Ánima Barda Nº5 Junio 2012

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Patricia O. - La Banshee Desde lejos pudo adivinar el temblor que sacudía los hombros de la persona que allí estaba, producido por el angustiado llanto. A pesar de que Lían era un muchacho joven, apenas contaba con veintitrés años, era muy susceptible a las emociones ajenas. No lo pensó dos veces y se acercó con cautela. No sabía si era producto de la ansiedad pero percibía, a medida que se aproximaba, una extraña luz iluminando la escena. Poco a poco, y gracias al resplandor de la luna, fue descubriendo que se trataba de una mujer joven de indescriptible belleza, vestida con una capa oscura cuya caperuza estaba echada hacía atrás mientras ella cepillaba su frondosa y castaña cabellera. La imagen era muy irreal, la joven mujer se peinaba al tiempo que lloraba con inigualable tristeza. Lían no pudo resistir la curiosidad, pronto se vio sentado a su lado para observarla; ella parecía no haberlo visto. - ¿Por qué lloras? -la preguntó suavemente. - Porque alguien va a morir esta noche -le respondió con una voz muy dulce y sobrenatural. - Eres muy bella -le dijo el muchacho embelesado. Ella pareció al fin reparar en su presencia, dejó lo que hacía por unos instantes y luego lo miró. El mismo extraño resplandor que emanaba de ella le permitió al muchacho distinguir sus ojos infinitamente claros, y fue como ver el mismo paraíso. - No creas en todo lo que ves -le advirtió ella. - Quédate conmigo -le suplicó él tomando su mano, suave pero fría. La mujer lo miró, al parecer sin com-

prender lo que le estaba pidiendo ese apuesto muchacho de piel trigueña y ojos color miel. El joven se aproximó más para besarla, ella retrocedió al principio, pero luego se dejó seducir con una extraña sonrisa. Cuando despertó estaba solo, recostado sobre la húmeda hierba del descampado, bajo el frío rocío y la luna llena que se dibujaba en el cielo negro. Recordó el encuentro con la bella mujer, a la que había desnudado y había dado vida con su calor y su pasión; la calidez de sus manos, en un principio frías, y el llanto que había sido sustituido por suspiros de amor en sus labios. En un primer momento pensó que se había tratado de un sueño, pero cuando se levantó para irse vio que un cepillo con algunas hebras de cabello castaño habían quedado junto a él. Lo tomó lentamente y se lo guardó en la alforja. Se fue de allí con la incertidumbre de no saber si lo que había visto y vivido había sido verdad. Cuando llegó a su casa, su madre estaba siendo atendida por unos vecinos. Al parecer se había puesto enferma de repente y esperaban a que el médico llegara para evaluarla. Estuvo grave muchos días, cada noche Lían acariciaba el cepillo y le rogaba a Dios por su madre. A pesar de la gravedad de su estado, al fin la buena mujer pudo recuperarse y salir adelante. Un día, cuando el encuentro con la extraña y la enfermedad de su progenitora habían quedado muy atrás, ésta se topó con el cepillo que su hijo custodiaba con adoración. Le pareció extraño

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