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LO QUE SE QUEDA

CAPÍTULO 3.-

LOQUESE QUEDA

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“¿Habito también el cristal del reloj de arena en mi escritorio? “

Me vuelvo a preguntar qué es lo que se queda una y otra vez, excavar para quizás conseguir una respuesta, una que sea la precisa, tal vez no haya una y tal vez unas sean mentiras que me digo a mi misma o que pongo para adornar una reflexión. Lo material, siempre se queda, es decir los sillones, que parecería que viven el mismo tiempo que yo, seguro que menos y han sido víctimas de la especie humana, de la efervescencia de sus emociones, de los golpes que se han llevado por cambiar de lugar. El vino al que siempre postergo y, cómo no, las paredes que gritan memoria, que gritan cicatrices, colores marcados hechos de quien han llenado de vida la vida. Se quedan las letras que palpitan amor, mi rostro adolescente en un cuadro. Se queda el amor, bigotes andantes. ¿Cuánto guarda una en los espacios más pequeños, en las cajitas musicales en donde confía sus secretos, en sus diarios, en los cajones que la protegen? ¿Te da miedo buscar la honestidad? ¿Es el pasado el que se queda? ¿Para qué protegerse tanto? no te vas a romper…

I

Se queda la mitad. La media parte proyectada en los objetos coleccionados. La mitad de la seguridad para enfrentarme con miedo a otros ojos, otras manos, otros besos, otros que no son ya solo reflejo. Se queda media razón para poder soñar en las ventanas de los trenes y media felicidad para conmoverme viendo desde un puente. Se queda el otro Carlos, no el original ni el falso, solo el otro. El que vive al otro lado del espejo. El que se queda viendo la habitación para que siga siendo mía. El que habita el lado al revés. El que es triste cuando está solo. La habitación es sinónimo de uno. La habitación va conmigo para humedecer los ojos con la frente en la ventana del transporte público. Para no hartarme de los demás. De Carlos a habitación, de muñecas de porcelana a ojos de la Chuquiragua. Habitación, lugar que se habita ¿habito también el cristal del reloj de arena en mi escritorio? Habito el punto de fuga al final del pasillo donde tu cuerpo se condensa. Es mi habitación tu espalda. ¿Son también mi habitación los objetos donde me deposito? ¿Qué tiene el lugar que habito que lo hace mío? ¿Cuándo no estoy, mi habitación es distinta? ¿Tiene autonomía mi habitación?

II

En el espacio íntimo, solitario, privado, acogedor de Tatiana se quedan sus miedos por la incertidumbre, se queda la fragilidad que a veces transita por su ser en las madrugadas. Se queda el gesto número tres de evitar tensionar los labios para mostrar su verdadero volumen, tal vez se quedan más gestos, se quedan los gestos vividos antes de ser pandémico. Se quedan los salvajes arrebatos por la frustración o la ansiedad. Algunas partes de mi mente son frágiles, tan, tan frágiles como una hojita seca en el pavimento ¿Cuántas partes de mi cuerpo son igual de frágiles? ¿Existe alguna que comparta el miedo de la posibilidad del quiebre? ¿Mi energía se compone de tensión? ¿El miedo a los quiebres mentales y corporales cuando vinieron a mí?

III

Esta casa donde habito noche y día, la que me derrumba en la rutina, pero también me sostiene, no le gusta perseguirme, sus recuerdos, mitos, leyendas se encierran en cuatro paredes. La historia le pertenece a mi casa, no a mí, el transcurso del tiempo aliviana esos cuentos y en ocasiones los olvida. Lo mío es el sabor, lo amargo, lo dulce, lo salado, lo agrio que me llevo para transformarlo. Me voy a hacer recuerdos con la sensación de insuficiencia, afuera se convierten, los traigo de vuelta y los sobrepongo en la lista de los desaventurados. La relación entre el espacio y yo es de un 50 – 50. Cuando me muevo en él intercambiamos sensaciones, sus recuerdos me alimentan y me calman, a pesar de llegar al lugar con incomodidades no nos contaminamos. Nuestras historias se acompañan, juegan y se involucran para que al final tengamos tanto la una de la otra que pueda aguantar hasta reencontrarnos. Sanamos y nos reconstruimos juntas. En el espacio me espera la alegría, la paz y la calma, el sanar. Hay lugares específicos que me esperan completa, esos lugares en los que me quiero mover son los que me ven entera. Hay veces que el maltrato se come mi memoria, solo entonces la casa se queda vacía, me lo llevo todo. No quiero regresar y destruirme, se necesita sanar. En esos momentos los lugares que me esperan se recargan y me recargan, y entonces regreso al espacio para dejar sensaciones que acompañarán hasta que tenga que salir de nuevo. ¿Por qué te sientes completa en ese espacio? ¿En qué momento te das cuenta que debes llevártelo todo? ¿Cada cuánto necesitas súper recargas?