Conéctate, abril 2022: Ahora y para siempre

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CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

Año 23 • Número 4

LA CRUZ

Conocer a mi mejor amigo

Natalie y su escuela dominical

Un sueño postergado

La noche en que se rio Nos rodeó una hermosa paz


Año 23, número 4

A N UE ST RO S A M I G O S de tor men tas y esp er an z as Se suele situar, erróneamente, el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del continente africano, cuando en realidad el punto de encuentro entre el océano Atlántico y el Índico se ubica a unos 150 kilómetros al sudeste en el cabo de Agujas. En todo caso, el hecho de que esta confusión haya perdurado y siga arraigada en la mente popular revela lo inaccesible y aterradora que fue la zona durante siglos. Si bien los intentos de circunnavegar África datan de la era precristiana, la primera ocasión documentada en que se logró doblar con éxito el extremo sur del continente fue en 1488, protagonizada por el navegante portugués Bartolomé Díaz. (El secreto, resultó ser, navegar bien alejado de la costa, en mar abierto.) Según la tradición, Díaz llamó la zona Cabo de Tormentas, nombre que más tarde cambiaría el rey Juan II de Portugal por el que hoy conocemos, Cabo de Buena Esperanza, para encarnar la ilusión de encontrar una nueva ruta hacia la India. La muerte, otrora asociada al cabo de tormentas en que la vida y las esperanzas naufragan, fue vencida por Jesús cuando resucitó de los muertos el Domingo de Pascua. María Magdalena y otras dos mujeres se dirigieron a la tumba donde estaba sepultado Jesús antes del amanecer. No tenían ni idea de cómo moverían la piedra que sellaba la tumba ni cómo terminarían de embalsamar el cuerpo de Jesús. Al llegar al sepulcro descubrieron sorprendidas que se había rodado la piedra y el cuerpo había desaparecido. María entabla conversación en el huerto con un desconocido. Una sola palabra de él bastó para transformar su oscuridad en luz: «María». Ella reconoce la voz. No lo logra comprender, queda atónita, incrédula, pero es cierto, ¡Jesús vive! Como les ocurrió a esos exploradores del siglo XV y gracias a la resurrección de Cristo, nosotros también podemos extender la mirada más allá del cabo de tormentas y fijarla en la esperanza del cielo y la vida eterna con Dios. Ese Jesús vivo sigue con nosotros hoy en día y nos promete a cada uno: «Porque yo vivo, también ustedes vivirán».1 Ese es el núcleo de nuestra fe y la razón por la que celebramos la Pascua este mes.

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Gabriel García V. Gentian Suçi Ronan Keane

© Activated, 2021. Es propiedad. A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y

Gabriel García V. Director

2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de

1. Juan 14:19

Utilizados con permiso.

de la versión Reina-Varela Actualizada Publicaciones/Editorial Mundo Hispano.

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Ruth Davidson

RÉPLICA DE LA RESURRECCIÓN La naturaleza suele hablarnos de la creación divina con símbolos alegóricos. Entre ellos figura el acontecimiento más milagroso de la Historia: la resurrección de Jesucristo. La Planta de la Resurrección, también conocida como rosa de Jericó o doradilla, es una pequeña planta rodadora que se enrosca en una bola apretada durante la temporada de sequía. Pero sumergida en agua, este «fósil viviente» se transforma espectacularmente, y de una masa reseca, arrugada, surge un resplandeciente musgo que se extiende en cuestión de horas. Su follaje, similar al de los helechos, constituye uno de los fenómenos más intrigantes del planeta. La planta puede permanecer inerte hasta 50 años sin agua ni luz, hasta que de repente, expuesta a la humedad, vuelve a desplegar sus frondas de color verde intenso. Tiene la capacidad de volver a la vida una y otra vez, incluso después de haberse secado por completo. Cuando presencié por primera vez esta sensacional maravilla que se abría mágicamente ante mis ojos, comprendí de dónde procedía el nombre «Planta de la Resurrección»: Mis pensamientos se dirigieron inmediatamente a Jesús. Ni la muerte ni la tumba pudieron retenerlo. Resucitó triunfalmente para salvarnos del pecado. Ruth Davidson fue misionera durante 25 años en el Medio Oriente, la India y Sudamérica. Hoy es redactora y contribuidora del sitio web www. thebibleforyou.com. ■

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Jesús, Juan 11:25 Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. 1Tesalonicenses 4:14 Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección. Romanos 6:5 Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no solo en los libros, sino en cada hoja de primavera. Martín Lutero (1483–1546) Hay muchos caminos para llevar una vida equilibrada. Desde la perspectiva cristiana, una vida equilibrada empieza por examinar nuestra relación con Dios. ¿Cuánta intimidad tenemos con Dios? ¿Buscamos Su sabiduría con frecuencia, o intentamos arreglárnosla por nuestra cuenta? Cuando la vida se nos torna insoportable, solemos sentirnos muy solos. Gozar de una relación con Dios significa que nunca estamos solos1. Cuanto más íntima sea nuestra relación con Dios, más fe tendremos en que Él nos ayudará, aun en los momentos más difíciles. Susan J. Knowles 1. V. Romanos 8:35; Salmo 91:10,11 3


ASÍ ES EL CIELO María Fontaine

¿Alguna vez has sentido

1. Véase 1 Juan 4:8; Juan 4:24 2. V. Apocalipsis 21:4 3. 1 Corintios 15:50–53 4. V. Apocalipsis 20:1-4 5. V. Apocalipsis 21:16 6. V. Apocalipsis 21:3 7. V. Apocalipsis 21 4

curiosidad por saber qué ocurre después que uno muere, qué te aguarda en el más allá, si es que hay un más allá? ¿Existe el Cielo? Y en caso afirmativo, ¿cómo es? ¿Encontrarás en él la felicidad? ¿Te reunirás allá con tus seres queridos? ¿En qué se distinguirá de la vida que llevas ahora en la Tierra? La Biblia nos revela por adelantado muchas cosas que nos aguardan allá. Nos describe cómo será, cómo


seremos nosotros, qué aspecto tendrá nuestro cuerpo y la vida que llevaremos. Además, hay numerosos testimonios de personas que, estando clínicamente muertas, abandonaron por un tiempo esta vida y fueron al Cielo, y que a su regreso refirieron lo que experimentaron. Según la Biblia, una de las mayores diferencias entre la vida en la Tierra y el Cielo es que este último constituye un mundo perfecto en el que reina la presencia de Dios y podremos disfrutar de toda la belleza y las maravillas propias de la vida terrena, pero sin la angustia, el dolor, la sensación de vacío, la soledad y el temor que muchas veces se apoderan de nosotros… Un mundo libre del egoísmo, la codicia y la destrucción que vemos en nuestro entorno. El reino de Dios rebosará de amor, belleza, paz, bienestar, comprensión, alegría, compasión y sobre todo estará rodeado por la atmósfera envolvente del amor de Aquel que nos ama más que nadie: Dios mismo. La Biblia enseña que Dios es un Dios de amor. Más aún, es el Espíritu de

amor.1 Por ende, Su casa —el reino de los cielos— es una morada de amor, donde no habrá más dolor, pesar, rechazo, congoja o soledad.2 Según el relato bíblico, en la otra vida no seremos entes incorpóreos, informes, sin rostro, una suerte de brisa etérea. Tendremos un cuerpo muy similar al que poseemos ahora, pero que no padecerá los achaques, las incomodidades, el envejecimiento y el dolor que experimentamos en estos cuerpos terrenales.3 Disfrutaremos en compañía mutua y juntos viviremos felices por la eternidad en presencia de Aquel que nos amó y nos creó. Mucha gente tiene la impresión equivocada de que el Cielo es un lugar aburridísimo en el que los cristianos se la pasan flotando en las nubes, tocando arpas y entonando loores a Dios. No dudo de que el que quiera podrá tocar el arpa, y desde luego alabaremos a Dios; pero nuestra vida en el Cielo será mucho más rica e intensa. Es más, estoy convencida de que tendremos vidas mucho más activas que las que llevamos aquí en la Tierra, aunque sin el estrés, las preocupaciones, la rivalidad y la lucha por la supervivencia que actualmente nos agobian. Estaremos totalmente inmersos en labores trascendentes que afecten para bien la vida de los demás. Emplearemos el tiempo en actividades que nos proporcionen alegría y nos estimulen; no en las tareas pesadas, monótonas, rutinarias y carentes de sentido que a muchos nos toca realizar en nuestra

existencia cotidiana aquí en la Tierra. La Biblia dice que Jesucristo regresará a la Tierra para gobernarla ayudado por nosotros, Sus hijos, durante un período que, por su duración, se conoce como el Milenio.4 Una de las tareas que tendrán durante este periodo los que aman a Dios será reconstruir y reorganizar el mundo y reeducar a sus pobladores. Estableceremos Su reino venidero en la Tierra, y será un sitio mejor donde predominen el amor, la verdad y la justicia; donde todos tengan suficiente y nadie acumule demasiado. Los dos últimos capítulos del Apocalipsis describen una gigantesca ciudad de oro5 que descenderá del cielo una vez concluido el Milenio y se posará en una tierra recién renovada donde Dios habitará con los hombres.6 ¡Los que amen a Dios y hayan reconocido en Jesús a su Salvador vivirán con Él en esa espléndida ciudad dorada! La Biblia revela que las calles de la misma son de oro y que está cercada por un muro compuesto de doce clases de piedras preciosas.7 La buena noticia es que creyendo en Jesús cualquiera puede conseguir una entrada al Cielo y experimentar la dicha, la satisfacción y el amor eterno que Él quiere que cada uno disfrutemos en la vida venidera. Y aunque esta vida no se transforme, cada uno podemos llevar en nuestro corazón una pizca de esa vida celestial aquí y ahora. No importa quién seas, dónde te encuentres ni qué 5


NACER DE NUEVO Para nacer de nuevo y entrar en el espléndido reino de Dios, acepta que Jesús es tu salvador y pídele que entre en tu corazón: Jesús, creo de corazón que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí. Te solicito Tu amor para purgarme de todas mis faltas y perdonarme por todas las veces que he obrado mal. Te abro ahora la puerta de mi corazón y te pido que entres en mi vida, me llenes de Tu Espíritu Santo y me concedas Tu don de la vida eterna. Amén.

hayas hecho, Él promete perdonar. Ninguno de nosotros puede alcanzar un grado tal de bondad como para merecerse el Cielo; ninguno de nosotros por virtud propia es digno de ir allá. Por eso Dios envió a la Tierra a Su Hijo Jesús hace más de 2.000 años. Al morir por nuestros pecados, Jesús pagó por nuestra salvación. De ahí que creyendo en Él como nuestro Salvador podemos recibir Su regalo de vida eterna. Eso nos libera de la carga que supone esforzarnos por ser buenos para obtener el Cielo a base de bondad y rectitud, algo que de todos modos sería imposible, pues somos seres humanos imperfectos y defectuosos. Mediante Su muerte en la cruz Jesús nos abrió a cada uno la puerta para gozar de la vida eterna en Su 6

reino. No podemos acceder a él por méritos propios; tampoco podemos ser tan malos como para quedar excluidos. Jesús nos ama tal como somos. Él te conoce, sabe lo que albergas en tu interior y todo lo que has hecho, hasta tus secretos más íntimos. Lo sabe todo, y aun así te ama, ya que Su amor es infinito. Su amor trasciende con creces todo lo que alcanzamos a ver o a entender aquí en la Tierra. Su amor es capaz de llenar cualquier vacío, de aliviar cualquier dolor o angustia. Puede tornar el pesar en alegría y el llanto en risa, cambiar el sinsentido en sensación de realización. En el momento en que lo precises, puedes pedirle auxilio: Su amor te acompañará y te ayudará. Puedes recibir el amor de Jesús y asegurar tu destino eterno con Él en el Cielo simplemente orando y pidiéndole que te conceda Su don

de salvación. Si abres tu corazón a Jesús y lo invitas a entrar en tu vida, permanecerá contigo para siempre. ¡Jamás lo perderás! Una vez que recibes a Jesús tienes una reservación permanente en el Cielo que no puede cancelarse nunca. Y cuando tu vida en esta tierra toque a su fin, ¡morarás en Su presencia para siempre! Si bien la salvación es un obsequio, una vez que hayas acogido Su amor en tu corazón Él quiere que hagas lo que puedas por amar a los demás y hablarles del divino reino celestial. Preséntale a otros la verdad acerca de Jesús y el amor que te ha dado para que ellos también puedan experimentar gozo, ¡tanto en esta vida como en la venidera! María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■


LA CR

UZ

Sa l ly

G a rc í

a

El año pasado, cerca de la

Navidad, una amiga judía publicó una foto de Israel, en la que se erigían tres símbolos en una exposición al aire libre, que, se suponía, representaban las tres principales religiones monoteístas. Aparecía una menorá judía, la estrella y media luna islámicas y un árbol de Navidad. Le expliqué que un árbol de Navidad no es en realidad un símbolo del cristianismo. Para los creyentes, el símbolo de la Navidad es el niño Jesús en el pesebre, y el emblema del cristianismo es la cruz. En muchas partes del mundo las cruces están desterradas de los lugares públicos y en algunos países, a los cristianos no se les permite lucir una cruz como símbolo de su fe. ¿Tiene la cruz tanto poder que las potestades de las tinieblas deben eliminarla? Pensemos en los cristianos coptos, que durante cientos de años se han tatuado la cruz en la muñeca como testimonio indeleble de su fe, aun cuando enfrentaron brutales persecuciones.1 Acepté a Cristo y Su regalo de salvación en 1970, cuando tenía 18 años y estudiaba en la Universidad 1. V. https://sttekla.org/2019/09/the -meaning-of-our-coptic-cross-tattoo/.

de Texas. En realidad no entendía el concepto de pecado ni la idea de que alguien pudiera haber muerto por mí 2.000 años antes. Lo único que sabía era que necesitaba ayuda. Una amiga cristiana me respondió algunos interrogantes con versículos de la Biblia y luego me preguntó: «Si de veras quieres saber si Jesús es quien dijo que era, ¿por qué no se lo preguntas? Si no te responde, no habrás perdido nada; si responde, lo conocerás por ti misma.» Me entregó una oración escrita para que la repitiera con ella. En la misma pedía perdón por mis pecados y daba las gracias a Jesús por haber muerto en la cruz por mí. No entendí esas palabras y le dije que rezaría en silencio con mis propias palabras. Ella probablemente se tomó con escepticismo mi reacción y dudó de que yo oraría. Sin embargo, cerré los ojos y, en contraste con mi

silencio exterior, clamé interiormente con toda mi alma: ¡Jesús, si eres quien dices ser, por favor ven a ayudarme! Y efectivamente lo hizo. Al cabo de una semana, no solo estaba segura de que Jesús era el Hijo de Dios, sino también que moraba en mí y estaba transformando mi vida. Jesús se convirtió rápidamente en mi mejor Amigo. Durante décadas viajamos juntos por el mundo. Me encantan Sus enseñanzas en los Evangelios y encontré paz en la certeza de Su amor incondicional. Esta Semana Santa, en todos los países y en todas las circunstancias y condiciones, habrá creyentes contemplando la cruz. Qué privilegio poder unirnos a ellos. Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacional. ■ 7


Ruth Davidson

ROCÉ LA MUERTE Para muchos de nosotros el tema

1. Génesis 3:19 2. 2 Timoteo 4:7 NBLH 3. Filipenses 1:21 NTV 4. Filipenses 1:23 NTV 5. Lamentaciones 3:22,23 NTV 6. Salmo 89:1 NBLA 7. Salmo 146:2 NVI 8

de la muerte es tabú: preferimos no pensar ni hablar de él. Sin embargo, tarde o temprano todos los mortales debemos atravesar esa puerta, por aquello de que «polvo eres y al polvo volverás».1 Ocurrió en la Nochebuena de 2013. Nos habíamos reunido con familiares y amigos para disfrutar de las fiestas. Subiendo las escaleras perdí el conocimiento y caí dos o tres escalones. Mi esposo Richard y mi nieto Michael corrieron a ayudarme. Me llevaron al piso de arriba y me acostaron en la cama. Lo extraño acerca de ese súbito destemple es que antes había estado activa, llena de energía, fuerzas y vitalidad. Incluso estuve practicando los ejercicios de yoga que hacía con regularidad. De pronto y sin previo aviso, mi vida cayó en picado. En aquel momento no teníamos idea de lo que me pasaba, pero un análisis de sangre reveló que tenía hepatitis C. El médico explicó que ese virus puede


permanecer latente en el organismo hasta 30 años. Durante los últimos 40 años habíamos desempeñado labores misioneras, y si no nos engañaba la memoria, lo más factible era que contraje la enfermedad 30 años atrás cuando me operé de un pie y hubo complicaciones, por lo que fue necesaria una transfusión de sangre. En los meses siguientes me llevaron tres veces de urgencia a la unidad de cuidados intensivos. Los médicos me hicieron todos los exámenes imaginables en un intento por salvarme la vida, pero la situación pintaba negra. Cuando se disiparon todas las esperanzas, los doctores finalmente recomendaron a mi esposo que me llevara a morir en paz en mi casa rodeada de mis seres queridos. Dicho y hecho, Richard me llevó a casa, pero ni soñar que iba a dejarme partir así nomás. Él y mi familia, con el apoyo de amigos de todas partes del mundo, rezaron con fervor día y noche por mi curación. Estoy segura de que el amor, la preocupación y las plegarias de todos ellos fueron ingredientes clave para mi recuperación. Dios sigue en el trono y la oración cambia las cosas. Esa no era la primera vez que me encontraba en el umbral de la otra vida. Ya en dos ocasiones había estado en esa dimensión medio surrealista, en la que el sonido me parecía lejano, casi como un eco distante. La primera, a los 13 años de edad, cuando estuve a punto de ahogarme; y la segunda cuando estuve en coma

cuatro días. Tuve la impresión de que me deslizaba o me alejaba, como si un vacío invisible me aspirara y me absorbiera. Me sentía tan indefensa e incapaz de luchar, con mis fuerzas tan menguantes, que estaba segura de que mi vida en la tierra ya tocaba a su fin. Esta tercera experiencia empezó abruptamente, pero avanzó con mucha más lentitud. Es verdad que esta última vez pensé que sería la definitiva, que la vida había terminado para mí. Me encontraba débil, desorientada; en aquel estado dudaba de si la ardua lucha para superar ese encuentro cercano con la muerte valía la pena. Las palabras del apóstol Pablo se me cruzaron de súbito por la cabeza: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.»2 Casi había perdido toda esperanza de recuperarme. Me parecía que aunque me dieran más tiempo estaría condenada a una mera subsistencia en esta Tierra. Sería una prisionera atrapada en un cascarón de cuerpo, completamente indefensa y dependiente de otras personas para todo. Hasta tendrían que empujarme en silla de ruedas el resto de mis días. No temerosa de la muerte y con la plena seguridad de que me iría al cielo, estaba lista para aceptar mi paso al más allá. Una vez más, me vinieron unas palabras del apóstol Pablo: «Para mí, vivir significa vivir para Cristo y morir es aún mejor».3 Aunque no estaba en la cárcel, estaba presa de mi propia carne, atrapada en

un cuerpo casi inválido que no podía valerse por sí mismo sin la ayuda de otros. En lo más profundo de mi alma me debatía entre dos deseos: «Estoy dividido entre dos deseos: quisiera partir y estar con Cristo, lo cual sería mucho mejor para mí.»4 Cuando estaba a punto de ceder a la invitación de la muerte, Richard se inclinó hacia mí y con ternura me susurró: «Mi vida, te amo». Aunque había oído esas palabras de su boca incontables veces a lo largo de los años, esa vez fue como si un rayo cegador perforara toda aquella oscuridad, un fulgurante haz de esperanza, acompañado de amor. ¡Esas palabras de cariño me devolvieron con ímpetu a la vida! En ese momento tuve nuevas fuerzas y valor para superar y vencer el punzón de la muerte. Cada mañana que veo salir el sol tengo que pellizcarme para tomar conciencia de que he escapado de la tumba. «El fiel amor del Señor nunca se acaba. Sus misericordias jamás terminan. Grande es Su fidelidad; Sus misericordias son nuevas cada mañana.»5 Cada rato me refresco la memoria para no olvidar que cada día es un regalo y que nada se debe dar por hecho. Estoy muy agradecida de que mi encuentro con la muerte se postergó. «Por siempre cantaré de las misericordias del Señor; con mi boca daré a conocer Tu fidelidad a todas las generaciones.»6 «Alabaré al Señor toda mi vida; mientras haya aliento en mí, cantaré salmos a mi Dios.»7 ■ 9


Respuestas a tus interrogantes

L O N U EVO ME DE S ES TA B I LI ZA P

regunta: Prefiero la estabilidad y las tareas habituales a los cambios espectaculares, aunque me hago cargo de que estos son inevitables. Las vicisitudes me producen desasosiego. ¿Cómo puedo aprender a adaptarme a las circunstancias cambiantes para que no sacudan tanto mi mundo?

R

espuesta: Tienes razón; los cambios son inevitables. De hecho, la vida está llena de vericuetos. Crecer en estatura nos lleva unos 20 años; alcanzar la estatura moral y espiritual que Dios desea que tengamos toma toda una vida. Las dificultades que tienen nuestros hijos en su etapa de desarrollo influyen en nosotros casi tanto como en ellos. También nos afecta cuando personas muy queridas para nosotros pasan por épocas tumultuosas. Las relaciones a todo nivel siempre van evolucionando. Igualmente inciden en nuestro ánimo asuntos de carácter público y global: la economía, la política, el medio ambiente. Es imposible eludir los cambios, pero sí podemos aprender a sacarles el 1. Mateo 19:26 2. Filipenses 1:6 10

máximo provecho. He aquí algunas pautas para lograrlo: Hacer distinciones. Separa aquellos aspectos sobre los que ejerces cierto control de los que están fuera de tu control, y encomiéndaselo todo a Dios, que en última instancia es Señor de todo. Catalogar los temas. Discrimina entre los aspectos prácticos y los emocionales, y aborda cada uno como corresponda. Juntos pueden parecer abrumadores, pero por separado suelen ser más abordables. No cerrarse. Puede que lo que haces y el modo en que lo haces te hayan dado resultados bastante buenos hasta ahora; pero también es posible que haya mejores alternativas. Recabar la ayuda de Dios. Las circunstancias lo pueden rebasar a uno, pero no a Él. «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.»1 Mantener una actitud positiva. Concéntrate en las oportunidades en vez de fijarte en los obstáculos. Buscar y brindar apoyo. Lo más probable es que no seas el único interesado. Comunícate e investiga

soluciones que terminen por beneficiar a todos. Tener paciencia. El progreso suele constar de tres fases: un paso para atrás y dos para adelante. Pensar a largo plazo. «[Dios] que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.»2 ■

O R A C I Ó N PA R A ÉPOCAS DE TRANSICIÓN Padre celestial, Tu creación cambia incesantemente, con estaciones, ciclos y constante movimiento. Ayúdame a mí a fluir de la misma manera, a no tener miedo de abandonar mis hábitos y procedimientos acostumbrados para descubrir cosas nuevas. En lugar de refugiarme en la seguridad y comodidad de lo conocido, ayúdame a aventurarme por nuevos territorios. Que no me estanque, sino que progrese y avance continuamente. Sobre todo, ayúdame a cambiar en los aspectos en que quieres que cambie, para que pueda desarrollar todo el potencial que Tú sabes que tengo.


S O T N E M MO S O N R E T E Rosa ne Pereir a

Una vez viajaba en una camioneta llena de gente, entre ella mi hija mayor, su marido y mi nieta de dos años, Sharon. Cuando Sharon se puso inquieta, me senté a su lado y le dije: —¡Vamos a cantar! Enseguida se calmó y procedimos a cantar su tema favorito, «Cuaqui el patito». —¡Otra vez, abuela! —una, dos, veinte veces la pidió, hasta que todos en la camioneta le rogaban que cambiara de canción, a lo que ella respondía invariablemente: —¡Otra vez, abuela! En la siguiente parada y para alivio de todos, su madre compró una colación que la distrajo. No obstante, 14 años después aún recuerdo el buen rato que pasamos mientras ella disfrutaba de la canción y yo de su satisfacción. El mes pasado, Diana —la menor de mis nietas— vino a pasar una tarde conmigo. Tiene tres años y es

tan vivaz y llena de energía como lo era Sharon a su edad. La invité a acompañarme al mercado, a lo que ella respondió: —¡Solo si la tortuga va también! Esa tortuga es un enorme peluche que su madre dejó en mi casa, dado que vive en un pequeño apartamento donde la comunidad juguetera ya está bien poblada. Cuando llegamos al mercado, intenté ponerla en un carrito con la tortuga, pero la niña insistió en poner la tortuga en un carrito pequeño y empujarlo ella sola. Colocó el juguete de cara a ella, para que pudiera verle el rostro todo el tiempo. En cuanto llegamos a casa, me pidió lápices de colores y papel y procedió a dibujar una reproducción sorprendentemente fiel de su tortuga. Dibujó la cabeza triangular, la piel rosa, la boca morada, los dos ojos con círculos exteriores e interiores, como los originales, y luego el pelo. Nunca me había dado cuenta de que

la tortuga era rosa y, sobre todo, de que tenía pelo, aunque llevaba meses en mi sofá. El dibujo resultó ser una obra de arte para una nena de tres años, que enseñé con orgullo a toda la familia y colgué en la puerta de mi armario. En su libro God Came Near (Dios se acercó), Max Lucado describe muy bien estos momentos: «Son instantes eternos. Momentos que nos recuerdan los tesoros que nos rodean. Momentos que nos reprenden por perder el tiempo con preocupaciones temporales, como el dinero, las propiedades o la puntualidad. Que pueden suscitar lágrimas en los ojos de los corazones más duros y dar una nueva perspectiva a la más sombría de las vidas». Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional. ■ 11


Li Lian

NATALIE Y SU ESCUELA DOMINICAL Conocí a Natalie hace años en una importante

empresa de construcción donde trabajaba como contable. Una colega suya le había enseñado la revista Conéctate, y luego nos dijo que quería recibir el número mensual. Natalie mencionó que dirigía una escuela dominical y nos contó cómo había comenzado. Años atrás se había sentido muy desconcertada respecto de su relación con Dios. Sabía que Él la había bendecido profusamente, con un marido cariñoso, un buen trabajo, una casa bonita y muchos amigos. Por otro lado, parecía que por mucho que rezara no conseguía lo que más quería en la vida. Durante más de siete años —desde su matrimonio— ella y su marido habían querido formar una familia, pero todos los tratamientos e intervenciones médicas que probaron habían fracasado. Aún más desconcertante era el hecho de que, a juzgar por la opinión de los médicos, no había ninguna explicación lógica para que la pareja no pudiera tener un hijo. Al llegar cada día del trabajo a su casa, donde reinaba el silencio —el trabajo de su marido lo obligaba a trabajar largas horas—, siempre sentía que le faltaba algo. Natalie

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había pedido que rezaran por ellos en todos los grupos de oración que conocía. Aunque ella y su marido habían hablado de la posibilidad de adoptar, todavía no habían decidido a qué agencia recurrir ni cuándo. Una mañana, frente a su vestidor, mientras se preparaba para el trabajo, comenzó a orar por la jornada que tenía por delante. Se sentía estresada por algunas dificultades que enfrentaba en el trabajo, lo que rápidamente se agudizó suscitándole inquietud sobre su vida y su futuro. La ansiedad se apoderó de ella no sabiendo si las decisiones de ella y su marido eran las más acertadas y cómo afectarían su vida en un futuro. Justo en medio de aquella confusión escuchó a Dios hablarle quedamente al corazón. Le preguntó si estaba dispuesta a dejar de lado los temas conflictivos a los que se enfrentaba y dedicar su atención a ayudar a los demás. Mientras reflexionaba, corrió la cortina de su ventana del segundo piso y miró hacia afuera. No muy lejos alcanzó a ver unas hileras desordenadas de chozas de lata y cartón. Un grupo de unos 12 niños, vestidos con ropas andrajosas, jugaba afuera. Algunos corrían pateando un


Hay personas que viven en un mundo de sueños y otras que se enfrentan a la realidad; luego están las que transforman lo uno en lo otro. Douglas H. Everett (1916-2002)

balón de fútbol improvisado; otros estaban sentados en el suelo hablando, y otros jugaban con botellas de plástico vacías en la tierra. Ninguno de los niños calzaba zapatos. Natalie sabía que probablemente muy pocos habían tenido la oportunidad de asistir al colegio durante un tiempo prudencial, lo que significaba que la mayoría acabarían semianalfabetos o completamente analfabetos. Eso le dio una idea. Ese mismo día, al volver del trabajo, se cambió de ropa y bajó hasta donde estaban los niños. Los llamó y los invitó a hacer un juego todos juntos. Al domingo siguiente volvió y les contó un relato de la Biblia, que ilustró en una pizarra que llevó consigo. Todos los siguientes domingos por la tarde les presentaba nuevos juegos, actividades y narraciones. Les enseñaba a leer y a cantar, les explicaba los principios elementales de higiene y, de vez en cuando, les llevaba comida, ropa u otras cosas que necesitaban. Luego de impartir varios meses aquellas sencillas clases dominicales de religión, de repente empezó a sentirse muy mal y con náuseas. Efectivamente, había quedado embarazada. Con el tiempo las náuseas se disiparon y

continuó dando catequesis a los chiquillos en el curso de todo el embarazo, hasta dar a luz a un niño. ¡Ella y su marido estaban encantados! Me cuenta que su hijo ya tiene edad para ayudarla a dirigir la escuela dominical. Prepara todas las notas que ella va a enseñar, la ayuda a organizar las cosas y participa en los juegos. En una reunión anual Natalie subió al escenario y le habló al público sobre su vivencia. Animó a las madres a participar activamente con los niños de sus respectivos barrios. A veces en la vida da la impresión de que tenemos que esperar mucho tiempo para ver cumplidos los deseos de nuestro corazón. Dios a veces permite la demora para que nos acerquemos a Él. Pero cuando le damos prioridad a Él y a Su servicio podemos confiar en que obrará Sus buenos propósitos en nuestra vida en el momento y por el rumbo que Él considere más apropiados. Li Lian es una profesional licenciada en tecnología de la información y trabaja como administradora de sistemas de una organización humanitaria de África. ■ 13


Koos Stenger

LA NOCHE QUE SE RIO Me desperté en medio de la noche por un ruido extraño. Miré alrededor de la habitación. Mi mujer seguía profundamente dormida y su respiración acompasada me daba seguridad de que todo estaba normal. Pero cuando me estaba quedando dormido otra vez, lo volví a oír. —Jajajá... Jajá. Con mucho cuidado, para no molestar a mi mujer, me escabullí de la cama y miré a Martín —nuestro bebé— en su cuna. Sonreía dormido. —Buajajá. —Otra burbuja de alegría brotó de sus pequeños labios. Esa vez despertó también a mi mujer. —¿Qué pasa? —me dijo frotándose los ojos. —No lo sé, pero Martín parece estar pasándolo bien. Martín casi nunca lo había pasado bien. Desde su nacimiento, su vida había sido muy sufrida. Él y su hermano gemelo nacieron prematuramente, sietemesinos. Su hermanito estaba sano, pero Martín tenía una afección cardíaca. Apenas tenía seis semanas cuando lo operaron. Al salir de cirugía el médico sonrió y con el pulgar hacia arriba nos dijo: 14

—Todo ha salido bien. Su pequeñín es un luchador. Pero no todo salió bien. Mientras su hermano crecía y era un bebé sano y alegre, Martín se debilitaba cada vez más, a tal punto en que se resfriaba con la más mínima corriente de aire. Sin excepciones pasaba del resfriado a la neumonía, y terminábamos nuevamente enfrascados en el mundo de los tubos, los médicos y el estrés. Cuando Martín me miraba con sus ojazos y expresión seria, yo percibía su singular ternura. Pero ¿feliz? Ni hablar, esa no era la palabra para describirlo. Casi nunca sonreía. ¿Y quién podía culparlo? ¿Cómo consolar a un bebé que no entiende por qué sufre, o que su vida podría ser diferente? Mamá y papá rezábamos fervientemente por él todos los días. Dios mío, te rogamos que lo sanes, que se mejore. Cierta noche —una semana antes de su primer cumpleaños— mi mujer rezó una oración distinta. Los constantes traslados al hospital, el dolor permanente grabado en la carita de Martín y el miedo sin tregua se hacían insostenibles.

—Dios mío —imploró mientras nos arrodillábamos junto a su cuna—, pongo a Martín en Tus manos. Si quieres llevártelo, lo acepto. Pero pase lo que pase, no permitas que sufra más. Esa fue la noche en la que Martín se rio. En un momento dado soltó una carcajada, agitando sus pequeños puños de emoción. Durante casi una hora estuvo entre risitas y risotadas mientras nosotros lo observábamos con lágrimas en los ojos. Al día siguiente, cuando amamantaba, de golpe se puso pálido. —¡Algo no está bien! —gritó mi mujer. Corrí hacia él justo a tiempo para presenciar los últimos momentos de Martín en este mundo. Mi mujer y yo nos miramos. Aunque sentíamos una profunda tristeza, también nos rodeaba una hermosa paz. Sabíamos que Martín se había ido a casa. Koos Stenger es escritor independiente. Vive en los Países Bajos. ■


Marie Alvero

PRIMERO EL PERDÓN Les he hablado de estas cosas para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción, pero ¡tengan valor; yo he vencido al mundo! Jesús, Juan 16:33

El evangelio de Marcos nos ofrece el relato de un paralítico al que Jesús curó. El Maestro se encontraba predicando Sus enseñanzas en una habitación tan llena de gente que los amigos del hombre tuvieron que hacer una abertura en el techo y bajarlo en su cama. Sorpresivamente, las primeras palabras de Jesús fueron: —Tus pecados están perdonados. Algunos en la multitud se asombraron de que Jesús declarara que podía perdonar los pecados, por lo que prosiguió diciendo: —Para que sepáis que tengo el poder de perdonar los pecados, toma tu lecho y camina. Como era de esperar, el hombre hizo eso precisamente. Sin embargo, ¿te has preguntado alguna vez por qué lo primero que le ofreció Jesús fue el perdón? ¿No era su necesidad más aparente la curación? Tal vez lo sea para ti y para mí, que damos tanta importancia a cómo nos va en esta vida, y tal vez hasta lo era para

el paralítico aquel día. Pero Cristo, que ve la eternidad en su conjunto, sabía que lo que más necesitaba aquel hombre era el perdón. Volví a leer ese relato unos días después de recibir la noticia de la muerte de una persona. Otra familia sin un padre. Más dolor. Mi corazón indagó entonces: Jesús, ¿por qué no nos sanas ya? ¿Cómo puedes permitir que suframos tanta desazón? Creo que me siento un poco así cada vez que me entero de una noticia triste. Y aunque eso aceptable, poner el foco en esa frase del relato me hizo pensar que tal vez tengo las cosas al revés. Sin duda que quiero estar bien hoy mismo. Y me gustaría que todos estuvieran bien. Deseo sanación, provisión de mis necesidades, paz, seguridad, alegría y todas las cosas que hacen placentero nuestro paso por la vida. Sin embargo, Jesús ya lo ha arreglado todo al ofrecernos el perdón de nuestros pecados, del mismo modo que ofreció al cojo la

sanación de su espíritu antes que la de su cuerpo. Este año ha habido tantas pérdidas en mi pequeño mundo que me ha obligado a repensar las cosas en esos términos. ¿Mi esperanza de verdad está cifrada en el Cielo, o apuesto más por esta vida terrenal? Jesús advirtió que hasta Sus seguidores continuarían sufriendo tribulaciones en este mundo y que no dejarían de afrontar pérdidas, muertes y sufrimiento. No obstante, enseguida nos dio la promesa de que Él había vencido y que por ende los ayudaría —a ellos y a nosotros— a hacer lo mismo. Gracias a ello podemos cobrar ánimo. Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Actualmente lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU. ■ 15


De Jesús, con cariño

ETERNAMENTE Y PARA SIEMPRE Yo entrego Mi amor a raudales, continuamente y sin cesar. Pero la medida en que tú lo percibes o lo notas depende de tu fe, de cuánto te fijes y lo reconozcas en las múltiples manifestaciones que hago de él cada día. Así lo veas, lo sientas y lo reconozcas, o no, eso no altera el hecho de que Mi amor es constante, copioso e incondicional. No puedes merecerlo o ganártelo a pulso o ser digno de él, pues te lo brindo a modo de obsequio. Te quiero porque te quiero. Es así de sencillo. Te amo, y jamás dejaré de hacerlo. Mi amor además no mermará nunca. Siempre te profesaré un amor perfecto, interminable, abundante. Anhelo que participes de este amor Mío en toda su riqueza y belleza. El amor que abrigo por ti es eterno.


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