Columna cine

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Columna cinematográfica Quebrando una lanza a favor del cine palomitero Aitor Soler Últimamente leo más críticas positivas a películas que un mes después de verlas aún no sé de qué iban que elogios a largometrajes cuya historia era simple, pero que durante dos horas, por una cosa o por otra, te mantenía entretenido frente a la gran pantalla. Con el vicio irremediable en el que se ha convertido consultar el smartphone, pasar cerca de 100 minutos sin que nuestras yemas de los dedos rocen su táctil y luminosa pantalla es toda una hazaña, y no todos los acontecimientos son capaces de lograrlo, más bien casi ninguno lo consigue, ni sueña con aspirar a conseguirlo. Pues son estas películas de las que hablo, las tan criticadas por su simpleza y atractivo meramente visual, las únicas que han conseguido despegarme de mi amado móvil. Móvil que se convierte en un proyectil que bloggeros y twitteros cargan con sus afiladas palabras contra las grandes superproducciones de Hollywood. Antes de valorar las quejas de estos haters del cine palomitero, me gustaría conocer la razón de por qué pagan una entrada, no precisamente barata, para ver algo que ya saben previamente que no les va a entusiasmar. Porque al igual que cuando acudes a un McDonald, cuando vas al cine a ver Godzilla, Spiderman o la última superproducción innovadora en efectos especiales de turno, sabes a lo que vas. No esperas comida de alta cocina, sino algo con lo que saciar el hambre y que satisfaga mínimamente tu paladar. Lo negativo de este asunto no son los dardos envenenados e ilógicos que lanzan sobre las grandes empresas cinematográficas norteamericanas, las cuales respeto siempre que no superen el insulto. El problema surge cuando en el lanzamiento de esas críticas hay daños colaterales, y cuando los objetivos no son los directores ni los actores, sino el público que lo ve. Se ha puesto de moda que algunos tipos, normalmente ataviados con camisas de cuadros y gafas de pasta a juego de una descuidada barba, se dediquen a dar lecciones de cine a cualquiera que se encuentra a su paso. Pero no se detienen en sus clases magistrales, sino que van más allá y cargan contra los espectadores a los que acusa de pobreza cultural. ¿Por qué esa moda de juzgar los gustos ajenos? Pero sobre todo, ¿por qué entrar en charcos que no conducen a nada? Porque por mucho empeño que pongan, no van a cambiar los planes que los directores de Hollywood tengan en mente llevar a cabo. Pero lo verdaderamente inquietante del asunto es qué es realmente lo que se critica de estas películas repletas de acción y carentes de reflexión.


El cine, hijo predilecto del teatro, tiene como principal función entretener. Así lo dejaron claro los autores de los siglos XVI y XVII, época dorada del arte dramatúrgico con Shakespeare como legendario representante de aquella generación de artistas. ¿A caso Godzilla no entretiene? ¿A caso Spiderman, Los Vengadores o cualquier otra saga protagonizada por algún ser sobrenatural no entretiene? Simplemente por el atractivo visual que sus efectos especiales provocan ante nuestras pupilas, ya resultan más entretenidas que algunas historias que intentan hacer reflexionar al espectador. Porque lo de hacer pensar al público es muy bonito, pero la virtud del cine es la imagen y el sonido. Y pese a llevar la responsabilidad de ser considerado como un arte, no deja de ser una industria. Y de momento los gafapastas barbudos ingresan en taquilla mucho menos que las familias amantes de las palomitas. Aunque lo mejor, es llevar una dieta variada. A nadie le siente bien un atracón de McDonalds, y siempre es bueno conocer nuevos sabores.


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