Conéctate, número de agosto de 2014: Las vueltas de la vida

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CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

EN TÁNDEM POR LA VIDA Una aventura de a dos

Otra forma de estabilidad La enfermedad que me salvó

Todo tiene sentido Incluso cuando no lo parece


Año 15, número 8 A N U E S T RO S A M IG O S A u x i l io e n t i e m p o s de pru e b a Entre los aspectos más difíciles de asimilar de la vida cristiana resalta el hecho de que abrazar el camino de la fe y seguir a Jesús no nos inmuniza automáticamente contra pruebas y tribulaciones. Por mucho que sabemos que Dios es amor1, aun los que tenemos fe en Él estamos expuestos a enfermedades, lesiones, aprietos económicos, preocupaciones, temores e incluso a la muerte, tanto como —valga la redundancia— todos los demás mortales. Jesús no doró la verdad; pero al mismo tiempo nos ofreció una formidable esperanza cuando dijo: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo»2. Aunque Dios no siempre resuelve nuestros conflictos ni arregla lo que nos causa contrariedad, todo lo nuestro le interesa. ¡Nos conoce tan íntimamente que hasta sabe cuántos cabellos tenemos en la cabeza!3 Entiende los laberintos por los que pasamos, aunque nosotros no encontremos palabras para expresar lo que nos sucede4, y se compadece de nosotros cuando algo nos duele5. Es verdad que no nos libra de sufrir adversidades, pero podemos sacar fuerzas y esperanzas del conocimiento de que Él está con nosotros y nos socorrerá. «Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que lo aman»6. Naturalmente, es muy reconfortante saber que contamos con el favor de Dios y que Él hará que todo mal trago y todo trance redunde en bien nuestro. Así y todo, cuando sufrimos reveses, los seres humanos también anhelamos el apoyo y la ayuda de nuestros congéneres. La tristeza y el sufrimiento abundan a nuestro alrededor, y sería quimérico pensar que seremos capaces de resolver todos los problemas que se nos presenten. No obstante, cada uno de nosotros puede poner su grano de arena para aliviar la carga de alguna persona que esté atravesando duros momentos. Recordemos lo que dijo Santa Teresa de Ávila (1515–1582): «Cristo no tiene ahora otro cuerpo que el tuyo. No tiene otras manos y pies en la Tierra que los tuyos». Gabriel García V. Director 1. V. 1 Juan 4:8

4. V. Romanos 8:26

2. Juan 16:33 (nvi)

5. V. Salmo 147:3

3. V. Lucas 12:7 2

6. Santiago 1:12 (lpd)

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Director Gabriel García V. Diseño Gentian Suçi Producción Samuel Keating © 2014 Activated. Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd. A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.


m e d n a a d t i En r la v po '

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Cuando conocí a Jesús, mi vida se transformó en algo así como un paseo en bicicleta, concretamente en tándem. Yo iba en el asiento delantero conduciendo; Él iba en el de atrás y me ayudaba a pedalear. No recuerdo en qué momento Él me propuso que cambiáramos de asiento. Ese día mi vida dio un vuelco. ¡Él le agregó emoción al paseo! Cuando yo manejaba, iba por rutas conocidas. El recorrido era seguro y previsible, pero algo aburrido. Yo siempre iba de un punto a otro por la vía más corta. Mas cuando Jesús tomó el manubrio, eso cambió. Él conocía rodeos muy entretenidos que nos llevaban cuesta arriba por las montañas y tenían tramos por los que bajábamos a velocidades vertiginosas. ¡Tenía que agarrarme con todas mis fuerzas! No quería poner en duda Su buen juicio, pero en una ocasión no pude evitar preguntarle:

—Jesús, ¿podríamos ir un poquito más despacio? Tengo miedo. Se dio la vuelta, me miró, me sonrió, me tocó una mano y me aseguró: —No te preocupes. Pedalea. A veces, un poco inquieto, le preguntaba: —¿Adónde me llevas? Riéndose, respondía: —Es una sorpresa. Poco a poco aprendí a confiar. Dejé atrás la vida de tedio que había llevado hasta entonces y me lancé a la aventura. Jesús me llevó a conocer gente provista de los dones que me hacían falta: amor, curación, aceptación, gozo. Esas personas me regalaron sus dones para que los llevara en mi viaje —la travesía en la que estaba embarcado con el Señor—, y partimos de nuevo. Luego Él me dijo: —Distribuye los dones. Eso hice. Entonces ocurrió algo de lo más curioso. Descubrí que, mientras más repartía los dones,

en mayor medida disponía de ellos para mi propio uso y para repartir entre las personas con quienes nos encontrábamos. Con todo, nuestra carga era ligera. Al principio no me fiaba de Jesús. No me hacía gracia que Él dirigiera mi vida; pensaba que la iba a echar a perder. Pero Él conoce las características y limitaciones de la bicicleta, así como muchas maniobras. Sabe tomar curvas cerradas a gran velocidad, hacer saltar el tándem para pasar por encima de una piedra y hasta hacerlo volar cuando deja de haber camino. Estoy aprendiendo a no preocuparme y a no desear controlar nuevamente mi vida. Me limito a relajarme, disfrutar del panorama y de la fresca brisa que me golpea el rostro y deleitarme en la constante compañía de Jesús. A veces todavía me canso cuando una etapa es larga y difícil. Jesús solo me sonríe y me dice: —Pedalea. ■ 3


SUFRIR PENALIDADES Adaptación de un artículo de María Fontaine

Los cristianos no estamos exentos de sufrir desventuras en esta vida, por más que algunos piensen lo contrario. El considerar que nuestra fe debería escudarnos de apuros, batallas y sufrimiento puede llevarnos a albergar cierto complejo de mártir cuando las cosas salen mal. Hasta podemos llegar a pensar que no hay nadie que pase más penalidades que nosotros. Si piensas eso, no tienes más que echar un vistazo a tu alrededor y fijarte en lo que tienen que aguantar otras personas, creyentes y no creyentes. Quizás encuentres algunas que en este momento están en mejor situación que tú. Mucha gente, 1. 2 Timoteo 2:3 2. Santiago 1:12 (ntv) 3. Hebreos 10:36 (ntv) 4. Romanos 5:3,4 (nvi) 4

sin embargo, está muchísimo peor en aspectos fundamentales, y por ejemplo ni siquiera tiene cubiertas sus necesidades básicas. Si bien los cristianos nos enfrentamos a obstáculos físicos parecidos a los de las demás personas y tenemos dificultades en abundancia, por lo menos la mayoría entendemos el concepto contenido en la Palabra de Dios de que los problemas tienen una razón de ser, de que detrás de todo hay un designio divino. Aunque de buenas a primeras no veamos el bien que se puede derivar de los reveses que sufrimos, sabemos que pueden dejarnos enseñanzas y fortalecernos. Eso de por sí los hace más llevaderos. Hay quienes lidian durante años con una dolencia, con un jefe complicado o con un trabajo que detestan. Otros, tanto cristianos como no cristianos, son víctimas

del ridículo, la crítica o el rechazo de otras personas. Incluso llegan a sufrir persecución por defender sus principios. Los cristianos solemos entender que las penalidades redundan en nuestro bien. Los no creyentes, en cambio, no tienen un Salvador que los consuele y los ayude a descubrir el propósito de su sufrimiento. Puede que tengamos numerosas dificultades; pero en comparación con muchos que hacen frente a la vida sin una fe que le dé sentido a todo, nosotros llevamos una existencia relativamente fácil. Nuestras adversidades nos enseñan y nos hacen crecer como personas. Las pruebas que atravesamos nos educan en paciencia, en aguante, y nos enseñan a aferrarnos a las promesas de Dios y a «sufrir penalidades como buenos soldados de Jesucristo»1; no solo un día, una semana o un mes, sino tal vez muchos meses o años seguidos. La Biblia dice: «Dios bendice a los que soportan con paciencia las pruebas»2. «Perseverar con paciencia es lo que necesitan ahora [cuando los


Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, Él les dará también una salida a fin de que puedan resistir. 1 Corintios 13:10 (nvi)

MÁS GR ACIA NOS DA

asedian las dificultades] para seguir haciendo la voluntad de Dios»3. Pablo inclusive nos exhortó a gloriarnos «en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza»4. Es posible que pasemos por largas temporadas en que no podamos dejarnos afectar en modo alguno por las circunstancias porque las cosas marcharán mal y nos sentiremos fatal. Precisamente en momentos así debemos aferrarnos a la verdad de la Palabra de Dios y recordar que Él nos ama y sigue preocupándose por nosotros independientemente de cómo nos sintamos. Aun cuando parezca que todo absolutamente obra en contra de nosotros o anda mal, podemos tener la confianza de que el bien acabará por triunfar y Jesús saldrá victorioso. M ar ía Fontaine y su esposo, Peter A mster da m, dir igen el movimiento cr istiano La Familia Inter nacional. ■

SI VIERAS EL MAÑANA Si vieras el mañana como Dios lo ve, sabrías que ya llegará el amanecer. No enfrentarías con temor las penas, sino con valor, pues pronto cesará el dolor. ¡Confía en Él! Si conocieras el mañana como Dios, por qué hay un gran vacío en tu corazón, sabrías que la oscuridad viene antes de la claridad. Un día todo el mal se irá… ¡Él prometió! ¿Qué nos deparará el futuro?, pienso yo. Mas a menudo en Su sabiduría Dios lo oculta, pues así quizás a Él nos aferramos más. Nos guiará hasta el final… ¡Él prometió! Norman Clayton (1903–1992)

Más gracia nos da cuando añade otra carga. Más fuerzas nos da al aumentar la labor. A más sufrimiento, más misericordia. A más aflicciones, más paz interior. Y cuando se agota nuestra resistencia y flaquean las fuerzas antes de terminar, cuando hemos gastado ya nuestros recursos, los dones de Dios comienzan a obrar. No temas que Él sea incapaz de ayudarte o de remediar tu infeliz situación. Apóyate, pues, en Sus brazos eternos. Tu carga por ti llevará el buen Señor. Su amor es inmenso, Su gracia es eterna. No hay límite alguno a Su potestad. De Sus infinitas riquezas, el Padre reparte y añade y vuelve a aumentar. Annie Johnson Flint (1866–1932) ■ 5


RECONSTRUCCIÓN DE UNA VIDA Mag Rayne

Mi primer encuentro con Nadia se produjo hace siete años,

cuando una amiga nos la trajo a casa a las 10:00 de la noche. Se la veía pálida. Tenía los ojos hundidos y la mirada perdida. Su cabello, que obviamente en otro tiempo había estado bien cuidado, se veía seco y enredado. Aun antes de que abriera la boca, su ropa, sus muecas y su lenguaje corporal nos dieron a entender que había perdido toda esperanza. Supe que apenas un año antes Nadia era la envidia de muchas mujeres del vecindario: era bonita, gozaba de buena reputación, llevaba 30 años casada y era una madre 1. V. Romanos 8:28 2. Salmo 42:5,6 (ntv) 6

perfecta para sus dos hijas. Vivía en una casa grande y vistosa en la que con frecuencia organizaba reuniones sociales con sus amistades. Sin embargo, cuando se sentó en nuestra sala aquella noche sujetando firmemente la mano de su amiga, todo aquello había quedado atrás. Su vida había dado un vuelco: su marido se había divorciado de ella, y el negocio que tenían en común estaba al borde de la quiebra. Llevaba varios meses de atraso en el pago de la hipoteca, y estaban por embargarle la casa. Su marido hasta había intentado conseguir que se la declarara enferma mental con el objeto de adueñarse de la casa y el negocio. A consecuencia del quiebre de su matrimonio, ella sentía que su mundo se estaba

desmoronando. Hasta su salud había sufrido un franco deterioro, y hacía poco había llegado a tener un infarto. Para colmo de males, de pronto la mayoría de sus amigos estaban muy ocupados y difíciles de ubicar. Por la crianza tradicional que le habían dado, Nadia apenas había adquirido una fe superficial y una vaga noción de un Dios «lejano», según lo describió ella. No obstante, en ese momento era consciente de que no lograría superar su crisis si no invitaba a Dios a desempeñar un papel mucho más activo en su vida. La primera oración que hicimos con ella le levantó un poco el ánimo. Hacia el final de nuestra conversación se comprometió a asistir regularmente a nuestros estudios bíblicos.


Los tiempos difíciles me han hecho co maravillosa mprender m que es la vid ejor lo infinit a y que much más mínima amente rica as cosas que n importancia. y os preocupan Karen von Blix no tienen la en-Finecke (1 885–1962) En la vida si empre nos en fr en taremos a o brillantemen portunidad te disfrazad es que Dios as de exigen nos ofrece, cias y dificu ltades. Cha rles Udall Cuando men os lo esperam os, la vida n pone a prueb os coloca del a nuestro co ante algún o raje y nuestr inútil fingir q bstáculo qu a voluntad d ue no ha pas e e cambio. En ado nada, o preparados. ese momen excusarnos El desafío no to es d ic ie ndo que aún aguarda. La Paulo Coelho no estamos vida no mira (n. 1947) hacia atrás. Afrontar en la vida emp resas difícile opcional. R s es inevitab oger Crawfo le; dejarnos rd (n. 1960) vencer por el las es Cuanto may or es el obst áculo, mayo r es la gloria de superarlo . Molière (162 2–1673)

bellísima fore ha dado una m sa ya pa o m les co a albergado Visitar hospita que nunca habí ar ul ng si or un am ión sin igual taleza interior, e. Es la sensac m ar eg tr en de Nadia facción o en el pesar. antes, y la satis r vacío y sumid se un a ría eg de llevar al

En los meses que siguieron se cimentó en la fe y la oración, de tal manera que era capaz de hallar respuestas a sus propios interrogantes y contrarrestar sus pensamientos tristes y ansias. Sus progresos fueron paulatinos, con unos días mejores que otros. Aunque tuvo un par de años de altibajos, nunca perdió la esperanza, y continuó dando pasos hacia su sanación interior y un futuro mejor. Con el tiempo, recobró la voluntad de vivir, trabajar, ocuparse de su familia y dar buen ejemplo a sus hijas. Aunque algunas personas de su entorno catalogan de tragedia su experiencia, ella la considera una muestra más de que Dios es capaz de hacer redundar todo en nuestro

bien1. Tiene claro que sin esa profunda crisis del alma y la destrucción de su mundo anterior no habría llegado a entender cabalmente el amor del Creador ni habría descubierto el verdadero sentido de su vida. Su escala de valores ha cambiado: ahora Jesús está primero. Las dificultades económicas y de vivienda de Nadia siguen sin resolverse. Siete años más tarde prosigue el litigio para conservar su casa, y ella sobrevive gracias a una pequeña pensión y algunos trabajos de media jornada. Aunque sus aprietos económicos persisten, con frecuencia se ofrece de voluntaria para las labores de nuestra fundación y hasta participa en nuestro programa de payasos de hospital.

Lo más importante de todo es que está en mejores condiciones de afrontar los avatares de la vida. Perdió el miedo a perder, porque tiene la certeza de que Aquel que la sacó adelante de la crisis más profunda de su vida nunca la abandonará. Cual ave amparada en las manos del Altísimo, Nadia observa las dificultades de la vida y ya no le parecen tan imponentes como antes. Al igual que el rey David, declara con una sonrisa: «¿Por qué estoy desanimada? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Lo alabaré otra vez, ¡mi Salvador y mi Dios!»2 M ag R ay ne dir ige una fundación de voluntar ios en Croacia. ■ 7


Otra forma de estabilidad Lily Neve

«Ya no volverán».

Recuerdo cómo me sentí cuando la realidad de la situación por fin caló en mí: sola, temerosa e insegura. Llevaba años trabajando en una obra de servicio social en un país pobre del Sur de Asia. Participaba muy activamente y aportaba algo a la obra, pero esta no dependía de mí; yo era un simple engranaje de la maquinaria, y eso me venía de perlas. Me sentía segura y me podía beneficiar de los años de experiencia de los demás, eso sin hablar de su respaldo económico. Pocos motivos tenía para preocuparme. Pero en el transcurso de un verano todo cambió. De golpe los planes de mis compañeros de labor se vieron radicalmente alterados por trastornos de salud y las necesidades de sus hijos en materia de educación. Se fueron, y las obras de beneficencia quedaron en mis manos, eso siempre y cuando fuera capaz de mantenerlas en marcha. Sabía que tendría que evaluar a fondo la situación y reflexionar sobre 8

el futuro de la obra que habíamos establecido. Los primeros meses gozaría de cierta estabilidad, pues mis compañeros habían dejado recursos para ello. Pero no tenía ni idea de lo que iba a pasar después. Justo en esa época me enfermé más gravemente que nunca. Durante más de un mes estuve casi todo el tiempo en cama. Apenas podía comer. Por alguna extraña razón, ese estado de completa incapacidad en que me encontré a raíz de mi dolencia me impidió caer en la ansiedad y la desesperación, cosa que habría hecho en circunstancias normales. Simplemente estaba demasiado enferma para alarmarme. Lo único que podía hacer era tratar de llegar hasta el final del día y luego hasta el final de la noche. No me quedaban energías para preocuparme. En ese estado de incapacidad, Dios fue mi permanente compañero y obró en mi favor. Con el paso del tiempo, no hubo mayores cambios ni intervenciones

en la obra, pero nunca faltó nada: donantes para las diversas campañas, un empleo cuando surgió la necesidad. Apenas se cerraba una puerta, se abría otra. Si bien siempre había valorado la estabilidad, en aquel período de cambios y de brusca independencia descubrí otro tipo de estabilidad y felicidad. Finalmente llegué a una firme conclusión: mantendría la obra en funcionamiento mientras pudiera, es decir, mientras Dios me ayudara a hacerlo. La vida es imprevisible, y no está exenta de contrariedades. Así y todo, estoy más contenta que nunca. Estoy segura de que Dios puede resolver una situación aun cuando nosotros no podamos hacer nada para ayudarlo. ¿Cómo no voy a estar convencida de ello cuando fue precisamente eso lo que hizo por mí? Lily Neve vive en el Sur de Asia. Está afiliada a LFI. ■


El ganso solitario Janet Barnes

La laguna que queda junto a mi casa es un lugar tranquilo, ideal para la contemplación. Un día en que me hallaba en una situación particularmente difícil me senté a leer en el embarcadero. Me encontraba muy sola y ansiosa de respuestas, o al menos de una señal de la presencia de Dios, algo que me calmara y me infundiera la seguridad de que mi vida estaba en Sus manos. Pero no pasó nada. Al rato me dirigí de regreso a la casa, algo desanimada. De pronto se oyó un graznido. Un ganso voló a ras del agua y se posó con gracia en medio de la laguna. «¡Qué raro que esté solo!», pensé. Lo normal es que en primavera esas aves migren al norte en bandadas. Me detuve a observarlo chapotear. El ganso se fue poniendo progresivamente más inquieto y empezó a chapotear más rápido y en círculos cada vez más pequeños. Sus graznidos denotaban angustia. Me quedé

unos minutos más escuchándolo y viendo cómo salpicaba agua nerviosamente. Luego reemprendí el regreso a casa, todavía absorta en mis pensamientos. Tuve que cruzar un puente sobre un riachuelo que desemboca en la laguna y descubrí sorprendida que detrás de unos arbustos había cinco gansos más. Por lo visto el que estaba en la laguna formaba parte de aquella bandada, pero se había aventurado a volar un rato a solas. Sentí curiosidad por saber qué harían los otros gansos. De repente todos miraron hacia su compañero y se pusieron a graznar con todas sus fuerzas estirando el cuello y la cabeza. Después de ese llamado tranquilizador todos volaron al encuentro de su camarada extraviado para ayudarlo y consolarlo. Se posaron en el agua y se acercaron nadando al que estaba solo. Seguían graznando, aunque ya en un tono más suave.

En esas entendí lo que podía aprender de la escena que acababa de presenciar. Yo había sido incapaz de ver el consuelo y los cuidados que Dios me había prodigado aquel día. Era como el ganso que se despistó y perdió de vista a la bandada. Sin embargo, sus compañeros estaban cerca, listos para acudir en su auxilio nada más los llamara. ¿Por qué me sorprendo cuando Dios no me rescata enseguida? Quizás Él está a la espera de que yo recapacite o reconozca que me he equivocado. En todo caso, Él siempre está cerca de mí, aunque yo no perciba Su presencia. Y cuando clamo a Él, nunca deja de acudir a mi lado. Janet Barnes lleva 25 años trabajando como educadora voluntaria y misionera. Actualmente vive en los Estados Unidos y participa frecuentemente en obras sociales y de caridad. ■ 9


TODO TIENE SENTIDO Fui una niña solitaria que

sufría de ansiedad social aguda. No tuve amigas íntimas. Anhelaba que hubiera alguien con quien pudiera hablar confiadamente de cualquier tema y que a su vez no tuviera miedo de contarme todos sus secretos, disfrutar de una amistad en la que pudiera hallar comprensión y aceptación y mostrarme tal cual era. Pero me imaginaba que esas amistades solo existían en los libros. Sin embargo, después que cumplí 14 años encontré justamente una amiga así. Desde la primera vez que nos vimos tuve la impresión de que Stephanie y yo nos habíamos 10

conocido de toda la vida. Nos lo contábamos todo, y a su lado me sentía relajada, sin señal alguna de mis acostumbradas ansiedades. Teníamos los mismos intereses y aficiones y al parecer la misma opinión sobre prácticamente todo. Nuestras familias decían en broma que teníamos un mismo cerebro, pues en muchas ocasiones la una terminaba la frase que la otra había comenzado. Cuando me decidí a seguir una voz interior que me llamaba a integrarme a una misión en otro país, eché de menos a Stephanie, y mucho. En todo caso sabía que nos

Bonita Hele

mantendríamos en comunicación. Al fin y al cabo no se encuentran amigas así todos los días. Nos escribimos unas cuantas veces. Para mi cumpleaños me envió un dibujo de dos lobos y un águila y una carta en la que me contaba todo lo que había hecho y cuáles eran sus planes. Esa fue la última carta suya que me llegó. Una semana después recibí una llamada de larga distancia. Mientras andaba en bicicleta con su novio por un camino de montaña, Stephanie había sido arrollada por un camión que transitaba a gran velocidad. Falleció al cabo de unas horas.


E S C O LTA D E Á N G E L E S «Murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham». Lucas 16:22 No dice nada acerca del entierro del mendigo. Si tuvo uno, seguramente fue un servicio fúnebre propio de un mendigo. Aunque en la Tierra aquel pobre hombre no recibió honores, ni tuvo un ataúd lujoso ni flores, los ángeles vinieron a llevárselo y escoltarlo a la gloria. Es de notar también que no se hace referencia alguna a lo que sucedió con su cuerpo, pues el hombre mismo ya no estaba en aquel cascarón viejo y desgastado. En un abrir y cerrar de ojos fue trasladado bien lejos, a la dimensión de la gloria eterna. Cuando depositaron su cuerpo en la tumba, el mendigo —es decir, el hombre que había ocupado aquel cuerpo— fue llevado al Cielo. En el relato ya está allá, despojado de su condición de pordiosero y gozando de dicha eterna. Una reflexión más. Le tenemos miedo a la muerte. Nos parece que marca el final de nuestra existencia. No obstante, para el cristiano la muerte es apenas un incidente pasajero dentro de la vida, una experiencia momentánea que no logramos entender; y luego, la gloria eterna. Al principio el pobre mendigo se encuentra a la puerta de la casa del hombre rico, despreciado, sufriendo y pasando hambre. Repentinamente percibe una extraña sensación y todo se vuelve muy confuso. Luego despierta volando por los aires con una escolta de ángeles. Enseguida descubre que ha llegado a la ciudad celestial y que allí morará por siempre con el Señor. Su vida no sufre interrupción alguna. Adaptación de un texto de James Rupert Miller (1840–1912) ■

Me quedé muda. De golpe el mundo pareció perder su colorido y vaciarse de aire. Me desmoroné en una silla y rompí a llorar. «¿Cómo podía ser que estuviera muerta? ¿Por qué Stephanie?» Ni siquiera había llegado a la mayoría de edad. ¡Ella abrigaba tantos sueños! Deseaba influir en el mundo para bien, y yo sabía que iba a hacer algo destacado. Anhelaba casarse y tener hijos. Había sido mi amiga, mi mejor amiga. Entre sollozos que me venían de tan hondo que se me desgarraba el corazón le pregunté a Dios: «¿Por qué?» De golpe sentí algo. Fue más que una idea, más que un sentimiento.

En lugar del profundo pesar y la desesperación que me habían embargado momentos antes, me invadió una sensación inefable de levedad y gozo. Me vino una frase: Si supieras cómo es estar aquí… Percibí la presencia de Stephanie… por un momento apenas, pero fue suficiente. No sé cómo, pero me dio a entender que estaba bien. Supe que se encontraba en un lugar mejor, un sitio de ensueño, de luz y de vida que superaba todo lo que yo pudiera imaginar. Supe también que volvería a verla. Aquello me dejó la impresión indeleble de que cada vida tiene un sentido más profundo del que

yo alcanzo a entender. La vida de Stephanie —así como también su muerte— tuvo un bello propósito. Aunque no logre entenderlo hoy, confío en que un día sí lo entenderé. Ese día se enjugará toda lágrima que pretenda nublarnos la vista. Ese día finalmente veremos a Jesús cara a cara. Ese día nos reuniremos con los seres queridos que perdimos por un tiempo. Ese día se extenderá eternamente. Bonita Hele es r edactor a. Vive en los Estados Unidos y está afiliada a La Fa milia Inter nacional. ■ 11


Yo [Jesús] soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. Juan 11:25,26

S I LE N C i o Phillip Lynch

Últimamente la muerte me ha estado rondando. Mi sue-

gro pasó a mejor vida cuando apenas le faltaba un mes para cumplir 99 años. Mi esposa y yo llevábamos cinco meses viviendo con él y con mi cuñado. Era un anciano distinguido que quería llegar a los 100 años, pero su cuerpo no dio para más. Hoy me enteré de que un primo mío también ha fallecido. Si bien yo no tenía mucha relación con él, fue suficiente para hacerme reflexionar sobre el hecho de que alguien a quien conocí bien en otra época ya no está. Es una sensación incómoda 1. V. Lucas 23:43 2. V. 1 Pedro 3:19 3. 2 Corintios 12:2–4 4. V. Lucas 16:20–22 5. V. Gálatas 5:22,23 12

y extraña. El mundo ha perdido dos voces, voces únicas que no tienen igual en ninguna parte. Ahora la vida es diferente. El mundo, al menos mi mundo, no es el mismo. La Biblia no es muy explícita en cuanto a lo que sucede cuando pasamos a mejor vida. Después de morir en la cruz Jesús visitó un lugar llamado Paraíso1. También sabemos que fue a visitar a los espíritus encarcelados2, lo cual no necesariamente significa que el Paraíso y esa cárcel sean el mismo sitio. Pablo afirmó conocer a un hombre —muchos creen que se refería a sí mismo— que estuvo en el Paraíso, al cual también denominó el tercer cielo, en el curso de una experiencia tan profunda que no sabía a ciencia cierta si había estado allí físicamente o si se trataba solo de una vivencia espiritual3. En

una de Sus parábolas, Jesús habló de un mendigo, Lázaro, que murió y fue llevado al seno de Abraham4. Jesús prometió que los que creen en Él tienen vida eterna. Además, conociendo la naturaleza de nuestro Dios y que el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad y la bondad son la esencia de Su Espíritu, estoy seguro de que la vida después de la muerte en Su presencia será una experiencia maravillosa5. La existencia física tiene principio y fin. Es normal celebrar los nacimientos y llorar las muertes. Por ahora hay silencio en mi alma, pero sé que ahí no termina la historia. Phil Ly nch es novelista y comentar ista de temas espir ituales y escatológicos. Vive en Canadá. ■


LIZ Reuben Ruchevsky

Liz era la mejor amiga de mi madre. La conocía del club

de tenis al que pertenecíamos y en cuya tienda de artículos deportivos trabajaba yo al salir del colegio y los fines de semana. Como ella conversaba conmigo de tú a tú, se había ganado mi estima. Yo era un muchacho judío de clase media tímido y conservador; pero a fines de los años sesenta dejé los estudios y me convertí en un ardoroso hippie. Buscando el sentido de la vida, visité a todas las personas que habían influido en mí para bien. Naturalmente, Liz se contaba entre ellas. Sin previo aviso me presenté en su casa. Ella y su marido, un hombre corpulento y callado llamado John, recibieron sin prejuicios a aquel joven mal vestido de ojos desorbitados. Yo les expliqué mis extravagantes teorías e ideas locas. Si aquello los escandalizó, en ningún momento me lo dieron a entender. A Dios gracias, aproximadamente un año después encontré lo que

buscaba. Un buen amigo me contó que había aceptado a Jesús como su Salvador, y tras leer el Evangelio de Mateo yo hice lo mismo. A la postre decidí participar en un apostolado dirigido a jóvenes de Nueva Zelanda y Australia. Mientras me preparaba para esa misión, me enteré de que Liz padecía la enfermedad de Parkinson y se hallaba ya en el estadio final, con escasas esperanzas de vida. Mi madre y yo arreglamos para ir a verla. Acostada en un diván, en presencia de su marido y su madre, Liz, que estaba muy débil, me preguntó qué había sido de mi vida desde la última vez que nos habíamos visto. Se asombró de que en tan poco tiempo yo hubiera experimentado tantas transformaciones: de chico de familia bien a hippie estrafalario, y luego a misionero con rumbo a tierras lejanas. Antes de marcharnos, le pregunté si querría hacer una breve oración conmigo. Luego de lo que percibí como un largo silencio, respondió afirmativamente. Me arrodillé junto

a ella, le tomé una mano y cerramos los ojos. Primero sentí la mano de mi madre unirse a las nuestras; luego la de la madre de Liz, y por último la de John. Todos repitieron una sencilla oración para invitar a Jesús a entrar a su corazón. Liz vivió varios meses más. Durante ese período estuvo leyendo la Biblia con avidez y se llenó de alegría y de fe. Dado que era una artista de mucho talento, continuó pintando hasta el final. ¡Con la venta de algunos de sus últimos cuadros se pudieron establecer algunos centros para voluntarios que siguen funcionando hoy en día, después de más de 38 años! El Cielo está poblado de personas que aceptaron la invitación que nos hace Jesús. Liz, ¡espero con ansias el día en que te vea allá! R euben Ruchevsk y vive en Asia, donde continúa r epartiendo in vitaciones par a ir al Cielo de parte de Dios. ■ 13


LO QUE VIENE DESPUÉS Cuando el universo me abandone […], cuando el sol esté ausente del cielo y no me alcance el día, cuando el mundo no me proteja del vacío, cuando el todo se aleje y se confunda en la nada, […] entonces cambiaré mi torpe cuerpo por las alas con las que entraré en la mañana del despertar eterno. Facundo Cabral (1937–2011)

Todas las sutilezas de la metafísica no me harán dudar ni un momento de la inmortalidad del alma y de la existencia de una Providencia bienhechora. Yo la siento, la creo, la quiero, la espero y la defenderé hasta mi último suspiro. Jean-Jacques Rousseau (1712–1778) La Tierra es la morada de los que mueren; debemos extender nuestra perspectiva hacia el Cielo, que es la morada de los que viven. George Horne (1730–1792) En el Cielo oiré. Últimas palabras atribuidas a Ludwig van Beethoven (1770–1827) 14

Es imposible que algo tan natural, tan necesario y tan universal como la muerte pueda haber sido concebido por la Providencia como un mal para la humanidad. Jonathan Swift (1667–1745) Entendamos, amados, en qué forma el Señor nos muestra continuamente la resurrección futura, de la que hizo primicias al Señor Jesucristo […]. Observemos, amados, la resurrección que tiene lugar en la sucesión del tiempo. El día y la noche nos muestran una resurrección: muere la noche, el día se levanta; el día se va, viene la noche. Fijémonos en los frutos de la tierra: Sale el sembrador y lanza a la tierra cada una de las semillas, las cuales cayendo sobre la tierra, secas y desnudas, empiezan a descomponerse; pero a partir de su disolución, la magnanimidad de la providencia del Señor las hace resurgir, de suerte que un solo grano se multiplica y da fruto. San Clemente de Roma (m. 99)

Pensamos que la muerte viene a destruir; pensemos más bien que Cristo nos viene a salvar. Asociamos la muerte con un final; identifiquémosla más bien con una vida que comienza más abundantemente. Pensamos que con ella vamos a perder algo; concentrémonos en cambio en lo mucho que vamos a ganar. La concebimos como una partida; imaginemos más bien que será un encuentro. Y cuando la voz de la muerte nos susurre al oído: «Tienes que dejar la Tierra», oigamos la voz de Cristo que nos dice: «Estás llegando a Mí». Norman Macleod (1812–1872) Sea lo que sea que llevamos dentro y que nos anima y nos hace sentir, pensar, anhelar y desear es algo celestial, divino, y por lo tanto imperecedero. Aristóteles (384–322 a. C.) Si en medio de tanto pecado y muerte Dios un bello mundo ha creado, ¡cuánto más hermoso será el Paraíso esperado! James Montgomery (1771–1854) ■


Apoyo oportuno MOMENTOS DE SOSIEGO Abi May

Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros. 2 Corintios 1:4 (ntv)

Si un ser querido emigra a un país lejano y deja de comunicarse con nosotros, lo lógico es que lo echemos de menos, que ansiemos tener noticias de que está bien y que nos duela la separación. Cuánto más si una persona emigra al otro mundo. Aun para quienes tenemos fe en una vida sobrenatural, las cosas aquí cambian irremediablemente, y eso es difícil de sobrellevar. Si tienes un amigo o colega que ha sufrido la pérdida de un ser querido, tal vez observes que se ha retirado temporalmente de la vida social con el objeto de disponer de 1. Juan 11:35

3. Salmo 30:5

2. V. Eclesiastés 3:4

4. V. Hebreos 13:5

tiempo para recordar, juntar fotos, escribir sus memorias o rendir homenaje de alguna manera a esa persona. Sin duda alguna, las lágrimas también forman parte del proceso. Viene bien llorar. Hasta Jesús lo hacía1. Todo eso son manifestaciones naturales y saludables de duelo. Junto a los ríos […] nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos […]. Sobre los sauces […] colgamos nuestras arpas. Salmo 137:1,2 Hay un tiempo para llorar2. Aunque las arpas —las canciones de fe y alegría— permanezcan transitoriamente en silencio, esperemos que no queden arrinconadas para siempre. «Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría»3. ¿En qué momento encuentra el doliente la fortaleza para volver a afrontar la vida, retomar el arpa y entonar de nuevo la canción de la fe y la alegría? No hay un plazo fijo para ello. Cuanto más estrecha haya sido la relación, mayor es el sufrimiento por la pérdida. Una muerte

repentina puede resultar particularmente difícil de superar. La pérdida de un hijo suele considerarse como una de las más traumáticas de todas. Toma tiempo llorar una pérdida de esa magnitud. Que Dios nos ayude a ser sensibles con quienes están sumidos en el pesar y demostrarles nuestra solidaridad obsequiándoles unas palabras de consuelo, una llamada por teléfono, una comida preparada en casa. Podemos brindarles apoyo contándoles lindos recuerdos de la persona fallecida, mandándoles una nota cuando llega un aniversario o una fecha especialmente significativa para ellos, y también prestándonos a escucharlos. Acompañemos a nuestros amigos, así como Dios nos acompaña siempre a nosotros4. A bi M ay es autor a del libro A Va lley Jour na l, que br inda apoyo a quienes tr ansitan por el difícil ca mino del duelo. En venta en w w w.a mazon.com. ■ 15


De Jesús, con cariño

Un lugar fuera de serie Cuando estuve en la Tierra dije a Mis discípulos que iría delante de ellos a prepararles un lugar1. Ese lugar está destinado a todos los que me han convidado a entrar en su corazón y en su vida. Quiero que sea el sitio más maravilloso que ha habido jamás, perfecto en todo sentido. Tendrá magníficas moradas en las que estarán cómodos y podrán gozar de la belleza que habrá a su alrededor. Si me has aceptado como tu Salvador, te cuentas entre Mis mejores amigos, y te tengo preparada una de esas moradas. He reservado un rincón del Cielo solo para ti. Allí se enjugarán todas tus lágrimas, se borrará todo tu dolor y tus pesares, y serás totalmente feliz2. Eso es lo que te aguarda cuando tu vida terrenal llegue a su fin. Espero con ilusión el día en que te enseñe todo lo que he hecho para ti y pueda observar tu expresión de asombro al verlo. Tal vez pienses que no te lo mereces. Pero es que te amo más de lo que eres capaz de concebir, y esos son obsequios que te hago. Cuando le haces un regalo a alguien, no estás pensando en lo que él pueda hacer por ti ni en si se lo merece. Se lo haces porque lo amas. Ese mismo sentimiento abrigo Yo por ti.

1. V. Juan 14:2,3 2. V. Apocalipsis 21 y 22


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