"De seis a ocho" Cuaderno de Presentación de La Tertulia Literaria de Guardamar

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TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR

DE SEIS A OCHO


TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR

DE SEIS A OCHO


Tertulia Literaria de Guardamar Ediciones Cardeñoso Primera Edición: Agosto – 2014

ISBN: DEPÓSITO LEGAL:

EDICIONES CARDEÑOSO Plaza Joaquín Fernández Santomé, 1 36209 VIGO – España Teléfonos: 986435511 - 637559902 Fax: 986435511 edicionescardenoso@mundo-r.com

Impreso en España

Portada: Fotografía y diseño de Javier Bueno –Arvikis-

TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR Teléfono: 667 87 27 09 Blog: http://guardamararvikis.blogspot.com


FANTASMAS

Bianca Aparicio Vinsonneau

Es media noche y doce silenciosas campanadas resuenan en mi cabeza. El viejo reloj de cuco, regalo de nuestra boda, hace tiempo que se rindió agotado de vivir. Como lo estoy yo ahora. Sentado en el borde de la cama intento calmar el descontrolado temblor que se ha apoderado de mis manos. Muchos lo achacarían a los años, pero yo sé la verdad, es el miedo. Siempre temí a los fantasmas, sobre todo a aquellos sedientos de venganza. Durante años te intuí, rondándome. Mientras fui fuerte pude mantenerte alejada, pero has debido adivinar que mi fin se acerca y cada noche me torturas con traviesos susurros que sólo yo escucho, tenues roces en la nuca que me erizan el vello y el rastro de ese olor tuyo que siempre se me pegaba a la piel, ahora más que nunca. Te amé hasta la locura, de hecho, jamás dejé de hacerlo. Si todo salió mal, fue tu culpa. Me ponías celoso y desatabas mi ira hasta hacerme perder el control. No encontré otra manera de retenerte a mi lado que no fueran las humillaciones y los golpes. ¿De verdad pensaste que iba a permitir que me abandonaras? Eras mía. No pretendía que tu último aliento se escapara entre mis dedos. Mi única intención era retenerte a mi lado, evitar que cruzaras la puerta con tus maletas cargadas de angustia y rencor. Qué ironía, con tu muerte conseguiste lo que en vida no te quise dar: la libertad. No se supo la verdad. Insistí en que me habías dejado y ellos me creyeron. Lo que ignoraba es que junto a tu condena, firmé la mía. Nunca te fuiste de mi lado, te quedaste para atormentarme con tu ausencia. Ahora, tantos años después, cuando el tiempo debería haber difuminado tu recuerdo, vuelves para arrancarme la paz en mis últimos momentos. Me sabes viejo y cansado, y te aprovechas. Un crujido a mis espaldas me sobresalta. Creo ver tu esbelta figura, sin que el desgaste del tiempo haya hecho mella en ti. Tu bello rostro vestido con una amarga sonrisa y los ojos brillando impacientes por la tan esperada venganza. Tus brazos se extienden hacia mí para envolverme en un abrazo frío como el acero y me arrastras contigo a las profundidades de las tinieblas. Yo me rindo. Al fin entiendo, nunca fuiste mía.


LA FUENTE AMARGA

Javier Bueno Jiménez

Hace aproximadamente dos siglos, en una Castilla de campos sedientos, vivía una muchacha llamada Aulaga. Su padre era pastor; ella cultivaba un pequeño huerto además de realizar todas las labores de la casa y atender las exigencias de su padre. Por los alrededores no abundaban los muchachos casaderos y Aulaga lo que más deseaba era tener un hijo. Pero manifestar esto en presencia de su padre era desatar todas las iras de éste, ya que no quería quedarse solo y desatendido. De esta forma la muchacha era constantemente humillada, y no podía alejarse sin recibir algún golpe o paliza de su progenitor. Aulaga, con frecuencia, elevaba sus bellos ojos al cielo, como reclamando de su madre la protección y el consuelo que nadie le daba. Un día que la muchacha escardaba los tomates pasó a su lado un joven llamado Pedro, que tiraba de una mula testaruda; iba camino de Navas del Prado para establecerse como carpintero. Pidió a Aulaga si podía darle un poco de hierba y agua para la mula. Ella lo hizo con una bella sonrisa, y además cortó de la parra dos racimos de uvas que ofreció al viajero. Éste agradeció la cortesía besando fugazmente las manos de su bienhechora. Conversaron durante un buen rato, y se sintieron felices. Se descubrieron el uno al otro. Intuyeron lo agradable que podría ser una vida en común y alzaron sus ojos al firmamento suplicando una oportunidad al destino. La muchacha sabía que su padre nunca accedería a que se marchara de allí ni tampoco consentiría, debido a sus enfermizos celos, que pudiera desposarse con nadie. Pedro propuso a la muchacha que se marchara con él pero ella, con lágrimas en los ojos, le dijo que era imposible. Mientras la consolaba, se oyeron los gritos del padre que la insultaba desde lejos. Aulaga pidió a Pedro que se marchara corriendo. Y así lo hizo. Cuando llegó su padre, comenzó a golpearla y a decirle que le había deshonrado como una ramera. Ella gritaba que no, que sólo habían hablado y que su honra estaba intacta. Pero seguía y seguía golpeándola, hasta que, en su huída, Aulaga tropezó y fue a caer de espaldas junto al brocal de la pequeña fuente. Su cabeza chocó contra las piedras, y murió de forma instantánea. La sangre, mezclada con el agua, tiñó de rojo el pequeño manantial. El padre, horrorizado por las consecuencias de su acción, se dejó caer sobre su cuchillo, dándose muerte. Esta es la leyenda. Lo cierto es que, desde entonces, se afirma que si alguien dice una mentira sobre un asunto trascendental puede ser descubierto dándole a beber agua de la fuente, pues sentirá un amargor tan terrible en su boca que no podrá por menos que escupirla. En cambio, si dice verdad podrá disfrutar del frescor de un agua deliciosa. Así nació la leyenda de Fuente amarga.


Finalista del I Certamen de Microcuentos Vallecas Calle del Libro, 2014

EL DISCURSO DEL CANDIDATO

Juan Calderón Matador

“Ciudadanos, ciudadanas, la sombra de los árboles nace en las profundidades de un cajón, repta suelo adelante para trepar después por la pared, donde las perras lamen las úlceras del viento. La bella prende el arrebol en sus mejillas, ese rumor de escamas, que picotean las aves multiformes en el palmeral de los difuntos. La lengua es una alfombra por la que se pasea la lluvia con enaguas de melocotón y patas largas, como garzas desvaídas en las calles del barrio. La luz prístina del alba es el hilo que va hilvanando las plazas del país, desde donde nos llega el olor, incomparable, de los higaditos de pollo encebollados de la recuperación. Los leones azules predicen un futuro brillante con el único ojo que les da visión, el de cristal cansado, mientras el rastro de la arboleda regresa con parsimonia a la matriz que le dio la vida. Por todo ello deben darme su voto, depositar en mí su confianza ciega. Este es mi programa; yo soy su hombre.” ¿Quién podía resistirse a una oratoria así? El candidato, naturalmente, ganó las elecciones, aunque nadie supiese a ciencia cierta qué fue lo que les dijo en el discurso.


PRIMER TRASLADO

Leonarda Caroca Fuenzalida

Era una mañana de invierno y yo iba viajando en bus junto a mi madre. Ella temblaba, aunque la combinación de las piedras del camino y la escarcha con la vejez de los fierros del vehículo también hacían lo suyo, iba nerviosa. Yo daba diente con diente; pero de frío. Hace días que la notaba diferente, agresiva; había una fuerza pugnando por estallar en cada uno de sus movimientos y eso me hería en la piel. Otrora tan dulce, andaba ahora, rebuscando rabias por todos los rincones de la vida doméstica. Hasta que me dijo: -Chela, mañana me vas a acompañar a la ciudad. Voy a hablar con el Jefe de tu padre. Y, claro, la acompañé. Era su decisión, yo, una niña de siete años. Nerviosa. Enarbolaba su cuarto embarazo y la rogativa de salvar a la familia. Salvarla alejando a mi padre, enamorado de una profesora del lugar ¿qué mejor solución, señor? cambiarnos todos para el Sur.” Mejoraría su conducta funcionaria”, alcancé a oír, sin entender qué sería eso. Orden de traslado inmediato. Viajando en un tren con locomotora de carbón, vamos internándonos en un paisaje cada vez más verde. Vemos los silenciosos ríos preñados de troncos flotando, atentos a la sola música de su nombre, Bio-Bio, detenernos en el centro mismo de la humedad frente a un cartel que decía, Antilhue. Milenarios troncos abatidos por la sierra, el aserrín chorrea a borbotones. Éramos los únicos pasajeros en el carro de primera clase, por eso no pudimos disfrutar de la fiesta que llevaban los viajeros de tercera. Desde nuestro sitio se escuchaban las canciones y las risas, por eso, al menor descuido de mi madre, corríamos a mirar. Ellos iban con guitarra y todo, disfrutando del contenido de unos enormes canastos llenos de comida, con huevos duros por lo menos para una semana, tomando café “con malicia”(aguardiente) por el camino, festejando con personas que se encontraban por pura casualidad en el mismo tren. La locomotora atravesando un puente superaba cualquier fantasía: sonaba con todos los vagones encabritados, la bestia espantada por su propio ruido y el séquito del humo oloroso a carbón. El Sur era el progreso, se decía. O sea, llegamos al futuro: el tractor y no el arado con bueyes, profusamente ilustrado en mi libro de lectura. El camión en vez de la carreta, el orden de las hileras de árboles y la lluvia torrencial .No el desorden de la naturaleza. Pero también los majestuosos ríos y los nostálgicos lagos. Parecía otro país. Un color verde profundo pintaba los árboles, el pasto. Había un viento cordillerano “ quebrantahuesos”, y el cielo era un vidrio transparente. Una manera distinta de afrontar la vida, gente hablando de otra forma. Cantadito. Guardando para sí las palabras que se cuelan entre dientes, como si pronunciar claramente expusiera la boca, vitrificándola. O le pudiera entrar una esquirla de hielo hasta las mismas entrañas y congelarlas.


Cambió el paisaje. También el clima fuera de casa. Conocimos por primera vez a la gente rubia que nos miraba desde arriba…venían de otras tierras. El traslado hacia el sur nos había llevado a otro mundo; a nosotros, los niños, nos golpeó con la exigencia de aprender a vivir en otras latitudes y a disfrutar de la prueba. Pero ahí me di cuenta de que uno se traslada con todo su equipaje. Mis padres, igual, porque no hay olvido ni pérdida. Te vas con lo que la vida te ha puesto encima al primer paso fuera del mapa. Me faltaba descubrir que no hay regreso.


LA DECISIÓN

Helena Josefina Collazo Vilarelle

De pronto sintió que el mundo se le venía encima y caminó despacio; el corazón golpeteó aceleradamente en su garganta; ella sabía que ése no era su sitio, así que se detuvo intentando auto controlar sus latidos. Las piernas le flaquearon y tuvo miedo de caer sin poder levantarse. No había nadie a su alrededor y si caía, estaba segura de que no la encontrarían hasta que el sol despejara la intensa niebla, que desde hacía una semana se apoderaba del pueblo al caer la tarde, y sólo se marchaba cerca del mediodía siguiente. La pared sudaba de tanta humedad acumulada y la mujer se apoyó cerrando los ojos, sin poder evitar un escalofrío cuando su espalda descansó sobre los ladrillos. Percibió que el silencio podría ser cortado por un cuchillo, pero ella sentía un ruido alarmante, que su intelecto empujaba para que fuera consciente del trasiego de los líquidos vitales en su interior. En el pecho, sintió un arrastrar de cadenas intermitentes que, al rato, cambiaron de dirección y se instalaron en sus tobillos, como el agua en el fregadero de la cocina cuando se atranca y, a duras penas, se marcha con un ruido renqueante. Se preguntó si habría un trombo en sus piernas o en cualquier otro sitio de su cuerpo y confió, desesperadamente, en que su organismo fuera capaz de resolverlo por sí solo. En medio de la espesa niebla, tras la que su mano perdía los contornos si estiraba el brazo, sintió las voces de una pareja que pasaba por la acera del frente. No abrió la boca para pedir ayuda porque estaba segura de que las cuerdas vocales de su garganta no funcionarían, ocupadas como estaban en cerrarle el paso al corazón que latía a sus puertas. Suspiró despacio, porque hasta eso le costaba esfuerzo y le dolía; sin embargo, el renqueo de la sangre en sus tobillos se había calmado. Las voces se perdieron en la distancia y sus ojos empezaron a abrirse. Retiró el brazo que apoyaba en la pared, pero no cambió de posición la mano que reposaba en su cuello, sólo aflojó los dedos que la abarcaban y se percató, con júbilo, de que su corazón había dejado de querer escapar por la garganta. Respiró y ya no le dolió. Despegó la espalda de la pared y supo que ya era dueña de sus piernas, pero, al agacharse para friccionarlas, se encontró con los ojos fijos de un pequeño gato desaliñado y flaco, que la observaba sentado junto a la punta de sus zapatos. Suplicante, el animalito maulló sin dejar de mirarla. --¿Qué te pasa minino? La voz le salió clara, como si nada hubiese pasado y en ese momento, viendo que el gato temblaba, lo tomó entre sus manos brindándole esa protección que ella hubiese querido encontrar momentos antes; se enderezó y, colocándolo entre la blusa y el abrigo, junto a su corazón, decidió que lo adoptaba.


EL VIENTO

Sin sentir, sin esperar, calladamente, el verano, agosto, se agota. Algunas plantas se han secado esperando, sin duda, retoños nuevos. Agosto se agota; y tenue, suave, otra estación anuncia. Remolinos de papeles y hojas secas quedan en los rincones, sujetos por la tela que alguna araña ha tejido. Plumas, pelusas, polvo... y hasta un escarabajo hace tiempo vaciado. Todo esto contemplo en mi sillón sentado, con el corazón vacío y los anhelos llenos. Hueco y escabulléndome, busco la forma de salir, sin que el alma me atenace, de este barullo de ideas, de esta red que me entorpece, me detiene, me deshace. Quiero hacer un canto a los que esperan; quiero ser embajador de cuantos sienten que para el amor, otra estación empieza. ¡Que el dolor acumulado no entorpezca con herrumbre polvorienta la esperanza!

Salvador Díez de la Cortina Consuegra


VI Certamen Literario de ASALUMA, Alcalá de Henares modalidad de Poesía, 2014. (2º Premio)

HECHIZO

Tú, mi gitano moreno de verdes ojos de ensueño, con tu cintura de avispa y porte de gran torero… ¡Ay gitano, que me muero! Cuando se arranca la copla al son de tu taconeo, con tus rizos de azabache y tu cimbreante cuerpo… ¡Ay gitano, que me muero! Pregúntaselo a la gente, pregúntale al mundo entero si no es verdad que te amo, que por ti los vientos bebo. ¡Ay gitano, que me muero! Llévame con tu caballo por la tierra o por el cielo, tú con el traje ceñido, yo con mi falda de vuelo. ¡Ay gitano, que me muero! Y con sábana de espuma nos cubriremos los cuerpos y la arena de la playa que entierre nuestro secreto …y si me muero, ¡me muero!

Rosalía García-Calvo


CUENTOS

Justo González Soriano

CUENTO (1)

Eran los años cuarenta y pocos, que un niño le decía a su madre -Mamá, mamá ¿cuándo me harás un huevo frito? -¡No sé! No sé cuándo, mientras fregaba el suelo arrodillada, y se limpiaba las lágrimas que de sus ojos caían. Ese mismo niño, casi todas las tardes venía contento del colegio, pues por dos chavos (20 céntimos.) que asarlos costaba, recogía del horno-panadería, dos boniatos que era la merienda que repartía con sus hermanos. Y había entonces un maestro, D. Enrique Vázquez Sánchez, se llamaba, alto y flaco como un quijote, que con la tiza entre sus dedos largos… muchas cosas nos enseñaba, pero entre todas, una muy importante, aprendida sin palabras, sólo con su ejemplo: La dignidad profesional y humana. (El niño de los “moniatos”, siempre le recordará)

CUENTO (2) 15 de julio, San Enrique, santo de su maestro. Último día de clase. Reparto de notas. Oye su nombre seguido de “sobresaliente de honor con premio”, y... un libro que aún pasados ya los años, conserva: “Últimos días de Pompeya”. Corre a su casa muy contento. Su madre, entre sonrisas y lágrimas le da un beso. El padre (con la emoción dentro) sólo dijo: Umm... muy serio. ¡Ay, su padre! Y tantos otros con unos hijos tan pequeños, --¡tener que ir a una guerra!-- que ya marcados con la derrota, muchos años después, a escondidas, aún lloraban sus penas. ¡Ay, su madre! Tuvo tres hijos. Él era el de en medio, cinco años menos que el mayor y ocho más que la pequeña. En trece años, tres hijos, luchando cada día en aquellos tristes años... El trece era su número favorito y San Antonio, su Santo bendito, y... aún muy joven, con mucho sufrido – tal vez por eso – San Antonio, día 13 de junio, se la llevó.


EL OBSERVADOR DE LAS GOLONDRINAS

Leo Nistal Prieto

Después de mi llegada a esta Castilla, vieja como mis pecados, una mañana me levanté de la cama cuando los primeros rayos de sol se colaron por mi ventana. Estaba asomando el astro por el cerro donde se celebran las carreras de motocross; no había ninguna nube en el cielo por el saliente, pero la mañana era fresca. Poco más tarde, una golondrina, que viajó conmigo desde Levante, cantaba (si a sus sonidos se les puede llamar así) en la antena de televisión que está en mi terraza. Digo que viajó conmigo porque algunos días antes las había visto revolotear por aquella zona; pero allí sólo deben estar de pasada porque nunca he encontrado ningún nido en los aleros de las casas antiguas que aun se conservan en el pueblo. Ya están aquí, dije para mis adentros. Llevaba un solo día en mi casa y prácticamente me hicieron recordar una de las rimas de Bécquer. La verdad es que deben ser las mismas que cada primavera vienen a criar en mi cochera; las disfruto y las sufro todos los años pues sus excrementos manchan mi automóvil. Una golondrina llega primero y espera que llegue la otra, después las dos entran en la cochera para permanecer un momento dentro. A los pocos días llegan con tierra húmeda y empiezan a fabricar el nido. Cada mañana, cuando salgo al patio, sigue cantando la pareja. Pasado un tiempo se cayó encima de la funda de mi coche parte del nido, y una golondrina no volvió más. La otra la llamaba desde la atalaya de la antena pero no llegó; el nido quedó paralizado y yo, triste. Días más tarde entraron tres o cuatro pájaros juntos, y cierta mañana volví a escuchar la música de su canto y sentí su vuelo por encima de mi cabeza. Esta mañana, cuando saqué mi coche, he visto cómo una estaba echada y ni siquiera se movió cuando arranqué para irme. Yo también espero un milagro de la primavera. Tengo el privilegio de vivir en una casita de planta baja, con un hermoso emparrado, muchísimas flores en macetas y varios rosales. Yo en esas horas de sol, leo y escribo en mi patio, desde donde observo las golondrinas y dejo pasar las horas.


CONTIGO O SIN TI

Edith Rosa Aguirre

Ya no estás a mi lado, pero cuando la brisa se levanta y roza mis labios: es tu respiración, el suave vaho de tu aliento que me cubre como antes, en nuestros apasionados momentos de amor. Cuando cae la lluvia, son tus lágrimas que cubrieron mi rostro, aquel inolvidable día cuando dijiste: “Sí, no hay dudas, ha llegado el momento de la cruel realidad”, mientras estrujabas entre tus manos el resultado de tu análisis…. En cada anochecer, escucho tus palabras: !!Mi muñeca, tengo que dejarte, nunca digas que he muerto, sólo di que he partido, no quiero que estés añorándome, no eres mujer para estar en soledad!! Puedo decir que a pesar del tiempo transcurrido y todo lo que vivimos, aún me siento abrazada por tanto amor que nos brindamos: ¡¡¡Doy gracias por haberte encontrado y pertenecido!!! Sigo por la vida viajando gracias a ti, y es lo que tú siempre deseabas que hiciera, ¡¡Contigo o sin Ti!!


LA TRENZA

Encarnita Rubio Alonso

El mar frente a mí, tranquilo y azul, es el crepúsculo y la luna en toda su plenitud… ¡hermosa¡ –invita a soñar, pensar, recordar… me quedo abstraída en mis pensamientos, un tiempo pasado de niñez, juventud, casi viendo la proyección de una película; la luna riela con intensidad en las aguas de Guardamar, hoy está tranquila, acaricia suavemente la arena de la playa. Ese murmullo de las olas es la banda sonora de la película. Una niña con trenzas ¡yo¡ que no me gustaba demasiado llevarlas, pero era la forma de ir peinada todo el día, protestaba pero mi abuela decía que para que una mujer no se sintiera nunca triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el pelo, de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar al resto del cuerpo; había que tener cuidado que la tristeza no se metiera en los ojos, pues los hacía llover, tampoco dejarla entrar en nuestros labios porque los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta en tus manos –decía– porque puedes quemar las tostadas y derramar el café con leche. Y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo. Cuando te sientas triste, niña mía, trénzate el cabello, atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento sople fuerte. Mi abuela tenía una trenza muy… muy larga pero fina que con mucha gracia recogía en un moño en su nuca; quizá por eso nunca estaba triste ni enfadada. ¡Oh, mi abuela Dolores¡… su sabiduría, era maravilloso tener una abuela así . Decía que nuestro cabello era una red capaz de atraparlo todo, fuerte como las raíces de los álamos de nuestra finca y suave como la espuma del jabón “Heno de Pravia” con que nos lavamos. ¡Que no te agarre desprevenida la melancolía, niña¡ no la dejes meterse en ti con el cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo. “Trenza tu tristeza –decía siempre–, trenza tu tristeza “. Pasaba el tiempo, seguía con mis cabellos trenzados, ya era una jovencita, me corté flequillo y decidí cambiar el peinado, en vez de dos solo una trenza que peinaba al lado o detrás, según la ocasión; otras veces lo recogía en una cola de caballo, pero lo tenía tan largo que era Isabel (la muchacha) quien se ocupaba de ayudarme a peinarlo, hacerlo sola no era posible, ella lo trenzaba con esmero y al final me ponía un lazo para que no se deshiciera; no debía entrar la tristeza, como decía mi abuela. Casi tenía dieciocho años, ya llevaba taconcitos de “pollita”, así se llamaban, medias, carmín en los labios, me veía ya mayor para llevar ese peinado y decidí que me cortaran la hermosa trenza, para disgusto de más de uno; con ella se fue mi niñez y mi adolescencia. ¿Qué diría mi abuela?... Quizá que trenzara mi tristeza, aunque ya no tuviese la trenza, pero la conservé varios años, después no sé que fue de ella. ¿Acaso me libraba del frío del amor en el corazón, en los huesos, de la nostalgia por las ausencias… y de tantas y tantas cosas?.


Pero mañana me despertaré con cantos de golondrinas… el murmullo de las olas y encontraré todas estas cosas, pálidas y desvanecidas al lado de mis cabellos… Acabó la proyección con la banda sonora del mar.


UN INSTANTE DE SOLEDAD

María Dolores Tobarra Pérez

Al salir, me sorprendió una ráfaga de aire frío. Rápidamente, volví sobre mis pasos, preparándome para afrontar mejor el cambio tan inesperado de temperatura. Bien parapetada tras la bufanda y el chaquetón, volví a salir dispuesta a hacer tiempo, hasta la hora de coger el próximo tren de cercanías, que me llevaría de vuelta a casa. De nuevo en la calle, me di cuenta de que casi todos mis compañeros del taller de “Escritura creativa” ya se habían marchado. A pesar del frío, a esa hora del atardecer el centro de la ciudad estaba muy concurrido y empecé a fijarme en los transeúntes. Me llamó la atención, que casi todo eran parejas y esto hizo, que por unos momentos, sintiera la tan comentada “soledad en medio de la gente”. Se les veía felices, cogidos del brazo, por los hombros, de la mano…Estas últimas eran las que más envidia me daban, despertando en mí la añoranza de un tiempo algo lejano, antes de que el destino me arrebatara súbitamente a mi pareja. Los recuerdos eran tan vivos, que pude sentir mi mano, entonces fría y solitaria, calentita entre las suyas. El dolor en aquel momento, fue tan intenso, que necesité desesperadamente el consuelo de alguien que hiciera realidad mi sueño. En esto, un señor andando rápido, me adelantó. En una mano llevaba un maletín mientras balanceaba la otra arriba y abajo. Esa mano, solitaria como la mía, llamó rápidamente mi atención. Me quedé mirándola y, viendo el hueco que se formaba con los dedos un poco doblados, sentí la necesidad, cada vez más imperiosa, de introducir mi mano en él, en ese refugio que imaginaba calentito y acogedor. Seguí andando detrás, sin apartar la vista de ese movimiento arriba y abajo, que, como si de un péndulo se tratara, me tenía casi hipnotizada. De pronto pensé qué pasaría si le abordara y le preguntase- Por favor, señor,¿ sería usted tan amable de prestarme su mano por un ratito? Figurándome su reacción al volverse y mirarme:¡ Ay va, una loca!, el hechizo se rompió y empecé a reir. Con temor de ser descubierta, me di la vuelta, teniendo entonces el aire de cara, que lejos de molestarme, lo sentí en el rostro como una caricia. Esto me llevó a recuerdos más recientes, cuando a pesar del frío, tras los cristales de mi ventana, con envidia, veía pasar a la gente. A mi, entonces, me habría gustado sentir ese aire helado en el rostro, pero a causa del tratamiento de quimioterapia, no podía permitirme el lujo de coger un simple resfriado. Todo aquello había quedado atrás, y, a pesar del frío, allí estaba yo, sintiéndome, ¡viva! El momento de soledad había desaparecido. Pensé en mi familia, mis amigos… No, no estaba sola. Paré en un semáforo. Al otro lado de la calle, vi los grandes almacenes en cuya librería, pensé que estaría esperándome el libro, que, sin duda, me haría pasar horas maravillosas. Y, cuando el semáforo se tornó verde, feliz, crucé la calle.


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Contraportada.

La Tertulia Literaria de Guardamar nació bajo el signo de Leo, a partir de unos carteles pegados por el pueblo, en los que Juan Calderón y Javier Bueno, directores, en Madrid, de Plataforma Cultural Raíces de Papel, invitaban a las personas con interés por escribir, residentes en Guardamar del Segura, a formar parte de su tertulia literaria, desde la que poder compartir textos y amistad. El primer encuentro tuvo lugar en el Hotel Edén Mar el día 20 de agosto de 2013. Aquel día se puso en marcha el engranaje tertuliano, al que se fueron uniendo poco a poco varias personas; y comenzamos a reunirnos en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública todos los jueves. Desde entonces, trabajamos en equipo, compartiendo textos y disfrutando del placer de la creación literaria. Algunos de los contertulios están dando sus primeros pasos como autores, otros arrastran una larga trayectoria, no faltan los que han obtenido premios en certámenes de poesía o narrativa durante los doce últimos meses, Helena Josefina ha publicado un libro de relatos, y Bianca prepara la edición de su primera novela (no parece mal balance para el poco tiempo transcurrido desde que echamos a andar). Un año después, con el grupo ya consolidado, ponemos ante ustedes esta primera publicación colectiva, en la que, tímidamente y con humildad, queremos mostrarles algunas de las obras en las que hemos trabajado en nuestras reuniones. Somos conscientes de que es mucho lo que nos queda por aprender, y que es un atrevimiento mostrar tan pronto nuestras creaciones, pero la ilusión nos ha hecho saltar muros que parecían infranqueables. Aun a sabiendas de que los resultados son desiguales, aquí tienen nuestro “De seis a ocho”, que es el tiempo que dedicamos a nuestros encuentros semanales. Nos sometemos a sus críticas constructivas pues, sin duda, de ellas aprenderemos y nos harán crecer literariamente.


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