A PROPOSITO DE EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA

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Separata del Nº 10 de la revista Raíces de Papel

A PROPÓSITO DE EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA

Blas Muñoz, Pepa Botella, Javier Bueno, Marcos Callau, Ana María Castillo, Soledad Cavero, Antonia Cerrato, Lola de la Serna, Isabel Díez, Francisco Fenoy, Diego Fernández, María Salud Ferrere, Ramiro Gairín, Julia Gallo, Ricardo García, Sergio García, María Rosa Jaén, Raúl Jurado, Marisol Mariño, Elena Marqués, Alejandro Moreno, Pepa Nieto, Laura Olalla, Manuel Pecellín, Amelia Peco, Plácido Ramírez, Ángela Reyes, Carmen Rubio, Nuria Sánchez, Raquel Vázquez, Beatriz Villacañas.


Raíces de Papel Revista de la Plataforma Cultural Raíces de Papel Nº 10 Enero / Junio 2013 (Separata) Dirección: Javier Bueno Jiménez y Juan Calderón Matador

Subdirecciones: Julia Gallo Sanz (Preguntas con Respuesta) Reyes Cáceres Molinero (Artículos) Milagros L. Salvador (Reseñas) Corresponsales: Amelia Peco (Guadalajara) Ana Gamero (Cádiz) Ana Mª Castillo (Mérida) Blas Muñoz (Valencia) Elena Marqués Núñez (Sevilla) Marcos Callau (Zaragoza) Plácido Ramírez (Badajoz) Raúl Calvo (Galicia) Raúl Jurado Gallego (Cáceres) Silvia Carpena Sáez (Palencia)

Plataforma Cultural Raíces de Papel C/ Benito Castro, 11 2º Izq. 28028 Madrid raicesdepapel@gmail.com http://raicesdepapel.blogspot.com/

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RESEÑAS SOBRE EL POEMARIO

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Foto Internet

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Blas Muñoz Pizarro PRÓLOGO Quien haya seguido la obra poética de Juan Calderón Matador desde su inicial libro de juventud, Camino ancho, paso desolado, de 1977, hasta el último de los editados, Mirar el arte en clave de poesía (2006), dedicado a la pintura, una de sus grandes pasiones, se habrá encontrado con una evolución coherente, tal vez más intensa que extensa. La aparente dispersión de sus temas encuentra un punto de conexión en la dolorida interrogación del hombre ante su razón de ser. En esta perplejidad, indefensa casi siempre, el poeta, en busca de respuestas, indaga en la cotidianeidad (Ritos de la memoria, de 1993), se duele con el dolor propio y la injusticia ajena hasta hundirse, para elevarse, después, hacia un Dios silencioso (La voz (de Dios) entre el romero, de 1997), o se abisma en una desnudez conmovedora para recuperar en su presente su pasado (Eco de niño para voz de hombre, de 2003), y poder decirnos ―y decirse― que se ha aceptado. Y todo ello con la pasión más pura de ese ser indefenso: el amor. El amor hacia los demás, desconcertado primero, centrado después; y el amor, finalmente, hacia uno mismo. En este viaje interior, desde el principio hasta el final de su obra, la voz de Juan Calderón fluye por sus versos sin aristas, incluso en los momentos más intensos y desgarrados (“¿Y el grito para qué / si sabes que estás solo?”), en una combinación armónica de versos blancos de medida impar (sobre todo, heptasílabos y endecasílabos) perfectamente acentuados. Al mismo tiempo, las imágenes se suceden, novedosas pero transparentes en su significación, con una sorprendente sencillez, de tal forma que el poema no se oculta en su expresión. Esta coherencia formal, mantenida desde el primer libro al último, intensifica la unidad de sentido de toda su obra, cuyo último eslabón, El destino nos ata y nos desata, se nos ofrece ahora. Sin embargo, ante este nuevo libro de Juan Calderón Matador, el lector deberá contener su lógica exigencia de comprensión inmediata pues, a diferencia de lo que sucedía en sus obras anteriores, es más lo que sugiere en sus poemas que lo que declara. Tal vez fuera conveniente que quien lea estas páginas iniciales respetara esa voluntad del autor y se adentrara en los

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poemas de este libro sin leer previamente esta introducción. Es decir, que volviera a estas líneas después, como si de un epílogo se tratara.

En este poemario se oficia como en pocos la paradoja, suma de paradojas, del lenguaje poético, aquella que consistía (según decía Jean Claude Renard en su ensayo Lenguaje, poesía, realidad, de 1982) en “ser simultáneamente el derecho y el revés del lenguaje”, en “anunciar al mismo tiempo una afirmación y una negación, lo dicho y lo no dicho o que no puede ser dicho”, y en “presentarse simultáneamente como escritura y como no escritura, […] como fragmento y como discurso”. Así, Juan Calderón Matador nos ofrece una ficción entreverada de vivencias personales (o tal vez, al contrario, si se quiere: una honda experiencia personal que se expresa por medio de la voz de unos personajes vicarios o ficticios). Una ficción narrativa, que es, por lo tanto, un relato. Cuando así sucede, el discurso narrativo se quiere hacer lineal pero interviene entonces, en esta sucesión de paradojas poéticas, el recurso de la fragmentación, tan significativo en la poesía actual y tan necesario en este libro que sobre él volveremos después. Hay, además, en esta historia, un ir que es un volver, un encuentro en el futuro que es un regreso al pasado, una circularidad, en fin, que cierra, sin cerrar la vida de sus personajes, el poemario. En esta sucesión de paradojas las hay formales y las hay conceptuales, pero sin que pueda señalarse dónde están los límites que las enmarcan ya que unas implican a las otras. En todo caso, el libro se presenta como una indagación, como una búsqueda de identidad entre oscuridades, en detrimento de la claridad de sus enunciados pero en beneficio de la intensidad poética. Poesía, pues, del conocimiento más que de la comunicación. Poesía de silencios.

Si nos atenemos al discurso, El destino nos ata y nos desata se estructura en tres partes. En la primera, titulada “La inquietud de la espera”, el protagonista ansía encontrar al ser que en encarnaciones anteriores buscó, amó y perdió, bajo la forma cambiante, en ambos, de sexo: “Me pregunto cuál es tu nuevo rostro, / si serás Él o serás Ella…” Pero sabe que se reconocerán cuando se encuentren: “De repente, ese rostro que avanza / es el rostro de ayer, / es el rostro de siempre…” Y así sucede al final, en una playa donde el amor se cumple entre dos hombres: “Reconozco tu voz, la de otro tiempo, / tan varonil / como la mía lo es ahora.” La voz del poema aquí es la del !

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“yo” lírico que asume en primera persona la expresión de esa suma de sombras y claridades. En la segunda parte, “Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla”, aparece la tercera persona en la voz de un narrador exterior que nos muestra a los protagonistas, en un pasado, como un hombre y una mujer: “El hombre y la mujer se consumieron / al ritmo de los labios.” La historia de ambos se nos da en un goteo de poemas muy breves e inconexos. El lector debe rellenar ese vacío, en el que, al final, tras una distancia que parecía insalvable, se produce un nuevo encuentro. Estalla entonces entre ambos un amor tan intenso, pero tan frágil e increíble para el hombre, que sólo puede ser preservado por él desde su propia muerte: “Un golpe de tinieblas / interrumpió la vista del suicida…” Thánatos, sin ser nombrada, se nos ofrece, en esta nueva versión de la dualidad entre el Amor y la Muerte, no como la destrucción sino como la salvación de Eros, al fundirse en estos versos ese mito con el de la reencarnación o la transmigración de los amantes en cuerpos sucesivos: “…y tuvieron muy claro / que habrían de reencontrarse, pero dónde el paisaje, / cuándo el reloj, / cuál el calendario…” En la tercera parte del libro, titulada “Cerrando el círculo”, aparece de nuevo la primera persona. Ahora, el narrador, que ha sido mujer en el pasado, ya no lo es: vuelve a ser ese hombre del presente que en la primera parte había reencontrado en otro hombre al ser, único ser, que lo complementa (“Y ahora que ya sabes quiénes fuimos, / regrésame a la llama, lumbre hazme…”) y se esfuerza en convencerlo de que están reiniciando una vida común que empezó muchas vidas atrás: “Es probable que dudes de mi verbo / […] / pero yo sé quién eres / y te puedo leer en la mirada / tus páginas antiguas. // Esta vez ha de ser definitiva, / cumplamos nuestros pactos legendarios.”

Ha quedado dicho que estamos ante una ficción poética en la que hay, como no puede ser de otra manera, elementos que pertenecen al yo personal del autor. En uno de sus libros más recientes, “Mirar el arte en clave de poesía” ya citado antes, hay un poema dedicado a un cuadro de Modigliani (“Elena Pavlowsky”) en el que Juan Calderón (él y no otro) dice: “Me confundo al mirarla y la creo muchacho, […] / También yo, como ella, / tras la mirada escondo / un carrusel desvencijado / de círculos inciertos”. Pero más sorprendentes aún, por su exactitud y su lejanía, son estos versos de hace casi veinte años: “La mujer / se clausuró los ojos entre muros / y se rindió al engaño de la espera. / A él lo instaló en su mente / y lo gozó en secreto día y noche. / !

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[…] Pasados muchos siglos, / abrió los ojos y fue hombre. / […] y avanzó / por las rutas del agua, / con el perfil de un rostro femenino / como único dato en la memoria.” Aquí está todo: aunque estos versos pertenecen a un libro no citado anteriormente, Agonía de las estaciones (1994), ya contienen el germen de lo que hoy nos ofrece Juan Calderón en este último poemario. Es probable que su autor no recordara este poema mientras escribía El destino nos ata y nos desata. Si así fuese, estaríamos ante una eclosión involuntaria de algo olvidado, una recuperación no consciente del pasado; una metáfora, en suma, de la propuesta misma que se nos hace desde este poemario.

Hay que remontarse a la antigüedad clásica para encontrar el cuenco cultural en el que se instala esta obra. En “El Banquete” de Platón, cuyo tema central es el amor, Aristófanes pronuncia un discurso desde el que se explica la búsqueda del otro como la necesidad de encontrar la mitad que nos falta tras haber sido divididos en dos por un castigo de los dioses. Encontrar esa mitad (esa “media naranja” de la que habla el pueblo llano) es restituir la redondez inicial del ser, es completar la perfección (“Cerrando el círculo” se titula la parte final del poemario, pero ya antes, en la primera parte, el protagonista decía: “…y sé que hemos de hallarnos / para cerrar el círculo / que no supimos concluir entonces.”). Lo importante, en esa referencia de Aristófanes, es la existencia (según Platón, en realidad) de un tercer género, el andrógino, junto a los del hombre y la mujer. Así se sitúan en el mismo plano de sublimidad, el del amor como entrega, la unión homosexual y la heterosexual.

Parece, sin embargo, claro que Juan Calderón Matador no bebe de esta fuente, entre otras razones porque en el mito del andrógino no se contempla la posibilidad del cambio de sexo ni de la reencarnación que aparece en este poemario. Habría que acudir de nuevo a otro personaje clásico, al adivino Tiresias, perteneciente al mundo mítico de la tragedia griega, para encontrar ese referente. A él se le concedió el don de ser alternativamente varón y mujer, y así pudo afirmar que en la relación sexual la mujer gozaba nueve veces más que el varón. No estaríamos, pues, en este poemario, ante una recreación de estos mitos sino ante algo más profundo, ante una co-incidencia. Pero una coincidencia no casual al ser más bien una incidencia compartida con los clásicos, nacida en ellos y en nuestro autor de la profunda necesidad de explicar (y de explicarse) !

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esta realidad tantas veces contestada, ahora más que entonces, después de veinticinco siglos. Si detrás de un mito hay una verdad inasible a la razón, detrás de estos versos se encuentra un dolor profundo que viene de muy lejos, desde los orígenes mismos de la humanidad: “Este miedo me viene de otro siglo, / de otro golpe de espadas.” Pero no se trata (ya se ha dicho) de un dolor que ofrezca el desgarro en su expresión. Más bien es al contrario: los versos anteriores continúan así: “Si encuentras mi dolor abandonado, / no dejes que se quede a la intemperie, abrígale un rincón bajo tus huellas”. De este modo, la esperanza no abandona del todo al protagonista a lo largo del poemario.

Es en otro recurso, el de la fragmentación, donde hallamos, si no el dramatismo, sí el reflejo de la desorientación, de la perplejidad, de la indefensión de ese ser incompleto en la búsqueda a tientas del reencuentro con el ser que lo complementa. Al principio de este comentario advertíamos al lector que era más lo que se sugería en estos poemas que lo que se declaraba en ellos. Y apuntábamos, como una paradoja, que se producía en estos versos la cristalización poética de un relato subyacente, la conversión de la denotación en connotación, gracias precisamente a ese recurso. Los títulos del libro y de sus tres partes se suceden en una línea absolutamente narrativa. La segunda parte llega a ofrecérsenos en su título (“Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla”) como un largo sintagma para que el lector sepa lo que se le ofrece tras él. Por eso sorprende encontrar en toda la obra un mosaico de poemas inconexos, generalmente breves, pero más breves aún en esa segunda parte de título tan explícito. Cada poema es una tesela del conjunto y, en sí mismo, cada uno es una propuesta completa, cerrada, casi autónoma. Como si se hubiera roto un espejo en cuarenta fragmentos dispersos y en cada uno de ellos se hallara una porción de la realidad que en él se reflejaba sin que en su suma, al unirlos, cupiera, completa, esa realidad. Al mirarlos (al leerlos) hay que reconstruir los espacios (los silencios) que faltan. Esta fragmentación se hace explícita (y se descubre así como buscada por el autor) en los títulos de los poemas: una sola palabra en cada uno de ellos. A veces es el nombre del núcleo temático del poema (“Espera”, “Tristeza”…); otras, la metáfora que lo sustituye, como sucede con el destino en el poema “Lluvia”; en ocasiones, es el contexto ausente que valida el poema (“Contestador”); siempre, una palabra clave. !

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Andrés Sánchez Robayna llega a afirmar que “la poesía sólo puede proponerse como fragmento, como prisma de lenguaje”. Otro notable poeta, Eduardo García, en un reciente artículo titulado “Un espejo empañado”, nos dice: “Cada época acostumbra dar a luz un arte capaz de ofrecernos un espejo en el que sentirnos reflejados […] A un verso sucede otro que a simple vista no enlaza en un sentido inmediato con aquél. Más allá de la aparente diversidad de apuestas venimos observando una común tendencia del discurso poético a quebrarse en fragmentos”. Los poemas actuales serían, de este modo, un reflejo especular de una sociedad inestable y de unos sujetos que se perciben como descentrados, dispersos, vacilantes. Podríamos afirmar que la propuesta de Juan Calderón Matador en este libro lo inscribe en esta corriente, y no dejaría de ser cierto. Sin embargo hay algo que, sin dejar de instalarlo en ella, lo distancia y lo distingue: la fragmentación de El destino nos ata y nos desata no se produce nunca en el interior de cada poema sino entre ellos, en su interrelación al haber sido escritos y al ser leídos, como ya se ha dicho: es el correlato de la conciencia fragmentada del protagonista, de ese “yo” lírico que recuerda fragmentariamente y que recupera, fragmentariamente, su pasada identidad, y con ella su historia y su futuro. La opacidad es todavía mayor en la segunda parte, cuando desaparece del relato la primera persona y quien habla es un observador (¿el propio autor, desdoblado?). Por eso, quien entonces habla solamente puede hacernos partícipes de su mirada. Por eso, además, los poemas son también más breves.

Otras consideraciones sobre aspectos ya apuntados, como la circularidad de esta obra, y de otras obras anteriores, o apenas sugeridos, como la presencia del destino (lo que la relacionaría aún más con los mitos antiguos y con la tragedia griega), harían excesivas por extensas estas palabras iniciales que ya lo son demasiado. Sólo queda desear que El destino nos ata y nos desata sea para el lector lo que sin duda ha sido para su autor durante el proceso de escritura: un viaje intenso hacia la verdad y hacia el amor. Y, sobre todo, un poemario en el que la palabra alcanza una madurez poética sorprendente: ésa que consigue, si sabemos buscarla, en justa correspondencia, llevarnos a su altura y a su centro. Como el amor.

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Francisco Barrera Pimienta

“EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA”. Una poesía hecha realidad que como diría de Beethoven con su música “sale del corazón y se dirige al corazón” en que el mensaje interior desborda apasionadamente la mesura creadora.. Se demuestra en la obra un sentido de la construcción de la poesía, una rigurosa ordenación de los materiales, que parece increíble que resulte compatible con tan titánica fuerza expresiva. Desde el capítulo “LA INQUIETUD DE LA ESPERA” remoza un tema de belleza muy melódica y a la vez bastante sencilla, pero con un lirismo intenso, no lejos de una situación, que se me antoja atemporal en el poema REGRESO, cuando describe “vuelvo a la misma calle, / frente al mismo portal,/ donde todo es distinto/desde que me vestí de ausencia,/ de corazón deshabitado”, o en LIBRETOS “son ilegibles nuestras páginas./ Hemos de reescribir/ en pergaminos nuevos/ los viejos silabarios/ que nos borró la lluvia”. En el segundo capítulo, "LOS QUE FUIMOS ANTES DE QUE LA BARCA CRUZASE LA OTRA ORILLA”, contrasta con este bloque temático de transición, más abrupto y más elaborado. En el que parece que el sentido poético quiere resolver, como se dice en la música, el movimiento en su autentica naturaleza impetuosa, en donde parece vuelve el clima de reflexión del trío y el movimiento concluye pausadamente, “NOMBRE”, “Ella se abrió la voz/ con un muñón de hormiga y de la llaga/emergió como incendio/ un nombre varonil, que se hizo grande/ hasta engullirla entera”, a lo que se abre la herida con “CICATRICES”, “…los pensamientos, como humo/ dibujan cicatrices en el tiempo”. Por último “CERRANDO EL CIRCULO”, parece transportarnos al movimiento de mayor apariencia sinfónica, y se intuye el movimiento romántico por excelencia, en donde se concluye con la figura repetitiva sincopada cuyo efecto dramático y obsesivo !

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culmina en un grandioso clímax, que se diluye en otras figuras sincopadas tan amplias como de igual intensidad en su tratamiento, que podría finalizar, si estuviéramos en el campo de la música, con una melancolía pronto desmentida por una muy brillante coda que se construye paso a paso, como yo veo en parte en “ENIGMAS”, “… nuestra casa está a salvo./ En el jardín retoñan los enigmas”, para acabar con el movimiento final de “PACTOS”, "…hazme caso y permite que el amor/ haga su nido en nuestra playa”. Espero que algún día Juan Calderón sea candidato ganador del Premio Nacional de poesía.

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Pepa Botella

Amigo Juan: te definió muy bien Javier Bueno con su “palabro” –suma siglas“PintoPoeDramaEscriActoCantaCompo", eres inquieto, inconformista, siempre en busca de algo que no sabes si llegas a encontrar. Entre tu obra poética, tal vez, dos libros te definen poética y personalmente: Eco De Niño Para Voz De Hombre, y este último “El destino nos ata y nos desata” Los dos son subjetivos y distintos. El primero de 2003 es lineal, relatas tus recuerdos poéticamente con ritmo, los endecasílabos y heptasílabos te fluyen con naturalidad, cuidadoso en la forma, en las fotografías familiares y personales, en la grafía cursiva para que el lector conozca el yo del autor. Y en el último poema, que da título al libro, unes el Eco –el pasado – y la Voz, el presente, - de entonces, de 2003 -. Quieres aceptarte, sin miedo y al mismo tiempo te gustaría ser el mago de la chistera que con un ¡Hale – Hoppp¡ resolviera los problemas, las dudas y las interrogaciones. Han pasado nueve años y han ocurrido muchas cosas. Tu nuevo libro es sugerente desde el título El destino nos ata y nos desata, hasta el último poema, PACTOS, la portada de Eduardo Naranjo, que cubre el rostro de las dos figuras para mostrar el sexo, pero falto de erotismo, es el amor, el “abrazo a la ternura”… “que hay mucho por vivir”. La dedicatoria tuya a Javier es fundamental. El título de la primera parte del poemario: “La inquietud de la espera” y la referencia de los cuatro poetas con versos tan ambigüos y al mismo tiempo, tan definitorios que suprimiendo los nombres de los autores se pueden leer como un poema en el que está latente “el amor y la espera que mereces”; dos destinos unidos Aries y Cáncer, “compartiendo alimento y andadura”. .La segunda parte del libro: “Los que fuimos…” lleva tres citas poéticas: con Cavafis nos dices que ha muchos años existió un amor; con Pierre Louÿs que ese amor era un ella: El hombre y la mujer se consumieron / al ritmo de los labios.; pero con !

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Leopoldo Alas, vuelve la ambigüedad, el olor existente en las camisas era de ella o ¿de un él que estaba cerca? En la tercera parte: “Cerrando el círculo”, las tres citas poéticas están clarísimas, “Y ahora que ya sabes quienes fuimos / regrésame a la llama, lumbre hazme,” y ya abandonado por completo al amor, proclamas tu verdad. “Tu miedo lo conozco”, dices en el poema NOMBRE, pero quieres PACTOS, y en este último poema del libro cierras todas las dudas y quieres que desaparezcan todas las interrogaciones.. Eres el mago de la chistera con un ¡Hale – Hoppp! Hazme caso y permite que el amor / haga su nido en nuestra playa. Enhorabuena por el libro y por tu poesía tan sincera y tan tú.

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Javier Bueno Jiménez

El último poemario de Juan Calderón, "El destino nos ata y nos desata", se mueve por caminos poco transitados. El autor, en esta ocasión, nos invita a la reflexión sobre la transcendencia del ser humano, a ir más allá de la vida y la muerte, para encontrar respuestas al laberinto existencial de las relaciones humanas, al margen del modelo de vehículo de experimentación humana, de sensaciones y emociones, que nos haya tocado pilotar.

Este poemario que hace el número ocho del autor, tal vez no sea casual, viene, como es obvio, después de otros siete. La vida se estructura en septenios, que constituyen por si mismos unas etapas vitales, en las cuales se debe realizar un determinado aprendizaje para la evolución del espíritu. Superado este periodo ya estamos listos para ser modelados. El poeta ha consumado esas etapas y ha llegado a la madurez existencial, así nos lo hace saber al compartir con nosotros unos versos de impactante hermosura. En este tránsito por el espacio - tiempo, vida, muerte- tal vez queden sólo bosquejados aspectos ocultos de la esencia humana. Quizás el autor deba seguir indagando en estos mundos paralelos, para que nos ofrezca más información sobre los mismos en otro poemario, en donde el 8 aparezca tumbado. Pero, seguramente, todavía debemos esperar, él y nosotros, a otras vidas donde, tal vez, se superponga el continente al contenido. ¡Enhorabuena! y gracias por este bello regalo.

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Marcos Callau Vicente

Quien haya conocido desde los comienzos la poesía de Juan Calderón identificará El destino nos ata y nos desata como una conclusión de la experiencia. Juan Calderón acostumbra a buscar la palabra exacta, la exquisitez y la exigencia en la construcción del poema, de cada verso, depurando al máximo su conclusión, como el maestro que cincela una escultura de mármol, despojándola de todo lo sobrante, dejando sólo la perfección. Este último poemario (poemario de la experiencia) está claramente dividido en tres partes que se completan entre sí, complementan y cierran, al final, como un círculo perfecto. El destino nos ata y nos desata comienza como un grito, una revelación y una firme declaración de intenciones con el poema Corriente. Este grito torrencial se apacigua rápidamente, desde esa experiencia que impregna toda la obra, en Lluvia, un canto a esa paciencia que debe estar presente en todo amor, un propósito de saber esperar. De hecho, el siguiente poema se titula Espera y navega entre la embriaguez del güisqui y la perfecta construcción poética. Pero, como acertadamente apunta Blas Muñoz Pizarro en el magnífico prólogo escrito para este libro, el poemario está en continuo movimiento, no solo de manera circular, también dentro de la historia de amor que se nos propone. En este libro, en palabras de Muñoz Pizarro, “hay un ir que es un volver” y así el futuro es un regreso a la experiencia, desde la propia experiencia. Regreso es el título del siguiente poema, como una fotografía antigua, que revela un futuro que es pasado, un ir que es un venir. Innumerables son las veredas por las que camina la voz de El destino nos ata y nos desata pero, de alguna manera, todas confluyen en ese mismo destino que es la consecuencia de lo que hoy grita y nos revela con sus palabras. La primera parte de la obra concluye así, como una vocación de cerrar el círculo en el poema Presentimiento, una conclusión de la paciente espera en el poema Certeza, un recomenzar y reescribir Libretos y un tiempo que respeta y se detiene en los Signos. Y llegamos a la parte central titulada Los que fuimos, una vuelta al pasado desde su consecuencia. Un divertido y dinámico comienzo con la iniciación que descubre Trampas y Tapias que se !

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derrumban a base de corazón, remansa su ritmo para llegar de nuevo a la reflexión. Y el tiempo siempre está presente en estos momentos de quietud. Merece una mención especial el poema Torrentera por su vocación de achicar el fuego en los relojes. Caoba nos permite viajar al otro lado del tiempo y Claves precisamente descifra la imposibilidad del regreso. La poesía de Juan Calderón es colorista y está impregnada de otra de sus pasiones, la pintura. Y en El destino nos ata y nos desata hay un poema que es el mejor reflejo de estos lienzos que Juan pinta con palabras. Se trata del poema Incendio. Sin nombrar ningún color, el poema comienza en gris nocturno para convertirse en rojo pasión al tercer verso. El cuerpo central del poema pasa del amarillo al marrón y concluye con un festival colorista, “un cierzo de colores hizo volar las últimas pavesas” Esta poesía colorista está presente también en el resto de la obra. Y esta parte central del poemario concluirá de nuevo con la paciencia del poema Luz (“borrar la prisa de los dedos”) y la incertidumbre del reencuentro, la dulzura del renacimiento. Precisamente El destino nos ata y nos desata concluye con una última sección de dieciséis poemas acertadamente titulada Cerrando el círculo. Es la poesía del final del camino, la conclusión, la certeza del haber sido y por ello, ser hoy. La voz del poema encuentra la muerte del vagabundo, el final de su existencia como nómada para, finalmente, reencontrarse con su identidad en la identidad del amado. Esta última obra de Juan Calderón rebosa experiencia y perfección, pudiendo afirmar que es, de todas, la más exquisita. Un rotundo canto al amor, sin géneros, sin barreras; un grito sonoro, también desde la poesía del silencio, porque el poeta deja su parte al lector, a su imaginación y completa el viaje, puliendo sus palabras, sus versos, cincelando para alcanzar la maestría de una escultura de mármol dotada de alma y humanidad. Un delicado canto al amor no exento de sexualidad y de vida, como un torrente de versos, al galope, por las venas del autor.

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Ana María Castillo Moreno

Leo y releo con curiosidad y deleite este poemario de Juan Calderón Matador y me reafirmo en la opinión que al acercarme sus primeras obras tuve sobre él: una persona dotada de una gran sensibilidad y buen gusto, amén de la maestría necesaria para imprimir en sus poemas estas preciadas cualidades. Hay en el prólogo que le dedica Blas Muñoz Pizarro un párrafo, el último, que resume de un modo bastante acertado el contenido y el continente de esta obra en particular y de su quehacer artístico en general: “…un viaje intenso hacia la verdad y hacia el amor. Y, sobre todo, un poemario en el que la palabra alcanza una madurez poética

sorprendente:

esa

que

consigue,

si

sabemos

buscarla,

en

justa

correspondencia, llevarnos a su altura y a su centro. Como el amor.” Espléndidas palabras. Esta obra de Juan Calderón es, ante todo, una expresión de amor hacia sí mismo, primero y, como prolongación de la reconciliación amorosa con uno mismo, una expresión de amor hacia la humanidad. El destino, en efecto, nos ata y nos desata en un vaivén de búsquedas, encuentros, desencuentros, olvidos y memorias. Antes de centrarme en la lectura, sentí curiosidad por conocer su estructura y me agradó ver que los poemas están agrupados en diferentes partes; lo cual me llevó a pensar en la existencia de un argumento, una progresión en el discurso, no una mera sucesión de poemas. Esta característica aporta a la obra la intensidad y la calidad de un trabajo meditado, interiorizado. Al hojear el libro, me llamó la atención la cantidad de citas con las que inicia cada una de las partes. Ellas sitúan al lector, de algún modo, en la antesala de lo que va a leer a continuación. Son reflexiones hermosas, tanto en la forma como en el contenido, pero en nada imprescindibles a la hora de aportar valor a este poemario, pues los poemas que lo componen se bastan por sí solos para dibujar el alma del que los escribe.

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Por fin, me adentré en los versos. Fue llegar al tercero y sentir de inmediato la complicidad con el autor: “Es verdad/ que el tiempo y sus conjuros nos robaron/ el fuego del origen/…” Es este verso, “el fuego del origen”, el que despertó aún más mi curiosidad por conocer el contenido de este poemario. ¿Se referirá Juan al momento anterior al nacimiento, cuando elegimos, decidimos la vida que hemos de vivir? ¿Hablará este libro también de vidas anteriores a esta vida en la que repetimos encuentros, amores y desamores que al nacer olvidamos? Al acabar la lectura de este libro, así lo pienso. Al menos es el ángulo desde el que a mí me ha llegado. El poema, como toda obra de arte, tiene la mágica capacidad de transmitir tantos mensajes como personas se acerquen a él. Es más, a una misma persona, incluso al mismo autor, le despertará sensaciones diferentes en los diferentes momentos en los que lo lea. Si tuviera que resumir el contenido de este poemario, diría que el mensaje es el siguiente: al nacer venimos con un destino elegido por nosotros. Cumplimos con este destino, la mayor parte del tiempo, de un modo inconsciente. Hasta que nuestra alma empieza a despertar, a recordar, a intuir que nada es casual, que todo viene a nuestra vida para completar el puzzle. Es entonces que empezamos a saborear el momento, a reconocer al otro, a reconocernos en todo y en todos. Es entonces que comprendemos que el origen y el final es siempre el mismo. Podríamos vivir miles de vidas y en todas ellas el objetivo sería uno: EL AMOR.

“EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESTA” está dividido en tres partes: La inquietud de la espera. Los que fuimos antes de que la barca cruzase la otra orilla. Cerrando el círculo. A lo largo de ellas, la distancia del autor frente al discurso es totalmente coherente con la imagen del círculo: comienza hablando en primera persona, continúa haciéndolo en tercera y finaliza de nuevo con la primera. -En la primera parte, el yo se dirige a un tú. El primer poema, “Corriente”, resume el sentido de la vida y deja bien clara su intención de vivirla, de saborearla: “que hay mucho que vivir/ y el río corre en calma.”(pag.25)

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Hay en esta parte poemas magníficos, como “Lluvia”, en el que nos dice que los años nos van modelando con la intención de lograr la sintonía que nos ayude al reconocimiento de lo que somos. Para alcanzar esta sintonía, es preciso tener “el zurrón vacío”(pag.29) y así, libre de ataduras, gozar de lo sutil, “Ya sólo me alimento de tu aroma”.(pag.30) En los poemas “Presentimiento” y “Certeza” se expresa el vislumbre del conocimiento y luego la seguridad de lo presentido. Son poemas maravillosos en los que el autor nos sorprende con versos como: “Me pregunto cuál es tu nuevo rostro,/…/y sé que hemos de hallarnos/ para cerrar el círculo/que no supimos concluir entonces.”(pag.34) “Borracho estoy de sol y espuma fresca/ en esta soledad en la que espero/ seguro de que hoy/ regresarás de siglos.”(pag.35) Hay un poema, el penúltimo, que llama la atención por su brevedad en comparación con los otros. Se trata de “Libretos”. Está sabiamente colocado casi al final de este período de búsqueda, porque en este instante de reencuentro con el otro se hace preciso comenzar casi de cero “en pergaminos nuevos”(pag38). Termina esta primera parte con “Signos” y, dentro de él, con el verso “Abandona los lastres.” (pag39). No existe otro modo de acercarse al amor.

-En la segunda parte, habla en tercera persona. Toma distancia y contempla a los amantes en otro tiempo, en otra vida, con otros rostros y otros cuerpos. A través de poemas mucho más breves que los anteriores, nos da cuenta del gozo del encuentro amoroso y el dolor de la separación por la muerte. Impresionantes imágenes se suceden a lo largo de estos versos: “y el amor/ se quedó a medio hacer en los fogones.”(pag50), “desde su traje/ de tablas y barniz,/ laberinto de rostros y carcoma,”(pag52), ”Ella se abrió la voz/ con un muñón de hormiga…”(pag59), “Los pensamientos, como humo,/ dibujan cicatrices en el tiempo.”(pag60). Se habla de muerte y de un encuentro con la Luz. En el precioso poema titulado así, “Luz”, en el que se describe el encuentro con el Paraíso de un modo que sobrecoge por la delicadeza, la ternura. !

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Hay un solo poema, en esta segunda parte, en el que el autor deja de expresarse en tercera persona para dirige a un tú. Se trata “Reencuentros”. Aquí descubrimos otra de las claves del poemario: en otra vida, los amantes de ahora, también se habían amado y, a pesar de la muerte, algo que perdura en la memoria impulsa a “…planear reencuentros/ fechados en ignotos calendarios.”(pag56)

-En la tercera parte, vuelve a manifestarse como protagonista del verso dirigiéndose de nuevo a esa segunda persona. Se cierra el círculo. Los amantes se reconocen. Con este mensaje comienza: “Y ahora que ya sabes quiénes somos/ regrésame a la llama, lumbre hazme.”(pág.65) Destaca en esta parte un poema estupendo, SEÑALES, poema cuya brevedad, sólo cuatro versos, contrasta con la extensión del primero y el tercero, entre los que está situado. No me resisto a escribirlo aquí: “Hay señales de Dios/ en tu mirada./ Mi vida es oración/ a ese linaje limpio de tus ojos.” ¿Qué más se puede decir? Todo queda tan claro, la conclusión es tan sabia, tan completa… Se suceden imágenes sugerentes, bien trabajadas, como en el resto del poemario. Por citar algunas: “…/poniéndole calor de corazón/ al alabastro de la vida,”(pág.67) “Me aquieto en la hondonada de tu vientre/ y allí, al amor del emparrado,/ desgrano los pezones, sin apremio, como un racimo dulce de ternura.” (pág71) “Tú me tejes los días/ con las hebras de mosto de tu pubis.”(pág. 74)”Tu voz es un abismo/ por el que me descuelgo amablemente/ hasta el balcón del alba.” (pág.78) Acaba con “Pactos”, en el que le insiste a su amante en la seguridad de que se han reencontrado para cumplir con un pacto que ya no debe ser aplazado. Así que “Esta vez ha de ser definitiva,/ cumplamos nuestros pactos legendarios.” (pág.81)

“EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA” es un poemario delicado, bello en el fondo y en la forma, profundo. Los versos se deslizan ante los ojos y los oídos del lector envueltos en un ritmo suave, sugerente, proporcionado por la sabia combinación !

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de heptasílabos, pentasílabos y endecasílabos. Alternan en el libro poemas largos con poemas breves, siendo en estos donde, en mi opinión, la obra alcanza mayor lirismo. Mi enhorabuena al autor y a todo aquel que tenga a bien acercarse a estos versos.

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Soledad Cavero

Cuarenta y cuatro poemas, divididos en tres partes, componen este nuevo libro de Juan Calderón Matador, titulado El destino nos ata y nos desata. No sé si el poeta eligió este número por ser capicúa o lo hizo guiado por el simbólico atributo que pudiera aportar a su obra. La capacidad que Juan Calderón tiene al descorrer el velo que oculta el misterio del amor, nos hace sospechar que no hay nada gratuito en estos versos. El poeta conoce bien el oficio y se sumerge de lleno en las turbulentas aguas del amor, sintiéndose arropado por el descubrimiento de lo verdadero. El destino es el enigma que el tiempo va desgranando, según sus propias sensaciones van acoplándose a la verdadera llamada del amor. El despertar de los sentidos ante la belleza de la entrega no conoce más camino que la autenticidad. Camino que no por ser a veces fácil deja de modelar el Ser como el agua modela la piedra más dura: “Así los años/ sobre la piel nos rulan/con una decisión de modelaje”, nos dice Juan arañando el paso del tiempo como vía de desarrollo interior y conocimiento de sí mismo. A veces le atenaza el desaliento, como si el destino evanescente se diluyera en la opacidad de lo cotidiano, haciéndole regresar hacia el pasado: “Contra un pecho que vive de añoranzas/ y esta vida con vocación de muerte”, expresa convocando el amor en un halo de ternura y desengaño al mismo tiempo. Desengaño translúcido porque al fondo de esa realidad existe un conocimiento de la realidad amorosa. El paso de los años y el poder de lo imprevisible van asociados. El tiempo, según los instantes vividos, se dispara o detiene dentro de la observación interior. El enigma del misterio amoroso rompe fronteras para indagar en el NO tiempo más allá del círculo de una vida: “Se ha detenido el tiempo/ que nos ata y desata,/ porque yo te conozco/ igual que tú me sabes”, manifiesta en el último poema de la primera parte, mucho más intimista que las otras. En los poemas de la segunda parte Juan Calderón continúa con cierta nostalgia : Se despide con tristeza de la perdida inocencia y recuerda que: “Los ojos de los muertos/ son un largo pasillo” No sin hacer regresar antes del silencio a la persona que en !

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momentos determinados

dejó sus

huellas marcadas para siempre. Las imágenes

simbólicas de estos poemas nos conducen hacia el pasado también, pero algunas lo hacen como desde el filo de un espejo en el que desapareciera al final la propia imagen. Hombre y mujer parecen enfrentarse a un

desafío. La interpretación del poema

“Nombre” (Pag,59) por ejemplo, habría que hacerla desde un abismo, dadas las resonancias surrealistas que tiene. De ahí que ciertos poemas nos introduzcan de lleno en el misterio personal de la interpretación: “Ella se abrió la voz/con un muñón de hormiga y de la llaga/emergió como incendio/ un hombre varonil, que se hizo grande/ hasta engullirla entera”. El lenguaje, cargado de signos, aflora para hacernos profundizar en las múltiples asociaciones que contiene. En la tercera parte el poeta aborda con sencillez lo cotidiano del amor y los hechos de la vida. Escritos estos poemas en segunda persona del singular la ternura emerge en el despertar de cada día “Huele a café reciente y pan tostado./ No hay rincón en la casa/ donde el amor no asome”,

afirma saludando la mañana agradecido. La vida es

celebrada como un regalo, aunque

sabe que el amor es frágil y el viento puede

“Agrietar la techumbre”. Sin embargo, el poeta asume una vez más el destino y afirma convencido que traemos una “ Misión oculta”. La desnudez y conocimiento del lenguaje utilizado, dentro del simbolismo que nos transmiten ciertos poemas, nos estimulan a seguir estas páginas con verdadero interés . No en vano Juan Calderón ya tiene un largo recorrido poético. El libro se cierra con estos versos: “Hazme caso y permite que el amor/ haga su nido en nuestra playa”.

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Antonia Cerrato Martín-Romo

En este libro, el autor nos habla de ese destino caprichoso que ata y deshace lazos a su antojo, de la paciencia y la ternura de quien espera, dócil, la sabiduría y la contundencia del agua. En esa INQUIETUD DE LA ESPERA, Juan Calderón deja su corazón, como piedra de jade sobre el río de la vida, sin asustarse ni rehuir la acción delicuescente de esa lluvia que moldea y sosiega los flecos de la innata rebeldía. Después, como si de un rito iniciático se tratara, va tras la huella de un OLOR nuevo, para quien ha rescatado, hojitas de olivo y aleteos de cigüeñas, emprendiendo más tarde un REGRESO dolorido por haberse vestido de ausencia. En PAVESAS, se deshace de una mujer con el PRESENTIMIENTO y la CERTEZA de que todo se ha de consumar, en un tiempo que recuerda ecos de otro momento, porque así lo quiere el DESTINO. Sentimientos colgados al borde mismo de la memoria la naces, escritos en esos LIBRETOS ilegibles que hay que reeditar para entender los SIGNOS. Difícil tarea la de asumir LOS QUE FUÍMOS ANTES DE QUE LA BARCA CRUZASE LA OTRA ORILLA. Así fantasmas, se rebelan fragmentos de vidas en donde la vestidura del sexo, oculta crisálidas y voces que se desdoblan tanto en mujer como en hombre, conviviendo reencarnados, en un ser casi andrógino, que ha de cargar con el peso de su historia, a través de TRAMPAS, emborrachándose con el dulce LICOR del amor, el desconcierto ante CLAVES indescifrables que terminan perdiéndolo en un terrible LABERINTO donde la única LUZ posible, es la más oscura: la muerte.

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CERRANDO EL CÍRCULO, nos encontramos con el diálogo inconfundible del amante con la pasión, las promesas y primicias de uvas y mosto, la barrera impenetrable de las caricias, con un nombre gravitando sobre sus cuerpos: la esperanza como barca, donde el amor pueda hacer su nido.

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Elías Cortés

LA VIDA ES UN NUDO

Me pide el poeta, amigo y paisano Juan Calderón que me anime a escribir sobre su libro “El destino nos ata y nos desata”. El muy iluso. El gran embaucador de palabra dorada, gesto histriónico, mejorando lo presente, y aire viscontiniano. Este hombre no conoce, ni siquiera intuye con lo buena persona que es, el jardín donde me ha metido. Y en el que se ha metido él. Sin embargo se hará lo que se pueda con la delicada prudencia que dan los años, el perdón de la mesa y mejorando lo presente. Como corresponde a un tipo como yo que ha roto algunos platos literarios, que ha parido versos más o menos infames, pero que salvo algún lejano encontronazo hace muchos veranos en los exámenes de Literatura en el Instituto de 2ª Enseñanza de Badajoz, jamás ha osado hacer comentarios críticos sobre la poesía de nadie. Con el debido respeto. Y es que a estas alturas de la existencia, con tantas Ítacas kavafisianas regresadas, a uno no le cuesta reconocer que está muy cervantinamente asendereado y, sobre todo, bastante estupefacto, leído y caminado por plazas, museos, cines y paisajes, pero en cuanto a experiencia en crítica poética se refiere…¡Miau! Confieso que no. Que nada de nada. No obstante, incluso a riesgo de tener que reconocer la osada irresponsabilidad de la ignorancia, sí puedo afirmar con todo el derecho del mundo; es más, incluso puedo presumir de ello, que sensibilidad para emocionarme y decirme talmente como suena “esto me gusta”, “esto es una mierda”, etc., no me falta ni un ápice. Siempre es así hablemos de poesía, pintura, cine, arquitectura o crepúsculos; con la pertinente aclaración de que todo suelo contemplarlo desde una tranquila curiosidad ajena a cualquier prejuicio, miedo al ridículo, complejo de inferioridad o baja autoestima. Dicho esto con poca chulería y mucho sentido común.

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En consecuencia, afirmo que el libro de Juan Calderón “El destino nos ata y nos desata” me gusta; y añado que me ha abierto la caja del cuerpo para meterme muy dentro las palabras, los ritmos, las metáforas, las sensaciones. En él su autor deshilvana verso a verso una filosofía poética muy digna de tener en cuenta: ese preguntarse continuo por la existencia, esa preocupación constante por el yo, el otro, el ser, la vida misma rutinaria que transcurre a veces con rubeniano acento errante, municipal y espeso, a veces trasciende su proceso natural prolongándose en la promesa y el delirio, y siempre con el amor a cuestas: ora desesperado, ora nostálgico, ya sugerente, quizá temeroso e intemporalmente –por los siglos que pasaron y los que vendrán-, sensitivo, intenso, total. O sea, para entendernos, que en su libro Juan Calderón no sólo nos ata y nos desata la biografía particular e intransferible de cada uno de nosotros, sino que también nos obliga a realizar un viaje circular – no sé si, más perfectamente, esférico- por mundos que son de él, pero también nuestros al traspasárnoslos, como el que no quiere la cosa, magistralmente: ¿Quién no se ha sentido –comiendo pipas o palomitas en el cine- un perdedor afectivo como Humphrey Bogart en “Casablanca”? ¿Quién no ha percibido el soplo, la caricia, la erosión de ese Hado que nos ata y nos desata, y nos alcanza y nos moldea y nos llena de pesadumbre o de esperanza?: “Ojalá el calendario tenga lluvia suficiente”, dice el autor confiado, que aguarda como un entusiasta y esperanzado cazador al acecho descifrar la amorosa incógnita mientras siente anheloso “el suave crujir de tu sandalia”. Luego, algo más tarde, “Aquella comunión no supo// de espadas ni de tiempo”. Al final cierra el autor el círculo – no sé si, más perfectamente, la esferaborrando pájaros distinto y noches tormentosas porque “es barrera tu mano// contra cualquier rapiña”. Y aunque se queja tristemente porque presiente que “este miedo me viene de otro siglo// de otro golpe de espadas”, transfiere su temor al ser querido y lo tranquiliza para tranquilizarse él mismo: “Si las sombras trajesen// alguna vez temor hasta tu alcoba,// y cubierto de ausencia te encontrase,// pregúntale a la luna,// ella te indicará// ese lugar exacto de mi mano”. Culmina mi amigo Juan el viaje, esa espera discontinua, esa contradicción, ese amarre, ese deslazamiento, esa cenestesia, esa cópula…con los versos “Hazme caso y permite que el amor// haga su nido en nuestra playa”, donde todo parece apaciblemente !

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concluido. Sin embargo, Dios me perdone, esa búsqueda inagotable del otro que se prevé eterna, agónica a veces, a mí me recuerda, salvando todas las distancias que se precisen recorrer, al genial Don Francisco de Quevedo en su célebre soneto “Amor constante más allá de la muerte”. Aunque eso sí, aquí en este libro de “El destino nos ata y nos desata” no hay Quevedo, ni soneto ni cenizas – aunque abunden los incendios-, y los polvos otros son o serán, y los protagonistas viajaron o viajarán siempre enamorados en el tiempo y en el espacio. En resumen, que esta vida es un nudo que nos aprieta o nos afloja en ocasiones la boca del estómago, en otras el alma.

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Lola de la Serna

Es un atrevimiento, por mi parte, añadir algo más sobre este libro, después del magnífico prologo de Blas Muñoz Pizarro. No obstante diré que: Juan Calderón me viene sorprendiendo desde su primera entrega poética "Camino Ancho" hasta esta última que acabo de saborear con placer : " El destino nos ata y nos desata ". Para mí ha sido su trayectoria como seguir a un niño desde su cuna hasta su madurez sin que haya perdido un ápice de su lírica espontánea , sin artilugios , notable y diáfana. Lo cual me causa una admiración profunda, no sólo por su buen hacer y saber, que es mucho, sino por que conserva la pureza de sus primeros pasos poéticos. El tema amoroso, en la intensidad de sus detalles, lo eleva al rango poético en el aliento palpable de lo vivo. Otras, al sugerir más que decir, nos deja ese espacio que precisa el lector, al incitar la imaginación de este, poetizando aún más el texto si cupiese. Transfigurando su pasión, convierte lo velado en cierto, salvando a través de los versos la ternura y la furia que reside en el máximo de los sentimientos. La tensión sorpresiva de sus poemas, nos hace cómplices de ellos, su exaltación mitigada por el tono de lo cotidiano, henchida de fascinación lúdica es un claro oscuro quizá tomado del impresionismo y es en él donde el poeta se mueve magistralmente en un sueño propio. Un libro para volver a él en múltiples lecturas.

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Isabel Díez Serrano

Desde la sinceridad, debo decir que la portada del poemario "El destino nos ata y nos desata" no me ha gustado, más parece una llamada de atención o un reclamo, que no me parece de buen gusto. Se puede decir mucho o igual pero de otra forma, y no es porque me escandalice, ni hablar, a estas alturas... Pasando de ahí, qué sorpresa tan agradable encontrarme con la poesía de Juan Calderón, siempre auténtica, desnuda, sin recovecos, poética y lírica, lirismo íntimo, muy íntimo pero muy encomiable. Él lo sabe hacer, nos lo había demostrado ya. Poemario de amor éste, donde sin embargo no nos importa saber si es él, o ella, una mujer y un hombre, o dos hombres, como nos confiesa sin pudor, y ahí estoy de acuerdo con el autor, cada uno es como es y todos tenemos cabida y derecho en este mundo que nos asola. Juan lo sabe decir, comunicar, emocionar. Imágenes sorprendentes encadenadas o escondidas incluso tras los versos, que es preciso adivinar, no importa. "Abandona los lastres" dice y uno entiende el significado. Sugiere mucho y eso es bueno; a través de su palabra nos va llevando a un mundo poético muy de agradecer, no desconocido -por supuesto- pero -menos trilladoFelicito a Juan Calderón en el sentido de su sinceridad, la bella forma de decir, que sigue la línea de sus anteriores poemarios y que dan la talla de un gran poeta de nuestros días. Le deseo, de corazón, un gran éxito con este libro tan valiente y hermoso y que "el agua que lo habita" siga siendo ya y por siempre "torrentera apacible", que siga dándonos sus sílabas, sus versos, para poder "sobrevivir" y despertemos todos.

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Francisco Fenoy Rodríguez

Yo sólo puedo decir la impresión que me ha causado en poemario "El destino nos ata y nos desata", de Juan Calderón Matador. En primer lugar, que para ser en verso blanco, he encontrado una cadencia como la que se puede encontrar entre los mejores poetas, de primera línea. Para mi punto de vista, en el manejo del verso, considero a Juan un maestro. En la primera parte, La inquietud de la espera, creo que para personas no acostumbradas a lecturas de versos, es posible que encuentren más cadencia, por ser esta más descriptiva, mientras que la segunda y tercera son más reflexivas, pero para los que leemos versos, todo el poemario tiene la misma altura. Otra ventaja que puede tener el lector de la primera parte sobre las otras dos, es que, aunque sea un solo poema toda ella, se pueden leer independientemente cada uno de sus fragmentos; claro está, si se contemplan en su conjunto su lectura resulta más esclarecedora y el lector quedará más satisfecho. Sien embargo la segunda parte, Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla, teniendo tanta calidad como la primera, yo aconsejaría a los lectores que no lean los poemas de forma fragmentada, es mejor leer de forma seguida todo el conjunto, lo que ayudará a su comprensión, ya que leídos de forma individual podrían parecer incompletos, como introducciones o finales, es decir que no tuvieran desarrollo. En la tercera parte, Cerrando el círculo, nos encontramos con algo parecido a lo que sucede en la segunda, pero aquí no sólo ocurre con los poemas breves sino que también con algunos poemas largos, que parecen quedar como unión de fragmentos del anterior o aclaraciones para entender el posterior, por lo que también aconsejo leerlos de corrido. Me agrada mucho la cadencia, el lenguaje sencillo y pulcro utilizado por el poeta, y su forma delicada de tratar los pasajes eróticos. Mi enhorabuena al maestro, Juan Calderón, y un abrazo de este amigo que admira su arte.

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Diego Fernández González

Desde una playa de mar adentro “con olor a monte”, nos llega la brisa de este “abrazo de ternura”, de amor derramado en versos que nos envuelve desde su primer poema. Es éste, el último poemario publicado de Juan Calderón Matador, un canto al amor total, con sus Trampas y Enigmas, con su Luz y sus Sombras, que, entre Llanto y Aromas incitan “a subir la escalera de los besos” En sus páginas, vamos descubriendo la “ruta del amor” en la que la mujer , “- seda negra en la silla-”, que “tiraba de él, con la esperanza //de hacerle regresar” llegó a “hacerse pavesas” entre “dos hombres enlazados” Y, por esa ruta, vamos caminando entre “ sentimientos limpios” y “sensaciones albas” hasta lograr Cerrar el círculo en la plenitud de la pasión. El amor ya está maduro, “hay mucho por vivir// y el río corre en calma” y “ no hay rincón en la casa// donde el amor no se asome”… En estos tiempos que vivimos, surgen voces que se atreven a decir que los versos de amor ya no se llevan, como si el amor fuese una moda ya pasada. Les invitaría a adentrarse en este libro y descubrir, así, toda la belleza y el misterio que la poesía sentida y bien escrita puede aún aportar a su redescubrimiento, del que estamos tan necesitados. Y, hoja a hoja, en este otoño, entre olor “a café reciente y pan tostado”, “compartir dátiles y agua” en este desayuno del amor y de la vida que, Juan Calderón, nos regala en este delicioso poemario. “Firmo por este instante junto a ti”…

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María Salud Ferrere

Pocas veces se encuentra entre las manos un libro de poemas tan bello, que habla al corazón y le dicta historias que siempre perduran; porque el amor verdadero no se queda aparcado en unas lágrimas perdidas en una página cualquiera del destino: Él, inventa sueños, persigue a las estrellas, a los soles más radiantes... "El destino nos ata y nos desata", dice el poemario de nuestro amigo Juan Calderón -un artista en todas sus facetas- Yo me he sentido más bien atada, sin poder desatarme del carisma de sus versos; y dejo que la lluvia lenta y fría borre los recuerdos oscuros para dar vida a los ensueños. Asombrada estoy de pensar en una reencarnación misteriosa, la cual nos puede presentar a una pareja inesperada. Asombrada estoy, de un amor que alcanza la distancia -para posarse como una mariposa en una flor- sin pedir nada a cambio. Y sincera soy, al decir que he llorado de emoción ante la belleza y magia de este poemario.

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Ramiro Gairín

Vaya por delante que quien esto escribe acomete su primera reseña literaria, pues no es más que un científico que escribe poesía. También se enfrenta por primera vez a un texto de Juan Calderón, ya que no ha tenido acceso todavía a su obra anterior, con la salvedad de los poemas que se pueden encontrar en Internet.

Así, virgen en su mundo poético, la impresión inicial, pero persistente, que uno recibe al leer los poemas de su última obra, El destino nos ata y nos desata (Ed. Cardeñoso, 2012), es la de estar ante un poeta pleno y sabio, un poeta sereno, en una madurez creativa que le permite mirar el mundo que luego poetiza con la seguridad de quien estaba esperando llegar a este momento para contarlo. O más bien recontarlo, pues este poemario tiene mucho de recuento. Un recuento que permite la nostalgia (Es verdad/que el tiempo y sus conjuros nos robaron/el fuego del origen; Llegaron como ajenos/los seres que arañaron su pasado), la enseñanza, el aprendizaje acarreado (porque tengo aprendida la lección/y sé que hemos de hallarnos; Tu miedo lo conozco/y no puedo hacer nada que lo aquiete; pero yo sé quién eres/y te puedo leer en la mirada/tus páginas antiguas) o la renovación (Aquí estoy con mis labios/dispuestos para el beso; aquella que un día fui, siguió con vida/para escoltar tus pasos).

Juan Calderón ha escrito un poemario esencialmente amoroso, y el amor es tratado aquí casi filosóficamente, sociológicamente, al modo ovidiano o frommiano (si tal adjetivo se acepta). Es un tratado sobre el arte de amar o, mejor dicho, sobre las artes de amar, pues hay tantas: el amor heterosexual, el homosexual, el amor a Dios, el amor a la vida y sus dones,… Ejemplos del tratado del amor que supone este libro podrían ser los mismos títulos con los que encabeza cada una de las tres secciones, el poema Presentimiento, y la propia sección segunda del poemario al completo.

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Sin embargo, a la vez que habla del amor y sus realizaciones generales, de su idea y su esencia, habla también de sí mismo, habla de una transformación personal y de la instalación en una forma de amar elegida conscientemente, trabajada en arduo camino y alcanzada en el momento exacto. De nuevo la plenitud, el mejor momento de la vida, ese cerrar el círculo: que el nómada que era/halló su palmeral definitivo. Algunos versos que hablan directamente de ese amor concreto, que pasan de lo general al caso que al poeta le ocupa y preocupa, podrían ser estos: pero yo estoy aquí, sobre la arena,/con mi amor y la espera que mereces; dos hombres enlazados/sin que el rayo nos pueda ya importar; pero bastó el andamio de tu aroma/para fortalecerme el esqueleto; durmiente compañero/me detengo en tu nuca.

A pesar del tema tratado, se agradece que no haya en el libro exceso de arrebatamiento poético, de lirismo, de retórica y retruécano; la expresión es clara, es fluida, es feliz. El hecho de que cada poema lleve por título una sola palabra ya da idea de la búsqueda del poeta de un lenguaje preciso y concreto, que sabe también que lo que no se diga en cuatro o cinco versos no se dirá en sesenta; por eso solo cuatro poemas superan la página en extensión. Abundan los aforismos (los ojos de los muertos/son un largo pasillo; los pensamientos, como humo,/dibujan cicatrices en el tiempo; se hace redondo el jade entre los dedos/de una mano paciente), y es escasa la presencia de versos compuestos (apenas un puñado de alejandrinos se pueden encontrar), centrándose en el heptasílabo y endecasílabo construidos con gran solvencia técnica.

Finalmente, es de destacar la especial maestría y talento que, a juicio de este reseñista, Calderón Matador demuestra en la conclusión de los poemas, la facilidad con la que es capaz de cerrarlos en dos o tres versos que dejan cada pieza en lo más alto sin estridencias, sostenidamente. Ahí van de nuevo unos ejemplos: que hay mucho por vivir/y el río corre en calma; Ojalá el calendario/tenga la lluvia suficiente; No le temas al fuego,/que tiene muy perdidas su batallas; y el amor/se quedó a medio hacer en los fogones.

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AsĂ­ pues, estamos ante una obra que se eleva en voz baja, invitando a que se acerque todo aquĂŠl que quiera escuchar.

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Julia Gallo Sanz

Mucho se ha dicho sobre EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA, última obra de Juan Calderón Matador, y todo excelente, como corresponde. El prólogo escrito por Blas Muñoz Pizarro, es un magnífico catalizador de las pulsaciones de este poemario, y en él ya está todo escrutado; así que lo que yo voy a decir, tal cual me pide el corazón, es que Juan calderón es un gran amigo y un leal compañero de fatigas literarias, imaginativo, divertido, creativo, ocurrente…, lo mismo que Javier Bueno, a quien tanto Juan como yo debemos la difusión de informaciones digitales. Juan Calderón es un refulgente poliedro, cuyas irisaciones nos llegan desde las facetas de sus caras: poeta, pintor, actor, letrista de canciones y compositor de sus músicas, escritor de teatro, relator… Como autor de poesía Juan, sin ninguna duda, ejerce de poeta del sentimiento y de la experiencia, y lo hace con sinceridad plausible, como podemos comprobar a lo largo de su amplia producción. En EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA, la amalgama entre lo íntimo y lo cósmico, entre lo real y lo soñado, está tan bien compactada, que la versificadora dimensión emocional encrespa la piel. Esta desnuda desazón pasional volcada en cada verso, es una confesión macerada en el tiempo y escrita en el tiempo; de este manifiesto metafórico y simbolista se vale Juan C. M. para contarnos que las ligaduras del destino unas veces nos prenden y otras nos desprenden como a capricho, porque el amor, sentimiento por excelencia en este libro, aunque nos pese, es semejante a una sublime y carcelaria argolla susceptible de rotura por donde desasir su presa. El yo poético, revelado o sobreentendido, clama con lirismo persuasor ante quien lee, y el lector queda atrapado en su polifonía, hondura, sondeo íntimo, cromatismo, imágenes, oficio… ¿Existe algo mejor que dejarse atrapar por la belleza del sentimiento?, pues esto hace EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA de Juan calderón Matador: cala, sacude y turba. Muchos son los versos que quedan cristalizados !

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en la memoria como una corona de espinas, y digo yo: ¿acaso hemos olvidado que fuimos colocados en un valle de lágrimas con la esperanza –ya suministrada en vena- de hallar el verdadero amor y la dicha? Querido Juan, una vez más, enhorabuena por esta nueva entrega poética, hermosa y valiente.

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Ricardo García Fernández

(Una propuesta de análisis)

El nuevo poemario de Juan Calderón Matador, El destino nos ata y nos desata, es el planteamiento lírico de una concepción amorosa. A lo largo de su lectura, los poemas funcionan como las distintas piezas de única manera de entender el amor, tema principal de la obra. Este sentimiento, como se verá a continuación, se caracteriza por la pureza, la fidelidad, el carácter platónico y una combinación perfecta entre espiritualidad y sexualidad, expresándose siempre a través de la serenidad y la reflexión con unos recursos formales que entretendrán a cualquier analista. La pureza de este amor se hace patente en cuanto se levanta como una emoción cuya fuerza no se ve reducida al género. El sujeto poético tan pronto se expresa en femenino como en masculino; y la figura amada, es amada ante todo sin importar si es masculina o femenina (Me pregunto cuál es tu nuevo rostro,/ si serás Él o serás Ella). Podría interpretarse como bisexualidad, si se quiere, o como la superioridad del amor por encima de prejuicios y convenciones. A pesar de que múltiples rostros amados (imagen obsesiva del autor) se entrecrucen, siempre queda la sospecha de que sean el mismo con distintas formas; se reniega de aquellos que no cumplen esta creencia; y el canto a la fidelidad es una constante. Para reparar en ella bastaría con analizar las imágenes que se refieren a las personas que podrían irrumpir en la relación: una alimaña que canta “melodías de sangre y de colmillo”, una mujer haciéndose pavesas “entre sus propias llamas”, “ladrones/ que puedan sustraer nuestro rescoldo”, “pájaros hambrientos” que buscan la rapiña… El carácter platónico se manifiesta en las numerosas ocasiones en las que se presenta una búsqueda amorosa en continua oscilación entre lo alcanzable y lo inalcanzable. Predomina el enamoramiento repentino, profundo y luminoso; la alarma de su fugacidad y el deseo de que permanezca. Y, ante todo, lo que se expresa con más !

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insistencia es la idea de que el enamoramiento equivale al reencuentro con el ser amado de una vida anterior, ya olvidada: “Dime, si es que lo sabes, / en qué lugar lejano/ asumimos la vida codo a codo./ El tiempo,/ travieso duende,/ nos ha borrado el rastro de otros ciclos”. La espiritualidad cubre por completo el tratamiento amoroso hasta el punto de poder hablar, sobre todo a partir de la segunda parte del poemario, de misticismo. De esta manera, a la unión amorosa se le llama “comunión”; en la mirada del amado se ven señales de Dios y la vida con él se entiende como “oración”. La sustancia embriagadora y placentera que coincide con el encuentro absoluto con el otro, denominada “licor” y repetida tantas veces por los místicos españoles, también aparece aquí. Sin embargo, en estos poemas el otro no es Dios, sino el amado; y no se refiere a una realidad abstracta tan difícil de desentrañar: “Antes de anochecer/ eran ya prisioneros/ de aquel dulce licor desconocido.” La utilización de la figura de Dios parece realizarse de una manera popular y folclórica. Cuando se le menciona se formula un deseo, encarnando la idea de destino o azar: “Dios mío,/ que no pase de largo.” Por otro lado, esta espiritualidad es combinada armónicamente con un fuerte erotismo de evidente carga sexual: “Ensalivo la flecha/ me hundo en ti”. El tema del amor, presente en toda la obra, despliega otros subtemas como el destino, elemento articulador de la concepción amorosa en cuanto al platonismo y la espiritualidad, y motivo evocador del título general; el paso del tiempo, preocupación por la que se invita al Carpe Díem amoroso; y la muerte. Algunos poemas, excepcionalmente, sorprenden por el tratamiento magistral de alguno de estos temas con independencia al del amor. Por ejemplo, aquellos que retratan a un suicida, a los avaros herederos de un fallecido, o a una mujer cuyas lágrimas por la pérdida del ser querido le impiden percibir la visita extraterrenal de este. Estilísticamente, esta temática se desarrolla mediante numerosas figuras. Entre ellas cabe destacar la utilización del símbolo y la metáfora. La simbología más destacada es la de los elementos (aire, fuego, tierra y agua), que podría conducir a la clasificación de los poemas según el elemento dominante en cada uno de ellos, como también podrían clasificarse según los sentidos (vista, gusto, oído, olfato y tacto) presentes, que !

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refuerzan la sensualidad y el erotismo del discurso. Aunque en menor medida, también llama la atención el uso de símbolos cósmicos, acorde con el misticismo y la espiritualidad, como el Cangrejo y el Carnero, designando sus respectivos horóscopos. En cuanto a la utilización de metáforas, predominan las que Victoria Escandell, entre otros, denomina “metáfora de identidad” y según la cual un primer término, imaginario, se une a un segundo, real, mediante la preposición “de”: “con las hebras de mosto de tu pubis”. En segunda posición, queda la metáfora unida a su término real mediante una aposición: “La vida,/ ese vaivén que lleva el río”. En otra ocasión se podrán desarrollar otras cuestiones, como el de la selección e innovación léxica en palabras como “calofrío” o “otoñeciendo”. Métricamente, esta poesía se caracteriza por el uso de un verso blanco, sin rima, cuya medida oscila del verso trisílabo al alejandrino, predominando el heptasílabo junto al eneasílabo y el endecasílabo, combinados con plena libertad en cada una de las composiciones. Se podrá observar que siempre es el verso el que se adapta al contenido y no al revés. Y que las unidades sintácticas coinciden con las métricas, logrando un equilibrio y una armonía casi renacentista, que se rompe a partir de la tercera parte del poemario, a través de numerosos encabalgamientos, sugiriendo el final de la obra, la ruptura del encuentro con el poeta, los suspiros que lanzan los desenlaces: “luego canta la noche/ el aria del adiós, mientras regreso”. El lector puntilloso reparará en algunas irregularidades métricas. Pero el lector doblemente puntilloso se percatará de su clara intencionalidad y el efecto que se logra mediante estos procedimientos. Por ejemplo, frente a la ausencia de rima se podrán encontrar algunas asonancias. En “Aún guardan las sábanas el eco/ de bravas galopadas./ Cajas sin fondo, los balcones/ le dan albergue al último jadeo.”, dicha asonancia evoca el mismo eco del que hablan los versos. Frente al sistemático uso de la sinalefa, en ocasiones se rompe. Así, refiriéndose al recorrido por el cuerpo amado, se dice en un endecasílabo “vereda a vereda, poro - a poro”, produciéndose una breve pausa al final del verso, emulando el ritmo lento del sensual recorrido. Incluso la ruptura de diptongos se llena de significado, como en el endecasílabo “girando un quitasol insinu - ante”, donde el alargamiento en la pronunciación de la última palabra, inspira el movimiento descrito en el contenido.

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En conclusión, y sin querer anular otras opiniones, podrá afirmarse que el lector, entre estas páginas, descubrirá numerosos hallazgos. Quien tenga un mínimo de sensibilidad, podrá disfrutar con su lectura y desentrañar no sólo una concepción amorosa y una visión general de temas universales, sino también una poética formal que analizar y, por qué no, también juzgar de aquí en adelante.

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Sergio García Rubio

Palabras… Esas armas que salen de una boca o una mano ayudada por una pluma, que hacen daño, que hacen reír, que te hacen pensar, que te hacen llorar, que te afligen, que te calman. Palabras… Esas que clavadas en tinta sobre un papel en blanco cuentan historias, versan amores, lloran tristezas y huelen a añeja melancolía. Palabras… “que atan y desatan el destino” de quien las dice, las escribe o de quien las lee.

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Pilar García Sáinz

De la mano del verso del poeta Juan Calderón Matador, mi ignorancia y yo nos hemos adentrado en el bosque de la búsqueda del amor por senderos de miedo y de dolor vestidos. Gran valentía la del su autor, donde la sintonía y el erotismo más auténtico colman el deseo y dan sentido a cada uno de los versos de este poemario tan personal. Dios está presente en varios de sus pliegues, y la musicalidad del mismo enriquece, si cabe, la sinfonía de un amor que se sabe distinto, mas no por ello menos grande. Sólo me queda dar las gracias al autor de “El destino nos ata y nos desata” ya que no produce cansancio, al contrario. Cada vez que se camina por él se descubren nuevos paisajes inesperados, sorprendentes. No menciono ningún verso. Muchos son los que conmueven en esta entrega tan valiente, repito, como íntima y veraz. “El destino nos ata y nos desata” es un poemario rebosante en delicadas sugerencias. Naturaleza somos. No quisiera terminar estas líneas sin antes expresar mi admiración por los títulos que Juan Calderón Matador ha elegido para todos y cada uno de los poemas que integran el poemario. Resulta sorprendente cómo el autor ha logrado sintetizar el contenido de los mismos en un solo vocablo, convirtiendo, acertadísimamente, en ventana de salida para su posterior vuelo. Felicito a su autor y le doy las gracias por esta sin par entrega.

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Rosa Jaén

Poemario con un título muy sugestivo: "El destino nos ata y nos desata" y una portada, no menos artística, aunque para algunos, de los que optan siempre por la negritud, les resulta atrevida: representa a una pareja desnuda, abrazándose en una playa. Hasta aquí la envoltura, dentro, la búsqueda infinita de eso que llamamos equívocamente, el Alma gemela y al igual, que el Destino, debemos preguntarnos: ¿Existe realmente?.. Juan Calderón, inicia la senda poética con "La inquietud de la espera" y en su primer poema "Corriente", nos dice.., " y sirva de atalaya para ver el futuro, que hay mucho por vivir y el río corre en calma" Es su propia identidad la que nos habla de la espera, del olor, cuando asegura: "Llevo el zurrón vacío, los años de vereda se comieron las ultimas migajas de hogaza. Ya sólo me alimento de tu aroma...," y regresa a las pavesas, a los sentimientos, a "sensaciones tan albas como la propia mente en que nacemos". En la segunda parte: "Los que fuimos antes de que la barca cruzase la otra orilla", el yo omnisciente prosigue la búsqueda del destino, del alma gemela; encuentra las trampas, las claves, dice en el "Licor". "Bebió en la cavidad más femenina/ aquel licor extraño/ por Él desconocido./ Medroso de que alguien/ robase aquel momento,/ el hombre/ no quiso ya su vida,/ y el amor/ se quedó a medio hacer en los fogones." Así, entre reencuentros, derechos y cicatrices, en el "Llanto" exclama: Él volvió del silencio/ y con sus huellas/ impregnó de lavanda/ la colcha y el corpiño,/ pero Ella, distraída con el llanto,/ no supo descifrarle el rostro. Desecha el poeta la idea de haber encontrado su Alma gemela y por ende, desecha la idea de haber hallado el Destino, porque las almas gemelas no son la mitad de un alma. Cierra el poeta el círculo, en su búsqueda del Destino, siente que su espíritu vibra en la misma sintonía..." Me invade el calofrío al descubrir/ que el nómada que era/ halló su palmeral definitivo" firma por ese instante junto a él y a cambio entrega todo. Conoce sus miedos y los nombra... "Tu miedo lo conozco y no puedo hacer nada que lo aquiete" es consciente de los enigmas: "El invierno se marcha,/ lo he visto recoger en la maleta/ la ropa más de abrigo./ También el viento se ha embozado/ con capa de viajero./ !

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Nuestra casa está a salvo./ En el jardín retoñan los enigmas." Solo vibrando en el amor se puede percibir que el alma gemela ha atado tu destino, al ser percibidos. Porque el alma no entiende de cuerpos y, pueden ser de la misma envoltura. "Hazme caso y permite que el amor haga su nido en nuestra playa" Así finaliza Juan Calderón este bello poemario: "El Destino nos ata y nos desata". Puede que no sea este el análisis que él o sus lectores esperan, ya que no he detenido mi atención en consideraciones de estructuras métricas, doctores tiene la poética. Así es como lo he percibido yo. Querido Juan, te envío mi cálida felicitación.

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Raúl Jurado Gallego

Cuarenta y cuatro poesías divididas en tres bloques o conjuntos de poemas, “El destino nos ata y nos desata” es como un cuento, un relato en verso donde a veces en primera persona y otras tantas en tercera persona, el autor intenta crear un vínculo íntimo con el lector para poco después empujarle y deshacerse de esa unión con el mismo. Todos los poemas son titulados con una sola palabra, palabra siempre acertada que define a la perfección lo que a continuación nos va a transmitir el poema, para mí esos títulos son como el sinónimo perfecto de un conjunto de palabras. Muy acertado. El verso libre empleado por el autor en “El destino nos ata y nos desata” es de una fluidez asombrosa, como dije antes, el conjunto de poemas que conforman el libro es como un relato ameno y distendido que engancha desde el principio y obliga a una lectura continuada buscando en el siguiente poema una respuesta o continuidad de la sensación que nos dejó el anterior. Acompaña a la lectura de la obra una pequeña banda sonora de fondo, quizá fruto de la capacidad musical que posee Juan, que susurra paz y empuja hacia el abismo de los sentidos: confieso que he conseguido palpar el mármol del poema “Tapias”, percibir el frío, emocionarme con las pocas palabras que componen este poema, pero que tiene una profundidad abismal, infinita me atrevería a decir. Con una variedad de voces populares y coloquialismos habitualmente oídas y pronunciadas por cualquiera de nosotros pero perfectamente agrupadas en tiempo y lugar, acompañadas por una lengua noble y rica, Juan Calderón consigue en “El tiempo nos ata y nos desata” brindar la poesía a todos los públicos. Indudablemente unos percibiremos más y otros menos, unos sentiremos el aire y otros oleremos el barro, para otros ese conjunto de palabras raras y descarriadas pasarán desapercibidas, pero, ¿acaso no es eso la grandeza de la poesía? !

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Consigue el autor con su capacidad natural para transmitir que cada verso permanezca flotando en la estancia donde es leído, como ya he comentado en varias de Baudelaire, Juan Calderón es un autor que en vez de tallar la poesía con exactitud geométrica, hace que resbale, que penetre por cada poro, que se emocione en según qué momento. Percibo que esta obra ha sido creada y escrita en diferentes momentos anímicos y emocionales del autor, que ha pasado por diferentes etapas durante su creación y eso puede verse si se realiza una lectura profunda, seguida y depurada. Percibo mucho de autobiografía, mucho de lucha y coraje contra una sociedad poco solidaria e irrespetuosa, percibo mucho de libertad y algo de represión. Pero es lo que yo percibo, mi capacidad sensitiva a veces es tan poco fiable que ni yo mismo puedo convivir en paz con ella, aunque soy yo quien la viste y la amamanta. En definitiva y como opinión personal, considero este poemario de Juan Calderón imprescindible para todo aquel que tenga un mínimo de sensibilidad perceptiva y no única y exclusivamente para aquel que le guste el género poético. Es un libro muy tangible, cómodo de leer y que obliga a una lectura continuada por, como dije al principio, su condición de relato en verso, es, como diría un gran amigo mío, una obra que deja a un lado la condición de individual para alcanzar el inusual merecimiento de interés general. Algunos poemas... Tapias Por no reconocerse la palabra se tapiaron la boca, pero dentro del mármol desbordó el corazón y buscaron aliento bajo el ala de junio.

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Enigmas El invierno se marcha, lo he visto recoger en la maleta la ropa más de abrigo.

También el viento se ha embozado con capa de viajero.

Nuestra casa está a salvo. En el jardín retoñan los enigmas.

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José López Rueda

AMOR Y REENCARNACIONES EN LA POESÍA DE JUAN CALDERÓN El nuevo poemario de Juan Calderón tiene por tema casi exclusivo el amor. Los poemas funcionan como elementos autónomos pero constituyen un todo unitario que el lector puede detectar si los lee con atención. En realidad si dicho lector atiende a los títulos de las tres partes que contiene la obra, se dará cuenta de que hay una trama argumental. En La inquietud de la espera el poeta expone los diversos estados de ánimo por los que pasa. En primer lugar nos dice que en el amor la ternura es una torre defensiva para seguir viviendo y que no hay que desanimarse ya que nos queda muchos años por vivir. Como el agua amansa la roca, la mano el jade y la vara endereza el arbolito, el poeta desea encontrar una mano paciente que forme un nido de amor para el futuro. Hay varios poemas dedicados al tiempo en que el hablante lírico anhela la llegada del ser amado y en caso de que llegue, que permanezca, que no pase de largo. Aunque a veces el autor pone en esta primera parte poemas que reflejan momentos de amor realizado, el tono general es, en efecto, el de la espera. Ahora bien, aparece una idea que casi va a convertirse en leit motiv del poemario. Me refiero al tema de que la persona deseada ha tenido amores con el poeta en otras vidas. Ese amor puede regresar y puede ser una ella o un él, de la misma manera que el “yo” lírico es a veces una mujer. Como veremos en las otras partes del libro, el poeta nos da la impresión de que ese amor ha sucedido ya varias veces y de que hay entre los amantes un antiquísimo pacto que tiene que cumplirse. Ese cumplimiento va a ser el tema de la parte final. La ambigüedad de los sexos se define en Pavesas, donde el poeta, en este caso hombre, siente la tentación de la femineidad, pero a pesar del poderoso atractivo de la mujer, no sucumbe al encanto y permanece fiel a su compañero: Ha salido a mi encuentro una mujer con el dorado tul de su cabello lamiéndole los hombros y un incendio cercando sus pezones. !

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Ha salido a mi encuentro y ha cantado con una voz tan hábil que el cristal de mis huesos se pudo deshacer como terrón de azúcar, pero bastó el andamio de tu aroma para fortalecerme el esqueleto, para calzar de nuevo la sandalia y volver a la ruta de tu amor.

La segunda parte del libro nos cuenta la historia de una pareja que siente las llamas de un primer amor, sin poder evitar el incendio cupídico. Los amantes alcanzan el éxtasis erótico, la “cima de la delicia”, que diría Jorge Guillén, con tanta intensidad que el amante no quiere ya la vida y el amor “se queda a medio hacer en los fogones”, es decir, no se cumple del todo. Cuando el amante se suicida, el recuerdo de la amada trata de impedirlo, pero es inútil. No obstante, los dos saben que habrán de reencontrarse en otras vidas. Así lo dice la amada: Definitivamente, el hombre que habías sido se marchó. Desde entonces, aquella que un día fui, siguió con vida para escoltar tus pasos y planear reencuentros fechados en ignotos calendarios.

La tercera parte del libro se titula Cerrando el círculo. El motivo principal que impregna los poemas es el del amor realizado, ese amor que siempre se quedaba incompleto en las vidas anteriores. Hay peligro de infidelidades, pero el poeta siempre regresa a su amor y disipa sus miedos de que algún día la hermosa unión se rompa definitivamente. Pues no hay nada que temer. Está a salvo la casa de amor que han construido En Pactos, el último poema, el autor, como haría el guionista de un thriller, nos aclara la trama del libro y nos desvela el desenlace: !

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Es posible que no sepas aún que traemos desde lo más remoto una misión oculta bajo el fémur. ................................................... pero yo sé quien eres y te puedo leer en la mirada tus páginas antiguas.

Esta vez ha de ser definitiva, cumplamos nuestros pactos legendarios.

Este hermoso poemario está escrito en un lenguaje sobrio y libre; pero a veces el poeta lo complica y logra aciertos impactantes en las metáforas, como cuando unos parientes revisan la casa del suicida: Violentaron armarios y cajones y hallaron apilada toda la soledad que año tras año le fueron enviando por diciembre.

Esa complejidad con que a veces nos sorprende el poeta, alcanza su temperatura más alta y sombríamente surrealista en el poema Nombre que finaliza la segunda parte del libro: Ella se abrió la voz con un muñón de hormiga y de la llaga emergió como incendio un nombre varonil, que se hizo grande hasta engullirla entera.

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Marisol Mariño Oviaño

Ha llegado a mis mano, como un bello regalo, este libro de Juan Calderón. Sé que habrá personas muy cualificadas que harán unas críticas muy acertadas, pero yo quiero darle las gracias por lo que he sentido y, por el significado que he encontrado en algunos de sus versos con los que me he sentido tan identificada. Esta compuesto por tres partes, cuyos títulos ya nos da una idea de lo que nos encontraremos: LA INQUIETUD DE LA ESPERA; LOS QUE FUIMOS ANTES DE QUE LA BARCA CRUZARA LA OTRA ORILLA y CERRANDO EL CIRCULO. En la primera y la última es el protagonista quien lo cuenta, la segunda es el narrador. Me conmueven más los versos directos del protagonista, los siento más cercanos. Sólo citaré algunos: ...Dios mío/ que no pase de largo/ ... Es un grito de amor que llega al alma, que todos hemos dicho alguna vez, corresponde al poema REGRESO. De PAVESAS: ... pero bastó el andamio de tu aroma/ para fortalecerme el esqueleto/... TRISTEZA ... si encuentras mi dolor abandonado/ no dejes que se quede a la intemperie/ abrígale un rincón bajo tus huellas/... ALBA ... para sobrevivir/ te ruego me concedas/ una sílaba más./ Despiértate y vivamos/ PRESENTIMIENTO ... y sé que hemos de hallarnos/ para cerrar el circulo/ que no supimos concluir entonces/ SENTIMIENTOS Fuerte es el viento que me empuja/ en dirección al hueco de tu pecho/ SIGNOS: Me aproximo a tu mano/ imán que no aprisiona, sólo atrae/ No es, sólo, un libro de poemas de amor, es el AMOR hecho verso, esencia, espíritu que discurre y escapa lentamente entre el éxtasis y el miedo, entre el placer alcanzado y !

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la esperanza de poder conservarlo. Que nos hace sentirnos vulnerables y fuertes al unísono. El pasado el presente y el futuro conviven... se encuentran... se recuerdan.

En mi opinión es un libro para recomendar y, no solo por su valor estético y poético. Su escritura nos permite acercarnos, disfrutar y conocer el valor de los sentimientos.

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Elena Marqués Núñez

Desde el endecasílabo del título hasta el último verso del poemario, desde las citas que encuadran y desenmascaran cada una de sus tres partes, equilibradas tanto en número de versos como en esperas y encuentros, el último libro del escritor Juan Calderón Matador, que exquisitamente y con el cariño de siempre edita Ediciones Cardeñoso, nos sumerge en una poesía íntima y sensual en la que nos sentirnos náufragos y a la vez rescatados. Es difícil, al tomarlo entre las manos, hacer una pausa, apartar la vista de sus apenas ochenta páginas, dejar de leer y releer sin abandonarnos a su ritmo, a esa sucesión sonora de versos libres pero sujetos férreamente al acento que los guía y los conduce. El poemario El destino nos ata y nos desata, prologado por otro poeta no menor, Blas Muñoz Pizarro, no deja nada al descuido. Su primera parte, “La inquietud de la espera”, nos mantiene precisamente expectantes, que no inquietos, desde sus citas de Benavente o de Cernuda, y, ya en su primera composición, “Corriente”, cuyos versos, como las aguas del río, nos mecen y nos sitúan frente a “ese destino que nos ata” y nos arrastra, cual los hados antiguos, al resto de la vida, se aprecia a un escritor que bebe de las fuentes clásicas y se sienta, al mismo tiempo, junto al resto de sus contemporáneos. Porque Juan Calderón Matador renueva en sus poemas los símbolos eternos de la literatura universal, y así aparecerán el agua, modelando al hombre (“Lluvia”) o zarandeándolo (“Torrentera”), o incluso entorpeciéndolo (“Llanto”); el fuego como pasión, en “Pavesas” o en “Incendio”; el “Laberinto” como punto de inicio...; metáforas inamovibles por las que el autor opta como en un reconocimiento de las ataduras del hombre y, por qué no, del escritor. Algún crítico avezado podrá decir que quizás las imágenes y los símbolos de Juan no son nuevos ni originales; pero, realmente, su poesía, repleta de sentimientos y vivencias, no necesita nada más. Son las palabras justas para transmitir la única verdad: la inquietud del Hombre ante su destino, la extraña sensación de haber vivido, la

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necesidad de encontrar y encontrarse. Y, por supuesto, y remedando a san Pablo, colocando «por encima de todos ellos, el Amor». Porque, si el autor se aferra con coherencia a sus imágenes y a ciertas palabras que se repiten con obsesión, no es por pobreza léxica o por cansancio, sino para dejarnos las pistas, las “Señales”, las “Claves” y los “Signos” que nos hablen de sus prejuicios y sus miedos, sus estados del alma, desde la “Espera” al “Regreso”, desde la inquietud y la esperanza de sus primeros poemas al movimiento para cumplir al fin su “misión oculta bajo el fémur” con que cierra el poemario en un “Pacto” solemne con la persona amada. La poesía de El destino nos ata y nos desata es una poesía íntima, en que apenas asoman la voz del poeta y la sombra de ese ser incierto y amoroso al que busca y con el que comulga en encuentros sucesivos; es, nadie podrá sustraerse a ello, una poesía visual, en la que el color nos acompaña como una faceta más de su polifacético autor (que no solo dibuja con palabras, sino también con pinceles, con luces y sombras en sus lienzos y papeles de la vida diaria),y es, por último, una poesía “elemental”, en la que las fuerzas de la naturaleza confluyen continuamente: agua en forma de río o de lágrima; tierra por la que viajar o retozar; fuego en el que quemarnos; aire que nos transmita la voz y las imágenes, y los olores, también, de su pasado. No en vano el autor deja rezumar los aromas y sabores de su niñez (“Olor”), de todas sus vidas anteriores, en una mezcla de recuerdo y deseo, en una profusión de versos distribuidos en su justa medida, en frascos a veces diminutos y frágiles que es preciso leer en voz muy baja para no despertar a su atadura casi hipnótica. Por ser diminutos y concisos, como señala el prologuista, hasta los títulos son un ejemplo de contención, un signo inequívoco de su búsqueda del término exacto y atinado, de la palabra viva y trascendente; de comunicar, al fin, que para eso escribe el Hombre. Muchos de sus poemas se centran precisamente en la palabra (“Libretos”, “Signos”, “Claves”, “Grito”, “Nombre”), como una necesidad de encontrar respuesta a las “Trampas” y los “Enigmas” a los que es preciso en la vida, como en el “Laberinto” del amor, enfrentarse. Y, si es posible, encontrar la salida. Sin embargo, no pocos de sus poemas nos sumergen en la desesperanza, como en el caso de “Luz”, donde, contrariamente a lo que el lector pudiera pensar por el !

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título, se nos presenta a un suicida sereno. O el siguiente, “Grito”, donde también nos enfrenta a la muerte. No ha de ser casualidad que sus versos más tristes se concentren en esa segunda parte, “Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla”, donde, como un ave fénix, el poeta decide finalmente renacer, sin saber ni importarle “cuándo el reloj, cuál el calendario”, para cerrar categóricamente el círculo en el encuentro definitivo ya augurado en las citas de Walt Whitman o Leopoldo Panero con que se abre su tercera parte, donde al fin reconoce las “Señales” y descifra los “Mensajes”, donde descubre la vida en “torrentera apacible”, “como un racimo dulce de ternura”,hasta llegar a la tierra prometida (“que el nómada que era/ halló su palmeral definitivo”). Realmente la lectura de este breve poemario es dulce, deliciosa, apacible aun en sus versos más duros; cosa que agradecemos aquellos lectores que seguimos creyendo que el Arte debe ser, por encima de todo, estética, placer visual y sensorial. Belleza, en definitiva. Y descanso. Lo único que nos queda desear a los lectores es que no considere Juan Calderón que con ese “Cerrando el círculo”, presagiado ya en “Presentimiento”, donde aún los temores antiguos se hacen carne (“Este miedo me viene de otro siglo”), puede descansar y dar por terminado su trabajo, sino que, después del tan ansiado encuentro, se siga sintiendo impelido a emprender un nuevo y extraordinario viaje poético con que alegrarnos las largas tardes de todos los inviernos.

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Alejandro Moreno Romero

Todo libro, y más un poemario, suele revelar un camino. En el libro de Juan Calderón el camino transcurre entre nubes y claros, entre gozos y lágrimas, como el amor que glosa, como todo amor verdadero. Calificarlo de valiente sería de una cortedad cicatera. El destino nos ata y nos desata es quizá - y así se lo dije – la obra más dulcemente descarnada de cuantas le conozco. Juan se echa al camino con audacia de enamorado, “al camino me eché sin miedo al barro” y no es de extrañar, porque va impulsado por otro amor: el amor por la propia sed de vivir sus sentimientos, “sentimientos tan limpios, sensaciones tan albas como la propia mente en que nacemos”

El poeta conoce los límites del mundo en que se ve confinado: “Mi mundo –dice- se ha visto reducido a una fotografía antigua” y sabedor desde siempre de las espinas que lo aguardan en el camino hacia su amor, ruega: “Dios mío/ que no pase de largo”.

Al cabo, la inquietud de la espera se ilumina con una ráfaga de absoluta certeza: somos dos bocas imantadas, corazones buscantes desde siempre, dos hombres enlazados sin que el rayo nos pueda ya importar

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Y en efecto, de orilla a orilla, la barca de Juan, guiada con mano de férreo terciopelo, cubre toda una singladura de luz, gritos, reencuentros y llanto, mientras Los pensamientos, como humo, dibujan cicatrices en el tiempo

Por fin, el círculo se cierra, en el amanecer gozoso cuando Me invade el calofrío al descubrir que el nómada que era halló su palmeral definitivo

En este palmeral, el poeta firma la paz consigo y con el mundo, al tiempo que proclama la renuncia que todo amor cierto implica: Firmo por este instante junto a ti, a cambio entrego todo

El círculo se ha cerrado, la paz ha hecho su nido al sol y la luz brinda un glorioso bostezo de plenitud.

Rara vez se ha visto un libro en que se digan los sentimientos con tan gentil firmeza, con tan ufana humildad. Bienvenido sea El destino nos ata y nos desata.

Cuentan de un poeta oriental que consiguió resumir todo un poema en una sola palabra. El libro de Juan Calderón bien podría expresarse en uno solo de sus versos, dicho al alba: Despiértate y vivamos

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Pepa Nieto

No hay rincón en la casa donde el amor no asome Cierto, tratándose de la poesía de Juan Calderón, el amor no sólo asoma, el amor está, se nos da en cada verso, en cada poema, lo sabemos muy bien los que seguimos de cerca su obra poética. Y “El destino nos ata y nos desata” titulo de esta nueva entrega que hoy nos ocupa, no podía ser menos. Estamos ante un libro donde el tema central es el amor, vivido o no vivido, quizás añorado amor que vuelve a la misma calle/, frente al mismo portal/ donde todo es distinto, y los instantes pasados ya no tienen retorno, pero ya no quiere que lo que surge nuevo pase de largo y así lo expresa con bellísimos versos como cuando dice: Aquí estoy con mis labios/ dispuestos para el beso/ aquí mi vida toda para darse a la suya. En este poemario, dividido en tres partes, nos encontramos, a mi parecer, con un Juan Calderón todavía más cercano, más cómplice, más desnudo, como queriendo compartir lo que habita en el alma. La conexión con el pasado lejano o futuro presente, el tiempo detenido que de alguna manera nos traslada a todos los tiempos, son algunos de los elementos que se nos ofrecen a lo largo del libro. Este miedo me viene de otro siglo. Cierra los ojos y obtendrás respuestas. /Regresa más allá de las fronteras/ y descubre los signos/ que tu cuerpo arrastró desde otras vidas. El miedo, la muerte, la fragilidad del amor o el mismo sentimiento de nostalgia por el amor perdido, son otras de las presencias con las que nos encontramos cuando hacemos un recorrido por los bellos poemas de este libro. Mis agradecimientos, pues, a Juan Calderón por darme la oportunidad con esta nueva entrega, de disfrutar de la buena poesía.

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Laura Olalla

No puedo estar más de acuerdo con la paráfrasis hecha por el Filólogo D. Blas Muñoz a cerca de este poemario. He releído sus versos y adhiriéndome a todo cuanto he captado en el prólogo, puedo decir, sin temor a equivocarme que tengo en mis manos una obra madura, reflexiva y profunda, repleta de belleza; sabedora por sí misma, del impacto que produce en el lector. La capacidad del poeta para desdoblarse y conjugar un pasado muy lejano con un presente, necesariamente ubicado en una realidad conexa, inherente a la provocación y al desánimo, se hace eco en este poemario. El “yo” de la 1ª y 3ª partes, relacionado de forma especial con el observador de la 2ª es un espejo donde sentirse reflejado. Luces y sombras. Ausencias y olvidos. Paralelismo de destinos. Mitologías que absorben el sexo y sus ambigüedades. Desconciertos que alteran las exigencias del hombre. Pero éste no sucumbe. A medida que avanzo en su lectura, es mayor el vuelo de la palabra, forma y fondo, fusionados (buena técnica), en un grito de esperanza. Ansia por retener el tiempo. Soldadura en el engranaje de la complejidad del complemento. El autor exhala su lirismo fotografiando su propio desnudo – sin importarle ser él o ella-, reencarnándose para vivir de nuevo. Se palpa el vacío existencial que atenaza a las almas sensibles. Pero, a la vez, la fuerza creadora le redime del paso de los días, con la aceptación de lo que somos: ¿brevedad encarnada?. Como en un buen relato –trama, desarrollo y desenlace–, el poeta se consagra a ese renacer en la muerte que dará nueva vida a la rueda del cosmos. Conoce el camino. La experiencia le permite atender al Amor en este nuevo tramo. Un amor repleto de ternura, visiona, hoy, la concesión de otros, vividos con pasión intrépida. Este amor maduro vuelve a sus raíces en medio de esos miedos encontrados de los que todos tenemos patrimonio, ofreciendo su licor a quien desea quedarse. “La espera es el remanso que ahonda en la inquietud, el trasiego que horada el corazón

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del día o de la noche.

La vida es un enigma como la primavera en el umbral del sueño que me vierte su nombre cuando asoma la voz ya de regreso a casa.” (Autora: Laura Olalla)

Querido amigo Juan Calderón. Puedes sentirte orgulloso de esta nueva entrega. Mis más humildes y sinceras felicitaciones. Haz tuyos estos versos, creados tras leer EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA

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Manuel Pecellín Lancharro Nuevas publicaciones extremeñas Calderón Matador, Juan El destino nos ata y nos desata. Vigo, Ediciones Cardeñoso, 2012 El otrora ocultado "amor oscuro", que Lorca cantara en admirables sonetos, se constituye nuevamente en fuente de inspiración para el polifacético Juan Calderón (Alburquerque, 1952). Con amplio estudio preliminar de Blas Muñoz Pizarro, la cubierta reproduce un dibujo de Eduardo Naranjo, magnífica muestra de ese "realismo onírico" que distingue al de Monesterio. Abierto con citas significativas de Al Mutamid, Shakespeare, Benavente y Cernuda, la obra aparece dedicada "para ti, Javier, por compartir conmigo/ dátiles y agua en el viaje de la vida". En sus poemas , de versos blancos y libres, donde predominan los endecasílabos, no faltan alusiones a las vivencias de infancia y juventud ("Yo vengo de un lugar que huele a monte"). Pero el libro es sobre todo un sentido canto amoroso, repleto de hermosas metáforas. (Publicado en Raex.es)

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Amelia Peco Roncero

Fue en este verano de 2012 cuando me llegó el libro: “El destino nos ata y nos desata” de Juan Calderón Matador. Era para mí la opera prima de dicho autor. Lo abrí al azar porque es así como me gusta descubrir un poemario cuando me enfrento a él por primera vez. Siempre confío en ese poema elegido al azar porque, probablemente, los siguientes sean de la misma calidad, o no. Así fue como llegué a este libro, del cual daré la opinión que me ha merecido su lectura. No hablaré del contenido por coincidir en el análisis que hace Blas Muñoz Pizarro y sería repetirme. Sobre lo que es poesía, en estos últimos años de cambios, en cuanto lo que es o no es una obra de arte, hay mucho que cortar y, no siempre, ni los mismos poetas estamos de acuerdo en definir exactamente tal concepto. Por tanto, hablaré de mi percepción, como no podía ser de otra manera. Como les decía, cuando abrí el libro de Juan Calderón y leí ese primer poema: “Sentimientos” Fuerte es el viento que me empuja/ en dirección al hueco de tu pecho/. Sentí que el siguiente verso me invitaba, por su cadencia, a seguir leyendo. Al terminar de leer dicho poema recordé uno de los párrafos escritos, en El Nombre de la Rosa, por Umberto Eco, sobre la belleza con respecto a la luz; cito textualmente: Porque de tres cosas depende la belleza: en primer lugar, de la integridad o perfección, y por eso consideramos feo lo que está incompleto; luego, de la justa proporción, o sea de la consonancia; por último, de la claridad y la luz, y, en efecto, decimos que son bellas las cosas de colores nítidos. Y como la contemplación de la belleza entraña la paz, y para nuestro apetito lo mismo es sosegarse en la paz, en el bien o en la belleza, me sentí invadido por una sensación muy placentera… Un concepto similar me arrastró a seguir leyendo la serie de poemas que conforman el libro de Juan Calderón; en este caso, para mí, el sentido era más amplio, ya que las palabras me llevaban a la luz, al ritmo, a la sintonía y a la armonía.

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Las palabras en este poemario, son como un río que fluye, están colocadas de tal forma que tienes la sensación de que al autor no le ha llevado trabajo ni tiempo, llegar a colocarlas tal como están; recuerden aquello de la difícil sencillez… Pues esto ocurre en El destino nos ata y nos desata, en cada uno de los poemas que lo componen. Cada palabra tiene su sintonía con la siguiente. Aquellos que cada día trabajamos con las palabras sabemos lo arduo que resulta el camino que hemos de recorrer para encauzarlas, para saber dónde has de colocar cada una de ellas para dar al lector el mensaje que deseamos. Pero el más difícil todavía llega cuando nos enfrentamos a un texto poético, donde el concepto ha de alinearse con la forma para, así, llegar al ritmo. Cuando leo un poema y el lenguaje y la forma funcionan al unísono, cuando la musicalidad me impulsa a seguir leyendo sin ningún tipo de tropiezo, no me cabe la menor duda de estar ante un texto poético, como es este caso, de calidad. Quiero felicitar desde esta revista cultural a Juan Calderón Matador por su poemario El destino nos ata y nos desata. Se ve en cada uno de estos versos que Juan Calderón siente amor por la palabra. Creo que lo ha dejado patente en este libro. Y es que la palabra, cuando sabemos modelarla y hacerla ágil, la convertimos en una obra de arte. Bajo mi punto de vista, en este poemario, el objetivo está conseguido.

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Plácido Ramírez Carrillo

Mientras Llueve

Ha llegado la lluvia de repente (tan deseada) a esta ciudad que hábito y amo, que une voluntades y abraza fronteras. Mientras llueve, nos llega, sale a la luz el libro de poesía más reciente y más exquisito de Juan Calderón Matador (Alburquerque ,1952). Nos da a conocer un puñado de versos bajo el sonoro título de “el destino nos ata y nos desata” con una portada que sorprende, una acuarela del afamado pintor de Monesterio, Eduardo Naranjo . Abre el libro un magnifico, profundo, esclarecedor y acertado estudio-prologo del profesor Blas Muñoz. Hermosa atrevida y admirable edición, al cuidado de Ediciones Cardeñoso. El libro está dividido en tres partes bien diferenciadas. La primera la componen 12 poemas, y en la segunda y tercera parte 16 poemas, un total de 44 poemas conforman este libro que no dejará indiferente al lector más atrevido, culto y exigente. En muchos de sus versos, J. C. M llega a ser conciso y acerado. Habría que decir que este último poemario de J. C. M es riguroso, serio, sincero, al margen de la grandeza de sus apretadas metáforas… "ojalá el calendario / tenga la lluvia suficiente" o nos dice en Destino “han brotado en los signos/ andamiajes de yerba y ríos azules” o en el poema “Trampas”.. “supieron del amor por los escritos/ y el eco de las coplas”. Por tanto estamos ante un libro de poesía muy sólido, escrito con pluma sensible. El esforzado lector de este tipo de poesía encontrara sosiego en estos versos, y dispondrá de sobrados motivos para seguir con la lectura de manera entusiasta. Este último libro de Juan Calderón Matador, merece una lectura pausada, porque el lector inquieto se dará de bruces con admirables, cálidas y ajustadas metáforas, como las que siguen…”cupo la vida toda en un segundo/ al estallar el gozo/ y fueron !

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torrentera/ para achicar el fuego en los relojes” nos dice Juan en el poema ”Torrentera”, o en la pagina 60, escribe “los pensamientos, como humo /dibujan cicatrices en el tiempo”. O también en el poema “Momentos” “..Y allí, al amor del emparrado/ desgrano los pezones , sin apremio/ como un racimo dulce de ternura” o en este otro poema “Sombras”: “tu me tejes los días/ con las hebras de mosto de tu pubis…” Hay que destacar el ingenio de este poeta para crear, inventar y resolver metáforas, se meten entre los poemas como estrellas que brillan con luz propia, el libro está repleto de ellas y de ricos matices. Hay muchas sugerencias y directrices en la poesía de Juan Calderón, sobre todo en este libro, aunque a decir verdad también en otros.” La voz (de Dios) entre el romero” (1997) o en otro más reciente “Eco de niño para voz de hombre” (2003). Por ejemplo el poema “ matinal “ nos suena de otro libro anterior o parecido el poema “huele a café reciente y pan tostado/…mañana de domingo, hoy la prisa/ se olvido de llamar a nuestra puerta..” y en el poema “Nombre” solo puedo adherirme a tu cintura,/ acoplarme a tu cuerpo, hacerme cuerpo tuyo,/ y destilar mil besos y embriagarnos“ y también en el poema “ Alba “ nos dice Me gustan las palabras que me ofreces/ las hilvano en la noche / me cubro con sus ecos,” También en el poema “Escama“ escribe ” y habitante seré / de tu pubis de mosto...” Repetimos, estamos ante un libro de poesía seria, exquisita, que lo mismo es en blanco y negro, o que tiene muchos colores, versos precisos, justos, apretados…habrá que leerlos y releerlos una vez y otra. Juan Calderón es un poeta de formas, tiene una gran fuerza en las imágenes y usa metáforas muy potentes. Y ahora, que estos versos los he leído y releído con marcado entusiasmo, puedo recomendarles este libro. La poesía de este último poemario de J.C son versos cercanos, sinceros, y muy sensibles a la originalidad, y sobre todo a la elegancia de la expresión. Mientras tanto, sigue cayendo una lluvia mansa y fina sobre esta ciudad que hábito y amo, que abraza fronteras y une voluntades. Enhorabuena, lector apresurado, por el libro que tienes entre las manos, poesía con mayúsculas, que no te dejara indiferente.

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Ángela Reyes

El destino nos ata y nos desata es el noveno poemario de Juan Calderón Matador. Es un autor extremeño y polifacético si los hay. Además de versos, escribe cuentos, teatro, compone canciones, es pintor y cantautor.

Ésta, su última entrega, es un poemario condensado en cuanto a sentimientos, ameno en la forma de exponerlos y comprimido en palabras puesto que algunos de los poemas no pasan de los seis o siete versos. Es lo que pudiéramos llamar un libro de pensamiento que el autor utiliza para cantar al mundo pequeño y cotidiano; ese mundo que nos rodea y que él ha sabido elevar a categoría humana. Lo que Juan Calderón glosa puede ser material o espiritual (como la tapia y la tristeza), volátil o inamovible (como la pavesa y el nombre), visible o solo perceptible por los sentidos (como la cicatriz y el olor). De esta manera, el lector se ve envuelto por la fría realidad que aportan el contestador, la escama, el laberinto, por ejemplo, y por la magia de nuestros cinco sentidos que nos llega con poemas dedicados a la lluvia, el grito, el aroma, el licor. Repito: mundos entrañables, necesarios y que por tener al alcance de nuestra mano no apreciamos.

Dividido en tres partes, recoge una cincuentena de poemas a los que no les falta el ritmo del verso bien medido ni les sobra la pincelada del adjetivo surrealista, que tanto se agradece en poemas breves.

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Carmen Rubio

Querido amigo Juan: Acabo de terminar de leer tu poemario "El destino nos ata y nos desata" y tengo que decirte que después del buceo profundo que, del mismo, ha realizado Blas Muñoz, para sacar a flote toda la belleza de tus versos, poco puedo añadir, salvo que me parece un libro de una gran delicadeza, madurez y valentía extraordinarios. No sabes, cómo me hubiera gustado que algún hombre me hubiera mostrado ese amor enorme y esa seguridad que tú muestras, después de tantas dudas, oscuridad y ese dolor soterrado que subyace en tus versos. Sí, amigo, me recuerdas a esos personajes de la antigüedad clásica de los que habla Blas Muñoz en el prólogo. Cito algunos versos que me parecen muy buenos. Del poema Reencuentro: "Los ojos de los muertos/ son un largo pasillo... De Señales: "Hay señales de Dios/en tu mirada. Mi vida es oración/ a ese linaje limpio de tus ojos". En fin, tantos y tantos otros... llenaría esta página de citas... Enhorabuena, querido Juan, creo que te has ganado un puesto preferente entre los mejores poetas con tu poesía y, sin lugar a dudas, con este último libro. Un abrazo y todo el cariño de tu amiga. Carmen Rubio !

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Nuria Sánchez Caravaca

En esta obra, el autor describe en sus versos encuentros y desencuentros, esperas y luchas vitales, hasta conseguir la unión deseada con el ser amado.

Es un canto al amor y perseverancia en declaraciones nostálgicas de tiempos pasados, para construir un presente que se desea imborrable e inalterable; mientras, ocurren hechos que se refugian al otro lado del tiempo y las tinieblas, para no volver jamás a ser protagonistas cercanos al alma del autor.

En síntesis, el poeta Juan Calderón, creo que se cuestiona la vida en un viaje interior, de constante ida y vuelta, en la que hace balance de sus emociones más profundas, relacionadas con el amor y la pérdida de seres cercanos que siguen alojados en sus recuerdos.

Es un poemario para tener a mano, dado que una gran parte de sus versos, son terapias para esos momentos que se dan en la vida cotidiana; así, al azar, he recogido los siguientes: “Cierra los ojos y tendrás respuestas” “Idioma sin palabras que nos une” “Ojala el calendario/tenga la lluvia suficiente” “Mi mundo/se ha visto reducido/a una fotografía antigua/ un reguero de instantes/que no tienen retorno” “No hay rincón en la casa/donde el amor no asome”.

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Y asĂ­, tantos otros que, releĂ­dos, aportan imĂĄgenes nuevas que, en una primera lectura, me pasaron desapercibidas.

Me he quedado impregnada de la profundidad e intensidad de estos poemas, que dibujan y dan color a una trayectoria vital.

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Raquel Vázquez

El registro íntimo de un viaje a través de un cristal de serenidad poética: uno de los prismas desde los que puede entenderse, y degustarse (otra opción no es posible), un libro como El destino nos ata y nos desata del poeta Juan Calderón Matador. Son los versos de alguien que ha vivido lo suficiente para no ser ajeno a los movimientos azarosos, siempre abrazados al interrogante, del destino, pero que a la vez ha aprendido a situarse por encima de esa incertidumbre, levantando “una torre” que “sirva de atalaya”, como se dice en “Corriente”, un primer poema que deja entrever algunas de las claves de la obra (el contraste entre el fuego y el agua, el alzamiento frente al destino aceptando la derrota precedente del tiempo), pero que resulta lo suficientemente sugestivo para seguir adentrándose en su lectura.

Se trata de un viaje en el que, en cambio, no se advierte sensación de movimiento: sólo puede designarse como hallazgo el inteligente y eficaz uso de la forma para, acompañada al discurso, transmitir una mirada que rezuma siempre emotiva reflexión envuelta de una luz de sosiego. El protagonismo del endecasílabo acompañado de otros metros afines, la ausencia de encabalgamientos bruscos en favor de un equilibrio sintáctico del verso, el empleo de anáforas (en poemas como “Pavesas”, “Nombre” o “Pactos”) o de finales de estrofa bimembres (“con mi amor y la espera que mereces”, “melodías de sangre y de colmillo”, “del tiempo y la caoba”, “al grito de los locos y el oxígeno”) ayudan a construir un lenguaje lleno de calma, sobre el que descansa, sigiloso pero omnipresente, el amor, tema unívoco, transversal, que da unidad y causa a todo el libro.

Dentro de esta indudable cohesión, sin embargo, es preciso atender a las diferencias entre las tres partes en las que se presenta dividido el poemario: a través de una estructura próxima al lied romántico se refleja el juego caprichoso del destino, la tensión que crea al desdibujar las referencias, que hace deambular “desde la duda a la !

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pregunta” en el bloque intermedio, para volver la última parte a recorrer entre variantes la primera: el círculo, como su título explicita, se cierra, sellando a la vez el sentido de la melodía formal del poemario.

Doce poemas conforman los primeros acordes en “La inquietud de la espera”. El imaginario en esta parte se encuentra enraizado en lo sólido, en la tierra y materiales afines, comenzando así un recorrido por los cuatro elementos que después aun se volverá más evidente. Versos como “y levanto una torre que consiga / hacer inexpugnables nuestros pechos”, “el agua en nuestras piedras”, “yo estoy aquí, sobre la arena”, “al camino me eché sin miedo al barro” y “andamiajes de yerba y ríos azules” contribuyen a fortalecer el discurso de una voz poética que, a pesar de que al esperar siempre hay un punto de incertidumbre, va adquiriendo poco a poco más confianza. En los seis primeros poemas, está seguridad la transmite con su cuerpo, su mera presencia, que reivindica: “yo estoy aquí, sobre la arena”, “aquí estoy con mis labios / (…) / aquí mi vida toda”. Sin embargo, el poema “Presentimiento” marca un punto de inflexión para las seis piezas que simétricamente cierran esta parte: “sé que hemos de hallarnos / para cerrar el círculo / que no supimos concluir entonces”. Ahora han quedado atrás las dudas que latían en versos precedentes (“Quiera Dios que no falte el agua en nuestras piedras”, “ojalá el calendario tenga la lluvia”) y la certeza (que es el título del siguiente poema) reside también en el propio convencimiento, ya “(...) no hay inquietud en la impaciencia”, porque “(...) tengo la certeza de que eres / el Ser a quien añoro”. De forma progresiva se discurre de lo externo a lo interno: si bien en los primeros poemas la solidez se encuentra en el cuerpo y en el decorado, se termina con la confianza en lo intangible pero tan cierto, “Frente a mi desnudez tengo la tuya”. No podrían ser casualidad, por tanto, los títulos de los dos poemas que cierran esta parte, “Libretos” y “Signos”: la propuesta es la de reescribir “en pergaminos nuevos / los viejos silabarios / que nos borró la lluvia”, a través de ese lenguaje que nace a partir del amor.

“Aunque ya no recuerdes quiénes fuimos” es un verso del último poema de este primer acto y, a modo de respuesta en el fluido diálogo interno que mantienen las piezas de la obra, la segunda parte se titula “Los que fuimos antes de que la barca cruzase a la otra orilla”. Se hace así manifiesta la analepsis en un conjunto de 16 poemas en los que, !

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como advierte Blas Muñoz en el prólogo, predomina la fragmentación. La voz poética se desplaza a una tercera persona, llevando así al extremo una ruptura que se evidencia en los silencios, en las sugerencias que propician unos poemas particularmente breves. Este molde de fragilidad se ve inundado por el fuego, tan etéreo, fugaz, a veces tan poco perceptible: “para achicar el fuego en los relojes”, “para incendiar el beso”, “El hombre y la mujer se consumieron”, “y el amor / se quedó a medio hacer en los fogones”. Al lado de este fuego, también abundan las referencias al elemento aire: “cierzo de colores”, “el oxígeno / se creyó innecesario”, “al grito de los locos y el oxígeno”. De esta forma sólo puede aumentar el contraste con aquella solidez de la tierra, antes de comenzar este bloque evocativo de poemas. Y no puede obviarse la acompasada preocupación por el tiempo, que se erige continuamente, reiterando el sentir fragmentario entre la realidad y el sujeto: “mayo”, “ala de junio”, “cupo la vida toda en un segundo”, “era ya muy tarde”, “la prematura despedida”, “prisa entre sus dedos”, “aquella comunión no supo / de espadas ni de tiempo”, “las horas se aliaron”, “ignotos calendarios”, “toda la soledad que año tras año / le fueron enviando por diciembre”.

“Tiempo” es, de hecho, la última palabra de esta segunda parte (“cuándo el reloj, / cuándo el calendario... / Los pensamientos, como humo, dibujan cicatrices en el tiempo.”), un tiempo que vuelve a actualizarse tras este viaje al pasado en el tercer bloque, “Cerrando el círculo”. “Y ahora que ya sabes quiénes fuimos”, comienza “Escama”, el primero de una serie de poemas en los que el destino ya no escinde, sólo ata y deja fluir, de ahí las continuas metáforas e imágenes que protagoniza el agua: “Que se abriguen mis peces y mi boca / que hierva todo el río”, “desde remotos mares”, “La vida, / ese vaivén que lleva el río”, “mansos ríos los brazos”, “y destilar mil besos y embriagarnos”. Es muy significativo, en “Aguas”, cómo se manifiesta la definitiva ruptura con la volatilidad de un fuego que ya se ha extinguido, “que tiene muy perdidas sus batallas”. Ahora “el agua que me habita / se mezcla con la tuya para ser / torrentera apacible”. Las aguas, sin turbación, sin discordancias, son libres para correr juntas, por lo que ahora los versos están impregnados no sólo de calma sino de pureza, tienden a la transparencia, como “a ese linaje limpio de tus ojos”, o piezas como “Matinal”, que elevan a poesía la sencillez de lo cotidiano. Y sigue fluyendo el agua hasta llegar a “Pactos”, poema que cierra el libro y donde confluye el tema y la imagen elegida para su representación: “Hazme caso y permite que el amor / haga su nido en nuestra playa”. !

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Se ha llegado, por tanto, a la meta, a desembocar en la placidez del vínculo venciendo a un destino que pretendía urdir sus azarosas redes. Pero el poeta puede en su pluma tejer las hebras del propio destino: dándole forma en el telar poético, eligiendo telas de emotiva serenidad, para crear este bello tapiz que el lector puede disfrutar entre sus manos. Porque, como el plural del título del último poema revela, no sólo estas páginas encierran el pacto de enlazarse con la persona que se ama. Lo que subyace en estos versos, lo que hacen de este un magnífico libro, es el pacto de convertir el azar en palabra, el pacto de hacer del destino arte.

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Beatriz Villacañas LA DISTANCIA Y EL CENTRO

Creeríase oír una voz que viene desde lejos leyendo los versos de El destino nos ata y nos desata. Una voz cargada de antiguas realidades conjuradas en la palabra poética de Juan Calderón Matador. Antiguas realidades que forman la experiencia vital de hombres y mujeres y que permanecen a lo largo de la Historia. La perplejidad humana ante la vida, el amor, la pasión, el dolor, la búsqueda de la verdad. Por tanto, todo aquello que es a la vez vivencia y reto. Un reto también para la poesía, que es campo de batalla donde todo poeta ha de adentrarse y donde las heridas de guerra, esa guerra en la que si se lucha honestamente, esto es, sin las falsas armas del artificio y de la pose, fortalecen la palabra y su potencia comunicadora.

La palabra de Juan Calderón Matador es palabra curtida en la batalla del vivir. Por eso su voz parece venir de lejos y, a la vez, se sitúa en el centro de un aquí y un ahora compartidos por todos: “Cierra los ojos y obtendrás respuestas./ regresa más allá de las fronteras/y descubre los signos/que tu cuerpo arrastró desde otras vidas”. El equipaje vital de Juan Calderón Matador se nos muestra lleno de experiencia, una experiencia curtida en encuentros y desencuentros, en búsqueda de respuestas que el poeta, paradójicamente, sabe, en última instancia, imposibles. Porque hay respuestas que no están a nuestro alcance en esta vida. Y el poeta lo sabe. El poeta que es Juan Calderón Matador lo sabe. Mas esta lucidez no impide, como decíamos, la búsqueda: quizá porque en la búsqueda misma haya destellos de luz que nos son ofrecidos. Ya decía T.S.Eliot, que nunca dejaremos de indagar, “We shall not cease from exploration”. Y dentro de esa exploración se percibe la presencia de lo sagrado. Dios aparece en este poemario como una realidad de lejanía (en su misterio insondable e inefable) que a la vez da sentido a algo tan esencial como el amor: “Hay señales de Dios/ en tu mirada./ Mi vida es oración/ a ese linaje limpio de tus ojos”.

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El destino nos ata y nos desata es una búsqueda y a la vez un reencuentro: la búsqueda vital y poética de un poeta madurado en la experiencia de su vida y en la experiencia de su palabra. Porque puede verse claramente que Juan Calderón Matador es un hombre y un poeta vivido. Y desde su ya densa experiencia nos presenta esta obra, que es un seguir buscando en los vericuetos del destino, ese destino que nos ata y nos desata, pero seguir buscando ahora desde realidades experimentadas, desde un conocimiento aquilatado en el amor, el paso del tiempo, el desgarro, la meditación. Es decir, una búsqueda en aquello que, pese a haberse vivido y estar siendo vivido con intensidad y apasionamiento, no se conoce del todo. Un reencuentro con la perplejidad (y no hay poeta verdadero que no esté perplejo ante la vida) y la indagación a que da lugar, una indagación, que, como el rayo de Miguel Hernández, no cesa: “Definitivamente/ el hombre que habías sido se marchó./ Desde entonces,/ aquella que un día fui, siguió con vida/ para escoltar tus pasos/ y planear reencuentros/ fechados en ignotos calendarios.” Es ésta la voz que, como decíamos, viene de lejanas realidades y, como en el caso de los versos anteriores, se encarna en una experiencia humana que es hombre y mujer al mismo tiempo, que parece hablarnos desde una lejanía de destinos que, sin embargo, nos habla directamente aquí y ahora: “Es posible que no sepas aún/ que traemos/ desde lo más remoto/una misión oculta bajo el fémur”.

En versos poderosos, acompañados de pasión y sensualidad, Juan Calderón Matador nos ofrece un poemario en el que la voz (y las voces) del poeta se nos presenta como voz enriquecida en el tiempo, que se ha hecho más contundente a medida que se acrecienta la distancia con el pasado vivido. Y esta contundencia la hace a su vez cercana, la sitúa en el centro mismo de la realidad y la búsqueda que todos compartimos.

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