Revista

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En fin, no exigiremos del cristianismo lo que nunca pretendió ser, simplemente porque no es propio de su naturaleza: construir una sociedad de iguales en lo político y por la vía de lo político, es decir, la democracia. El hombre moderno tardaría dieciocho siglos en arribar a este objetivo, teniendo siempre en punto de mira histórico el ciudadano de la Grecia clásica. Sin embargo, no puedo dejar de precisar que en dicho proceso la contribución del cristianismo ha sido de todas formas muy importante (a diferencia del comportamiento de la Iglesia católica como institución, el cual está lejos de ser edificante), pues en el decurso de este largo período la aportación del cristianismo ha consistido, esencialmente, lo que suele olvidarse con frecuencia, en el llamado siempre pertinente a buscar en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia, la igualdad entre los hombres y las naciones convalidando la dignidad del hombre. En fin, el tercero y último hecho capital en la construcción de Occidente que me interesa destacar, es la guerra entre dos mundos durante los siglos XI al XIII, las Cruzadas, que estableció definitivamente la distinción, separación y, peor aún, oposición entre Occidente cristiano y Oriente musulmán (hoy, los extremistas de ambos mundos dicen islamista pero el empleo de este concepto debe ser estrictamente y rigurosamente circunscrito a enunciar el movimiento integrista, es decir, fundamentalista, dentro de la cultura musulmana) . Dicha confrontación, pues se trata realmente de ello, entre Oriente y Occidente (evidentemente yo simplifico la cuestión, a fin de no abrumar la inteligencia de quien me hace la gentileza de esta lectura, pero en esencia así es esta oposición) ha marcado profundamente las relaciones y, dicho aún mejor, la puesta en perspectiva de Oriente con respecto a Occidente y viceversa. Esta situación dura desde entonces, es decir, los últimos siete siglos y, en el imaginario colectivo de ambos mundos, no parece que ello vaya a cambiar en el marco de una globalización cada vez más acentuada. En todo caso, las dos actitudes esenciales de toda confrontación, a saber, el diálogo y la tolerancia de un lado o la disputa y el conflicto del otro lado, parecen agudizarse. Ejemplos de ello abundan a lo largo de los últimos siglos. Los acontecimientos del 11 Septiembre de 2001 y lo que han implicado durante la última década, son la evidencia que esta característica tiende a acentuarse. En fin, regresemos a nuestro punto de partida, después de este necesario discurrimiento sobre la concepción que Occidente tiene de sí mismo. 2. Sobre la polisemia del concepto modernidad ya he establecido algunas observaciones sin haber sido exhaustivo, puesto que no era el objeto de la comunicación a la cual remito el lector: cf.: “Modernidad y Globalidad: Consideraciones en tiempos turbios” en Revista Lápiz-cero no. 1, enero – agosto 2010, páginas 33 – 43, particularmente la página 35. Sobre la polisemia del concepto progreso que, por definición, es un término positivo (no positivista, me permito subrayar) es importante siempre someterlo a una lectura crítica. Ello es necesario porque, a causa justamente de su carácter positivo, se suele emplear dicho concepto de manera irrestricta y, por tanto, obvia. Si bien es claro que todo individuo que se reconozca moderno en su connotación la más evidente, aún sin conocerla filosóficamente ni filológicamente, es decir, aquella que enuncia ser moderno implica necesariamente estar a favor del progreso, convendrá en que dicho término, progreso, significa siempre ir hacia adelante en todas las actividades humanas, aun así considero esencial en el espíritu del hombre moderno, es decir, el ciudadano de la modernidad democrática, trascender esta primera connotación del concepto progreso a la que, por supuesto, también me adhiero. Sin embargo, esta concepción entendida como una huida franca hacia adelante, el futuro cualquiera que éste sea a condición que se llame futuro, no está en absoluto exenta de riesgos de todo tipo, comenzando por el más importante de todos: la deshumanización del hombre. Es cierto que dicha

Cultura Transdisciplinaria

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