Manipulación en el nacionalismo catalán

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Manipulaci贸n en el nacionalismo catal谩n Aitor Soler Luz贸n @_AitorSoler


Resumen Este estudio tiene como objetivo demostrar que la manipulación es uno de los instrumentos básicos empleados por el catalanismo. Mediante aportes procedentes de libros y obras de investigación, artículos de prensa e internet y boletines e informes oficiales, se expondrá de la manera más racional posible cómo el nacionalismo ha distorsionado la realidad en Cataluña, y cómo parte de su población sufre una estafa informativa en los ámbitos histórico, económico y comunicativo. El fin del trabajo no es meterse en el debate político sobre si una consulta que determine el futuro de la comunidad autónoma sería justa o no, sino denunciar y mostrar las malas prácticas que la vertiente secesionista utiliza para engañar a la sociedad y conseguir más adeptos para la causa independentista. La represión durante la Guerra Civil y el franquismo, la Guerra de Sucesión de 1714, la potencia económica de Cataluña y su destino en la Unión Europea, el ahogamiento del catalán y de la cultura catalana o las subvenciones de la Generalitat a los medios de comunicación serán algunos de los temas estrella sobre los que versará esta investigación y que se diseccionarán de la manera más cuidadosa posible para alcanzar la verdad. El análisis de estos asuntos servirá para destapar todas las mentiras y mitos que les rodean, y de esta forma, demostrar la hipótesis de este trabajo, que la manipulación en el nacionalismo catalán es un hecho latente y continuo, y que se ha aprovechado de la crisis actual para crecer de una forma exponencial. Palabras clave Nacionalismo, Cataluña, independencia, manipulación, secesión


Sumario 1. Introducción 2. Método 3. Resultados •

Manipulación histórica

A. La represión durante el franquismo B. El mito de 1714 C. ¿Cuándo surge realmente el catalanismo? D. El Romanticismo y la Renaixença, padres del nacionalismo catalán E. Figuras mitificadas F.

La lengua catalana y el catalanismo

G. El catalanismo en la cultura y el deporte •

Manipulación económica

A. “Espanya ens roba” B. Una Cataluña independiente, ¿potencia europea? C. Una Cataluña independiente, ¿dentro o fuera de la UE? •

Manipulación en los medios de comunicación

4. Conclusiones 5. Bibliografía


Introducción El objetivo de este trabajo es analizar la situación actual del nacionalismo catalán, y presentar las pruebas necesarias para poder demostrar de la manera más empírica posible que la manipulación es un hecho latente en el proceso separatista. El fin del estudio no es valorar las posibles consecuencias que supondría la independencia de Cataluña ni entrar en el eterno debate sobre si el derecho a decidir pesa más o menos que la Constitución Española, sino desenmascarar a las instituciones que buscan el beneficio propio a costa del engaño del pueblo catalán, obligado a elegir entre dos opciones: la autocomplacencia de oír lo que quiere o la protesta que le haga escapar de la espiral manipuladora, una opción que cada vez cuenta con más adeptos. La ascendente alternativa de salir del bucle creado por la farsa separatista coincide con las primeras erosiones en los sondeos en el número de partidarios de la independencia, que habían mantenido una línea positiva desde que se disparó el auge secesionista a comienzos de la actual década. El punto de inflexión de este cambio concurre con la hipótesis de esta investigación, la denuncia de la manipulación a favor del nacionalismo catalán realizada por el Sindicato de Periodistas de Cataluña en TV3. El manifiesto, titulado Salvem la nostra professionalitat (Salvemos nuestra profesionalidad), es el primer documento procedente de un importante medio de comunicación catalán que ofrece su altavoz a una visión hasta entonces silenciada. La autocrítica, publicada en el blog de la redacción, tuvo un impacto moderado, ya que pese a lanzar un potente mensaje, el canal empleado no fue el idóneo para que la denuncia alcanzara la fuerza mediática necesaria. La noticia además, apenas tuvo el eco que corresponde a un artículo en el que los integrantes de TV3 reconocían que su labor informativa sobre la celebración de la última Diada no había estado a la altura de la profesionalidad que se les atañe: “Fa temps que es va traspassar la línia vermella que conté el nostre llibre d'estil i que desautoritza les informacions que es puguin entendre com una crida a una mobilització […] Com a professionals no podem enganyar els ciutadans donant-los propaganda enlloc d'informació […] Cap causa mereix que llancem a les escombraries la imparcialitat i la neutralitat que ens ha de caracteritzar com a professionals de la


informació davant la societat i a la que estem obligats com a mitjà públic. La reiteració d'informacions "de servei" sobre la Diada explicant la forma d'arribar-hi, indicant els trams que queden per omplir, entrevistant per enèsima vegada els organitzadors de l'acte esdevenen crides descarades a la participació”. (Hace tiempo que se traspasó la línea roja que contiene nuestro libro de estilo y que desautoriza las informaciones que se puedan entender como una llamada a una movilización [...] Como profesionales no podemos engañar a los ciudadanos dándoles propaganda en lugar de información […] Ninguna causa merece que lancemos a la basura la imparcialidad y la neutralidad que nos debe caracterizar como profesionales de la información ante la sociedad y a la que estamos obligados como medio público. La reiteración de informaciones "de servicio" sobre la Diada explicando la forma de llegar a él, indicando los tramos que quedan por llenar, entrevistando por enésima vez los organizadores del acto se convierten llamadas descaradas a la participación). La fuerza del mensaje no fue tan atronadora como seguramente debió. Muy pocos canales nacionales, y muchos menos catalanes, le dieron a la publicación la relevancia que merecía (sobre todo si comparamos el espacio dado a esta denuncia con el que se dio, por ejemplo, a la que los periodistas de TVE hicieron por los contenidos que emitió la cadena nacional también durante la última Diada), pero la consecuencia más preocupante no se encuentra en su escaso impacto mediático, sino en las reacciones de algunos ciudadanos. Algunos partidarios de la independencia acusaron de “botiflers” (traidores) a los periodistas por reconocer el engaño en el proceso separatista, síntoma de que la manipulación ha calado demasiado hondo en gran parte de la población. Que alguien prefiera la fantasía nacionalista -sabiendo que es una fantasía- a la verdad es razón suficiente para justificar la hipótesis de este trabajo: demostrar que la manipulación informativa, histórica y cultural es una realidad en Cataluña, una realidad que merece ser destapada de la manera más científica posible. Método El trabajo está basado en un análisis cualitativo, en el que se ha reunido el mayor número de documentos posible con el fin de demostrar con la máxima certeza la conjetura de la investigación. Pese a que el método de estudio se apoye en la cantidad y variedad de textos a los que se ha tenido alcance, la delicadeza del tema tratado (y la abundancia de información y desinformación que le rodea) ha exigido también ser


selectivo en la búsqueda de datos. En la suma de referencias encontradas, la calidad y la veracidad que poseen suponen un valor clave para que la hipótesis que se defiende pueda tener la defensa necesaria. La importancia y la actualidad que posee el tema han exigido la máxima diligencia en la recopilación de información para poner el celo necesario a cada afirmación y negación realizadas en este trabajo. Ya que lo que se quiere demostrar no es una evidencia y que el proceso de investigación posee un carácter mucho más inductivo que deductivo, la calidad de los documentos en los que se sustenta debe poseer una veracidad sólida para que la hipótesis del trabajo pueda descansar sobre unos cimientos fiables, que no hagan tambalearse a la firmeza del estudio. Resultados Los hallazgos encontrados demuestran que la manipulación es la herramienta más poderosa a la que recurre el nacionalismo catalán (y cualquier nacionalismo que haya existido si repasamos los antecedentes históricos). El engaño a los ciudadanos residentes en Cataluña mediante creencias irracionales vestidas de ideas lógicas que seducen tanto a los sentidos como a la mente, el falseamiento y maquillaje de su historia y tradición, o la corrupción de un periodismo que antepone descaradamente sus beneficios económicos a la creación de una opinión pública saludable son algunos de los graves síntomas que delatan a la farsa secesionista. En este apartado se detallará cómo estos procesos manipuladores toman las riendas de los estamentos de la sociedad catalana. Manipulación histórica Todo nacionalismo tiene su justificación en la historia (o en la interpretación de ella), a la que se recurre para reivindicar la libertad de un pueblo oprimido. El problema surge cuando, en vez de buscar en el pasado las causas del presente actual, se aspira a adaptar el pasado para conseguir el presente que soñamos. Es entonces cuando la fantasía se apodera de la realidad y el etnocentrismo hace lo propio con el pensamiento. Estos cambios provocan que en el intento de reencontrar a Cataluña con su pasado, esta pierda dé la espalda a su verdadera tradición, tal como apunta Javier Barraycoa en su obra Cataluña hispana: “El nacionalismo ha sido el verdadero «descatalanizador» de Cataluña queriendo privarle violentamente de su naturaleza hispana. Sin Hispanidad no existiría Cataluña, sin Cataluña no podrá existir la Hispanidad”. Una de las características principales de cualquier nacionalismo, de la que el catalán no es una excepción, es el mensaje victimista y la denuncia de una presunta represión


histórica hacia la cultura propia por parte de estamentos ajenos. La necesidad de buscar un chivo expiatorio para la causa acaba haciendo olvidar el verdadero objetivo, reivindicar la tradición nativa. El tan buscado enemigo acaba estando dentro, y no fuera de las fronteras, así lo señala Barraycoa en su obra: “Si existe un futuro asesino de Cataluña este no es ni Madrid, ni el centralismo borbónico dieciochesco, ni Castilla, ni el franquismo. El asesino de Cataluña tiene un nombre: el nacionalismo catalán […] La esencia de Cataluña se encuentra en su hispanidad. La catalanidad no es otra cosa que una forma especial de concretar la Hispanidad. El que no quiera verlo así, sea centralista español, sea catalanista independentista, no podrá comprender nunca lo que es la tierra catalana. Descubrir nuestra catalanidad es disipar el catalanismo y reconciliarnos con nuestra historia y realidad”. El autor catalán recoge en la misma obra una acertada y profética cita del periodista Ignacio Agustí (1913-1974), que delata la obligación del nacionalismo catalán de contar con una cabeza de turco que garantice su supervivencia: “«El catalanismo es un comodín. Solo, no significa nada; balbucea, al margen de la baraja política, su romanticismo solitario. Pero con él pueden jugarse y ganarse partidas políticas». Con esta afirmación, Agustí quiere significar que el catalanismo aborrece España, pero necesita de España, no desearía convivir con otros partidos, pero los necesita para generar su discurso”. La represión durante el franquismo Una cita de aproximadamente medio siglo de existencia es la prueba definitiva de que la represión que denuncia el nacionalismo catalán es un simple cliché, como señala el periodista Toño Fraguas en su artículo Cinco clichés del nacionalismo catalán sobre “España” y “los españoles”, publicado en La Marea. “Hubo evidentemente durante la dictadura de Franco una represión de la cultura catalana, como la hubo -en el resto de España- de tantas otras cosas […] Me pregunto cuántos nacionalistas catalanes saben que la Constitución en su artículo 3 punto 3 dice: “La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. Me pregunto también de qué represión hablan esos nacionalistas catalanes cuando escuchan a Felipe


VI hablar en catalán o a los dirigentes del PP de Catalunya empleando esa lengua y ondeando la senyera”. Fraguas además toma el relevo del ya mencionado Ignacio Agustí, al dejar claro que “sería letal para las tesis nacionalistas que un español mostrara un amor y respeto sinceros por la cultura catalana, así que han de ser cínicos por fuerza”. Ese cinismo al que el periodista hace referencia es el que ha separado a gran parte de Cataluña con su verdadera historia, sobre todo cuando la falsedad se aplica a lo sucedido durante el régimen franquista, del que el nacionalismo cree ser la única víctima. Otro ejemplo más de que no es la historia, sino la interpretación que se hace de ella, el gran pilar del secesionismo. Esta cuestión la explica Fraguas con el tan empleado cliché entre los independentistas de que “Franco bombardeó Barcelona”, con el que convierten “a Franco en sinónimo de España”: “Como si Franco no hubiera bombardeado Madrid o asesinado a miles de personas en otras tantas ciudades y pueblos españoles. También me sorprenden los que identifican el catalanismo única y exclusivamente con el antifranquismo, olvidando que orgullosos catalanes (entre otros Josep Pla y los integrantes del Terç de Requetès de la Mare de Déu de Montserrat (Tercio de requetés de la Madre de Dios de Montserrat) se pusieron al servicio de Franco sin dejar de pensar y de hablar en catalán”. El olvido del que habla Fraguas suele ocultar una parte de la historia. Para el imaginario soberanista es mucho más bonito pensar que toda Cataluña fue un bastión contra el bando nacional durante la Guerra Civil y contra el régimen durante el franquismo, pero los archivos históricos muestran la auténtica verdad. Barraycoa recoge algunos de esos documentos en su obra Historias ocultadas del nacionalismo catalán, donde se demuestra que Cataluña no fue en el pasado lo que los partidarios de la independencia desearían: “Un soldado republicano que decidió permanecer en Barcelona, Joan Font Peydró, relata su vivencia: «Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. […] El gentío se ha encaramado en ellos y tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ya ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle. Y se desborda el entusiasmo. Llegamos a la


plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!»”. La entrada de las tropas del bando nacional en Cataluña es una de las escenas históricas a la que más recurren los nacionalistas para reflejar la opresión que sufrió el pueblo catalán al finalizar la Guerra Civil, pero basta recurrir a las crónicas de aquel suceso para comprobar la debilidad de ese argumento. La obra Historias ocultadas del nacionalismo catalán recoge algunos recortes de prensa de la época y otros documentos históricos que tumban de un golpe las teorías catalanistas: “El cronista Justo Sevillano, publicaba en La Vanguardia Española del 18 de julio de 1939, los recuerdos de ese 26 de enero, bajo el título Así fue la liberación de Barcelona: «En casi todos los balcones y terrazas se veían banderas blancas y ya salía la gente a la calle alzando el brazo con la mano extendida […] Alguien a mi lado, recelaba. — ¡Estos catalanes! [pero] Estos catalanes se lanzaron a la calle en la más clamorosa manifestación de alegría que yo recuerdo»”. “El escritor inglés James Cleugh, en su obra Furia española. 1936-1939, describe el recibimiento del pueblo de Barcelona a las tropas nacionales: «Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria»”. Incluso los integrantes del bando nacional se sorprendieron de la buena acogida que tuvo el ejército en su entrada a Barcelona. El libro ya mencionado Historias ocultadas del nacionalismo catalán recoge el discurso que el general Juan Bautista Sánchez ofreció por radio, y que ninguna crónica ni testigo de la época pueden desmentir: “Os diré en primer lugar a los barceloneses, a los catalanes, que os agradezco con toda el alma el recibimiento entusiástico que habéis hecho a nuestras Fuerzas Armadas. También digo al resto de españoles que era un gran error eso de que Cataluña era separatista, de que era antiespañola. ¡Debo decir que nos han hecho el recibimiento más entusiasta que yo he visto! [...] En ningún sitio nos han recibido con el entusiasmo y la cordialidad que en Barcelona”. El nacionalismo se ampara en que el fin de la guerra y la tragedia causó un alivio entre la población catalana (aunque fuera una reacción común en toda España), pero ello no


justifica la euforia y alegría que describen las crónicas y testimonios del momento. El argumento de que ese entusiasmo que inundó las calles barcelonesas se debió al fin del conflicto se desbarata cuando se consultan los documentos que describen las posteriores visitas de Franco a Barcelona durante la dictadura. Un texto publicado por el fallecido periodista Manuel Vigil y Vázquez, y recogido por Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, da buena cuenta de ello: “En la visita de 1955, Franco entró en Barcelona por la Gran Vía. Ya la Plaza de España estaba a rebosar y las multitudes se extendían por toda la Gran Vía hasta el Paseo de Gracia, de ahí hasta la Diagonal y desde la Diagonal hasta la Plaza de Calvo Sotelo (hoy Francesc Maciá) […] En la visita de 1966, en plena «eclosión» de la oposición antifranquista, la recepción fue la más numerosa. Las gentes llegaron a ocupar toda la Diagonal hasta el Palacio de Pedralbes”. Resulta extraño que en la actualidad el nacionalismo denuncie la represión que sufrió Cataluña durante el franquismo, y el dictador fuera en cambio tan bien recibido cuando visitaba Barcelona, un hecho que cuestiona si el ahogamiento del régimen de Franco sobre la comunidad catalana fue tal como se explica hoy en día en los círculos catalanistas. Aunque es innegable que hubo represión (tanto en Cataluña como en el resto de España), lo cierto es que la dictadura nunca puso en peligro el uso del idioma. Así lo reconoce el sociolingüista Albert Branchadell en Historias ocultadas del nacionalismo: “Las dificultades del catalán durante el franquismo fueron de más a menos: la política lingüística del régimen se fue relajando con el paso del tiempo, paralelamente a su liberación en general”. Barraycoa analiza en su obra el tema de la represión de una manera más profunda y recurre a la estadística para derribar el tan cacareado victimismo nacionalista: “Sobre la absurda discusión de si se podía o no escribir en catalán durante el franquismo, lo mejor es recurrir a las estadísticas de libros publicados en catalán. Al respecto tenemos los datos del Instituto Nacional del Libro Español (INLE) del año 1974. En el apartado de Llibres en catalá se registran 5.878 obras. Este catálogo sólo recoge las obras publicadas desde 1952, que se inicia con el Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans de ese año […] En 1947 ya se contabilizaban una cincuentena de novelas publicadas en catalán, superando en número a las que se publicaban en el exilio”.


Es del exilio de donde Barraycoa rescata varios testimonios que tumban las tesis nacionalistas, con las palabras del que fuera actor y escritor catalán, Joan Puig i Ferreter, el autor en Cataluña Hispana hace temblar las aspiraciones independentistas: “Joan Puig y Ferreter es de los que demuestra más sentido común tras su experiencia en el exilio: «Nunca lo diremos suficientemente a nuestros hermanos catalanes que no adopten la posición separatista respecto al resto de España. Creo que es deber de todos los catalanes responsables, sea por su talento, su calidad de hombres representativos, su significación política, etc., que hagan comprender a los exaltados, a los irresponsables, al pueblo catalán en general, que Cataluña es una parte de España… Cataluña es España, lo queramos o no»”. Otra de las especialidades de la manipulación del nacionalismo catalán es, además de sentirse la única víctima de la dictadura franquista, olvidar algunos de los trágicos crímenes que cometieron los catalanes integrandes del bando republicano. Historias ocultadas del nacionalismo catalán recoge un fragmento de La cuestión vasca y la Guerra Civil española, del escritor Joan Esterlich, donde demuestra que durante el conflicto español las atrocidades cometidas no solo fueron responsabilidad del bando nacional: “«Los

comités sindicalistas, anarquistas, comunistas, socialistas,

izquierdistas, han perseguido y diezmado a los elementos anti-revolucionarios y a los catalanistas de centro y derecha que eran los más numerosos; contra la tradición religiosa, matando a clérigos y destruyendo templos; contra la tradición histórica lanzando al río Ripoll los restos de los Condes fundadores; contra la tradición cultural, echando por los suelos las estatuas de los catalanes ilustres; contra la tradición artística, derrocando monumentos... Así se han manifestado los revolucionarios catalanes». Hoy en Cataluña nadie menciona la desaparición dramática y la profanación de las tumbas de los Condes catalanes cuyas figuras alimentaron hasta la saturación el imaginario catalanista. ¡Qué hubiera pasado si este desmán lo cometen las tropas de Franco!”. Barraycoa sentencia el afán de protagonismo del nacionalismo catalán en acaparar todos los males del franquismo para su causa secesionista, criticando el parecido de sus políticas lingüísticas y haciendo una comparación con las que impulsó Franco durante el régimen: “Si uno piensa lo que pasó con el catalán (durante el franquismo), no se diferencia mucho de la situación del castellano en la actual Cataluña. Esto sí, el cambio ha sido ahora mucho más sutil y «democrático»”.


El mito de 1714 Pese a que la dictadura franquista monopolice gran parte del imaginario nacionalista, la manipulación histórica no acaba ahí. Una de las fechas preferidas para los partidarios de la secesión es el once de septiembre de 1714 (fecha de la Diada), día en el que el catalanismo llora la pérdida de la soberanía. Pero la verdad es que no solo Cataluña no perdió su independencia, sino que durante aquel conflicto se convirtió en un baluarte de la nación española, como destaca Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “Los catalanistas más jóvenes suelen confundir la Guerra de Sucesión con una guerra de secesión. Ya se ha dicho por activa y por pasiva, sin embargo, que fue una guerra en que, lejos de aparecer el espíritu catalanista, destacó el espíritu religioso, monárquico y españolista de los catalanes”. El nacionalismo catalán quiere vender que lo ocurrido en 1714 fue una guerra entre Cataluña y España, y que esta fue vencedora y privó de su independencia a la nación catalana. Nada más lejos de la realidad, lo acontecido en aquel siglo fue un conflicto mucho mayor, como apunta y explica Joaquim Coll en la obra Cataluña: El mito de la secesión: “Se trató de una confrontación entre las grandes potencias europeas, que estaban ansiosas de participar en el comercio de América, y solo después acabó derivando en una guerra dentro de los diversos reinos en España. El conflicto jamás hubiera estallado sin el temor de ciertos países (Inglaterra, Holanda y el Sacro Imperio) a que la entronización de un Borbón en España diera a Francia la hegemonía continental y enormes ventajas coloniales y comerciales en América.” La historia una vez más da la espalda al catalanismo, cuyo objetivo es sesgar el pasado y conseguir así más partidarios para la causa independentista. Esta es la razón por la que la memoria nacionalista olvida de manera selectiva acontecimientos que ofrecen la verdadera perspectiva del conflicto, tal como recoge Coll en el libro: “Se quiere proyectar una falsa unanimidad, la idea de que Catalunya fue un «bloque compacto» contra los Borbones. Es decir, que no hubo guerra civil, lo cual también es falso: fue primero un conflicto internacional que en España se transformó en guerra civil. Hubo austriacistas muy destacados en Castilla y no pocos felipistas en Cataluña”.


Esta teoría la ratifica Barraycoa con un documento histórico en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, por lo que queda claro que no se puede “interpretar la Guerra de Sucesión como una guerra entre dos regiones, pues en todas partes de España hubo posicionamientos a favor de uno u otro pretendiente”: “En las memorias del Marqués de Alós, encendido partidario de Felipe V, se cuenta que, sólo en 1710, murieron en campaña seis coroneles felipistas catalanes. Todos estos datos desbaratan las tesis nacionalistas. Estos «otros» catalanes simplemente son ignorados, como el millar de voluntarios catalanes que ayudaron a la guarnición felipista de Vic, en septiembre de 1713”. El nacionalismo no solo olvida e ignora a los catalanes felipistas, sino también las verdaderas causas de por qué una parte de Cataluña se posicionó de parte de la causa austracista. El catalanismo actual habla de causas nacionales, pero lo cierto es que tal como recoge Coll en Cataluña: El mito de la secesión, las razones eran otras bien distintas: “Más allá de la existencia en Cataluña de unas condiciones hostiles a Felipe V, debido a una fuerte galofobia popular fruto de las guerras anteriores, de unas motivaciones económicas más profundas en un sector de la burguesía mercantil, o del hecho de que las arbitrariedades políticas cometidas por el Virrey Velasco actuaran en esa delicada coyuntura de poderoso precipitante, lo cierto es que el paso al austriacismo de las instituciones catalanas jamás se hubiera producido de no haberse visto enormemente incentivado desde fuera y, sobre todo, ante la perspectiva de una victoria de los aliados frente a Francia”. Las causas del conflicto en Cataluña no son las únicas que el catalanismo ignora, sino que las razones de la victoria de Felipe V tampoco parece interesar mucho al imaginario catalanista, ya que fue responsabilidad de la mala decisión de la burguesía catalana, como también explica Joaquim Coll: “Lo que no sabían las elites catalanas austracistas es que, en su apuesta, tenían poco que ganar y, en cambio, mucho que perder si el desarrollo de la guerra sufría, como así fue, un indeseable giro. Un cambio que es dramático a partir del momento en que el archiduque Carlos se convierte de forma inesperada en emperador, en 1711, y los aliados deciden, a cambio de sustanciales concesiones territoriales y coloniales de Francia y de Felipe V, poner fin a una contienda excesivamente larga y


costosa, desentendiéndose de los compromisos tanto formales como implícitos que habían adquirido con las instituciones catalanas.” Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán ofrece un resumen bastante acertado en cuanto a este tema: “Cada vez que el nacionalismo actual se refiere al pasado, lo hace en un sentido abstracto o lo concreta en mitificaciones descontextualizadas, pues no soporta la verdadera tradición e historia catalana”. Además de querer darle un vuelco a la historia queriendo cambiar la sucesión del trono español por una presunta secesión de Cataluña, el catalanismo reduce el conflicto a una confrontación entre el progresismo austriacista frente al absolutismo borbónico, pero Joaquim Coll en Cataluña: El mito de la secesión contextualiza la época para romper otro mito nacionalista: “Solo a partir de 1707, cuando tras la ocupación de Valencia y Aragón por las tropas de Felipe V se dicta el primer decreto de Nueva Planta, queda claro que el deseo del monarca es sustituir el carácter plural de la monarquía española por un modelo centralizado y unitario […] No está tan claro cuál era el proyecto austriacista para España del archiduque Carlos. No parece que el ejercicio del poder por parte del que tan solo fue un aspirante hubiera podido quedar al margen de las tendencias absolutistas de la época. […] Solo podemos deducirlo de lo que fue su papel como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a partir de 1711. Y en este caso muy poco se correspondió con los ideales constitucionalistas del austriacismo catalán, tal como ha explicado la historiadora Virginia León”. Pese a que el catalanismo actual quiera reivindicar la presunta soberanía que perdió en 1714 y denunciar la opresión que sufre desde entonces, lo cierto es que los catalanes de la época no consideraron tales ofensas, así lo afirman las palabras del historiador catalán Ferrán Soldevila y del político y escritor catalanista Antoni Rovira y Virgili, que recoge Barraycoa en Cataluña hispana: “«El balance que va desde la setentena de años que van desde la caída de Barcelona en 1714, hasta la muerte de Carlos III (1788) no era, entonces, tan descorazonador como podría parecer en un principio». Soldevila se queja de la pérdida del amor de los catalanes por la propia lengua y de la «desmemoria» histórica. Los hijos de los defensores de la Barcelona de 1714 —sigue Soldevila— «escriben como verdaderos botiflers y la opinión ilustrada se muestra abiertamente felipista». Por ello, Soldevila, junto a Rovira y Virgili, reconocen los recibimientos entusiastas que los


Borbones recibían cada vez que viajaban a la Ciudad Condal. Y es que el bienestar de los despóticos Borbones suplió todo recuerdo de la amarga derrota. Una versión del pasado que Barraycoa ya dejó clara en su otra obra, Historias ocultadas del nacionalismo catalán, donde recoge un fragmento de la Historia de los movimientos nacionalistas, libro publicado por el ya mencionado Rovira i Virgili para poner en cuestión el origen del catalanismo: “Después de Felipe V, los Borbones que vinieron a Barcelona fueron recibidos triunfalmente por un pueblo olvidado de su historia y de su honor. El elemento popular y las llamadas clases altas rivalizaban en servilismo dinástico. La lengua catalana había dejado de ser oficial, y ello no causó gran pena a un pueblo que ya se había castellanizado lingüísticamente, en parte, desde el siglo XVI”. ¿Cuándo surge realmente el catalanismo? Con la represión franquista analizada y con la Guerra de Sucesión explicada, queda saber en qué momento aparece el nacionalismo catalán y en qué momento Cataluña es esa nación soberana que reivindica tanto la causa secesionista. Es curioso porque Cataluña sí fue independiente durante un período histórico, pero por alguna razón, esa independencia no es reivindicada en la actualidad, y los secesionistas prefieren recurrir a alterar los hechos que sucedieron en 1714. Joaquim Coll aporta una información muy valiosa al respecto en Cataluña: El mito de la secesión, donde se puede comprobar que Cataluña sí fue independiente, pero que también prefirió no serlo: “La rebelión contra la política del conde-duque de Olivares en 1641 llevó al presidente de la Generalitat, Pau Claris, a proclamar una efímera república catalana. La influencia francesa hizo que Luis XIII fuese reconocido a los pocos días como nuevo soberano catalán y proclamado conde de Barcelona. La separación de Cataluña de la Monarquía Hispánica finalizó en 1652 con la entrada de las tropas de Juan de Austria, que fueron recibidas con alivio, pues la alternativa francesa no resultó del agrado de las élites catalanas. Por tanto, Cataluña sí libró una guerra de secesión, conocida como la revuelta de los segadores”. Seguramente el alivio que sintieron los ciudadanos de Cataluña al volver a pertenecer a España (la nación opresora según el imaginario nacionalista), y el fracaso que supuso, sea un factor influyente para no reivindicar aquella Cataluña soberana. Barraycoa, en Cataluña hispana, aporta otros interesantes datos al respecto. El conflicto anterior


finalizó con la Paz de los Pirineos (1659), por lo que el Rosellón y media Cerdeña pasaron a pertenecer al reino francés, como explica el autor en la obra. Esto causó una revuelta que Barraycoa explica en la obra: “El Rey francés sableó con el impuesto de la sal a los campesinos de la zona. Ello provocó una revuelta muy peculiar, llamada «dels angelets» […] La historiografía catalanista siempre ha ocultado el carácter «español» de la revuelta «dels angelets» […] En algunos artículos científicos de ciertos historiadores, ellos mismos se preguntan con asombro si realmente, en el fondo, esos catalanes lo que querían era volver a España. La extrañeza les viene, en primer lugar, por los documentos franceses que claramente veían en esta sublevación el deseo de sumisión a la Monarquía hispánica; y, en segundo lugar, porque hasta ahora en la «academia catalanista» se había defendido que estos catalanes luchaban por una Cataluña que ni fuera española ni francesa; pero la ausencia de documentos al respecto imposibilita esta tesis”. Estos documentos demuestran que, al igual que sucedió en la Guerra de Sucesión, Cataluña nunca le dio la espalda a España ni renegó de sentirse española. Pero entonces, ¿cuándo aparece realmente el nacionalismo catalán? Varias aportaciones de Barraycoa en su otra obra, Historias ocultadas del nacionalismo catalán, dejan claro que para encontrarse con el nacimiento del catalanismo no es necesario rebuscar más en el pasado, porque se corre el riesgo de encontrar la verdad: “En la Crónica de Jaume I, de 1238, y una de las más famosas de nuestras crónicas, se pueden leer fragmentos como los que siguen: «Nostre Regne es lo mellor Regne d’Espanya» ... «Nostre pare lo Rei en Pere fou lo pus franch Rey que anch en Espanya» ... «Car nos ho fem la primera cosa per Deu, la segona per salvar Espanya, la terra que nos e vos haiam tan bon preu e tan gran honor que per nos e per vossin salvada Espanya». Esta crónica fue dictada oralmente por Jaume I y refleja claramente su sentir. Muy recientemente el partido independentista de Esquerra Republicana de Catalunya celebró un homenaje a Jaume I. Fue interesante ver cómo unos republicanos independentistas celebraban la figura de un Rey que se sentía plenamente español”. “En los Dietarios de la Diputación General en los periodos comprendidos entre 1539 y 1659. La palabra nación es usada 46 veces, por 86 en la que se aplica el término Patria, 346 veces aparece la palabra Terra y en 1.116 ocasiones se escoge el


término Provincia para nombrar a Cataluña. El valor de este recuento es que procede de una institución puramente catalana y de una terminología oficial”. Para saber el origen del nacionalismo catalán, habría que dar unas zancadas en el tiempo hacia la actualidad, ya que su germen no es tan tardío como el actual catalanismo intenta vender. El Romanticismo y la Renaixença, padres del nacionalismo catalán Es a mediados del siglo XIX cuando el catalanismo aparece en escena, pero aquella versión era antagónica a lo que se ha convertido en la actualidad. El catalanismo surge con el nacimiento de la Renaixença, un movimiento artístico impulsado por la corriente romántica que invadía Europa, y cuyo objetivo era revivir a la cultura catalana, pero en ningún momento acompaña un sentimiento de odio a España, o se culpa a esta en las obras que se publican durante este período. De hecho, Barraycoa señala en Historias ocultadas del nacionalismo catalán que “los propios catalanistas del siglo XIX, más que denunciar una imposición del castellano, se afligían por el sentimiento de que eran los propios catalanes los que abandonaban el catalán”: “En un curioso documento titulado Proclamado católica a favor del us de la llengua catalana, en 1893, Jaume Collell se quejaba amargamente de que el catalán era abandonado

por

los

propios

catalanes,

no

por

imposición,

sino

por

dejación. Protestaba por: «la facilidad incalificable con que muchos de los hijos del Principado de Cataluña reniegan de las costumbres heredadas y se avergüenzan hasta de hablar y de enseñar a sus hijos la lengua materna». También se lamentaba de los sacerdotes que predicaban en castellano y de que en muchas escuelas cristianas ya se impartía el catecismo en castellano. Por estos testimonios, y muchos más, se puede deducir claramente que el catalán no estaba siendo reprimido, simplemente se estaba produciendo una dejación de su uso”. El político Fernando Sánchez-Costa en el capítulo España también es nuestra perteneciente a la obra Cataluña: El mito de la secesión, resume el siglo en el que apareció el catalanismo y ofrece los datos necesarios para corroborar que su surgimiento no fue incompatible con un florecimiento del patriotismo español: “El «siglo del progreso» se caracterizó en Cataluña por una eclosión del patriotismo español […] Fue perfectamente compatible con la reivindicación de las tradiciones y la identidad catalana […] Un doble sentimiento de pertenencia que empezó a resquebrajarse a partir del desastre de Cuba y Filipinas, cuando el discurso


nacionalista creció hasta hacerse hegemónico. El siglo XIX se abrió en Cataluña, como en toda España, con la guerra de la independencia frente a la ocupación napoleónica. La ingeniería cultural nacionalista ha puesto todo su empeño en aniquilar el concepto de «guerra de la independencia». En los libros de texto, ha sido rebautizada como la «guerra del francés». A muchos les chirrían los oídos cuando oyen que los catalanes abanderaron la guerra de la independencia española frente al invasor napoleónico”. Los catalanes no solo demostraron su españolismo en las guerras, sino que también son los padres del origen de la Constitución Española, como recuerda Sánchez-Costa en la obra: “Fueron catalanes, también, algunos de los principales protagonistas de las Cortes de Cádiz, celebradas durante la guerra de la Independencia y cuna de la primera Constitución española. La Constitución de Cádiz fue la primera arquitectura del liberalismo español. El presidente de las Cortes fue el catalán Lázaro Dou. Uno de los diputados más destacados fue el también catalán Antoni Campmany, quien en un célebre discurso recordaba a los parlamentarios que «nos llamamos diputados de la Nación y no de tal o tal provincia»”. Una cita de Campmany recogida por Sánchez-Costa tumba definitivamente el mito de la Guerra de Sucesión: “Estaba la nación dividida en dos partidos, como eran dos los rivales, pero ninguno de ellos era infiel a la nación en general, ni enemigo de la patria. Se llamaban unos a otros rebeldes y traidores, sin serlo en realidad ninguno, pues todos eran y querían ser españoles”. Sánchez-Costa también cita al pionero y a su obra precursora de la Renaixença, donde queda demostrado que las culturas española y catalana tuvieron un florecimiento simultáneo: “Se toma como fecha de referencia para marcar el inicio de la Renaixença el año 1833, cuando Aribau escribió su Oda a la pàtria¸ en la que, desde Madrid, expresa la nostalgia por la lengua, los paisajes y las costumbres de su infancia catalana. Es, sobre todo, un gran canto a la lengua catalana. De nuevo, la obra y la vida de Aribau nos demuestra que este movimiento de reivindicación de la cultura propia no era incompatible con el respeto y el aprecio de las culturas del resto de España”.


Una poesía recogida por Barraycoa en Cataluña hispana es el claro ejemplo de que durante la Renaixença, el orgullo de mostrar la identidad catalana nada tuvo que ver con odiar a España: “Es a través de la poesía como llegamos a las entrañas de un pueblo y de una cultura. Hasta la llegada del catalanismo político, el catalanismo lírico nunca tuvo reparo en mostrar su amor a España, sin avergonzarse de ella. Una poesía de Antonio Bori y Fontestà, publicada en El Trobador Català, dedica unos versos a Cataluña, la más rica y querida región española: «De les regions espanyoles, / la més rica i estimada / és la de tots coneguda / per la terra catalana» (de las regiones españolas / la más rica y querida / es la de todos conocida / como la tierra catalana)”. Sánchez-Costa recuerda la Guerra de África y el impacto que el conflicto bélico tuvo entre la población catalana: “En el momento que el renacimiento cultural catalán iba ganando fuelle, allá en la década de 1860, se produjo una de las mayores explosiones de patriotismo español en Cataluña. Corría el año 1859. El Gobierno español, presidido por O’Donnell, decidió responder a un ataque a sus tropas en Ceuta declarando la guerra al sultanato de Marruecos […] A lo largo y ancho de Cataluña se organizaron cuestaciones para recaudar dinero, armas y pertrechos para los soldados. […] Los voluntarios catalanes, conocidos como «nuevos almogávares», se destacaron en las batallas de Wad-Ras y Tetuán. El general Prim les arengaba antes de la batalla en catalán y les recordaba que eran el «orgullo de la patria»”. Barraycoa además aporta en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, que los medios de comunicación de Cataluña fueron partícipes en la promoción del españolismo durante el conflicto en Marruecos: “Con motivo de la Guerra de Africa, Juan Mañé i Flaquer, director del Diario de Barcelona, se enorgullecía de los voluntarios. En un artículo de su diario, rememorando la campaña de Africa, sentenciaba: «Cataluña fue una de las primeras provincias que más se distinguió por su españolismo»”. Fue en esta guerra, donde uno de los máximos exponentes de la Renaixença, recurrió al imaginario catalanista para encender el españolismo, y así lo recoge Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “Anselm Clavé, impulsor de las agrupaciones de canto coral, componía Los néts deis Almogavers (Los nietos de los Almogávares), para exaltar el patriotismo español de los catalanes”.


Cerca de una década después, la Guerra de Cuba volvió a encender la mecha españolista de Cataluña, como recoge Sánchez-Costa en la obra: “En 1869, al estallar la Guerra de los Diez años en Cuba, la Ciudad Condal se convirtió en un centro de alistamiento de voluntarios para combatir el independentismo cubano. De hecho, el pelotón de voluntarios catalanes fue el primero que salió de toda España hacia Cuba”. Como se ha comprobado en la Guerra de África, la prensa jugó un papel fundamental para promover el españolismo. Incluso un medio que en la actualidad es de los que más afinidad muestra con la causa independentista (como se verá más adelante), lanzó un llamamiento a la unidad nacional durante el conflicto de España con Alemania por las Carolinas (unas islas del Pacífico) en 1885, un documento también recogido en el libro Cataluña: El mito de la secesión: “La Vanguardia pedía unidad a los partidos políticos frente a «esta cruenta herida hecha a nuestro honor nacional». En un editorial se alegraba de la reacción contundente de los catalanes frente al envite alemán, y concluía: «¡Aún hay patria! ¡Aún hay patria! Aún España puede ser una gran nación. Aún no hay país alguno que nos aventaje en patriotismo»”. Incluso años después, otro acontecimiento que recoge Barraycoa en Cataluña hispana demostró el compromiso de los catalanes con la nación española: “Cataluña tiene mucho que ver con los primeros pasos en la fundación de la Legión española. Ello es relatado por el propio Millán Astral, en su librito La legión (1922), en el que explica su origen y espíritu. Cuando el militar español funda en 1920 este cuerpo, a imitación de la Legión extrajera francesa, desconfiaba del éxito que podía despertar el llamamiento. Se abrieron banderines de enganche en Ceuta, Madrid y Barcelona. Contra todo pronóstico en tres días se apuntaron 400 voluntarios y de ellos, 200 de Barcelona”. Pero pese a esta comunión entre la identidad española y catalana de Cataluña, algo se empezó a torcer en el ambiente, algo que Barraycoa explica en Cataluña hispana: “El siglo XIX fue el de la eclosión españolista de Cataluña, a la par que se larvaba el nacionalismo […] La más española de las regiones españolas pasó una parte de ella a ser catalanista. Ello no puede explicarse sin mencionar el fracaso de la casta política española o la deslealtad de una burguesía sólo interesada en sus beneficios. Pero no todo puede ser explicado por causas materiales. Para que surgiera el


nacionalismo tenía que producirse una transformación en el alma de un pueblo; y ello sólo pudo hacerse desde el espíritu. Sin el romanticismo, verdadero veneno de las almas de los pueblos, nunca hubiera aparecido el catalanismo”. La Renaixença y el Romanticismo empezaron a introducir elementos exagerados y fantasiosos en el arte catalanista (es muy común que en la última etapa de las corrientes artísticas se tienda a la exageración de las mismas), un factor que hizo detonar la comunión que mantenían españolismo y catalanismo. Este exceso entró de lleno en la literatura, donde la reivindicación de la identidad catalana fue sustituida por deseos irracionales. Una irracionalidad que Barraycoa recoge en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, con una cita de uno de los industriales más importantes de la época que define la situación de aquel entonces: “Francisco Jaume, a afirmar con cierta ironía: «Los catalanes han convertido la literatura catalana en un verdadero fetiche; o si se quiere, en una religión o iglesia que tiene por sacerdotes a los poetas y prosistas que en catalán escriben, y por Dios a la lengua catalana, entidad vaga pero deslumbrante para ellos, principio y fin de todas las cosas, que da existencia y personalidad a la nación catalana». Estas palabras escritas hace un siglo fueron verdaderamente proféticas”. No es la única cita que Barraycoa recoge de Francisco Jaume en la obra, que en 1907 se atrevió a criticar la diferenciación racial que impulsaban desde algunos sectores catalanistas: “Los

separatistas

catalanes

han

empezado

por

ejercer

de

verdaderos demagogos, adulando la vanidad de los catalanes. No han cesado de insistir en la pretendida inferioridad de los castellanos. Que formábamos dos razas distintas y aun opuestas: entre las cuales ellos, los castellanos, eran los inferiores y nosotros los catalanes, los superiores. Que por efecto de esta inferioridad era inútil esperar que los castellanos pudiesen seguir nunca el impulso que nosotros, los catalanes, hemos dado al progreso de nuestra patria común; y que en consecuencia nosotros teníamos que perder siempre, habíamos de ser necesariamente las víctimas en este consorcio de ambos pueblos, y por ende que la separación pura y simple era lo que procedía. Que nada les debíamos, que nunca los castellanos han hecho por nosotros, más que explotarnos”. En Historias ocultadas del nacionalismo catalán, Barraycoa reúne varios textos pertenecientes a los primeros autores nacionalistas catalanes, en los que se comienza a observar ese desmembramiento de España argumentado en motivos totalmente


irracionales, y parecidos a los de un nacionalismo que décadas después asolaría toda Europa. El autor recoge un fragmento de la obra pionera del catalanismo, escrita por uno de los ideólogos de este movimiento: “Algunos textos de Lo Catalanisme (Valentín Almirall, 1886) son suficientemente ilustrativos: «Los caracteres de los dos pueblos o grupos principales en que se dividen los habitantes de la Península, están igualmente degenerados y decaídos. La raza que ha sido y sigue siendo la predominante (la castellana), es impotente para levantar la nación. La otra raza (la catalana), supeditada y sujeta hasta ahora, está, además de degenerada, desnaturalizada. Muchos de los defectos que muestra no son propios de su temperamento, sino que le han sido contagiados. Para regenerarse, ha de empezar a deshacerse de todo lo postizo que le ha sido puesto. De aquí que el primer móvil de nuestro catalanismo sea el afán de regenerarnos»”. Lo curioso es que Almirall advertía huir de estos deseos irracionales tiempo atrás, un ejemplo más de la ambigüedad que siempre ha rodeado al nacionalismo catalán, y que ya le acompañó desde la cuna. “La petulante pretensión de creer que todo lo nuestro es inmejorable [...] [es lo] que mejor indica la decadencia y atraso en que nos encontramos [...] Son aún muchos los que creerían no ser catalanes ni catalanistas si no hicieran constar a cada paso que Cataluña es superior a todos los productos similares de otros sitios. Los que tales cosas dicen, demuestran estar dotados de una vanidad estúpida o de una deplorable ignorancia”. Los argumentos raciales para justificar la secesión fueron empleados por otros referentes del movimiento separatista, y que Barraycoa también recoge en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “Un caso significativo es el del psiquiatra Domingo Martí Julia, que defendía la aplicación en Cataluña de una política de «higiene social» para impedir la entrada en Cataluña de «elementos personales, intelectuales, morales y políticos degenerados y producto de razas inferiores y además decadentes, que con toda libertad se han introducido [en Cataluña] ejerciendo la acción desorganizadora que en todas partes realizan los elementos biológicos degenerados»”. Lamentablemente, estos motivos raciales han tenido continuidad en el catalanismo (incluso después de lo sucedido durante el desastre de la Segunda Guerra Mundial) y no precisamente en personajes de escasa influencia, como recuerda Barraycoa:


“Jordi Pujol, en La immigració, problema i esperanza de Catalunya, (1976), donde afirma sin escrúpulos: «El hombre andaluz no es un hecho coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...] es, general- mente, un hombre poco hecho, es un hombre que hace cientos de años pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de la comunidad»”. “El 20 de febrero de 2001, Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, pronunció una conferencia organizada por La Caixa de Girona. En el turno de preguntas le plantearon el tema de la inmigración y la consorte dejó boquiabiertos a los medios. Arremetió contra los inmigrantes musulmanes, contra las mezquitas, contra el peligro de que sólo aprendan castellano. Advirtió del peligro de la desaparición de Cataluña y despreció a los inmigrantes: «Mi marido dice que hay que tener tres hijos, pero [...] las ayudas sólo son para esa gente que no saben lo que es Cataluña. Sólo saben decir: dame de comer». Nuevamente se alimentó la polémica y los medios tuvieron que hacer esfuerzos para que la cosa no fuera a más”. Barraycoa cita también a Prat de la Riba, padre del nacionalismo catalán, y que expuso su teoría en la considerada obra más importante del catalanismo político. Prat de la Riba se aleja de los motivos raciales y recurre al odio que siente el resto de España hacia Cataluña para justificar su separación. Una mentira de la que ya advirtió el mencionado anteriormente Francisco Jaume: “Una de las mentiras más indignas de los catalanistas es la de hacer creer a los catalanes que somos odiados por los castellanos, cuando es perfectamente lo contrario”. Una falacia que Prat de la Riba emplea en su famoso ensayo, La nacionalitat catalana: “Era menester acabar de una vez y para siempre con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma (sentirse españoles y catalanes a la vez); teníamos que saber que éramos catalanes y sólo catalanes. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización, no la hizo el amor, sino el odio”. Prat de la Riba, al igual que Almirall y pese a ser el padre del movimiento, no pudo escapar de la indeterminación del sentimiento catalanista que ha llegado hasta nuestros días, como afirma Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “«Somos separatistas, pero solamente en el terreno filosófico. Sostenemos el derecho de separatismo; lo que ocurre es que en el momento histórico actual no nos parece conveniente». La doblez de este discurso se ha perpetuado en el catalanismo”.


Pero el Romanticismo en la literatura no fue el único motor del independentismo, y es que el contexto histórico y algunos acontecimientos que sucedieron alrededor de los siglos XIX y XX ayudaron en gran medida a que el nacionalismo ganara fuerza entre parte de la población catalana, concretamente entre la burguesía. Es a esa burguesía a la que más le dolió los fracasos españoles en las guerras que se sucedieron durante la época, sobre todo el desastre del 98, año en el que España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, y en consecuencia Cataluña se despidió de uno de sus más importantes motores económicos. Esta pérdida supuso un gran revés para la burguesía catalana, cuya decepción convirtió el gran españolismo previo al conflicto en un intento de renegar de su esencia española, para poder seguir su propio camino desde entonces, aunque el punto de inflexión definitivo fue el golpe moral tras la derrota en el Desastre de Annual. Pero lo que no tuvo en cuenta esa burguesía a la hora de dar ese paso hacia el independentismo es que de la superioridad económica respecto al resto del país y de la que tanto presumía era gracias en gran medida a las políticas españolas, como explica Sánchez-Costa en Cataluña: El mito de la secesión: “Mientras la mayor parte de la península mantenía un modelo económico agrícola de corte tradicional, Cataluña vivió un dinámico despliegue industrial. Un desarrollo, por cierto, que hubiera sido imposible sin la creación de un mercado común español, fuertemente protegido por una política proteccionista. Así, Cataluña se convirtió en la fábrica de España”. Clemente Polo en el libro La cuestión catalana, hoy también recurre al término de “fábrica de España” en referencia a la Cataluña de un siglo atrás, y ofrece otros datos que desmontan las aspiraciones de la burguesía catalanista: “La acumulación de capital físico y humano en Cataluña y el consiguiente bienestar relativo que disfrutó su población durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros dos tercios del siglo XX se alcanzaron bajo el manto de unas políticas proteccionistas a las empresas fabriles e industriales que los empresarios y políticos catalanes demandaban al Estado español. Así fue como Cataluña se convirtió en la «fábrica de España» durante la segunda mitad del siglo XIX y mantuvo ese estatus hasta el final de la dictadura, a costa, claro está, de reducir el bienestar económico del resto de los españoles”.


De hecho esa burguesía catalanista que renegó de España, es la principal causante de que el doce de octubre sea festivo. Porque el catalanismo como ya hemos visto no fue en su origen anti-español, sino que su objetivo principal fue reivindicar la identidad catalana dentro de España, como recuerda Sánchez-Costa en Cataluña: El mito de la secesión: “Cambó, el gran patricio del catalanismo político, siguió la ruta marcada por otros grandes políticos catalanes durante el siglo XIX y, al mismo tiempo que defendía la singularidad catalana, se implicó activamente en la reforma de España […] Por un lado la autonomía, la libertad y la plenitud de Cataluña. Por otro, la grandeza de España”. Por ello, aprovechando que las relaciones con América aún eran próximas pese al conflicto con Cuba, el catalanismo siguió decidido a favorecer la mejora de España, algo que Barraycoa recoge en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, donde una curiosa anécdota explica el porqué de la festividad del doce de octubre: “El catalanismo en general, veía en las relaciones comerciales con América la posibilidad de regenerar la sociedad española. Para ello fundó en 1911 la Casa de América en Barcelona, desde la que los hombres de la Lliga organizaron contactos, actos y congresos con el fin de acentuar las relaciones con América. Fue precisamente en la Casa de América, el 12 de octubre de 1911, la primera vez que se celebró en España la Fiesta de la Hispanidad. Esta iniciativa fue recogida y difundida por un periodista asturiano, José María González, iniciando una campaña para que se proclamara como fiesta nacional. Así, gracias al catalanismo, el doce de octubre se transformó en una fiesta nacional española”. La gran curiosidad de esto reside una vez más en la ambigüedad y en la contradicción en la que suele caer el nacionalismo catalán, cuyo origen como recuerda Barraycoa es gracias al imperialismo español del que tanto reniegan, y del que dicen que es una práctica común del resto de España: “Sin las inmensas fortunas acumuladas por los indianos, sería imposible explicar el surgimiento de la burguesía catalana, y sin ella la aparición del catalanismo. Esta es la paradoja que no quieren resolver los nacionalistas: su existencia, en última instancia, fue posible gracias a que España tuvo un imperio”. Pese al empeño de la burguesía catalana por ensalzar una identidad independiente de España, las causas económicas no hubieran sido suficientes sin la ayuda de la corriente


artística del momento. Las razones monetarias fueron los últimos eslabones del gran castillo de naipes construido por la burguesía sobre cimientos procedentes del Romanticismo, una teoría que Barraycoa explica en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “La burguesía «construyó» su propio pasado buceando en un medievalismo romantizado hasta encontrar su «nación». El proceso fue largo y complejo, y fruto también de las frustraciones acumuladas en su interacción con los gobiernos de España, pero por fin el nacionalismo surgió. El movimiento intentaba conciliar la tradición (una falsa tradición catalana remodelada por el Romanticismo) y la modernidad europeizante (que tan extraña había sido al espíritu catalán). Por eso el nacionalismo, aunque se reivindica como la quintaesencia de Cataluña, es lo más alejado del tradicional espíritu catalán”. Pero la burguesía no solo se sirvió de la literatura para reivindicar la nación catalana, otro de los géneros artísticos marcaron de manera determinante el devenir del nacionalismo, sobre todo la arquitectura, como explica con una acertada metáfora Barraycoa en Cataluña hispana: “El nacionalismo ha «rehecho» la historia de Cataluña, al igual que se reconstruyó artificialmente el barrio gótico. Al pasear por él, todo es hermoso, todo parece multisecular y venerable, todo embriaga los sentidos; pero buena parte de lo que se ve es falso y lo que es real es ignorado, desconocido o no está en el lugar que le corresponde. La verdad se esconde entre piedras y falsos relatos, y hay que descubrirla. Se ha construido una historia a base de retazos, de reinterpretar acontecimientos y retorcer su explicación. Muchos catalanes, ante el «metarrelato» nacionalista, se comportan como los turistas: admiran lo que se les presenta delante, las consignas, las interpretaciones; sin preguntase siquiera si es real lo que sustenta su cosmovisión y si se corresponde con la verdadera historia”. La reforma del hasta entonces conocido como Barrio de la Catedral (ahora tan comúnmente llamado –y tan popular- Barrio Gótico de Barcelona) en el siglo XX fue una maniobra de la burguesía catalana por ofrecer un lavado de cara a una ciudad nada cosmopolita por aquel entonces. Se trató de un proyecto arquitectónico impulsado desde Francia, donde el orgullo nacional vivió un despertar bastante notable, y de la misma manera, el catalanismo despertó gracias al recordar de un pasado que nunca existió, como se puede leer en Cataluña hispana:


“La arquitectura modernista era algo más que un movimiento arquitectónico o artístico. Se transformó en una forma de extender la nueva ideología de la burguesía catalana, que no era otra que el nacionalismo. Romanticismo, wagnerismo, fantasías, sublimación de las medievales, esculturas de valquirias o la recreación de una falsa naturaleza se entremezclaban y se plasmaron en piedra con la intención de embelesar al mundo”. Figuras mitificadas Gran parte del Romanticismo de entonces ha llegado a nuestros días y se manifiesta en la forma de idolatrar a algunos personajes históricos, cuyo recuerdo que se tiene de ellos no se corresponde con el pasado auténtico. El máximo exponente en esta materia es Lluis Companys, cuya leyenda le eleva prácticamente al pedestal de ser considerado héroe del catalanismo, pero cuya historia verdadera pocos conocen. Sánchez-Costa, en Cataluña: El mito de la secesión, recuerda sus palabras el día en el que proclamó la independencia de Cataluña por la que tanto se le venera en la actualidad: “Companys en 1934 proclamó el Estado Catalán, en clara ruptura de la legalidad. Pero es conveniente acabar de leer su proclama. Este Estado Catalán, según las palabras de Companys, quedaba integrado en la «República Federal Española» […] Companys aseguraba que Barcelona se constituía en capital «del gobierno provisional de la República». Más que una declaración de independencia, el gesto de Companys era un intento subversivo de refundar la República y de «salvarla» frente a un supuesto desmantelamiento interno por parte de la derecha gobernante. Companys seguía al pie de la letra lo que había anunciado Macià pocas semanas antes de morir: «si la República Española se tambalease, la República Catalana sería su reducto»”. Como señala el mismo Sánchez-Costa, la maniobra de Lluis Companys fue otro ejemplo más del primer nacionalismo catalán que no renegaba en absoluto de España: “El golpe de Companys puede inscribirse en la tradición del catalanismo histórico, en ese intento de impulsar desde Cataluña la remodelación de España y de situar en Cataluña las fuerzas de vanguardia para la construcción de una nueva España”. Pese a ser una de las figuras más idolatradas por el catalanismo, la trayectoria de Companys tampoco se libra de esa permanente contradicción y ambigüedad que rodea al nacionalismo catalán, como recuerda Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán:


“Cuando Companys dio la bienvenida al gobierno de la República le recibió con amables palabras: «La verdadera sustancia hispánica y su profundo amor a las libertades individuales y colectivas quedaron asfixiadas, y hoy tenemos enfrente a los que representan el reverso de la verdadera naturaleza de los pueblos que integran la maravilla peninsular»”. Companys es de los más claros ejemplos de que una muerte pueda hacer un lavado de cara a toda una vida, como afirma Barraycoa en Cataluña hispana: “Sólo su muerte, trágica, le salvó de un juicio político bochornoso. Hoy es un mártir y héroe para todos los catalanistas de la condición que sean. El único momento de «gallardía» de su vida, fue ante el pelotón de fusilamiento, en los fosos del Castillo de Montjuich, cuando pidió descalzarse para tocar con sus pies desnudos la tierra catalana que tanto le había hecho sufrir. Sin embargo, en aquellos mismos fosos más de mil doscientas personas habían sido fusiladas por el Frente Popular sin que Companys hiciera nada por impedirlo”. Para defender esta teoría, Barraycoa reúne en Cataluña hispana numerosas citas de catalanistas coetáneos de Companys, donde se demuestra que su vida no está ni mucho menos a la altura de su leyenda: “Josep Maria López i Picó, literato, católico, conservador y catalanista, con los años se quejaba del desastre de la política de Companys y de la desgracia de la Guerra Civil. En su Dietari 1929-1959, escribe: «¿Por qué ha hecho falta que tan amarga realidad descubriese a los más tozudos el engaño que querían disfrazarnos con el nombre de Cataluña?»”. Una de las críticas más duras que recibe Companys es de José María Xammar, miembro del partido independentista Estat català, y que coincide con el análisis de Barraycoa: “Desde el exilio, escribió unas cuartillas analizando el asunto. Entre las perlas que le dedica: «Visité a Companys […] le eché en cara la vileza de la dejación de poder (ante los anarquistas) […] para someterse al vilipendio de unas fuerzas incontroladas, enemigas de Cataluña e incompatibles con todo sentido de responsabilidad». Más adelante añade: «Me alejé de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente sino un granuja dispuesto a mantenerse en su cargo aún a costa de la propia y ajena dignidad y sobre todo a costa de la dignidad de su Patria. Dignidad que no recuperó a mi entender hasta que se halló años después ante la picota de Franco».


Companys no es el único personaje idolatrado por el catalanismo, a cuyas deidades habría que dedicar una enciclopedia entera. Otro de las celebridades más aclamadas por el nacionalismo catalán es la de Francesc Macià, predecesor en la presidencia de la Generalidad de Cataluña de Companys y fundador del mencionado partido secesionista Estat català. Esta formación tuvo sus coqueteos con el fascismo, como explica Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, donde recurre a las citas de varios historiadores europeos: “Con los años, Maciá fue radicalizándose y su partido, el Estat Català, integrado en 1931 con Esquerra Republicana de Catalunya, constituyó una organización juvenil para tomar las calles, como se estilaba en la política del momento. Se trataba de la JEREC (Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català). Gerald Brenan afirma de las JEREC que «eran fascismo catalán»; Grabriel Jackson las denomina una organización «quasi fascista»; Hugh Thomas utiliza el término «semi-fascista» o «siguiendo los moldes de la milicia fascista»”. Se quiere vender la imagen de que el independentismo es un movimiento social cuyo motor reside en la determinación de un pueblo cuando se trata de un movimiento mucho más profundo y oscuro cuyo origen guarda diversas similitudes con movimientos nacionalistas, como explica Barraycoa: “La influencia del fascismo italiano en Cataluña, en su estética, métodos y estrategias, fue más que notable. Será en algunas organizaciones catalanistas donde más se notará esa influencia. En el fascismo italiano muchos catalanistas vieron un movimiento palingenésico (renacedor) que había resucitado a Italia como nación, dándole un impulso nuevo e incluso un imperio. Las referencias al deseo de renacimiento (Renaixença) de la nación catalana eran más que evidentes como para no tornarse tentadoras”. Pero el imaginario catalanista es capaz de limpiar el aroma nacionalista que emana el independentismo para vestirlo como movimiento que defiende las libertades de los catalanes, y así es como se ha engalanado a la figura de Macià. Sin embargo, pese a la veneración que suscita su imagen entre los círculos soberanistas, algún acontecimiento del pasado pone en duda su admirada lucha por la independencia de Cataluña, como explica Sánchez-Costa en Cataluña: El mito de la secesión: “Francesc Macià dejó de lado su separatismo para obtener la autonomía y proclamó su lealtad a la República española. De hecho, Macià recibió en Barcelona con


todos los honores a Azaña después de que las Cortes republicanas aprobaran un Estatuto bastante recortado. Tras un paseo triunfal por las calles de la Ciudad Condal junto a Manuel Azaña, el President de la Generalitat se dirigió al Presidente del Gobierno ante miles de catalanes: «Encontraréis en Cataluña el puntal más firme para el sostenimiento de las libertades de la República; encontraréis en Cataluña los más enérgicos defensores de la República»”. La lengua catalana y el catalanismo Tal como hemos visto anteriormente, la denuncia de la represión hacia el catalán ha sido uno de los principales motores de los que se ha servido el independentismo para expandirse, pero lo que desconocen muchos catalanistas es que el principal enemigo de la lengua catalana ha estado dentro de sus fronteras. Porque el idioma no sufrió ningún ahogamiento externo, sino que se le desalmó desde el interior, gracias a las maniobras de sus más acérrimos reivindicadores, a los que Barraycoa señala en Cataluña hispana: “El catalán, el verdadero catalán, o mejor dicho los diferentes catalanes, están agonizando. La culpa de ello la tienen dos catalanistas de pro: Prat de la Riba (patriarca del catalanismo) y Pompeyo Fabra (químico metido a filólogo)”. Barraycoa lamenta el gran papel que Fabra desenvolvió en su intento por promover el uso la lengua catalana, y que esta fuera el reflejo de una cultura marcadamente distinta a la del resto de España. Barraycoa cita a una de las voces más autorizadas sobre este tema en Cataluña hispana: “El catalán tuvo su peor enemigo en el interior: y este se llamaba Pompeyo Fabra. Sabemos que los nacionalistas bramarán contra esta tesis, pero es la única posición legítima que creemos se puede defender, le duela a quien le duela. Recurriremos a una de las autoridades filológicas más irrebatibles, Antonio Griera, al que el catalanismo nunca ha querido reconocer por varias razones, de las que destacamos tres: a) por ser sacerdote, b) por ser franquista y c) por ser mucho mejor experto que Pompeyo Fabra en cuestiones lingüísticas. Recomendamos como imprescindible, para los interesados en este tema, sus Memòries, publicadas en catalán durante el franquismo. En varios capítulos deja clara la guerra civil lingüística que se provocó en el seno de la sección filológica del Instituto de Estudios Catalanes (IEC)”. Barraycoa, ayudándose de Antonio Griera, resume el proceso que llevó a cabo Fabra para desmarcar al catalán del castellano y convertirlo en una lengua mucho más


unificada, y en consecuencia, robarle gran parte de su riqueza y privarle de su verdadera esencia: “Todos los documentos que publicaba la Mancomunidad pasaban por sus manos, y se sometían a revisiones de estilo y ortográficas para ceñirlos a las nuevas normas. Se produjeron «genocidios culturales» flagrantes […] Con Fabra había nacido un nuevo catalán, que provocó, en boca de Griera, «un catalán literario gris». En el Instituto de Estudios Catalanes se fueron expulsando a los filólogos que eran sacerdotes o católicos, y en su lugar acudían unos vagos redomados que eran, sigue Griera, «los amigos de los dirigentes de la oficina, que, además de la nómina, cobraban un subsidio por trabajos extraordinarios que no hacían» […] Los Fabra y compañía consiguieron que Griera, a su pesar, abandonara el IEC. La sustitución de los mejores filólogos por los amiguetes de Fabra, iba a traer consecuencias fatales para el catalán”. Barraycoa ejemplifica alguna de las medidas pertenecientes al legado que Fabra dejó en el idioma catalán. En Cataluña hispana podemos comprobar que la excesiva reivindicación de la lengua catalana ha caído también en la permanente contradicción en la que el catalanismo vive: “La «ç» fue una de las fuentes de discusión. La cedilla parece un hecho diferenciador lingüístico entre el catalán y el castellano. En el siglo XIII estaba generalizada en todas las lenguas romances, aunque propiamente su extensión y mantenimiento se debieron al castellano. El sonido de la cedilla fue degenerando hasta parecerse al de la «z». Por eso, hasta el siglo XVIII aún se escribía Çaragoça. En 1726 la Real Academia de la Lengua la suprimió por innecesaria. La «cedilla» es uno de los castellanismos más antiguos que poseemos. Sólo en textos del siglo XIV en catalán aparece la cedilla y tomada del castellano, perdiéndose siglos después. Fabra pensaba que esta letra era una peculiaridad propia del catalán, que le distinguía del castellano, y la «recuperó» en sus Normas Ortográficas, con una extrema y absurda euforia”. El catalanismo en la cultura y el deporte Dos instrumentos poderosamente simples para hacer que el catalanismo se expanda por la población son la cultura y el deporte, dos manantiales de los que la sociedad tiende a nutrirse en numerosas ocasiones. Son dos factores de ocio muy demandados por parte de la ciudadanía, algo que ha aprovechado la causa independentistas para introducir mensajes que favorezcan el movimiento, aunque ello suponga dar la espalda, de nuevo, al pasado.


Cualquiera que piense en tradiciones culturales catalanas seguro que visualizará en su mente dos festejos que inundan las calles durante las citas independentistas, pero cuyo origen catalanista, el cual se le otorga de manera desmedida en la actualidad, es desmentido por Barraycoa en Cataluña hispana: “Al igual que la sardana no era un baile catalán (sino que procedía de un pequeño rincón de Cataluña y fue «exportada» y «nacionalizada» por el catalanismo, hace un siglo), algo parecido sucede con los castells. Esta tradición, en su forma actual, llegó a nosotros a principios del XIX, y se extendió el Campo de Tarragona y posteriormente en la comarca del Penedés. Gracias a la labor del nacionalismo durante las tres últimas décadas, hoy otras muchas ciudades y comarcas cuentan con castellers ahí donde nunca los hubo […] Es en Valencia donde encontramos el primer registro de este tipo de construcciones humanas. Las más antiguas crónicas escritas que las vinculan a Algemesí datan del primer tercio del siglo XVIII, pero de su constante y firme presencia muy bien puede pensarse en un origen mucho más antiguo”. Otra de las maniobras más comunes por el independentismo es desmarcar la cultura propia de la española, olvidando las muchas similitudes y ensalzando las pocas diferencias. El caso de la tauromaquia es un claro ejemplo de ello, el sentimentalismo empleado en algunas campañas electorales de formaciones políticas partidarias de la secesión no debe hacer olvidar que Cataluña fue toda una capital en este ámbito, aunque la obliguen a renegar de ello. Barraycoa explica en Historias ocultadas del nacionalismo catalán la manipulación que el catalanismo ha introducido en este caso: “Muchos catalanistas creen que la fiesta de los toros, tal y como la presenciamos hoy, proviene de Andalucía y es una manifestación de «flamenquismo». Pero en realidad no es así. Buena parte de las normas vigentes, las formas de los paseíllos y tradiciones actuales se gestaron en las plazas catalanas, de Vascongadas y de Navarra.

Uno de

los

primeros

toreros

catalanes

de los

que

tenemos

constancia biográfica, Pere Ayxelá «Peroy» (1824-1892), fue precisamente uno de los impulsores de la fiesta tal y como la conocemos hoy, y que posteriormente se extendería a Andalucía y otras regiones de España”. Barraycoa repasa alguno de los nombres más importantes en el toreo catalán, que disfrutaron de un gran reconocimiento años atrás. El autor también recuerda el gran enlace que mantuvo la ciudad de Barcelona con el movimiento taurino:


“Entre los nombres taurinos que se pueden destacar encontramos a Mario Cabré, Chamaco, José María Martorell, Clavel, Enrique Patón o el magnífico Joaquín Bernadó, a quien en 1988 el propio Pascual Maragall le impuso, como alcalde de Barcelona, la Medalla de Oro al mérito artístico de Barcelona […] Barcelona fue uno de los centros taurinos más importantes. De hecho, fue la única ciudad del mundo en tener en activo tres plazas de toros: el Torín, en la Barceloneta, las Arenas y la Monumental”. Como no puede ser de otra forma, la manipulación catalanista hacia la tauromaquia también cae en la ambigüedad independentista, ya que el movimiento arquitectónico que ensalzó el movimiento también fue el responsable de construir las principales plazas de toros, como recuerda Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán: “Muchos nacionalistas se aferran al modernismo como un arte propio de Cataluña, pero no quieren ver que tanto la plaza de las Arenas, como la Monumental, son fruto de ese mismo espíritu creativo”. El deporte, sobre todo el fútbol, también ha sido utilizado como arma política para conseguir más adeptos para la causa independentista. La imagen del Barça, uno de los clubes con más influencia en el mundo y gran atractivo para los turistas que visitan Barcelona, está siendo utilizada de manera incondicional para apoyar el secesionismo, y así promover esta idea entre sus aficionados de todo el mundo. Una maniobra de manipulación que distorsiona el origen y elementos históricos de este importante club deportivo, como explica Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán y que demuestran que el Barcelona no es la representación del deseo independentista que se intenta vender: “Hay una polémica sobre el primer equipo de fútbol de la ciudad y parece ser que es el Barça, al ser el primero que se inscribió en el registro civil. Sin embargo, antes ya funcionaba un equipo, el Catalán Sport Club, fundado por Jaume Vila Capdevila en el Gimnasio Tolosa. Fue precisamente en este Gimnasio donde denegaron jugar a Hans Gamper por ser extranjero. En un arrebato de ofuscación decidió fundar el Barcelona FC, en el Gimnasio Solé, con la intención de formar un equipo de extranjeros donde no podían jugar españoles ni por lo tanto catalanes”. También se ha intentado identificar al Barça como un importante estamento de la cultura catalana durante el franquismo, algo que Barraycoa desmiente en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, ya que club y dictador mantuvieron relaciones cordiales:


“Por mucho que ahora se quiera hacer del Barça un mito de la resistencia antifranquista, ello nunca fue tal y como ahora se cuenta. Prueba de ello fueron las dos medallas que Francisco Franco recibió del F.C. Barcelona. La primera, el 13 de octubre de 1971, para agradecer la ayuda prestada por el Gobierno para la construcción del Palau Blaugrana y otras instalaciones, y la segunda, con motivo del 75 aniversario de la fundación del club”. Manipulación económica La manipulación del pasado histórico es la base sobre la que descansa el catalanismo, ya que sin nación que reivindicar (ficticia o no) no existiría ningún nacionalismo. Sin embargo, los propios secesionistas conocen la debilidad que posee su invención, y es por ello que se ven obligados a recurrir a otros ámbitos para atraer a más ciudadanos hacia la causa independentista. Y sin duda, el sector más importante es el de la economía. El catalanismo proclama a los cuatro vientos que Cataluña debe dejar de cargar con la crisis de España, que una Cataluña independiente sería una potencia económica al nivel de otros países europeos como Holanda o Dinamarca, o que las relaciones con Europa no se verían alteradas en caso de una posible secesión. Pero, ¿estas promesas están fundamentadas en estudios socio-económicos o forman parte del mencionado imaginario catalanista? Todo parece indicar que se trata de lo segundo. “Espanya ens roba” Gran parte de este imaginario basa su atractivo económico en el tan cacareado lema de Espanya ens roba. El catalanismo denuncia que el aprovechamiento de Cataluña por parte del poder central es excesivo y que sin él, Cataluña sería un territorio mucho más próspero a nivel económico. Clemente Polo en La cuestión catalana, hoy pone en evidencia esta postura: “Mas y sus consejeros predican las enormes ventajas que reportarían a los catalanes contar con un Estado propio: pagarían menos impuestos, se reduciría el fraude fiscal, percibirían pensiones más elevadas, se crearía empleo, mejoraría en dos años la esperanza de vida saludable, etc. Lo que no les dicen es cómo van a operar semejante milagro”. Donato Fernández Navarrete comparte esta opinión y recurre a los datos macroeconómicos para ejemplificar en La cuestión catalana, hoy la obligada necesidad que tiene Cataluña de seguir ligada a España, y no de independizarse de ella


“Una separación de Cataluña del resto de España implicaría una disminución de su PIB en 42.266 millones de euros, que se desglosa así: 12.155 por disminución del saldo comercial; 13.632 por deslocalización de empresas y 16.478 por la contracción de la demanda interna (consumo e inversión). Esto significaría una caída del PIB de Cataluña en un 20,5% respecto del que tenía en 2010”. Navarrete también tumba el mito promovido por el catalanismo que las relaciones comerciales entre España y Cataluña no tendrían por qué verse afectadas, y el panorama que auguraría una nueva situación política no sería nada próspero: “Los ejemplos que existen a escala internacional demuestran que la separación política de un territorio y la aparición de nuevas fronteras, originan una caída del comercio bilateral entre los nuevos Estados que oscila entre un tercio y dos tercios sobre el que existía cuando estaban unidos. Basta citar los casos de las viejas repúblicas de la ex-Yugoslavia, de Checoslovaquia o de las repúblicas de la antigua URSS […] En una hipotética independencia de Cataluña, en el supuesto de que las empresas catalanas vendieran en el resto de España lo mismo que actualmente venden a Francia (su otra frontera), sus ingresos se desplomarían en unos 40.000 millones de euros anuales […] Esto, unido a la probable deslocalización de grandes empresas, pondría en peligro a 1 de cada 6 empleos actualmente existentes en Cataluña”. Clemente Polo sentencia la optimista visión económica que intenta vender el catalanismo pasando a datos el anterior pronóstico realizado por Fernández Navarrete: “En un escenario más bien optimista, la reducción del 50% de las exportaciones al resto de España supondría la pérdida del 18,1% de la producción, el 16,6% del valor añadido y el 16,5% del empleo total. Un panorama sencillamente desolador”. No tan desolador, pero ni mucho menos optimista, resulta el escenario que presentan los estudios realizados por los analistas económicos Comerford, Myers y Rodríguez, que Oriol Amat cita en La cuestión catalana, hoy: “Diagnostican un proceso gradual de caída del comercio entre Cataluña y España (en total una caída del 80%) para llegar a los niveles de la relación existente con Portugal. También prevén un aumento del comercio entre Cataluña y el resto del mundo del 10 %, por lo que el impacto conjunto sería de una caída del 9% del PIB catalán”. Estos argumentos demuestran que España para Cataluña es un motor y no un lastre, opinión que comparte y demuestra el informe Razones y sinrazones económicas del independentismo catalán, realizado por José Luis Feito - presidente de la Comisión de


Economía de la patronal CEOE y presidente del Instituto de Estudios Económicos-, que Carlos Segovia analiza en El Mundo: “«Se demuestra que no existe base empírica alguna para justificar las afirmaciones independentistas sobre el expolio fiscal y el España nos roba, sino más bien todo lo contrario» […] «El España nos roba es sin duda alguna un postulado que ha obrado poderosos efectos persuasivos en la sociedad catalana». En su opinión, «el sistema de financiación de las comunidades autónomas no trata mal a Cataluña. Muchas otras comunidades, especialmente las de tamaño económico similar, son tratadas igual y algunas bastante peor». Feito se apoya en que la financiación por habitante que recibe Cataluña está en la media de las que no tienen régimen foral y mejor que Andalucía, Baleares, Valencia o Murcia. El economista se burla de que se hable de maltrato cuando Cataluña tiene mejor renta per cápita que Suecia” Una Cataluña independiente, ¿potencia europea? Con la ya demostrada necesidad de Cataluña de continuar los pasos de España, la imagen de potencia europea pierde bastante fuerza, pero es un mito que es necesario desmentir de manera más profunda. El catalanismo sitúa a Cataluña como una de las regiones más potentes de Europa a nivel económico, con aspiraciones de consolidarse en la élite si consiguiera la secesión, pero esto es otra página más del imaginario nacionalista, y no una razón científica, como demuestran los índices de competitividad regional de la Unión Europea (RCI) de 2010 y 2013, donde queda claro que la campaña separatista está perjudicando -y en absoluto beneficiando- a la región catalana. Según el último informe de 2013, Cataluña ocupa la posición 142, y ha perdido casi 40 puestos desde 2010, año en el que ostentaba el puesto número 103. El drama para el catalanismo llega cuando observan que Madrid, el lastre económico que tanto denuncian, está en el último RCI en la posición 57, por lo que solo cae un puesto respecto al índice anterior. Como se puede comprobar en uno de los mapas que aporta el RCI, la competitividad de Madrid está mucho más cerca de la de los países europeos con los que tienden a compararse los catalanistas, que la propia Cataluña (figura 1):


Figura 1 (fuente: EU Regional Competitiveness Index RCI 2013)

Esta debacle competitiva en Cataluña viene acompañada por un abandono de la inversión extranjera, uno de los pilares básicos que sostienen la fantasía catalanista. El proceso secesionista comienza a espantar a los empresarios extranjeros que temen perder ganancias en caso de que Cataluña forme un nuevo estado, y con ello unas nuevas fronteras y quién sabe si una nueva moneda. El caos de la situación ha generado desconfianza en los inversores foráneos, y así lo explica Bernat García en su artículo, Cataluña sufre una fuga de inversión exterior el año clave del secesionismo, publicado en Expansión: “Los proyectos empresariales en la autonomía cayeron un 45% entre enero y septiembre de 2014 frente a 2013. En el resto de España creció un 4,7% […] Esto ha ocurrido en los primeros nueve meses de 2014, que coincide con el período más tenso de ruptura provocado por el desafío independentista liderado por la Generalitat de Artur Mas”. Al igual que demuestran los RCI, Cataluña mantiene un ritmo económico muy por debajo del de Madrid, en este caso también en inversión extranjera, donde la capital española sufre un descenso mucho menos acusado, como explica García: “Cataluña es uno de los dos mayores polos de inversión de España, junto con Madrid. En el caso madrileño, la inversión extranjera también se reduce en los


nueve primeros meses del año en comparación con el mismo período del año anterior. Pero lo hace a un ritmo mucho menor, del 8,3%, pasando de 5.554 millones a 5.091 millones”. Además, la inversión extranjera desmiente también el lema catalanista anteriormente mencionado, y tumba la teoría de que España sea un lastre para la región catalana. De hecho, en lo que se refiere a confianza por los empresarios foráneos, se podría decir que es Cataluña la que frena a España, según Bernat García: “El argumento de que Cataluña sufre los vaivenes de la economía igual o más que el conjunto de España, y que los aumentos o caídas registradas en la autonomía son a menudo mayores al total nacional, no sirve en este caso, ya que la comunidad sufre una variación que rema en contra de la corriente general. En el conjunto de España, las inversiones se redujeron en los tres primeros trimestres del año un 5,1%, hasta los 9.695 millones. Sin embargo, si se resta el efecto de Cataluña en este cómputo, los proyectos empresariales se incrementan en el país, un 4,7%, hasta los 8.601 millones”. Estos datos demuestran que Cataluña, y sobre todo una Cataluña independiente, está muy lejos de formar parte de la élite europea y de ser una región próspera a nivel financiero. Un optimismo excesivo y utópico que el nacionalismo catalán se encarga de vender como realista, un realismo que Clemente Polo tumba en La cuestión catalana, hoy: “Si Cataluña fuera Dinamarca u Holanda, países con los que los independentistas se comparan con frecuencia, es posible que los acreedores accedieran complacidos al cambio, pero la deuda de Cataluña ha alcanzado ya la cotización de bono basura”. Pero la negatividad no acaba simplemente en las cifras recogidas, ya que la independencia causaría un estado difícil de evaluar y sumaría un caos innecesario a la actual situación crítica que vive la economía. Fernández Navarrete explica cómo la crisis social agravaría aún más en la crisis económica en La cuestión catalana, hoy: “La independencia generaría costes económicos difícilmente evaluables pero que sí son muy importantes. Entre ellos están la incertidumbre política que se generaría; las tensiones sociales de todo tipo que surgirían y de manera particular entre la comunidad nacionalista y no nacionalista; la desconfianza que se originaría en los mercados internacionales con la introducción de una nueva moneda provocaría la deslocalización de las grandes empresas instaladas en Cataluña, que huirían a otros


lugares (ya lo han anunciado el Grupo Planeta, SEAT y Volkswagen-Audi España) y la fuga de capitales buscando refugios más seguros”. Nadie es capaz de resolver esa incertidumbre, ni de saber qué impacto tendría la crisis social en la economía, pero el desenfrenado optimismo catalanista, de la mano de sus expertos, quita hierro al asunto de una manera ridícula, como recoge Clemente Polo en La cuestión catalana, hoy: “Mas-Colell, consejero de Economía, en su intento por tranquilizar a un grupo de desasosegados empresarios les recordó que, aunque las relaciones entre los pueblos pueden pasar por «momentos más o menos difíciles», al final se superan, como demuestra que «los croatas votaron a favor de los serbios» en el último festival de Eurovisión. Desafortunada referencia donde las haya, habida cuenta de la cruenta y despiadada guerra que libraron sus ejércitos”. Pese a todo, el optimismo catalanista sigue teniendo adeptos que basan su postura en el buen nivel de las exportaciones de Cataluña hacia el resto del mundo, pero olvidan el trasfondo que hay detrás, como el sacrificio del resto de España que convirtió a la región catalana en su fábrica nacional, como se ha señalado anteriormente, y como explica Polo: “Mas, presidente del gobierno catalán, señalaba alborozado que ahora las exportaciones catalanas hacia el resto del mundo han superado las exportaciones hacia el resto de España, dando a entender que «en los tiempos que vienen, es muy bueno que sea de esta manera», porque así se atenúa el riesgo que comporta su proyecto independentista. Resulta prepotente e injusto olvidar que el capital físico y humano acumulado en Cataluña y el superior nivel de vida que han disfrutado durante décadas los catalanes se explica, en buena parte, por los sacrificios y los elevados costes que pagaron el resto de los españoles, residentes en regiones menos desarrolladas”. Las exportaciones es uno de los (falsos) clavos ardiendo a los que se agarra el catalanismo, el otro es la permanencia en la UE que aseguraría la prosperidad económica de la que tanto presumen, pero ¿se puede dar por segura la entrada de una Cataluña independiente en la Unión Europea? Una Cataluña independiente, ¿dentro o fuera de la UE? Artur Mas ha defendido en más de una ocasión que una Cataluña soberana seguiría formando parte de la Unión Europea, y que además se integraría de inmediato en la


formación, pero al igual que en los anteriores casos, el imaginario catalanista se adueña de la economía, algo que Fernández Navarrete denuncia en La cuestión catalana hoy: “El nacionalismo no cuestiona la permanencia de una Cataluña independiente en la Unión: la da por supuesta. ¿Una Cataluña independiente podría continuar en la UE? La respuesta es rotundamente no. Y no podría hacerlo porque Cataluña no ha firmado los tratados de la Unión y por lo que no es parte contratante de la misma. Sí lo es España en función de su soberanía y en función de ésta, al igual que el resto de los Estados, le atribuye competencias a dicha Organización internacional. Como Cataluña no es un Estado, ni nunca lo ha sido, de conseguirlo en un futuro, tendría que pedir su ingreso en la Unión como país tercero. Y otro tanto ocurriría con el resto de las organizaciones internacionales”. Clemente Polo comparte esta visión y afirma que la independencia de Cataluña iría contra los principios de la Unión Europea, factor que entorpecería en gran medida su entrada: “Por mucho que Mas cuide la puesta en escena exhibiendo en todas sus apariciones públicas la bandera de la UE junto a la catalana, y reafirme la voluntad europeísta del pueblo catalán, todos los líderes europeos, conscientes de que la desunión que preconizan Mas y los independentistas va en contra del espíritu que ha impulsado la constitución de la UE, ya le han advertido que si Cataluña se independiza quedará fuera de la UE. Por cuánto tiempo es algo que nadie sabe, pero el proceso de entrada podría demorarse al menos una década”. Pero las malas noticias no termina en la no entrada en la UE o en la tardanza que supondría la admisión, sino en las consecuencias que sufriría una Cataluña independiente fuera de la Unión Europea, un escenario que no se corresponde con el optimismo que vende el catalanismo, como explica Polo: “El futuro económico de una Cataluña independiente fuera de la UE y «eurizada» se presenta francamente desolador: caídas significativas de las exportaciones al resto de España y al resto del mundo, deslocalizaciones de empresas no financieras y financieras, reducción de los ingresos impositivos y aumento del gasto público, contracción de la oferta monetaria, menor inversión directa extranjera y escaso atractivo para la inversión en cartera, etc.”. Manipulación en los medios de comunicación


Tras comprobar cómo el nacionalismo ha distorsionado gran parte del pasado histórico de Cataluña, y cómo ha sesgado la información para imaginar el futuro que más le interesa, queda saber de qué manera ha introducido estos mensajes entre la sociedad catalana. Es aquí donde la prensa cobra un papel fundamental, en el que ha dejado atrás su función de guardiana de la opinión pública y del pluralismo político, para convertirse -como en tantos otros lugares- en el altavoz del gobierno, como explica Marthe Rubio en su reportaje Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios: “La posición económicamente frágil de los diarios catalanes les pone cada vez más en situación de dependencia de las fuentes de financiación ya sean privados o públicos. Ese contexto pone en cuestión la capacidad de los medios de comunicación para conservar sus funciones de vigilancia en un momento político crucial para la historia de Cataluña y de España”. La construcción de este altavoz mediático no es en absoluto barata. La Generalitat de Cataluña no ha reparado en gastos para conseguir que su idea gane fuerza entre los principales medios catalanistas, y que estos reciban un cuantioso ingreso a cambio, como explica Marthe Rubio, que aporta una gráfica a la investigación para comparar las inversiones en medios de comunicación entre distintas comunidades (figura 2): “El Gobierno catalán ha inyectado 181 millones de euros en los medios de comunicación catalanes desde el principio de la crisis económica en 2008: 82 millones de euros proceden de las subvenciones (más de 60% ha sido otorgado arbitrariamente) y otros 99 millones de euros corresponden a la publicidad institucional repartida de forma opaca”.


Figura 2 (fuente: Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios)

Como se puede observar en el gráfico, la crisis financiera ha marcado la tendencia en las ayudas económicas a los medios de comunicación en los últimos años, pero pese a todo, los recortes en este ámbito no perjudicaron a todos por igual, como relata Marthe Rubio en su reportaje: “Hubo que esperar a 2011, primer año del Ejecutivo de Convergència i Unió (CiU) liderado por Artur Mas, para ver bajar el importe de las subvenciones, que fue reducido a la mitad, disminuyendo hasta 11 millones de euros. Pero estos recortes drásticos no afectaron demasiado a los dos principales beneficiarios: el Grupo Godó, (La Vanguardia) y el grupo Hermes Comunicacions (El Punt-Avui)”. Este último mencionado, El Punt-Avui, es el ejemplo más claro de que la línea editorial determina las decisiones que afectan a las ayudas económicas que reciben los medios catalanes, y que es un factor mucho más valorado por la Generalitat que la tirada o la difusión de un periódico, como se explica en la investigación Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios: “En 2011, El Punt y El Avui se fusionaron en un solo periódico, de línea editorial nacionalista y cercana a Convergència i Unió (CiU), y resultó un medio publicado íntegramente en catalán: El Punt-Avui. […] Nunca han sobrepasado la barrera de los 40.000 ejemplares de difusión en estos cinco últimos años. No obstante, esto no les ha impedido recibir de las arcas públicas diez millones de euros desde 2008. Más


que El Periódico de Catalunya, que recibió siete millones y medio durante el mismo periodo”. Caso aparte supone La Vanguardia, diario más leído en Cataluña y que se ha convertido en uno de los principales pilares mediáticos de la causa independentista, algo que no dudan en afirmar otros periodistas catalanes en el reportaje Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios: “Según explica Pere Rusiñol, responsable de la sección de medios de comunicación de la revista Mongolia, el giro editorial de la cabecera no es una casualidad. «La Vanguardia no se hizo independentista pero es el periódico clave en la construcción de una hegemonía soberanista: indudablemente han alimentado la bola»”. La influencia de la Generalitat en La Vanguardia no está únicamente presente en lo que sale publicado, sino también en lo que no sale, donde la manipulación ejerce un poder que puede pasar inadvertido a simple vista, pero que analizado con profundidad delata un adoctrinamiento de la opinión pública hacia ciertos temas, como explica Marthe Rubio con la ayuda de un experto y también la de una gráfica, donde se comprueba que los temas de las portadas de los periódicos dependen de la afinidad con la Generalitat (figuras 3 y 4): “Para Jaume Reixach, director del semanario catalán independiente El Triangle y autor de varios libros sobre la figura de Jordi Pujol, las generosas ayudas públicas de la Generalitat y los múltiples contratos de publicidad institucional firmados por La Vanguardia han influido indudablemente en la cobertura de los casos que incumben a la familia Pujol. «Las subvenciones y la publicidad institucional no se utilizan solamente para influir en la línea editorial, el mensaje y el tipo de articulistas de opinión, sino también para tapar lo que no interesa que salga»”. Figuras 3 y 4 (fuente: Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios)


Pese a que el Grupo Godó sea el más favorecido por las subvenciones de la Generalitat, su origen delata que la comunicación y la prensa catalana también sufren esa ambigüedad que rodea a todo el catalanismo, como explica Barraycoa en Cataluña hispana: “En tiempos de Felipe III, a la decadente nobleza catalana, según Vaca de Osma, «les entra el prurito de los títulos» […] Solicitan al Rey títulos de Grandes de España, marquesados o condados […] De golpe, Felipe III se sacó de la manga ocho nuevos títulos de nobleza que repartió entre sus catalanes más allegados. Siglos después, Alfonso XIII empezó a otorgar títulos de nobleza a eméritos empresarios catalanes. El caso más significativo fue el título de Conde de Godó. Su representante actual, en 2008, recibió el título de Grande de España. Ello no impidió que necesitado urgentemente de las subvenciones de la Generalitat, convirtiera a la vieja La Vanguardia española, en un panfleto nacionalista infumable”. La televisión, como vimos al inicio de este trabajo, no está impune en este sentido y TV3 es otro de los pilares fundamentales para promover el sentimiento independentista entre la población catalana. Barraycoa cita algunos ejemplos en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, que delatan la obsesión catalanista con simbolizar a España con el bando nacional y a Cataluña con el bando republicano: “En la televisión catalana son frecuentes los reportajes sobre la Guerra Civil y una de las imágenes recurrentes es la entrada de las tanquetas nacionales por la Diagonal, aunque no se suelen sacar imágenes del apoteósico recibimiento posterior.


Pero una imagen que nunca saldrá es la de los 3.000 guardias de asalto que desfilaron por la Diagonal, llegados desde Valencia y enviados por el gobierno republicano para desposeer a la Generalitat de las funciones de seguridad, tras los hechos de mayo (el enfrentamiento entre anarquistas y comunistas)”. “En los reportajes de TV3 sobre el exilio de los catalanes, tras la llegada de las fuerzas nacionales, se suelen utilizar cifras del estilo que más de 200.000 catalanes huyeron al exilio; otros incluso hablan de 300.000 o medio millón. La cifra real debe de ser difícil de calcular, pero si atendemos a historiadores reconocidos (incluso entre los nacionalistas) como Borja de Riquer o Joan B. Culla, la cifra rondaría entre 60.000 y 70.000 (véase el Vol. VII de la Historia de Catalunya, dirigida por Pierre Vilar). Por mucho que se diga ahora, la entrada de las tropas nacionales fue tomada por muchos catalanes, incluso partidarios de la República, con alivio”. El caso es realmente grave, porque se trata de un medio público, financiado por los catalanes, cuya mayoría en el último sondeo no es partidaria de la independencia (un 48% frente a un 44% que recoge El Mundo). Una preocupante situación que dificulta la creación de la opinión pública en un tema tan delicado como este, y que critica la investigadora Isabel Fernández Alonso en Las amistades peligrosas entre la Generalitat y los medios: “Lo que percibo me preocupa enormemente porque no hay un debate sereno y serio sino visceral sobre un tema de extraordinaria trascendencia. Echo de menos versiones integradoras, que apuesten por la convivencia entre los ciudadanos. Y las echo especialmente de menos en los medios públicos catalanes”. Conclusiones La comunicación es un ejemplo más de que el nacionalismo catalán se ha adueñado de gran parte de la sociedad catalana. El pasado, distorsionado gracias a la manipulación histórica; el futuro, dibujado sobre papel mojado gracias al proceso selectivo de la información económica, y para colmo, la prensa, base de cualquier sistema democrático, sobrevive según la afinidad que tenga la línea editorial del medio con los ideales de la Generalitat, y se despreocupa de generar una opinión pública saludable que garantice un pluralismo social y político. La crisis económica y social, al igual que un siglo atrás, ha sido otro de los motores del nacionalismo catalán, que le ha llevado a ganar muchos adeptos a la causa secesionista. Pero las crisis, los políticos y los directores de medios -y los efectos que provocan- son


pasajeros, mientras que la historia y sus archivos son imborrables, así como los números que ofrece el presente para interpretar el futuro son mejor garantía que los anhelos soberanistas, y la manipulación mediática siempre estará por debajo de la realidad, como señala Jaume Reixach en el reportaje de Marthe Rubio: “Bajo el impulso de la Generalitat, los medios de comunicación están hinchando la realidad para dar miedo a Madrid y que Madrid negocie con el Gobierno catalán […] El objetivo es dar la sensación de que aquí estamos a punto de proclamar la secesión como en Crimea, pero vas por la calle, hablas con la gente y el ambiente está bastante frío”. El problema surge cuando la población es incapaz de diferenciar la mentira de la realidad, una distinción que recuerda a la hipótesis del sueño de Descartes, que cuestiona la percepción de los sentidos y hace un llamamiento al uso de la razón. Debido al alto ritmo de vida, que impide a la mayoría molestarse en contrastar la información (periodistas cada vez más incluidos lamentablemente en este aspecto), las trabas puestas por los partidarios de la independencia suponen obstáculos casi insalvables, pero francamente superables si se hace uso de un pensamiento crítico, porque como apunta Barraycoa, el nacionalismo contradice al uso de la razón: “El catalanismo suele acabar moviéndose en función de sentimientos irracionales y estados emocionales procurados por circunstancias ajenas a él”. El efecto de la irracionalidad, al igual que el de las crisis o al del paso de determinados políticos, no es duradero, y por ello el nacionalismo se adapta a cada situación hasta que acaba desapareciendo. El impulso de la manipulación histórica comienza a perder peso frente a la distorsión de la economía, y que acabará cediendo definitivamente ante el argumento de que no votar un referéndum supone una muestra más de la represión de España hacia Cataluña, el último clavo ardiendo del catalanismo que tumba a base de preguntas (es decir, a base de pensamiento crítico) Toño Fraguas en su artículo Cinco clichés del nacionalismo catalán sobre “España” y “los españoles”, publicado en La Marea: “«Si no podemos votar es que no somos libres». Me pregunto en qué es menos libre un nacionalista catalán que yo. Sus libertades individuales y garantías judiciales están tan garantizadas como las mías: libertad de religión, asociación, reunión, expresión, sufragio, orientación sexual, habeas corpus… ¿De qué libertad carece? ¿Tener DNI catalán es una libertad fundamental? ¿Tener Ejército catalán es una


libertad fundamental? ¿Tener un Ministerio de Hacienda o de Exteriores es una libertad fundamental? ¿Acaso alguien le obliga a que diga que es español? ¿Quién le prohíbe que sólo se sienta catalán? No es factible prohibir sentimientos, cada cual siente lo que quiere. Pero hay una pregunta aún más decisiva: ¿Sería ese nacionalista catalán más catalán por el hecho de vivir en una Cataluña independiente?” Un argumento que complementa y ratifica Barraycoa en Historias ocultadas del nacionalismo catalán, donde demuestra que la contradicción catalanista también está presente en el deseo de independizarse: “Casi todos sueñan con una independencia «limpia y democrática»; una independencia con coste cero. Pocos quieren siquiera imaginar que la independencia de Cataluña les pudiera costar su propia vida y hacienda. Ello muestra el reflejo de una psique más propia de una sociedad «benestant» (acomodada) que no oprimida […] Muchos catalanistas piensan que serían «más catalanes» con la independencia. Este deseo muestra más la necesidad de reafirmación identitaria que un deseo real de independencia”. Al nacionalismo catalán se le llena la boca con la palabra democracia cuando denuncia que no permitir una votación que determine el futuro de Cataluña es un atentado contra ella. Sin embargo, olvidan que la base de cualquier sistema democrático es garantizar una opinión pública guiada por la razón, y no por la manipulación.

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