Armas y Letras

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€ 64 Felipe en 1946. Confesión de un poeta que afirma que

VOTO POR LA UNIVERSIDAD DEL NORTE

“todo es biografía y poesía en el mundo”. / 32 Poemas / Lucía Estrada / 35

Con motivo del 75 aniversario de la Universidad Autónoma de Nuevo León, armas y letras presenta un par de reflexiones acerca de la universidad en América Latina; destaca el “Voto por la Universidad del Norte”, de Alfonso Reyes, texto fundacional de nuestra Máxima Casa de Estudios / 22

Sólo resuena el eco / Anne-HÉlÈne Suárez y RamOn Dachs / 42

4 juejus de la dinastía tang / 45 Turandot en tinta china / Luis Armenta Malpica / 49

◊ anatomía de la crítica

Poemas / Augusto Rodríguez / 4

Lecturas cruzadas: la crítica literaria mexicana reciente (Esbozo para una reflexión) / Víctor Barrera

Introducción / Víctor Barrera Enderle / 11

Enderle / 57

Discurso de instalación de la Universidad de Chile /

◊ andar a la redonda

andrés bello / 14

Un saludo del joven Octavio Paz: texto de la Guerra Civil / Gerardo Maldonado / En su primer viaje a España, Paz escribió una carta titulada “A la juventud española”, publicada en el periódico El mono azul, en donde expresa su simpatía por los jóvenes intelectuales que rechazaron el fascismo en este país ibérico durante la Guerra Civil. La presentamos aquí. / 28

al amparo de una musa: el reinado de clío en la universidad Desde su fundación, la UANL ha sido un espacio vital para la generación de conocimiento histórico. Edmundo Derbez García refiere el desarrollo de esta tradición humanística en la Universidad / 62

Carta a la juventud española / Octavio Paz / 30 Quién soy yo / De los anales de armas y letras se rescata este extracto de una conferencia dictada por León

◊ toboso Biblioclips: Novela celular Rodrigo Fresán / 71

A la letra: Biblioteca personal I/IV Bárbara Jacobs / 73

Letras al margen: El poder, ¿obsesión o pasión? Eduardo Antonio Parra / 77

rinconada (detalle) / dibujo sobre tela / 80 x 150 cm


índice ◊ de artes y espejismos

CONSEJO EDITORIAL

en portada:

Carmen Alardín, José Emilio Amores, Carlos Arredondo, Miguel Covarrubias, Margarito Cuéllar, Roberto Escamilla, Jorge García Murillo, José María Infante, Humberto Martínez, Alfonso Rangel Guerra y Humberto Salazar

Monumentos y retratos de Saskia Juárez o recuento de un medio siglo de pintura / Miguel Covarrubias / 80

DIRECTORIO Rector: José Antonio González Treviño

cuando se escribe con pinceladas

Secretario General: Jesús Áncer Rodríguez

Secretario de Extensión y Cultura: Rogelio Villarreal Elizondo

El periodista José Garza entrevista al artista barcelonés Antoni Tàpies acerca de su incursión en la tradición editorial de libros de artista o de bibliófilo en colaboración con importantes escritores / 85

Director de Publicaciones: Celso José Garza Acuña

Director Editorial: Víctor Barrera Enderle vicbarrera@hotmail.com

Editora: Jessica Nieto editora_armasyletras@yahoo.com

Director de Arte: Francisco Larios Osuna

Creatividad y Diseño: Elena Herrera Martínez disenadora.armasyletras@gmail.com

◊ miscelánea

Dirección de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Nuevo León Biblioteca Magna Universitaria “Raúl Rangel Frías”

“Llevo al Distrito Federal en la espalda como el caparazón de un armadillo”. / Guillermo Fadanelli responde a las preguntas de Inga Opitz sobre su estancia en Alemania y de cómo percibe las diferencias entre Berlín y la ciudad de México. / 90

retrato de emilio (espejeada) / dibujo sobre papel / 42 x 48 cm Av. Alfonso Reyes 4000 Col. del Norte, Monterrey, Nuevo León, C.P. 64440 Teléfonos: 83 29 41 11 y 83 29 40 95. Publicación trimestral hecha en Serna Impresos, S. A. de C. V., Vallarta 345 sur, Mty., N.L. Número de reserva 042001-103109500000-102. Certificado de licitud de título núm. 14048 y certificado de licitud de contenido núm. 11621. € no responde por originales y colaboraciones no solicitados. Todos los artículos son resposabilidad del autor. Direcciones electrónicas: armasyletras@seyc.uanl.mx publicaciones@seyc.uanl.mx

Poesía y autotraducción. Entrevista a Juan Manuel Roca / Iván Trejo / 95

◊ caballería Alfonso Reyes y Mariano Picón-Salas: vidas paralelas del humanismo errante en América / Adolfo Castañón / 100

Alfonso Reyes: lectura y relecturas del Quijote / Alfonso Rangel Guerra / 102

Hijos de Joaquín / Antonio Ramos / 105 El humor para salvarnos / José Enrique Saucedo Tovar / 106

arroyo (en grises) / óleo sobre tela / 140 x 100 cm


Poesía

Poemas (de El beso de los dementes) augusto rodríguez

I En el inicio éramos mi padre y yo, tomados de la mano, en la infancia de nuestro apellido, en la prehistoria de nuestros abrazos y besos, de los viajes a la noche inventada o a la ciudad del alcohol y del tabaco. Nada sacamos en limpio si el mundo no se despedazó con nuestros rezos familiares. Si nosotros no fuimos el mundo, si la tierra que hierve en nuestras venas no expulsó el infierno que llevamos dentro. Mi padre era un hombre de piel silenciosa que llevaba en el corazón la ira, el odio y la condena del tiempo; hombre de sal, de sueños verdes, destinado a padecer debajo de la tormenta de hielo que incendió sus manos; manos que acariciaron mis párpados gastados, que alguna vez miraron cómo el horizonte fue un imperio que se destruyó con el fuego de la selva. Mi padre atravesó la orilla de los muertos para alcanzarme, para alcanzar a sus muertos y decirles que es el hijo de la rabia, de la furia, de los ángeles violados, el hijo que se fugó de su propio entierro para reinventar los sollozos de las mujeres que tanto amó. Mi padre es la copa rota donde yo bebo sus vicios. Soy su vicio más profundo, su herencia vengativa, la carne miserable que no teme dividir el aire para conquistar lo que desea. Soy su herencia enferma, que asesinará sin piedad a sus verdugos. Su herencia enloquecida, que revivirá cadáveres y bestias, con tal de que su herida expulse el veneno. Mi padre es una habitación abierta de par en par, donde


LA CASA DE SAN JOAQUÍN / dibujo sobre TELA / 100 x 120 cm

Poesía

yo entro sin zapatos y sin medias, dispuesto a corregir mis errores. Ahí dentro sé que soy bienvenido, pero tengo que guardar silencio, para que su palabra, que es silencio y gozo, me atraviese el tímpano, el cerebelo, y cruce mi espina dorsal hasta crucificarse en mi aorta. Tengo que aprender a defenderme de sus espejos y dioses furiosos: como tigres se me lanzan al círculo e impulsan a pelear con mis manos heridas. Sólo acepto con honor su invitación y nos debatimos sangre a sangre.


Poesía

XI Mi padre murió en invierno. Falleció con miedo a cerrar los párpados, con los anillos del tiempo en los dedos púrpuras, los ojos heridos de sangre amarilla, los dientes ennegrecidos por el sol tenebroso y las corrientes del aire de serpiente. Cuando alguien muere al fin deja su jaula, para convertirse en la presa de los rostros sucesivos de la piedra original, en los colores de las fuentes de agua, en las monedas arrojadas por los veteranos; deja fluir su alma como el poema perfecto y se va, lejos, muy lejos, a buscar eso que alguien pierde en los riachuelos de los días, la suerte arrojada en los casinos o en las cartas. Lo que sea más que morir en la ola, en la espuma o en los dientes de ese mar que nos reclama desde el paraíso inventado por las palabras dogmáticas, que nunca significan nada más que ver cómo decapitan a los hombres en una cruz arrojada al abismo de las campanas.


Poesía

XV Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el cáncer que mató a mi padre. Yo soy el


Poesía

XVI Tengo destruidas las sienes; en mi piel florecen huellas que son pequeños virus, que me derriten a lo largo de la epidermis. Tengo la memoria despedazada y me siguen enloqueciendo aquellas madres, hijas, abuelas, tías en las venas*. Mi aorta se resquebraja, el corazón es un barco sin vergüenza: no teme hundirse en las profundas sombras de mis arterias. Soy un fantasma que vuela en los rincones de mi infancia escasa. Veo en la otra orilla mi cuerpo desangrado Y mi muerte. Creo que es hora de cruzar el umbral de las cosas y dejar que mis párpados descubran, por primera vez, las vocales de la ceniza.

Antonio Gamoneda, Arden las pérdidas.

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Poesía

XVII La tierra entera es una apariencia banal ante tus ojos, padre mío. Mírame con tu amor y tu desprecio mayores. Merezco morir por tu despecho y por tu cruel enfermedad. Merezco ser la enfermedad que te está matando y morir en tu honor y en tu regazo. Eres la sombra y el cuchillo que se enterrará en mi corazón. Mátame, padre, de una vez. Mátame. Yo soy el cordero de tus pesadillas.


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víctor barrera enderle

Hoy presentamos dos breves e históricas reflexiones sobre la universidad en América Latina. Textos fundacionales que no sólo proyectan sino sustentan (o deberían sustentar) el quehacer universitario en nuestras regiones. “El discurso de instalación de la Universidad de Chile” (1843), de Andrés Bello y el “Voto por la Universidad del Norte” (1933), de Alfonso Reyes. Ambos discursos celebran y cuestionan la función pública de la universidad, en un esfuerzo por convertirla en mediadora entre los proyectos modernizadores de los gobiernos

LA MAESTRA (EDITADA) / TINTA CHINA / 32 x 24 cm

Intro ducción nacionales y las exigencias de las realidades locales. Esto los convierte en reflexiones críticas, en diálogos en torno a un debate de mayor profundidad: la función de la educación pública en nuestras sociedades. Son proyecciones de un deseo; son también demandas para cambiar el estado de las cosas. Educar, sí, pero de manera integral: formar sujetos autónomos, críticos, estéticos, capaces de reflexionar y actuar. El debate, como vemos, es antiguo; sin embargo, no ha perdido vigencia: muchas de las demandas no se han cumplido.

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a universidad pública aparece en América Latina como consecuencia (como proyección) del ideario liberal ilustrado. Es el primer proyecto a largo plazo de las naciones emancipadas; la mayor esperanza del poder liberador de la ilustración. Su puesta en práctica, sin embargo, se dificultó sobremanera durante los primeros años de formación republicana. Las crisis internas, las luchas de poder, los golpes militares y la inercia de los intereses conservadores, fueron obstáculos difíciles de sortear. Tras las victorias de Junín y Ayacucho (1824), se abre un periodo de desencanto: los sueños bolivarianos se rompen ante las fragmentaciones nacionales. Serán años de desesperanza, aunque la apuesta por la educación como principal vía de cambio seguirá con fuerza. En México, por ejemplo, el gobierno liberal de Valentín Gómez Farías clausura la vieja y escolástica Universidad de México (1833) para abrir en su lugar una serie de institutos científicos laicos. Sin embargo, no será sino hasta la apertura de la Universidad de Chile (en 1843) cuando se inicia la modernización educativa en nuestra región. La creación de la Universidad de Chile, decretada por ley el 19 de noviembre de 1842, marca un hito en los procesos modernizadores de la primera mitad del siglo XIX hispanoamericano, y lo hace porque lejos de cumplir solamente con el papel de ser un órgano más del Estado-nación, se proyecta como un espacio para la concreción de una identificación cultural hispanoamericana. En el campo intelectual, su fundación representa la oportunidad de especializar la crítica literaria, de crear una crítica académica, inexistente hasta entonces. Poder producir un conocimiento nuevo, nuestro, era ya un paso más en la consolidación de la institucionalización del saber. Como sabemos, Andrés Bello fue designado su primer rector y a él correspondió la labor de pronunciar el “Discurso de instalación de la Universidad de Chile” el 17 de septiembre de 1843, en la víspera de la celebración del aniversario de la Independencia de Chile. José Victorino Lastarria, en sus Recuerdos Literarios, escritos más de treinta años después, describe aquel acto de manera elocuente: “La instalación se hizo por el presidente de la República, acompañado de

sus ministros, de sus comisiones de ambas Cámaras legislativas, de los tribunales y demás corporaciones civiles y militares...” Y más adelante confirmaba que: “El discurso del señor Bello se aguardaba con sumo interés...” El crítico venezolano asume las responsabilidades del rector (responsabilidades que ya había hecho suyas desde los años londinenses), y se apronta a describir los deberes de la Universidad como institución social. Señalar esos deberes era no sólo necesario, sino entendible. Es cierto, la apertura de un espacio como la universidad es un logro personal de Bello, pero también un riesgo y, ante los ojos inquisitivos de las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, Bello tiene que garantizar el respeto de la nueva institución a los órdenes establecidos (varios de los cuales ven con mucho recelo la instalación de una universidad). Pero igualmente debe asegurarse de que ese nuevo espacio posea su propia autonomía. Su fórmula es precisa: libertad dentro de la moral (desde luego, incluye aquí la religión) y la política establecidas. Sin embargo, esa libertad, en apariencia restringida, opera en el orden intelectual. Es una especie de delimitación de poderes: la Universidad acepta su subordinación política y moral a cambio de la libertad de reflexión; esto parece una contradicción: no lo es. Es una negociación. Bello sabe que es imposible salirse de los límites de las instituciones públicas, sin embargo trabaja dentro de esas fronteras, pero lo hace desde una perspectiva diferente. La Universidad no será un apéndice del Estado, será su complemento: he aquí su carácter moderno. Y su principal aporte lo constituirá el desarrollo de la cultura intelectual. A diferencia de la universidad colonial (soporte y legitimación del discurso ortodoxo monárquico-religioso), la nueva institución será productora (y no sólo reproductora) de un conocimiento positivo y público. Y en este punto es donde principia la parte más peligrosa de su discurso. El nuevo rector debe probar los beneficios de la instrucción especializada: “se me permitirá —nos dice— que añada [...] algunas ideas generales sobre la influencia moral y política de las ciencias y de las letras, sobre el ministerio de los cuerpos literarios y sobre los trabajos especiales a que me parecen destinadas nuestras facultades universitarias en el estado presente de la nación chilena.” El progreso y el desarrollo poseen, desde esta perspectiva moderna, una certeza: “todas las verdades 12


Si la universidad moderna ya se ha instalado en las capitales latinoamericanas, corresponde ahora extender ese foco de ilustración al resto de las regiones. sería una manera de democratizar la cultura nacional, o mejor dicho: de hacerla realmente nacional (donde se represente realmente la heterogeneidad del país y se evite caer en chovinismos inútiles). Sin duda, la reforma educativa vasconcelista está detrás de esta confianza, pero también la crítica humanista de José Enrique Rodó. Reyes confía en el poder de acción y reflexión de las personas (no por nada ve al regiomontano como un modelo de ciudadanía): la universidad debe potenciar esa capacidad a través de la formación humanística. Crear sujetos críticos y autónomos que enriquezcan y a la vez cuestionen el desarrollo material y cultural de la región para concretar los ideales democráticos que alimentaron la revolución. Con la universidad se garantizaría, en la lectura de Reyes, la superación del estado militarizante que reinaba en el país tras la derrota electoral de José Vasconcelos en 1929. Poco a poco, los futuros universitarios harían de la vida pública un asunto civil y ético. El “Voto por la Universidad del Norte” también devela un anhelo personal: completar la “función civilizadora” que cuarenta años antes había iniciado su padre, el general Bernardo Reyes. El largo gobierno reyista cimentó la modernidad material de la región; la universidad ahora crearía las bases para el desarrollo intelectual, para la modernidad cultural. Sería un proceso armónico (añorado desde los esfuerzos universitarios de Bello) que contribuiría a la prosperidad y felicidad de la región. Pero sobretodo que evitaría que la región se transformara sólo en una zona de producción, sin identidad ni pensamiento propio. Y al mismo tiempo, el impulso energético (esa ética del trabajo) de la región ayudaría a concretar un viejo anhelo: la profesionalización de la vida intelectual y artística. He aquí los anhelos y proyectos de estos dos escritos: recordarlos hoy no es un acto de nostalgia, sino el recordatorio de una empresa pendiente. Mucho se ha avanzado desde entonces, pero mucho queda por concretar. La labor formativa y crítica de la universidad no termina nunca ◊

se tocan”, el conocimiento especializado, por tanto, no puede más que ser útil a la evolución progresiva del estado chileno. “¿A qué se debe este progreso de civilización, esta ansia de mejoras sociales, esta sed de libertad?” Se pregunta el rector para luego añadir: “¿Quién prendió en la Europa esclavizada las primeras centellas de libertad civil?” (La respuesta es sencilla: el desarrollo de la cultura intelectual. La comparación es, en este punto, inevitable. La civilización equivale al cultivo de las letras (a su estudio y propagación): así lo había anunciado desde su ensayo sobre La Araucana un par de años antes. Quien no la posee está afuera del proceso histórico: la república de las letras confirma a la república política. Es necesario, entonces, comparar el desarrollo del estado chileno con las “naciones bárbaras”. Debo aclarar, sin embargo, que para Bello la barbarie es más un estadio ágrafo, que una determinación racial. En sí, el proyecto universitario responde a la urgencia de hacer operativa y sistemática la búsqueda y el deseo de elaborar y consolidar un pensamiento propio, el cual debe manifestarse a través del cultivo de la ciencia y las letras. Lo mismo acontece, casi cien años después, con el texto de Reyes, sólo que el enfoque es “hacia el interior”. En cierto sentido, el “Voto…” es un complemento del texto de Bello. Si la universidad moderna ya se ha instalado en las capitales latinoamericanas, corresponde ahora extender ese foco de ilustración al resto de las regiones. Reyes articula esa tradición crítica que va de Sarmiento y Bello a Martí (la cercanía de su propuesta con el ensayo “Nuestra América” del cubano, es notable) y la convierte en una confirmación de nuestra identidad cultural. La Universidad del Norte nacerá no sólo para reproducir el conocimiento universal, sino para difundir la cultura de la región. Es una función dual: conocer y hacerse conocer. En este punto, su propia experiencia anima el texto: él tuvo que dejar su ciudad para completar sus estudios superiores, debió seguir el ritual de formación intelectual: viajar al centro, padecer el centralismo anacrónico. La apertura de la Universidad del Norte 13


Discurso de instalación de la

Universidad de Chile o sabéis, señores: todas las verdades se tocan, desde las que formulan el rumbo de los mundos en el piélago del espacio; desde las que determinan las agendas maravillosas de que dependen el movimiento y la vida en el universo de la materia; desde las que resumen la estructura del animal, de la planta, de la masa inorgánica que pisamos; desde las que revelan los fenómenos íntimos del alma en el teatro misterioso de la conciencia, hasta las que expresan las acciones y reacciones de las fuerzas políticas; hasta las que sientan las bases inconmovibles de la moral; hasta las que determinan las condiciones precisas para el desenvolvimiento de los gérmenes industriales; hasta las que dirigen y fecundan las artes. Los adelantamientos en todas las líneas se llaman unos a otros, se eslabonan, se empujan. Y cuando digo los adelantamientos en todas las líneas comprendo sin duda los más importantes a la dicha del género humano, los adelantamientos en el orden moral y político. ¿A qué se debe este progreso de civilización, esta ansia de mejoras sociales, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, comparemos a Europa y a nuestra afortunada América, con los sombríos imperios de Asia, en que el despotismo hace pesar su cerro de hierro sobre cuellos encorvados de antemano por la ignorancia, o con las hordas africanas, en que el hombre, apenas superior a los brutos es, como ellos, un artículo de tráfico para sus propios hermanos.

N. de la E. El discurso de Andrés Bello inicia, originalmente, con un extenso párrafo donde agradece al Consejo de la Universidad el haberle conferido la responsabilidad de pronunciar las palabras inaugurales. Se ha decidido suprimirlo en esta edición para entrar directo al tema del discurso: la función de la universidad moderna. *

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la merced (dúotono) / sepia sobre papel / 15 x 20 cm

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Andrés Bello


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¿Quién prendió en la Europa esclavizada las primeras centellas de libertad civil? ¿No fueron las letras? ¿No fue la herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada, después de una larga época de oscuridad, por el espíritu humano? Allí, allí tuvo principio este vasto movimiento político, que ha restituido sus títulos de ingenuidad a tantas razas esclavas; este movimiento, que se propaga en todos sentidos, acelerado continuamente por la prensa y por las letras; cuyas ondulaciones, aquí rápidas, allá lentas, en todas partes necesarias, fatales, allanaran por fin cuantas barreras se les opongan, y cubrirán la superficie del globo. Todas las verdades se tocan; y yo extiendo esta aserción al dogma religioso, a la verdad teológica. Calumnian, no sé si diga a la religión o a las letras, los que imaginan que pueda haber una antipatía secreta entre aquélla y éstas. Yo creo, por el contrario, que existe, que no puede menos que existir, una alianza estrecha entre la revelación positiva y esa otra revelación universal que habla a todos los hombres en el libro de la naturaleza. Si encendimientos extraviados han abusado de sus conocimientos para impugnar el dogma, ¿qué prueba esto, sino la condición de las cosas humanas? Si la razón humana es débil, si tropieza y cae, tanto más necesario es suministrarle alimentos sustanciosos y apoyos sólidos. Porque extinguir esta curiosidad, esta noble osadía del entendimiento, que le hace arrostrar los arcanos de la naturaleza, los enigmas del porvenir, no es posible, sin hacerlo al mismo tiempo, incapaz de todo lo grande, insensible a todo lo que es bello, generoso, sublime, santo; sin emponzoñar las fuentes de la moral; sin afear y envilecer la religión misma. He dicho que todas las verdades se tocan, y aún no creo haber dicho bastante. Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen. Las ciencias y las letras, fuera de ese valor social, fuera de esta importancia que podemos llamar instrumental, fuera del barniz de amenidad y elegancia que dan a las sociedades humanas, y que debemos contar también entre sus beneficios, tienen un mérito suyo, intrínseco, en cuanto aumentan los placeres y goces del individuo que las cultiva y las ama; placeres exquisitos, a que no llega el delirio de los sentidos; goces puros, en que el alma no se dice a sí misma: “[…] medio de fonte leporum / surgit amari aliquit, quod in ipsis floribus angat” (Lucrecio)1.

Las ciencias y la literatura llevan en sí la recompensa de los trabajos y vigilias que se les consagran. No hablo de la gloria que ilustra las grandes conquistas científicas; no hablo de la aureola de inmortalidad que corona las obras del genio. A pocos es permitido esperarlas. Hablo de los placeres más o menos elevados, más o menos intensos, que son comunes a todos los rangos en la república de las letras. Para el entendimiento, como para las otras facultades humanas, la actividad es en sí misma un placer; placer que, como dice un filósofo escocés, sacude de nosotros aquella inercia a que de otro modo nos entregaríamos en daño nuestro y de la sociedad. Cada senda que abren las ciencias al entendimiento cultivado, le muestra perspectivas encantadas; cada nueva faz que se le descubre en el tipo ideal de la belleza, hace estremecer deliciosamente el corazón humano, criado para admirarla y sentirla. El entendimiento cultivado oye en el retiro de la meditación las mil voces del coro de la naturaleza: mil visiones peregrinas revuelan en torno a la lámpara solitaria que alumbra sus vigilias. Para él solo se atavía la creación de toda su magnificencia, de todas sus galas. Pero las letras y las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación, elevan el carácter moral. Ellas debilitan el poderío de las seducciones sensuales; ellas desarman de la mayor parte de sus terrores a las vicisitudes de la fortuna. Ellas son (después de la humilde y contenta resignación del alma religiosa) el mejor preparativo para la hora de la desgracia. Ellas llevan el consuelo al lecho del enfermo, al asilo del proscrito, al calabozo, al cadalso. Sócrates, en vísperas de beber la cicuta, ilumina su cárcel con las más sublimes especulaciones que nos ha dejado la antigüedad gentílica sobre el porvenir de los destinos humanos. Dante compone en el destierro su Divina Comedia. Lavoisier pide a sus verdugos un plazo breve para terminar una investigación importante. Chenier, aguardando por instantes la muerte, escribe sus últimos versos, que deja incompletos para marchar al patíbulo: “Comme un dernier rayon, comme un dernier zéphire / anime la fin d’un beau jour, / au pied de l’echafaud j’essaye encor ma lyre”2.

[…] de en medio de la fuente del deleite / un no sé qué de amargo se levanta, que entre el halago de las flores punza. 1

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Tales son las recompensas de las letras; tales son sus consuelos. Yo mismo, aun siguiendo de tan lejos a sus favorecidos adoradores, he podido participar de sus beneficios, y saborearme con sus goces. Adornaron de celajes alegres la mañana de mi vida, y conservan todavía algunos matices en el alma, como la flor que hermosea las ruinas. Ellas han hecho aún más por mí; me alimentaron en mi larga peregrinación, y encaminaron mis pasos a este suelo de libertad y de paz, a esta patria adoptiva, que me ha dispensado una hospitalidad tan benévola. Hay otro punto de vista, en que tal vez lidiaremos con preocupaciones especiosas. Las universidades, las corporaciones literarias, ¿son un instrumento a propósito para la propagación de las luces? Mas apenas concibo que pueda hacerse esa pregunta a una edad que es por excelencia la edad de la asociación y la representación; en una edad en que pululan por todas partes las sociedades de agricultura, de comercio, de industria, de beneficencia; en la edad de los gobiernos representativos. Europa y los Estados Unidos de América, nuestro modelo bajo tantos respectos, responderán a ella. Si la propagación del saber es una de sus condiciones más importantes, porque sin ellas las letras no harían más que ofrecer unos pocos puntos luminosos en medio de densas tinieblas, las corporaciones a que se debe principalmente la rapidez de las comunicaciones literarias hacen beneficios esenciales a la ilustración y a la humanidad. No bien brota en el pensamiento de un individuo una verdad nueva, cuando se apodera de ella toda la república de las letras. Los sabios de Alemania, de Francia, de los Estados Unidos, aprecian su valor, sus consecuencias, sus aplicaciones. En esta propagación del saber, las academias, las universidades, forman otros tantos depósitos, a donde tienden constantemente a acumularse todas las adquisiciones científicas; y de estos centros es de donde se derraman más fácilmente por las diferentes clases de la sociedad. La Universidad de Chile ha sido establecida con este objeto especial. Ella, si corresponde a las miras de la ley que le ha dado su nueva forma, si corresponde a los deseos de nuestro gobierno, será un cuerpo eminentemente expansivo y propagador.

Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción científica se debe de preferencia a la enseñanza primaria. Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y científica. En ninguna parte ha podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases laboriosas, la gran mayoría del género humano, sino donde han florecido de antemano las ciencias y las letras. No digo yo que el cultivo de las letras y de las ciencias traiga en pos de sí, como una consecuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental; aunque es incontestable que las ciencias y las letras tienen una tendencia natural a difundirse, cuando causas artificiales no las contrarían. Lo que digo es que el primero es una condición indispensable de la segunda; que donde no exista aquél, es imposible que la otra, cualesquiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifique bajo la forma conveniente. La difusión de los conocimientos supone uno o más hogares, de donde salga y se reparta la luz; que, extendiéndose progresivamente sobre los espacios intermedios, penetre al fin las capas extremas. La generalización de la enseñanza requiere gran número de maestros competentemente instruidos; y las aptitudes de estos sus últimos distribuidores son, ellas mismas, emanaciones más o menos distantes de los grandes depósitos científicos y literarios. Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura intelectual muy adelantada. La instrucción literaria y científica es la fuente de donde la instrucción elemental se nutre y se vivifica; a la manera que en una sociedad bien organizada la riqueza de la clase más favorecida de la fortuna es el manantial de donde se deriva la subsistencia de las clases trabajadoras, el bienestar del pueblo. Pero la ley, al plantear de nuevo la universidad, no ha querido fiarse solamente de esa tendencia natural de la ilustración a difundirse, y a que la imprenta da en nuestros días una fuerza y una movilidad no conocidas antes; ella ha unido íntimamente las dos especies de enseñanza; ella ha dado a una de las secciones del

Cual rayo postrero, cual aura / que anima el último instante de un hermoso día, / al pie del cadalso ensayo mi lira. 2

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cuerpo universitario el encargo especial de velar sobre la instrucción primaria, de observar su marcha, de facilitar su propagación, de contribuir a sus progresos. El fomento, sobre todo, de la instrucción religiosa y moral del pueblo es un deber que cada miembro de la universidad se impone por el hecho de ser recibido en su seno. La ley que ha establecido la antigua universidad sobre nuevas bases, acomodadas al estado presente

aplicaciones útiles. Lo habéis oído: la utilidad práctica, los resultados positivos, las mejoras sociales, es lo que principalmente espera de la Universidad el gobierno; es lo que principalmente debe recomendar sus trabajos a la patria. Herederos de la legislación del pueblo rey, tenemos que purgarla de las manchas que contrajo bajo el influjo maléfico del despotismo; tenemos que despejar las incoherencias que deslustran una obra a que han contribuido tantos siglos, tantos intereses

La Universidad fomentará, no sólo el estudio de las lenguas, sino de las literaturas extranjeras

de la civilización y a las necesidades de Chile, apunta ya los grandes objetos a que debe dedicarse este cuerpo. El señor ministro vicepatrono ha manifestado también las miras que presidieron a la refundición de la Universidad, los fines que en ella se propone el legislador, y las esperanzas que es llamada a llenar; y ha desenvuelto de tal modo estas ideas, que siguiéndole en ellas, apenas me sería posible hacer otra cosa que un ocioso comentario a su discurso. Añadiré con todo algunas breves observaciones que me parecen tener su importancia. El fomento de las ciencias eclesiásticas, destinado a formar dignos ministros del culto, y en último resultado a proveer a los pueblos de la república de la competente educación religiosa y moral, es el primero de estos objetos y el de mayor trascendencia. Pero hay otro aspecto bajo el cual debemos mirar la consagración de la universidad a la causa moral y de la religión. Si importa el cultivo de las ciencias eclesiásticas para el desempeño del ministerio sacerdotal, también importa generalizar entre la juventud estudiosa, entre toda la juventud que participa de la educación literaria y científica, conocimientos adecuados del dogma y de los anales de la fe cristiana. No creo necesario probar que esta debiera ser una parte integrante de la educación general, indispensable para toda profesión, y aún para todo hombre que quiera ocupar en la sociedad un lugar superior al ínfimo. A la facultad de leyes y ciencias políticas se abre un campo, el más vasto, el más susceptible y de

alternativamente dominantes, tantas inspiraciones contradictorias. Tenemos que acomodarla, que restituirla a las instituciones republicanas. ¿Y qué objeto más importante o más grandioso que la formación, el perfeccionamiento de nuestras leyes orgánicas, la recta y pronta administración de justicia, de seguridad de nuestros derechos, la fe de las transacciones comerciales, la paz del hogar doméstico? La Universidad, me atrevo a decirlo, no acogerá la preocupación que condena como inútil o pernicioso el estudio de las leyes romanas; creo, por el contrario, que le dará un nuevo estímulo y lo asentará sobre bases más amplias. La Universidad verá probablemente en ese estudio el mejor aprendizaje de la lógica jurídica y forense. Oigamos sobre este punto el testimonio de un hombre a quien seguramente no se tachara de parcial a doctrinas antiguas; a un hombre que en el entusiasmo de la emancipación popular y de la nivelación democrática ha tocado tal vez al extremo. “La ciencia estampa en el derecho su sello; su lógica sienta los principios, formula los axiomas, deduce las consecuencias, y saca de la idea de lo justo, reflejándola, inagotables desenvolvimientos. Bajo este punto de vista, el derecho romano no reconoce igual: se pueden disputar algunos de sus principios; pero su método, su lógica, su sistema científico, lo han hecho y lo mantienen superior a todas las otras legislaciones; sus textos son la obra maestra del estilo jurídico; su método es el de la geometría aplicado en todo su rigor al pensamiento moral”. Así se explica L’Herminier, y ya 18


antes Leibniz había dicho: “In jurisprudentia regnant romani. Dixi saepius post scripta geometricarum nihil extra quod vi ae subtilitate cum romanorum jurisconsultorum scriptis comparari possit: tantum nervi inest; tantum profundaris”. La Universidad estudiará también las especialidades de la sociedad chilena bajo el punto de vista económico, que no presenta problemas menos vastos, ni de menos arriesgada resolución. La Universidad examinará los resultados de la estadística chilena, contribuirá a formarla, y leerá en sus guarismos la expresión de nuestros intereses materiales. Porque en éste, como en los otros ramos, el programa de la Universidad es enteramente chileno: si toma prestadas a Europa las deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un centro: la patria. La medicina investigará, siguiendo el mismo plan, las modificaciones peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos; dictará las reglas de la higiene privada y pública; se desvelará por arrancar a las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad devastadora; y hará, en cuanto es posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y reparar la salud. ¿Enumeraré ahora las utilidades positivas de las ciencias matemáticas y físicas, sus aplicaciones a una industria naciente, que apenas tiene en ejercicio unas pocas artes simples, groseras, sin procederes bien entendidos, sin máquinas, sin algunos de los más comunes utensilios; sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos sentidos de veneros metálicos, a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias alimenticias; a un suelo sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada rápida? Pero, fomentando las aplicaciones prácticas, estoy muy distante de creer que la Universidad adopte por su divisa el mezquino cui bono, y que no aprecie en su justo valor el conocimiento de la naturaleza en todos sus variados departamentos. Lo primero, porque, para guiar acertadamente, la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales. La Universidad no confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las manipulaciones de un empirismo ciego. Y lo segundo, porque, como dije antes, el cultivo de la inteligencia contemplativa que descorre el velo de

los arcanos del universo físico y moral, es en sí mismo un resultado positivo y de la mayor importancia. En este punto, para no repetirme, copiaré las palabras de un sabio inglés, que me ha honrado con su amistad: “Ha sido —dice el doctor Nicolas Arnott—, ha sido una preocupación el creer que las personas instruidas así en las leyes generales tengan su atención dividida, y apenas les quede tiempo para aprender alguna cosa perfectamente. Lo contrario, sin embargo, es lo cierto; porque los conocimientos generales hacen más claros y precisos los conocimientos particulares. Los teoremas de la filosofía son otras tantas llaves que nos dan entrada a los más deliciosos jardines que la imaginación puede figurarse; son una vara mágica que nos descubre la faz del universo y nos revela infinitos objetos que la ignorancia no ve. El hombre instruido en las leyes naturales está, por decirlo así, rodeado de seres conocidos y amigos, mientras el hombre ignorante peregrina por una tierra extraña y hostil. El que por medio de las leyes generales puede leer en el libro de la naturaleza, encuentra en el universo una historia sublime que le habla de Dios, y ocupa dignamente su pensamiento hasta el fin de sus días”. Paso, señores, a aquel departamento literario que posee de un modo peculiar y eminente la cualidad de pulir las costumbres; que afina el lenguaje, haciéndolo un vehículo fiel, hermoso, diáfano, de las ideas; que, por el estudio de otros idiomas vivos y muertos, nos pone en comunicación con la antigüedad y con las naciones más civilizadas, cultas y libres de nuestros días; que nos hace oír, no por el imperfecto medio de las traducciones siempre y necesariamente infieles, sino vivos, sonoros, vibrantes, los acentos de la sabiduría y la elocuencia extranjera; que, por la contemplación de la belleza ideal y de sus reflejos en las obras del genio, purifica el gusto, y concilia con los raptos audaces de la fantasía los derechos imprescriptibles de la razón; que, iniciando al mismo tiempo el alma en sus estudios severos, auxiliares necesarios de la bella literatura, y preparativos indispensables para todas las ciencias, para todas las carreras de la vida, forma la primera disciplina del ser intelectual y moral, expone las leyes eternas de la inteligencia a fin de dirigir y afirmar sus pasos, y desenvuelve los pliegues profundos del corazón, para preservarlo de extravíos funestos, para establecer sobre sólidas bases los derechos y deberes del hombre. Enumerar estos diferentes objetos es presentarlos, señores, según yo lo concibo, el 19


programa de la Universidad en la sección de filosofía y humanidades. Entre ellos, el estudio de nuestra lengua me parece de una alta importancia. Yo no abogaré jamás por el purismo exagerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo, por el contrario, que la multitud de ideas nuevas, que pasan diariamente del comercio literario a la circulación general, exige voces nuevas que las representen. ¿Hallaremos en el diccionario de Cervantes y de fray Luis de Granada —no quiero ir tan lejos—, hallaremos en el diccionario de Iriarte y Moratín medios adecuados, signos lúcidos para expresar las nociones comunes que flotan hoy día sobre las inteligencias medianamente cultivadas, para expresar el pensamiento social? ¡Nuevas instituciones, nuevas leyes, nuevas costumbres; variadas por todas partes a nuestros ojos la materia y las formas; y viejas voces, vieja fraseología! Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnaría con el primero de los objetos de la lengua, la fácil y clara transmisión del pensamiento, sería del todo inasequible. Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y aún a las de la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su genio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y Racine la lengua de Chateaubriand y Villemain? ¿Y no trasparenta perfectamente la de estos dos escritores el pensamiento social de la Francia de nuestros días, tan diferentes de la Francia de Luis XIV? Hay más: demos anchas a esta especie de culteranismo; demos carta de nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante neologismo; y nuestra América reproducirá dentro de poco la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónico de la Edad Media; y diez pueblos perderán uno de sus vínculos más poderosos de fraternidad, uno de sus más preciosos instrumentos de correspondencia y comercio. La Universidad fomentará, no sólo el estudio de las lenguas, sino de las literaturas extranjeras. Pero no sé si me engaño. La opinión de aquellos que creen que debemos recibir los resultados sintéticos de la ilustración europea, dispensándonos del examen de sus títulos, dispensándonos del proceder analítico, único medio de adquirir verdaderos conocimientos, no encontrará muchos sufragios en la Universidad. Respetando, como respeto, las opiniones ajenas y reservándome sólo el derecho de discutirlas, confieso

que tan poco propio me parecerá para alimentar el entendimiento, para educarle y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones morales y políticas de Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia antigua y moderna, como el adoptar los teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectual de la demostración. Yo miro, señores, a Herder como a uno de los escritores que han servido más útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los designios de la Providencia, y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina sino por medio de previos estudios históricos. Sustituir a ellos deducciones y fórmulas, sería presentar a la juventud un esqueleto en vez de un traslado vivo del hombre social; sería darle una colección de aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil, instructivo, pintoresco, de las instituciones, de las costumbres, de las revoluciones, de los grandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitar al moralista y al político las convicciones profundas que sólo pueden nacer del conocimiento de los hechos; sería quitar a la experiencia del género humano el saludable poderío de sus avisos, en la edad, cabalmente que es más susceptible de impresiones durables; sería quitar al poeta una inagotable mina de imágenes y de colores. Y lo que digo de la historia, me parece que debemos aplicarlo a todos los otros ramos del saber. Se impone de este modo al entendimiento la necesidad de largos, es verdad, pero agradables estudios. Porque nada hace más desabrida la enseñanza que las abstracciones, y nada la hace más fácil y amena sino el proceder que, amoblando la memoria, ejercita al mismo tiempo al entendimiento y exalta la imaginación. El raciocinio debe engendrar al teorema, los ejemplos graban profundamente las lecciones. ¿Y pudiera yo, señores, dejar de aludir, aunque de paso, en esa rápida reseña, a la más hechicera de las vocaciones literarias, al aroma de la literatura, al capitel corintio, por decirlo así, de la sociedad culta? ¿Pudiera, sobre todo, dejar de aludir a la excitación instantánea, que ha hecho aparecer sobre nuestro horizonte esa constelación de jóvenes ingenios que cultivan con tanto ardor la poesía? Lo diré con ingenuidad: hay incorrección en sus versos; hay cosas que una razón castigada y severa condena. Pero la corrección es la obra 20


del estudio y de los años; ¿quién pudo esperarla de los que, en un momento de exaltación, poética y patriótica a un tiempo, se lanzaron a esa nueva arena, resueltos a probar que en las almas chilenas arde también aquel fuego divino, de que por una preocupación injusta se las había creído privadas? Muestras brillantes, y no limitadas al sexo que entre nosotros ha cultivado hasta ahora casi exclusivamente las letras, la habían refutado ya. Ellos la han desmentido de nuevo. Yo no

mismo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maestro de nuestros días: “Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imaginación y la transforme en poesía”. ¡El arte! Al oír esta palabra, aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra semejante

Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imaginación y la transforme en poesía

sé si una predisposición parcial hacia los ensayos de las inteligencias juveniles extravía mi juicio. Digo lo que siento: hallo en esas obras destellos incontestables del verdadero talento, y aún con relación a algunas de ellas, pudiera decir, del verdadero genio poético. Hallo, en algunas de esas obras, una imaginación original y rica, expresiones felizmente atrevidas, y (lo que parece que sólo pudo dar un largo ejercicio) una versificación armoniosa y fluida, que busca de propósito las dificultades para luchar con ellas y sale airosa de esta arriesgada prueba. La Universidad, alentando a nuestros jóvenes poetas les dirá tal vez: “Si queréis que vuestro nombre no quede encarcelado entre la Cordillera de los Andes y la mar del Sur, recinto demasiado estrecho para las aspiraciones generosas del talento; si queréis que os lea la posteridad, haced buenos estudios, principiando por el de la lengua nativa. Haced más; tratad asuntos dignos de vuestra patria y de la posteridad. Dejad los tonos muelles de la lira de Anacreonte y de Safo: la poesía del siglo XIX tiene una misión más alta. Que los grandes intereses de la humanidad os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento moral. Dígase cada uno de vosotros, al tomar la pluma: Sacerdote de las Musas, canto para las almas inocentes y puras: ‘[…] musarum sacerdos / virginibus puerisque canto’ (Horacio)”. ¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra joven república? Celebrad sus grandes días; tejed guirnaldas a sus héroes; consagrad la mortaja de los mártires de la patria. La Universidad recordará al

aserción; y no creo que mis antecedentes la justifiquen. Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles y Horacio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente preparado; creo que hay un arte que guía a la imaginación en sus más fogosos transportes; creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías de la imaginación. La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se rebela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la Universidad en todas sus diferentes secciones. Pero no debo abusar más tiempo de vuestra paciencia. El asunto es vasto; recorrerlo a la ligera es todo lo que me ha sido posible. Siento no haber ocupado más dignamente la atención del respetable auditorio que me rodea, y le doy las gracias por la indulgencia con que se ha servido escucharme. (El Araucano, año de 1843) ◊ 21


alfonso reyes

P

ues situado México como está, y aceptados los destinos geográficos y étnicos que le cumple realizar, nada debió ser más familiar al pensamiento de todos los mexicanos que el programa de crear, por allá en el regazo de las que llamaba Manuel José Othón “montañas épicas”, una sólida y coherente organización de la cultura nacional, para que ella responda ante la historia de los compromisos de salvaguardia y de frontera. Que no será la ciega agresividad, que no será el vano sentimentalismo, ni tampoco los precipitados casuales de un régimen escolar hecho a pedazos, quienes nos protejan, sino sólo el conocimiento y la voluntad educada y rectificada, sólo un sistema de principios y acciones bien escogidos y armonizados. Un ser se define, y también se pierde, por sus contornos; y esta epidermis de la frontera debe ser cuidadosamente sensibilizada e irrigada por la cultura, para que ejerza con normalidad, eficacia y simpatía sus complejas funciones respiratorias y de relación con el no yo. De ello aprovecharemos a un tiempo los dos vecinos del río internacional, del río que nos separa y nos junta; y lo que sirva para mejor sustentarnos en nuestro propio temperamento y en nuestras más apuradas tradiciones, habrá de servir asimismo para mejor amistarnos con la gran nación que, desde la otra ribera, nos contempla y aguarda. II.

Hablemos de ello sin melindres ni disimulo, y nadie me siga con recelo. Ahora como siempre, me inspira la más asentada confianza en la cordialidad, y comienzo —primera regla del jinete de la conducta— por sofrenar cuanto en mis impulsos pudiera haber de negación, de destrucción o de encono. Pero ¿podéis creer que a un generoso pueblo, poseído como ninguno del sentimiento del deporte y el juego del hombre frente al hombre, le interese especialmente encontrar en nosotros —digamos— unos discípulos más o menos aventajados de sus técnicas (que ni siquiera de su espíritu, como la de la sangre, es cosa peligrosa y difícil, y no con cualquier sujeto puede hacerse)? ¿Podéis creer que ellos se complazcan, cuando vienen a buscar un cambio de intereses, en dar de manos a boca con unos aprendices, más o menos avezados, de

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por la

Voto

Universidad del Norte

I. He estado leyendo en estos días algunos artículos, exposiciones y planes provocados por el proyecto de crear la Universidad de Nuevo León. La realidad me ha sorprendido, llegando a pasos agigantados, y me encuentra casi desprovisto. Mis reflexiones son, pues, de primer intento, y con rubor descubro en mí mismo una extraña falta de preparación para meditar sobre lo que será o deba ser la Universidad del Norte de México. Y los que se hallen en mi situación deben confesarse conmigo que esta falta de preparación acusa un estado de primitivismo o virginidad política nada halagüeño para aquellos que lo padecen.

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las mismas disciplinas que ellos se dejaron en casa, y en que ellos se bastan a sí propios? No: ellos preferirán lo que también hemos de preferir nosotros. Ellos preferirán encontrar acá el convexo de su cóncavo, el complemento de su escasez (porque todos somos deficientes en algo, y todo lo sabemos entre todos); ellos nos preferirán singulares y otros, capaces de traer una respuesta donde ellos traen una pregunta, y aptos para proponer nuestras preguntas donde ellos aportan las respuestas. Afinidad de electricidades contrarias, atracción de lo diferente por lo diferente, esto es la colaboración. Quien quisiera reducirnos del todo a su propio módulo, más sería nuestro tirano que nuestro amigo. Y, por otra parte, el aprender o admirar virtudes ajenas es compatible con la conservación del carácter propio. El común denominador humano, que a todos nos sujeta, admite los numeradores más variados. Insistir en lo fundamental, en lo universal, pero sin atentar lo propio: tal sea la norma. Y máxime a la hora en que las civilizaciones industriales vacilan, se detienen estupefactas, y se preguntan con angustia, echando una mirada en redor, de dónde saldrán los nuevos ingredientes para fecundizar otra vez el intento hacia la felicidad y el mejoramiento de los hombres. Acaso en el fondo del espíritu mexicano, batido por largas amarguras, haya también un ascua viva que ayude a encender otra vez la antorcha americana. Protejamos ese fuego interior, como protege la mano amorosa la llama contra el viento.

cuando todos y cada uno se esfuerzan por realizar a conciencia el inmediato deber que les compete, los problemas sociales quedan automáticamente resueltos en una inmensa proporción. Y así, de aquel tono menor, de aquel pequeño e insensible cumplimiento diario, va desprendiéndose poco a poco un enlazamiento de acciones, una fuerza considerable, un desarrollo del ser espiritual y del ser material de la sociedad regiomontana, una intensa voluntad colectiva sin aparato y sin orgullo. Sin asomo de ironía pudiera afirmarse que el regiomontano es un héroe en mangas de camisa, que es un paladín en blusa de obrero, que es un filósofo sin saberlo, un gran mexicano sin actitudes estudiadas para el monumento y hasta creo que un hombre feliz. Por cuanto no puede haber más felicidad que cerrar cada noche el ciclo de un propósito cotidiano, fielmente procurado y adelantado, y amanecer a cada mañana con aquel temple que sólo da lo que la frase hecha llama tan bien: el sueño de los justos. ¡Finura y resistencia, como en el acero famoso de nuestras fundiciones! ¡Levedad y frescura, como en la bebida de nuestras cervecerías famosas!

De tiempo atrás tenemos escuelas profesionales, escuelas que por decirlo así se mantienen al lado de la vida comercial y fabril, a modo de un lujo que la ciudad podía pagarse. No seré yo quien niegue sus títulos, yo por tantos conceptos apegado cariñosamente a la historia de Monterrey. Pero no penséis que basta añadir una escuela de ingenieros y otra de bellas artes a la de médicos y a la de abogados, y envolverlas todas en cierto tejido conjuntivo, para crear una Universidad. Entiendo más bien que la creación de nuestra Universidad significa un cambio de acento en la atención pública: —la cultura, que antes crecía como al lado, pasará a constituir el núcleo, el meollo. La organización escolar dará el armazón, y en ella se trabarán como derivaciones indispensables todas las demás actividades técnicas, la circulación del comercio y aun los entreactos de la vida mundana. De suerte que el último martillo que bata el hierro en el último taller resulte concadenado a la fórmula algebraica que los estudiantes inscriben en el encerado de las aulas. De suerte que, si ha de presentarse entre nosotros otro tipo de humanista como José Eleuterio González —de noble recordación—, no se lo vea como un cuerpo extraño, sino como una parte armónica y necesaria

III.

La ciudad regiomontana comienza a contar como una unidad positiva hace menos de medio siglo. Una administración cuyos méritos sólo unos cuantos obcecados se atreven ya a escatimar, la dotó entonces de grandes centros fabriles, y educó a sus hijos en las intachables prácticas del trabajo. A través de nuestras turbulencias, su población conserva la brújula, porque ha hecho ya del deber una costumbre. Y aun en medio de las crisis que asuelan al país y asuelan al mundo, la ciudad sobrenada con cierto ritmo de bienestar. Honesta fábrica de virtudes públicas, vivero de ciudadanos, la he llamado a veces. Y lo que importa destacar es que allí la comunidad saca partido del buen hacer de sus individuos particulares, y no se pierde en místicas aspiraciones hacia un bien total que nadie puede asir con las manos. Lo he dicho y lo repetiría cien veces, y mi ciudad viene a darme la mejor prueba: 24

páginas anteriores: la tierra prometida / óleo sobre tela / 150 x 180 cm

IV.


de nuestro existir, al igual del ingeniero que rige los telares y gobierna las máquinas de artefactos. De suerte que hasta los esparcimientos de la sala Terpsícore parezcan animarse sobre un fondo de alegría inteligente. Importa, en suma, rectificar la grande equivocación que pesó durante buena parte del pasado siglo sobre el espíritu mexicano: importa reconocer que teoría y práctica no son dos orbes inconexos, sino que ambos aspectos lógicos forman un continuo biológico; que el hacer y el pensar se complementan, se inspiran y mutuamente se enriquecen, al modo de aquellos dos crepúsculos vespertinos que yo

hermanas menores. Otra, abierta al mar europeo y a las inquietudes del combativo espíritu atlántico, fertilizaría con ellas aquel suelo bochornoso y feraz, cuyo litoral se enrosca como para mejor abarcar las Antillas, confesando así aquel ánimo de musicalidad y vago ensueño en que La Habana y Veracruz se emparientan y se concitan. La tercera tendería por el sur las raíces de aquella fraternidad más antigua que el Descubrimiento, y ojalá más duradera que los fundamentos mismos del continente. La cuarta, abierta al soplo misterioso y ancestral del Pacífico —imagen de la Nao de China que arribaba al puerto

Os toca, maestros de Monterrey, crear pieza a pieza una nueva entraña, un corazón subsidiario, un alambique de sutiles esencias para provecho de todo el ser mexicano

veía fundirse y penetrarse en el mismo cielo, en los inolvidables anocheceres de mi infancia: el uno, que nacía del Poniente y venía a ser como el pensamiento, era todo de origen extrahumano y tendía sobre medio espacio sus fuegos fríos de plata y de carmín; el otro, que brotaba del Oriente y subía de la tierra a manera de una onda de rojo oscuro —cuya vivacidad aumentaba al paso de la noche—, se engendraba en la acción del hombre, y no era más que el resplandor de los altos hornos de hierro y acero, que vertían por los arrabales sus despojos de piedra ardiente. Fomente la ciudad de los dos crepúsculos sus dos hogueras esenciales, y el pensamiento y la acción se desposen dichosamente, en el rumoroso valle de la Mitra y la Silla.

de Acapulco—, recibiría el contacto eléctrico del Asia, dando a nuestro México su misión de amalgamador y balanza entre el Occidente y el Oriente. Y la del norte finalmente, la nuestra, había de traducir, ante la avanzada septentrional, el sentido de los anhelos nacionales, haciéndolos más respetables cada día, y al mismo tiempo conduciría hacia nosotros —aorta poderosa— el abono siempre útil, siempre benéfico, de la otra América. Vosotros, los llamados a incorporar en sistema y programa tan vasta aspiración, penetraos de esta responsabilidad y de este afán. Os toca, maestros de Monterrey, crear pieza a pieza una nueva entraña, un corazón subsidiario, un alambique de sutiles esencias para provecho de todo el ser mexicano. En ello os asistan vuestras luces, vuestra experiencia, y la magnetizadora visión de una patria más grande y, por eso mismo, más humana y más universal.

V.

La feliz iniciativa que concibió el nuevo régimen de educación nacional concibió también la distribución de núcleos culturales por todos los ámbitos de la república. Al centro, al norte, al sur, al este y al oeste, juntando las emanaciones de los puntos cardinales, en representación de la rosa de los vientos, habían de crearse otras tantas universidades. Una concentraría, como el corazón, lo más depurado de la sangre, lanzándola desde allí a los extremos, ya filtrada, y proponiéndose como un ideal inspirador a sus

VI.

Francia —“maestra de dibujo entre las naciones”— nos da ejemplos fáciles de abarcar. Todos saben, y lo repetía recientemente un crítico, que no se puede hablar de literatura francesa en el siglo XVII sin contar con Ruán; que no se puede hablar de literatura francesa en el XVIII sin contar con Aix, Gijón, Burdeos y hasta con Ginebra y Ferney. Pero viene la Revolución, y la 25


literatura francesa se vuelve parisiense. Fenómenos concomitantes pudieran describirse en otros países. Un pánico social concentra hacia las capitales todo el jugo de las culturas. En México la literatura es, sobre todo, capitalina. Y a poco que los escritores no se resignen al oficio limitado y casero de la moneda de vellón, acuden a la meseta central como a una plataforma más alta, donde realizar mejor su formación propia, donde mejor hacerse oír, donde tomar contacto más intenso con las otras culturas. (Tal es la enfermedad general; no ignoro que hay síntomas de alivio: véanse los esfuerzos del grupo tapatío de Bandera de Provincias

distribución de energías más regular y equilibrada; la vida, la vida misma, más saludable y llevadera! Tal es, en cuanto afecta al norte de la república, lo que puede hacer nuestra Universidad, convocando a aquellos que dispersó la falta de estímulo, y a los hombres de buena voluntad que estén dispuestos a ayudar. Este sueño comienza a ser ya realizable: al pavor centrípeto que juntaba a los hombres en la capital como en una roca de náufragos, sucede ya —con la estabilización política y con los rápidos medios de transporte— el anhelo de echarse fuera del gran centro absorbente, de plantar los reales en un relativo retiro, de abrirse sitio

a nadie se oculta que una universidad es, por su nombre, por su definición, por su oficio, algo universal aunque no extranjero: la ciencia no puede tener patria.

y de los ensayistas proletarios de Veracruz; que en cuanto al aislamiento de Mérida, es otro extremo paradójico que también está pidiendo remedio.) Las universidades regionales vendrían a desahogar esta congestión que se promete de veras peligrosa. La cultura metódicamente esparcida bañaría entonces el conjunto de nuestra población juvenil. Lo que amenaza convertirse en una academia se ensancharía vitalmente, sazonándose con todos los sabores y todos los matices. Todos los costados de la patria contribuirían sus variados aspectos. Cada necesidad particular encontraría su expresión, y contaría con una opinión acostumbrada a escucharla. Subiría el nivel de nuestra prensa; se multiplicarían las empresas editoriales, y prosperarían las artes del libro en una plausible emulación. Nos habituaríamos a conceder igual dignidad intelectual a la metrópoli y a los estados, a la ciudad y a las aldeas. No sería ya inusitado el ejemplo de Othón, que de tiempo en tiempo se acercaba a las tertulias capitalinas y luego volvía “a sus oscuras soledades”. No sería ya monstruoso el ejemplo de Díaz Mirón, confinado en Jalapa, y cuyo genio se resentía de la falta de conversación con sus pares. El poeta, desde su abrigaño rústico, estaría en trato con su pueblo. Los jóvenes tendrían siempre a su alcance el hacer una carrera sin desarraigarse ni alejarse. ¡El pan espiritual equitativamente compartido, la

donde haya menos concurrencia y quede más tierra por sembrar. La Universidad del Norte llega a su tiempo. VII.

A nadie se oculta —sin volver ahora sobre las clásicas discusiones en torno a la idea de Universidad que, desde Newman hasta Ortega y Gasset, debieran estar en la mente de cuantos a estas tareas se consagren (y abro aquí un paréntesis para mencionar con honor al sociólogo brasileño Tristão de Ataide, por lo mismo que no militamos en igual campo)—, a nadie se oculta que una universidad es, por su nombre, por su definición, por su oficio, algo universal aunque no extranjero: la ciencia no puede tener patria. Pero incurre en una confusión lamentable quien se figura que por eso sólo la universidad y la nación se contraponen. Cuanto enaltezca y mejore a un grupo humano, lo enaltece y mejora en su condición nacional. Cuando en la Edad Media, la Universidad de París congregaba a los estudiantes de todo el mundo, de aquellos barrios iban surgiendo las naciones europeas modernas. El químico mexicano será más buen mexicano al paso que sea más buen químico; y mejor que mejor si, en vez de limitarse —porque en esto estriba el peligro para nosotros— a ser un ensayador empírico, adjunto a cualquier metalería, llega a ser un verdadero investigador, capaz de ingresar en la muy 26


mexicana, pero muy universal y científica tradición de Río de la Loza. El arquitecto mexicano será más buen mexicano mientras más buen arquitecto sea; y mejor que mejor si, en vez de limitarse a transportar mecánicamente los cánones de un búngalo aprendidos en “el-Sur-que-nos-queda-al-Norte”, se injerta en la robusta tradición, varias veces secular, que es orgullo de las artes mexicanas y es asombro del mundo. Que en cuanto a querer averiguar dónde cae el límite exacto de lo mexicano o lo no mexicano, y cómo lo uno y lo otro se acomodan en lo universal, dejemos esta discusión estéril a los que prefieren no hacer nada, arrogándose el derecho de censurar lo que hacen los otros. Entreguémonos cuanto antes a la obra, seguros de que nos gobierna desde arriba una fatalidad venturosa, a la que nunca podremos escapar como no nos empeñemos en contrariarnos y en adulterarnos a la fuerza. Hay una lealtad al trabajo, una docilidad a las líneas trazadas por la naturaleza del objeto mismo que nos preocupa; y esta lealtad o docilidad sustituyen con ventaja a las definiciones apriorísticas. Será mexicano todo lo bueno que haga un mexicano. Con todo, es innegable que hay ciertas direcciones preferidas por el espíritu de cada pueblo. Y sin ahondar en ello —que ni es el sitio, ni ha llegado para mí el momento— me atrevo a dejar aquí estas sugestiones: cuanto prefiera la calidad a la cantidad nos parecerá más mexicano, o más mexicanizante, que lo contrario. Y nos parecerá que defiende con más eficacia el patrimonio de nuestra nación (patrimonio hecho y, sobre todo, patrimonio por hacer) cuanto —para usar la lengua de Pascal— imponga el “espíritu de finura” por sobre el “espíritu de geometría”. Somos una raza metafísica y poética; y no se rebelen contra esta declaración los amontonadores de energía física y de materia, que también eran así los egipcios, y también dejaron pirámides. Quiero decir que nuestra Universidad será más mexicana mientras más procure suscitar las virtudes en el alma de sus educandos, y menos se entretenga en averiguar —pongamos por caso— si las estaturas sumadas de todos ellos completan tal o cual submúltiplo del cuarto del meridiano terrestre. Y conste que no hago caricatura, sino que me refiero a aberraciones registradas y conocidas.

circunstancia de su convivencia con el hombre. No nos bastaría ya con el antiguo humanismo, hecho de cultura literaria; no nos bastaría con el que nació del positivismo, hecho de cultura científica. Necesitamos completar el cuadro de urgencias actuales, dando sitio en la nueva universidad a una forma de cultura política. (Lo cual, de paso, devolviendo su seriedad al problema, desterraría, en buenhora, la “politiquería” interior en que se distraen y aun se sacrifican a veces los escolares.) Sería el orgullo de los mexicanos del norte —tan conocidos por la franqueza y llaneza con que abordan, plantean y atacan sus conflictos públicos—; sería el orgullo de la universidad de mi tierra —tierra donde el derecho obrero mexicano dio sus primeros pasos, sin alarmar ni escandalizar a nadie porque era un crecimiento natural de aquel suelo— el dar por primera vez asilo a un programa amplio y cabal de cultura política. La impreparación política, junto con la impreparación sexual, será, en la historia, el mayor escollo con que haya tropezado la humanidad contemporánea. Yo sé bien que hay, entre nosotros, hombres representativos de intereses comunes que, al menor desconcierto de la cosa pública (¡y a tantos estamos expuestos!), echarían a andar su motor y, en pocas horas, se trasladarían a Laredo-Texas con armas y bagaje. Y es fuerza que esto no acontezca; es fuerza que nuestra morada no amenace a nadie con inútiles sobresaltos, y que, en el peor de los casos, el morador esté preparado para afrontar tempestades, con los recursos que le proporcionen su ética y su ciencia. Sólo la cultura política puede precavernos, hasta donde ella admite ser objeto de ciencia y de estudio desinteresado: “cultura” he dicho y no “barbarie”. Los timoratos han de convencerse de que no les queda más salida que el ir cediendo a las novedades de que el tiempo viene cargado. La cultura quiere alumbrar por igual a todos los hombres —y este todos-los-hombres lleva en sí el postulado político. Oigan los que saben oír, hagan los que saben hacer: la cultura debe ser popular, y nadie tuerza mis palabras ni piense que he dicho demagógica. He aquí, al abrir sus puertas la Universidad de Nuevo León, el voto que ofrezco a mis paisanos, sin más título que el de ser el más modesto industrial nacido a los pies del Cerro de la Silla: aquel que sólo produce y elabora, en pequeña escala, unas cuantas palabras. Eso sí: palabras sinceras.

VIII.

Pero hemos llegado a una hora en que el hombre aparece preocupado —y con razón— por resolver la

Petrópolis, 6 de enero de 1933 ◊ 27


Un saludo del joven Octavio Paz: texto de la Guerra Civil Gerardo Maldonado

E

l primer viaje de Octavio Paz a España hace setenta años, en plena guerra civil, fue más que una visita de afiliación y un encuentro con otros intelectuales que compartían su rechazo al fascismo en Europa: fue una vivencia —en el más filosófico de los sentidos— que cambió el curso de su persona y de su obra. El poeta dejó constancia implícita y explícita en varios poemas, ensayos y testimonios. Una muestra es el libro recién aparecido Octavio Paz en España, 1937, una antología con prólogo de Danubio Torres Fierro1. Sin embargo, no todo lo que Paz escribió durante, y a la sazón de aquel viaje, se conoce ni es accesible de manera sencilla, pues algunos textos no se han recuperado.

Durante una búsqueda encargada por Adolfo Castañón de un artículo del historiador español exiliado en México, José Miranda, sobre la decadencia de España —para completar un proyecto editorial de El Colegio de México—, fue necesario hacer un repaso de todo lo publicado en ese periódico de divulgación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas por la Defensa de la Cultura que fue El Mono Azul. Este boletín publicaba crónicas, ensayos, poemas y piezas teatrales

motivadas por los acontecimientos de la Guerra Civil y en muestra del compromiso y actividades de los intelectuales no sólo españoles, sino europeos —en mayoría franceses y rusos— y latinoamericanos, destacando las afiliaciones a la causa desde Argentina, Chile y, por supuesto, México. En el curso de esta exploración, al llegar al número 37 (del jueves 9 de septiembre de 1937), en primera plana y al lado de un texto denostando a André Gide y otro informando 28


la hacienda del muerto (detalle a dúotono) / óleo sobre tela / 80 x 150 cm

del enfrentamiento entre bandos en pleno Madrid, apareció un breve texto del joven poeta Octavio Paz. La nota, titulada “A la juventud española”, es el saludo emocionado y optimista de un muchacho mexicano de apenas 23 años a sus contemporáneos españoles. Paz llevaba dos meses en España cuando este escrito apareció, estando de visita en Madrid. Desde su inicio, el corto ensayo manifiesta una impresión profunda de eso que llama la vida española, no por la belleza y esplendor de la ciudad, sino debido a la experiencia de la guerra. “Si hay algo —dice Paz— que no olvidaré jamás es justamente la vida de la guerra, la vida que los españoles ganan a la guerra y la muerte”. Sin duda, no lo olvidó. A Paz le conmovió no sólo la batalla, sino quiénes la estaban peleando: la heroica juventud que encuentra en todos lugares, a quien dirige su saludo. Era la segunda mitad de la década de 1930, y en México la Revolución ya no la hacían los jóvenes. Por tanto, aunque venido de una circunstancia distinta, se identifica y le sorprende la importancia que ellos tienen: “Los jóvenes españoles influyen poderosa y alegremente en toda la vida nacional. Eso da a los actos y a los espíritus de las gentes un aire nuevo, a la vez ligero y apasionado […] A este precio, el precio de la sangre, la juventud española impulsa y salva a España”. Más adelante, Paz menciona que ese rejuvenecimiento de la lucha antifascista está corroborado por el impulso que le dan los trabajadores; como prueba alude a la Unión Soviética y no duda en decir: “El vivo y hermoso ejemplo de los trabajadores soviéticos nos dice que lo que esperamos y soñamos es una realidad, un hecho que ellos nos muestran”. Finalmente, el texto termina con un cándido augurio de esperanza: “saludo a los jóvenes héroes de la libertad, que luchan por todos nosotros, y les aseguro un triunfo cierto, su victoria definitiva”. A la distancia, el texto adquiere valor por algunas razones más documentales que literarias. En primer lugar, es una muestra del entusiasmo, de la convicción ideológica y del compromiso juveniles de Paz. Esta pieza es una de las pocas prosas de propaganda política explícita del poeta: es innegable su afiliación a la República y a la causa antifascista y su lucha como intelectual. En segundo lugar, es el único artículo de este contenido y talante que Paz publicó en España en 19372. Si bien el joven mexicano no ocupó una posición protagónica en el Congreso de Intelectuales en Valencia y Madrid, sí tuvo una agenda muy ocupada

durante su estancia en España, participando en reuniones, conviviendo con otros escritores, leyendo y publicando poemas, e incluso deseando alistarse para combatir. No obstante los momentos de precariedad3, Paz aprovechó todas las oportunidades de la visita para hacerse partícipe de muy diversas formas, como en este texto. Y en tercer lugar, destaca el lugar de la publicación. Como ya se he referido en otros lugares4, durante el viaje, Paz fue cercano al grupo reunido en la revista Hora de España, como Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Juan Gil-Albert, Emilio Prados, Serrano Plaja, cuya publicación era abiertamente favorable, pero no militante de la causa republicana. Sin embargo, El Mono Azul, animado principalmente por Rafael Alberti y José Bergamín, sí fue un boletín de propaganda intelectual, combativa, de compromiso antifascista, que buscó ser un instrumento de oposición5. Es posible conjeturar que el joven Paz buscaba con este artículo llegar a un público concreto, juvenil, mostrar su ideología, solidaridad y vínculo activo con los intereses de estos intelectuales. Y que a la dirección del boletín6 le interesaba exhibir la adhesión desinteresada y entusiasta de un joven escritor mexicano. El mensaje representa una muestra más de esa comprometida vivencia paciana durante la Guerra Civil española, de la que aún hay cosas por descubrir, recuperar, aprender y comprender ◊

México: Fondo de Cultura Económica, 2007. Escribió al menos otros dos en el mismo estilo, pero se publicaron en el periódico mexicano El Nacional. Esto de acuerdo con información de Enrico Mario Santí en su “Introducción” a Primeras letras de Octavio Paz, México, Vuelta, 1988. Es posible encontrar otros textos publicados por Paz en España durante la misma época en sus Obras completas, t. XIII, Miscelánea I. Primeros escritos, México, Círculo de Lectores-Fondo de Cultura Económica, 1999. 3 Elena Garro, escritora mexicana, quien lo acompañó en calidad de recién casados, era transparente al señalar que a ellos “lo que más nos irritaba en Madrid era el hambre” (Memorias de España 1937. México: Siglo XXI, 1992: 106). 4 Según el mismo E. M. Santí y, principalmente, el detallado e informado relato del viaje que hace Guillermo Sheridan en Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz. México: Era, 2004 5 Véase José Monleón, “El Mono Azul”. Teatro de urgencia y romancero de la guerra civil. Madrid: Ayuso, 1979. 6 Dicho sea de paso, Alberti conocía a Paz de unos años antes, cuando en 1935 visitó México. De aquella época escribió el poeta español: “A casi todos nuestros actos acudían jóvenes escritores y pintores, de los cuales íbamos haciendo amigos. A uno de los que más recuerdo es a Octavio Paz, tierno y luminoso, casi un muchacho, muy de izquierdas entonces, acompañado de su bella novia, Elenita Garro” (La arboleda perdida. Tercero y Cuarto libros (1931-1987). Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1997: 54). 1

2

29


Carta a la juventud española

*

Jueves 5 de septiembre de 1937

Octavio Paz ◊

Recogida en la revista Mono azul, jueves 9 de septiembre de 1937, núm. 32.

*

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retrato de rosita / grafito / 20 x 25 cm

H

ace dos meses que vivo en España; puedo aseguraros que durante todo este tiempo mi corazón y mi espíritu han sido sacudidos diariamente por todos los aspectos de esa vida española de ahora, tensa y fuera de sí, vida que deja ver al hombre español, a los trabajadores en sus rasgos más verdaderos y definitivos. Aquí en Madrid esto se ha hecho más intenso y vivo, algunos camaradas se han lamentado de que nosotros no hayamos conocido el antiguo Madrid, la antigua España, antes del movimiento; pero nada, ni la belleza de la arquitectura, ni la tranquilidad de una hermosa ciudad en paz, ni el esplendor de toda España en tiempos normales es comparable a lo de ahora. Si hay algo que no olvidaré jamás es justamente la vida de la guerra, la vida que los españoles ganan a la guerra y a la muerte. Y hoy, a través de Madrid, saludo a toda España, a la España leal que lucha y triunfa, y a la otra, a la triste España que espera la libertad, esclavizada, amordazada y envilecida por los militares y los invasores extranjeros. Y al saludar a España, a los trabajadores españoles, soldados de la libertad, saludo también a todos aquellos camaradas antifascistas que en todo el Mundo trabajan, sufren y vencen con los trabajadores españoles. Como joven y como joven mejicano, algo me ha sorprendido y maravillado en España sobre todas las cosas: su juventud. España, la vieja España, es ahora uno de los países de más juvenil aliento, escenario y ámbito de la actividad y del heroísmo de una juventud. Los jóvenes españoles influyen poderosa y alegremente en toda la vida nacional. Eso da a los actos y a los espíritus de las gentes un aire nuevo, a la vez ligero y apasionado. La juventud española está en todas partes; pero fundamentalmente está en aquellos sitios más difíciles, más increíblemente propios para jóvenes: en el corazón de España. La Aviación, las brigadas motorizadas, los cuadros todos del Ejército, son cuadros juveniles. A este precio, el precio de su sangre, la juventud española impulsa y salva a España. Quizá en ningún país de la tierra dura ahora tan poco la juventud como en España. Cuando yo pienso en esto recuerdo a la Unión Soviética, el otro país en donde la juventud lo es realmente, el otro viejo país rejuvenecido por los trabajadores. Allí, la juventud me decía un compañero, dura más que en cualquier parte. Que eso se cumpla aquí en España que la vida humana joven y creadora dure cada vez más, que el hombre sea sin cesar cada vez más íntegramente joven y más ardientemente hombre es lo que pretende y por lo que lucha el pueblo español. Por esto da la vida España y este es el sentido hondo de su combate. Yo estoy cierto de que lo logrará y de que la lucha no es inútil. El vivo y hermoso ejemplo de los trabajadores soviéticos nos dice que lo que esperamos y soñamos es una realidad, un hecho que ellos nos muestran. En nombre de los jóvenes mejicanos antifascistas y especialmente en el de mis compañeros de las Juventudes Socialistas Unificadas, saludo a los jóvenes héroes de la libertad, que luchan por todos nosotros, y les aseguro que su triunfo cierto, su victoria definitiva.


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¿Quién soy yo?

*

León Felipe

Hace algunos meses que tenía hecha una invitación para venir a esta ciudad, y a este centro docente, a sentarme en una silla donde se han sentando tantos sabios y maestros insignes. La invitación me llegaba reiteradamente de la generosa hospitalidad de la Universidad y por el noble conducto de algunos amigos.

E

n realidad no venía, y debo confesarlo, lealmente, porque tengo miedo a sentarme en una silla que no es la mía. Tengo miedo a todas las sillas doctorales y a todos los púlpitos dogmáticos. Entre otras cosas porque siento que el hombre hoy no tiene nada que decir. Sobran sillones y púlpitos en el mundo. Ha habido y sigue habiendo una revolución de sillas en todas partes; y en esta revolución de sillas, donde alguien se ha apoderado de la mía, lo mejor sería permanecer de pie, o hablar de rodillas, que es como deberíamos hablar todos en esta hora de contricción. Desde luego ésta no es mi silla aunque me siente en ella por cortesía de la Universidad. Yo no soy un maestro. Decididamente no sé quién soy. Quisiera comenzar haciendo un esfuerzo por averiguarlo y si me ayudáis voy a intentarlo. La empresa merece la pena porque decir quién soy yo, es decir quién eres tú… y decir luego en conclusión… quién es el hombre. Vivimos a oscuras a pesar de tantos inventos luminosos… y sin tacto y sin ojos, y no conocemos ni nuestra carne más cercana. Nadie sabe nada. En esta hora pura y angélica de la paz atómica nadie sabe nada. Ciertos sabios diabólicos y faústicos se dicen algunas cosas al oído muy bajito, en secreto y en clave para que no les oigan los espías… Y esto sucede precisamente cuando el reloj había dado la hora exacta de las grandes confesiones al aire libre,

en la plaza pública y ante los micrófonos de la radio… ¡Y yo que creía que la radio se había inventado para que un inglés o un español por ejemplo les confesaran sus crímenes y sus pecados al chino y al esquimal! El hombre no tiene nada que enseñar. Puede decir avergonzado algunas cosas y confesarse honradamente con sus hermanos… Más por lo visto no es ésta la hora de las grandes confesiones, sino de los grandes secretos. Yo hice mi confesión antes de que acabase la guerra. Un poeta no es más que una confesión inacabable. Tal vez porque es un pecador más empedernido que los demás. El poeta es un hombre perverso, pero sincero y abierto… y este deseo incoercible de contar todo lo que le pasa por dentro es tal vez su única virtud. Acaso se salve por ella. Hubo un época y una escuela en que se afirmó que la poesía confesional no era poesía. Pero esta doctrina no medró… y los poetas siguen siendo tan indiscretos como siempre. Mis libros no son más que una letanía monótona de lágrimas y pecados… Ahora quisiera confesarlos en alta voz… y llorar sin vergüenza. Tal vez sea lo único que pueda hacer ya: decir en voz alta lo que he dejado calladamente escrito. Y tal vez yo no sea más que un juglar de mis propios versos. Un juglar que va por los caminos gritando desaforadamente en el viento… un juglar y un profeta grotesco que no acierta jamás… No me importa acertar o no acertar ni gritar mis versos con protestas o vítores en las plazas y en los mercados.

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apasionadamente no suena igual que lo que se escribe. En la mañana no sale la canción como en la noche… y el mismo salmo es diferente leído en el coro que cantado sobre el camino abierto del éxodo. De todas maneras abrid las ventanas y la radio que con vuestra ayuda voy a decir quién soy. Sin decir quién soy y sin que vosotros lo sepáis no podré expresar luego lo que quiero. Todo es biografía y poesía en el mundo… y en el poeta todo es autobiografía… La poesía se apoya en la autobiográfica. La biografía es biografía hasta que la recoge el viento, la hace destino, que es hacerla poesía, y entra luego a formar parte de la gran creación del destino del hombre.

muchachos (en grises) / tinta china / 31 x 24 cm

Lo que me importa es que mi voz sea legítima y suene siempre fresca y fervorosa como si acabase de nacer. Que no la mecanice ni la oratoria ni la rutina, y no me importa repetirme. Nada se ha repetido más que el Padre Nuestro. Cuando un hombre lo dice de rodillas y en verdadera contricción suena como si él mismo lo estuviese inventando. La gran poesía del mundo es ésta, ésta de la oración eterna que se acomoda a todas las gargantas, a todas las latitudes y a todos los tiempos… ésta que sincroniza siempre con la tragedia del mundo y rima exactamente con la angustia del hombre. Tendré que repetirme… vivo del ritornelo y me reitero como la noria y como la Tierra… pero en cada vuelta la luz es diferente y lo que se dice y grita

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Artículo publicado en el boletín mensual Armas y Letras núm. 3, año III, del 30 de marzo de 1946, en el cual viene consignado: “Los días 27 y 28 de marzo se inició el ciclo de conferencias del poeta español León Felipe, que continuará hasta la segunda semana de abril. Los títulos de las conferencias sustentadas son: ‘¿Quién soy yo?’ y ‘El salmo’. En este número se publica parte de la primera plática”, que es lo que se reproduce aquí. *

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muchachos (detalle en grises) / tinta china / 31 x 24 cm

La historia y la poesía las hace el viento. El hombre trabaja, inventa, lucha, canta… pero el viento es el que organiza y selecciona las hazañas, los milagros, las canciones… Contra el viento no puede nada la voluntad del hombre… El barco se mueve y surge el prodigio cuando le buscamos las vueltas al viento y colocamos las velas como una mejilla para que él las bese y las empuje. Yo no tengo voluntad en tiempo de calma. Cuando el viento ha huido a su caverna me tumbo a dormir. Me levanto cuando él me llama ululante y me empuja. Escribo cuando él me lo manda. Luego con lo que escribo hace él un revoltijo de naipes de los que no se salvan muchas veces ni el as ni la reina. Y con mis poemas, que yo he llamado ya orgullosamente piedras firmes y que no son más que frágiles hojas de papel con unas palabras escritas, seguirá él jugando todavía… Y de todo lo que mi arrogancia cree tan sólido hoy, puede ser que no queden más que las huellas de mis lágrimas perdidas en la lluvia y en el mar, y el grito de estopa de mi voz aplastado por el trueno… Porque el viento, vuelvo a decir, es un exigente cosechero… El que elige el trigo, la uva y el verso… El que sella el buen pan, el buen vino y el poema eterno… Y al fin de cuentas mi último antólogo fidedigno será él… El viento. El viento que se lleva a la ventura el discurso y la canción… El viento. Antólogos… historiadores… arqueólogos… coleccionistas… El que decide es el viento ◊


Poesía

Poemas (de Las hijas del espino) Lucía estrada

Alma Mahler Yo también lo prefiero. Es más bella la mano al pulsar una cuerda invisible. Cuando duermes, reaparecen las tres mil sombras de tus dedos tejiendo filigranas en el oscuro cuello del dragón. Te miro inquieta sin atreverme a respirar. Es la hora más alta del doble vuelo nocturno. Escribo en la seda de tus párpados mi temor de perderle, de que huya como gato por los techos, de que salte y reviente la cuerda de todas las campanas del mundo, 35


Poesía

de que se despeñe con el sonido metálico de un arcángel en el centro mismo de la orquesta. Yo también lo prefiero cóncavo y oscuro. La clave blanca y negra de todo cuanto existe se advierte en su sinfonía de agujas.

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Poesía

Cosima Wagner Ofreceré mis ojos al paso de la yegua nocturna, ofreceré mi fiebre, el arco de la medianoche; porque tú estás al fondo, porque es tu imagen la que se oculta bajo el yelmo. Una danza mortal en el vientre blanco de los sonidos que se cruzan. Somos ángeles enraizados allí donde nadie sueña. La casa está vacía y el oído. Puedes entrar a galope en el reino de los timbales y las flautas. Puedo morir para que la música siga en ascenso.

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Poesía

June Miller Mis gestos se complacen en la máscara, en el viento feroz de no ser para nadie. Me adorna el amor que no siento como Salomé con todas sus joyas y extraños perfumes. Simulé olvidarme frente a un mundo de puertas cerradas. Reí tantas veces y deliré bajo la transida Nínive, acantilado de ovejas y verdugos. Pero luego, sí, pero luego, estatuilla lunar, mi cabeza fue arrancada por la cruel guillotina del desamparo. “La flor está en mis ojos”, dicen las bellas mujeres, y el veneno circular en la punta de los dedos siempre enrojecidos por el peso de la savia, fruto ambulante, corteza, fisura hiriente. Vuelve, oh tú, perfecta cuanto más alevosa, fija con alfileres en mi mano el nuevo destino. 38


Poesía

Escribe, gitana, que viajaré por vastas regiones, que la tierra inundará mis pasos, que la noche se hará boca de lobo en la que pueda entrar y ser la torre imantada que busca el rayo

cementerio del mar / tinta china (pincel) / 30 x 23 cm

desde lejos.

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Poesía

María Dmitrievna Isaiev Escucho el canto rojo de la tormenta venir por las calles. Es el crimen y la enfermedad recorriendo las horas, los minutos, justamente sobre nuestra mesa. Hoy he descubierto mi temor a la locura. Hoy he comprendido el temblor de tu mano al encender la lámpara. Está entre nosotros y tú lo sabes. Su risa gotea en las paredes, su respiración empaña el espejo en el que sueles escribir para conjurar el espanto. Alguien más le sigue, come con nosotros, piensa en su miseria y se compadece de mi silencio. Su nombre danza como la serpiente, se oculta tras la roca que podría aplastarla, 40


Poesía

pero confía su destino a esas iniciales misteriosas que nada pueden responderle. Un demonio guarda su bastón tras la puerta. Entro e incluso en mí, todo lo han robado. ¿Son estas las huellas de tus pies? ¿Eres tú quien me llama o tu ángel de exterminio? ¿Son estas mis palabras o las de su abandono? Dime que la furia de los pasos allá afuera no se dirige hacia nosotros. Dime que no es a ti a quien buscan, que antiguo ese no era tu nombre. Dime que antes de todo cerrarás el libro y con él la pesadilla.

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Sólo resuena el eco

*

4 juejus de la dinastía Tang Anne-Hélène Suárez y Ramon Dachs

La China Tang

La dinastía Tang (618-907) fue instaurada por Gaozu en un imperio acabado de reunificar. Sumariamente, puede afirmarse que la primera mitad de este periodo fue muy próspera, y la segunda, inestable y decadente. El punto de inflexión, la revuelta del general An Lushan (755), coincide con el punto axial del siglo áureo de la poesía Tang (años 705-805). Durante el primer subperiodo dinástico, florece el comercio, tanto interior como exterior (con persas, árabes, indios, japoneses...), se desarrollan las infraestructuras del país (regadío, canales, caminos, mercados...), Cantón se convierte en un gran puerto comercial, y Chang’an, la cosmopolita capital, alcanza el millón de habitantes. Por otro lado, el budismo se consolida como una de las tres grandes doctrinas en auge con el taoísmo y el confucianismo. El segundo subperiodo es muy inestable. Los conflictos internos se reiteran y las fronteras se alteran a menudo con tendencia a contraerse. A lo largo de la dinastía Tang, la poesía china logra su cima más alta, de mayor repercusión; su referencia clásica.

Cada tres años se convocaban exámenes de acceso a las tres administraciones. Los estudiantes que, habiendo sido admitidos, no conseguían un cargo superior en Chang’an, solían ocupar plazas de funcionario sujetas a eventuales cambios de destino cada trienio; pero los que lo conseguían caían fácilmente en desgracia pagándolo con la degradación, el exilio o el presidio. Les esperaba, por lo general, una vida azarosa. Eran, dado el tipo de exámenes que superaban, funcionarios letrados: conocían los autores antiguos y dominaban el arte de la escritura. En realidad, a pesar de no haber alcanzado notoriedad literaria más que unos pocos de ellos, el hecho es que la mayoría de los poetas Tang conocidos hoy pertenecieron al funcionariado. Los caracterizaba un vivo sentimiento de colectivo de élite, los unían fuertes vínculos de amistad, y celebraban banquetes, reuniones y paseos festivo-literarios (a bordo incluso de embarcaciones), aprovechando con frecuencia noches de bonanza al claro de luna. Hubo también poetas entre los monjes budistas y taoístas. De una síntesis de ambas tendencias se forjó en China, precisamente durante esta dinastía, la doctrina

Los poetas Tang

Los funcionarios integraban, bajo la aristocracia, la clase dirigente del país, cuya administración se estructuraba jerárquicamente en regiones dependientes de una capital de provincia, dependiente, a su vez, de Chang’an, la capital imperial. 42


chan (que pasó luego a Japón, donde se denominaría zen). La influencia de tales tradiciones y del confucianismo es notable en los autores de esta época. Hay que tenerlo muy en cuenta, por ejemplo, para gustar de la sensibilidad subyacente en muchos poemas de paisaje (próxima a nuestro panteísmo). Las poetas fueron escasas. La mujer no solía tener acceso a una formación adecuada para el cultivo de las

letras. Debemos a monjas, aristócratas y cortesanas los relativamente pocos poemas de autora conservados. El jueju Tang

barcas (espejeada) / acuarela / 25 x 33 cm

El chino, lengua monosilábica y tonal cuya escritura utiliza principalmente signos fonético-ideográficos, carece de alfabeto. En general, cada una de sus palabras corresponde a un carácter monosílabo con un tono de

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del “rubayat” persa, cuarteto también con rima AABA —forjado al otro extremo de la ruta de la seda—), los de despedida, exilio, frontera, presentimiento de muerte, paisaje... “Jue” significa cortado, y “ju”, verso o frase. Un jueju, tras ser leído, sigue reverberando. Así lo planteó el poeta Yang Zai cuatro siglos después de los Tang, y el poeta japonés Matsuo Bashô, lector y admirador también de nuestros autores, lo reformuló al cabo de cuatro siglos más en un celebrado “haiku” (breve género poético sucesor, en cierto modo, del jueju): “un viejo estanque /se zambulle una rana /¡chap! en el agua”. Acotándolo más sintéticamente aún: ¡chap!: ondas. Es impresionante la proximidad de estos poemas. Tan frescos, sí, tan clásicos; tan universales, cierto, tan nuestros ◊

El presente texto y los poemas en español fueron tomados de Eurasia: palimpsesto lírico mayor (México, D.F.: Ediciones Sin Nombre, 2003). Los poemas en catalán se tomaron de Cent un juejus de Xina Tang (València: Alfons el Magnànim, 1996). *

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barcos en el muelle (en grises) / acuarela / 37 x 28 cm

pronunciación inherente. Y tales palabras, en particular en la poesía clásica, son más ambiguas que las nuestras: los substantivos no tienen género ni —con frecuencia— número; los conectores (preposiciones, conjunciones...) son escasos; no hay artículos; el sujeto personal suele elidirse; los verbos, de no elidirse a su vez, carecen de conjugación; una sola palabra puede ser en ciertos casos, debido a su polisemia, un adjetivo, un sustantivo o un verbo en función del contexto; y no hay puntuación. En contrapartida, esta ambigüedad morfosintáctica del lenguaje poético propicia una escritura extremadamente sintética, sutil y sugerente, que discurre en una difusa intemporalidad (ausencia de tiempos verbales) impersonal (ausencia de sujeto personal). El “jueju” es un poema integrado por un único cuarteto, bien pentasílabo, bien heptasílabo (cesurado, respectivamente, en la sílaba segunda y cuarta), con esquemas de rima ABCB o AABA. Los dos primeros versos son paralelos algunas veces. Y los dos últimos también. Convencionalmente, el contenido se estructura en cuatro partes: apertura, continuación, giro, resolución. Pero no siempre es así. Hay juejus escritos en “estilo nuevo” (con una formalidad tonal extremadamente rigurosa) y en “estilo antiguo” (con la formalidad tonal tradicional). La rigidez del estilo nuevo, creación Tang aplicada por lo común al jueju heptasílabo, si bien condena muchos textos, que se resienten del corsé, también posibilita algunos poemas extraordinarios. Los antecedentes claros del jueju pentasílabo se remontan a la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.). Y los del heptasílabo, a las dinastías del Sur (420-589). Unos y otros habían evolucionado como modalidades del “yuefu” (poemas inspirados en canciones) hasta alcanzar madurez y entidad literarias propias bajo la dinastía Tang, fruto de una brillante síntesis de tradiciones populares y cultas. El desarrollo del jueju durante este período está estrechamente condicionado por la aparición y la difusión del “lüshi”, poema en estricto estilo nuevo compuesto de dos cuartetos, bien pentasílabos, bien heptasílabos, con paralelismos entre el tercer verso y el cuarto, y entre el quinto y el sexto. Jueju y lüshi constituyen las formas poéticas Tang por excelencia. Hay que destacar, en calidad de subgéneros temáticos, los juejus de lamento de gineceo (donde nos habla una mujer fingida, como en las “cantigas de amigo” galaico-portuguesas), los de embriaguez (precursores


Poesía

4 juejus de la dinastía Tang traducidos directamente del chino al español y catalán por anne-hélène suárez y ramon dachs

BAI Juyi ‑ Junto al estanque Dos monjes juegan al ajedrez al fresco amparo de los bambúes. Entre las cañas, no puedo verlos, sólo los oigo mover las piezas

BAI Juyi ‑ Vora l’estany Dos monjos juguen als escacs a l’ombra fresca dels bambús. Entre les canyes no se’ls veu, només se’ls sent moure les peces.

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Poesía

LI Bai ‑ Sentado, solo, ante el Jingting Todos los pájaros se han ido. Pasa una nube solitaria. Inagotables nos miramos. Solos tú y yo, monte Jingting.

LI Bai ‑ Assegut, sol, al mont Jingting Tots els ocells han pres el vol. Un núvol vaga, solitari. Inesgotables ens mirem. Només tu i jo, bell mont Jingting.

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Poesía

QIAN Qi ‑ Campanada remota La campana resuena por montes, riachuelos y nubes rojizas... Vanamente expectante me quedo bajo un cielo carente de pájaros.

QIAN Qi ‑ Repic llunyà per la muntanya La campanada al vent pels monts, pel rierol, pels núvols roigs; faig per cercar‑la i ja no hi és: la immensitat vacant d’ocells.

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Poesía

WANG Wei ‑ Cercado de los Ciervos En la montaña sola sólo resuena el eco. La luz penetra honda hasta alcanzar el musgo.

WANG Wei ‑ Clos del Cervo A la muntanya buida no se sent sinó l’eco. La llum penetra fonda fins a tocar la molsa.

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Turandot en tinta china Luis Armenta Malpica

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¡Extranjero, no tentad la fortuna! Los enigmas son tres, la muerte una. ¡No, no... los enigmas son tres, una es la vida!

Turandot, ópera de Puccini

Nadie duerma en esta casa; se ha perdido el retrato de la princesa en tinta china. Nadie duerma ; ella sigue esperando que el zaguán chille sus goznes hacia dentro y permita la entrada de la mujer del retrato, perdida en el jardín, debajo del tilo que custodia Pu-Tin-Pao, el verdugo de la lluvia, la luna y el frío distintivo de diciembre. Nadie duerma en los jardines hasta dar con el retrato que ella no concluyó; se le agotó la tinta negra y la paciencia. La tinta perduró gracias al agua, el llanto o la saliva. La paciencia no se pudo alargar con el agua de lluvia; la paciencia cada vez más oscura y afilada en sus trazos; pareciera un mechón de cabellos de perro que incendiara el jardín con sus ladridos y olor a diez mil años; la paciencia: un cartucho de tinta sin repuesto; la penúltima arruga de un retrato de mujer, diez mil años debajo de algún tilo.

La esperanza de encontrar a la princesa en buenas condiciones se disolvió con las primeras gotas de lluvia. Casi podría verla: una hoja de papel arroz que, si el viento que soplaba muy fuerte en el jardín o Pu-Tin-Pao jugueteando alrededor del tilo no hubiesen lastimado, empezaría a resbalar el rímel negro de los ojos rasgados de la mujer de noble porte; una mujer de esas que se sostienen firmes, abren ligeramente su bata azul y nácar y no sienten el frío de la hoz de la luna por su cuello, al haberse habituado al de su corazón con diez mil años de historia y se pondría a cantar; diez mil años de los que tocarían una mínima parte a la princesa, la certeza de que siempre sería menos dichosa que cualquier otra mujer de aquella casa y, sobre todo, de aquella dibujada sobre el restirador del extranjero; mueble de laca oscura: verde y roja; regalo de la abuela materna a la princesa china en un aniversario como hoy. Con su pincel izquierdo terminó de detallar un mechón de cabellos plateados en la frente; mojó la crin con sus dedos nerviosos y trazó algunas lágrimas oscuras en ese rostro blanquísimo que ni el polvo de arroz disimulaba. La lluvia también le cayó dentro del quiosco, en los jardines; nada más que la lluvia dibujada nunca tendría el aroma y la textura del agua verdadera; no dejaba resquicio a los suspiros, ni permitía entonar un aria con esa voz que explota de una garganta con cáncer extendido, descubierto en una hojeada a la revista médica:

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toros (en grises) / óleo sobre tela / 35 x 20 cm

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CÁNCER

Los nacidos entre el 22 de junio y el 23 de julio gozarán de excelente salud durante todo el año venidero. Hoy, por ser día último de un año capicúa, el sol aspectará de forma favorable los encuentros románticos, por encontrarse Venus en sextil con la luna, en conjunción con su planeta regente. Es probable la visita de una persona amada, a quien creyó perdida. No desespere, la declinación del sol inclinará la balanza económica en favor suyo, gracias a la oposición de Libra y sus propias influencias. Cuide su ascendente porque anda muy bajo; armonice su biorritmo antes de mantener relaciones sexuales con un desconocido. Su color favorito es el violado. Cáncer que en el cielo es una estrella de huesos insepultos y la voz del extranjero bajo el quiosco del palacio imperial chino, que suplica: Nessun dorma... nessun dorma... *** La sangre: no puedes ver la sangre. Los insectos se acorralan en tu cuello pequeñísimo y oscuro. Tan oscuro que la sangre desdibuja otro rostro arrugado, por abajo del tuyo; una máscara china de diez años y diez mil dolores; máscara que encontraste en el jardín, cuando saliste a ver porqué ladran los perros; asómate, mi amor, a ver qué les ocurre; sabes que los ladridos me dan miedo, mamá: Ping escarba la tierra, con la rabia de un hocico babeante; Pang menea las orejas al descubrir bajo el tilo jirones de un vestido azul y plata nacarada, parecido a un kimono; Pong que ladra a la luna el frío de sus ojos en fase decreciente. No seas fantasiosa, te dice tu mamá; que eso es el celo: Ping y Pong juguetean en el césped de tu casa; tu mamá los espanta con la escoba que sirvió para pintar la barda del jardín y el zaguán con sus bisagras que rechinan al viento; una pintura negra que hasta parece sangre: casi tinta de China de diez años; diez mil por la pintura que dibuja una natilla espesa y que la noche escurre luego de hervir el año en esa hoguera de cincuenta y tantos leños arrancados al árbol genealógico de la familia Ling; cincuenta y tantas varas que no encienden la vida de tu madre en el pequeño quiosco, su consultorio médico, y esos perros que gustan a la abuela por el famoso cuento chino de oigo pasos, negrita: vienen del tilo, a medianoche; pasos como los goznes del zaguán que no se ha abierto en los diez años que tendrías de casada si mamita lo hubiera permitido... Diez años no casada con un forastero cuyo nombre olvidaste de tanto repetirlo por las noches; tanto que lo cantaste a escondidas, en el tronco del tilo, y hasta el árbol lo aprendió de memoria, y se quedó grabado en su corteza con la punta filosa de tu llanto, una navaja larga, igual como se graban las arrugas a tu edad y los dolores de tu hermana y su cáncer robado a las estrellas que tragaste por completo desde recién nacida, aunque se te atorara en la garganta la de cáncer y tu madre te sobara la panza con aceites y diera fruto el remedio; pero su casa quedó estéril cuando tuvo a tu hermana, un minuto después de que nacieras. Ni la perra de tu madre tuvo de nuevo crías, ni reverdeció el tilo. Tu madre ahogó

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el charco (en grises) / óleo sobre tela / 80 x 70 cm

en el cloro a los perritos, excepto a Pu-Tin-Pao, porque le recordó a tu padre, quien se largó cuando supo que el niño que esperaba eran dos niñas. La sangre: un posible recuerdo sobre tu máscara de china que no puede sonreír ni en diez mil años; le fue cosido un cuerpo apenas sostenido en un vestido azul y plata nacarada, con bordado de grillos combatiendo en el cuello y una abertura por si algún día volviera el forastero y respondiera a las preguntas que le hiciste.


Primero contestó: no pierdas la esperanza; pero esa la perdiste en el rencor de tu madre y sus radiografías contra la luna llena, donde aparece el signo... La segunda pregunta no la puede contestar el forastero; el que hace las preguntas soy yo, mi querida señora... Tu madre ya no sabe ni su nombre; decía que al recordarlo el cremor tártaro le llenaba la boca y oscurecía sus ojos una niebla que velaba la luna y las estrellas que prometió tu novio. Te pidió que dijeras «Amor», aunque tu madre no te enseñe esas palabras. No la culpes: la madre de tu madre tampoco la enseñó. Por eso cierran el zaguán de tu casa; que ningún forastero pueda verlas y hagan una celada, como dice tu madre hacen los perros; que ningún forastero venga de buenas a primeras y diga tres preguntas, señora, sobre el tilo y por qué ladra ese perro cuando hay luna y la abuela se pone muy nerviosa y le da por arrojar hojas de arroz en blanco al jardín de cerezos y existen muchas manchas de tinta roja en las paredes blanqueadas cada noche, por qué no se oyen ruidos en la casa y por qué en el jardín y a medianoche... Turandot es el nombre de la princesa del retrato en papel arroz blanco; será escrito por mí, con tinta china, cuando los perros dejen de ladrarle a la luna si ha llegado un forastero que viene a responderle tres miedos a la muerte de mi hermana y se llama Calaf. Turandot no fue el nombre de mi hermana: se llamaba Lou-Ling y en este reino de los mil y mil años, un grito desgarrado resonó; ese grito, a través de cada estirpe, en mi alma se refugió. Princesita Lou-Ling: nunca fuiste anhelada por un hombre, a causa del color tan oscuro de tu cara. A la fuerza te pintaron de blanco. Te dejó el forastero, vestida totalmente de blanco, al pie del quiosco. Se llamaba Calaf. Y yo voy a vengarte. Los hombres no encontrarán nuestra casa de porcelana china ni en el mes que termina ni en el mes que comienza. Ni porque digan ellos que son tres extranjeros y carguen una estrella sobre una credencial y vistan de uniforme. Los hombres no dejarán su color favorito sobre tu cara oscura y quietecita, de virgen cobijada con diez años y este frío de los diez mil demonios. Los hombres no cubrirán tus ojos de rocío con tinta china negra, ni dirán que así es ella, se llama Turandot y la estamos buscando. Los grillos alborotan en tu cuello el cáncer ascendente. Perdiste la batalla. Los hombres no supieron buscarte; ni siquiera el verdugo. Yo quisiera un verdugo al pie del tilo. Yo quise a Pu-Tin-Pao. Pero soy una esclava de esta casa, princesita; y nunca estaré a solas con un hombre, porque son unos perros cuya sola esperanza está en la sangre; ahí buscan la raíz del matrimonio: la sangre que arroja la mujer, ya sin nobleza. Antes de permitir que contestes tú sola mi destino liberaré a la abuela del cuarto de mi memoria roja: la abuela Liù será capaz de entregarse a un verdugo, antes que a tres bandidos que le ofrecen el oro, la gloria y el poder por dar tu nombre. La abuela no creerá que el cinturón de Orión lo forman tres estrellas; ella tenía su cinturón de castidad cosido a la garganta; a cada pensamiento amoroso se lo ceñía de nuevo. Y limpió de su cáncer a mi hermana; del cuello y la entrepierna, sin que mamá le hiciera una pregunta; si algo aprendió mi madre de la abuela fue el silencio. Y la abuela murió, dijo mamá, al pie del tilo, con su piel desgarrada por los perros, excepto Pang, que ladraba a la luna, como queriendo despertar a la abuela y sus ancestros. Y la abuela murió, volvió a decir mamá, y ahora yo soy la abuela.

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Mamita no oyó nada. Dicen que la puerta de la casa se abrió sola; que la noche entró de puntas a su cuarto y que un rayo de sol se le clavó certero en la garganta; un sol nocturno con sabor a cloroformo; un sol agudo que ahogaba cualquier grito. Y mamita murió luego de soltar todos sus perros, como si diera a luz, y hasta que reventara su garganta. Luces de un sol nocturno que ha dejado que pasen del zaguán tres forasteros. A dos no les doy importancia: son Ping y Pong y juegan a los perros en el césped. El tercero no es Pang. Tampoco Pu-Tin-Pao. Calaf, como dice llamarse, se acercará a mi cuarto por el lado del jardín de cerezos y gritará muy fuerte mi tercera respuesta, mi nombre de princesa, para ver si alguien vive después de estos enigmas. Yo no dibujaré el retrato de una princesa llamada Turandot, con la esperanza que su sangre lo complete. Lo lastimaría el viento, la luna o Pu-Tin-Pao, que juega alrededor del tilo. Caminaré despacio hasta el zaguán y encenderé una mecha en mis cabellos. ¿Qué es el frío, cuando la historia de una mujer no está descrita en el papel arroz, sino son dos palillos para comerse aprisa la violación de un hombre con preguntas, sin que nadie le ayude a tragar tan amarga respuesta? No, no... ¿Qué es la vida cuando los grillos del cuello se desbordan y de tanto criarlos combaten las cuerdas de la voz, y una se calla, como buena mujer, como princesa, y una túnica azul y plata nos calienta las piernas y nos hace desear a un forastero que nos muerda los grillos con sus besos y venga a hacerse nudo al pie del árbol y nos grabe su nombre con esperma en la roja raíz de nuestro cuerpo? ¿Qué es el frío sino un adelanto de la muerte que el cuerpo caliente exterioriza por las venas saltonas de diciembre? No, no... ¿Qué es la vida cuando se deja la casa de los padres para vivir una feminidad retribuida a ratos con un beso de mamá y luego de diez años de independencia llega un hombre cualquiera y te arrebata el nombre que forjaste en las vísceras y aún no has llamado tu hija, tu princesita china, porque te dice a gritos que eso es cáncer y te puedes morir, si no lo saca? ¿Qué es el frío sino una malformación congénita, si cuando eliges que la princesa viva, tres hombres te lo impiden con un reporte médico en las manos y un bisturí en cada ojo, y en menos de lo que suenan sus golpes, Ping, Pang, Pong, ya no eres virgen, estás viva y te declaran loca por matar a tus perros, a tu madre, a tu abuela y a tu hermana, porque nadie te ayuda a recobrar ese cuerpo que sacan de tu vientre, al que le dicen cáncer y tú nombras estrella, luna, mi princesita china? No, no... ¿Qué es la vida sino tomar el trago de gasolina y cloro que te quepa en los huesos y encender cada miedo que el trino de un aria de Puccini te despierta? ¿Qué es la vida, carajo, si no podrás volar, porque eres Liù, la esclava del señor, y no Lou-Ling, y te

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ahogaron a tu hija en la mismísima agua en que crecía, y la mujer en China no puede tener hijos de cualquiera? Responde, forastero. Deja de mencionar que yo estoy arrestada; de abrir la bata azul y nácar que le robé a mi abuela para cuando el zaguán rechinara sus goznes hacia dentro y escuchara tus pasos a escondidas. Para ya de decir que maté a mi familia y acércate a mi cuarto, en el jardín trasero de la casa. Encenderé una mecha que te alumbre la rabia en cada grillo que la noche haga cómplice fortuito en tu garganta temerosa a mis preguntas. Tres veces te he sentido venir hacia mi casa: el olor de tu muerte es un ladrido mayor que la distancia al eco y viceversa. El tacto de tus ojos todavía no tropieza en tu verdugo, Calaf de mis amores; alrededor del tilo te vigila. El gusto que me da es que voy a matarte como a un perro, forastero; igual como mataste a mi hija. Pu-Tin-Pao no ha comido en diez mil años y le gustan los hombres. Por eso se polvea la nariz, se blanquea las mejillas y se alarga los ojos con el rimel. PuTin-Pao está en celo, como decía mi madre. Pu-Tin-Pao anda suelto en el jardín y ya te ha olido. Deja de preguntar si mi nombre es Turandot o Pu-Tin-Pao. Yo soy la del retrato de “SE BUSCA”. Haz de tu vida un nudo en la garganta, una cueva de grillos y reza porque el cáncer te extermine primero que mis manos. He aquí la única respuesta, forastero. *** Al alba vencerá un retrato a tinta china de mi crimen, pintado con mis manos, y nadie me buscaría en el quiosco con el zaguán cerrado. Al alba vencerá una máscara muy parecida a ti, bajo del tilo, y tu cuerpo quemado. Al alba conocerás tu muerte por mi nombre, forastero. Yo seré la princesa de ese reino gemelo de tu vida. Sigue andando, Calaf. Toma asiento en el quiosco y mira mi retrato. Pregúntate porqué somos iguales mientras me acerco al tilo y me preparo mientras tus hombres dan tres golpes en la puerta y la abuela contesta, adormilada: Nessun dorma... nessun... ◊

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Lecturas cruzadas:

la crítica literaria mexicana reciente (Esbozo para una reflexión)*

los venados de barro / dibujo a lápiz de grafito / 32 x 25 cm

Víctor Barrera Enderle

Confieso mi asombro ante la magnitud de la tergiversación, ante la nebulosa que cubre el problema a tratar. Es como si, súbitamente, a todos los que les interesa el tema asociaran el concepto de crítica literaria a cosas diversas y hasta opuestas. La divergencia de criterios no me asusta (nada sería peor que la ortodoxia en la reflexión), pero en cierto sentido desalienta. Evidentemente, la crítica literaria dejó hace tiempo de ser un oficio más o menos determinado (aunque justo es decir que, al menos en el ámbito latinoamericano, su lugar en los asuntos públicos nunca ha estado asegurado). Me refiero al breve periodo que va, en el caso mexicano, de la década de los treinta hasta principios de los años ochenta del siglo XX. Cincuenta años de posicionamiento en los ámbitos académicos y públicos, o mejor dicho: medio siglo de bifurcación continua, pues cada una de estas expresiones reflexivas siguió su propio camino, aunque en los primeros años la relación era muy estrecha: los estudios sistemáticos de la literatura apenas estaban conformándose, los conceptos y herramientas fundamentales provenían de los ensayistas y creadores más renombrados. Considero necesario, antes de proseguir, detenerme un poco en los conceptos que atañen a estas líneas: la literatura como conjunto (como campo más o menos autónomo) y la crítica. 57


ANATOMÍA DE LA CRÍTICA

L

las relaciones de poder en términos de hegemonía, y no ya de dominación o de cualquier otra determinación de corte esencial. La descripción de los desplazamientos al interior del campo literario y la relación de éste con instancias “más amplias”, como el campo cultural, permiten entender a la literatura como un fenómeno complejo que va más allá de la típica asociación entre autores y obras. Siempre hay algo más allá de lo inmediato. Pero el aporte principal, según mi opinión, reside en la reflexión de la literatura desde la circunstancia de su gestación: extraordinaria posibilidad de leer de manera alternativa las relaciones regionales, nacionales y universales del fenómeno. En el caso particular de Latinoamérica, esta visión crítica ilumina la peculiar apropiación de los principales discursos de la modernidad y su rearticulación en la reflexión intelectual y la producción artística y literaria. La crítica por su parte es un discurso ambivalente que se presta a la confusión. Generalmente se la ve como un escrito subordinado, o condicionado. Su existencia precisa el antecedente de la obra o el autor a tratar. He aquí el primer malentendido: la crítica no es un discurso secundario, es una escritura que intencionalmente se coloca en esa posición subordinada y desde allí ejerce un cuestionamiento en pos de la veracidad del texto: no le interesa la verdad en el sentido ético, filosófico o religioso, sólo los elementos que sustentan al fenómeno literario como tal. No determina nada, sólo expande el alcance del fenómeno y demuestra su condición humana, colectiva, contradictoria. Se podría decir que las conferencias sobre la teoría de la literatura, impartidas por Alfonso Reyes en la Universidad de San Nicolás, en Morelia, durante los primeros años de la década del cuarenta, representan un parte aguas para la especialización de los estudios literarios. Por vez primera se ponían sobre la mesa los elementos intrínsecos del fenómeno literario, dejando de lado, en la medida de lo posible, las implicaciones históricas y sociales de las obras. Durante los siguientes años, carreras de letras y cursos sobre literatura mexicana se fueron abriendo a lo largo del país. Sin embargo, la influencia de la crítica académica era todavía menor, y sobre todo se enfocaba a ordenar y revisar el pasado. Reproducción y conservación. La prensa mantenía la hegemonía. El contexto, no obstante, había cambiado. El aliento nacionalista de la posrevolución comenzaba a ceder para dar paso a la

a literatura es fenómeno de índole diversa, particular y general a un tiempo. Por su condición contradictoria, concentra un sinfín de definiciones opuestas. Con facilidad se transforma en algo abstracto: neblina difusa, inasible. Pero también se convierte en lo opuesto: experiencia concreta, tangible. El espacio de convergencia de estos polos es lo que nuestros ancestros llamaban “República de la letras” y los contemporáneos, “campo literario”. Para los primeros la designación era una proyección de sus deseos de igualdad, una suerte de democracia literaria que se desmoronaba ante la realidad: más que república, reino, monarquía letrada dotada de imperios y colonias, de lenguas literarias y dialectos folclóricos. Para los segundos, el campo es el espacio donde interactúan las diversas fuerzas y agentes. Un interregno entre las distintas esferas sociales y políticas, y las tradiciones, escuelas, movimientos y cánones literarios. Universo acuoso que se desplaza en círculos y lucha constantemente por mantener su sospechosa autonomía. Batalla por la legitimación, por la conquista de un sitio social que tiende continuamente a perderse, diluyéndose en las contiendas cotidianas por la supervivencia. Mirar la literatura desde esa trinchera implica reconocer una amplia posibilidad de enfoques críticos, y no sólo eso: porque quien mira es también mirado y nadie está afuera de su circunstancia. La idea de campo otorga, o mejor dicho: reconoce, una dimensión que la misma literatura se esfuerza por esconder: su carácter histórico. El gusto literario tiende a borrar las condiciones que propician su hegemonía; sus estrategias, verbigracia: la configuración de cánones, la sutil imposición de estilos y géneros, apuntan hacia la inmanencia del fenómeno. Su anhelo más preciado es la eliminación temporal en aras de la permanencia. El dominio de las palabras sobre las circunstancias. Ante la supuesta supremacía del carácter lingüístico del texto literario, esta perspectiva crítica contrapone las dimensiones estéticas e ideológicas de la obra. Su carácter heterogéneo (su condición multi y transdisciplinaria) permite entender

Ponencia presentada en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, realizadas en santiago de Chile en agosto de 2008. *

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ANATOMÍA DE LA CRÍTICA

pugna de dos grupos hegemónicos, divididos por las ideologías totalitarias de la Guerra Fría, pero unidos en su afán de modernizar las letras mexicanas. Este binomio conflictivo tuvo en las viejas generaciones de escritores y artistas revolucionarios a su primer oponente. El conflicto podría clasificarse como la contienda entre los “universalistas” y los nacionalistas (el pleito no era nuevo, ni mucho menos: durante las décadas del veinte y del treinta, los Contemporáneos padecieron una lucha parecida, pero, para estas alturas, todos sus miembros formaban parte de la burocracia cultural y no concebían sus actividades fuera del aparato del Estado). Asimilación versus diferenciación, con todas sus variantes y matices. Detrás yacía el viejo anhelo compartido: ir en pos de la autonomía literaria. La diferencia radicada justamente en ese punto: los nuevos protagonistas de la vida cultural y literaria optaban por esa “universalidad” como la mejor vía para legitimar su condición intelectual y artística. La primera generación que conquistó ese espacio, en apariencia libre y maravilloso, fue la de los narradores del llamado boom de los años sesenta (si bien las primeras manifestaciones de modernidad literaria se habían dado en la década anterior). Lo literario pasaba entonces por los suplementos de mayor circulación (La cultura en México y luego México en la cultura, por citar sólo dos ejemplos). Época de reposicionamiento de las elites literarias, los sesenta marcó la primera división de poderes con base en la ideología. La crítica adquirió una serie de matices bien definidos: o bien aspiraba a promover un inmanentismo estructural, o bien se enfrascaba en la búsqueda de elementos distintivos, particulares, que conectaran las obras con la cruenta historia política latinoamericana. Los narradores epónimos del boom afirmaban con emoción que su generación era la primera en romper con las ataduras del endémico regionalismo. Los críticos más avispados (lectores cercanos de las propuestas historiográficas de Pedro Henríquez Ureña) comenzaban a establecer conexiones entre este fenómeno y los movimientos del pasado. En todo caso, la literatura latinoamericana en general y la mexicana en particular se convirtieron en problema y en objeto de estudio. Tras los acontecimientos del 68 (la aparición de la sociedad civil como agente político, la represión militar, el principio de la decadencia del Estado mexicano), el campo literario mexicano sufrió algunas

fracturas. Ante la necesidad de retomar el control político, el estado comenzó a relegar “lo cultural” a un segundo plano. Era una estrategia algo siniestra: marginar la reflexión y al mismo tiempo adjetivarla como independiente. Dejaban hablar, pero de lejos, a una distancia donde era imposible escuchar. Resultaba evidente que se tenían que abrir nuevos espacios. Tal fue la preocupación mayor de Octavio Paz, por citar un solo ejemplo, al volver de la India (tras su renuncia al servicio exterior mexicano): establecer un lugar de enunciación hegemónico y al mismo tiempo independiente del Estado. La autonomía, en todo caso, sería relativa. Los años setenta marcaron una década heterogénea, signada por una paulatina censura gubernamental y por la aparición de novísimos actores políticos y literarios. El ámbito occidental experimentaba la revisión crítica anti-humanista de los postestructuralistas, el feminismo redefinía sus postulados teóricos y sus prácticas sociales, y los intelectuales del llamado “Tercer Mundo” ensayaban, desde su condición poscolonial, una crítica revisionista a las metrópolis y sus proyectos modernizadores; la Revolución cubana experimentaba las consecuencias del caso Padilla. En México, la disputa entre los nacionalistas y los universalistas cambiaba y se concentraba en las diferencias y discrepancias entre los últimos. La radicalización comenzaba y las mafias se definían y marcaban distancia. Por un lado, Octavio Paz hacía ostensible su poder legitimador en la revista Plural; por otro, Carlos Monsiváis intentaba dar cuenta de la particularidad histórica de la época, describiendo sus síntomas, desde el suplemento La cultura en México. El primero se desmarcaba definitivamente de la izquierda, y el segundo trataba de rearticular el discurso crítico desde esa tendencia y volverlo mucho más amplio e inclusivo. La polarización sólo hacía patente la gran tragedia: la ausencia de lectores, y me refiero aquí a lectores críticos de cualquier índole que interactuaran en el campo literario y demandaran una relación más horizontal, democrática, y una representación más cercana. Ante tal silencio, los intelectuales o creadores caían, y aquí me permito parafrasear a Gayatri Spivac, en la práctica constante de hablar por los “que no tienen voz” (en realidad, de los que no tienen espacio para emitirla) y de imponerles sus demandas e inquietudes. Sin los lectores suficientes, los grupos 59


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El crítico ha dejado de ser un guía (y yo celebro que así sea), pero también ha dejado de ser un inquisidor permanente.

se disputan las principales fuentes de financiamiento. De allí que el Estado continuara siendo el principal patrocinador de las empresas culturales, aunque la actividad cultural cayera en la categoría de artículo de segunda mano. El campo se convierte en cerco, en territorio minado y cubierto por la neblina de las insinuaciones y los ataques indirectos... Luego vinieron los días de crisis, de golpes contra la libertad de expresión. Represión y marginación de las voces disidentes. El panorama mundial también se modificó drásticamente: América Latina se pobló con dictaduras de corte fascista; el bloque comunista perdió más legitimidad; la política exterior norteamericana se endureció. Los años ochenta representaron una interesante paradoja: el protagonismo de los marginados. Ante la paulatina pérdida de los auspicios oficiales, surgieron interesantes propuestas alternativas. Comenzó una autocrítica del pasado reciente. La sociedad civil ganó protagonismo tras el sismo del 85. Sin embargo la crítica pública perdió autoridad a causa de la manipulación mediática. La controvertida “globalización” causó un cambio profundo en el campo literario al desplazar el rol protagónico de las instancias públicas y de las editoriales independientes, e imponer las demandas e intereses del mercado. El tradicional centralismo cultural mexicano se transformó en la difusión y venta de la literatura mexicana con base en fórmulas bien establecidas. Surgieron así conceptos como la “Literatura del Norte”, las “Novelas del narcotráfico” y otras novedades por el estilo, de las que hablaré un poco más adelante. La hegemonía de las industrias culturales ha afectado el habitus literario, cerrando espacios para la polémica y las discusiones críticas, y abriendo vías para la difusión y la propaganda. La función de los lectores también ha sido trocada, en

apariencia, por la de simples consumidores. Nuevas batallas se avecinaban. La primera transformación tuvo que ver con la acentuación en la división de los ejercicios críticos. Irónicamente: las reflexiones sobre el fenómeno literario comenzaron a polarizarse justo en el momento en que los medios masivos de información acrecentaban su presencia en la sociedad. La crítica pública trocó su función primaria, la de informar, por la de promocionar (una nueva serie de intereses económicos comenzó a tergiversar su discurso); la crítica académica, ante los embates de los proyectos neoliberales que hacían de la educación un negocio, tuvo que reformular sus estrategias de acercamiento, preocupándose más por mantener estándares de la calidad y procesos de certificación. Los intelectuales dejaron de ser orgánicos o independientes y se transformaron en especialistas, en consultores de los nuevos poderes. Ante este hueco, fue la propia industria editorial (vía los especialistas en promoción, los agentes literarios o los escritores más vendidos) quien comenzó a establecer un “discurso crítico e historiográfico”. La otrora literatura nacional fue dividida por parcelas, pero la división más que geográfica, era temática. El antiguo centralismo fue suplantado por el establecimiento de diversas sucursales de venta. De esta manera, la literatura del norte concentró los temas de la frontera, la violencia y el narcotráfico; la del centro, se hizo cargo de los gastados anhelos de asimilación con el mundo moderno. Folclor al interior y esnobismo en la capital: ¿no es esta una variación de la añeja dicotomía entre civilización y barbarie que tanto obsesionó a nuestros ancestros? La literatura se hizo sinónimo de narrativa; la poesía fue relegada a los propios poetas —sus principales lectores— y a las instancias culturales de gobierno. Los premios y las ferias del libro pasaron a ser las instancias de 60


ANATOMÍA DE LA CRÍTICA

legitimación. La tácita reglamentación que rige el campo de la literatura se transformó en un paradigma extra-literario: importa o parece importar más lo que se dice alrededor de la obra, que la lectura de la obra misma. De un tiempo a esta parte, hemos visto resurgir falsas y nimias polémicas en torno al contenido de la literatura; hemos visto a los propios escritores armar un montaje para explicar la genealogía de sus producciones e historiar el surgimiento de sus grupos, lanzando patéticos manifiestos que no cuestionan la complejidad del fenómeno, sino que tan sólo replican antiguas fórmulas de comercialización. La lucha ya no es estética, sino de estrategia. Hay grupos que pelean contra las secuelas (secuelas comerciales) de realismo mágico y apelan a la universalidad de la literatura, entregándose sin reservas a las “maravillas” del mundo globalizado. Otros se enfrascan en la retórica poscolonialista y buscan desenfrenadamente la diferencia que los confirme como subalternos y habitantes de un espacio inclasificable. En medio: una brecha que imposibilita la mirada crítica. El miedo a caer en la reproducción de una narrativa hegemónica o la arrogancia de creer que sólo existe una forma de leer la literatura han oscurecido la función crítica, dejándola en la categoría de mero instrumento, de actividad sospechosa. El crítico ha dejado de ser un guía (y yo celebro que así sea), pero también ha dejado de ser un inquisidor permanente. El silenciamiento nos daña a todos. No es mi intención caer en la apología. Sólo he querido aventurar algunas ideas e inquietudes. Creo que se precisa un cruce de lecturas, una mirada que intente observarlo todo (aunque esto sea tarea imposible) para trazar una cartografía —frágil e inestable— provisional: ¿dónde estamos parados ahora? ¿Hacia dónde vamos? Es momento de replantearnos varios conceptos: repensar el término literatura mexicana (¿a qué nos remite hoy día? ¿A qué tipo de representatividad, si es que la hay, apela? ¿O qué tipo de desencuentro?). Ahora más antes se precisa del desbordamiento de los cauces: nuevas formas de ejercer el criterio, estableciendo paradigmas flexibles. La crítica debería transitar sin restricciones del aula a la prensa, y de la prensa a los medios audiovisuales y digitales, pero no como un ente abstracto e inamovible, sino como práctica dinámica, a la vez individual y colectiva, cargada del peso de su propia circunstancia y capaz de mirarse a sí misma mientras desempeña su labor. No propongo

una fórmula sino un ejercicio. Y para llevarlo a cabo tendremos que hacernos cargo de varias cosas: primeramente debemos rescatar el concepto de valor (y trabajarlo desde un prisma más relativo y dinámico), luego caer en la cuenta de que habitamos la historia y no estamos fuera de ella (tampoco condenados por ella), somos parte de un largo y heterogéneo proceso de articulación social, cultural y estética. Necesitamos reescribir la historiografía literaria (desentrañar sus silencios y omisiones), proponer nuevos modelos de periodización (multidimensionales, que vayan más allá de los generacional, lo comercial y lo instantáneo) y pugnar por una lectura descentralizada. Estoy consciente de los riesgos que a estas alturas implica hablar de una “literatura nacional”, de querer trabajar con ella. Debo aclarar una cosa: cuando hablo de literatura mexicana abarco el fenómeno en su totalidad (autores, obras, editoriales, lectores, etc.): una manifestación cultural heterogénea e inclusiva, y no una delimitación geográfica y nacionalista. La literatura no tiene fronteras ni tiempo, pero sus autores y lectores sí están “presos” de la hora y el lugar. Creo que ha llegado la hora de intentar poner de nuevo los puntos sobre las íes, de ensayar un discurso horizontal y vertical —una lectura cruzada— sobre las letras mexicanas. Arriesgar un juicio necesariamente provisional y hacerse cargo de él. No hablo de autoridad, sino de provocación. La inercia actual sólo alimenta la tergiversación del fenómeno. Se precisa urgentemente la crítica de la crítica: el establecimiento de su propia historiografía. No deja de asombrarme que de todo el instrumental teórico producido en América Latina en los últimos cuarenta años, poco, o casi nulo, haya sido el aporte de la crítica mexicana. ¿Acaso conceptos tales como heterogeneidad, transculturación, por sólo mencionar algunos, nos resultan tan ajenos? (Hago a un lado la noción de “cultura híbrida”, pues su aplicación ha sido mayoritariamente en fenómenos extra-literarios.) Ante este vacío, no nos queda más que los lugares comunes que circulan a diario, pero ellos nos dejan más confundidos: yo, al menos, no he podido todavía reconocer ese “maravilloso momento” de producción literaria que, según la propaganda de las industrias culturales, estamos viviendo en México desde hace algunos años… Es tiempo, repito, de provocar una revisión al interior. No será desde luego, una lectura definitiva, pero sí hará de la literatura un fenómeno un poco más cercano ◊ 61


Al amparo de una musa:

el reinado de ClĂ­o en la Universidad edmundo derbez garcĂ­a

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E

n sus setenta y cinco años de vida, la institución ha sido el generador del acervo de conocimiento histórico más importante en la entidad al organizar una serie de espacios académicos en torno a los cuales se ha fomentado la realización de investigaciones y la formación de historiadores, cuyas contribuciones se encuentran en la amplia variedad de labores que van desde la enseñanza de la historia hasta la organización y administración de archivos, museos y espacios culturales. Desde su fundación, en 1933, la Universidad Autónoma de Nuevo León ha sido un albergue de la cultura humanística y “cliomática” como Luis González y González se refiere al desarrollo de los estudios históricos. El conocimiento de la historia de Nuevo León, de la región y de México surgido en el seno de la institución educativa es abundante. Los títulos de los libros y folletos publicados, algunos de ellos esenciales para la historiografía, dan cuenta de ello. Para alcanzar este desarrollo, no sin altas y bajas a través del tiempo, han confluido una serie de elementos que, a pesar de operar en ocasiones de manera poco articulada, han permitido establecer una infraestructura bien apuntalada. El fundamento teórico señalado en su ley orgánica, grupos de personas interesadas en los estudios históricos, espacios dedicados a la enseñanza, la investigación y la difusión de los diferentes campos de la historia, importantes fuentes y reservorios documentales y bibliográficos. Gracias a su impulso la enseñanza y la investigación se organizan, sistematizan y profesionalizan, especialmente la referida a la historia regional; forma elementos que habrán de dar vida a nuevas asociaciones que dinamizan este campo; se establecen contactos entre

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los estudiosos de la disciplina; se editan numerosos libros y revistas de divulgación del conocimiento histórico. No se trata en las siguientes líneas de elaborar un estudio de las obras producidas a través del tiempo ni un análisis de las corrientes, escuelas y métodos de los autores, eso requiere un estudio historiográfico adicional; se trata, en un rápido recuento, de esbozar las aportaciones de la casa de estudios de Nuevo León en esta materia.

sus incuestionables dotes o la autoridad que imponen sus nombres, no eran profesionales, es decir, nunca desarrollaron la disciplina profesionalmente. Sus obras, producto en muchas ocasiones de sus esfuerzos individuales, presentaban sus limitaciones; en ese sentido la incipiente historiografía local tenía en su contra no pocas carencias como escuelas establecidas, recursos y profesionalización del oficio. Como parte de los elementos esenciales para subsanar este último aspecto, en una primera etapa de despegue, la institución publicó obras históricas y organizó actividades académicas con historiadores del país. Estas fueron sus primeras grandes contribuciones. Respecto al primer punto, publicó textos como la Correspondencia particular de D. Santiago Vidaurri (1940), las Memorias de fray Servando (1946), el estudio que del personaje hace Edmundo O’Gorman, una de las ediciones, la tercera de 1948, de Nuevo León. Apuntes Históricos de Santiago Roel que, como señala Ceballos, sustentó durante varias décadas la identidad de los nuevoleoneses. En cuanto a lo segundo, a las actividades de la Escuela de Verano, a partir de 1946, concurrieron importantes figuras de las humanidades, entre otros, Daniel Cossío Villegas y Wilberto Jiménez Moreno. En su seno, acogió la iniciativa de algunos historiadores como Silvio Zavala, Lewis Hanke y a nivel local, Carlos Pérez Maldonado, para realizar la Primera Reunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos en 1949. En esa ocasión Alfonso Reyes ofreció su trascendente y polémico discurso “Mi idea de la historia” donde su conclusión acerca del viejo debate fue que la historia era ciencia, filosofía y arte a la vez. Además de la sesión inaugural, la Universidad colaboró con el INAH en la organización de tres exposiciones, una de ellas dedicada a los libros mexicanos de historia. Este importante evento fue decisivo en el siguiente impulso accionado por la Universidad para evitar permanecer al margen del inicio de un proceso de profesionalización del historiador operado a nivel nacional. Para ese entonces empezaban a formarse generaciones de historiadores tanto en el programa de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México como en el Centro de Estudios Históricos del Colegio de México.

La verdad, vocación compartida

El desarrollo del conocimiento histórico dentro de la Universidad, siguiendo a Manuel Ceballos, fue inspirado en buena medida por la concepción de institución de educación superior planteada por Alfonso Reyes en sus famosos textos “Voto por la Universidad del Norte” y “Los regiomontanos” donde le atribuye las funciones de docencia, investigación y difusión. Podría decirse que su ideario formaba parte de todo un ambiente propicio estimulado por una serie de factores que revitalizaron el interés por el quehacer histórico. La influencia de intelectuales como José Vasconcelos y Alfonso Reyes, a nivel nacional, la tendencia antipositivista, la existencia de sociedades científico-literarias como la llamada José Eleuterio González y de asociaciones estudiantiles como el grupo Alfonso Reyes. Humanistas, catedráticos y especialistas contribuyeron a crear una Universidad que en sus funciones sustantivas se comprometió a la “difusión de la cultura”. El objetivo supremo de la institución educativa, inscrito en su lema: “alentar la flama de la verdad”, es el anhelo de la historia. Ya Raúl Rangel Frías como rector en 1949, hablaba del entendimiento de los historiadores en torno a la verdad. Ese interés por la historia se sostuvo gracias a la fuerza moral que desde un principio tuvieron los organizadores de la institución. A ello se agregó la reanimación del regionalismo que en la década de los treinta y cuarenta del siglo pasado, animó una búsqueda de identidad usando a la historia como uno de sus principales instrumentos con el fin de destacar valores distintivos frente a las fuerzas centralizadoras del estado nacional. A pesar de encontrarse la disciplina en un auge por esas y otras razones, sus principales exponentes, pese a 64

páginas anteriores: la calle que sube / mixta / 100 x 120 cm

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anatomía de REDONDA la crítica ANDAR A LA

la palabra autorizada de nuestros más destacados valores nacionales en esta materia”. Por su parte, el Centro de Estudios Humanísticos (CEH) emprendió trabajos de investigación histórica, principalmente a través de la labor desarrollada por Cavazos Garza, con un interés muy definido hacia la etapa colonial. En su amplia labor elaboró escritos que resultan imprescindibles en la historiografía nuevoleonesa: las entradas y fundaciones realizadas por Alberto del Canto (1577), Luis de Carvajal y de la Cueva (1581) y Diego de Montemayor (1596), las características de los pobladores del Nuevo Reino de León, la vida y actividades de mineros, soldados, ganaderos y pastores durante la Colonia, la labor de las misiones franciscanas, las biografías de gobernantes y personajes distinguidos, las monografías de villas y poblaciones desde sus orígenes coloniales. También dio a conocer fuentes, archivos, guías para facilitar al investigador su labor de enriquecer sus análisis a partir de las fuentes documentales de los repositorios existentes en la ciudad de Monterrey y los municipios del estado. Estos trabajos se publicaron de manera ininterrumpida por 22 años en el órgano del centro, el Anuario Humanitas que apareció en 1960, junto con los trabajos de relevantes investigadores invitados de universidades e instituciones académicas nacionales e internacionales. En él publicaron reconocidos historiadores como Luis González y González, Daniel Cosío Villegas, Ernesto de la Torre Villar, Antonio Pompa y Pompa y locales con una sólida obra como Tomás Mendirichaga y Cueva, Isidro Vizcaya Canales, Eugenio del Hoyo y José P. Saldaña. El anuario es desde entonces y hasta hoy, que ha publicado más de 30 volúmenes, un repositorio de trabajos y referencias documentales sobre historia inapreciable promovido por la Universidad. Además, la máxima casa de estudios se valió de sus distintos órganos editoriales para difundir trabajos de investigación histórica, algunos eruditos, otros generales con pretensiones de divulgación. Por ejemplo, en Universidad el arquitecto Joaquín A. Mora presentó en 1950 sus “Investigaciones históricas sobre el Monterrey antiguo”; en Armas y Letras, boletín del Departamento de Acción Social, Armando Arteaga Santoyo publicó en 1945 la importante “Bibliografía

La historia tiene domicilio

Es esta, una siguiente etapa decisiva en el proceso de contribución del conocimiento histórico al organizar la Universidad sus primeras instituciones académicas directamente relacionadas a la historia lo que permitió ubicar a la ciudad de Monterrey en una dimensión de importancia respecto al resto de otras entidades del país. Antes de mencionar estos espacios que serán núcleo de formación de historiadores y de investigaciones, resulta indispensable destacar la significativa presencia en estas iniciativas del joven Israel Cavazos Garza, recién formado profesionalmente en el Colegio de México donde convivió con maestros como el doctor Silvio Zavala, Agustín Millares Carlo, Francois Chevalier, José Miranda y Manuel Toussaint. Sus conocimientos históricos, su profundo interés por la historia del noreste y, particularmente de Nuevo León, sus relaciones con investigadores y académicos de la región y del país, le dieron en esa época un liderazgo indiscutible. Primero, fue designado, en diciembre de 1951, jefe del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, luego, en 1953, director de la Biblioteca Universitaria Alfonso Reyes y, pocos años después, en agosto de 1959, jefe de la sección de Historia del Centro de Estudios Humanísticos (CEH). La creación de la Facultad de Filosofía y Letras, en 1951, siguiendo los lineamientos de su homóloga de la UNAM, respondía a la idea de desarrollar estudios históricos. Rangel Frías, rector y primer director señalaba que en ella “tendrán su domicilio propio (…) la historia del hombre y de las ciencias”. Su Departamento de Historia se propuso entre sus objetivos la investigación histórica regional vinculándose con la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística (SNHGE), creada en 1942; el desarrollo de índices, la publicación de un boletín histórico bibliográfico y la organización de un seminario de investigaciones históricas. La facultad impartió cursos de historia, de investigaciones históricas y de la utilización de las fuentes. “La labor desarrollada por la Universidad de Nuevo León, en lo que respecta a la difusión histórica —exponía Israel Cavazos en 1952—, es verdaderamente encomiable. Sus anuales cursos de verano constituyen una elevada demostración de interés por estos estudios; no se escatima esfuerzo alguno porque los estudiosos de Monterrey tengan ocasión de escuchar 65


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del Padre Mier”; en Inter Folia, Cavazos Garza publicó numerosas biografías y en el periódico auspiciado por el Patronato Universitario Vida Universitaria, se publicaron a partir de 1951 numerosos artículos históricos. Pasaron entre cinco y diez años para que, en el seno de la Universidad, la historia local diera a luz sus mejores obras. Esta corriente estuvo fundada, como se ha mencionado, en la obra de Israel Cavazos. Entre otras publicó Nuevo León en la Independencia (1953), Historia de Nuevo León por el capitán Alonso de León, Juan Bautista Chapa y Fernando Sánchez de Zamora (1961), Cedulario autobiográfico de pobladores y conquistadores de Nuevo León (1964), Catálogo y síntesis de los protocolos del Archivo Municipal de Monterrey, 1700-1725 (1973). Muchos otros serán los historiadores que produjeron sus investigaciones ligados a los organismos de la Universidad. Por citar alguno, Víctor Niemeyer publicó su obra fundamental El general Bernardo Reyes (1966). En ese sentido la historia logró una perspectiva mejor ceñida a las realidades regionales y empezó a fincar una más sólida tradición historiográfica marcando nuevos rumbos en la investigación histórica, llenando los huecos por donde había hecho agua el conocimiento en amplias áreas.

particularmente, el materialismo histórico. En ese sentido los intereses académicos giraron en torno a las imbricaciones de economía y política en los procesos sociohistóricos. Los maestros de la historia económica, encabezados por Mario Cerutti, tuvieran numerosos discípulos que dedicaron una buena parte de sus trabajos de investigación a estos temas. Las aportaciones fueron en el campo de la industrialización, la participación de la inversión extranjera y la actuación política del empresariado. Surgieron importantes obras como Burguesía y capitalismo en Monterrey, 1850-1910 (1988), Economía de guerra y poder regional en el siglo XIX (1983) y Monterrey. Siete estudios contemporáneos (1988). De algún modo este marco de análisis privilegiaba a los grupos comerciales, industriales y financieros como motores del éxito económico de la ciudad y del estado, una tendencia que la historiografía local se había encargado de reforzar y ensalzar por años en beneficio de los intereses de un sector representativo de la llamada iniciativa privada. No resultando completo el análisis desde esta óptica, se fomentó el estudio de la fuerza trabajadora con la sugerente hipótesis de ser factores esenciales de la expansión económica; de esta forma los obreros se incorporaron en la escena de la historiografía. Gracias a estas líneas de trabajo el conocimiento histórico arrojó nuevas luces sobre aspectos poco conocidos de la industrialización y permitió cambiar visiones incompletas o erróneas del pasado. A partir de los años noventa, con el derrumbe del Muro de Berlín, comenzó la discusión de nuevos enfoques, nuevas corrientes y nuevos temas; los estudios se enfocaron a un campo cada vez más amplio de la historia, cuestiones de historia política, cultural, religiosa y agraria se incorporaron al corpus de las investigaciones académicas de la facultad. De esta manera han emergido trabajos desarrollados desde la teoría de género, particularmente enfocada al estudio de la cultura campesina y desde la hermenéutica, una transición del documento al análisis del discurso. Sin embargo, es importante subrayar que los estudios históricos alcanzaron un desarrollo considerable en el aspecto temporal principalmente sobre el siglo XIX y principios del XX, en buena medida por el atractivo que ha resultado analizar un periodo donde se establecieron en buena medida las bases del estado,

Bajo la lupa del materialismo histórico

Una nueva etapa inició en la Universidad en los años setenta en el contexto del auge, persistencia y profundidad que la investigación regional asumió en México como fruto de las instituciones académicas. En 1973 la Facultad de Filosofía y Letras estableció la licenciatura en historia y, en 1978, la maestría en historia con especialización en problemas fronterizos que, finalmente, no pudo concluirse, como respuesta a la necesidad de contar con un centro de formación de historiadores en términos académicos con la doble expectativa de dedicarse a la investigación y a la docencia. El Colegio de Historia planteó la imposibilidad de seguir estudiando la historia regional a partir de las obras escritas y la necesidad de acudir a las fuentes primarias para producir nuevos conocimientos recurriendo a diversas corrientes de interpretación. La tendencia fue privilegiar la escuela económica, hasta entonces, escindida en la historiografía local, como fundamental para explicar el desarrollo social e histórico bajo la visión prevalente del marxismo, 66


“Ha sido sin duda, si no la única, sí la gran matriz de donde ha salido el conocimiento histórico de la región” (m.c. ramírez)

las transformaciones liberales y el orden económico imperante. Otra de las contribuciones del Colegio de Historia fue la nueva interpretación sobre el devenir de la ciudad y el estado desde lo regional, abarcando distintas etapas de la historia, asumiéndolo como parte de los procesos nacionales, continentales e incluso mundiales. También han sido muy importantes las actividades de difusión y extensión desarrolladas por la facultad. El Colegio de Historia daría a conocer sus aportaciones exhibiendo trabajos de rigor académico y amplio soporte documental en los foros de intercambio y discusión como los encuentros nacionales de estudiantes de historia, el primero de ellos realizado en Monterrey en 1977, y en ediciones de libros y revistas especializadas. Durante cinco años, a partir de 1986 la facultad editó y difundió Siglo XIX. Revista de Historia, de carácter semestral, buscando cotejar o comparar

fenómenos y procesos regionales en América Latina, e incluso Europa. En 1991 el nuevo proyecto Siglo XIX. Cuaderno de Historia, de manera conjunta con el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, fue la prolongación a escala nacional del anterior. Además, publicó trabajos históricos en la serie editorial Cuadernos de Historia y Cuadernos del unicornio. En esa misma vertiente se realizaron actividades académicas que aumentaron el grado de profesionalización de la historia como el Encuentro Historia Económica del norte de México en 1991, el Congreso Empresarios españoles en México, siglo XIX en 1992; a través del posgrado asistieron maestros reconocidos como Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer y en los cursos de historia realizados especialmente durante los veranos asistían los historiadores más destacados del país. Con verdadera constancia, el Colegio de Historia ha formando historiadores que se cuentan por cientos, cuyas contribuciones se encuentran en la amplia

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variedad de labores que van desde la enseñanza de la historia en los distintos niveles escolares hasta la organización y administración de archivos, museos y espacios culturales. Estas generaciones de investigadores regionales jóvenes que brotaron durante las últimas décadas de la Universidad han dado nacimiento a organizaciones como la Asociación de Historiadores Profesionales del Noreste de México (ADHINOR), en 1984; Sociólogos, Antropólogos e Historiadores de las Provincias de Oriente (SAHPO) y la Asociación de Historia Económica del Norte de México, en febrero de 1992. En la misma década de los setenta surgió a partir de 1975 la Dirección General de Investigaciones Humanísticas dirigida por Raúl Rangel Frías, que abrió un Centro de Estudios Históricos colocado, a partir de mayo de ese año, en las manos de Israel Cavazos Garza. Bajo su patrocinio se publicó a partir de 1977 la revista de historia Actas: serie documentos que tuvo como director y redactor al mismo Cavazos Garza. De manera simultánea apareció el segundo de sus formatos subtitulado Índices, fuentes, notas de historia, letras y artes. Estas publicaciones tuvieron varias épocas, la primera y única dentro del Centro de Estudios Históricos, corresponde al trimestre de julioseptiembre de 1977 a abril-junio de 1981. Su importancia radica en los documentos poco accesibles dados a conocer en sus páginas, por ejemplo, la relación de personas nombras por Luis de Carvajal y de la Cueva para llevar al descubrimiento y población del Nuevo Reino de León (número 1), el informe sobre el Nuevo Reino de León de Félix María Calleja (número 3), la correspondencia entre Santiago Vidaurri y Juan Álvarez durante la revolución de Ayutla (números 5, 6 y 8), informes de gobernadores coloniales como Pedro de Barrio Junco y Espirella y Antonio Cordero. Además, en esa época la Universidad siguió publicando libros, obras como Fray Servando, biografía, discursos, cartas (1977), fue uno de los más significativos.

Se reorientó y concentró en torno a la Capilla Alfonsina con la llegada e inauguración, en noviembre de 1980, del acervo de Alfonso Reyes y el traslado al mismo espacio de la Biblioteca Universitaria Alfonso Reyes, con importantes repositorios para la historiografía local, regional y nacional como los volúmenes de la antigua Biblioteca Pública, los fondos privados Valverde Téllez, Díaz Ramírez, Abelardo Leal, Ricardo Covarrubias y Salvador Toscano, además del Fondo Nuevo León que concentra la producción bibliográfica del estado en sus diversos aspectos. La Capilla fungió como editora y promotora de los estudios históricos, así creó la serie editorial Archivos y documentos históricos regionales, a través de los trabajos de Israel Cavazos, Gerardo de León y Celso Garza Guajardo. Obras importantes fueron las de Genaro Salinas Quiroga Historia de la cultura nuevoleonesa (1981) y de Cavazos Garza el Diccionario biográfico de Nuevo León (1984). Apareció bajo la responsabilidad de la Capilla Alfonsina la segunda y más breve época de la revista Actas, de enero a septiembre de 1982. El detonador de los estudios históricos en los años ochenta y noventa, con base en los acervos documentales de la Capilla Alfonsina fue el Centro de Información de Historia Regional (CIHR-UANL), surgido en diciembre de 1980, con elementos dedicados profesionalmente a la investigación del pasado de la región. Sus primeras publicaciones fueron El ojo de agua de Sabinas Hidalgo (1981) de Garza Guajardo y José María Paras, criador, padre y valetudinario (1982) de Luis Sierra Nava-Lasa. Desarrolló otras series editoriales como la Biblioteca de Nuevo León, Folletos de Historia del Noreste, Los comanches, Nuestros pueblos, El Terruño y Testimonios de fundaciones de municipios de Nuevo León; además emprendió la publicación de Bitácora, boletín sobre las actividades del CIHR, en diciembre de 1987. Hasta enero de 1993 se publicaron 16 números donde quedaron asentadas, de manera básica, la investigación realizada en la Universidad y, en particular, en el CIHR. En mayo de 1997 inició una segunda época y desde 2004 se edita el boletín bimestral Haciendo brecha. Desde el centro de la historia se abordó una amplia variedad de temas que, más que reflejar cierta falta de orden, ha sido reflejo de su vitalidad. Entre sus investigaciones destacó sin duda el trabajo En busca de Catarino Garza 1859-1895 (1989).

La identidad regional como premisa

La labor histórica fue reorganizada a partir de 1980 al desaparecer la Dirección General de Investigaciones Humanísticas, el Centro de Estudios Históricos y publicaciones como el Anuario Humanitas y la revista Actas. 68


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de nuevo la publicación del Anuario Humanitas en 1997. Bajo el auspicio de la Secretaría de Extensión y Cultura, a través de la creación de la Dirección de Publicaciones, se editan en la colección Nuestra Historia obras como una versión corregida y aumentada del Diccionario biográfico de Nuevo León (1996), Escritores de Nuevo León. Diccionario biográfico (1996), ambas de Israel Cavazos, Monterrey 400. Estudios históricos y sociales (1998), Fábricas pioneras de la industria en Nuevo León (1998) de Javier Rojas, además de amplias monografías sobre los municipios de San Nicolás (1997), Santa Catarina (1999) y Monterrey (2002). Además se publicó una tercera época de la revista de historia Actas, de junio de 2002 a diciembre de 2003 buscando estimular los estudios del pasado a nivel regional —Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, Zacatecas y sur de Texas. De esta manera el legado de la función sustantiva de la promoción y divulgación histórica, tanto en formación como en investigación, descansa actualmente en espacios consolidados a través de años de trabajo como la Facultad de Filosofía y Letras, la Dirección de Publicaciones, el Centro de Estudios Humanísticos, el Centro de Información de Historia Regional y la Capilla Alfonsina que organiza valiosas exposiciones bibliográficas. Para Manuel Ceballos Ramírez la UANL ha sido baluarte de los nuevos temas y enfoques de los estudios históricos y de la necesaria renovación del oficio. “Ha sido sin duda —escribe— si no la única, sí la gran matriz de donde ha salido el conocimiento histórico de la región” ◊

Estos materiales han servido de referencia para debates, confrontar ideas, emprender nuevas investigaciones, nutrir congresos y seminarios donde se propuso seguir el criterio de temas. Con fundamento en el rescate que la UANL realizaba del caso antiguo de la Hacienda San Pedro, en Zuazua, Nuevo León, organizó en octubre de 1986, el Primer Seminario de Historia de las Haciendas del Noreste; en abril de 1990 “Puente Solidaridad. Una puerta al siglo XXI”, en Colombia, Nuevo León; en 1983 el Seminario sobre bibliografía Histórico Regional, además de congresos sobre el corrido. Estos eventos dieron como resultado una fecunda reflexión y una valiosa cantidad de ponencias, algunas de ellas publicadas. A su labor añadió el trabajo de campo como la localización de petroglifos, restos de haciendas, revaloración de personajes de la cultura popular y de historia oral como resultado de una fuerte preocupación por la divulgación de la historia regional. Promovió el nombramiento de cronistas en los municipios y en sus instalaciones, se instaló el Colegio Estatal de Cronistas en 1987 y se efectuó el XX Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas en 1997. No obstante sus carencias en métodos y sistemas de trabajo, uno de los atributos del cronista, en muchos de los casos, y en gran medida razón de su impulso desde la institución, era el profundo y directo conocimiento de la realidad de su región. La producción editada por el centro incluyó obras que iban desde la gran región de la frontera hasta el espacio propio de la microhistoria a través de libros, folletos que han encontrado amplia receptibilidad y difusión en los municipios, escuelas y público en general con el propósito, decía su director, de contribuir al “fortalecimiento de la identidad y afianzamiento de los valores culturales e históricos”. Tampoco puede dejar de mencionarse a otras dependencias como la Facultad de Derecho, la Facultad de Economía con su colección Evolución de la Civilización contemporánea; la Preparatoria No. 3, la Preparatoria No. 7 con sus Cuadernos de cultura y el STUANL con sus Cuadernos de Educación Sindical. Para consolidar el quehacer histórico desde otros objetivos y alcances, la Universidad reactivó el Centro de Estudios Humanísticos con Israel Cavazos al frente una vez más de la sección de Historia, que emprendió

Bibliografía Cavazos Garza, Israel. “Nuevo León: la historia y sus instrumentos”, en Historia Mexicana, v.1:3 (enero-marzo 1952). Cavazos Garza, Israel (1970). “Fichas para una biblio-hemerografía histórica de Nuevo León, 1960-1969”, en Humanitas No. 11. Ceballos Ramírez, Manuel. Historiografía nuevoleonesa, AGENL. Serie Orgullosamente bárbaros, No. 7 (septiembre 1995). Hoyo Cabrera, Eugenio del (1979). Historiografía mexicana. Monterrey, Nuevo León: UANL. Hoyo Cabrera, Eugenio del (1986). Mil textos sobre la historia de la frontera norte. México: Comité Mexicano de Ciencias Históricas. Morado Macías, César. “La historia escrita en Nuevo León”, en Vida Universitaria, No. 14 (31 de agosto de 1997). Piñera Ramírez, David (1990). Historiografía de la frontera norte de México. Balance y metas de investigación. Universidad Autónoma de Baja California-UANL.

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toboso

BIBLIOCLIPS

(Des)hecha en Japón rodrigo fresán / UNO “Made in Japan”

equivale —desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la invisible invasión de transistores y miniaturas y la revancha radiactiva de macrocriaturas como Godzilla & Co.— a despacho desde otro planeta. Otro planeta que está en éste y cuyas virales invenciones sci-fi enseguida contagian al resto del globo.

san lázaro (monotono) / tinta china (pluma) / 31 x 23 cm

A

hora son las novelas escritas y leídas en la pantalla del teléfono móvil —las keitai shousetsu— las que vuelven a producir una cierta molestia ante la frenética evolución del aparato. Progresos que uno querría, por ejemplo, para aviones y aeropuertos. Se sabe, se padece: en los últimos años el teléfono ha experimentado transformaciones dignas de la imaginación de un científico loco, ascendiendo en el inconsciente colectivo adulto a objeto de deseo y estatus, y agitando las hormonas de jóvenes con modales de droga dura. Con una inagotable capacidad para abducir funciones de otros electrodomésticos (pronto, de seguir así, se utilizarán para cualquier cosa menos para comunicarse) ahora, en el imperio del sol por siempre naciente, ha llegado el momento de leer por teléfono.

DOS Y no es que en Occidente no se hayan detectado ya síntomas: el móvil se utiliza cada vez más para mirar (proyectando contenidos exclusivos de películas y series y potenciando la capacidad zombificante del engendro, como en Cell de Stephen King) y hasta se ha agotado en España algún poemario inspirado por una Musa Operadora con la jerga de los SMS. Pero lo de Japón —con 78 millones de móviles en activo— es tan grave como la fiebre amarilla. Los datos no mienten: la cultura respo n sabl e d e un a d e las formas más nobles de la poesía (los haikus) y de la considerada primera novela clásica (La historia de Genji) ahora parece entregada a los pulsos y pulsiones de la literatura telefónica. Desde el 2003, los primeros puestos de las listas de best-sellers niponas aparecen literalmente tomados por los tonos de libros originalmente

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telefoneados. Escritos por autoras primerizas y anónimas y veinteañeras (y súbitamente célebres) con corintelladianos títulos como Amor profundo o Amarte otra vez o Cielo de amor. Millones de ejemplares vendidos en formato libro luego de haber sido descargadas por lectores adictos a las pequeñas pantallas que verán, ahí mismo, las veloces adaptaciones cinematográficas a la gran pantalla de todo eso. Y la condena de periodistas y escritores y académicos no se ha hecho esperar: Japón es desde siempre un país de gran tradición lectora (sobre todo en medios de transporte donde está mal visto hablar por teléfono) y está claro que de semejante soporte no surgirá una nueva En busca del tiempo perdido o algo que los rebeldes de Fahrenheit-451 consideren digno de memorizar para un futuro mejor. Los enganchados al formato —ya sean productores o consumidores— no están interesados en la profundidad de largas sagas. Y basta con buscar y encontrar ejemplos de la prosa en Internet y enseguida comprender que de lo que aquí se trata y se cuenta es poco más que —como canta Pete Townshend— “tierra baldía adolescente” para gozo de lo que ya se conoce como “La Generación del Pulgar” (más datos en Internet en el muy interesante ensayo Mobile Phones, Japanese Youth, and the Re-Placement of Social Contact de Mizuko Ito). A saber: invariable primera persona del singular, interacción con los lectores (que llegan a sugerir o imponer cambios), frases cortas, emoticones, pocos y superficiales personajes, tramas melodramáticas, maniqueísmo, amores y altas dosis de sexo y


violencia con heroínas sufriendo violaciones en grupo, embarazos, abortos, contagio del sida, alienación, esas cosas. “Soy bajita, soy estúpida, no soy bonita, no valgo nada, y no tengo sueños”, se presenta la sufrida protagonista de Cielo de amor. Y así —consciente o inconscientemente— parece convertirse en su propia y despiadada crítica literaria. Si hay algo de buena suerte, Haruki Murakami escribirá una gran novela sobre los años de esta peste. O, si hay todavía mejor suerte, si la cura se descubre pronto, tal vez ni siquiera llegue, tal vez no haga falta escribir nada. TRES Todo esto no quita —la Resistencia es poderosa— que el año pasado se hayan vendido en Japón 300.000 ejemplares de Los hermanos Karamazov. Están también, claro, los que dicen que mejor leer algo que no leer absolutamente nada. Y seguramente sean aquellos que, con el flamante Kindle (“dispositivo inalámbrico de lectura” patrocinado por la librería virtual Amazon cuya primera tirada se agotó en horas y que supuso casi evangélica portada de Newsweek así como las alabanzas de la novelizada Toni Morrison), tienen hoy los mismos sueños húmedos que alguna vez dedicaron a los efímeros e-books. Otros, eufóricos, defienden y

celebran el nacimiento de “un nuevo idioma narrativo”. En lo personal, me parece que habría que aplicar las ventajas de lo novedoso sin jamás perder de vista lo que fue, lo que sigue siendo. No creo que nadie esté esperando un nuevo lenguaje narrativo, pero no estaría nada mal que se agilice el aprendizaje y se mejoren las aplicaciones del lenguaje de siempre. Es decir, por ejemplo, ya que estamos: no está nada mal la red si no se cae en ella. Una cosa es entrar y salir, otra muy distinta es quedarse enredado, para siempre, ahí dentro y, solipsistas, pensar que se está haciendo ahí la Historia que no se quiso o, seguramente, no se pudo hacer aquí. Ya en 1994, en Elegías a Gutenberg (Alianza) Sven Birkerts anticipaba tiempos oscuros para las letras en la encandiladora Era Electrónica. Si no se entrena desde el principio a alguien en el placer de la decodificación de frases complejas, difícilmente se las quiera escribir después, decía. Meses atrás, Caleb Crain en The New Yorker (“El crepúsculo de los libros”) advertía sobre las zonas cerebrales que no se activan nunca en jóvenes más acostumbrados a sostener un móvil en la palma de la mano que a coger un libro utilizando todos sus dedos. Así, más temprano que tarde, alcanzaríamos la práctica pero estéril lengua de las máquinas:

on, off, out of batteries, y a esperar el milagro de que el medio sea el mensaje y que la tecnología sea la que certifique los méritos. De este modo, se habrá cumplido uno de los sueños de Warhol: la botella de Coca-Cola se impondrá sobre la bebida que contiene y los envases (los formatos, las formas) vencerán a los contenidos (los fondos, lo profundo). La esperanza reside en que —como ocurre con toda moda móvil— el fenómeno sea pronto suplantado por un variable acaso peor pero también de vida más o menos corta sin perder nunca de vista el destino definitivo de semejante ingenio: ser arma arrojadiza de la top-model Naomi Campbell. Mientras tanto y hasta entonces, los lectores de verdad todavía respiran tranquilos: no existe aún —por más que el Kindle asegure que la resolución de su pantalla es similar a la del “papel verdadero”— mecanismo que nos ofrezca esa sensación de íntima victoria y de épica expectativa que sólo ofrece el unplugged pero electrizante gesto de voltear una página. Muy distinto es lo que uno siente por los amados libros de siempre cuando llega el momento de una mudanza. Pero mejor no escribir o hablar —ni siquiera por teléfono— de ciertas cosas ◊

No creo que nadie esté esperando un nuevo lenguaje narrativo, pero no estaría nada mal que se agilice el aprendizaje y se mejoren las aplicaciones del lenguaje de siempre. 72

la mesa (en grises) / conté sobre papel / 58 x 51 cm

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A LA LETRA

biblioteca personal i / iv

bárbara jacobs Soy dueña de por lo menos tres bibliotecas personales,

la de los libros que poseo físicamente, la de los que leí y por mil razones no guardé y la de los que quiero leer o aunque sea sólo tener pero que no he encontrado todavía. También, la de los libros sobre los que he oído o leído tanto que me parece que yo misma ya los leí. Pero quizá de los únicos sin los que de verdad prácticamente no podría vivir fueran los diccionarios, de todo tipo. Los consulto y además me entretienen porque despiertan mi imaginación y ponen a prueba mis conocimientos. Algún día me gustaría cumplir con mi sueño de leer alguno de ellos íntegramente, de la primera página a la última, pero me temo que la lectura me estimularía tanto que la interrumpiría y me pondría a escribir, con lo cual entonces no acabaría de leer el diccionario nunca. 73


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C

reo que es más valioso ser un buen lector que dueño de la mejor biblioteca. A mí no me fue fácil ni aprender a leer ni tomarle gusto a la lectura, y pienso que esto fue así porque antes que lectora lo que innatamente soy es soñadora. Soy una soñadora natural y, debido a esto, en mis pinitos de lectora

huecos mágicos o diabólicos que aterrorizan a la gente en general, a los papás para poder introducirles pavor a los niños, a los filósofos para tener con qué hacer pensar a los papás. Hoyos negros o fondo del mar; en todo caso, lugares o vacíos succionadores y cosmológicos que una vez que te atrapan no te sueltan jamás. El mar atrapó

digamos, de 15 por 15 centímetros; nada grueso, quizá de diez páginas; con tapas duras. Estaba ilustrado a todo color. El relato trataba de la llegada a una familia de un nuevo hijo, y formativamente estaba dirigido a los otros hijos, el o los que hubieran llegado a la familia antes que él. Una tía o tía abuela de estos niños, la hermana

De niña me parecía que los libros eran lo que de adulta me parece entender que son los hoyos negros de los que hablan los físicos y los astrónomos y que los astronautas afirman observar

al estar leyendo o procurando leer, un impulso o instinto me distraía de la lectura y me impedía concentrarme en ella, adentrarme en mundos diferentes de los de mis propios sueños y, al penetrar los ajenos, arriesgarme de paso a perder los propios. En otras palabras, tal vez de nacimiento también fuera miedosa, no porque me asustara o me fuera a asustar lo que leyera, sino porque temía que el libro me succionara y luego yo ya no pudiera salir de su pozo y regresar a dondequiera que fuera donde me encontrara, la realidad, el presente, la vida o comoquiera que se llame el espacio temporal en el que a los seres vivos nos corresponde existir. Lo que revelo con estas confidencias parece una locura, pero es la verdad. De niña me parecía que los libros eran lo que de adulta me parece entender que son los hoyos negros de los que hablan los físicos y los astrónomos y que los astronautas afirman observar. Bueno, esos

una isla completa en el Atlántico llamada precisamente Atlántida, aunque hace poco me enteré de que este dato, que a partir de Platón ha inspirado innumerables relatos legendarios, es sólo hipotético, cosa que a estas alturas a mí me resulta tan decepcionante que me resisto a aceptar. Finalmente, a todo esto en mi memoria existe un libro que estoy casi segura de que fue el primero que leí, el que me quitó el miedo a perderme en su succión y, en cambio, me indujo a fusionarlo con mis propios sueños. Cuando pienso en él me siento muy bien, como si tantos años después de haberlo leído evocarlo reviviera lo que en su momento leerlo me hizo sentir. A veces su recuerdo me viene solo, o a veces, cuando me preguntan qué libro me convirtió en lectora o hasta en escritora, en el que pienso aunque no lo diga es en él. Era un cuento para niños, editado en un formato de libro cuadrado, de tamaño pequeño, 74

de alguno de los padres o de los abuelos, había viajado en tren de una ciudad a otra explícitamente para cuidar a estos desamparados y hacerse cargo del hogar mientras los papás regresaban a casa con el hermano recién nacido. Lo habían ido a buscar a lo que en mi tempranísima lectura me representé como una especie de aeropuerto de cigüeñas. Gracias a las imágenes que acompañaban la narración, tengo muy presente el abrigo de la tía, su sombrero y hasta su porte al atravesar la puerta y presentarse, con una sonrisa y una maleta, ante sus boquiabiertos y expectantes sobrinos en el vestíbulo de la casa. Y me veo a mí misma sentada sobre la alfombra, frente a la chimenea del saloncito a la entrada de mi casa de familia, viendo y leyendo aquel libro de tipo de letra grande y negra, que sostenía en las manos apoyadas encima de una mesa baja de forma oval que a su vez forma parte de los recuerdos inseparables


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de mis primeros años. El abrigo y el sombrero eran del mismo tono café que la mesa ovalada de madera a la que me refiero. En mi biblioteca física, desafortunadamente y entre otros éste es uno de los libros que no tengo. Para mayor desgracia, ni siquiera sé quién lo escribió, quién lo ilustró, quién lo publicó ni, tampoco, cuál

había libros, apilados unos sobre otros, en especial sobre la mesa a la izquierda del sillón favorito de mi papá o encima del buró de su lado de la cama, en donde además había periódicos, cuadernillos, revistas. Los libros de ensayo que mi papá leía eran de historia y de política, y los de ficción eran novelas de intriga y espionaje. Mi mamá

Lugones, así como algunas de las novelas de Jane Austen y, por supuesto, Mujercitas, de Louisa May Alcott. De mi otra abuela, recibí una antología ilustrada de libretos de cien óperas y nada menos que Walden, o la vida en los bosques, de Henry David Thoreau (1817-1862), el escritor estadounidense que, por negarse a pagar impuestos en

Mis dos abuelas a su vez fueron lectoras y yo estuve muy cerca de ellas. De la materna, heredé... algunas de las novelas de Jane Austen... De mi otra abuela, walden, o la vida en los bosques...

era su título. Tendría que admitir entonces que el libro iniciático, el que más me marcó, no sé ni de cuántas maneras, pero que para mí ha resultado trascendente, inolvidable y fundamental, es un libro tan incomprobable que se presta a pasar por falso, inexistente salvo en calidad de fantasía de mi imaginación. Un dato más que añadir a esta paradójica remembranza o factible invención es que el breve texto estaba escrito en inglés. Y una deducción, estricta y lógica: Dado que los hermanos que me siguen son dos, cuatro y seis años menores que yo, cuando entré en contacto con este libro del que hablo yo no podía tener menos de dos años, pero tampoco más de seis. En el pequeño salón en el que yo leía el libro del que hablo, en la pared opuesta a la chimenea y enmarcándola, había libreros de madera gris con hilera tras hilera de libros apretujados. En otros lugares de la casa igualmente

también leía, en particular libros de religión, o que lo parecieran, y de cocina, aunque en determinada ocasión extrajo de un baúl los libros que ella había leído de soltera y me los regaló a mí cuando vio que me inclinaba por leer y por escribir. Estos libros de la juventud lectora de mamá eran apenas unos cuantos, pero, a medida que afiancé mi inclinación hacia las letras, se fueron convirtiendo en algunas de las lecturas que más he apreciado. Entre otros, se trata por ejemplo de las Confesiones de San Agustín, Mi vida, de Santa Teresa, Don Quijote, las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau y de una antología del poeta inglés Alfred Tennyson. Mis dos abuelas a su vez fueron lectoras y yo estuve muy cerca de ellas. De la materna, heredé ejemplares sueltos de la revista argentina Para ti, con colaboraciones de autores como Jorge Luis Borges y Leopoldo 75

protesta contra la intervención de su país en México a mediados del siglo XIX, pasó una noche preso en la cárcel de Concord, Massachusetts. La biblioteca íntegra de mi padre, más, entre otros, estos títulos que cito, materialmente los mismos ejemplares que pertenecieron a mis padres y abuelos, ocupan una parte de mi biblioteca personal, al lado de otra en la que conservo unos cuantos almanaques que mi abuelo materno valoraba de forma particular, si bien en una categoría distinta de la que concedía a la obra de su popular paisano, el místico, poeta, dramaturgo y artista libanés Gibrán Kahlil Gibrán (1883-1921; ciudadano estadounidense a partir de 1910), cuya literatura inicial él leía en el árabe original, pero cuyas primeras traducciones al español, del árabe o del inglés, que son las que yo poseo, él contribuyó a patrocinar según consta en su página legal ◊


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LETRAS AL MARGEN Eduardo Antonio Parra Entre las pasiones y obsesiones

que perturban o estimulan el espíritu humano, acaso la que más me intriga y fascina sea la pasión u obsesión por el poder.

El poder,

camino a rayones (detalle) / óleo sobre tela / 100 x 120 cm

S

¿obsesión o pasión?

e dice que la fe mueve montañas, que el amor transforma el universo, que el odio destruye lo que existe a su alrededor, que el miedo se expande hasta convertirse en una enfermedad susceptible de debilitar a cuantos alcanza, que la codicia puede sembrar la corrupción generalizada a su paso. Y, no obstante, cada una de estas pasiones integra y sublima la pasión por el poder, que las alinea en una sola orientación como si se tratara de las diferentes divisiones de un ejército en batalla. Pero, entre quienes detentan el mando, ¿cómo saber cuándo se trata de un obseso y cuándo de un apasionado? Si la obsesión es una idea fija, persistente, que no deja a la mente en paz hasta provocarle una perturbación; y la pasión algo que se padece, podríamos pensar que la primera existe antes de que se alcance el objeto deseado mientras que la segunda tiene que ver con su consecución. En este tenor, un obseso es alguien que desea y un apasionado alguien que

deseó, que ha cumplido su deseo, pero sigue deseándolo a pesar de poseerlo. Con dar un vistazo a la historia del siglo XIX en México, cuando la democracia estaba mucho más lejos que ahora de ser una realidad, encontramos ejemplos de quienes sufrían una obsesión por el poder y de quienes estaban apasionados por él. Cuando hay una revolución, como nuestra lucha por la independencia, uno pensaría que entre los motivos de quienes se levantan en armas se encuentra la pasión por el dominio de los demás. Por supuesto, también hay que contar las ideas de redención de los oprimidos, libertad, autonomía y soberanía, pero por encima de ellas, y reuniéndolas, se halla la pasión señalada. ¿Por qué entonces los caudillos de la independencia que alcanzaron a ver realizados sus esfuerzos duraron tan poco tiempo en el mando? ¿Por qué Iturbide, Guerrero y Victoria tuvieron sólo un paso fugaz, el primero como emperador y los otros dos como presidentes de la república? ¿Sería que en realidad se 77

habían obsesionado con algo, pero al momento de conseguirlo les faltó pasión para conservarlo? Fueron traicionados, dirán algunos. Y sí, pero la historia nos enseña que casi todos los gobernantes sufren traiciones y muchos consiguen mantenerse pese a ellas. Quizá los que consiguieron perdurar no se conformaron con ver coronada su obsesión, sino supieron alimentar su pasión y defenderla contra las fuerzas extrañas a ella. El caso más emblemático de obsesión por el poder que no redundó en pasión en nuestro siglo XIX es el de Antonio López de Santa Anna, que llegó al mando supremo en once ocasiones sin gobernar siquiera seis años (si juntamos el tiempo de todos sus periodos). Ni un sexenio. Y sin embargo durante el primer medio siglo de vida independiente fue el indispensable cuyo nombre se invocaba para hacer estallar todas las revoluciones, asonadas, y golpes de Estado. Bastaba una palabra suya, un amago, para que los gobiernos opuestos se tambalearan. Pero no había nada


que le gustara más que abandonar el mando para volver a conquistarlo un poco más tarde. Santa Anna era un obseso del poder. Era su idea fija. ¿Por qué nunca lo conservó? ¿Por qué pasó a la historia como un payaso político que tras alcanzar su objetivo se aburría y dejaba el gobierno en otras manos para irse a descansar a su hacienda Manga de Clavo? ¿Y por qué estando allá de pronto comenzaba a carcomerlo de nuevo la obsesión hasta que saltaba de su hamaca para encabezar la nueva revuelta que le devolvería el mando? Porque Santa Anna no era apasionado del poder, sino tan sólo un obseso. Cuando el objeto de su obsesión ya le pertenecía, dejaba de interesarle. Su verdadera pasión no era el mando, ni la riqueza, ni las mujeres, ni los homenajes, ni siquiera los aplausos ni las ovaciones de la multitud. Eran los gallos. Las demás eran obsesiones momentáneas, deseos fáciles de satisfacer, caprichos. Y como Santa Anna hubo muchos, casi todos los gobernantes del país de entonces: hombres que se obsesionaron con el mando supremo al grado de salir al campo de batalla encabezando un ejército para obtenerlo. Algunos fueron derrotados en el intento y la obsesión quedó enterrada. Otros la conquistaron, pero en cuanto tuvieron que convivir día a día con ella se dieron cuenta de que no sabían qué hacer con él. Se puede decir que la primera mitad del siglo XIX, cuando sus gobernantes provenían de la generación que luchó por la independencia, México careció de hombres que padecieran verdadera pasión por el poder. Tuvo que venir la siguiente camada, la de los caudillos liberales, para

que los mexicanos supiéramos lo que era ser gobernados por alguien de veras apasionado por imponer su voluntad sobre los demás a cualquier precio. Tuvieron que aparecer Benito Juárez y Porfirio Díaz para que en nuestro país reconociéramos la verdadera pasión por el poder. Estaban hechos con un material muy distinto al de Santa Anna. Hay quien dice que las diferencias residían en sus regiones de nacimiento, que les dieron temperamentos opuestos. Quizá eso haya influido en sus caracteres. Aunque si nos enfocamos a su pasión por el mando lo más seguro es que el origen se encuentre en otros aspectos de sus biografías. En Benito Juárez habían calado hondo los principios liberales junto con una idea algo nebulosa de la democracia. Acaso el acceso al mando supremo lo obsesionó en ciertos momentos de su vida, pero con revisar alguna de sus biografías es fácil advertir que también lo atemorizaba. Deseo y temor, ansia y angustia: ¿no es claro que se trata de los ingredientes de una verdadera pasión, más que de los de una obsesión? Juárez no se apresuró. Después de hacer carrera como diputado, gobernador, ministro y vicepresidente, el mando supremo le cayó en las manos de manera en apariencia casual cuando ya rebasaba el medio siglo de existencia. Es decir, tuvo acceso al poder siendo poco menos que un anciano para su tiempo. ¿Esto indica que su pasión era de baja intensidad? No, indica que no se trataba de una obsesión simple como en el caso de Santa 78

Anna. En Juárez el poder no era una idea persistente que lo consumiera hasta el agotamiento. Supo esperarlo, asediándolo, colocándose a la vista de su objetivo, haciéndose agradable a él, sin apresuramientos, como el amante que está seguro de obtener a su amada porque sabe que están hechos uno para el otro, que serán felices para siempre y que sólo la muerte los separará (lo que en su caso ocurrió punto por punto). No se trataba de una obsesión, y sin embargo al conseguir su objetivo se desató en Juárez la mayor pasión por el poder que se había dado hasta entonces en nuestra historia. Y también el mismo temor que aqueja al amante tras conquistar a su amada lo envolvió a él: los primeros meses de su gobierno fueron cuando el presidente indígena se mostró más inseguro, titubeante (hay que recordar que tomó las riendas de la nación en el momento que estallaba una de las guerras más sangrientas de nuestra historia y que entonces él se rodeaba de las mentes más lúcidas de la época, lo que en términos amorosos se traduciría como que había mejores partidos que, en cualquier descuido, podían arrebatarle su conquista). Igual que en los grandes amores románticos (en ese tiempo el romanticismo se hallaba en boga), el miedo a perder a la amada hizo más sólidos los lazos y Juárez, mientras adquiría mayor seguridad en sí mismo y mayor dominio de los demás, vio cómo crecía en su interior esa pasión que se alimentaba a sí misma sin descanso. No hay nada que nutra más una pasión que los conflictos que amenazan con destruirla, y

camino a rayones (detalle en grises) / óleo sobre tela / 100 x 120 cm

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había ejércitos levantados contra él, intrigas entre sus mismas filas, descontento popular, hambre, carencias. Juárez sabía que medio México estaba empeñado en quitarle el mando, pero supo sobreponerse a las adversidades para sublimar su pasión, acaso la única que lo poseyó realmente, y sublimarse él en ella al grado de darse cuenta de que si fracasaba en mantenerla se perdería a sí mismo. Murió con el objeto amado en las manos y cumplió con el precepto de “hasta que la muerte los separe”. Su pasión por el poder fue absoluta, incandescente y, en su momento, necesaria. Dice una canción de la época: “Si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría”. Pues bien, Juárez murió, pero nos dejó a su retoño: un hombre a

quien, acaso sin saberlo, construyó a su medida: Porfirio Díaz. Díaz reúne algunas de las características de sus dos antecesores más conocidos. Tuvo por un tiempo la obsesión por el poder, cuando se empeñaba en ganar las elecciones, perdía y se alzaba en armas, y cuando obtuvo lo que quería dio rienda suelta a su pasión. Él no murió tan pronto. Si Juárez fue presidente durante catorce años, Porfirio permaneció en ella el doble. Pasó el tiempo de los conflictos sin tanto problema y luego se estableció en una paz quizás artificial o fingida, pero paz al fin, a disfrutar de su pasión sin contratiempos, como en los matrimonios viejos, libre por completo ya de obsesiones y altercados del espíritu.

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Como Santa Anna nos muestra, la obsesión siempre es arrebatadora e inmediata; no siempre lo es la pasión, que llega a sobrevivir muchos años en calma, como lo hemos visto en los casos de Benito Juárez y Porfirio Díaz. Ambas son atolondradas, pero sólo la pasión puede controlarse, dosificarse y extenderse por largos periodos de tiempo. En México, durante el siglo XX, e incluso estos inicios del XXI tenemos muchos otros ejemplos, muy distintos, tanto de obsesos como de apasionados del poder, pero Santa Anna, Juárez y Díaz sentaron las bases de tres tipos de comportamiento que se repite con diferentes combinaciones hasta nuestros días. Ellos son nuestros mitos fundadores. El origen. De ellos podemos aprender a obsesionarnos y a apasionarnos ◊


Monumentos y retratos de

Saskia Juรกrez o Recuento de un medio siglo de pintura** 80


de artes y espejismos

Miguel Covarrubias

[…] “paisajes”, equilibrios de masas, líneas y colores gratos al espíritu por algún motivo que sabe Platón. Alfonso Reyes Exponer y pintar no es para ser famoso, es para ser feliz. Saskia Juárez

I Recuento, es decir, arqueo, inventario, enumeración, cuenta, cálculo, cómputo, balance, control, comprobación. Saskia elige una respuesta acorde con su talante tranquilo frente a la inquietud que le provoca el largo transcurrir de su medio siglo sometido a la pintura y demás zonas aledañas. Porque su arte no se entregó a sonorosas fantasmagorías, ni lo hará según colegimos mirando su producción más reciente, podríamos acomodarlo entre uno de los ejemplos más acabados de fidelidad y transfiguración de la realidad, entendida ésta como la presencia de hombres y montañas en el noreste de México. Dicho de otro modo, humanos y minerales se unen o marginan gracias al temperamento y al ojo selectivo de la artista plástica que conocemos bajo el nombre de Saskia Juárez. Palabras leídas con motivo de la inauguración de la exposición “Recuento… 50 años de pintura”, de Saskia Juárez, en la Biblioteca Universitaria “Raúl Rangel Frías”, el 22 de mayo de 2008. *

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de artes y espejismos

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un par de ojos a una máquina que todo lo transcribe visualmente. Una cámara siempre fiel. Pero no. Saskia no es una cámara siempre fiel. Saskia no transcribe servilmente. Saskia transfigura. ¿Cómo lo hace? Si nos basamos en un cuadro dedicado al Cerro de la Silla, notaremos, una vez más, el suave doblaje del icono tradicional de la ciudad capital: los pliegues del cerro se suavizan y multiplican. Además, parece inclinarse hacia atrás mientras las construcciones las contamos con los dedos de una mano. ¡Maravilloso! Incrédulos, nos quedamos observando una joya montañosa anterior a la aparición de los adalides del progreso arrasador. Los engullidores de cemento y arena son, en el retrato del Cerro de la Silla según Saskia Juárez, verdaderamente nonatos. En resumidas cuentas, la pintora suaviza la montaña y la vuelve perdurable en un pasado que ella ha sabido construir. Por eso sostenemos que Saskia, dominante y dominadora de sus —de nuestros— mayores monumentos naturales, no copia, no obedece. Saskia, como quien no quiere la cosa, sin alzar apenas la voz, comete una transgresión artística.

askia es pues una pintora figurativa en tiempos de abstracciones, solipsismos y raspaduras inflingidas a la tela sujetada por un bastidor de clavos fuertes. Pero no, no es así. El bastidor de clavos fuertes no puede ser mal rayado o maldecido por impacientes, por improvisados. Nació para admitir la obra sosegada —sólida, sapiente— de la pintora que nunca olvida el abecé que le inculcaron sus mayores. De allí el grabado, el modelado, el dibujo, la acuarela, la escultura, el óleo y demás. De allí la minuciosidad y la paciencia, la línea, la sombra, el color, el esfumado, el volumen, la composición y demás. De allí la sequedad y el verdor, los muros a punto de caer, las soledades amasadas con lejanías de atardeceres inmunes a la luz estridente de la gran metrópoli. Por eso con Saskia regresamos a nuestros orígenes de calzón de manta y trenzas de ceniza y vivísimos colores. Los pueblos de nuestra región, disminuidos hasta configurar apenas caseríos adornados por la cal y los verdes rotundos o por los azules que amparan una trompeta. Es que así son esas fachadas: gritonas para que mejor puedan conservar en sus interiores el murmullo de la comunión parsimoniosa de sus hombres y mujeres, de sus retoños. Éstos pueden compartir el primer plano con los ramajes secos, mientras al centro se asientan las casonas de rigor, debidamente apuntaladas atrás por árboles muy altos. Tan altos que compiten, merced a la ubicación del espectador, con un cerro o una montaña. Finalmente, en todo lo alto, un tenue azul celeste. En una de las más recientes interpretaciones de García (Nuevo León), Saskia nos entrega una calle sombreada, muy sombreada, casi un pasadizo que se nos antoja desembocará en una montaña de pliegues cercanos a la inverosimilitud. Montaña echada hacia atrás, árboles que acompañan al corredor o pasadizo, sombras que aminoran la brillantez del día, todo eso nos invita a correr la aventura. ¿Toparemos al doblar esa rúa con las piedras milenarias? O, ante nuestra irrupción, ¿la magnificencia se desvanecerá dejándonos en la inopia de una vida sin aliciente por haber gastado ya toda nuestra pólvora en infiernitos? Me parece que cometemos un serio error cuando igualamos los paisajes de Saskia con una reproducción fotográfica de nuestra región. Por la vía del menor esfuerzo, tendemos a ver en lugar de

Comentario aparte merecen unas cuantas obras híbridas que Saskia ensayó hace más de una década. Se trata de esos monumentales paisajes que la artista plástica en su carácter de dibujante ofreciera como airosos estandartes, primero en la Capilla Alfonsina, la Biblioteca Rangel Frías y después en Arte A.C. Nos sedujeron en aquel momento el lápiz o el carboncillo, finos instrumentos que lograron imprimirle a cada risco y a cada matorral su cabal dosis de sombra y luz. La ausencia del color real nos dejó ver algo así como la estructura, el esqueleto vital de la naturaleza norteña. Ahora, en la resequedad de esas lajas, esos filos, esas piedras que circundan a Rinconada —un ejemplo— comprobamos que el arte saskiano asume el equilibrio entre la radiografía y el agregado. Sí, esta serie de lienzos nos regala un apunte mayor, a la manera de dibujos desplegándose con el donaire del óleo privado de colorido —magro pero selectivo y sin disminución artística que añorara el vitalismo. III

Acabo de leer en un escritor ibérico, Vila-Matas, una observación que me conectó con el retrato de Ruth, la hija mayor de nuestra pintora. Dice este autor lo 82

página 80: autorretrato / óleo sobre papel / 40 x 50 cm

II


de artes y espejismos

fotografía: emilio huerta juárez

la pintora suaviza la montaña y la vuelve perdurable en un pasado que ella ha sabido construir

siguiente: “un cuadro profético, Políptico de San Vicente, pintura con seis paneles que, aparte de encerrar el enigma del alma portuguesa, se adelantó en su época a los acontecimientos y anunció los Descubrimientos, es decir, que el cuadro sabía perfectamente lo que iba a pasar”. Desconocemos esa pieza, la que pudo “encerrar el enigma del alma portuguesa” y por lo tanto el real peso de la aseveración del escritor referido. Por lo pronto, el asunto no nos quita el sueño; lo que nos subyuga descansa en la inesperada confesión: “el cuadro sabía perfectamente lo que iba a pasar”. Y bien, en el retrato producido por Saskia sucede algo por el estilo. Aunque haber hollado el rastro de ambas —pintora y modelo— podría invalidarnos

como profetas a toro pasado. Hacemos caso omiso de la aparente sinrazón porque “quién puede presumir de conocer realmente a nadie”. Al fin de cuentas somos testigos de fortalezas y vulnerabilidades contenidas en la jovencísima Ruth fijada en el lienzo. Y si nos pareciera que nuestra artista utilizó el molde inherente a cualquier ser humano por el solo hecho de ser eso, humano, recalemos en esta otra dualidad: madre y pintora. La madre que nunca dejó de estrenarse como madre y la pintora que nunca abjuró de su talento nos están diciendo con esta obra notable que sí es posible adelantar el reloj de la historia y de la vida cuando un espíritu alerta toma las riendas que Nadie dejó en sus manos ◊ 83


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de artes y espejismos

A

ntoni Tàpies (Barcelona, 1923), maestro en el arte abstracto y el informalismo, es uno de los grandes creadores del siglo XX. Miembro de una familia con una rica tradición editorial y librera, desde los inicios de su trayectoria artística, en 1947, ha elaborado libros de artista o de bibliófilo en colaboración con prestigiados escritores de diversas generaciones y geografías, como Joan Brossa, Jacques Dupin, Edmond Jabés, Shuzo Takiguchi, Jean Daive, Octavio Paz, Pere Gimferrer, José Ángel Valente,

pinceladas

interieur avec figures. libro (detalle en grises) / grabado aguafuerte / 21.6 x 15 cm

Cuando se escribe con

Entrevista a Antoni Tàpies José Garza

Ramón Llul y Josep M. Mestres. Estos libros incluyen decenas de obras de Tàpies, originales sobre papel, entre las que destacan grabados, litografías y aguafuertes. El artista catalán, además, ha desarrollado una labor de ensayista que ha dado lugar a una serie de publicaciones, algunas traducidas a distintos idiomas: La práctica del arte (1971), El arte contra la estética (1977), Memoria personal (1983), La realidad como arte. Por un arte moderno y progresista (1989), El arte y sus lugares (1999) y Valor del arte (2001). 85


de artes y espejismos

por cuya obra yo sentía una gran atracción, y creo que era un sentimiento recíproco. Los libros, ¿instrumentos vigentes, objetos posibles? Ya desde muy joven me había sentido atraído por el libro como objeto. La emoción de abrir un libro, de descubrir poco a poco su contenido, lo que tiene dentro, tiene algo de ritual, de mágico, lo que sin duda forma parte de mi obra. Los libros de bibliófilo se relacionan directamente con mi deseo de crear objetos mágicos, auténticos talismanes que comuniquen unas ideas y produzcan unos efectos en el espectador. No debemos olvidar que “el libro” ha sido en no pocas civilizaciones uno de los grandes objetos de comunicación con lo sagrado. Y yo quiero que esta comunicación se produzca a través del material del libro, de la “objetualidad” del mismo, no exclusivamente por medio de su contenido. El libro de bibliófilo es un claro ejemplo en el que soporte y contenido se identifican, o al menos así es como yo lo veo.

La exposición “Antoni Tàpies. Libros”, incluye la presentación de un ejemplar de Petrificada Petrificante, elaborado en colaboración con Octavio Paz. ¿Cómo fue la relación con el Nobel mexicano? Desde que le conocí siempre fue un amigo entrañable

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novel.La. libro / grabado, litográfia sobre papel vitela guarro con filigrana “sala gaspar” / 39.2 x 28.4 cm

En 2003, se presentó en Madrid la exposición “Antoni Tàpies. Libros”, donde el espectador descubría un imaginario de formas y valores de textura que han enriquecido y prolongado los experimentos materiales y los contenidos poéticos y filosóficos de la obra de Tàpies. En particular estas obras desarrolladas por él en conjunto con poetas, narradores, filósofos o científicos, patentan una de las cualidades plásticas más intensas de su trabajo, la de la inscripción, la de una escritura no basada en la palabra, sino en cualquier manifestación de la materia: gráficos, jeroglíficos, cruces y letras de un alfabeto imaginario. A propósito de su labor como hacedor de libros de artista, Tàpies respondió un cuestionario, que se reproduce a continuación.


petrificada petrificante. libro (en grises) / grabado sobre papel hecho a mano de moulin de larroque / 51.5 x 41 cm

de artes y espejismos

Desde sus inicios artísticos el libro, y la publicación de ediciones en general, es una presencia permanente. Igual la elaboración de ilustraciones, carteles, originales sobre papel y gráfica. ¿Existe un ideal de democracia en el arte, de llegar a un mayor número posible de espectadores a través de ediciones y reproducciones gráficas? El hecho de que mi obra pueda ser multiplicada y pueda llegar a tener una mayor difusión social ha sido muy importante para mí. Todo mi arte tiene una clara vertiente social, pero sólo en el sentido de que deseo que sea distribuido ampliamente. Esta dimensión social nunca me ha impulsado a tratar temas de contenido explícito, o a verme obligado a utilizar un lenguaje académico. Siempre he desarrollado un lenguaje personal y he querido llegar al mayor número posible de gente, pero sin plantearme un cambio de estilo. Al afectarme a mí personalmente, muchos de los problemas sociales y políticos de mi época también han llegado a repercutir, aun indirectamente, en mi obra. Muchas de mis ideas o experiencias políticas se pueden inferir en mi pintura, aunque estén ocultas y

no hayan sido plasmadas de un modo patente a través de un código visual inmediatamente reconocible. ¿Cuáles son las posibilidades artísticas de la obra gráfica frente a la pintura? El espíritu con que hago una pintura o un grabado es exactamente el mismo. La misma intensidad pongo cuando trabajo sobre un papel pequeño como cuando estoy ante un cuadro de seis metros. Ahora bien, la obra gráfica plantea problemas técnicos diferentes. Al principio, cuando tenía poca experiencia, me hacía una maqueta y trataba de reproducirla después sobre la plancha o la piedra litográfica. Posteriormente, a medida que he ido dominando más y más la técnica, ya he trabajado directamente sobre el cobre, el zinc o la piedra. Pero, aun así, siempre me gusta tener a un técnico a mi lado. ¿Cuál es el valor del arte hoy en día, cuál es la función del arte en estos momentos históricos? Hay tantas formas de arte hoy día que es muy difícil

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grabados actúen como una especie de música de fondo, un acompañamiento plástico que cree un clima que ayude al lector a aprehender con mayor intensidad una determinada poesía o texto literario. Lo que nunca hago es “ilustrar” un texto. Me puedo adaptar al texto, pero nunca ilustrarlo.

formular una idea general. Lo que puedo decir es que, desde mi punto de vista, considero muy útil y necesario para la sociedad saber leer y valorar las reflexiones y cambios de visión del mundo que ofrecemos algunos artistas. ¿Cómo es el proceso creativo en la factura de un libro en colaboración con un escritor? Libros que no son sólo para la lectura y en los que, claro está, late un esfuerzo por ir más allá de “interpretar” lo que dice la palabra escrita, profundizando, en efecto, en los signos pictóricos y el origen gestual del texto. En el fondo siempre ha de existir un diálogo y una simpatía, aunque éstos sean tácitos. Lógicamente nunca haría un libro con un poeta cuya obra desconociera o no me interesase. Cuando trabajo con un texto procuro penetrar en él, captar su “atmósfera” general y reflejarla en mis grabados. Lo que quiero conseguir es que mis

¿El gesto y el signo pictórico genuinos pueden constituir un alfabeto posible? La pintura como escritura, la escritura como pintura. Creo que para mí tuvo mucho peso, y muy pronto, la fuerte reacción que experimenté contra la “pincelada” y contra todo lo que hacían normalmente los pintores: remover unos colores y dar golpes de pincel. Me gustaban otros instrumentos más duros. Y del dibujo de los primeros años pasé a rascar cartones. Y de ahí al polvo de mármol y a las pinturas matéricas.

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anular. libro / grabado aguafuerte sobre papel vitela moulin richard de bas / 32.9 x 24 cm

de artes y espejismos


anular. libro / grabado aguafuerte sobre papel vitela moulin richard de bas / 32.9 x 24 cm

de artes y espejismos

Seguramente, además de las reflexiones entorno al interés por la materia y la densidad de las texturas, también adopté esa vía porque era una manera de hacer cuadros o “pinturas” sin necesidad de dar pinceladas. Más tarde, a partir de los ochenta, en cierto modo reincorporé la pincelada a mi obra, pero en un sentido muy distinto, a través del contacto con la civilización china. Se trata de una revalorización que asociaría más la pincelada a la inscripción y a la escritura que a la pintura tradicional. Es decir, recuperé el gesto, pero es un gesto que antes ha sido inscripción en el muro y graffiti, con todo lo que ello implica de índice y mímesis, de superposición y autoría múltiple. La noción de escritura implica obviamente la de repetición, que también constituye un aspecto muy característico en mi obra. Sin duda, podemos decir que en mi trabajo dominan un conjunto de imágenes

y formas que van repitiéndose a lo largo de toda mi trayectoria. ¿Cuál es la relación entre la literatura y las artes plásticas? Usted ha hablado de la necesidad vital de materializar la literatura. La relación entre literatura y artes plásticas se pone especialmente de manifiesto en una exposición de libros de bibliófilo como la que se presenta. Muestra claramente como dos disciplinas distintas pueden coincidir en la elaboración de un discurso. El libro como depositario de historia para la Historia, para la perpetuidad. ¿Antoni Tàpies tiene un lugar garantizado en la historia del arte? ¿Cómo se siente en este sentido? Evidentemente, yo trabajo con la ilusión de que lo que yo hago sea útil para la sociedad. Quizás sea a ésta a quien le corresponda decidirlo ◊

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“Llevo al Distrito Federal en la espalda Entrevista a Guillermo Fadanelli inga opitz

Normalmente, la ciudad de México es el escenario primordial en los textos de Guillermo Fadanelli. Sin embargo, desde hace algún tiempo en los artículos y columnas de este escritor, aparece junto a la megalópolis mexicana otro escenario: Berlín, lugar en donde habitó durante un año como becario del DAAD (Servicio de Intercambio Académico Alemán).

I

nga Opitz (IO): Guillermo, después de casi un año de estar en Berlín, ¿cómo defini­rías esta ex­pe­rien­cia? Guillermo Fadanelli (GF): Estuve a punto de visitar Berlín en 1985, así que durante más de veinte años guardé en mi memoria una idea mítica de esta ciudad. Aún no podría de­fi­nir mi experiencia, pero he comprobado que existen cuatro estaciones al año y que cada una de ellas afecta tu ánimo de manera diferente. He bebido más cerveza que nunca y me he dejado intimidar por la lengua alemana. Berlín es una ciudad habitable, sin un centro preciso, y no es ruda o inhóspita como suelen serlo París o el Distrito Federal.

IO: Antes de llegar a Berlín, ¿qué imágenes tenías de Alemania y los alemanes? Du­rante tu estancia en Alemania, ¿las confirmaste o se te revelaron como er­ró­neas? GF: Tenía una imagen más militar de este país (en todos los sentidos). Creía que el or­den los llevaría directamente a la ausencia de matices y a la barbarie tec­no­ló­gica. No me imaginaba a los alemanes tan dispuestos a las relaciones sociales, ni tan sutiles en tantos aspectos. Los imaginaba idealistas, locos, soldados y román­ti­cos, pero era sólo una idea, pues cada persona, si vale la pena, es una excepción en el todo: una rareza.

IO: ¿Qué es lo que te atrae de Alemania y qué no? GF: Me atrae parte de su filosofía (Nietzsche, Gadamer y Sloterdijk), su literatura y las artes callejeras, sus ríos y su disposición a beber y reunirse. No me gusta la soberbia de sus razonamientos, o cierta arrogancia nacionalista que es evidente en algunos sectores de la sociedad. Odio al oso Knut y la cursilería que despierta, pero Berlín me parece la ciudad más habitable en la que he puesto mi extraviada humanidad.

IO: ¿Cuáles crees que son las imágenes generales que se tienen en México de los ale­manes y de su país? GF: Para los mexicanos Alemania es la Europa desconocida. O al menos el país donde ésta comienza. La idea de Alemania en las guerras mundiales del siglo XX es pre­do­mi­nante. Se trataba nada menos que del villano a vencer. Nosotros creci­mos viendo pe­lí­culas de la guerra producidas por Estados Unidos donde los ale­manes eran extra­ter­res­tres que hablaban una 90


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lo vemos como al adolescente que se emborracha, ve la tele­vi­sión y no tiene ningún respeto por sus mayores.

lengua incomprensible y que desea­ban dominar el mundo. Lo si­guiente es el futbol. La selección de futbol alemana ha dejado huella en los mexicanos aficionados a este deporte, que son casi todos. Yo asistí siendo muy niño al partido del siglo, Italia contra Alemania, en el mun­dial de México 70. El Volkswagen fue durante décadas el auto más popular en México, y mi abuelo sólo compraba herramientas ale­manas para cualquier trabajo de carpintería o albañilería. “Si no son alemanas, no sir­ven”, decía.

IO: ¿Crees que existe algo como una identidad mexicana o alemana? GF: Probablemente, pero es indefinible. Nos acercamos a su definición a través de la retórica o la filosofía, pero a punto de tenerla en las manos se escapa. El me­ xicano, sin embargo, no es precisamente el indio (las etnias), sino el mestizo; ade­más los me­xi­ca­nos son muy distintos en Yucatán y en Monterrey. La lengua cas­tellana es en gran me­dida una identidad, pero no me arriesgaría a hacer más co­mentarios. Con respecto a los alemanes es un poco lo mismo. La lengua, sus mi­tos, su incorporación tardía a la cul­tu­ra europea, es cuento de nunca acabar.

IO: Invirtiendo la pregunta, ¿cuáles crees que son las imágenes generales que los ale­ma­nes tienen de los me­xi­ca­nos y de México? GF: No lo sé, pero me imagino que piensan en comida, playas, ruido y uno que otro ar­tista exótico. Incluso intelectuales como Hannah Arendt se referían a Es­ ta­dos Unidos como América (como si el resto de los países del continente no exis­tiera). Para muchos de los alemanes, Estados Unidos es América y el resto es peri­feria. Pero no es así. Las primeras universidades en América fueron las que se fundaron en Lima y en México respectivamente, y la primera cátedra de filosofía en América se dio en 1540 en un pe­queño pueblo de Michoacán, México. Estados Unidos es, para un buen número de me­xicanos, un país bárbaro:

IO: ¿Cómo te sentiste percibido por los alemanes (como escritor, extranjero, la­ti­no­ame­ri­cano, mexicano...)? GF: Me miran con cierta extrañeza. A mí me gusta ocultarme. Soy tímido, aunque pa­rezca lo contrario. Me emborracho para sobrevivir. Sin embargo, creo que en re­la­ción a las cuestiones sociales diferimos en gran medida. Para mí no existe ninguna idea definitiva (todo se puede negociar), digamos que soy socrático más que idea­lista, y no soy po­lí­ti­camente correcto. Odio que

En la presente entrevista, realizada en marzo de 2008 (el último mes de su estancia en Berlín), el autor de Educar a los topos hace un examen retrospectivo para contarnos de sus impresiones de Alemania, de los estereotipos sobre los alemanes y los mexicanos, y de las diferencias existentes entre Berlín y la ciudad de México.

como el caparazón de un armadillo” 91


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se me imponga una moral o un deber ser y entiendo la civi­lidad como una comunión de contrarios, no como un ejército de seres iguales. IO: ¿Cómo es la relación entre escritores mexicanos y alemanes? GF: Es escasa, pero últimamente los jóvenes escritores mexicanos leen con pa­sión a los nuevos clásicos de la lengua alemana, Roth, Sebald, Bernhard, Zweig, Weininger y de­más. Yo he descubierto un clásico en la novela de Döblin, Berlín Alexanderplatz (la li­teratura alemana y norteamericana son las preferidas de los nuevos escritores me­xi­ca­nos, sobre la francesa, española y latinoamericana). Si tu pregunta se refiere a la re­la­ción personal entre escritores mexicanos y alemanes, creo que es escasa; sin embargo, en el último festival de literatura de Berlín, estu­vieron aquí varios escritores mexicanos y fueron bastante bien recibidos, según me cuentan. IO: Muchas veces se habla de la periferia referiéndose a paí­ ses de La­tinoaméri­ca, África y Asia. ¿Qué piensas de esta categorización? ¿Te sientes como un ha­bitante de periferia? GF: Sí, por supuesto. Prefiero a los griegos que a los aztecas, pero no me gusta la Euro­pa de la gran tecnología, la globalización y las fronteras de acero. Tampoco la arro­gan­cia histórica, sobre todo si pensamos que ha sido en Europa donde se han llevado a ca­bo los holocaustos y las guerras más sangrientas. La cultura me­xi­cana es amplísima y desconocida en Alemania. La diversidad de su comida no tie­ne comparación, excepto con la española. Lo mejor de su sociedad son sus artistas y sus obreros. Lo peor sus em­presarios y políticos. Los empresarios carecen de vi­sión humanista y los políticos son ladrones y corruptos: ambos han sepultado a la sociedad de ese país y la han condenado a vivir en la periferia.

IO: Comparando Berlín y la ciudad de México, ¿cuáles son para ti las dife­ren­cias más grandes en­tre estas dos capitales y en cuál te sientes más a gusto y por qué? GF: Berlín es más habitable, mientras que en la ciudad de México no existe ningún res­peto para el otro, el ciudadano no existe, se pelea en las calles por el derecho a ser res­petado. Su periferia es monstruosa: pobreza por todas partes, salvajismo, ci­nismo, muerte. Berlín es más bella como ciudad y como conjunto, además de que no se vive aquí al borde del caos, como sucede en la ciudad de México donde el transporte públi­co es pésimo, las escuelas de educación pública (exceptuando la UNAM) y centros de salud son malos, y la diferencia entre clases sociales es abis­mal. Sin embargo, la co­mi­da es rica y generosa. Por dos euros puedes comer so­pa, arroz, un guisado con carne, frijoles y agua de frutas en cualquier pequeña fon­da o restaurante de su ciudad. En Berlín con dos euros apenas te alcanza para una salchicha en la calle. En la ciudad de México existen barrios muy habitables, pero son pocos, y hay demasiados autos. La bicicleta no existe y tampoco hay ríos o la­gos que vuelvan la

IO: ¿Piensas en un público específico cuando escribes tus textos sobre Berlín y Ale­mania? GF: Regularmente el texto debe convencerme primero a mí, pero como soy pu­do­roso, me avergüenza dar opiniones de una ciudad que me ha tratado tan bien, quiero decir que el conjunto de mis experiencias en Alemania ha sido estimulante, y al mismo tiem­po ha sido bueno para mi salud. En el D.F. me hallaba en constante tensión, en medio de las drogas, la noche, la necesidad de desaparecer, y la auto­destrucción. 92

la azotea / grafito sobre papel / 45 x 68 cm

IO: En varios de tus textos sobre Berlín, dices que a tu edad ya no tienes la vo­luntad para aprender otro idioma. ¿Cómo es para ti vivir en un país donde no en­tiendes la lengua? ¿Cómo es tu relación con el idioma alemán? GF: He leído a un buen número de escritores alemanes, traducidos por supuesto, Ser y tiempo lo leí en la traducción que hizo el filósofo español José Gaos. Leí Berlín Alexan­derplatz en la magnífica traducción de Miguel Sáenz. Y lo mismo he leído a Heinrich von Kleist que a Heinrich Böll, y a tantos otros. Creo que la esencia del lenguaje es el vacío, no la comunicación. Desde el conocimiento de una lengua podemos mirar lo in­ abarcable e incomprensible del mundo. El caste­llano es la ventana desde donde yo con­templo el vacío y no podría a mi edad aprender otro mundo, sería como un nacimiento falso. Las traducciones en rea­li­dad no son traducciones exactas, sino transformaciones, como lo pensaba Derrida. Hay quien cree que domina idiomas, pero a excepción de unos cuantos afor­tu­na­dos, es muy difícil que el vacío, el horizonte de sentido, la nada, el mundo pueda vislumbrarse sin la cárcel a la que te somete una lengua (una cárcel liberadora). Yo me niego a aprender alemán, porque lo haría muy mal, y porque esa lengua no se merece a este intruso. Aunque comienzo a leer algunos párrafos y en la calle me muevo bien.


ciudad más amable. Y, como sabemos, la ausencia de agua vuelve a las personas ansiosas, malvadas y torvas. Y pese a todo es­to, si la cono­ces a fondo y sabes caminarla también puede ser seductora, es una droga dura ca­paz de crear adicción, un infierno estético, pero a fin de cuentas un infierno.

GF: Es una convivencia ambigua. Existe una evidente vergüenza histórica y al mismo tiempo un deseo de olvidar el pasado. Quizás tanto trabajo, laboriosidad y orden sean un ardid para sepultar el pasado. Tengo la sensación de que Berlín no es Ale­mania, aunque no podría afirmarlo de manera contundente. Si piensas en Kreuz­berg, Mitte o Prenzlauer Berg entras a una zona más cosmopolita y de nacio­na­li­dad ambigua. Yo creo que los alemanes deben mirar el Holocausto como lo hace­mos todos, con horror y desprecio, no con culpa, pues eso crea también rencor y envenena a las personas. No debe volver a suceder, aunque hoy con las medidas antitabaco y las fuertes restricciones a los fu­ma­dores (no soy fumador, aclaro), veo que la Comunidad Económica Europea puede tomar, en nombre de la econo­mía y de una Europa unida, medidas fascistas que acaso logren mejorar la salud de algunos habitantes, pero deterioran la salud de la sociedad abierta y la filosofía liberal, raíz fundadora de las sociedades actuales ◊

IO: ¿Cómo ha sido para ti escribir en Berlín, con todas las diferencias culturales, cli­má­ti­cas y sociales respecto a la ciudad de México? GF: Llevo el Distrito Federal en la espalda como el caparazón de un armadillo y es difícil tomar distancia, de modo que no lo intento. Trato de pensar que la ciu­dad, cual­quiera que sea, no es más que una escenografía, y que a fin de cuentas uno está solo siempre, frente a la muerte, frente a sí mismo. IO: En tus textos mencionas en varias ocasiones el tema del Holocausto. ¿Cómo perci­bes que Ale­ma­nia convive con su pasado nacionalsocialista? 93


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Poesía y autotraducción Entrevista con Juan Manuel Roca Iván Trejo

M palomas, segunda versión / óleo sobre tela / 120 x 100 cm

e encuentro con Juan Manuel Roca en el lobby de un hotel que nos abriga en el marco de un encuentro de poetas en Aguascalientes, donde el año pasado le entregaron el Premio de Poesía del Mundo Latino “Víctor Sandoval”, que a la postre compartiría con Rubén Bonifaz Nuño. Roca, tan afable como siempre y con esa sonrisa que ilumina a los oriundos de Medellín, extiende la charla que recién había comenzado en el desayuno. Este poeta afirma que “escribir es traducirse”, quizá por eso disfruta hablar sobre poesía como pocos. El humor y la tragedia van de la mano con este amante del lenguaje y en esta entrevista intentamos abordar un poco de la historia poética colombiana y, claro está, sobre su obra.

Iván Trejo (IT): Al principio de su labor poética, su obra se acercó al surrealismo, pero después se alejó un poco de la tradición colombiana de los anacrónicos liristas (León de Grieff, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea Borda, Jaime Jaramillo Escobar), que estaban muy ligados a los versos latinoamericanos modernistas (Borges, Paz, Cernuda, Darío, Villaurrutia). ¿Cómo se da el cambio del apego al surrealismo al alejamiento con las formas colombianas? Juan Manuel Roca (JMR): Cuando yo empecé a escribir, había un grupo de poetas que venía después de la Generación del Nadaísmo, que no les interesaba el exceso de coloquialismos, pero tampoco les interesaba el aspecto más retórico de la tradición colombiana, que era cierta verbosidad. Entonces empecé a encontrar una influencia, no tanto de los postulados surrealistas, porque nunca me interesó hacer escritura automática ni nada parecido, pero sí en las lecturas de algunos

momentos importantes de las vanguardias en los cuales estaba también el surrealismo, no sólo el europeo sino el latinoamericano (por ejemplo, el grupo Mandrágora en Chile), como una manera consciente de oponerme a cierta tradición hispanista que había en buena parte del corpus de la poesía colombiana. Pero cuando llegó a mis manos un libro de poesía precolombina prologado y recopilado por Miguel Ángel Asturias, me encontré con que la poesía náhuatl hacía lo mismo que había hecho el surrealismo, de una manera quizá más inconsciente: tender puentes entre el sueño y la vigilia, la preocupación por el trasmundo, por la esfera onírica… De manera que descubrí que la idea que tenían los surrealismos no era más que una intuición de América, así que no me interesé tanto por esas lecturas, más bien me interesé mucho en la poesía latinoamericana, fundamentalmente en César Vallejo.

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IT: ¿Podríamos decir que siente más cercanía con la poesía de Gonzalo Rojas, Clemente Padín, Max Jiménez, Juan Calzadilla? JMR: Sí, sin duda me siento cercano a Gonzalo Rojas y a Juan Calzadilla, de los que has nombrado son dos poetas que frecuento y con quienes he tenido mucha interlocución de tipo personal, pero también a través de su poesía, porque a partir de los años sesenta, cuando la poesía latinoamericana se dividía como en dos maquinarias de guerra opuestas entre coloquialistas y metafóricos, ellos entrelazaban esas dos opciones, la de una poesía coloquial que cuenta cosas episódicas con una preocupación altísima por un lenguaje metafórico. Esa yunta que ellos hacen es muy feliz para la poesía latinoamericana, es como lo que uno encuentra en el poeta cubano Fayad Jamís o tantos otros poetas que se vinculan a esa doble opción del contar y del cantar.

JMR: De alguna manera los vínculos entre la poesía visual y lo visual en el poema se han hecho mucho más evidentes en la poesía. Se puede crear una teoría general de las artes a través de lo poético, para decir que donde no hay poesía no hay arte, sea la narrativa, sean las artes escénicas, sea la cinematografía. Todo desemboca en la búsqueda de una poética. El más grande poeta mexicano, para mi gusto, es alguien que en apariencia no escribió poesía: Juan Rulfo. He hecho ejercicios en talleres con algunos jóvenes tomando cuatro o cinco temas de la obra de Rulfo (la soledad, la muerte, el trasmundo, la lluvia, la fantasmalidad), y sin necesidad de que los integrantes del taller escriban una sola línea, sino recogiendo y encabalgando como versos algunas de las frases de las narraciones de Juan Rulfo, hemos descubierto que hay una extraordinaria poética. Hemos escrito poemas de Rulfo con palabras de Rulfo que son realmente poemas sin agregar ni una sola palabra que no sea de él; esto como ejercicio para señalar que la poesía es más que un género literario, que no está en un compartimento estanco y que está vinculada a todas las esferas de las demás artes.

IT: A su paso por el Magazín Dominical de El Espectador, logró lo que ni Gonzalo Arango pudo hacer, que fue llevar la poesía a las escuelas públicas de Colombia. ¿Cómo se logró esto? JMR: Eso es muy cierto y muy gratificante. El Magazín Dominical de El Espectador logró tener una cobertura muy amplia en el país y, a contracorriente de lo que empezaban a ser los suplementos literarios que habían desvinculado de sus preocupaciones a la poesía, dominicalmente publicábamos poemas, entrevistas con poetas, reflexiones poéticas, de manera que se fue creando un ámbito propicio para la poesía. De alguna manera el interés que hay en Colombia por la poesía en este momento, que ha ido derivando hacia los festivales de poesía, tiene uno de tantos antecedentes en el Magazín Dominical. Fue un magazín que cubrió todas las artes, plásticas, escénicas, los movimientos políticos, pero un ingrediente constante fue la poesía, eso hizo que en las escuelas, en los colegios, se empezara a leer la poesía de una manera diferente a como se había mirado con anterioridad.

IT: ¿Volver a Borges y a Gerardo Diego nos llevaría a un creacionismo renovado? JMR: Yo no lo sabría muy bien. Me parece que Borges, más que Gerardo Diego, tiene siempre una vigencia. La enseñanza de Borges para mí que lo considero mejor narrador y ensayista que poeta, es que nos ayuda a encontrar la palabra perdida en el pajar del lenguaje, la palabra que no parece buscada para el poema sino encontrada para el poema. Borges nos da una gran enseñanza y, en ese ascetismo del lenguaje, una preocupación también por la eufonía, por cierta musicalidad que es muy propicia en sus versos. IT: ¿Hay poesía de segunda clase? JMR: Creo que no. Cuando se dice que hay mala poesía me parece que es un equívoco, porque si es mala no es poesía.

IT: Voy a citarlo a usted: “Sólo la imaginaria metafórica, es decir, la resurrección del ultraísmo, puede salvar al hombre del caos”.* ¿Esto tiene vigencia?

IT: ¿Cómo salvar al hombre de la violencia? La violencia es uno de los ingredientes naturales del ser humano. Yo creo que no hay que acabar con los demonios, hay que saberlos pastorear. Es decir, eliminar la violencia, como lo explicaba también Anthony Burgess en La naranja mecánica, lleva a un estado de absorbimiento intelectual y de tontería.

De Poesía de lo Visual, Harvard Papers of Poetry Series.

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No hay que anular la violencia, sino canalizarla hacia cosas creativas y productivas. Yo creo en la violencia creadora. En el caso colombiano, cuando José Eustacio Rivera en el año 1924 escribe La vorágine, una de sus primeras frases, quizá la primera de la novela, dice: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. ¿Cómo pastorear eso para no convertirnos en una secuela más de esa violencia? El interés que existe por la poesía en Colombia, esa forma de resistencia espiritual que hay alrededor de la poesía, se da precisamente como saturación de la violencia.

un común denominador: no hay un culto a la épica, lo que se señala es una guerra triste sin heroísmos y sin dignidad. Mucha gente que milita en el orden político actual se quejaba de que no hubiera una épica en esos poemas, sino que hubiera una contra épica, y yo creo que tiene que ver con que en nuestra guerra no hay triunfadores ni vencidos, los vencidos somos todos, entonces ¿por qué tiene que aparecer la épica? Lo que aparece es un desdén a esa violencia, pero no de una manera programática como lo pedirían los poetas cargados de ideología. Me parece que es muy interesante cómo se da el fenómeno de la violencia en la poesía colombiana, porque generalmente éste se ha estudiado desde la narrativa, que ha llegado a un grado de saturación tremendo, a un género que hemos llamado la sicaresca: se agota el tema de los sicarios y ahora nos inventamos las sicarias, es realmente absurdo.

IT: Alguna vez me dijo R. H. Moreno Durán que la poesía, como la guerra, la hacemos todos… JMR: Es una frase muy afortunada de R. H. Hay una frase descontextualizada de Hölderlin que le sirve a mucha gente para decir que la poesía no tiene sentido en estos momentos: ¿para qué la poesía en tiempos de penurias? Yo revierto la pregunta y digo: ¿para qué la poesía en tiempos que no sean de penuria? Es decir, la poesía es una respuesta y es una forma de exorcizar precisamente ese horror. Creo más en una frase terrible pero cierta de Flaubert que dice: El arte como el dios de los judíos se alimenta de holocaustos; en la misma medida en que hay una encrucijada histórica como en la que vive el hombre ahora, es cuando más se necesita la poesía, para contestar la pregunta de Hölderlin.

IT: ¿Es así como nace el Festival Internacional de Poesía en Medellín, como una suerte de resistencia espiritual a la violencia? JMR: Sí, precisamente nació así, con un grado de terrorismo muy alto propiciado por el narcotráfico. Nació en medio de esas explosiones, esas bombas y el terror cotidiano, y la gente se volcó, no sé si estoy haciendo un sociologismo simplón, pero me parece que la gente se volcó a esos espacios en los que no se les ofreció de manera mesiánica un mejor mundo, sino compartir (en apariencia) algo tan inocente y tan inútil como la palabra poética. Yo creo que intentar cambiar la realidad con poesía es como intentar descarrilar un tren atravesándole una rosa en la carrilera, una condena al fracaso. Esa resistencia espiritual ha fecundado muchísimo a la ciudad, lo único deseable es que ese festival no se alindere políticamente, lo único deseable es que permanezca libre de la servidumbre ideológica; es decir, que siendo un hecho político, porque todos son hechos políticos, se mantenga libre de cualquier partido político.

IT: ¿Ha influido la violencia en la poesía colombiana? JMR: Sí. Publiqué recientemente un libro que se llama La casa sin sosiego, es una muestra de la poesía colombiana del siglo XX que se relaciona con el tema de la violencia, en donde aparecen poetas tan líricos y tan desligados de preocupaciones sociales o políticas como el primer Aurelio Arturo. Muchos se han sorprendido de que él haya escrito poemas donde toca el tema de la guerrilla liberal de los años veinte, y realmente es sorprendente que logre un grado de lirismo en poemas de un tema tan áspero. Lo que descubrí es que aparte de la poesía estentoria, grandilocuente, de puño cerrado, excesivamente ideologizante, hay otra poética más elusiva, más indirecta, que toca el tema de la violencia, en poetas como Fernando Charry Lara, de la Generación del Mito, como Héctor Rojas Herazo, hasta llegar a los poetas más recientes en donde aparece un nuevo ingrediente, que es la ironía. En todos estos poetas hay

IT: Entonces, ¿podríamos decir que gracias a la violencia se lee mucho más poesía en Medellín que en cualquier parte de Latinoamérica? JMR: Yo no sé si sea proporcional, pero sí es bien particular que sea precisamente en la ciudad más castigada por la violencia en Colombia, donde se haya dado el festival de poesía más grande del mundo. 97


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IT: ¿Para quién escribe Roca? JMR: Escribo fundamentalmente para lo mejor que habita en mí. Escribir es traducirse, en la medida que uno logra traducirse a sí mismo, quizá logre traducir a los demás. Y para intentar que lo que escribo le guste al lector ideal que soy yo mismo. Ya si eso funciona y opera, que arraigue a otras personas es lo más extraordinario que le pueda pasar a uno.

no hace costumbrismo, cómo rescata la historia de México y no hace historicismo… Todo eso ligado a una alta lírica, hace que cuando yo leo las ocurrencias de un poblado imaginario llamado Comala, siento mucha más atracción que cuando leo las incidencias de un poblado imaginario llamado Macondo. ¿Cuál es el narrador en el que encuentro una cantera más inagotable de poesía? Inmediatamente digo Rulfo y no digo García Márquez.

IT: ¿A dónde se fueron las poetas colombianas? JMR: Lamentablemente la poesía hecha por la mujer en Colombia no ha tenido el nivel que ha tenido en

IT: ¿El realismo mágico del garciamarquismo ha afectado a la poesía colombiana?

de lo que me doy cuenta es que la poesía sigue estando de nuestro lado, este es el continente de la poesía

otros lados, no sé cuál ha sido el motivo. Desde la Madre Josefa de Castilla a nuestros días, son muy escasos los nombres de lo que podríamos señalar como una alta poesía, que es un fenómeno que no ocurre en Argentina, que no ocurre en México. De la poesía actual en México, la que más me interesa es la que están haciendo las mujeres, y me parece que en Colombia lamentablemente no se da mucho. Hay unos cuantos nombres, Emilia Yarza, una mujer de la Generación del Mito; luego, dando un salto muy grande estaría María Mercedes Carranza, y ahora recientemente hay una poeta joven, Lucía Estrada, que es muy buena.

JMR: Sólo a una zona muy pequeña y muy episódica, pero en general no. A muchos de los narradores colombianos los afectó. En mi generación, cuando surgió el realismo mágico y García Márquez, por lo menos yo me sentía impotente por no haber tenido una abuela autista que comía luciérnagas o alguna cosa bien extraña, sino que era una señora corriente que hacía arepas. Toda esa exuberancia de realismo mágico fue en buena parte castradora de un buen número de escritores que vieron en eso un recurso programático para llegar a tener un reconocimiento. En el caso de la poesía, no; la poesía colombiana tiene una tradición con un tono que a mí me gusta mucho, un tono asordinado que uno puede encontrar en José Asunción Silva y en su veta ironista de Gotas Amargas; en Luis Carlos López que hace un modernismo al revés, con toda la cosa emblemática modernista se burla del modernismo; en Luis Vidales, nuestro único vanguardista, que en el año 1926 publicó un libro extraordinario que se llama Suenan Timbres; en Aurelio Arturo, que es un poeta lírico de un tono mesurado, extraordinario; en Fernando Charry Lara; en Carlos Obregón, que se suicidó en España en un monasterio; en Jorge Gaitán Duran y Eduardo Cote Lamus… entonces uno encuentra que hay un tono

IT: Usted alguna vez dijo que se siente más de Comala que de Macondo… JMR: Estéticamente me siento más ligado a Comala que a Macondo porque estoy muy interesado en el ascetismo del lenguaje, en cierta poética que funciona casi por sustracción y no por acumulación, es decir, yo visito más en la literatura a Comala que a Macondo, y no es por un gusto de visitar a los muertos, es sencillamente porque en Rulfo yo encuentro unas lecciones estéticas extraordinarias: su minimalismo, cierta verbosidad de cosa hablada, cómo rescata las costumbres del pueblo mexicano y 98


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mesurado y asordinado que jamás ha tenido el influjo del realismo mágico.

—en la minoría, pero es suficiente— que tienen de nuevo interés por el lenguaje, que es algo que se había descuidado tanto.

IT: ¿Sigue leyendo poesía joven? JMR: Sí, con mucha atención leo poetas de todo el continente y de España, y de lo que me doy cuenta es que la poesía sigue estando de nuestro lado, este es el continente de la poesía.

IT: ¿Lo único que puede unir a la poesía joven es una búsqueda en el lenguaje? JMR: Sin duda. Todo ese exceso de la poesía coloquial y de los malos ejemplos de Benedetti y de Ernesto Cardenal, vinieron a empobrecer demasiado esa preocupación por el lenguaje.

IT: ¿Hacia dónde va la poesía latinoamericana? ¿Hacia dónde abre la ventana? JMR: Hay muchas vertientes. Hay una vertiente intimista, una que regresa a un tono surreal, una vertiente testimonial que está ligada mucho a la poesía coloquial. Son caminos muy distintos, pero en cada uno de esos caminos uno encuentra poetas muy notables y sobre todo hay el intento, en algunos poetas

palomas (en grises) / óleo sobre tela / 79 x 113 cm

IT: El mundo, ¿será siempre una feroz bancarrota? JMR: Yo creo que sí. No soy muy optimista con respecto al mundo. Creo en una frase de un amigo poeta colombiano, que es muy divertido y se llama Víctor López, que dice: “Hay gente tan pesimista que cree que el hombre no va a desaparecer de la tierra.” ◊

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M

ás de diez mil días, treinta y dos años cubre la correspondencia sostenida entre el mexicano Alfonso Reyes (18891959) y el venezolano Mariano PicónSalas (1901-1965). Un conjunto de documentos arreglados, preparados y anotados por Gregory Zambrano: 36 cartas de Mariano Picón-Salas y 50 de Alfonso Reyes: en un total de 86 misivas se despliega la afinidad y la amistad recíproca. Reyes era 12 años mayor que Picón-Salas. El venezolano le confiesa que “desde que en un día remoto de mi adolescencia, siendo estudiante de Liceo en Mérida, Venezuela, leí por primera vez su prosa en aquella edición de Quevedo de la casa Calleja (publicada en Madrid, en 1917), me puse a seguirle…”. Es decir, a practicar el no fácil deporte de conseguir las ediciones que Alfonso Reyes iba publicando por el mundo, en Buenos Aires, Madrid, Río de Janeiro. Además hay que tener en cuenta que en aquellos años de principio del siglo X X , la Mérida venezolana era una ciudad aislada de los Andes y que maravilla que la ciudad se las hubiese arreglado. Reyes representaba para Picón-Salas un avatar de Erasmo, de Rotterdam, es decir una inteligencia acostumbrada a cruzar las fronteras materiales, políticas y religiosas y a vivir plenamente en el mundo. Reyes aparecía ante los ojos de Picón-Salas como un “arquetipo de diplomático difícil de imitar” (p. 160). Pero se dibujaba ante todo como un emblema ético y estético: alguien que “siempre nos está aseando el camino”. A su vez, Reyes reconoce en su amigo venezolano un interlocutor, un oído atento y afín, capaz de zambullirse junto con él, en persona o por carta en prolongadas conversaciones memorables en su “piscina intelectual” (p. 112), es decir en la Capilla Alfonsina. Los une la firmeza de espíritu y la voluntad de poner en práctica una “lección apolínea de contención y buen

epicureísmo clásico” (p. 95), como la que Reyes practicaba en Romances y afines y que Picón sabe reconocer. Los une el hecho de saberse distintos de “esta gente díscola, desorbitada, movida por tantos demonios, que somos los hispanoamericanos” (p. 95), se sienten ajenos a esa “política criolla que es tan picante como el más amarillo chile mexicano” (89). El desorden, la falta de constancia, la inconsistencia, “la confusión latinoamericana” (72), “la creciente hinchazón y vaguedad criolla” (78), el “rencor inútil”, “los odios callejeros” (92), el camaleonismo orillan a estos amigos de la forma y de la contención armónica a reconocerse. Hay, además, otro plano de afinidades: el nomadismo, la suerte de llevar “una vida de judío errante” y ser como unos pequeños Ahasverus de la literatura, unos condenados del camino de las letras que deben “trabajar con libros prestados” (92). Picón-Salas, le escribe a Reyes desde Chile, lo encuentra en Buenos Aires, lo visita en México, lo recuerda en Río de Janeiro, le escribe desde París, Puerto Rico y desde Estados Unidos, como una suerte de Ulises de tierra firme, en una infatigable Odisea que va siguiendo los pasos del Ulises mexicano que ha estado 25 años fuera de México y se encuentra demasiado fatigado para viajar nuevamente. Monterrey en México y Mérida en Venezuela —las querencias nativas de ambos— son ciudades pareadas que están rodeadas de imponentes montañas. Juntos, a lo largo de los años, van afianzando su amistad al socaire de proyectos comunes: a veces realizados, a veces no, pero inevitablemente movidos por el entusiasmo intelectual y por la conciencia de que Europa está en crisis, y de que hay que salvar a Europa de los europeos. La reticencia ante los reduccionismos ideológicos de izquierda y de derecha y la conciencia de que es preciso practicar una política vertebrada por las jerarquías de la cultura: “la

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claridad, gracia, rigor que no excluye el mágico granito de la poesía” (92), “vértebra de esa responsabilidad de la inteligencia” que diría el sociólogo español, traductor de Max Weber, José Medina Echavarría. Uno de los proyectos que los afina es el de aquella “Historia morfológica, aquella especie de geología de la Historia con sus perfiles y estratificaciones” (108). A la que se refiere Picón-Salas, ¿alude una variedad de historia de las formas de la cultura y de la civilización hispanoamericanas? ¿A una suerte de “constelación en movimiento” de la historia cultural latinoamericana? Esta búsqueda de las formas propias en que se encauza y vierte la historia de la cultura en las Américas, no podría prescindir de la búsqueda de un idioma propio y ambos se afirman en el cincel de una prosa que se depura en certeras filigranas. Para el que sepa leerla, la correspondencia entre Reyes y Picón arroja luz sobre los ritmos y los impulsos a la escritura de cada uno. Alfonso Reyes le confiesa a Mariano Picón-Salas que cuando no se deja atrapar por un proyecto mayor, su vocación hacia la escritura se manifiesta en brevedades y páginas aunque redondas, concisas. A PicónSalas lo zarandea un ritmo que lo lleva de una “madrastra” que es la enseñanza en liceos y escuelas secundarias a otra: los servicios en la burocracia o en la diplomacia. El hilo conductor de ambas vidas es la escritura y la lectura. Reyes, entre tanto, no se queja, soporta un ritmo intenso de vida y novida administrativa en El Colegio de México y en los trabajos forzados que se ha impuesto para sacar adelante, libro a libro, sus obras. Hay un momento en la correspondencia, cuando Picón-Salas dirige la plana cultural de El papel literario de El Nacional en que vemos a Reyes como un joven eufórico enviándole artículos a su corresponsal para que se


publiquen en Caracas: comprobamos que en esos años de 1953-1954 Reyes se entrega a una actividad prodigiosa, casi inverosímil: Picón, más joven y circunspecto, no le va a la zaga. En el trasfondo de este comercio literario y editorial, se va dibujando al filo y al ras de la conversación escrita una cierta idea de América. Desde lo que José Lezama Lima llamaría el ceremonial de la conversación, estos hermanos de tinta y papel van dibujando el paisaje de una América recíproca y responsable. Vuelven, bajo la pluma de Picón-Salas, las imágenes y las referencias medievales y renacentistas, Alfonso Reyes viene a representar, en ese horizonte de dificultades e inestabilidades, una suerte de autoridad superior, ya no sólo Erasmo, sino algo más: “tiene usted que aceptar esa responsabilidad de ser el primer hombre de letras de nuestro continente, lo que significa que, para muchas cosas, tengamos que pedirle el Nihil obstat que otros solicitarían del superior eclesiástico”. Se viven como en un monacato primitivo, a veces errante, a veces amenazado o asediado. Los vemos cumplir el santo deber de la correspondencia como quien acude a pedir la comunión y a compartir, a través de las misteriosas letras, el pan del pensamiento y de la contemplación: ¿Quién le diría a Reyes que hacia 1918 o 1919 —PicónSalas no lo recuerda bien—, una página de su prosa iba a impresionar poderosamente a un joven que vivía en los Andes venezolanos, y un amigo suyo, dispuesto a toda devoción y a todo servicio, que sería luego antes de conocerle? (p. 156-157) La frase recuerda incluso mucho a un poeta aquel pensamiento a quien se consideraba salvado por el hecho de que un joven, en una remota ciudad de provincia, se supiese sus poemas de memoria. En la “profesión de la palabra” y de la solidaridad intelectual que se desprende de las páginas de esta correspondencia, parece cifrarse,

como en un espejo enigmático la luz, de nuestro americano porvenir. Mariano Picón-Salas es un historiador de la cultura de peso completo: historiador de las letras, historiador de la sensibilidad, historiador de la arquitectura y del urbanismo, historiador de las ideas, historiador sin más. Aspira PicónSalas a figurar una armadura teórica, una conceptualización apta para dar cuenta del proceso de formación, desarrollo y crisis de la herencia obstinada, de la herencia híbrida y por lo mismo huérfana de esta América nuestra, que a cada paso, se pone frente al espejo y se pregunta por su identidad, por su constitución,

en las diversas acepciones de la palabra. Un ejemplo de este oficio del historiador de la cultura es: Gusto de México (México, 1952), un librito hospitalario de menos de 100 páginas que se presenta con la apariencia inofensiva de una recopilación periodística. En realidad, los 25 textos que lo componen presentan ante el lector un calidoscopio temático que abarca letras, pintura, vida cotidiana, paisajes, cocina, cementerios y un poco de política, una nuez que se compendia en lo que podríamos llamar el “método Picón-Salas”. Un método que le viene de sus lecturas europeas: Jacob Burckhardt, Arnold Weber, Georg

caballería Odiseos sin reposo. Mariano Picón-Salas y Alfonso Reyes (correspondencia 1927-1959) Autor: Gregory Zambrano (comp.) Editorial: UANL año: 2007

Título:

Alfonso Reyes y Mariano Picón-Salas:

vidas paralelas del humanismo errante en América 101


Simmel, Edward Gibbon, Gobinau, Taine, pero también —y eso es lo trascendente— los autores modernos y por supuesto clásicos de la lengua española como Quevedo, Gracián, Unamuno, Cajal, Ganivet, Ortega y para volver al tema, José Martí, José Enrique Rodó, Justo Sierra, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Vagamente preocupado por encontrar en las letras un camino

de fundación para la ciudad criolla e hispanoamericana, Picón encuentra desde muy joven en la prosa y la poesía de Alfonso Reyes, un espacio de cortesía inteligente y de amenos ceremoniales espirituales que le resultará permanente lección de vida y arte intelectual. Adolfo Castañón

alfonso reyes:

Lecturas y relecturas del Quijote

Título: Alfonso Reyes lee El Quijote Autores: Adolfo Castañón y Alicia Reyes (comp.) Editorial: El Colegio de México Año: 2008

C

omentar un libro de Alfonso Reyes es una tarea siempre grata, porque grata suele ser la lectura de sus páginas y porque es frecuente que este ejercicio de leer nos conduzca a pretender identificar en su prosa ciertas claves relacionadas con el equilibrio, la elegancia y la certeza con que se va elaborando y constituyendo el discurso mismo. Sin embargo, en el proceso de la lectura de sus textos

sorprende que estos tres elementos vayan siempre unidos, y puede ser que no atinemos a separar unos de otros, por no poder establecer si la certeza de su pensamiento que valoramos en estos escritos, se manifiesta sólo gracias a la lógica de lo expuesto, o bien porque además se ofrece en la elegancia con que se escribe el lenguaje, o quizá porque ambas, la certeza y la elegancia, se ofrecen al mismo tiempo que el transcurso

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sostenido del equilibrio de todos los factores puestos en juego para la construcción de su escritura. El libro que ahora nos reúne no escapa a estas consideraciones, y puesto que los textos compilados por Alicia Reyes y Adolfo Castañón, son páginas dedicadas a la obra de Miguel Cervantes de Saavedra, escritas por Alfonso Reyes a lo largo de los años, establecen además la aceptación del viejo dicho, que afirma que es más difícil escribir literatura sobre la literatura, que literatura sobre la vida. Pero Alfonso Reyes, que se pasó la suya escribiendo, se aplicó por igual sobre la literatura y sobre la vida, y estas páginas dedicadas a la obra de Cervantes y en particular a su inmortal novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, son testimonio fehaciente de la virtud que le permitió identificar los valores primordiales de la vida y reconocerlos en las obras literarias, haciendo al mismo tiempo el camino inverso, que permite juzgar y entender la literatura desde los valores esenciales de la vida. Como lo explica la “Advertencia” de Adolfo Castañón al frente del libro, además de los muchos datos complementarios que se ofrecen en sus páginas, como la bibliografía cervantina existente en la biblioteca de Alfonso Reyes, y las muchas y pertinentes notas de pies de página que permiten al lector ubicar correspondencias y relaciones de los textos del propio Alfonso Reyes con las obra cervantina, el libro que nos ocupa ofrece tres tipos de compilación. La primera, dividida en dos partes, contiene artículos y ensayos breves sobre Cervantes, su obra, y algunos comentadores de ésta, y además dos ensayos de mayor extensión, ambos escritos el año de 1947 pero publicados en fecha posterior, que son “Quijote en mano” y “De un autor censurado en El Quijote: Antonio de Torquemada”, el primero publicado en Ancorajes (1951) y el segundo por la Editorial Cultura, con 79 páginas


(1948). A esta primera compilación se agrega un poema escrito en 1943. La segunda compilación recoge como Apéndices cinco cuentos entresacados de los “Coloquios satíricos” de Torquemada, y del mismo autor, y cuatro fragmentos del “Jardín de flores curiosas”. La tercera y última compilación ofrece 141 fragmentos de Alfonso Reyes sobre el Quijote. Debe entenderse que no son todos, pero estos demuestran la constancia de Reyes en ocuparse de Cervantes y su obra en los muchos años en que se escribió la suya. Estos fragmentos, por ser tales, son menciones de paso o juicios referidos al autor del Quijote, pues como lo afirma el propio Alfonso Reyes en el fragmento número 11, que procede de El Cazador: “la afición a Cervantes se confunde con la afición a las letras mismas”. El conjunto de los fragmentos es una miscelánea, y por lo mismo esconde tesoros que siempre es agradable descubrir, como el llamar al Quijote “selva de invención”, a propósito de la moralidad que, escribe Alfonso Reyes, “se halla esparcida como el sol y el aire en las llanuras del Quijote” (Fragmento núm. 24). O este otro (núm. 44), donde afirma que “Media España es solemne, y tiende a fijarse: la sabiduría se hace refrán, el sentimiento se vuelve copla, el estilo se transforma en molde culterano”. O finalmente los pregones madrileños, escritos en 1915, en sus años de Madrid y mucho más tarde publicados en Cortesía, 33 años después, en 1948. Los pregones madrileños dicen: “Vendo unas anotaciones / a las obras de Cervantes / que si tan ociosas antes,/ son tan inútiles hoy./ ¡Y a la cala las dos!”. En otra cuarteta, no incluida aquí, continúa Reyes: “Traigo un serón hasta el tope / de piconescotarelos / para no decir blasfemias, / y es que ofrezco buen arrope, / pepitorias y buñuelos / de academias”. Estos pregones se referían a Don Jacinto Octavio Picón, novelista y por aquellos años bibliotecario de la

Academia y a Don Emilio Cotarelo y Mori, secretario perpetuo de la Real Academia Española. Mencionamos estos pregones porque tres años después, en 1918, en una nota muy breve publicada ese año en la Revista de Filología Española, ésta sí recogida en la primera compilación de artículos y ensayos breves, hace suyo Alfonso Reyes el comentario de José Enrique Varona, de que “la mejor manera de honrar al autor del Quijote […] es no aumentar la ‘secta de los cervantistas’, sino acrecer el número de lectores de Cervantes”, añadiendo el propio Varona: “Cervantes escribió a derechas; no subamos en zancos a sus lectores”. Y concluye Reyes: “Esta nota representa el legítimo punto de vista de la mayoría de los lectores”. Con el paso de los años, Alfonso Reyes fue inclinándose a escribir textos breves. Ya había dejado muy atrás la ardua tarea de escribir notas extensas y sistemáticas, periodo que se prolongó por mucho tiempo y podría quedar comprendido, tentativamente y sólo de manera aproximada, entre los años 1941 y la primera mitad de los años cincuenta. Aquí estarían reunidos los libros dedicados a la teoría y a la crítica literaria, al menos cinco volúmenes. Además, todos los dedicados a Grecia (filosofía helenística, mitología, religión, héroes, poemas homéricos y muchos temas más, incluido el traslado al español de la Ilíada en su primera parte), quizá no menos de diez volúmenes. Los escritos en los primeros años de la década de los cuarenta, obedecieron a un reclamo que le hizo desde Buenos Aires su amigo Pedro Henríquez Ureña, que lo impulsaba a escribir libros sistemáticos, abandonando los libros armados con textos de diversa procedencia e intención. Pero Alfonso Reyes, si bien atendió el interés de su amigo, nunca dejó de escribir los ensayos y prosas breves que se desprendían de la tarea cotidiana. Así concibió los textos titulados

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“Las burlas veras” que en mayo de 1954 empezó a publicar en Revista de Revistas, que fue donde aparecieron algunos de sus textos juveniles el año de 1912. El título lo explica Reyes diciendo que es “para dar a entender que ya trato en burlas o ya en veras, pero que mis retozos llevarán un grano de verdad o, inversamente, mis verdades procurarán no ser muy adustas. Conforme más se estudian las cosas, mayor es el afán de exponerlas en unas breves y sencillas palabras”. Alfonso Reyes llegó a escribir 230 de estas “Burlas veras”, sólo publicó 200 y de las 30 restantes, no recopiladas, se retiraron tres para el volumen de Ficciones y las 27 restantes pasaron, junto con todas las anteriores, al volumen XXII de las Obras Completas. He incorporado esta explicación porque una de las “Burlas veras” quedó recogida en este libro. Es la número 163 y se titula: “En un lugar de la Mancha”. Quizá con algunos de los textos de Alfonso Reyes ocurra, aunque en otro sentido, lo que él afirmó que sucedía con El Quijote: no hay dos lectores que hayan leído el mismo libro, pues cada uno lo interpreta de manera distinta. En el caso de Reyes y particularmente en sus textos breves, cada lector puede tener su propia apreciación. Yo considero que “En un lugar de la Mancha” es el más bello de los textos compilados en el libro que ahora se presenta. Tiene apenas 15 líneas y logra atrapar en ellas una visión cabal de la novela de Cervantes. Su brevedad me permite incluirla completa para los lectores de estas líneas: Todo eso del morrión, la celada, el salpicón, los duelos y quebrantos y demás lugares léxicos, leedlo en las notas de cualquiera buena edición, que no he de repetirlo aquí. Lo que no importa —¿nadie os lo ha dicho, por imposible que parezca?— es percatarse de que, en el solo primer capítulo, se opera la metamorfosis,


y el pobre hidalgo sarmentoso y seguramente mal surcido va como cubriéndose bajo sucesivas capas de mito. La imaginación lo envuelve y transfigura, la fantasía lo va dirigiendo, lo saca de la avara y gris realidad y lo vuelca al fin sobre el mundo de la quimera. Ya es nada menos que “Don Quijote de la Mancha”. Todo objeto o motivo se irisa como una ceja de luz, y el caballero va trocando en oro cuanto palpa, cuanto nombra siquiera. Henos ya en la locura, en la heroicidad. Per me si va tra la perduta gente.

Este trozo nos muestra, en su brevedad, la transfiguración del personaje y la puesta en marcha de la ficción. Aquí asistimos al surgimiento de Don Quijote, al increíble acontecimiento que transforma al “hidalgo sarmentoso y mal surcido”, en alguien poseído por la heroicidad. Todo es producto de la imaginación, pero al mismo tiempo es la realidad novelesca en la que va a desenvolverse el nuevo personaje. El hidalgo lector se convierte en caballero andante. ¿Cómo se realiza este prodigio? Simplemente por el poderío de la imaginación, como se dijo antes. Esta fuerza alimentada por la lectura hará posible la transformación. Este es el primer impulso que hará posible la transportación, pues al convertirse en caballero andante es llevado a un mundo de ficción pero en la misma tierra de la Mancha. Modificar la personalidad no es cosa fácil. Puede lograrse gracias a esta concepción novelesca que apunta ya en sus páginas su moderna visión del personaje que se hace a sí mismo, ante los ojos sorprendidos del lector. Es pues una metamorfosis que se hace en el primer capítulo de la novela, y así podemos asistir al prodigio de ver cómo se va transformando el pobre hidalgo, porque su frágil naturaleza humana “va cubriéndose —dice Alfonso Reyes— en sucesivas capas de mito”. No es un cambio súbito, pues la

imaginación actúa en un proceso que va trastocando la cotidiana figura del pobre hidalgo, mediante el poderío del mito, adhiriéndose al personaje y dando paso a su transformación. Y así, continúa Alfonso Reyes, “la imaginación lo envuelve y transfigura, la fantasía lo va dirigiendo”. Y cuando este misterioso y singular proceso concluye, es decir, cuando ya se ha cumplido el abandono “de la ‘ávara y gris realidad’, cuando la fantasía logra sacarlo de ahí, el hidalgo traspone esa realidad y lo deja, dice Reyes: “lo vuelca al fin sobre el mundo de la quimera”. Así es como el mito, la transfiguración, la metamorfosis, la imaginación y la fantasía hacen posible la cabal conversión, desde la “avara y gris realidad” hasta el portentoso mundo de la quimera. Y todo esto ¿qué significa? Significa, nada menos, que “el pobre hidalgo sarmentoso y seguramente mal surcido”, ya es nada menos que Don Quijote de la Mancha. Lo que sigue a esta transformación es otra más, pues ahora el mundo de este caballero andante nada tiene que ver con el mundo del cura, el barbero, el ama y la sobrina. Ellos pertenecen al mundo que ha abandonado Alonso Quijano. Éste ya no es quien era y tampoco habita aquel mundo, pues como ya quedó dicho, ahora es Don Quijote de la Mancha. Y como si esta transfiguración, a la que hemos asistido en el primer capítulo de la novela, no fuera suficiente para maravillarnos, presenciamos la otra, que ahora complementa la primera, pues ambas van inevitablemente unidas en esta historia. Y Alfonso Reyes, con su prosa cargada de belleza y elegancia, nos ofrece el testimonio de lo que este nuevo caballero andante es capaz de hacer en el mundo que ahora habita: “Todo objeto o motivo se irisa como una ceja de luz y el caballero va trocando en oro cuanto palpa, cuanto nombra siquiera”. Tal maravilla se manifiesta porque el personaje está instalado en

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la fantasía, en el mundo de la quimera. Tan sorprendente cambio permite a Reyes concluir con la sentencia final de este breve texto: “Henos ya en la locura, en la heroicidad”. Las dos son ya lo mismo, pues la locura es la heroicidad y a la inversa, ésta es también aquélla. Con tal conclusión, como pueden percatarse los lectores de Alfonso Reyes, el personaje en el que se ha transformado el viejo hidalgo, no es el único que vive y actúa en el ámbito de la heroicidad y la locura, sino también nosotros, y el propio Alfonso Reyes, es decir, todos los lectores de esta sorprendente novela, acompañamos al caballero de la triste figura, pues el verbo utilizado en esta frase final está escrito en primera persona de plural: “Henos ya en la locura, en la heroicidad”. Sin embargo, falta añadir que esta frase final tiene todavía otro complemento unido a la expresión última. Esta última frase no es de Cervantes ni de Alfonso Reyes, pero es éste quien la incorporó a su texto: es el tercer verso del primer terceto del Canto Tercero del “Infierno”, de La Divina Comedia, de Dante: “Per me si va tra la perduta gente”. Un traductor dice: “por mí [se va] a vivir con la perdida gente”. Otro dice: “por mí se va hacia la raza condenada”. Podría entenderse que Alfonso Reyes incorporó este verso para hacer ver cómo, acompañando al caballero andante gracias a la complicidad de la lectura, todos asistimos y participamos de su locura heroica. Agradecemos a Alicia Reyes y a Adolfo Castañón esta oportunidad que nos brindan de poder leer, de conjunto, todo lo escrito por Reyes sobre Cervantes y su obra. A este libro podría aplicarse, sin duda, lo que el mismo Alfonso Reyes dijo sobre El Quijote: “No sospechamos el caudal de inspiración que encierra un libro, y más cuando es un libro bueno.” Alfonso Rangel Guerra


Hijos de Joaquín Los privilegios del monstruo Joaquín Hurtado Editorial: Ediciones Intempestivas Año: 2008 Título:

Autor:

S

i hay en la historia de la literatura regiomontana una generación de escritores regiomontanos que merezcan el título de “los transgresores”, esa es, sin duda, la generación de los autores nacidos en la década de los sesenta, años más, años menos. En buena parte, los escritores jóvenes de nuestra entidad y acaso los decanos a esta generación, deben de reconocer que somos producto de las obras y visiones de estos autores que empezaron a realizar una radiografía de la ciudad y un análisis de lo regiomontano. La narrativa reciente en nuestra ciudad, sin duda, ha crecido de la mano de obras de autores tan disímiles pero con calidad innegable como las escritas por Héctor Alvarado, David Toscana, Patricia Laurent Kullick, Hugo Valdés, Dulce María González y Eduardo Antonio Parra, sin omitir a Felipe Montes, Pedro de Isla y Joaquín Hurtado. Todos ellos han logrado lo que generaciones anteriores nunca pensaron y han dejado la barra muy alta, digamos, para el trabajo de las generaciones posteriores que ya buscan un sitio entre ellos.

De entre todos ellos llama la atención la personalísima voz de Joaquín Hurtado, construida ya a lo largo de diversos libros, entre ellos Guerreros y otros marginales, Laredo Song, la magistral Crónica Sero y La dama sonámbula. En su más reciente libro, Los privilegios del monstruo, editado por Héctor Alvarado y Livier Fernández dentro de su proyecto independiente de Ediciones Intempestivas, Joaquín Hurtado presenta una colección de cuentos que son en realidad una antología de personajes impulsivos, abandonados de sí mismos, inmersos en el lado esperpéntico de la vida y con una sexualidad tan imprecisa y violenta como el medio que los rodea. El libro abre con el cuento “El cumpleaños del gato”, la historia de un joven que no pasa de los dieciocho años y es el encargado de la banda de secuestradores para entregar a un padre a su hijo secuestrado. Contada en primera persona, este cuento revela la capacidad de Joaquín Hurtado de simplemente tomar un personaje y literalmente esnifarlo para presentarlo ante el lector con toda su carga psicológica y con una jodidez

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al mismo tiempo perturbadora y sorprendente. A partir de este relato que presenta ya la atmósfera por donde llevaremos la fiesta, desfilan jefes ojetes que se cogen a empleadas con la ayuda de achichincles calenturientos, taxistas que consiguen jóvenes “quintos” a importantes personajes del gobierno, orgías que suceden en los momentos más inesperados y mecánicos que planean la violación de una chiquilla de doce años porque total, ellos son muy hombres y la guerca esa es una calientaparches. Lo sexual es sin duda, uno de los temas importantes del libro, pero definir Los privilegios del monstruo como un catálogo de versiones y diversiones del acto sexual sería una manera fácil de evadir éste o los otros libros del mismo autor. Los cuentos de Hurtado son una disección salvaje de la sociedad, presenta a sus personajes cercanos a sus instintos, lejos casi todos ellos de toda intelectualidad que no sea la ley del “agencie”, del agenciarse a lo otro por lo que sea y como sea, tal como dice en el cuento de “Aquí donde no existo”, donde unos de los personajes tal parece que define al resto de los personajes al decir: “La razón es un lujo que me está vedado”. Los personajes de Joaquín, siempre están buscando qué se traen consigo, qué arañan de los otros mientras se pierden, siempre con tal de satisfacer sus deseos. Lo mismo el taxista que se agencia una reputación con el amigo de los políticos a quien les lleva jovencito quintos “de la UdeM o del Tec, mejor” o el esposo perfecto que tiene un amorío con su ahijado, los personajes de Hurtado siempre están llenando las apariencias, jugando con ese doble fondo que tienen las cajas de los magos, y mientras pierden y ganan como si entraran a la avidez de un cuarto oscuro. Al final, Joaquín guarda lo mejor de sus repertorios, una serie de


relatos breves de parejas que buscan jovencitos para acostarse con ellos y vivirlos en todas las maneras posibles: jovencitos púberes acurrucados entre su desnudez compartida. Los privilegios del monstruo es, sin duda, un privilegio que el autor le concede a sus lectores. Una obra que no se anda por las medias ramas ni con el absurdo del cagatintas intelectual. Es un privilegio ser lectores de Joaquín Hurtado. Siempre nos presenta a sus

hijos sin enjuiciarlos ni omitirlos aunque sean monstruos que nos abrazan y nos seducen con la mejor de sus armas: el lenguaje narrativo y literario que está al ras de la gente, acaso la mayor sorpresa del libro: el refinado lenguaje nuestro, el lenguaje que palpita en nuestras lenguas, en las calles, vivo; un libro escrito a lo regiomontano, sí señor. Antonio Ramos

el humor

para salvarnos

Título: Cuentos cortos escritores largos Autor: Romualdo Gallegos Editorial: UANL Año: 2008

E

n las postrimerías de los ochenta, en una de las bohemias que reunía a más de tres advenedizos que soñaban con ser escritores, Romualdo Gallegos sentenciaba: “Solo vale la pena escribir si se tiene algo que decir; pero para saber cómo decirlo, agregaba, hay que escribir, vivir, leer y trabajar mucho”. Ahora, a varios años de distancia Gallegos tiene una sólida historia como escritor local, y en ese recuento bibliográfico, sus lectores recordamos de manera especial una de sus primeras obras, Nostalgia por los marcianos, un libro editado en aquella serie que haría época, Abra

palabra, patrocinada por el municipio de Guadalupe y en la que publicaron autores como Margarito Cuéllar, Guillermo Berrones, Arnulfo Vigil, Hugo Valdés, Dulce María González, Guillermo Meléndez, Gabriel Contreras, Julio Cesar Méndez y Patricia Laurent Kullick, (autores que con el tiempo se convertirían en la estirpe literaria de estas tierras), cuando Heriberto Dante Santos, nuestro amigo y buen promotor de la literatura, era el Director de Cultura. Recordamos ese libro porque en él, Gallegos inaugura su propio estilo, un carácter antisolemne,

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desenfadado, crudo y revelador que lo ha significado como uno de los escritores más comprometidos con el oficio. Todavía hoy evoco con nostalgia aquel “Tour de la Ruta 2”, cruzando la ciudad en un día soleado. Al igual que este cuento, tanto en el género narrativo, con títulos como “El zorro, Miss Mundo y un vecino que no dijo su nombre” (1996) y “El operador y otros relatos” (2002), como en el género poético, con el poemario Didácticos y pedagógicos, el escritor recurre al sarcasmo y la ironía, como recursos para reírnos compadecida y resignadamente de los otros y de nosotros mismos, haciendo del humor el antídoto para sanar la locura de aceptar que formamos parte de una realidad absurda, subdesarrollada y muchas veces incomprensible. En nueva obra, presentada por la UANL en el marco del 75 aniversario de su fundación, Cuentos cortos escritores largos, a través de las historias sobre escritores que han compartido sus aventuras, Romualdo nos muestra y nos demuestra que sigue siendo fiel a su condición de insubordinado, no obstante las circunstancias y el precio que hay que pagar. “A mí el Quijote y Sancho Panza me recuerdan a Viruta y Capulina”, dijo un día Romualdo a un maestro que se decía escritor, del cual nunca conocimos su obra, pero que pretendía someterlo. No cabe duda, el humor inteligente tiene mala prensa y buenas venganzas, sobre todo las oficiales, porque el poder le teme al sarcasmo y más cuando son los protagonistas que lo provocan. Así, con un talento sin concesiones que hace del humor el negro espejo que desnuda perversidades y trucos para beber la pócima del éxito en el mundo editorial, Romualdo, como un Quijote entre cruel y valiente, se adentra en la zoología intelectual para despojar al mundo regiomontano de los literatos de su pomposidad, del superficial glamour que los envuelve


y de su solemnidad, mientras él mismo se burla de su propia historia, cuando asegura: “Nací muerto, pero luego cambie de actitud”. El libro inicia con un prólogo basado en una provocadora entrevista de Gerardo López Moya al autor. Revelador, el apartado merece una atención especial, y vale la pena disfrutarlo porque las respuestas sintetizan de alguna manera la visión del escritor, no solamente sobre los escritores, sino además de otros temas tan vigentes como la lectura, la televisión, los políticos y la propia creación literaria. Centrados en la obra, Cuentos cortos escritores largos nos recuerda un tanto la ironía de Groucho Marx, de Woody Allen y de otros personajes que como Ionesco; a quien Gallegos ha leído, tiene la capacidad de convertir los sucesos ordinarios y cotidianos en agudos textos. Sin embargo; por atractiva que parezca la trampa, hacer humor por medio de la literatura no es aventura fácil, por eso creo en la teoría de que sólo las personas con cierto tipo de inteligencia pueden hacer humor intencionado, y más difícil resulta aún, si hay que hacerlo por escrito. Alguna vez escuché que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede, no se si este sea el caso del autor, pero a lo largo de toda su obra, se percibe una deliberada denuncia contra la frivolidad: “No critico la obra literaria, sino la actitud de los escritores”. La verdad la tiene Doña Cuca, la loca que se desnuda en el Parque España, los taxistas y los peluqueros. Los intelectuales se pierden en el barroquismo de las tres patas del gato. Esta postura refleja una de las mejores virtudes de Gallegos, develar con historias simples verdades profundas. Ahora les tocó a los escritores porque, dice el autor, estos relatos son una venganza contra la pedantería. Cuando uno lee Cuentos cortos escritores largos se cae en la tentación de pensar

que la literatura puede ser una broma sofisticada, un acto de rebeldía, un panfleto para la denuncia o un espacio para desahogar amarguras, y en efecto lo puede ser, sin embargo estas historias nos llevan a entender el lado humano de la parafernalia literaria, que va de la frustración a la mitomanía; del suicidio al fraude; del plagio a la autocomplacencia y del juramento a la conquista. Todo se vale para imponerse a la depresión y alcanzar el éxito, la posibilidad de ser descubiertos por los promotores culturales o por los ignorantes funcionarios que, perdidos en la vorágine del poder, poco les duele el arte o peso social de las letras y de sus autores. Y en esta despiadada inercia se revela la verdad: Los intelectuales son los que cobran, los artistas los que hacen arte. Los escritores los que escriben. Los escritores y las escritoras, dice Romualdo, desde los consagrados como los del panteón de la literatura, aquel legendario taller fundado por Rogelio Reyes, hasta los malditos y olvidados, publican sus propias revistas, trepan en las torres más altas para suicidarse, duermen en ataúdes y se desnudan en público, seducen a las esposas de sus amigos, son plagiarios autorizados, venden su alma al diablo, escriben literatura gay y se asumen como tales, estafan ancianas, juran que no ocuparán puestos públicos, asaltan bancos haciéndose pasar por epilépticos, conquistan con hermosas piernas, piden escaleras que jamás regresan, no controlan el llanto, leen cuentos de terror que dan risa creando el género del humor involuntario, viven permanentemente en crisis y culpan al demonio de la escritura por sus fracasos. Este es el sumario de la obra de Romualdo Gallegos quien se ríe de los demás como se ríe de sí mismo. Viajero de una generación perdida excepcionalmente descrita en un poema de su autoría, “Los amargosos”, donde afirma:

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Pronto cumpliremos los cuarenta y no hemos conocido Europa. Empiezan a podrirnos los [recuerdos como esos cadáveres que platican [de cuando eran niños. Qué caso tiene hablar de la guerra [que fallamos la huelga las tetas juveniles que [besamos los mítines bajo el acorazonado sol [de agosto Para qué publicar un libro de [memorias ni un familiar lo compraría La historia nos sorprendió en la [peluquería Occidente gritó ¡Jaque mate! y el ganador se confeccionó un [calzón con la bandera de la hoz y el martillo Las Alemanias tumbaron el muro [para odiarse mejor McDonald’s vende hamburguesas a [cántaros en Rusia Verónica Castro le ganó las [vencidas a Lenin El rey Maradona sucedió a Pelé La princesa Diana se echó un pedo [que colonizó Júpiter ¿Y nosotros? Sí ya sé un día secuestramos un camión hicimos huelga de hambre diez [minutos amenazamos desnudarnos frente al [palacio de Gobierno Nadie dijo que somos criaturas de [agua Argonautas fuera de tiempo y útero Toda armadura nos quedó grande muy pequeños para el 68 muy grandes para masturbarnos con el calendario de Gloria Trevi Si cuando menos hubiéramos [nacido con un ojo en la frente algún circo se apiadaría de [nosotros Nuestra generación no ha dado un


Fantasmas que no asustan a nadie cruzamos muros de oficinas [públicas Soñamos con sacarnos la rifa del [Tec una beca al Japón Cuando ni una amante podemos [conseguir Viudos de la historia pistoleros del tiempo perdido pugilistas que perdieron en la [báscula Amargosos alcohólicos mamónimos Pasajeros con destino al país de los [recuerdos favor de abrocharse los cinturones

Al igual que en este texto, en la obra publicada persiste un cierto desencanto por la vida que refleja la batalla de todos nosotros, y particularmente de los autores que

esperan consolidarse y lograr un lugar importante en la historia literaria regional y nacional. Aunque las historias aluden a la cofradía literaria regiomontana, vale decir que las historias se salvan por sí mismas. Después de todo, sus personajes son el reflejo de la naturaleza humana, sometida y dominada por los fantasmas del éxito y del poder; una trampa mortal que paradójicamente terminara por alejarlos de la literatura misma. Romualdo Gallegos reivindica así su concepción sobre la literatura, aquella que mencionamos anteriormente, en la que “el oficio es más importante que sus consecuencias”, no obstante que a todos nos guste el reconocimiento. Y él mismo afirma, no sé si irónicamente, “no me molesta ser un hombre anónimo. El anonimato es una forma elegante de pedir que no te molesten”. La obra omite los nombres de los protagonistas, personajes que seguramente verán la luz pública

en las cantinas alternativas, en las peñas literarias y en las cofradías intelectuales que describen el mágico mundo de la locura literaria en que trasnochan los creadores de la palabra. Para los lectores, desconocedores de este ambiente quizás sea este un texto divertido que les permita conocer algunos secretos del oficio; para los lectores versados en el tema, Cuentos cortos escritores largos, representará la búsqueda de sí mismo en esos pasajes de locura compartida descritos por Romualdo, espacios en que los que finalmente nos encontramos como bufones de una realidad donde no hay espacio para la cultura, el arte, ni la literatura. Ahora está publicado y no queda más que disfrutarlo, pues como dice el incomprendido Romualdo Gallegos, uno de nuestros mejores escritores: “Escritor que come escritor y bebe cerveza es un dolor de cabeza”. José Enrique Saucedo Tovar

niños bajo los árboles (detalle en grises) / óleo sobre tela / 55 x 67 cm

[ladrón de bancos un suicida un torero

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AUTORES

Luis Armenta Malpica Poeta, traductor y director de

durante 23 años como reportero, enviado y editor. Entre sus publicaciones se encuentran La Hacienda de El Muerto, Sin novedad Monterrey, OSUANL. Ascenso por los dominios del espíritu, FIME. Fortaleza educativa. Es director informativo del periódico Vida Universitaria.

Mantis editores. Autor de los poemarios Voluntad de la luz, Des(as)cendencia, Ebriedad de Dios, Luz de los otros, Ciertos milagros laicos, Mundo Nuevo, mar siguiente, Sangrial, El cielo más líquido, entre otros. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Ganador de reconocimientos nacionales e internacionales en poesía, cuento y novela.

(ciudad de México, 1963). En 1989 fundó la revista Moho, que sigue dirigiendo. Ha publicado Malacara, Educar a los topos, La otra cara de Rock Hudson, entre otros. Guillermo Fadanelli

Víctor Barrera Enderle (Monterrey, 1972). Doctor

en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chile. Ha obtenido el Certamen Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2005 con el ensayo De la amistad literaria. Se desempeña como investigador y es director editorial de la revista armas y letras de la UANL.

León Felipe (España,

1884-México, 1968). Poeta. En 1938 se exilia en México. Escribió, entre otras, las siguientes obras: La insignia, El payaso de las bofetadas, Español del éxodo y del llanto, Ganarás la luz, España e Hispanidad, Llamadme publicano, El ciervo, Oh este viejo y solo violín. Tradujo Canto a mí mismo, de Walt Whitman.

(Caracas, Venezuela, 1781- Santiago, Chile, 1865). Poeta, filólogo, educador y jurista. Fue el primer rector de la Universidad de Chile. Entre sus principales obras se encuentra la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos y su silva A la agricultura de la zona tórrida. Andrés Bello

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963). Es colaborador

de numerosos medios periodísticos y autor de los libros Historia argentina, Vidas de santos, Trabajos manuales, Esperanto, La velocidad de las cosas, Mantra y Jardines de Kensington, esta última en proceso de traducción y publicación en quince países. Vive en Barcelona desde 1999.

Adolfo Castañón (México, 1952). Traductor y editor.

Trabajó como editor en el Fondo de Cultura Económica. Ha publicado La campana y el tiempo (poemas 1973-2003). Se desempeña como investigador en el Colegio de México y en la UNAM. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2004. Ha sido investido con la orden de Caballero de las Artes y de las Letras, por parte del Gobierno de la República Francesa.

(Monterrey, 1971). Periodista. Reportero cultural de los diarios El Porvenir, El Norte y La Jornada. Participante en el taller de periodismo de Gabriel García Márquez. Master por el ABC de España y doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Autor de Tierra de cabritos (1995) y Entrevista a dioses y demonios (2002). José Garza

Miguel Covarrubias (Monterrey, 1940). Ensayista y

poeta. Obtuvo, entre otros, el Premio de Traducción de Poesía del INBA y el Premio a las Artes de la UANL. Algunos de sus libros son Junto a una taza de café, Papelería en trámite, El rojo caballo de tu sonrisa, Sombra de pantera, Antología o tiranía y Kurt Schwitters/ Blaise Cendrars.

(ciudad de México, 1947). Es ensayista, narradora y traductora. Su novela Las hojas muertas mereció el Premio Xavier Villaurrutia en 1987. En 1992 publicó su Antología del cuento triste en colaboración con Augusto Monterroso. Desde diciembre de 1993 colabora en el periódico La Jornada. Bárbara Jacobs

Ramon Dachs (Barcelona, 1959). Ha editado y expuesto

individualmente en España, Francia, México, Estados Unidos y Argentina. Hasta 1999, con el catalán como lengua base; posteriormente, con el español como tal. También ha publicado en francés y gallego, y ha sido traducido a diversas lenguas. Su último título es Álbum del trasiego (2008).

(Monterrey, 1943). Maestra en artes plásticas. Fue alumna y maestra del Taller de artes plásticas de la UANL y maestra en la Facultad de Artes Visuales de la misma institución por más de 30 años. Recibió, en 1987, el Premio a las Artes de la UANL, siendo el primero otorgado en el área de artes plásticas. Saskia Juárez

Licenciado en periodismo y en historia por la UANL. Ha ejercido el periodismo Edmundo Derbez García

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AUTORES

(ciudad de México, 1978). Estudió la licenciatura en El Colegio de México Actualmente vive en Barcelona, donde estudió el doctorado en ciencias políticas en la Universitat Pompeu Fabra. Ha trabajado en el FCE, el CIDE y el IFE. Ha escrito ensayos sobre ciencia política, administración pública y escritores mexicanos.

por la Universidad del Valle en 1997. Ha obtenido los premios nacionales de poesía Eduardo Cote Lamus y el de la Universidad de Antioquia, y el Premio Simón Bolívar de periodismo.

Gerardo Maldonado

(Guayaquil, Ecuador, 1979). Es uno de los fundadores del grupo cultural guayaquileño Buseta de papel y editor de la revista literaria El Quirófano. Premio Nacional de Poesía David Ledesma Vásquez 2005. Ha publicado, entre otros, los poemarios La bestia que me habita y Cantos contra un dinosaurio ebrio. Augusto Rodríguez

(Bielefeld, Alemania, 1981). Ha publicado en las revistas alemanas Berliner Literaturkritik y Lateinamerika Nachrichten. Estudiante de maestría de la Freie Universität Berlin. Actualmente escribe su tesis sobre las imágenes de Alemania en crónicas y ensayos de escritores contemporáneos mexicanos. Inga Opitz

José Enrique Saucedo Tovar (Monterrey). Maestro

en lengua y literatura españolas y doctor en filología hispánica contemporánea en la UIB, de España. Es autor del libro La otra ciudad (2005), en el que reúne textos narrativos y poéticos.

(León, 1965). Narrador y ensayista. Por el relato breve Nadie los vio salir ganó el Premio de Cuento Juan Rulfo 2000. Fue becario de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation en 2001 y del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Eduardo Antonio Parra

Anne-Hélène Suárez Sinóloga, profesora de chino y de

traducción chino-español en la Facultat de Traducció i d’Interpretació de la Universitat Autònoma de Barcelona, y traductora literaria y cinematográfica de diversas lenguas europeas. Entre sus ediciones de clásicos chinos, destacan Lun yu, reflexiones y enseñanzas, de Confucio; Tao te king. Libro del curso y de la virtud, de Lao zi; y A punto de partir. 100 poemas de Li Bai.

Octavio Paz (México,

1914-1998). Poeta y ensayista. En 1990 obtiene el Premio Nobel de Literatura. Entre sus obras destacan El laberinto de la soledad, El arco y la lira, el poema “Piedra de Sol” y el poema “Blanco”. En 1971 funda la revista Plural y en 1976 la revista Vuelta. Antonio Ramos

(Monterrey, 1977). Egresado de la carrera de letras españolas de la UANL. Su último libro se llama Sola no puedo, editado por el Instituto de Cultura de Aguascalientes.

Antoni Tàpies (España, 1923). Pintor y escultor. Uno

Alfonso Rangel Guerra (Monterrey). Escritor y di-

de los líderes del informalismo español. En 1948 funda, junto a un grupo de artistas e intelectuales catalanes, el grupo Dau al Set. En 1958 recibió el Premio Carnegie y en 1967 el de la Bienal del Grabado de Ljubljana. En 1990 se inauguró en Barcelona la Fundación Tàpies.

plomático. Fue secretario general de la UANL y rector de la misma en el periodo 1962-1964. Ha sido presidente del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (2003-2006). Es director del Centro de Estudios Humanísticos de la UANL.

Poeta, traductor y guionista. Ha sido incluido en diversas antologías de poesía. Segundo lugar en el Certamen de poesía joven Alfredo Gracia Vicente 2002. Becario del Centro de Escritores de Nuevo León 2004. En 2007 publicó el poemario Silencios, ganador del Premio Nuevo León de Literatura 2006, en el rubro de poesía. Iván Trejo

Alfonso Reyes (Monterrey, 1889- ciudad de México,

1959). Humanista, poeta, traductor y diplomático. Fue miembro del grupo Ateneo de la Juventud. Entre sus obras destacan Visión de Anáhuac, la obra teatral Ifigenia cruel y El deslinde. En 1951 traduce una parte de la Ilíada. Sus obras completas abarcan más de 25 tomos.

Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946). Poeta,

periodista, ensayista. Recibió el título Honoris Causa 110


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