La Izquierda que Viene

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LA IZQUIERDA QUE VIENE

Gerardo Bleier

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“No siento dolor ni desesperanza. El sufrimiento tuvo lugar durante veinte años, en los que la mente no acepta la desaparición forzada; pero amo tanto la vida, la creación, el juego.... que finalmente pude entender, que es la primera forma de superar una MARCA tan violenta como la que padecimos los familiares de detenidos desaparecidos.” Gerardo Bleier

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I Antes de abandonarnos, pues eso hizo, tuvo la preocupación de legarnos su sutileza. Ordenó algunas ideas que fueron publicadas como “Epílogos y Legados”. * “¿La mentalidad colectiva es una prisión de la que nadie puede escapar?” ¿Una de las estructuras que dan larga duración a las culturas, una de las formas del destino? y ¿”Cómo se explicaría entonces el cambio?” Inquirió para perturbarnos desde el cielo de la inteligencia. En España durante siglos las familias pudientes organizaban, (para preservar privilegios), la reproducción de su influencia disponiendo la preparación mental de un hijo para que siguiese el oficio militar, de otro para que se integrara a las estructuras de la Iglesia Católica como sacerdote, de otro para ocuparse de los negocios de la familia y de alguna de las mujeres para ser “entregada” a algún patricio. Tales conductas generaron naturalmente comportamientos sociales conservadores. ¿Cómo se explicaría entonces el cambio que condujo de esa tradición semifeudal a una expresión tan rica, plural y revolucionaria, como la que se expresa en estos días en que escribo en las calles de España por parte de comunidades de individuos que exigen la ruptura de las elites políticas con las elites privilegiadas para acentuar la calidad de la democracia? ¿Y cómo los acontecimientos del África mediterránea, donde las protestas son salvajemente reprimidas por regímenes, además, autoritarios? ¿Qué explica el cambio? ¿Únicamente las transformaciones operadas en la estructura de las economías, en el desarrollo del capitalismo, en la mundialización de la economía, en la internalización de los nuevos conocimientos emanados de la revolución científico técnica, pero también en la síntesis cultural que se produjo en la mentalidad europea como consecuencia de las experiencias totalitarias (el fascismo, el estalinismo) que millones de personas padecieron durante el Siglo XX? Hace algunos años Vania Markarian publicó un ensayito en el que puso en evidencia como la lucha por los Derechos Humanos de las comunidades de exiliados uruguayos de los partidos de la izquierda revolucionaria presupuso un aprendizaje de la cultura democrática. La generación de estudiantes y obreros que lucharon contra la dictadura en el propio territorio uruguayo, al padecer en la carne y el espíritu las consecuencias del totalitarismo, el aprendizaje democrático lo hicieron por mero contraste. El contraste vívido entre los relatos de sus padres acerca de la calidad de la democracia uruguaya de las primeras décadas del siglo XX y los horrores que les tocó padecer primero como observadores entre los años 71 y 79, luego como protagonistas de la lucha para derrotar a la dictadura entre el 80 y el 84.

* José Pedro Barrán Epílogos y Legados Escritos inéditos. Testimonios. (Ediciones de la Banda Oriental)

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II

En febrero de 1976, posiblemente, Eduardo Bleier, uno de los detenidos desaparecidos de la dictadura uruguaya, fue arrojado a una especie de cuneta cubierta por tablones. Fue enterrado vivo y se hizo pasar por encima de él a otros presos. Había sido torturado salvajemente, internado en el Hospital Militar, recuperado mínimamente y vuelto a ingresar en las sesiones de tortura. Muerto en la primer semana de julio de ese mismo año su cuerpo no fue entregado a su familia, eso significaba reconocer el asesinato de un inocente maniatado, sino enterrado en un cementerio clandestino ubicado en el Batallón 13 de Infantería. En algún momento entre octubre de 1984 y marzo de 1985 sus restos, junto a los de otros detenidos desaparecidos que corrieron la misma suerte, se afirma, fue desenterrado, trasladado a otro predio militar, el Batallón 14, enterrado, vuelto a desenterrar, incinerado y sus restos hechos “desaparecer” arrojándolos en el Río de la Plata según algunas versiones, en un arroyo cercano, según otras. Nadie vio nada. Hasta hoy. Desaparecer lo desaparecido, ocultar el horror y proteger a los responsables de esas atrocidades constituyó así un modo de encubrir la monstruosidad política y MENTALMENTE enferma del fascismo ultranacionalista uruguayo, pero también un modo de obstruir la investigación y reconstrucción transparente de las responsabilidades políticas y de los grupos de interés económico que participaron de ese encubrimiento. Yo tenía poco más de veinte años, cuando ante mi, una mujer que había estado presa junto a mi padre me relató la escena del enterramiento, dijo no recordar si tenia o no, pero cree recordar que sí, un tubito para respirar, a pesar de que los tablones no cerraban herméticamente la zanja. Relató, ya quebrada, que en esos mismos días de particular horror ella fue violada y entró en coma, de suerte que no pudo darme datos sobre qué pudo haber pasado con Eduardo Bleier, mi padre, luego de aquel episodio. Durante la dictadura uruguaya muchas, muchas, muchas mujeres fueron, en las sesiones salvajes de tortura, violadas luego de permanecer colgadas por los brazos, atadas por las muñecas a un gancho del que pendían en el aire, a medio metro del piso. Las generaciones anteriores a las que protagonizaron la crisis que concluyó en la dictadura militar habían padecido el agravamiento de los conflictos sociales derivados de la decadencia de un país cuya economía se había estancado durante dos décadas y que apenas crecería durante los siguientes treinta años. Habían observado el esfuerzo de una oligarquía ultraconservadora por asegurar a cualquier costo la preservación de sus privilegios derivados de una economía agraria casi feudal, de un sistema financiero provinciano al servicio de facilitar la evasión a empresarios argentinos, pues el modelo de sustitución de importaciones con que el algún momento lo mejor de la elite política procuró evitar la catástrofe poco éxito podía tener en un país con una población inferior a los tres millones de habitantes. Durante la dictadura, miles de presos, miles de proscriptos, miles de ciudadanos destituidos de sus empleos, miles de perseguidos, miles de exiliados, fueron produciendo a partir de una lectura de los acontecimientos que protagonizaban, una

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actitud de culto al pasado democrático por algunos de ellos vividos como experiencia personal y por otros recibidos como tradición cultural, y al que contrastaban con los padecimientos que sufrían, con el oscurantismo que los empobrecía en todos los sentidos. Esos ciudadanos y otros que sin padecer directamente lo hacían a través de sus lazos familiares, fueron elaborando una lógica de vida basada en el mero esfuerzo por la supervivencia y algunos, los menos, pero no pocos, generando un profundo resentimiento político que proyectó en un afuera diabólico a los responsables de todo lo ocurrido, opacando todo esfuerzo intelectual autocrítico por discernir las causas profundas que habían precipitado al Uruguay a la decadencia y el autoritarismo. Lo que describo fue aprehendido por cientos de jóvenes estudiantes y trabajadores que iban interiorizándose de los hechos a través de un relato construido por fragmentos dispersos de testimonios, confesiones privadas a través de terceros, tergiversaciones deliberadas, esfuerzos historiográficos, investigaciones periodísticas. Fue padecido como terror, interiorizado como atropello y como miedo, procesado como rebeldía primero, como orgullo democrático luego, o como impotencia cuando la elite político que condujo la reconstrucción de la democracia decidió tender un manto de silencio y protección sobre los hechos de la dictadura y sus responsables. Estos acontecimientos Influyeron dramáticamente en la constitución psicosocial de varias generaciones de uruguayos y únicamente comenzaron a cambiar cuando hace muy pocos años, el proceso de modernización de la economía por un lado, y la desarticulación de buena parte de la política de encubrimiento de los hechos y protección de los responsables por otro, fue derrotada. Uno de los más penosos hechos de la dictadura, que aún hoy perturban la acción política en algunos grupos de izquierda, es la presencia en ellos de personas que padecieron dramáticamente la represión, colaboraron con sus torturadores y siguieron manteniendo algún tipo de vínculo personal con los mismos en los años posteriores. Con base en este drama, hay quienes han pretendido involucrar a algunas organizaciones políticas de la izquierda como protagonistas de “acuerdos” de silencio o pactos oscuros para ocultar los hechos de la dictadura o proteger a algunos de sus responsables. Los principales dirigentes del Frente Amplio, de todos las corrientes, conocen los nombres de buena parte de esas personas y han actuado con enorme generosidad humana al evitar desenmascarar su “colaboracionismo sistemático” con el viejo aparato represivo pero se han ocupado al mismo tiempo de irlos desplazando sobriamente de toda capacidad de influencia en las organizaciones políticas de la izquierda frenteamplista y de hacer saber a las nuevas generaciones de dirigentes de quienes se trata para evitar que logren manipular decisiones políticas estratégicas en torno a la temática de los derechos humanos o cualquier otra. Escribir lo anterior, enunciarlo, ya de por sí, expone el drama, el drama que junto al drama profundo y mucho más significativo de la fractura social que ha tenido lugar durante cincuenta años en Uruguay, junto al drama profundo del deterioro de la calidad de la educación, el empleo y la salud que afecto a cientos de miles de personas, junto al drama profundo de la “mentalidad” de la supervivencia que emergió de los hechos que se describen, junto al drama de la emigración, junto al drama de la impunidad que hasta el año 2004 implementó buena parte de la elite política representan, algunos de los elementos sustanciales, constitutivos, de un tiempo histórico al que hay que superar.

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III

El ser humano ha sido entrenado para aprehender lo irracional a través del discurso poético o místico, donde lo incognoscible produce sentido; ha sido entrenado para describir y crear la experiencia a través del discurso literario, para descubrir los acontecimientos a través del discurso científico, y para evolucionar más allá de su ser animal (para producir cultura) y realizar todo lo anterior, ha creado el arte y el discurso político. El hombre sin embargo, no puede ser entrenado para discernir un sentido ante una acción irracional, (la que al poner en juego la vida de otro pone, a la corta o a la larga, en juego la propia) aunque pueda procurar explicar las causas por las que tal distorsión de lo natural, la posesión de la vida, ocurre. Como no puede hacerlo creó la idea de potencias divinas, de Dios. Cuando tal idea, que ocupó durante miles de años el lugar de la autoridad, del límite, dejó de ser aceptada por los individuos singulares, el espacio de la irracionalidad de la fuerza destructiva quedó liberado a la acción del poder. Toda fuerza destructiva es irracional no tanto en cuanto no puede ser explicada, porque puede serlo, sino en cuanto afecta lo que da sentido: la vida, la vida misma. Carente de límites el hombre deja de sentir culpa y deviene, puro instrumento de la fuerza destructiva original, la lucha por la supervivencia. Toda ética es por ello apenas una estructura cuyo cometido es asegurar que el otro no inhabilite la potencia de ser de cada uno, la vida singular de cada cual, como aventura pasajera ejercida en comunidad. Y el Derecho, la institución que garantiza ese único derecho esencial. La ética y el Derecho son creaciones políticas. La política es, así, el arte de proteger la vida humana de toda fuerza destructiva, el arte de producir cultura, y organizar al poder, para que la mera fuerza no violente lo que al ser violentado inhibe la propia potencia de vivir del que la ejerce. Es el momento en que el hombre, que puede aspirar a esta igualdad del ser por la posesión del lenguaje, (el pensamiento) se disocia de su bella pero limitante, original, animalidad. La ética y el Derecho así concebidos en su función civilizatoria no inhiben la competencia entre los sujetos, la garantiza como creación política, al imponer a la fuerza física la fuerza de lo único que nos distingue de las demás cosas vivas, la potencia de ser conscientes de las condiciones en que el ser puede devenir, ser posible. La razón por la cual esta construcción cultural (la política) no es mera utopía es sencilla y fue entrevista por el hombre apenas la evolución de las formas de organización de las sociedades puso en evidencia que ningún ser singular estaría en condiciones de preservar la vida sin ella, sin su ejercicio y puesta en acción. La razón por la cual no hemos todavía generado las condiciones estructurales para que sea aprehendida como sustancia esencial y por ello, garantizada siempre y en toda circunstancia, es que no hemos logrado aún superar los conflictos de clases, la desigualdad originada en la fuerza. (Este texto que contiene una noción acerca de la política merecería ser explicado en una exposición mucho más vasta y citando las fuentes en que el autor abrevó para elaborarlo como marco conceptual fundante de su concepción del ser y de la transformación de la sociedad pero aquí cumple meramente la función de articular lo que se ha dicho en “Uruguay después de la impunidad” I y II que se encuentran más abajo y lo que se va a decir en próximas publicaciones)

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IV

Hasta bien entrada la década del 60 la abrumadora mayoría de la elite política uruguaya era radicalmente democrática, universalista y aún, extremadamente culta. Las diferencias ideológicas, el sentido de pertenencia a una u otra u otra de las corrientes que en ese momento comenzaban a ingresar en un conflicto al borde de lo político, ya casi militar, no impedía a aquella camada de dirigentes practicar el diálogo entre iguales que se querían iguales, y que por ello preservaban espacio incluso para el culto a la amistad. Pertenecían casi todos a generaciones que se formaron en el país modelo, el más avanzado en todos los sentidos de América Latina, el más intrincado con el debate político – cultural europeo del siglo XX y todas sus múltiples ya sofisticadas, ya dramáticas resonancias. Pero el diablo mete la cola donde la cuestión social se va de madre, para decirlo dejándonos influir, como el país no pudo evitar dejarse influir, por la pobreza de las ideas que producía en aquel momento en América Latina la caída del continente en “la guerra fría”. Algunos libros y cientos de artículos periodísticos aparecidos en aquellos años dan cuenta de cómo el estancamiento de la economía uruguaya pervierte esa cultura democrática, ese orgullo por la singularidad y comienza a generarse algo así como un estupor sin ideas o, lo que es peor, como un caer en remolino en la pendiente de los dogmatismos que emanan de todas los procesos de polarización social. Al leer aquellos textos, al recoger testimonios de algunos de los protagonistas de aquellos años se percibe nítidamente como la desesperación e impotencia influía en la radicalidad de las posiciones que iban adoptando. Comenzaba a cuestionarse nada menos, y esto se prolongaría hasta hace muy pocos años, la propia viabilidad del Uruguay como nación. Libros como “El impulso y su freno” de Real de Azua o “El problema nacional” de Methol Ferré, o la obra de Quijano y Trias ponen de manifiesto cómo la crítica al Uruguay batllista se realiza sin valorar su significación revolucionaria ante la necesidad de las corrientes de izquierda o nacionalistas de articular un discurso con el cual disputarle el poder al Partido Colorado, en el cual el batllismo comenzaba a perder por otra parte, su posición de conducción hegemónica. No es posible aquí, donde lo prioritario es contribuir a que la nación reflexione todo lo sobriamente que las pasiones permiten sobre el pasado reciente a los efectos de empezar a superar espiritual y culturalmente los traumas con los cuales marcó a la sociedad el fascismo primero y la impunidad con que se protegió a los responsables del terrorismo de Estado después, compartir una investigación sobre el entramado de causas económicas y geopolíticas que arrastraron al Uruguay radicalmente democrático hacia el autoritarismo.

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No obstante, es imprescindible esbozar algunos fenómenos que aun hoy influyen sobre las prácticas políticas (erosionando su calidad) sin que se reflexione serenamente sobre ellos. Preguntas tales como ¿hubo una guerra en Uruguay?, ¿Justificaba la situación social y política del país la emergencia de una guerrilla? ¿A qué obedeció el deterioro de la democraticidad y consecuentemente la ruptura de la tradición policlasista de dos de los partidos políticos más antiguos de occidente, los partidos tradicionales uruguayos? ¿La emergencia desde la invasión a Guatemala de una acción ya decididamente imperialista de Estados Unidos y sus grandes empresas multinacionales con intereses en América Latina en el contexto de la guerra fría sobre la región? ¿Las perturbaciones provocadas por un nuevo nacionalismo populista influido por los nacionalismos europeos? ¿La influencia de la Revolución Cubana y su hacer aparecer como posible el éxito de una acción revolucionaria para transformar a la sociedad? Y podrían agregarse muchas inquietudes más, pero las expuestas alcanzan para entrever las causas por las cuales pudo, aunque la abrumadora mayoría de los dirigentes políticos uruguayos no lo percibieron sino hasta febrero de 1973, generarse en el país un amasijo de intereses y disputas económicas y otro de influencias geopolíticas que arrastraron al país no a una guerra, pero a un conflicto incontenible y casi sin capacidad resolutiva desde la política democrática entre la tradición republicana, los ultra nacionalismos, los nacionalismos populistas, una oligarquía conservadora que por primera vez en el siglo recuperaba posiciones políticas y que trenzaba sus aspiraciones con sectores neoconservadores norteamericanos y la pretensión revolucionaria muy influenciada por la escuela del marxismo – leninismo soviético en Europa ya en decadencia de la mayoría de la izquierda uruguaya. La ascensión de las corrientes fascistas de las Fuerzas Armadas uruguayas al poder, en junio de 1973, la implementación del terrorismo de Estado, la influencia de Estados Unidos hasta 1975 en buena parte de la elite económica y militar, de la revolución cubana que buscaba romper su asilamiento continental en la izquierda hasta 1979 no fue un proceso carente de resistencias político – culturales en todo el arco político e institucional del Uruguay, incluso dentro mismo de las Fuerzas Armadas, pero la prolongación ya por más de treinta años de la crisis económica estructural de la nación facilitó la penetración en el descontento popular de los discursos que prometían poner fin al descontrolado conflicto social, poner “orden”. De modo que, a cuenta de reflexiones más documentadas puede decirse, a los efectos de la problemática que estos apuntes buscan estudiar, que la dictadura cívico militar en Uruguay no cayó del cielo, impuesta por un demiurgo diabólico, de modo que la manera de superar político – culturalmente los conflictos, dramas y tensiones que de aquella época no será a base de discursos vulgares, (lo blanco y lo negro, los buenos y los malos al estilo Hollywood) sino con penetrante inteligencia, seriedad y vocación democrática.

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La política de la impunidad ya fue derrotada en Uruguay en los últimos ocho, nueve años. Todavía no hemos internalizado como sociedad esa transformación cultural relevante por la dolorosa travesía que ha hecho la izquierda para administrar memoria y olvido de los padecimientos, persecuciones, a que fueron sometidos miles de sus integrantes. ¿Qué es lo que se proponía el fascismo uruguayo cuando trasgredía los límites de lo humano, de lo racional, en las practicas del terrorismo de estado sobre los cuerpos y la mente de los militantes de izquierda? Marcar a fuego el espíritu de rebeldía, erradicar lo que la izquierda representa de la escena nacional, tal cual lo expusieron explícitamente. ¿Qué se proponía cuando utilizaba a militantes que destruidos en su personalidad y aterrados ante la imagen monstruosa de las torturas que les eran infringidas aceptaban colaborar para escapar a ese calvario? Marcar a fuego el espíritu de rebeldía, erradicar lo que la izquierda representa en su aspiración universal de transformación de la sociedad. ¿Cuál fue la respuesta de la izquierda en su conjunto, de la izquierda como cuerpo político y como cultura? Recrear el Frente Amplio, recrearlo en sus fuentes y en su inteligencia crítica. Volver a empezar limpiando el alma con base en la pertinaz y pertinente pujanza de sus aspiraciones democráticas y transformadoras. Y ahora, tantos años después, alcanzado el gobierno e iniciado el proceso de transformación de la sociedad, ¿convertiremos una victoria en una derrota cultural y política, porque de los 30, 40 responsables principales de la práctica sistemática del terrorismo de Estado, algunos se murieron y otros, muy pocos, (según mis registros seis o siete) parece lograrán escapar a la Justicia? ¿Porque la izquierda no va a poner en el centro de sus preocupaciones por Verdad y Justicia alcanzar a los soldaditos que eran obligados por los mandos a participar de las sesiones de torturas no? Pues tal actitud nada tiene que ver con la sustancia espiritual del ser de izquierda. Aspiramos a generar las condiciones para que el hombre se supere a sí mismo, su original animalidad, y habite en la tierra como individuo libre, para que toda su potencia creativa embellezca la aventura de vivir, para terminar con toda servidumbre, con toda alienación. Los compañeros asesinados por el fascismo, como dice la más bella consigna con la que se les recuerda con el tesón que corresponde, dice que eran culpables. Culpables de aspirar a transformar el mundo lleno de inequidades en el que habitaban y habitamos. Tal espíritu no puede en modo alguno, porque la izquierda es pensamiento crítico o no es nada, encubrir en el martirio los errores políticos e históricos que condujeron a un modelo de transformación de la sociedad al más dramático de los fracasos.

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Se percibe nítidamente, en muchos militantes de izquierda, cómo al aferrarse al recuerdo del pasado, no como parte de una epopeya transformadora cuyos virtudes y errores es necesario analizar críticamente, sino como “guerra” interminable, como mera reafirmación de sentido, acaso inconscientemente, para reafirmar una identidad que se pretende incontaminada, terminan aislándose de la realidad. Es por ello que lo que está en juego en el cambio de mentalidad, en la superación crítica de los últimos cincuenta años de la historia del Uruguay, es la capacidad de la izquierda de sentir e interpretar el mundo que viene, y por lo tanto, de seguir siendo protagonista principal de proceso de transformación de la sociedad. A nadie escapa que es terrible, no ya para las víctimas, sino para la sociedad, dejar algunos episodios de la dictadura con la ambigüedad de un “parece que” como ocurre con la verdad sobre los restos de los detenidos – desaparecidos, por eso asistieron miles y miles de personas a la Marcha del Silencio con que se los recuerda cada año. A nadie escapa que la derrota del plebiscito de 1989 para anular la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado fue un fracaso de la sociedad uruguaya, que priorizó alcanzar rápido la estabilidad democrática a la búsqueda de verdad y justicia, sin medir las consecuencias socio – culturales de tal opción. Se refiere poco, pero la prolongación en el tiempo de la ruptura inconstitucional de la lógica republicana esencial según la cual “todos somos iguales ante la ley” que la impunidad estableció tuvo consecuencias dramáticas en el deterioro de la cultura cívica, en la moral del Instituto Policial y del Poder Judicial, en la formación democrática de varias generaciones. Pero la impunidad fue derrotada en Uruguay desde la formación de la Comisión para la Paz hasta el juzgamiento de los principales responsables vivos de las practicas de terrorismo de Estado, pues esas acciones fueron permitiendo reconstruir la historia desde la verdad de los hechos, y no desde el encubrimiento deliberado de los mismos por parte de quienes (los hacedores intelectuales de ese encubrimiento) en el fondo pretendían meramente evitar el triunfo electoral de la izquierda a la que aspiraban a situar como causante del advenimiento de la dictadura según el modelo de “los dos demonios”.

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VI

“Lo que la memoria pone en juego es demasiado importante para dejarlo a merced del entusiasmo o la cólera”, escribió, hace ya muchos años en un ensayito titulado “Los abusos de la memoria” el intelectual búlgaro – francés Tzvetan Todorov. Fundamentaba reflexionando desde la filosofía, la lingüística, la antropología, la psicología, la sociología, que la producción de un relato histórico acerca de episodios traumáticos necesitaba ir rigurosamente en busca de la “verdad factual”, para que el proceso mismo de la construcción de la memoria no reprodujese las causas que originaron el conflicto, para que resultara en una evolución cultural, en un acumulado de experiencias y conocimientos que sustentaran un avance civilizatorio de las sociedades afectadas por esos episodios traumáticos. La dictadura en Uruguay fue posible por el deterioro de la cultura democrático – republicana generada como consecuencia de los altos niveles de polarización política y social que resultaban de la crisis económica, como consecuencia de diferentes tipos de intereses geopolíticos interviniendo desembozadamente en el contexto de la “guerra fría” y como consecuencia, finalmente, de que procesos similares tuvieron lugar en toda la región, de modo que aún la fortaleza de una tradición asentada en la mayoría de la sociedad como lo demostró muy pocos años después el plebiscito de 1980 no fue suficiente para evitar la catástrofe. Ni el nacionalismo conservador, ideología de muchos de los promotores del golpe de Estado, ni la defección al democratismo radical del primer batllismo por parte de la mayoría de la dirigencia del Partido Colorado, ni la ansiedad revolucionaria de sectores de la pequeña burguesía uruguaya fuertemente golpeados por la crisis económica que deterioraba su calidad de vida, ni la ambición de ir hacia el “socialismo real” de los partidos políticos que sustentaban su acción en el marxismo – leninismo, ni siquiera el “tercerismo”, buena parte de él permeado por el populismo latinoamericano, esa especie de anti -imperialismo escolástico con el que se pretendía dar por superado los diferentes intereses de clase y encubrir las propias deficiencias culturales, puede esgrimir argumentos serios que los eximan de toda responsabilidad en la crisis de la democracia, en la desvalorización de la política, en la escalada militarista que concluyó en el golpe de Estado de 1973. A unos pocos políticos, en cuyo homenaje menciono a los principales, Líber Seregni, “paz para los cambios y cambios para la paz”, Wilson Ferreira Aldunate y Zelmar Michelini, que procuraron por todos los medios generar espacios para la formulación de acuerdos políticos que permitiesen evitar el golpe) Maneco Flores Mora (que hizo lo propio desde el Partido Colorado) y José (Pepe) D´Elia, Presidente de la central obrera, será posible “librar de toda culpa” cuando se juzguen con más distancia los acontecimientos de fines de la década del 60 y principios del 70, pues se percibirá entonces que fueron los que mejor comprendieron la complejidad de los sucesos. Por la razón que se indica más arriba, resulta de una vulgaridad impropia de la formación intelectual de algunos de los diseñadores de la política de la impunidad, la pretensión de eximir de responsabilidades a la mayoría de los actores del sistema esgrimiendo la lógica de los dos demonios (fascismo y comunismo, aunque se hace énfasis en el MLN por sus acciones armadas) y lo que es peor, pretendiendo utilizar ese

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argumento de caricatura para juzgar de la misma manera a los grupos que decidieron tomar las armas en el contexto que viene de describirse con los que ejecutaron con sanguinaria frialdad las prácticas del terrorismo de Estado, violentando el estado de derecho desde el poder, convirtiendo al Uruguay en una cárcel, a su sistema educativo y sus instituciones públicas en monasterios totalitarios y pretendiendo todavía, luego cuando fueron derrotados por la movilización de la sociedad democrática, asegurarles protección eterna. Por lo que viene de decirse, centrar el debate y el esfuerzo de superación espiritual y cultural de toda una época del Uruguay en una ley, la de la caducidad de la pretensión punitiva del Estado, es por decir lo menos, de una torpeza indignante. Por estas y otras consideraciones ya expuestas en las notas anteriores de esta serie, tan cierto es que la vigencia de la ley de caducidad, inconstitucional y violatoria del básico principio de la separación de poderes es perniciosa para el fortalecimiento de la democracia uruguaya como que su derogación no puede plantearse sin buscar las formas de lograrlo (aún a riesgo de no poder hacerlo) dentro del más irrestricto marco de la aceptación de las reglas de juego de la democracia republicana, en la que las voluntades políticas a veces alcanzan sus objetivos, a veces no, según la inteligencia que se tenga para lograr o no, el respaldo de la mayoría de los ciudadanos. El argumento según el cual, algunos asuntos, como el respeto a los derechos de las minorías o el juzgamiento de los delitos de lesa humanidad deben quedar por fuera de la regla de las mayorías es precisamente una de las razones que han sustentado la fortaleza civilizatoria de la democracia republicana y el avance de algunos principios universales establecidos en el derecho internacional. Pero lo mismo ocurre con la incorporación a las normas de la democracia republicana de mecanismos de democracia directa como los plebiscitos. Si un partido político decide recurrir a ese instrumento y no logra sus objetivos, no puede luego borrar con el codo lo que escribió, equivocadamente, con la mano. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que renuncie a sus objetivos políticos. El proceso político que concluyó con el triste espectáculo de un debate repetitivo y superficial sobre el pasado reciente es el resultado de una oposición que tiene cola de paja, y de una izquierda cuya firmeza democrática está fuera de duda, pero que todavía no termina de asimilar como cultura el sentido republicano de la concepción del poder. (Acerca de este asunto se profundizará en próximas notas) ¿Por qué no puede? ¿Por qué no debió intentarlo? Porque todo proceso político que aspira a transformar la sociedad no puede sino sustentarse en la legitimidad de sus presupuestos conceptuales tanto como en la eficacia de sus realizaciones. O poder puede, pero se condena al fracaso de antemano. Las razones por las cuales el partido Frente Amplio se desempeñó tan desenfocadamente en su último esfuerzo por derogar (anular, aunque tal cosa no es

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constitucionalmente posible) la ley de caducidad, no radican en el tesón con que algunos actores (PCU, PVP, NE) se propusieron ese objetivo en el marco de una situación coyuntural particular que acaso analice al concluir estos apuntes, sino en la MENTALIDAD no republicana que todavía es preponderante en la mayoría de los viejos dirigentes de todos los sectores. Por esa razón, porque hay responsabilidades culturales compartidas, además de no parecer prudente, no es pertinente, iniciar ahora una campaña de demonización de los sectores más activos en esa acción. Reproducir la polarización “renovadores y radicales” para ver si se les cobra cuentas a quienes (es cierto muy erradamente) impulsaron las formulas finalmente fracasadas, tanto el plebiscito junto a los pasados comicios como el proyecto interpretativo con pretensión anulatoria de la ley de caducidad implica un trasladar la responsabilidad para evitar la reflexión sobre las causas profundas del monumental yerro. En última instancia, la crisis no asumida, no reflexionada críticamente de una identidad, de una mentalidad, de una manera de ser de izquierda elaborada a los ponchazos durante los sesentas en América Latina explica buena parte de las inconsistencias político – culturales de cientos de militantes y dirigentes de izquierda. Si el triste espectáculo que TODO el Frente Amplio protagonizó en los últimos meses en relación al debate sobre la ley de caducidad es aprovechado para estimular una reflexión crítica, cultural e ideológica, es altamente probable que una vez más, como ha ocurrido tantas veces, la izquierda en su conjunto salga fortalecida. Lo que está en juego, merece ser subrayado, es la unidad de la izquierda, y aún, la continuidad del proyecto político – cultural que se inició con el gobierno del Dr. Tabaré Vázquez, pues no es posible seguir gobernando con eficacia sin partido político y el Frente Amplio no es hoy un partido, ni siquiera una suma de partidos, y menos que menos un movimiento. Paradójicamente sin embargo, el frenteamplismo como cultura radicalmente democrática y republicana, resultado del legado de Seregni y de la experiencia de los jóvenes militantes durante la dictadura, es la más influyente de las expresiones políticas y sociales del Uruguay.

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VII

Como ya había observado Montesquieu siguiendo a Libio y nos enseña Hannah Arendt en un apabullante libro titulado “Sobre la revolución”: “sólo el poder contrarresta al poder”. Conviene compartir la frase completa en la que Hannah Arendt recuerda la significación de Montesquieu en los procesos revolucionarios: “El descubrimiento, contenido en una frase, apunta hacia el principio olvidado que sustenta toda la estructura de la separación de poderes: sólo el poder contrarresta al poder, frase que debemos completar del siguiente modo: sin destruirlo, sin sustituir el poder por la impotencia”. La referencia viene a cuento porque precisamente en este momento la sociedad global enfrenta un dilema civilizatorio, de sentido…esencialmente referido a la re estructuración del poder. En la sociedad de la comunicación y la inteligencia colectiva la operación política instrumental a la que denominamos gobernar está sometida a una complejísima dialéctica en la que intervienen al mismo tiempo fenómenos tales como la progresiva descomposición de los Estados nación, la sin embargo todavía plenamente vigente y casi irracional competencia entre las economías de los Estados nación, (de la cual depende la capacidad de dar satisfacción a la calidad de vida de sus habitantes) la disrupción de los mecanismos universalistas mediante los cuales las sociedades producían relatos culturales homogéneos (la religión, la moral hegemónica, el trabajo alienado) al mismo tiempo que el surgimiento de una nueva noción de lo comunitario autónomo. Una nueva noción y praxis de lo comunitario como espacio de construcción afectiva diferente a la de la familia tradicional, una nueva noción y praxis de lo comunitario (medianas empresas que son asociaciones de varias pequeñas empresas -diseñadores, productores de software-, cooperativas de producción, grupos de individuos cada cual con su saber que se juntan para realizar servicios de consultaría, etcétera), como espacio de realización mediante la competencia en el mercado a partir de la suma de destrezas creativas. Estos fenómenos y otros de carácter geopolítico y tecnológico que no es posible exponer aquí comienzan a erosionar las bases de sustentación del poder tal y como había operado en la sociedad industrial. Volvamos a la sentencia de Arendt, “sólo el poder contrarresta al poder, frase que debemos completar del siguiente modo: sin destruirlo, sin sustituir el poder por la impotencia”. Para que las prácticas políticas mediante las cuales se administra y organiza el poder resulten eficientes a su razón de ser: asegurar el derecho a la vida de cada individuo particular, generar las condiciones para el desarrollo de la cultura, es necesario disponer una consistencia de la capacidad de gobernar mediante equilibrios que garanticen que ningún grupo de interés podrá imponerse a otros.

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Es lo que se ha logrado en algunos países durante el siglo XX al impulso de las ideas de las revoluciones inglesa, americana y francesa, al impulso de las luchas obreras influenciadas por la tradición basada en las ideas de Marx y Engels, es lo que significa la democracia republicana cuando ha sido complementada con Estados de Bienestar cuya función esencial fue resquebrajar la inevitable tendencia del capitalismo a reproducir el poder más o menos en los mismos grupos de privilegio. Las intervenciones totalitarias, tanto las fundamentadas en el ultranacionalismo racista como en el leninismo, han generado mecanismos institucionales en los cuales ningún poder contrarrestaba al poder, razón por la cual, al inhibir al hombre de su libertad creativa pretendiendo forzarlo a aceptar una construcción ideológico – religiosa no hizo más que producir una sociedad oscura que implosionó. (Al releer la forma en que lo he escrito no he podido dejar de recordar a Kafka y a Milán Kundera). “Otra vez de nuevo”, como decía el general Líber Seregni, retomemos la frase leit motiv de estos apuntes: “sólo el poder contrarresta al poder, frase que debemos completar del siguiente modo: sin destruirlo, sin sustituir el poder por la impotencia”. La referencia viene a cuento porque precisamente en este momento la izquierda uruguaya viene de generar un error en el que puso en juego su legitimidad, nada menos que su legitimidad político – cultural, al pretender enmendar una catástrofe (la imposibilidad de juzgar algunos hechos del terrorismo de Estado) mediante una fórmula que violentaba todo el acumulado civilizatorio logrado en sacrificadas y heroicas luchas por el republicanismo radical democrático durante los últimos doscientos años. Una de las características de la época en que vivimos reside en que no existe en este momento al interior de ningún país estructurado en base a las lógicas democrático republicanas y la tradición de los Estados de Bienestar ningún poder que pueda imponerse totalmente a otro poder. Fue precisamente esa la razón por la cual el neoconservadurismo ultraliberal de los noventas pretendió deshacerse de los instrumentos del Estado de bienestar, que a su vez ya se encontraba jaqueado por la emergencia del fenómeno chino y la globalización. La facilidad con que se trasladan de un lado a otro del mundo los emprendimientos productivos buscando mano de obra barata debilitó la capacidad recaudatoria de los estados de bienestar… El Estado de Bienestar desprovisto de todo burocratismo, operación posible como consecuencia del desarrollo de las nuevas tecnologías cibernéticas en red, el Estado de Bienestar estructurado sobre una democracia republicana sólida es la forma de organización de la sociedad revolucionaria de nuestra época, pues es la única que posibilita el empoderamiento de los desheredados de la tierra, la fragmentación del poder en múltiples poderes, la fiscalización del poder por parte de la sociedad. El Uruguay, un poco por tradición, otro poco por las características presentes de la economía global, por la emergencia de nuevos actores en el escenario geopolítico mundial, por la presencia del estado en áreas claves de la estructura productiva

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doméstica (ANCAP, ANTEL, BROU, AFAP República, UTE, OSE, CND, ANII y un etcétera más discutible, por excesivo) es uno de los pocos países en el mundo que puede aspirar seriamente a desarrollar un modelo de sociedad radicalmente democrático e igualitario. ¿Cómo puede la izquierda uruguaya no procesar político culturalmente un discurso y una praxis modernizadora y en el contexto del mundo actual innovadoramente revolucionaria y en cambio reproducir hasta el hartazgo quejidos, gruñidos, y lamentos pequeño burgueses, cuando tiene a su disposición la posibilidad de hacer historia? Por la riqueza de su tradición, por la inteligencia de su concepción unitaria para la izquierda uruguaya, ninguna otra preocupación puede ser más relevante en el esfuerzo por conducir el proceso por lograr la superación de los traumas del pasado y la modernización solidaria del país que la cuestión democrático republicana y desde esa cultura la diversificación inteligente del poder no para no hacerlo impotente, menos que menos omnipresente, sino más humanamente eficiente en su sentido político y económico. ¿Por qué no termina entonces de asumir ese desafío con entusiasmo, por qué no termina de incorporar a su praxis política lo que en buena medida ya está en su identidad? ¿Por qué se lame como un perro sus heridas con la saliva de su propia soberbia / ignorancia? ¿Por qué aúlla sobre viejas frustraciones? Durante décadas, un discurso oficial en la izquierda latinoamericana presumió de ser éticamente superior a sus adversarios meramente porque la finalidad de sus aspiraciones revolucionarias, que todo lo justificaban, establecía como verdad religiosa dónde estaba lo divino y dónde lo diabólico. Acaso resulte necesario buscar por ahí….

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VIII Toda vez que una ética (una doctrina del deber ser) cualquiera, se ha pretendido superior a otras, al menos una parte de quienes construían su identidad con base en esa pretensión no política, de fuente religiosa, han derivado hacia el fundamentalismo y cuando han accedido al poder del Estado o de una institución, han derivado hacia practicas totalitarias. La inquisición, el nazismo, el fascismo, el estalinismo… Esto porque la asunción de una ética que doctrinariamente excluye a otras, niega la validez de otras, inhibe el ejercicio sustancialmente humano de la “comprensión”. “La comprensión, en tanto que distinta de la correcta información y del conocimiento científico es un complicado proceso que nunca produce resultados inequívocos. Es una actividad sin fin, siempre diversa y mutable, por la que aceptamos la realidad, nos reconciliamos con ella, es decir, tratamos de sentirnos en armonía con el mundo”, enseña Hannah Arendt en un ensayo breve titulado Comprensión y Política y editado en un libro cuyo prólogo es de una pobreza indigna de la obra pero que de todas maneras merece ser adquirido pues reúne una selección de formidables escritos de la más importante pensadora del Siglo XX. El libro se titula “De la historia a la acción” y fue publicado por Pensamiento Contemporáneo de Paidós. ¿Con base en qué forma de pensamiento muchos militantes de izquierda caen con frecuencia en el grosero error de pretender que por que sus aspiraciones humanistas son loables, eso les hace ya mejores que sus adversarios, ya portadores de las ideas “verdaderas”? ¿En qué parte de la doctrina, si es que tal es el origen de esa pretensión de superioridad, (heredera claramente de la mentalidad mesiánico - religiosa como demuestra de modo soberbio Giorgio Agamben en “El Reino y la Gloria”) se fundamenta esa actitud? ¿En qué parte de la doctrina se encuentra la causa de que tal fenómeno se repita de muchas maneras y en diferentes niveles de gravedad en la historia de la izquierda universal? ¿En el “jacobinismo” de Roberspierre y el uso de la guillotina, a partir de lo cual fracasó la revolución francesa, en la idea del partido de vanguardia, es decir en la interpretación leninista de Marx, (a partir de lo cual fracasó la revolución bolchevique) en la propia radicalidad discursiva de Marx, en la vulgarización por parte del marxismo sin Marx del concepto de lucha de clases proyectado como guerra de clases? No esperen los lectores las respuestas aquí. Apenas unos apuntes para comenzar a pensar seriamente el problema, apenas unos apuntes que en todo caso se proponen contribuir a salvar la unidad y consistencia política del proyecto de la izquierda frenteamplista, unidad y proyecto que por diversas razones está seriamente en riesgo. Seriamente en riesgo. Aspirar a transformar la realidad, ser de “izquierda”, además de presuponer durante buena parte de los siglos precedentes que con frecuencia resultaba necesario estar dispuesto a “entregar” la vida, implicaba e implica también un complejo drama psicológico. Aún en las sociedades democráticas.

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Todo político o intelectual de izquierda padece alguna vez el conflicto que deriva de que la aspiración a transformar la sociedad orienta sus preocupaciones esenciales cuando sin embargo debe desenvolverse en un escenario de realidad definido, que viene determinado por las condiciones de desarrollo de las estructuras económicas por un lado, y por la mentalidad dominante por otro, (las costumbres) a la que no es posible cambiar por la voluntad de un discurso político, ni a balazos, sino por el avance sistemático de un proyecto político cultural que obtenga realizaciones concretas en las condiciones concretas de la realidad socio económica que caracteriza al mundo. Esa disociación es imprescindible realizarla conceptualmente, pues en caso contrario produce los ya históricos y accidentados conflictos entre “visiones de izquierda”, polarizaciones divisionistas que irremediablemente conducen a formas de estereotipo del pensamiento del otro, a desconfianzas que entorpecen la calidad de gestión con base en la optimización de la inteligencia colectiva y los recursos técnicos. En el Uruguay y en un sentido político no es difícil de hacer esta disociación pues existe un programa político que viabiliza la concreción del proceso mediante el cual se “avanza en democracia” hacia la generación de las condiciones nacionales para que cuando en algún momento del desarrollo de las fuerzas productivas la sociedad global se vea en la necesidad de replantearse las formas de organización de la sociedad según el modelo capitalista se esté en condiciones de influir desde el punto de vista cultural. La democracia republicana, el estado de bienestar desprovisto de todos sus dispositivos burocráticos, como ya fue explicitado en estos apuntes, ante el fracaso de los modelos de imposición, en tanto que tales, siempre totalitarios, es el inicio del proceso y no una mera administración del capitalismo, aunque para asegurar la continuidad del proyecto de transformación no pueda sino gestionar al Estado según las lógicas del sistema político – económico en que actúa. Generar riqueza, facilitar la captación de inversión extranjera directa, fomentar el emprendedurismo, la emergencia de un empresariado nacional no meramente rentista, el empoderamiento de comunidades de trabajadores a los cuales facilitarles ingresar a la actividad productiva, incrementar la masa de jóvenes instruidos densamente, abrir espacios (darles inteligentemente una oportunidad) a los miles de muchachos que hoy ni trabajan ni estudian porque en lugar de “arrancar para las ocho horas” por unos pocos pesos prefieren buscar otras formas de autonomía, algunas de ellas tan riesgosas que los exponen a la muerte, pero otras muy innovadoras, es tarea suficientemente profunda como para subestimarla en nombre de pretensiones finalistas ni siquiera fundamentadas. La asimilación de este marco conceptual con el que consensuar el proyecto político cultural de transformación de la sociedad por parte de todo el Frente Amplio es la única garantía para preservar su unidad y su rol histórico no sólo en relación al Uruguay sino también en relación a la posibilidad de lograr constituirse como un modelo de gobierno y gestión política para el universo del pensamiento de izquierda mundial. Cualquiera comprende ya, salvo que padezca alguna suerte de narcisismo pequeñoburgués, o de resentimiento lumpen proletario, que mientras no se generen las condiciones para descomponer definitivamente las lógicas capitalistas derivadas de la competencia entre estados nación, países en desarrollo, y países y grupos de poder que para asegurar sus privilegios intervienen cíclicamente según formas de solución de

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conflictos propiamente imperialistas no existe ninguna posibilidad de implementar una transformación no capitalista de la realidad en el marco de un estado nacional. Todo lo que la izquierda puede hacer, siempre y cuando preserve su unidad y el gobierno, naturalmente, es generar las políticas que permitan establecer contrapesos para evitar desde el Estado la emergencia de grupos de poder que puedan influir en los acontecimientos con mayor capacidad que el propio poder del Estado. Y esto es profundamente revolucionario. Lograr eso sin perder oportunidades de desarrollo es profundamente revolucionario pues únicamente a partir de un tal estado de situación es posible implementar políticas de empoderamiento de comunidades de trabajadores, garantía última y esencial de que pueda viabilizarse no ya únicamente una real redistribución de la riqueza sino una estructura diversificada del poder que asegure la calidad de la democracia republicana. “Sólo el poder, contrarresta al poder, sin destruirlo, sin sustituir el poder por la impotencia”, recordamos ya que nos enseñaba Hannah Arendt. Tal es la prioridad fundamental de todo programa político – económico de un gobierno de izquierda y sin embargo, para que resulte posible implementar ese proyecto, las políticas de fomento al emprendedurismo que conduzcan a la sociedad en esa dirección, resulta imprescindible conducir con seriedad y profesionalidad la política de captación de inversiones, sin las cuales, tomando en cuenta las siempre crecientes necesidades de recursos, tanto para hacer frente a las rémoras del pasado como a los nuevos desafíos de la modernización solidaria, todo es una quimera. En el momento en que escribo estas líneas, que cuando sean editadas para un posible libro no contendrán estos comentarios de coyuntura, parece prudente enfatizar que la forma en que se está procesando el tratamiento de importantes inversiones extranjeras directas asusta por su falta de seriedad. Cuando un Estado no dispone de los recursos para explotar una riqueza, o para refundar sus líneas férreas, la llegada de un inversor dispuesto a armar la ingeniera jurídico financiera para hacerlo posible no puede ser obstaculizada. Se establecerán los controles y regulaciones que resulten necesarias, pero obstaculizarlas es reiterar un error que ya se cometió hace décadas y que en el puerto de Montevideo condujo a la denigrante imagen de las grúas herrumbradas y la pérdida de su significación regional. Hay países, que por la debilidad de sus instituciones y sus Estados al facilitar el ingreso de capitales multinacionales corren serios riesgos de perder autonomía. No es el caso del Uruguay, que cuenta con un sistema político mayormente maduro, con instrumentos de poder (“Sólo el poder, contrarresta al poder, sin destruirlo, sin sustituir el poder por la impotencia”) como las estratégicas empresas del Estado, ANCAP, ANTEL, BROU, AFAP República, UTE, OSE, CND, BHU. En el mundo en el que nos desenvolvemos, como ya fue sucintamente dicho, que atraviesa una crisis que no es la tan anunciada y nunca confirmada “crisis final del

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capitalismo” el proceso de debilitamiento de la mayoría de los Estados nación entraña desafíos que demandan respuestas extremadamente sofisticadas y flexibles. Es posible predecir, aunque todavía no de manera categórica, que lograrán sobreponerse a la globalización y al fenómeno de la producción de casi todos los bienes en China unos pocos conjuntos de Estados nación aliados: 1.- Estados Unidos, Canadá, Israel, Japón, Corea del Sur; 2.- Alemania, Francia, los países escandinavos y Rusia; 3.Gran Bretaña, India, Australia; 4.- Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y 5.- la propia China. Todos los demás países del mundo afrontarán enormes dificultades para mantener la autonomía de sus Estados nación tal y como los conocimos en la Sociedad Industrial. Es posible no obstante, que muchos de los países que enfrentarán severos problemas para resultar competitivos y alcanzar niveles de producción de riqueza suficiente a efectos de preservar la cohesión de sus sociedades protagonicen aceleradas transformaciones en sus estructuras institucionales, con la emergencia de comunidades de productores pequeñas y medianas muy integradas a la sociedad global. El país Vasco muestra ya manifestaciones de esta tendencia, sobre todo ahora que cerró o se encamina a cerrar definitivamente el bloqueo al desarrollo de la calidad de su democracia jaqueada por el fenómeno ETA, lo propio ocurre en otros pequeños estados que cuentan con importantes recursos naturales. En fin, el tema es muy hondo y excede las pretensiones de estos apuntes, pero bien vale dejarlo anotado, pues contribuye a facilitar la observación de la entidad de las transformaciones que tienen lugar en el mundo y por lo mismo, la entidad de los desafíos intelectuales y prácticos para la izquierda uruguaya. ¿Por qué? Porque diferenciar entre la aspiración cultural de contribuir a que la humanidad genere las condiciones para organizar una sociedad global sin clases y la práctica política transformadora en el mundo tal cual hoy se presenta es parte esencial del marco conceptual a partir del cual resulta necesario recrear el entusiasmo político del proyecto frenteamplista. Las dificultades para comprender la complejidad de la sociedad actual están en la base de buena parte de los problemas que afectan al funcionamiento unitario de la izquierda uruguaya, y por tanto, también a la capacidad de la mayoría de sus dirigentes para gestionar políticamente con eficiencia tanto la acción de gobierno como la acción político partidaria. Acaso nos haya ocurrido que dejamos crecer demasiado, incrementarse de forma desmedida a los “militantes profesionales” de los cuales es recomendable desconfiar siempre pues son muy raras las ocasiones, muy poco frecuentes los casos en que no terminan encerrados en discursos vacíos con los cuales alimentan una especie de burocratismo intelectual, aún cuando en el discurso se pretendan “defensores de los intereses del proletariado”. Acaso el grave conflicto entre individualismo (que la sociedad de consumo en su más exacerbada expresión de los noventa estimuló hasta el paroxismo) y participación vacía

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de contenidos haya degradado la cultura de la fraternidad que caracterizaba esencialmente a la izquierda uruguaya, su espíritu crítico. Son en estos días tantos los adherentes de izquierda que se manifiestan “decepcionados” que parece necesario reflexionar con sobriedad y seriedad sobre las posibles razones no anecdóticas que pueden encontrarse detrás de ese sentimiento que aquí en algunos sentidos difiere del que tiene lugar hace ya más de veinte años en la Europa postmoderna. Pero en lo referente a la crítica del totalitarismo, que el posmodernismo pretendió hacer llevándose de paso a la tumba a las aspiraciones de transformar la sociedad lo que diferencia a Europa y Uruguay es que aquí, sencillamente, desde el punto de vista intelectual, no se hizo. Y ahora se paga. Navegar no es necesario, vivir lo es, pero cuando se navega, se gobierna, no es posible hacerlo sin instrumentos. Otro nivel de crisis, es el que se deriva de que la sociedad uruguaya funciona en dos escenarios diferentes. Hay un teatro de operaciones donde se desenvuelven los profesionales de la política en el que abundan las más diversas formas del individualismo o en un esfuerzo contestatario a ese comportamiento, grupos de “militantes” boina en mente, que posan de humildes “laburantes” de la revolución social, (y a veces lo son) pero que operan sobre la realidad casi inconscientemente desde esa pretensión de superioridad moral a la que se aludía más arriba de modo que al pensarse en colectivo, tienden a confiar únicamente en sus pares, aunque sus pares las más de las veces no hayan mostrado ser mejores a los impares más que en la pose y a veces, en la “entrega”. En este mismo “tablado”, andan de disfraz en disfraz cantando a Silvio Rodríguez unos “tipos humanos” de otra naturaleza. Han devenido últimamente ecologistas. Alguien plantea que resulta necesario hacer un puerto de aguas profundas para terminar de consolidar al Uruguay como Centro Logístico Regional, es decir para seguir generando riqueza a los efectos de destinar mayores partidas para la educación y las políticas públicas que procuran resolver el problema de la pobreza crítica y ellos dicen que hay un conflicto de modelos entre lo natural y lo productivo, sobre todo si lo natural es el lugar paradisíaco en el que tienen su casa de veraneo. Y así. Andan todos quisquillosos o desconfiados, decepcionados o tartamudos. Pero hay otro país, otro escenario. El de los nuevos emprendedores, el de los creadores, el de los innovadores, el de los empresarios que buscan nuevos rumbos, el de los trabajadores capacitándose para asumir audaces desafíos, el de los universitarios que ya habitan en el mundo, intercambian información e ideas con el mundo, producen en red, piensan en red. Los dos países están llenos de gente de izquierda frenteamplista. Es improbable que miles de ellos permanezcan sin embargo en el Frente Amplio, aun siendo frenteamplistas, si, como todo indica va a ocurrir a pesar del partido Frente

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Amplio y a pesar de algunos sectores del gobierno el Uruguay sigue modernizando a su economía y a su sociedad, integrándose comercial y culturalmente al mundo que se transforma, y si, unos se esfuercen por comprender y por tanto disfrutan de la aventura de la transformación y de sus propias peripecias personales y otros se esfuerzan por cargar con mochilas que contienen una pocas ideas, (algunas de ellas muy valiosas) pero que pesan hasta empujarlos hacia el pantano, porque para preservar su "pureza" han dejado de airearlas, como Marx quería, en el oxígeno de la sociedad en movimiento. La razón por la cual todos los problemas que en estos apuntes se han planteado y otros que quedan en el tintero emergen ahora es, quizá, porque el Uruguay se encuentra en pleno proceso de transformación, en una honda y apasionante crisis de transformación. Ante esta apasionante agitación de cambio se puede optar por el individualismo, por el sectarismo de los cobardes, por el sectarismo de los fundamentalismos religiosos o lo que es lo mismo por la soberbia de los dueños de la verdad, por vestirse el uniforme de comisario de la pureza de la raza de los revolucionarios o por la integración fraterna a un proyecto común en una dialéctica de fermental intercambio de formas de comprender, y por tanto, luego, de hacer. “Benjamin Constant pasará su vida debatiéndose en esta paradoja que no lo es: ¿cómo defender la autonomía política del individuo dada su extrema dependencia social? “Extraña especie humana! Exclama en su Journal, que no puede ser nunca independiente” y le responde Todorov “Pero la dependencia no es alienante, la sociabilidad no es maldita, es liberadora; hay que deshacerse de las ilusiones individualistas”. “Preocuparse por los otros no significa en absoluto privarse de uno mismo. (…) Esta comprobación que podría aparecer como un elogio a la vida en común, debe hacernos conscientes de las amenazas que pesan sobre ella. Rousseau, el primero en Occidente que supo identificar el carácter social constitutivo de nuestra especie no ha dejado de percibirlo. No existe felicidad sin los otros” recuerda Todorov que afirmaba el sabio francés. Y reflexiona: “Ya que los hombres no pueden individualmente mandar sobre sus deseos, mucho menos sobre los de los otros (…) ¿Qué hacer entonces? ¿Encerrase en una soledad elevada, como lo preconizan los estoicos para ahorrase decepciones futuras? ¿Desprenderse de los bienes terrenales, como lo recomienda San Agustín, para sólo amar infinitamente al único ser infinito, Dios? ¿O bien aceptar nuestra condición, como nos incita a hacerlo Rousseau, sin esperanza de vida eterna ni de alma inmortal, sin el consuelo de una supervivencia por medio de la comunidad, descendencia o las obras, estos sustitutos de la inmortalidad? “La vida en común, añade luego Todorov, sólo garantiza, y en el mejor de los casos, una endeble felicidad”. “Tal es la contradicción específica de la condición humana: nuestra conciencia y nuestros deseos habitan el presente perpetuo y se mueven en el infinito; nuestra existencia, en cambio, se desarrolla en el tiempo que sólo tiene una extensión finita”. (…) “La sociedad misma vive en el tiempo y todos sus equilibrios son forzosamente precarios: no hay que esperar que los conflictos desaparezcan, sino simplemente que se arreglen sin violencia”.

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IX “Cuando la ley del trabajo, en vez de maldición, se considere medio y fin de felicidad, el cambio de servicios será gratuito, e inútil, por lo tanto, la moneda, que ha mantenido el equilibrio social con tantas víctimas. Entonces, marchando en armonía el progreso del mundo, hermanos todos los hombres, nunca en luchas de pasión verán su sangre vertida; (...) todas las fuerzas de la naturaleza estarán sometidas y a nadie negarán el goce de sus servicios”. “Ese porvenir se alcanzará si los destinos del cielo aún reservan a nuestro planeta algunos siglos”. La intuición precedente fue escrita sobre fines del silgo XIX en la bella ciudad de Montevideo por Enriqueta Compte y Riqué, apenas unos meses después de su primer viaje a Europa, en donde se concentró en el estudio de las ideas más innovadoras en relación a los sistemas educativos, ideas que luego implementaría en Uruguay creando el primer Jardín de Infantes de América. Sustancialmente tradujo al Río de la Plata las nuevas ideas de la modernidad en relación a la infancia: respetar la subjetividad de cada niño y contribuir a despertar su curiosidad, confiando en la capacidad de aprendizaje de cada cual; no transmitirle una visión del mundo, sino un espíritu de búsqueda. Si se busca en Wikipedia se encontrará la frase que sigue como expresión de su pretensión como maestra: "Cada vez que se abre mi escuela dos ansias llevo dentro, segura de ser feliz si las veo satisfechas: una es la de probar algo nuevo, otra la de buscar corregir los defectos descubiertos el día anterior". Por el interior de las sociedades fluyen, subterráneos, impulsos culturales que van dando forma a una sustancia de ideas en disputa, pero afincadas hondamente, a la que denominamos mentalidad colectiva. Al mismo tiempo, en la superficie, en los escenarios donde se manifiestan los conflictos de intereses y la voluntad de conservación o transformación disputan su dialéctica pretensión de supremacía los diferentes grupos sociales. Emergen en ese teatro de la vida social discursos, actitudes, acciones, que ponen en juego, en acto, la capacidad de preservación y desarrollo o la determinación de la muerte en todo o en parte, de aquellas sustanciales visiones del mundo. La historia discurre en esos escenarios de conflicto, en los de la vida privada donde las mentalidades se reproducen, en el espacio de lo público, donde son sometidas a la prueba de su validez y tanto unas como otras, las mentalidades y las disputas de poder, se constituyen según el grado de desarrollo de la capacidad creadora que las estructuras económicas impulsan o deterioran. La convivencia democrática es la que hace posible ese diálogo cultural, pero también la que posibilita la disputa por la primacía en la administración del poder por parte de los diferentes grupos de interés que ponen en juego sus ideas, sus aspiraciones, tanto como sus reales condiciones de vida. En el siglo XIX, la idea de que el mundo podía ser radicalmente más justo guiaba a los mejores espíritus, como el de Enriqueta Compte y Riqué o el de José Batlle y Ordoñez a quien la pedagoga admiró o el de Marx o el de Proudhon, cuyos escritos pueden rastrearse en la bella frase que se cita arriba. Todos ellos a su vez recogían la tradición de las ideas que fundamentaron las revoluciones inglesa, francesa y americana. Los siglos XVIII y XIX pusieron en evidencia que el poder acumulado por los

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privilegiados durante cientos de años difícilmente podría ser resquebrajado sin violencia. Las sociedades evolucionaban hacia formas cada vez más y más complejas, las luchas obreras y la de la burguesía iban resquebrajando la estratificación feudal, creando nuevas instituciones, formas de gobierno, Estados nación, innovaciones tecnológicas, transformaciones culturales, nuevas formas de producción, urbanizaciones, nuevas clases sociales, nuevos modos de vida, nuevas expresiones artísticas. En el siglo XX se acentuaron todas estas modificaciones estructurales y el conflicto de poder entre la burguesía y el proletariado llegó a adquirir, a partir de la revolución bolchevique en Rusia, la forma de una pugna al borde entre lo político y lo militar por la supervivencia entre naciones imperiales por un lado y entre formas de concebir la transformación de la sociedad por otro. Es importante reparar en lo que viene de enunciarse. Por un lado tuvo lugar un conflicto entre burguesías nacionales de países con potencial imperialista que a su vez era cruzado por otro conflicto entre modernización industrial y nostalgia del mundo precapitalista, más apegado al campo, a la producción rural, al patriarcado, a la religión hegemónica, al sometimiento de la mujer, todas tradiciones que estaban siendo aniquiladas por la modernización capitalista. Una modernización capitalista que en algunos países era impulsada por el proletariado que así ocupaba posiciones de poder cada vez más significativas y mejoraba su calidad de vida, en algunos países con más significación política que las propias burguesías nacionales. Resulta interesante analizar en este sentido los “casos” de Inglaterra con un laborismo influenciado por el marxismo pero no marxista y el de Suecia, más influido por el marxismo pero no leninista y que por ello mismo junto a Francia y a la Alemania de postguerra son los que dan forma más elaborada a los primeros Estados de Bienestar posteriores, vale la pena señalarlo, al creado en Uruguay por Don José Batlle y Ordóñez, cuya ideología puede sintetizarse como de un “radical republicanismo democrático” influido por el liberalismo político francés, inglés y americano y por el marxismo y el anarquismo. Pero volvamos a la precedente apreciación. En el siglo XX (…) el conflicto de poder entre la burguesía y el proletariado llegó a adquirir, a partir de la revolución bolchevique en Rusia, la forma de una pugna al borde entre lo político y lo militar por la supervivencia entre naciones imperiales por un lado y entre formas de concebir la transformación de la sociedad por otro. Concentrémonos en esto último: en el conflicto radical entre formas de concebir la transformación de la sociedad que tuvo lugar muy en particular a partir de la revolución bolchevique magistralmente conducida por Vladimir Ilich Lenin. ¿Qué fue lo que esta revolución, como acontecimiento político – social relevante puso en juego en las ideas y la práctica política de todos las construcciones doctrinarias que aspiran a transformar la sociedad en el sentido de lograr la superación de la división de la sociedad en clases? ¿Qué fue lo que puso en juego luego, durante las décadas del 60, el 70 y el 80, cuando ya fue visible su degradación totalitaria, oculta durante los años anteriores por la victoria del ejército Rojo sobre el nazismo, la monumental crisis del marxismo que concluyó más tarde con la simbólica “caída del Muro de Berlín”?

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Puso en juego la noción leninista de que era posible realizar la transformación de la sociedad a través de un proceso revolucionario en el marco de un Estado Nacional, puso en juego la noción del Estado mismo como el centro de la disputa del poder con la burguesía. Puso en juego luego el debate sobre la crítica del capitalismo, acerca de las características de la sociedad industrial avanzada (el consumismo, la masificación de la sociedad del espectáculo, etcétera), puso en juego el debate sobre el sujeto de la transformación, opacado el proletariado en mayo del 68 por la rebeldía y protagonismo del movimiento estudiantil, esencialmente proveniente de las consolidadas clases medias. Puso en juego la teoría leninista del partido de vanguardia, puso en juego formulaciones teóricas y debates entre formas de leer a Marx: el eurocomunismo, el reformismo, el llamado marxismo occidental, y ya en el apogeo de la crisis explicó la emergencia del postmodernismo. (Los que peinan canas quizá recuerden nombres como los de Herbert Marcuse, Althusser, Colletti, Perry Andersson, Grossmann, Della Volpe, el primer Habermas, Foucault, todos ellos protagonistas de una búsqueda que en el fondo refería esencialmente a lo que el intelectual español Ludolfo Paramio describió así: “la necesidad de compatibilizar una estrategia reformista con unas señas de identidad revolucionarias”. En América Latina mientras tanto, todas estas enriquecedoras búsquedas eran más bien empobrecidas por teorías tales como las de la dependencia, un antiimperialismo nacionalista escolástico, y la revalidación del leninismo hacia el que empujó el éxito de la Revolución Cubana cuando ya en Europa los más lúcidos espíritus críticos percibían la inviabilidad del modelo de socialismo de Estado y su dramática derivación hacia el totalitarismo. Lo que aquí más importa señalar en todo caso, es la trascendencia político - cultural que ha tenido en la historia de la izquierda la distinción entre proyecto de transformación de la sociedad y práctica política concreta en el contexto de la competencia entre estados nacionales capitalistas durante todo el Siglo XX. El viejo y vulgar debate entre “reforma” y “revolución” que la frase de Paramio evidencia u otros empobrecimientos culturales de la tradición marxiana derivadas de la desconfianza leninista en la política, por tanto, en la democracia. Desconfianza en la política cuyas consecuencias el formidable intelectual comunista italiano Antonio Gramsci alcanzó a comprender, explicando que tal desconfianza al militarizar todo proceso de disputa del poder entre grupos de intereses y clases, inviabilizaba cualquir evolución civilizatoria en el sentido en el que el propio Marx aspiraba ocurriesen. Algunos de sus escritos son tan lúcidos, para el momento en que fueron escritos, que fueron ocultados por el oscurantismo soviético durante décadas. En el naciente proceso de la globalización capitalista, en el contexto de la emergencia de una burguesía multinacional cada vez más imbricada y un proletariado cada vez más sometido a presiones nacionalistas consecuencia de la crisis del estado de bienestar, el debate sobre los modelos de sociedad todavía se agudizó, aunque fue opacado durante algunos años por el impacto del derrumbe de la URSS.

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Iniciado el siglo XXI, el vértigo de las transformaciones en la economía global y un insuficiente proceso de elaboración teórica en la izquierda mundial por otra parte, acentúan dramáticamente la crisis cultural de la tradición marxista al mismo tiempo que los acontecimientos, los hechos que tienen lugar revalidan la mayoría de las intuiciones de Marx y Engels. Más allá de que todos estos debates están comenzando a dilucidarse por la propia evolución de los procesos económico – culturales que transforman radicalmente al mundo en estos días, ¿qué ocurre cuando no se aprende a hacer la disociación entre aspiraciones humanistas últimas, una sociedad sin explotados ni explotadores y la práctica política concreta, democrática? ¿Cuando en lugar de fundar escuelas y esforzarse por mejorar cada día, como lo hizo Enriqueta Compte y Riqué, los políticos o militantes de izquierda se levantan todos los días de malhumor con “el sistema”? ¿O que ocurre cuando pierden de vista la necesidad de diseñar ingenierías que posibiliten la modernización de la sociedad empoderando a los sectores con menos capacidad de influencia en la estructura de clases de la sociedad? Ocurre lo que en España un joven definió así al explicar por qué votó al Partido Popular en las recientes elecciones provinciales: “Para administrar trenzado con el poder económico un capitalismo sin transformación innovadora desde los intereses de la sociedad, sin esfuerzos democráticos y transparentes por generar nuevas comunidades de poder, prefiero a la burguesía, que lo hace mejor”. La lucidez de la mirada de este muchacho debe haber sido leída con agudo dolor por algunos gobernantes del PSOE, partido que acaso pecó de tales renunciamientos, pero que tan poco ha podido hacer por evitarlo teniendo la responsabilidad de gobernar en un mundo cuyos cimientos implosionan. Por todo lo enunciado tan sucintamente en estos apuntes, cuando busqué y encontré entre mis desordenadas carpetas la frase de Enriqueta Compte y Riqué y al recordar la trascendencia de su obra práctica en la formación de los rasgos principales de la identidad uruguaya no pude dejar de preguntarme: ¿a qué se refieren nuestros pequeño burgueses de izquierda cuando gimen por algo a lo que denominan “más izquierda”, cuando se lamentan porque al impulso del viejo sabio Don José Mujica todo se debate, cuando aspiran a preservar la naturaleza (nuevos super ecologistas) en las condiciones bucólicas a las que contemplan en sus rodados que avanzan por carreteras hechas con materiales extraídos de la naturaleza en procesos industriales, en qué piensan cuando elaboran soberbios discursos desde el pedestal de una pretendida superioridad moral auto asignada? ¿Y los que desde el movimiento obrero (frecuentemente los del aparato estatal) reproducen ese llanto pequeño burgués? ¿Y los viejos pequeños burgueses ahora devenidos proletarios por la fuerza de la pose y la vestimenta? ¿En qué piensan? Y lo más importante de todo, lo realmente significativo, ¿en QUIEN piensan?

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La reacción de la intelectualidad europea a la implosión del socialismo de Estado fue algo neurótica, unos muchos renunciaron a la idea misma de la transformación de la sociedad y abrazaron diversas formas de relativismo cultural y otros pretendiendo sustituir la negligencia crítica con la que habían acompañado la degradación del marxismo, se enfocaron en la crítica a la democracia, a la que uno de ellos cuyo nombre prefiero no recordar denominó: “capital – parlamentarismo”. Casi todos, salvo algunas honrosas excepciones, se enfocaron en la crítica a la sociedad de consumo dominada por la publicidad, la denominada sociedad - espectáculo controlada por los medios que (nos explicaban recurriendo a varias disciplinas) convertía en ficción vacía toda experiencia humana. Nos trataban a todos como estúpidos manipulables por el “gran capital”, aunque se excluían ellos mismos, que educados en la desconfianza en la política propia del marxismo vulgar, eran incapaces sin embargo de percibir, en la comodidad en la que habitaban y que acaso creían para siempre, que “todo lo sólido de disuelve en el aire”. Derrotados y heridos en su orgullo pequeño burgués en lugar de realizar una humilde y rigurosa reflexión crítica sobre las causas profundas detrás de la implosión del socialismo de Estado tanto como de la crisis del Estado de Bienestar optaron por el aullido o el narcisismo hermético. Ciertamente, el despilfarro grotesco de las burguesías europea y norteamericana, la fiesta especulativa del capitalismo financiero, la indigna exhibición de riqueza, el militarismo imperialista del neoconservadurismo anclado en el viejo aparto de la industria de los armamentos y el petróleo, el exacerbado individualismo egoísta de la mayoría de los integrantes de las clases medias de los países industrializados durante los noventa, la regresión ultra conservadora de casi todas las religiones institucionales no generaban un estado del espíritu desde el cual pensar con serenidad. Pero podían recurrir a Hannah Arendt, a Niklas Luhmann, a Gramsci, podían releer a Marx y revisar la historia del republicanismo, podían ahondar en los aportes liberales igualitaristas, podían observar las transformaciones profundas que las nuevas tecnologías estaban estimulando ante sus narices, podían esforzarse por innovar a partir de la creación política, (claro que para eso tenían que confiar en la política y no sabían hacerlo), podían hurgar en los nuevos fenómenos geopolíticos... nada de eso, prefirieron el postmodernismo (el renunciamiento a la idea de progreso y a la búsqueda de la verdad) o la crítica a la democracia. La vulgarización del marxismo en la segunda mitad del siglo XX fue tan horrorosa, que cientos de miles de universitarios e intelectuales de occidente omitieron en su cosmovisión del mundo, que Marx no había escrito una palabra, cuando los humanistas de todos los tiempos ya habían creado las doctrinas con las cuales los humildes de la tierra protagonizaron las revoluciones inglesa, francesa y americana. Y aquí en el Río de la Plata, un coro de estudiantes de Humanidades bailaba la danza de aquellas frustraciones, eso sí, buscando en el indigenismo sin indígenas, en el

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tercermundismo sin primer mundo, en el anti imperialismo ya sin imperialismo (en un sentido complejo de explicar aquí), la singularidades vistosas con las que oponerse a la “decadente” sociedad. (Los fines de semana viajaban a Punta del Este, de vez en vez a Estados Unidos, procuraban acceder a dar clases en las Universidades norteamericanas, en fin, se divertían). Mientras tanto la izquierda brasilera que no pierde tiempo en ser anti nada, que hace política todo el tiempo, igual que los demócratas radicales de todos los confines, como los creadores de Google y Wikipedia, por ejemplo, comenzaban a cambiar el mundo. Donde es posible la política, la dialéctica de la competencia democrática ha resultado ser, desde la Grecia antigua, el único modo en que el hombre es capaz de reinventarse a sí mismo, crear instituciones y fórmulas jurídicas que lo conduzcan progresivamente a generar las condiciones para superar su naturaleza animal, en la que se impone la fuerza, por la potencia del pensamiento, en cuyo sedimento se desarrolla toda su capacidad afectiva e innovadora. Unas páginas más atrás, al exponer el conflicto entre la condición social del hombre y el progresivo desarrollo de su autonomía individual rememoramos a Tzvetan Todorov dialogando con Rousseau en su libro “La vida en común”. Preservamos sin embargo una frase para analizarla con más detenimiento: “Somos felices porque amamos, amamos porque sin el otro somos incompletos. Pero si nuestra felicidad depende de los otros, estos otros detentan también los instrumentos potenciales de su destrucción. De nuestros afectos, más que de nuestras necesidades nace el problema de nuestra vida”, sostiene, casi como conclusión de la obra. Tal apreciación inobjetable desde el punto de vista del ser, desde el punto de vista individual, no lo es sin embargo desde la perspectiva del individuo como ser social, pues su desarrollo, su capacidad de afecto, depende de la satisfacción previa de sus necesidades materiales. Tal apreciación no obstante es posible formularla en el occidente democrático porque como nos enseña Barrán en su también ya citado libro “Epílogos y legados”, la Historia “parece indicar que la conciencia de sí entendida como derecho del sujeto frente a los mandatos sociales, es débil en las sociedades primitivas en las que el grupo es la única garantía de la supervivencia individual, y se fortalece a medida que la cultura crea estructuras materiales y (disposiciones) mentales que permiten la independización, siempre relativa, del sujeto”. “La tensión entre el sujeto y la sociedad o cultura, que a la vez que lo engendra lo limita, es vital para comprender las complejas relaciones entre el yo y el nosotros”, añade, refiriéndose a la civilización occidental, que ha logrado desprenderse de las imposiciones dogmáticas de los poderes religiosos, pero que no ha superado todavía las diferencias de clase que por su propia naturaleza reproducen desigualdades que condicionan las posibilidades de realización de millones de individuos. Todo deseo es por definición imposible de satisfacer enteramente. El deseo aparece excitado por un objeto vedado, escurridizo, imaginado, y por ello mismo, raramente aprensible.

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Permítaseme una derivación casi íntima. Imaginemos la visión de los senos apenas visibles, apenas agitados, por la respiración de una muchacha cuya camisa entreabierta muestra y oculta. (Discúlpeseme la sensibilidad masculina) El juego de la seducción que aspira a abrir lo que es prometido como placer, y acaso luego el disfrute de lo conquistado, la fugacidad de la posesión, la entrega que crea la comunicación, ¡he ahí esencialmente al mundo íntimo!). Pero al amanecer del día siguiente la extrañeza experimentada de yacer abrazado a lo en rigor incognoscible, a un otro libre, frágil, volátil. Incluso la experiencia amorosa que deriva en estabilidad afectiva, en proyecto en común, no ha sido capaz nunca de anular la excitación del deseo, de maniatar la potencia de voluntad que caracteriza a lo humano y que en las circunstancias en que se ve cercenada por cualquier razón, o sufre y enferma, (Freud) o se “libera”, asumiendo todos los riesgos que conlleva la necesidad de satisfacer hasta su límite la potencia creativa que nos ha otorgado el lenguaje. (Nietzsche). La potencia transformadora de la acción. Por eso son parte de una misma sustancia el placer y la política. Pero al placer de la aventura, al placer por la experiencia de la búsqueda, hay que añadir aquí, cuando hablamos del sentido social de nuestra pertenencia al mundo, un sentido creador ya no narcisista, (poético) sino cultural, (propiamente político). Procurar dar satisfacción a la presumida potencia de lo humano si logra ser “liberado” de la condena a la que su ser animal lo somete, la búsqueda en absoluto placentera de los insumos para asegurar su supervivencia en competencia, acaso absurda, evidentemente absurda, con el otro igual, con el otro por azar más poderoso; procurar que todos los hombres puedan participar en condiciones de igualdad de la aventura de vivir, procurar la superación del conflicto entre privilegiados y relegados, tal es la aspiración revolucionaria legítima por excelencia. Pues únicamente a partir de ese momento la posibilidad de participar de la aventura de vivir dichosamente dependerá de nuestros afectos “más que de nuestras necesidades”. Procurar lograr ese estado de sociedad, hacerlo para poder vislumbrar, en los hechos, nada más que hasta dónde es capaz de llegar la potencia creativa del hombre, es el fin último de la política. Procurar hacerlo y saber que no nos será dado verlo a nosotros, sino a nuestros descendientes, tomando en cuenta la conciencia de nuestra finitud, aún otro trago amargo. He ahí el desafío de armonizar en la práctica política, el generoso desafío, generoso por razón de su impotencia, (no llegar a ver la obra concluida) de insistir cada mañana en la búsqueda, cuando de antemano se sabe no se alcanzará íntegramente lo que se desea como aspiración que da sentido. Sentido a la aventura de vivir.

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La acción política inteligente ya fue, quizá por estas razones, enunciada bellamente así, participar de la aventura de la transformación de la sociedad con el “entusiasmo de la voluntad”, y el “pesimismo de la inteligencia”. Marx y Engels, que describieron lúcidamente este conflicto, no pudieron sin embargo resolver lo que luego cientos de miles de revolucionarios tampoco han podido, evitar la ansiedad, incluso la violencia (en ellos discursiva, pero que fue terriblemente perniciosa manipulada luego por Lenin) de pretender acelerar los procesos para liberar al hombre de la alienación, de la servidumbre. Lo que veían no ayudaba ciertamente a que la lucidez del pensamiento pudiese sobreponerse a la ansiedad de acelerar los procesos que condujesen a un modelo de sociedad sin clases, que ahora ya sabemos devendrá, que ellos ya intuían devendría: la explotación más horrible de mujeres y niños en las fábricas, la exclusión más espantosa de millones de seres humanos que vagaban hambrientos entre las nacientes ciudades industriales y el campo… o en la actualidad la imagen indignante de los cientos de millones de individuos excluidos. Nota un poco larga: Hay quien puede creer, que el contenido de estos apuntes no refiere a asuntos concretos del Uruguay de hoy. Se equivoca grandemente. Intervenimos sobre la realidad según la inteligencia conceptual o técnica con la que lo hagamos, según la lucidez que seamos capaces de disponer al momento de la comprensión de los fenómenos que aspiramos a transformar. A modo de ejemplo simple. Si cuando definimos una política para complementar la preocupación ética del combate a la pobreza crítica no consideramos al mismo tiempo una cierta sensibilidad estética en relación a como queremos que los cientos de miles de personas que habitan o visitan Montevideo se relacionen con ella, nuestra forma de pretender resolver el problema (menor) pero problema, de los carritos, será de una u otra característica. El problema menor es el de los carritos, lo que no es menor es el problema de los niños que frecuentemente suelen conducir y trabajar con la basura utilizando esos carritos. Para resolver a fondo esta grave crisis de integración de la sociedad metropolitana hay que disponer de los recursos necesarios, (de modo que el incremento del turismo es un una parte de la solución) y también hay que diseñar con profesionalidad los instrumentos de política pública para hacerlo. Si por una pretensión sectaria de un grupito político, en lugar de convocar a los mejores técnicos para resolver un problema intervenimos con “amigos de confianza” a efectos de capitalizar políticamente mejor las intervenciones de política social, lo más probable es que obtengamos por un rato unos cientos de votos, y perdamos por siempre unos cuantos miles, como ya les pasó, por otra parte, a los partidos tradicionales. Lo mismo ocurre, por poner otro ejemplo, respecto a la forma como se juzga el desempeño de los funcionarios jerárquicos del Estado, si la mentalidad con la cual se valora su gestión es la del “amiguismo”, “compañerismo sectario” el resultado será de una naturaleza, si se lo hace con base criterios basados en políticas de incentivos, en controles de calidad, el resultado será otro. Y quien “paga” las consecuencias prácticas de una u otro forma de proceder es la sociedad. Cuando mueren personas todos los días en el tránsito porque las políticas

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públicas, el diseño de ingeniería con el cual se interviene sobre los problemas de tránsito y transporte es deplorable en Uruguay, (todos sus responsables ya deberían haber renunciado hace tiempo), es decir, cuando no se evalúa a los técnicos en función de sus realizaciones, capacidades y resultados, sino en función de lógicas “amiguistas”, aunque se las encubra en otros discursos… el resultado es que muere gente, o porque propiamente mueren personas o porque se demora en resolver el problema de la pobreza crítica, o porque se hacen carreteras que duran unos meses, o porque… O cuando para competir en una instancia electoral, se elige al candidato a fuerza de “aparato” militante (los amigos) en lugar de convocando a la ciudadanía partidaria (la sociedad) para que sea ella la que decida quién quiere que lo represente… En política y en muchas otras actividades si no se selecciona a personas inteligentes para gestionar y si no se confía en quienes se delega es imposible desarrollar eficientemente casi cualquier emprendimiento. Únicamente una mentalidad democrática, abierta, es capaz de armar equipos cuya dialéctica de intercambio produzca inteligencia.

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Prescindiendo de toda legítima metafísica, ¿cuál es la razón por la cual la vida del hombre adquiere sentido? La respuesta de la izquierda suele ser la que sigue. El sentido radica en la capacidad del ser humano, mediante la acción y el pensamiento, (es decir, mediante la política) de transformar en beneficio de la humanidad la realidad. Pero la humanidad es un concepto muy vago. ¿Es posible hablar de humanidad como concepto político? ¿Y nuestros adversarios en la vida de todos los días, están comprendidos en “la humanidad”? Otra vez de nuevo: ¿Es posible hablar de humanidad como concepto político? Para el cristianismo lo fue, y para toda una tradición de pensamiento que procura hilvanar esencialmente las ideas de Platón y Aristóteles y las de los profetas judíos. Por ello se alude a una civilización judeo – cristiana, o greco – latina. Los griegos crearon la noción de libertad, la política y los romanos escribieron el guión para poner esas posibilidades en práctica en el cuerpo social, inventaron el Derecho. Las formas diferentes de designar a la tradición expresan objetivos diferentes, uno que procura sustentar una moralidad hegemónica, otro que la desafía, pero no es aquí el lugar para ahondar en el asunto. Puede si afirmarse que Descartes. Kant, Hegel, y Marx también consideraron al universalismo como la más razonable de las construcciones culturales humanas. A su modo cada uno de ellos estimó que a la potencia que le otorga al hombre la disposición consciente de la voluntad, (el pensamiento y la acción puestos en acto), podíamos designar como “libertad” y nombrar “igualdad” al esfuerzo colectivo por lograr que ningún ser humano venga al mundo sin los instrumentos para hacer efectiva esa capacidad de participar “libremente” de la aventura de vivir. ¿Qué ocurre cuando en el esfuerzo por desplegar esas potencialidades y esas aspiraciones ponemos en juego la vida de otro individuo? He aquí un debate esencial de la nueva civilización que comienza a surgir en el tiempo en que vivimos. Para no anular culturalmente la significación política de esta potencia a la que denominamos libertad, es decir, para que resulte efectiva, el límite las sociedades lo han puesto, cada vez que han alcanzado niveles de desarrollo razonables, y que por tanto han actuado sin condicionamientos basados en la satisfacción perentoria de necesidades, en la valoración absoluta de la vida.

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Desde el punto de vista de la legitimidad política, todo universalismo es viable, perfectible siempre, pero viable por la capacidad de razón de la comunidad humana (elegir lo que le beneficia individual y colectivamente) si en su nombre la práctica política no desprecia el fundamento de la acción, cual es el de hacer posible la libertad y la igualdad en el mismo acto fundante de lo nuevo, en el proceso fundante de lo nuevo. No es lo que ha ocurrido en la Historia. Ninguna de las revoluciones ha podido fundar un modelo de organización de la sociedad en la que la libertad y la igualdad hayan resultado efectivamente garantizadas a todos los integrantes de la comunidad. Pero han contribuido a buscar fórmulas, a crear ideas, a diseñar posibles modelos, en fin, han buscado alcanzar ese objetivo del todo razonable, pues únicamente cuando se le alcance, cuando la sociedad humana lo alcance, podremos decir que hemos generado las condiciones para posibilitar la emergencia de lo que alguna vez se ha llamado, y creo todavía que con sentido y legitimidad, el hombre nuevo. El hombre cuya potencia creativa alcance finalmente a superar las limitaciones propias de su ser animal.

Para cerrar en estos escritos lo referido a la construcción de la memoria puedo ahora decir, finalmente, que cuando la acción política refiere, por las razones que fueren, una y otra vez al pasado, se anula naturalmente su capacidad transformadora, es decir, su sentido. Lo que el pasado necesita de nosotros es “comprensión”, esfuerzo interpretativo, reconstrucción fáctica de la verdad con todos sus componentes, con todas sus miradas, des velando, y aislándolas para también hacerlas visibles, únicamente aquellas practicas u observaciones que pretenden obstruir esa re creación de las causas que condujeron a un estado de cosas prejudicial para el desarrollo civilizatorio de la humanidad o de una comunidad. Es por ello que el trabajo de la memoria, la producción del relato histórico, con toda la significación moral que entraña, no hace más que obstruir la potencia de ser de lo humano si lo hace con base en una pretensión ideológica político partidaria, si lo hace desde el resentimiento o para reforzar una singularidad identitaria, cualquiera esta sea. Para el proyecto político de transformación de la sociedad una actitud de tales características, basada en tales autosuficiencias “morales”, es decir, no políticas, es tan perjudicial como el encubrimiento de los horrores del pasado, muy en particular los que resultan del ejercicio del poder, muy en particular por lo tanto los que refieren al terrorismo de Estado.

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El impulso y su freno En este ya avanzado 2011 en que formulo estos apuntes mi muy respetada amiga Constanza Moreira aludía, reflexionando sobre el proceso político uruguayo, a un concepto según el cual a todo impulso transformador sigue un freno si no se interviene sobre la realidad según como Constanza Moreira ahora y Carlos Real de Azua en la década de los sesentas consideraba, considera, debe actuarse. El deber ser es siempre un concepto moral, implica una moral que se pretende los demás deben seguir. Lo cierto es sin embargo, que las sociedades no se desenvuelven según una lógica de impulsos y frenos, (y este asunto está en la médula del problema político – cultural que erosiona la potencia revolucionaria de la izquierda) sino según una dialéctica cada vez más y más compleja de competencia de discursos y acciones de grupos de interés que tiene lugar todo el tiempo, y en el que a priori, hasta que la puesta en práctica de las (s)elecciones permita ir mostrando su eficacia en términos de política menuda, su validez civilizatoria en términos de alta política, no hay una “línea” de acción que caiga del cielo con la verdad. Para todos los individuos que aspiran a transformar la sociedad en la dirección de generar las condiciones estructurales, culturales, tecnológicas a efectos de lograr la superación de las clases, habitar el mundo contingente de un sistema que no se desenvuelve según nuestras expectativas entraña como ya señalamos una profunda tensión. Pero eso no puede ser obstáculo para observar cómo la sociedad humana ha evolucionado como consecuencia de la lucha de muy diversos actores sociales y corrientes de pensamiento hasta consolidar cada vez en más cantidad de países la forma de la democracia republicana. Le llevó a la Iglesia Católica 1800 años discernir entre su Fe y su praxis evangelizadora disociada de su ser político, (todavía no lo ha logrado del todo y por ello mismo corre riesgos serios la continuidad de su influencia) y el pensamiento de izquierda articulado no tiene sobre la tierra 300 años todavía. Uno de los fenómenos nuevos de la cultura, acaso el más significativo, es el que se deriva de que religión y pensamiento no discurren, aunque lo hicieron hasta bien entrado el siglo XX, por los mismas avenidas. Despertarse todos los días en la posición de Galileo Galilei es inquietante, me explicó un día un entrañable amigo, Jorge Rowinsky, pues estimamos que de todas maneras se mueve, pero nos desenvolvemos sobre un escenario de apariencia estático, aunque en los años que vienen el mundo de los hombres, acaso no el de los dioses, se agitará fuertemente. Los hombres de izquierda de todos los tiempos han oído el ruido de las balas, han padecido cárcel y torturas, han sido asesinados salvajemente pero al mismo tiempo, cuando accedieron al poder en estados nacionales no democráticos, han desviado su acción emancipadora hacia prácticas totalitarias aberrantes como resultado de una cosmovisión que pretendían “moralmente” superior (como le ha ocurrido a casi todas

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las religiones y esto no es, como hemos visto, casual) justificando tales “desviaciones” en los fines últimos. Por eso el viejo asunto de los medios y los fines adquiere tanta relevancia intelectual cuando resulta necesario rediseñar conceptualmente el programa político – cultural para la transformación de la sociedad. En el momento en que escribo estas líneas miles de jóvenes en toda Europa y el norte de África analizan la conformación de un “parlamento virtual supranacional” en el que ejercer algo parecido a la democracia directa griega haciendo uso de las nuevas tecnologías. Demandan en primer lugar que las instituciones de la democracia republicana aseguren la ruptura del entramado de intereses entre la política burguesa y las corporaciones empresariales para que la política se ocupe estratégicamente de los ciudadanos antes que de los intereses de los grupos de poder económico. No es aquí el lugar donde profundizar en este fenómeno que se incrementará en los próximos años pero que como hemos visto pone en evidencia algunas tendencias, me refiero al inicio de la disolución de los Estados Nacionales y la emergencia de comunidades de productores muy competitivos en el mercado que recurrirán a nuevos modelos de distribución de la renta. Empresas imbricadas en sus comunidades, cercanas a los consumidores, profesionales en el uso de las nuevas tecnologías y radicalmente transparentes, pues serán (son ya en infinidad de casos) esas características las que les permitirán ir desplazando a las grandes corporaciones multinacionales por lo menos en los mercados donde operen físicamente. A nadie escapa, y apenas lo apunto, que mientras los Estados nacionales sigan constituyendo la estructura básica en la que se desenvuelve el sistema económico mundial, tal pretensión, la de inventar una política y una estructura económica pensada para asegurar la calidad de vida de todos los hombres a efectos de superar al modelo de apropiación capitalista post industrial no es suficiente con plantearse una política que no actué en función de los intereses de las grandes empresas sino en función de los intereses de la sociedad global. No lo es porque como subraya Arendt no hay gobiernos sin estructuras de poder que aseguren la capacidad de gobernar. Y en las actuales condiciones de la economía global no hay sociedad, ni desarrollo, ni generación de riqueza si por lo menos un alto porcentaje de las empresas no funcionan según la lógica capitalista. Tan lejos como en 1996 señalaba Giorgio Agamben que “el hecho nuevo de la política que viene es que ya no será una lucha por la conquista o el control del Estado, sino lucha entre el Estado y el no – Estado (la Humanidad)” y lo indicaba cuando todavía no existían las redes sociales universales, lo indicaba antes de la consolidación de la sociedad del conocimiento y la inteligencia colectiva. Gerardo Bleier (Continuará)

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Situar en el futuro al paraíso, cierta idea de la perfección como pretensión humana a alcanzar ha sido, para muchos pensadores, un grave desatino. Particularmente cuando a esa bella aspiración se le han adosado dispositivos religiosos o “científicos” en cuyo nombre se indicaba la ruta, el camino, incluso la puerta por la que se habría de ingresar allí. “La acción, con todas sus incertezas, es como un recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar algo nuevo”, creía Hannah Arendt con la precisión que alcanzó en su madurez. Por ello la pensadora sustituía toda formula determinista, esto va a pasar así y asá por tal y tal cosa, por lo que ella consideraba era el complemento natural del esfuerzo de comprensión que distinguía a los seres humanos, por la necesidad de comprender para crear sentido: la imaginación política.

Nunca me ha caído bien el pragmatismo, ese dispositivo complaciente con la realidad. La imaginación creadora es una capacidad del pensamiento humano (su particularidad esencial) que ha operado básicamente en dos sentidos, durante el tiempo en el que su activación respondía al miedo, a una fuerza superior, a la dificultad para aceptar la presencia inconmovible de la muerte ha producido una mentalidad religiosa, por tanto, impotente. Cuando se ha desprendido de tales apabullantes condicionamientos, ha producido “asombrosas” innovaciones. Dibujar una idea del futuro orienta al hombre en su actividad creativa, siempre y cuando y sólo si, consciente de su finitud política (pues no es en absoluto necesario que el hombre como individuo deje de buscar enriquecer su espiritualidad en búsquedas místicas o religiosas) aprende a aceptar a la eternidad como el lugar donde deposita su legado y nada más que como el lugar en el que deposita su legado. El viejo sabio Don José Mujica se refiere a este asunto cuando luego de haber protagonizado experiencias épicas y trágicas expresa que su aspiración esencial es que los que vengan después de él sean mejores que lo que él fue. “Dejarles a los que vendrán una sociedad mejor a la que encontramos”, propone. En la sociedad actual como nunca antes los individuos nos desenvolvemos no ya en el ámbito de una identidad cerrada, (los que lo hacen por inseguridad o miedo al cambio dejan de crear las capacidades para interactuar con el resto de la comunidad) sino en el ámbito del lenguaje como universal compartido, en el ámbito de la política global. No altera este fenómeno la pertenencia afectiva a una comunidad de escala humana, pero modifica la mentalidad, la postura con la cual nos insertamos en la dinámica político – cultural y económica del mundo. No disuelve este rasgo de la modernidad última la trama de los conflictos de clase en cada nación, por lo menos no lo hace mientras el Estado continúe disponiendo y

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necesitando para su funcionamiento de los instrumentos coercitivos para establecer un orden jurídico – económico capitalista, pero comienza a horadar esa estructura, a modificar su carácter hasta ahora eminentemente nacional, con lo cual abre un nuevo tiempo para el internacionalismo radicalmente democrático. Esto es, la lucha de clases sigue siendo, en un nivel de complejidad que intuyeron los clásicos del marxismo, y luego con particular lucidez Benjamin y Gramsci, uno de los componentes esenciales que explican los conflictos en la sociedad global y en cada uno de los Estados – nación. Junto a esta tensión propia de las sociedades divididas en clases y al ascender la pequeña burguesía instruida y las clases medias a un nivel de significación como no lo había tenido hasta ahora en la historia del capitalismo (la mayoría de los jóvenes españoles y europeos que protagonizan las revueltas de estos días provienen de esas extracciones sociales) se desarrolla también en un nivel de complejidad que merecería una serie de artículos aparte, pero que es absolutamente imprescindible anotar, otra competencia cuya importancia ya habían intuido Arendt, Niklas Luhman y Jünger Habermas, la de las luchas en las cuales tiene lugar el conflicto de supervivencia de los proyectos políticos con base en la legitimidad que son o no capaces de plasmar los discursos conceptuales sobre las mejores formas de organizar a la sociedad y sus realizaciones efectivas en beneficio de la calidad de vida de los individuos. Esto es, el conflicto de la política. El conflicto por la prevalencia de los discursos que las sociedades aprehenden, y legitiman o no, en el desarrollo de sus vidas como los que más se aproximan a la verdad factual en cuanto su eficiencia resolutiva de los problemas de la desigualdad y de los problemas de la libertad individual. Miles de millones de personas ahora están en condiciones de incorporar los instrumentos para acceder al conocimiento, están en condiciones de acceder a la información directa de los acontecimientos y ya sabemos que el incremento del nivel de instrucción de los ciudadanos, la extensión de la formación educativa, la calidad de la información de que se dispone al tomar posición sobre cualquier asunto corroe el poder de los privilegiados tanto como el de los tecnócratas. El conflicto político – electoral para acceder a la prevalencia en la administración del Estado, según sean las acciones que se adoptan por los poderes republicanos en tanto que aseguren, o no, las más óptimas condiciones para el mejor desarrollo de los individuos, tanto desde la perspectiva de la libertad e igualdad de oportunidades y de la capacidad de autonomía en relación a todo poder económico, como desde la perspectiva de su habitar en comunidad sin estar sometido a las imposiciones de ningún poder ejercido desde la fuerza, cualquiera esta sea, se acelera dramáticamente en la sociedad de la información y la inteligencia colectiva. La producción de legitimidad para establecer consensos sobre las estructuras político – económicas que más se adaptan a la satisfacción de las condiciones dignas de vida de los ciudadanos es el resultado de una dialéctica de competencia entre discursos, de unas prácticas políticas enriquecedoras del conjunto de la comunidad únicamente si, y

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sólo si las estructuras político – jurídicas son capaces de asegurar que todo poder con potencial hegemónico sea contrarrestado por otro poder que lo neutraliza. En caso contrario no hay política, hay guerra o conflicto permanente, por lo tanto, estancamiento, degradación, y descomposición de las sociedades o países. Para que esos equilibrios de poder se sustenten, la sociedad es llamada a actuar políticamente, en partidos, gremios, organizaciones de la más diversa naturaleza, en al arco enorme del espacio privado y también en el mercado, regulado por instituciones electas por la propia sociedad. Tal es el sentido esencial por otra parte del Estado de Bienestar republicano. De ahí su carácter revolucionario y libertario. Hasta ahora ha sido, allí donde fue instrumentado con base en instituciones democráticas sólidas, el único modelo de organización de la sociedad donde los individuos y ciudadanos en esa doble condición han podido desarrollarse en una nación donde la consagración de los espacios de libertad y la búsqueda de la igualdad no se obstruyen mutuamente. La competencia entre Estados nacionales, sociedades y empresas, los diferentes niveles de desarrollo capitalista de estos Estados y sociedades constituye la única razón por la cual todavía no se ha logrado expandir a todo el globo como escenario político – cultural, y jurídico – económico unas estructuras en las que comience a vislumbrarse una sociedad sin clases y sin Estado. Pero la expansión capitalista ha alcanzado ya a todo el globo. No escapa a mi observación del mundo que las reglas de juego del Estado de Bienestar y la democracia republicana no se ha logrado por un lado expandirlas a todas las regiones de la tierra, y que apenas se han consolidado en unos pocos países del mundo, con lo cual la posibilidad de la política se reduce enormemente en relación a la cíclica reproducción de los conflictos violentos que la anulan. No escapa a mi observación del mundo el frecuente uso de la violencia por parte de países que actuando en beneficio del desarrollo de sus propias economías intervienen en otras naciones. De modo que es menester preguntarse. ¿Existe ya una sociedad global en condiciones de evitar esas acciones? ¿El escenario geopolítico global habilita las condiciones para que el peso de la crítica de la sociedad global, al deslegitimar toda acción que recurra a la violencia, se constituya en hechos políticos e instituciones que dificulten cada día más o directamente inviabilicen esas intervenciones no políticas? No responderé aquí a esas inquietudes legítimas, que naturalmente condicionan todo proyecto político – cultural de transformación de la sociedad, pero considero del caso señalar que la sociedad del conocimiento y la inteligencia colectiva acortan el tiempo de legitimidad de la política no democrática, con lo que ponen en jaque a la hipocresía, al abuso de poder, al autoritarismo, al burocratismo… “Enterarse”, meramente enterarse de algunos asuntos, disponer de los elementos para “comprender” otros, entrañaba en las sociedades de los siglos precedentes enormes

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dificultades. Razón por la cual, la ciencia percibió que la información y el conocimiento constituían un poder. Un poder que reproducía el poder de los privilegiados que estaban en condiciones de acceder a la instrucción, a la información, al conocimiento, y, aunque en otro plano, al capital…. El lector puede continuar la línea de razonamiento. Yo procuraré en cambio formular algunos apuntes sobre el Uruguay. El Uruguay es un país que puede aspirar a implementar el proceso de modernización solidaria que representa un Estado de Bienestar desprovisto de todo dispositivo burocrático y radicalmente descentralizado, que provea de cultura y capital a los que no pueden acceder a él por razón del nacimiento, porque ya ha avanzado en diferentes etapas de su historia, durante el primer batllismo y desde que la izquierda accedió al gobierno, en la construcción de los cimientos para realizarlo. (El impacto del Plan Ceibal en este sentido sólo se percibirá en unos años). Si se logra completar la agenda de reformas y confirmar el proceso de captación de inversiones que diversifiquen la matriz productiva exportadora Uruguay puede ser un modelo de sociedad democrática e igualitaria. Por ello, toda acción que ponga en riesgo la legitimidad política del proyecto de izquierda no puede ser sino juzgada críticamente. La legitimidad se obtiene únicamente si el marco conceptual y la praxis política con la que se interviene en la transformación de la sociedad se revelan social y culturalmente más eficaces que otros discursos. Como hemos visto, cualquier estrategia, cualquier acción político – cultural, que aspire a elaborar un relato histórico o una propuesta de transformación de la sociedad basada en una pretendida superioridad moral fundada en los ideales que se persiguen, mucho más si lo hace sin someter a crítica el sustento teórico en que pretendió asentarse esa superioridad moral, naufragarán en la evidencia de los hechos históricos. No hay “concepciones morales reveladas”, o “doctrinas cerradas”, hay disputa sistemática de discursos y propuestas teóricas cuya legitimidad prueba la práctica en el único sentido posible en que puede hacerlo, si al ser aplicadas a las formas de organización y funcionamiento de una sociedad mejora la calidad de vida, los espacios de libertad y la posibilidad de buscar la felicidad a los ciudadanos que las integran. El problema es de una enorme entidad para la unidad de la izquierda, pues las desconfianzas entre sectores, que bloquean tanto la refundación institucional del Frente Amplio como la calidad de gestión en el gobierno de José Mujica, obedecen a esa mentalidad que se adjudica una suerte de superioridad moral y que no es privativa de un sector, sino que las afecta culturalmente a todas las corrientes. Salvo aquellas “construcciones morales exclusivistas” como el fundamentalismo islámico, el neoconservadurismo o el neoleninismo, que pretenden imponerse por la fuerza a las demás, y que en las sociedades democráticas cuando superan el plano del discurso y ejercitan acciones de desestabilización son juzgadas por la sociedad a través

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de los instrumentos penales, a todas las demás formas de pensar se le garantizan sus espacios de competencia por la legitimidad y el acceso al poder. Cierto es que las instituciones globales del derecho internacional no han logrado todavía la legitimidad democrática –ser elegidas globalmente en procesos electorales operativizados por dispositivos cibernéticos- y que tal situación ha impedido contraponer al poder de los países más poderosos el poder de una comunidad internacional organizada, pero tal cosa ocurrirá inexorablemente en el futuro, y por ahí va la búsqueda de los jóvenes europeos cuando deciden “levantar los campamentos” y sustituir la acción por la creación de un “parlamento virtual” o por bloqueos callejeros a los viejos parlamentos. Esto es, el objetivo político esencial de la sociedad global es la creación de una democracia republicana global. La principal particularidad de la democracia republicana, además del establecimiento de procedimientos jurídicos que establecen equilibrios de poder, es que partir de ello genera calidad de convivencia democrática, posibilita la dialéctica creativa de la política. Difícilmente se alcance ese objetivo, aunque ya están dadas las condiciones tecnológicas para comenzar a diseñar la ingeniería jurídico política que lo viabilice, si antes la mayoría de los estados nacionales o las comunidades de productores no alcanzaron ese objetivo para si y para las regiones en que están geopolíticamente situados. Como hemos apenas esbozado en estas líneas, ninguna acción es emprendida por el individuo si no es partir de una convicción personal, de una cosmovisión personal, de un querer ser, crear, de cada uno en comunidad. En los últimos años hubo momentos en que la apabullante influencia político – cultural del posmodernismo parecía estar conduciendo a la política a una suerte de impotencia transformadora y por tanto, a la humanidad, a una catástrofe nihilista. La desconfianza en la capacidad transformadora de la sociedad como consecuencia del fracaso de los procesos encausados según grandes relatos totalizadores, las viejas utopías matrizadas todavía por la mentalidad religiosa de los seres humanos (no por su virtual espiritualidad religiosa o poética, que es asunto diferente), esto es, por todos los dogmas que en última instancia coincidían en restar valor a la potencia creadora de lo humano cuando supera su original animalidad; la desconfianza emanada de la constatación del nivel de horror que al influjo de esos mesianismos fue capaz de producir el hombre, puso en cuestión, en esencia, la capacidad de la política para generar los instrumentos con los que erigir una mejor sociedad. Como hemos visto el Estado de Bienestar republicano es el único que garantiza los mecanismos necesarios para neutralizar la capacidad del poder económico de controlar a la política. Tal es su importancia estratégica para la izquierda, y para la sociedad.

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Gerardo Bleier

Cualquier acción que distorsione el proceso político que conduzca a la construcción de esa forma de democracia avanzada, cualquier acción que ponga en juego la unidad del Frente Amplio y su proyecto político resultaría en un estancamiento cultural del Uruguay, de su potencia de innovación socio – cultural y política. No porque los frenteamplistas “sean mejores” que los ciudadanos de los partidos burgueses, sino porque como ha señalado el ex Presidente Tabaré Vázquez, aun con sus imperfecciones, con las dificultades de gestión que emanan de algunos de los rasgos políticos y las “mentalidades” que hemos procurado analizar aquí sigue siendo el proyecto político – cultural más imbricado con los intereses de todas aquellas clases y subclases que han carecido de los privilegios de quienes al nacer les ha tocado en suerte, siempre hay que recordarlo, por mero azar, el beneficio de la riqueza. Gerardo Bleier.

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Gerardo Bleier

Nota acerca de la pretensión de estos apuntes. El autor no ha pretendido aquí presentar un marco conceptual, una guía precisa con la cual participar del proceso de transformación de la sociedad. Ha procurado apenas, poner algunos temas en debate de suerte de crear las condiciones para estimular un esfuerzo colectivo que ahonde en la elaboración de ese imprescindible marco conceptual más o menos consensuado como programa político – cultural del frenteamplismo. Reitero, del frenteamplismo, no necesariamente de todos los componentes sectoriales del partido Frente Amplio. No alberga el autor otra expectativa que esa y a fuerza de ser integralmente honesto, como le enseñaron desde pequeño a ser, debe dejar constancia que no es demasiado optimista. El Uruguay está siendo “sometido” a un proceso semejante al que tiene lugar cuando alguien se muda, todo parece desordenado y fuera de lugar hasta que lentamente se van acomodando las viejas pertenencias y las nuevas adquisiciones en su lugar. Pero en el proceso, mientras la mudanza tiene lugar, hay cierto estrés, cierto esfuerzo de adaptación que altera el estado de ánimo, por lo que no es el mejor estado de cosas para desarrollar el pensamiento. El asunto es en realidad todavía más dramático. El Uruguay está “enterrando, y haciendo el duelo” de un tiempo histórico caracterizado por la desintegración social, el horror, la desidia, el egoísmo, el burocratismo, la falta de expectativas. Y todo ha ocurrido y ocurre demasiado rápido. No estoy seguro de que la elite política esté al nivel de necesidad de liderazgo frente a un proceso de esta naturaleza, tan complejo y exigente. Cuando uno escucha a la mayoría de los dirigentes de la izquierda parece que habitaran en una especie de mundo particular, pequeño, cerrado. Se los percibe hasta temerosos ante las transformaciones económicas, políticas y culturales que tienen lugar ante sus ojos y lo que es más significativo, que la propia fuerza política que integran está en muchos sentidos estimulando ocurran. En ocasiones emerge un Daniel Martínez, un Fernando Lorenzo, una Graciela Muslera, una Carolina Cosse, un Raúl Sendic… pero parecen contenidos por una especie de lógica basada en el “no toquen nada” que viene posiblemente del miedo sentido por la sociedad durante el largo tiempo histórico en que todo lo que ocurría en Uruguay era la elaboración de estrategias de supervivencia. De la oposición mejor ni hablar, apenas balbucean, se les nota la hipocresía con la que ahora parecen apurados por recuperar el legado histórico de algunos de sus referentes en relación a la cuestión social y republicana y un cierto resentimiento porque todavía no asimilan que han sido desplazados del poder, ¿cómo?, tan luego ellos, (la mayoría de ellos) que “nacieron” para ello. En fin, hay sin embargo en la sociedad, unas energías creativas, una capacidad de innovación, una dinámica deliberativa que quizá logre protagonizar el proceso de modernización solidaria por si misma, siempre y cuando por lo menos, el sistema político no cometa demasiados errores. En la confianza de que ello puede llegar a ocurrir es que el autor reunió las fuerzas necesarias para aportar estos apuntes. Por tanto, a ellos les agradece.

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Autor:

GERARDOBLEIER

Pรกgina personal: http://libgbleier.bubok.com Pรกgina del libro: http://www.bubok.es/libros/204316/La-Izquierda-que-Viene



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