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14 Que el soneto nos tome por sorpresa (EX-PO-ÉTICA) IES Murgi, Plan LyB


(Apolo y Dafne) A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos qu’el oro escurecían; de áspera corteza se cubrían los tiernos miembros que aun bullendo ’staban; los blancos pies en tierra se hincaban y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol, que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, que con llorarla crezca cada día la causa y la razón por que lloraba! Garcilaso de la Vega, siglo XVI

Que el soneto nos tome por sorpresa... IES Murgi, Plan LyB


(La mariposa) Vuela y cerca la lumbre y no reposa, y huye y vuelve, a su beldad rendida, figura simple suya, y encendida siente que fue a su muerte presurosa; mas yo, alegre en mi luz maravillosa, a consagrar osando voy mi vida, que espera, de su bello ardor vencida, o perderse o cobrarse venturosa. Amor, que en mí engrandece su memoria, entibia mi esperanza en lento engaño y en llama ingrata ufano me consumo. Cuidé (¡tal fue mi mal!) ganar la gloria del bien que vi, y al fin hallo en mi daño que sólo de mi incendio resta el humo. Fernando de Herrera, siglo XVI

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(Mientras por competir…) Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente al lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello, goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, más tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Luis de Góngora, siglo XVII

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(Amor constante más allá de la muerte) Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. Francisco de Quevedo, siglo XVII

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(Un soneto me manda…) Un soneto me manda hacer Violante que en mi vida me he visto en tanto aprieto; catorce versos dicen que es soneto; burla burlando van los tres delante. Yo pensé que no hallara consonante, y estoy a la mitad de otro cuarteto; mas si me veo en el primer terceto, no hay cosa en los cuartetos que me espante. Por el primer terceto voy entrando, y parece que entré con pie derecho, pues fin con este verso le voy dando. Ya estoy en el segundo, y aun sospecho que voy los trece versos acabando; contad si son catorce, y está hecho. Lope de Vega, siglo XVII

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(A Clori) Sentir de una pasión viva y ardiente todo el afán, zozobra y agonía; vivir sin premio un día y otro día; dudar, sufrir, llorar eternamente; amar a quien no ama, a quien no siente, a quien no corresponde ni desvía; persuadir a quien cree y desconfía; rogar a quien otorga y se arrepiente; luchar contra un poder justo y terrible; temer más la desgracia que la muerte; morir, en fin, de angustia y de tormento, víctima de un amor irresistible: ésta es mi situación, ésta es mi suerte. ¿Y tú quieres, cruel, que esté contento? Gaspar Melchor de Jovellanos, siglo XVIII

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(Al Céfiro) Céfiro dulce, que vagando alado entre las frescas, purpurinas flores, con blando beso robas sus olores para extenderlos por el verde prado, las quejas de mi afán y mi cuidado lleva a la que, al mirar, mata de amores, y dile que un alivio a mis dolores dé y un consuelo al ánimo angustiado. Pero no vayas, no; que si la vieras y, tomando sus labios por claveles, el aroma gustar de ellos quisieras, cual con las otras hacer sueles, aunque a mi mal el término pusieras, tendría de tu acción celos crueles. Gustavo Adolfo Bécquer, siglo XIX, Romanticismo

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(Rosa de sanatorio) Bajo la sensación del cloroformo me hacen temblar con alarido interno, la luz de acuario de un jardín moderno. y el amarillo olor del yodoformo. Cubista, futurista y estridente, por el caos febril de la modorra vuela la sensación, que al fin se borra, verde mosca, zumbándome en la frente. Pasa mis nervios, con gozoso frío, el arco de lunático violín; de un si bemol el transparente pío tiembla en la luz acuaria del jardín, y va mi barca por el ancho río que divide un confín de otro confín. Ramón del Valle Inclán, siglo XIX, Modernismo

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(Soneto de la dulce queja) Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado. Federico García Lorca, siglo XX, años 30

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(Alga, agua…) Alga quisiera ser, alga enredada, en lo más suave de tu pantorrilla. Soplo de brisa contra tu mejilla. Arena leve bajo tu pisada. Agua quisiera ser, agua salada cuando corres desnuda hacia la orilla. Sol recortando en sombra tu sencilla silueta virgen de recién bañada. Todo quisiera ser, indefinido, en torno a ti: paisaje, luz, ambiente, gaviota, cielo, nave, vela, viento… Caracola que acercas a tu oído, para poder reunir, tímidamente, con el rumor del mar, mi sentimiento. Ángel González, siglo XX, años 50

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(La lluvia) Bruscamente la tarde se ha aclarado porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cay贸. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. Quien la oye caer ha recobrado el tiempo en que la suerte venturosa le revel贸 una flor llamada rosa y el curioso color del colorado. Esta lluvia que ciega los cristales alegrar谩 en perdidos arrabales las negras uvas de una parra en cierto patio que ya no existe. La mojada tarde me trae la voz, la voz deseada, de mi padre que vuelve y que no ha muerto. Jorge Luis Borges, siglo XX, a帽os 60

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(El editor Francisco Arellano, disfrazado de Humphrey Bogart, tranquiliza al poeta en un momento de ansiedad, recordándole un pasaje de Píndaro, Píticas VIII 96)

Sin mujer, sin amigos, sin dinero, loco por una loca bailarina, me encontraba yo anoche en una esquina que se dobla y conduce al matadero. Se reflejó una luz en el letrero de la calle, testigo de mi ruina, y de un coche surgió una gabardina y los ojos de un tipo con sombrero. Se acercaba, venía a hablar conmigo. Mi aburrido dolor le interesaba. Con tal de que no fuese un policía... «Somos el sueño de una sombra, amigo», me dijo. Y era Bogart, y me amaba; y era Paco Arellano, y me quería. Luis Alberto de Cuenca, siglo XX, años 70

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(Laberinto) Catorce besos dicen que es la vida, sobre todo si duelen en su boca, sus labios se me van, su piel me toca abriéndome y cerrándome la herida. A veces pareciera estar rendida. Con un desdén se me convierte en roca. Tiembla mi corazón y se equivoca en este laberinto sin salida. Catorce besos es, catorce dudas que me dejan caer por las desnudas soledades secretas de su aliento. Catorce dudas cómplices de niebla, y el sólo convivir con la tiniebla de tenerla o perderla en un momento. Luis García Montero, siglo XX, años 90

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(Que el soneto nos tome por sorpresa) Entrar en este verso como el viento, que mueve sin propĂłsito la arena, como quien baila, que se mueve apenas por el mero placer del movimiento. Sin pretensiones, sin predicamento, como un eco que sin querer resuena, dejar que cada sĂ­laba en la oncena encuentre su lugar y su momento. Que el soneto nos tome por sorpresa, como si fuera un hecho consumado, como nos toman los rompecabezas que, sin saberlo, nacen ensamblados. AsĂ­ el amor, igual que un verso empieza, sin entender desde donde ha llegado. Jorge Drexler, 2010

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