación de Camboya, Annam y Tonkín.

La decadencia del Imperio chino A inicios del siglo XIX, China era el mayor imperio del mundo. Tenía 400 millones de habitantes, una organización política sólida y una economía enorme. Sin embargo, su continua resistencia al ingreso de los


europeos a su territorio atrajo las ambiciones de las potencias coloniales. La primera fase de la apertura china comenzó en 1839, con la primera Guerra del Opio. Gran Bretaña comenzó a importar té de China y quiso pagarlo con el opio que producía en la India, al que los chinos eran muy aficionados. El gobierno chino trató de impedir este comercio por los daños que causaba a su pueblo. Ante ello, los británicos emplearon su poderosa flota y, luego de derrotar a China, la obligaron a firmar el Tratado de Nankín (1842), mediante el cual China cedía a Gran Bretaña la isla de Hong Kong y, además, admitía el libre comercio en cinco puertos, entre los que destacaba Cantón. A partir de allí, otras potencias, como Francia y Estados Unidos, también obligaron a los chinos a firmar "tratados desiguales", forzando la apertura del mercado chino al comercio con extranjeros.

El imperialismo japonés Con la llegada al trono del emperador Meiji (1868-1912), el Japón se transformó de una sociedad tradicional y aislada a una moderna potencia industrial en el Asia. Las reformas dirigidas por el Estado lanzaron al Japón a la conquista de nuevos mercados y fuentes de aprovisionamiento de materias primas para su industria. Para consolidar su hegemonía, Japón tuvo que enfrentar y vencer a dos poderosos vecinos: China, con la que entabló una guerra entre 1894 y 1895 en la que logró la posesión de Formosa, y Rusia, con la que se enfrentó entre 1904 y 1905 y en la que logró la posesión de la península de Corea, Manchuria y parte de las islas Sajalín.


AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XIX La situación política Finalizadas las guerras de la independencia, se inició en América Latina un conflictivo proceso en torno a la organización política de los nuevos Estados. Un primer conflicto se entabló para decidir la forma de gobierno: el modelo monárquico solo prosperó en Brasil, mientras que en los demás Estados se impuso el modelo republicano. Una segunda cuestión fue establecer si las repúblicas debían ser unitarias o federalistas. En este aspecto, los conflictos entre políticos conservadores y liberales marcaron los primeros años que siguieron a la independencia de los países americanos.

Conservadores y liberales Los conservadores proponían preservar las características fundamentales de la vieja sociedad colonial y apoyaban un gobierno centralizado con capacidad de tomar decisiones políticas desde la capital del país, pues creían que así se garantizaría mejor el orden. Por lo general, los conservadores eran apoyados por los grandes terratenientes, los comerciantes y los miembros de la Iglesia católica. Los liberales eran más proclives a defender los derechos individuales, y eran propulsores de la propiedad privada y el comercio libre. En el plano organizativo, proponían un gobierno federal en el que cada provincia tuviese cierta autonomía. Asimismo, fomentaban la educación laica y la


confiscación de tierras pertenecientes a la Iglesia católica. En general, los liberales eran apoyados por los sectores sociales, que anhelaban una autonomía regional, y por los grupos poco beneficiados durante la Colonia. Pero ni conservadores ni liberales tenían gran apoyo entre los grupos menos favorecidos de la sociedad, como los indígenas. Los conservadores aspiraban a mantener el paternalismo tradicional de los españoles, quienes veían a los aborígenes como niños a los que había que guiar. Por su parte, los liberales consideraban a los indígenas como ignorantes y responsables del atraso de sus respectivos países.

La dependencia económica Después de las guerras de independencia, el sistema económico estaba arruinado: las tierras estaban devastadas, había una escasez de mano de obra, la producción minera se encontraba descuidada, etc. Esta situación forzó a los nuevos Estados a buscar alternativas para desarrollar sus economías. Una de las primeras medidas que tomaron los países latinoamericanos para recuperar sus economías consistió en insertarse en el mercado internacional. Dicha inserción se basó en una división internacional del trabajo donde las nacientes repúblicas surgidas de la independencia de España se convirtieron en países exportadores de materias primas y mercados para los productos manufacturados de los países industrializados. Por otro lado, la apertura de las economías aceleró el incremento de la importación de productos extranjeros. Todo indicaba que el comercio internacional había cambiado de manos: de los comerciantes españoles a los británicos. De esta forma, casas comerciales inglesas se establecieron en América Latina con la idea de vender los productos que su industria producía, sobre todo en puertos como Veracruz, Valparaíso y Buenos Aires. Los textiles fueron los principales productos


extranjeros que se importaron en desmedro de la producción textil local.

Los caudillos Una de las dificultades para el desarrollo de la actividad económica fue la falta de estabilidad política. El fin de la Colonia dejó un vacío de poder que dificultaba la creación de Estados que garantizaran el cumplimiento de las leyes. En esta atmósfera de vacío de autoridad, surgieron los caudillos. Los caudillos eran líderes políticos y militares que contaban con un gran carisma y respeto entre sus seguidores, a quienes daban protección pero exigían a cambio lealtad. Muchos establecieron verdaderas relaciones de paternalismo con sus subordinados. Algunos solo tenían influencia regional y otros se convirtieron en figuras de gravitación nacional. Entre los principales caudillos latinoamericanos podemos mencionar a José Antonio Páez en Venezuela, Antonio López de Santa Ana en México, Juan Manuel de Rosas en Argentina, y Agustín Gamarra en el Perú.


TEXTOS SOBRE CAUDILLISMO EN AMÉRICA LATINA COMIENZOS DEL SIGLO XIX En el proceso de las guerras por la independencia, en cada antigua colonia hispanoamericana se destacaron dirigentes que lideraron los procesos políticos, sociales y militares. Estos jefes locales fueron conocidos, en la época, con el nombre de “caudillos”. Algunos de los caudillos de mayor influencia en Hispanoamérica fueron: Antonio López de Santa Ana, en México; Juan Manuel de Rosas, en la Confederación Argentina; José Gervasio Artigas, en la Banda Oriental del Río de la Plata; Andrés de Santa Cruz, en la breve Confederación Peruano Boliviana y José Antonio Páez, en Venezuela, entre otros. Los siguientes textos presentan algunos puntos de vista de historiadores que han estudiado el proceso del caudillismo en América Latina durante las primeras décadas del siglo XIX. “El caudillismo y sus interpretaciones: Un análisis sobre un fenómeno común de la historia de América Latina en el siglo XIX”. "Separados por la distancia, la agreste geografía o las franjas territoriales bajo dominio indígena, estos centros de poder se integraron en torno a la figura carismática de caudillos locales. Los intentos de organización republicana fueron sustituidos por la autocracia y el personalismo. El acceso al poder pasó a depender del control de las milicias […]Los caudillos pugnaron por reivindicar el marco provincial como ámbito natural para el desenvolvimiento de la actividad social y política.[Por eso] el localismo no era una forma aberrante de organización social destinada a perpetuar en el poder a caudillos voluptuosos, sino que respondía sobre todo a la modalidad que habían adquirido las relaciones de producción y los circuitos económicos en el territorio de la Provincias Unidas."


BREVE RESUMEN Como fenómeno social y político, el caudillismo se desarrolló en América Latina dur ante el siglo XIX. Los caudillos eran líderes carismáticos que solían acceder al poder por procedimientos informales, gracias a la ascendencia que tenían sobre las grandes masas populares. La gente veía al caudillo como un hombre fuera de lo común, capaz de representar y defender los intereses del conjunto de la comunidad. Muchos caudillos eran demagogos y manipulaban a la población. En ciertos casos, el caudillismo derivó en dictaduras con una dura represión a los opositores. En otros, en cambio, el caudillismo se adaptó a los regimenes democráticos y federales que se establecieron en los países latinoamericanos. La formalización del poder de los caudillos siguió un proceso similar en varias naciones. Las fuerzas del caudillo enfrentaban al gobernante vigente hasta deponerlo, luego disolvían el congreso bajo el argumento de no responder al pueblo o la ley y finalmente el caudillo se autoproclamaba presidente provisional. Al pasar un tiempo, el propio caudillo llamaba a elecciones y se formaba un nuevo congreso, formalizando el poder del caudillismo.


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