Revista Ágora. nº 11

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ciencia y salud

Ciencia ficción y popularización de la Ciencia Miguel Carreras Ezquerra Aunque Luciano de Samosata, unos doscientos años a.C., ya ironizaba sobre imaginarios viajes a la Luna, adelantándose a Julio Verne, y, mucho antes, Herodoto escribía sobre serpientes voladoras y hormigas volantes, el término ciencia–ficción, como hoy lo entendemos, fue introducido por el editor Hugo Gernsback en la segunda década del siglo XX. Según Miquel Barceló, profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña y promotor del Premio Internacio‑ nal de novela corta de ciencia-ficción, esta juega un papel no desdeñable en la difusión del conocimiento científico. En su artículo Ciencia y ciencia ficción dice: «La ciencia ficción, junto a la producción científico–técnica en sentido estricto y la divulgación científica, es uno de los tres niveles desde los que es posible la comunicación de la ciencia. Se caracteriza por su facilidad de comprensión, aun a costa de la verosimilitud temática». Científicos como Steven Weinberg, Murray Gell–Man, Carl Sagan o Stephen Hawking han reconocido la influencia de la ciencia-ficción en su vocación. Aunque en muchas ocasiones se aproxima a la fantasía acientífica; otras veces, sus postulados han pasado a ser realidad y a formar parte de nuestras vidas. Pero se ha sobrevalorado el poder predictivo de la ciencia ficción cuando, en realidad, en una abrumadora mayoría de casos, sus tesis han sido erróneas y disparatadas. Algunas de las aportaciones, tanto en cine, como en novela, ofrecen velada o abiertamente supercherías pseudo científicas. Los precursores Si hablamos de precursores hemos de referirnos al francés Jules Verne y al británico H. G. Wells. Visionario de la pluma y profeta de acontecimientos científicos el primero y más involucrado en lo social el segundo, para Jor-

ge Luis Borges, Verne novelaba cosas probables y Wells hablaba solo de meras posibilidades. Oscar Wilde dijo que Wells era un Verne inglés, comentario que no fue del agrado de H.G. Juan José Millás sostiene que en sus novelas, ambos combinan felizmente elementos científicos reales e imaginarios con las aventuras e introducen reflexiones referentes al porvenir de la ciencia y del hombre. Jules Gabriel Verne, nacido en Nantes en 1828, estudió Derecho y pronto comenzó a escribir, con escaso éxito, teatro. En 1863 publicó Cinco semanas en globo y al año siguiente Viaje al centro de la Tierra. En poco tiempo salieron a la luz sus novelas más emblemáticas de ciencia–ficción que lo inmortalizaron, De la Tierra a la Luna, 20000 leguas de viaje submarino y La isla mis‑ teriosa, precursoras, respectivamente, de inventos posteriores como los viajes espaciales e interplanetarios y los cañones de largo alcance, la escafandra y el sumergible y el ascensor. En París en el siglo XX, aparecen alusiones a rascacielos, trenes de alta velocidad y a una red mundial de comunicaciones. Treinta y tres de sus novelas han sido llevadas al cine. De las científicas, 20000 leguas de viaje submarino (9 películas), Viaje al centro de la Tierra (6 películas), La isla misteriosa (4 películas) y en una ocasión Cinco semanas en globo y De la Tierra a la Luna. Famosos actores como Kirk Douglas, James Mason, Debra Paget, Joseph Cotten, Michael Caine, Brandon Frasser y Vanessa Hudges protagonizaron algunas de esas películas. Admirador del progreso científico, fue concejal por la lista radical en Amiens, donde murió a los setenta y siete años. Es, tras Agatha Christie, el novelista más traducido. Se ha querido ver en él, un puente entre las culturas científica y humanística. Los soviéticos pusieron su nombre a una montaña de la cara oculta de la Luna.

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