Vísperas

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VÍSPERAS


Perna, María Cecilia Vísperas / María Cecilia Perna ; ilustrado por Alfonso Piantini. - 1a ed. - Buenos Aires : Zorra Poesía, 2009. 65 p. ; 15x17 cm. ISBN 978-987-22511-9-2 1. Poesía Argentina. I. Alfonso Piantini, ilus. II. Título CDD A861 Fecha de catalogación: 19/10/2009

© 2009, María Cecilia Perna (textos) © 2009, Alfonso Piantini (dibujos) © 2009, Zorra/Poesía

zorrapoesia@yahoo.com.ar www.zorrapoesia.blogspot.com ISBN 978-987-22511-7-8 Hecho el depósito que indica la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin previa autorizacion de la editorial o los autores


VÍSPERAS

María Cecilia Perna textos

Alfonso Piantini dibujos

Zi! Colección Zorra Ilustrada



Prólogo

Si la víspera es ese instante que antecede al día de fiesta, este prólogo resulta, de algún modo, la víspera a Vísperas. Juego de palabras que anticipa el acto de lectura de los poemas y, al mismo tiempo, exhibe la celebración puesta en escena por la voz que los habita. Pero a Vísperas corresponde además una hora precisa: el crepúsculo de la tarde o el lapso en que la luz deja paso a la vacilación. Ambos significados – la celebración y el anochecer - aparecen entrelazados de tal forma que la ceremonia de la reunión con “lo otro” adquirirá matices diversos según la etapa del ciclo de la luz en que se halle. El orden de presentación de los poemas diseña un trayecto que va de una noche («Estoy en la raíz de la oscuridad», Golem) a otra («no hay otro / nombre más que el sólido cimiento / profundo / — de la noche», Bruce Wayne), pasando por la lucidez del mediodía (Noon). Y es precisamente esta iteración de la sombra en la alternancia de la luz lo que marca el acontecer de los personajes en su encuentro con lo otro. El primer tramo – los cinco primeros poemas - es más breve y en él, la relación con la otredad tiene un lugar definido: el afuera; y una función primordial: la reproducción. A diferencia de la segunda etapa, en la cual la imagen de la partición - la parte del ser que se aleja transformándose en lo otro - es determinante. Si bien Noon constituiría el ápice evidente del ciclo, el poema siguiente, señala claramente el sentido (en tanto dirección y significado) del trayecto, pues el crescendo de la luz estalla en la voz plural y militante de Saula:


«Esta es la realidad. Hemos por fin despertado y el polvo del suelo será por un instante — arena entre los dientes.»

Pasolini hablaba de una fulguración negativa, imaginaba la inversión del mito de Pablo: «Saulo creyente que cae del caballo y ya no cree más». Dicha imagen, que trasladó a Medea y luego retomó en Endoxa, se nos presenta en Vísperas de manera exacerbada porque la voz de Saula se erige como única alternativa en el desierto heredado de los signos. «Esta es la realidad ya ninguna mentira permanece.» Ahora bien, el hallazgo aquí es advertir que el proceso de inversión va más allá de la cita e implica además del cambio de género –patente en el nombre, pero también, como leeremos en otros poemas, en la adjetivación, en el uso de los artículos, en el encadenamiento de las frases, etc. -, la necesidad de instaurar una nueva tradición: «— esta no es mi tradición. Y tengo miedo. » (Cataclismo) Con excepción de Saula, los personajes que habitan Vísperas son seres que se saben heterogéneos e incompletos; seres cuya voz se yergue en el intervalo


preciso del encuentro y desencuentro con lo otro. Lo otro es, a veces, amenazante, pero siempre un signo de apertura para el ser. Y en este punto es urgente destacar la presencia de la corporalidad como espacio determinante de las relaciones. Así, los vínculos que entabla el sujeto con las diversas formas de la naturaleza o del mito están atrave-sados por actos como besar, devorar, cantar, rezar, hablar, matar, picar, penetrar, perforar, rodear, vestir, albergar y más… En las bellísimas descripciones de Vísperas perdura el recuerdo de lo sensorial; y la marca sobre el cuerpo del encuentro y la separación se revela en el devenir, finalmente, otro ser. Hay una pulsión de la transformación –única reproducción viable - y hay una voz que la testimonia. Cuerpo y voz de un ser que no acepta sujeciones, que se revela ante esquemas previos y que funda una nueva concepción de lo natural en la ceremonia orgásmica de la fusión con lo otro. Adentrémonos en Vísperas como quien se prepara para una celebración; tal vez en la lectura se nos revele algo nuevo de nosotros mismos.

Andrea Fernández



VÍSPERAS



Golem Estoy en la raíz de la oscuridad. La caverna que me cubre, me ha cubierto el cuerpo desde siempre — El cielo único y negro que conocí es un nudo abovedado por encima de mi nuca. Ha sido así desde todo tiempo posible hasta hoy. Hoy es algo diferente — se filtra apenas una luz entre las rocas cuarteadas del techo un rayo blanco perfora la maciza superficie de mi cuerpo — por primera vez veo esto hay una forma a pesar del frío y del dolor y de las ganas deformes de encontrar un peso sobre el propio oscuro peso hay un color — nítido ahora más allá del contorno que estas manos


intentaron armar por muchos largos años — cartografía ciega que corta delimita — la aspereza del talón del hueco de la axila del pecho o el olor terroso de la palma dormida. La materia del suelo de esta cueva es rojiza igual que la carne que ahora froto por debajo de la piel — Deseo horriblemente reproducirme — la luz calienta apenas y yo nada conocía de este sucio sentimiento. No sé quién me escupió en este espacio muerto. No sé qué hay de mí además de esta estrella que llevo tatuada en la frente — No la veo pero puedo delinearla al tacto. Debo ser Dios mismo — debo


intensamente ya reproducirme. El agua gotea incesante en la caverna. Quiero un hijo y mis manos conocen perfectas los contornos de este cuerpo horrendo. La luz puede ayudarme — el barro y mis manos lo construirán con mi forma idéntica — y a un tiempo tendrá eso que me quite para siempre estas ganas espantosas de volverme contra mí.


Libélula No vas a coserle la boca a mis chiquitos como a mí me regañaste la juventud completa — libélula espantosa — te detesto tu cuerpo consumido esqueleto — y tu aguijón puntudo no pueden hacer daño a mi carne ya que quiere estar viva fresca y rosa sobre el hueso — libélula inmunda oprobio de las parturientas pequeña enviada — de Satán asqueroso inmundo bicho de maldad consumida como un muerto sobre tu osamenta falsa — y el escandaloso aleteo de tus alas sobre mi cabeza — fue música infernal noche tras noche soplando a mis oídos seduciéndome en las ansias destructoras contra mí — libélula asquerosa te quiero lejos de mi cuerpo y mis criaturas.


Todo lo que espero es proteger de ahora en más a mis chiquitos — de tus alas deshonrosas de tu brazo eréctil de larva devoradora de iguales — podredumbre hada transparente de corrupción y desgracia te detesto te conjuro y te elimino para siempre lejos de mí de la familia de mi carne — vergüenza y oprobio son tus palabras. Te detesto — sí asquerosísima libélula ya ningún susurrar — de tus promesas horrendas podrá nunca hacerme daño. ¡Afuera! Libélula ¡Afuera! Tu flaco Aguijón — Gigante es todo una Mentira ¡Falsa y Asquerosa! ¡Afuera! Tu Aguijón — Flaquísimo ya no puede nunca más hacerme daño.


El beso con el árbol Completamente fuera de mí en un sueño supe arrastrarme hasta la boca del árbol del tilo añejo — sus efectos sedantes me atraían al centro umbroso donde el viejo tronco se erguía. Para llegar — palpitante corazón en la garganta debí arrastrarme — la panza entre las flores dormideras y múltiplos de ramas que se hilaban raspándome la espalda caían desde el fondo de su cielo colgante — el tilo me llamaba. Quería devorarme — Casi parecía una mujer envuelto entre florcitas amarillas — pero no era. Sin duda yo lo amaba y en su antigua prepotencia — seductora esperaba él de mí — me acaballara


de colita a las raíces y le diera con las piernas una vuelta rugosa al tronco la aspereza — pasada de sus años iba a subirse por mí trepándome — el árbol quería que yo lo besara — metiéndole mi cabecita entera adentro de su boca — por fin mi carne blanda pasaría al corazón del tronco rígido centro impredecible. Después no recuerdo nada que hubiera realmente pasado — Ahora escribo debajo de un joven alerce. Sus ramas recubren mi cabeza en reverencia curvada hasta el suelo me adoran un poco por delante se inclinan ante mí.


Y detrás — justo a mi espalda el tronco se ofrece suave ancho respaldo y firme sostén de amor — para mi cuerpo. Yo sin embargo sigo en silencio y un poco atontada todavía por el sueño no me atrevo a girar de un solo golpe y entregarle por completo la boca que me pide.



Chica-abeja Con pequeños zumbidos en el aire se pasea — el diario resquemor por la cuenca del oído. No tengo alternativas, dijo — Era apenas diminuta una chica abeja — el bulbo de la cola terciopelo amarillo repletísimo negro de odiosos fluidos veneno o bien miel dulce que empalaga. Deseaba picar — primero a las muchachitas rubias que miraban a los hombres tumbadas sobre el borde vallado del césped. Deseaba matarlas a todas de pequeñas muertes saltar — sobre sus bocas perfectas


Fácilmente seducirlas con su miel y perforarles luego el rostro de ponzoña en pequeñas galladuras de coraje amargo. — Inyectarlas. Hostilidad pura de aguijones pequeños. Para los hombres del césped — nada. Ni siquiera una palabra suave o venenosa tan sólo su rostro diminuto embozado tras las alas transparentes los ojos todos rojos inmensos de llorar. Para los hombres del césped — nada. Para las pobres criaturitas rubias tumbadas al costado sobre el borde


la brusquedad del deseo vuelto odio — profunda caverna hecha de mieles negras. Para ellas colosas bellezas de tan griega perfección el líquido añejado del veneno traspasado a la cabeza — de mármol inútil — sombreadas por completo bajo el sol. Para los hombres del césped — nada apenas el vestido transparente de las alas como una novia frágil gigantes ojos rojos de llorar — chica-abeja a punto de quedar toda desnuda sola por completo en el espacio — abierto del aire contra el cuerpo abandonado. Ay abeja, pobrecita que no sabe que las bodas se hacen siempre sobre el césped


una sobre otra — húmedo oloroso tierno espacio donde los hombres se dejan caer pesados en sus cuerpos sin la ropa duro quieto el golpe de la palma poderosa cerrada en un instante sobre el bulbo — de la abeja los dos en un dolor crispados negro amarillo y de repente todo junto se deshace hasta acabar con el veneno —


Nuberío Vivo en una tierra — de agua y el cielo está hoy de golpe todo seco para dejar a mi hermano — partir. Ay se va mi corazón — gemelo detrás de esta cortina — de agua que mi cuerpo llueve adentro de la piedra donde hemos completado la noche toda entera hablando. No quiero que él me deje con el sol que sale ya — despacio porque nunca otra vez volveremos a encontrarnos debajo de estos cuerpos maquinales que respiran. “¿Ves todo ese — Nuberío que veloz se arrepuja en la cabeza?”


Yo amo más — y puedo llorar encima de mis manos hasta hacer una pared de agua y tapiar la puerta de esta gruta dejándote adentro de la piedra conmigo. La montaña me es fiel y me protege por el resto de la vida. — Después cuando las nubes despejen vas a poder regresar a tu casa para ser de vuelta el hombre — que siempre has sido igual mi corazón va a clavarse gemelo sobre el tuyo — adentro aquí en el hueco — feliz de la montaña cuando nada importe ya más que la luz naciente entre nosotros. “Un mar — de infinitas diferencias nos separa” Adentro de la roca es mío el privilegio.


Yo amo más — pero en un rayo de sol solamente fuiste vos — el que pudo ver el mundo.


Noon La perpendicularidad de Dios sobre la tierra dura nada más unos minutos justo antes de la Nona — se hace su poder particularmente extraño: podría él a esa hora — de hecho perforarnos la cabeza con un rayo — la Luz de su mirada ubicua se posa sobre el centro irracional de nuestro cráneo — punto ciego desde el cual se trazaría la línea primordial que nos traspasa el cuerpo a todos y directo hacia la tierra — por fin nos destruiría — tal es la fuerza asoladora de sus ojos. Su poder aumenta de tal forma al Mediodía


que nosotros somos apenitas sus reptiles erectos a la luz pequeñísimos monstruos hambrientos. Es por tal motivo que debemos — después del Mediodía cantar en somnolencia un salmo diminuto de alabanza una ofrenda mínima de voz — misericordia de animalito muerto apenas renacido en las palabras — que fue presa — perfumado sobre la mesa tendido a la cruel voracidad de nuestros dientes.





Saula La caída del Caballo no fue tan estruendosa finalmente — Conformaremos ahora un ejército de a pie. Esta es la realidad. Hemos por fin despertado y el polvo del suelo será por un instante — arena entre los dientes. No vamos a rendirnos, sin embargo. El calor de la tierra contra la planta del pie nos resulta igualmente de provecho somos fuertes. Nuestro cuerpo grande y poderoso es capaz de acompañarnos a través del completo desierto — y si el cuerpo fallara — nos tendríamos aún entre nosotras.


Somos esta pequeña multitud de carne blanda y músculo de hierro. No pedimos nunca más — la gracia de sus cómodos caballos. Deseamos usar las propias piernas deseamos el polvo amarillo — debajo de los pies. Somos hermosas — gigantes y estamos todas sucias. Y si nadie jamás nos ofreciera agua de beber beberíamos igual la saliva en nuestras bocas. Esta es la realidad ya ninguna mentira permanece.


Somebody Un cuerpo — abierto hace de piedra funda el hogar firme — el cuerpo en tierra para mí el cuerpo es de un hombre y su extremo — celeste debe de ser — tan fuerte tan extremadamente claro y — fuerte que pueda intensamente desplegarse sobre sí hasta formar un tejido protector — vulnerable y sin embargo inquebrantablemente mágico tejido para túnicas de novia — manos pesadas que visten un cuerpo desnudo ásperas — manos temblando al colocar la piedra en el centro de la casa — y todo sigue estando a la misma altura — al piso.


Sin cuerpo no hay hogar y solamente paredes se simulan sobre pilares de agua. Necesito bautizarme de amor otra vez por la nuca. Ahora no estoy muerta solamente vacía estoy — y en un extremo abierta. No hay cuerpo que proteja mi espalda del rocío la noche — lentamente lava los pies oscuros y yo no tengo techo — nadie ha cubierto jamás mi cabeza con sus manos.


Cataclismo Dejo viajar un corazón por las aguas heladas — Petrificado — como los árboles esos que una vez vivieron en preciosas selvas frías. El frío se madura y la ceniza tapó por un instante completamente el sol — esta no es mi tradición. Y tengo miedo. Desconozco las palabras del objeto que termino recién de construir con la madera dura al tacto de roca glaciar. Zumban en mi mente. Me obsesionan la quilla y la cabeza que puse por delante . Somos horribles — mi máquina y yo transportamos este duro corazón congelado — mitad y mitad la carga se reparte camino de las aguas saladas hacia el Norte —


El azul se cristaliza ya nada me detiene — no sé qué espero de este viaje apartarme quizá solamente de este mundo de ceniza — debajo de mis pies debajo de este sol extinto —



Vampir ¿Querré sobrevivir a este pelo rojo? ¿Querré hundirme — nuevamente en los tímidos brazos de mi prometido? Ahora — prefiero responder a los espasmos de este inexplicable ataque a la Charcot sobre mi cama — el escote inflado y los bordes del corpiño me lastiman. Estoy parada frente a todos — en cuatro patas. Tengo la lengua en punta y río con los ojos. El desconcertante — gesto timorato de sus rostros me da risa y me asquea. No voy a permitir que me penetren con su maléfica estaca. Soy yo la que puede — clavárselos a todos, finalmente. Podría — hacerme a cualquiera de estos mequetrefes


que pululan como tontos a mi alrededor. A mi Arthur — prometido al vaquero americano — mi doctor o incluso a la doncella — que abrazada a la bandeja de plata me mira del rincón con los ojos de ternera. Sin embargo, el que más me interesa ahora es el doctor. Sí, ¡regístreme doctor! — le traigo palabritas del infierno le traigo un regadero de sangre blanca, de glóbulos que explotan de Muerte — “Era — la hora de elegir — y yo no pude quedarme con todo — dejé que el monstruo me eligiera — y así anulé un acto de voluntad — que Arthur me perdone yo quería el sueño — cabalgado de llanura



y la cura de su mano mágica de ciencia, doctor. Yo quería pertenecerles a todos — niña para siempre y mujer atrapada en una red — de voluptuosos apegos. ¿Para qué afrontar la realidad — externa de elegir si por adentro podía yo quedarme en cada uno? Pero elegí — y el monstruo tomó mi sangre. Corté — los lazos del amor que me unían con el mundo. Ahora estoy atrapada para siempre en su tiniebla oscura — everlasting love en mi cuerpo y mi cabeza ¿Quién me obligó a decidir? ¿Quién me arrancó de mi amor verdadero para echarme por fin a este fétido mundo — de concubina donde nadie real puede amarme jamás — y el monstruoso


irreal que yo amo — como una condenada no va a darme nunca eso que tanto — necesito?” No tengo escapatoria — alguna. Ok, Arthur, querido poné la estaca fuerte — sobre el corazón — yo te elegí, después de todo da un golpe seco y por fin — atravesame. No tengas miedo, mi amor no pienso hacerte daño — ya estoy bien dispuesta a recibir esa paz — que no deseo.


Simurgh Tenía una institutriz — de vuelo para poder conjurar los vértigos extremos que me ataban — al piso. Yo era pequeña. Dormíamos las dos en un valle de águilas — doradas pero una sola de ellas era mía. Hembra y gigante montaba yo su lomo. Su cuello de plumas diminutas y morenas suave al tacto — sostenía mi cara y mi cabeza — mis brazos lo rodeaban y el peso de mi cuerpo se echaba todo entero sobre el de ella — tibia en mi panza las piernas me encajaban perfectas debajo de sus alas — rozaba mis rodillas el aleteo oscuro de las plumas más firmes.


La bestia sin embargo, era brusca. Se azotaba en picada levantándome la cola por demás y la cabeza se me iba de punta hacia el suelo. Después de ese vacío de repente la bruta se paraba en seco y ascendía en vertical — dejándome las piernas colgando por el aire — mis dedos le hacían doler — se sacudía y yo desesperada creía morirme hasta llegar — a piedra firme. Así transcurrieron los días. Por fin — habló la institutriz — adentro de mi oído. “La punta de los pies y las rodillas son una tenaza delicada — el ave tiene un ijar dulce que el empeine


puede acariciar — nada se resiste a esa presión — rugosa. El cuello, la mejilla y la nariz acompasados — tienen que — por la nuca acariciarla tiernamente respirando bien profundo el olor ácido de plumas que hasta el fondo del abdomen inflamado va a expandirse apretando sutilmente la espina que la cruza. Por último las manos trabajando con la punta de los dedos — desde el pico deben deslizarse lentamente hasta encajarse adentro de la escápula — donde los flancos comienzan, alinear hombro con hombro y abrirse de brazos en caricia frontal remontando las yemas hasta el borde


del ålula remota y perder así el dominio para siempre en el ritmo batiente de las alas.�


Juego en el Bosque Espero en cuclillas — la salida al corazón del Lobo. Mis compañeras todas me abandonaron ya. Tiempo atrás — acostumbrábamos imaginarlo desnudo su cuerpo pequeño de perro salvaje y gris — el músculo fuerte se movería en círculos seguro a nuestro alrededor. Él mismo haría la ronda. Para ostentar así su mandíbula monstruosa — imposible evitar la radiante fantasía de montárselo a pelo — el cuerpo hirsuto y la boca babea amenazante — la carne toda entera. Pero éramos nosotras criaturitas impedidas por completo a semejante fantasía.


Así que cada tanto — preguntábamos al Lobo si estaba terminando de vestirse de hacerse a la costumbre de los hombres del pueblo: ellos sí habían aprendido — a tapar su santidad bajo las telas. El Lobo — asomando a la espesura el ojo apenas afilado — respondía vagamente hasta asustarnos — cuánto más grande era su domesticidad mayor era el peligro amenazante. Jugábamos así. En el bosque yo y mis compañeras. ¿Pero cuál — entre todas estaba dispuesta a esperar — realmente por el proceso del Lobo? — ¿Cuál de todas por fin arriesgaría completa — la primera juventud


mano a mano en una apuesta contra lo espeso del bosque? Lentamente todas ellas partieron — a la cruel civilidad del Pueblo. La piel les maduró sobre el borde del ojo. Yo no tengo espejo aquí. Vivo debajo de los árboles y soy como un pájaro durmiendo entre sus plumas — no tengo frío — y espero el día en que un Lobo me devore completamente — desnudo.



Dragón Blanco Así — estirada en la madera húmeda del muelle con el cuerpo enrojecido — el sol me cubrió toda de escamas. Años esperando enamorarme — así del río brotado de peces y de dioses suaves niños masculinos — protectores que huelan como escamas. Años — boca abajo en el muelle — la pierna colgante estirada hasta la punta de los pies en el agua — quebrando apenas la tensión en circulitos concéntricos brillantes mis dedos aturdidos en el río. Pero del agua nada proviene el Dragón baja volando de los cielos su rostro de perro y de anguila no asecha y desciende hasta mi nuca


me roza apenas — serpiente de escamas calientes aterciopelada su panza de fuego aplasta mi cintura y se levanta estoy obligada — a girar de espaldas sobre el muelle de boca al cielo — veo subir un hilo de luz al infinito hasta perderse mi corazón — supo que era él y ahora se hunde silencioso en el limo. — Nada proviene del agua. Los ojos se me nublan contra el cielo respiro y parpadeo y el río a mis espaldas se contamina de mí. — Silencio de todo murmullo hasta que estalla el muelle entre mis piernas y la cabeza blanca asoma desde abajo y se desliza áspera de limo — húmeda de escamas el cuerpo es de una anguila


me levanta — lejos de este muelle al cielo o en el agua — desprendida me encuentro para siempre atada a la criatura que esperaba — los dioses masculinos de repente disputan en mi cuerpo la batalla infinita del río contra el cielo — me desarman pero al mío lo tengo entre los brazos y lo aprieto así no se desunen las piezas en el alma.


Bruce Wayne ¿Quién va a reconocerme — aquí? Los largos vestidos y la angustia de las copas tintineantes — se mezclan al murmullo de la sala risas que se ahogan en gemidos de sorpresa — y miradas que reflejan esta antigua — platería. Yo no tengo rostro — sin mi antifaz soy para todos una pobre mujer invisible — no tengo nombre — excepto para aquél que permanece escópico al fondo incrustado — como una piedra negra.


Vengo para ser la mensajera de mi propia voz quebrada — En otras circunstancias — podría abrir mi corazón con la punta de la lengua mordiendo despacito hasta mostrar que adentro está vacío de secretos. Pero me siento tan gris — en esta sala inmensa traigo ardiente de carbón un pájaro aleteando adentro de la boca — la cara — me hierve de palabras necesito soltar este animal antes que incendie mi cuerpo y esta sala — y la mansión completa “vengo a entregarme” estoy por fin dispuesta al estímulo en la máquina de luz cámara oscura — de los sueños.


No quiero llorar esta vez por todo ese dolor — antiguo infligido en mi carne no quiero consolarme tampoco en la descarga furiosa del cuerpo y la — revancha. Pienso solamente en los grandes incendios — que asolaron últimamente la ciudad hecha y deshecha por tus manos — te conozco oscuro fundador de espacios negros — yo necesito de una vez llegar a la otra punta — descubrir rápido — rápido el secreto


por detrás de tu traje — de hombre no hay otro nombre más que el sólido cimiento profundo — de la noche.






Alfonso Piantini. Nací en Buenos Aires en 1974, hijo de padres arquitectos, marcadores y escuadras fueron mis primeros juguetes. A los 19 años me tocó el servicio militar y el dibujar me salvó (a veces lite-ralmente...cambiaba dibujos por salidas). El primer maestro que tuve fue mi tío, el gordo Fasulo, que me enseñó todo lo que sé sobre patafísica comiendo pizza de parados...luego pasé por los talleres de Roberto Páez, Jorge Demirjián y las tardes en el taller de Villa Crespo con Viviana Blanco y Leila Tschopp. Ahora soy arquitecto y participo en exposiciones individuales y colectivas en distintas instituciones y galerías de Buenos Aires y el interior del país. Vivo y trabajo en mi pequeño submarino del barrio de Montserrat.

María Cecilia Perna. Nací en Zárate, en 1979. Mi nombre familiar es María tango con el cual también mi abuelo solía acunarme-. Tengo un papá ingeniero que siempre quiso ser cineasta y una mamá ama de casa que hubiera querido ser actriz; por eso siempre, después de la escuela, mi hermano iba guitarra y yo hacía danza y dibujo. Adoré bailar y dibujar, siempre fueron lo mismo para mí. Pero en un brote de rebeldía destructora, a los 13 años abandoné todo. Ahí empecé a escribir poesía. Fui a un colegio secundario comercial y religioso, del que no salí muy bien parada. Leí La Biblia con devoción furiosa -aún la amo-. Asistí a Puán regularmente y me diplomé de chica en Letras. Al filo de los 30, Puán me soltó la cabeza y mi cuerpo quiso bailar de vuelta. Ahora, como ya asumí que bailo, estoy retomando el dibujo de a poquito. En el 2003, publiqué La boca de Mercurio por Siesta y este año el Libro Chino en Gog y Magog. En 2006, saqué también una plaquetita “Zorra” que se llama Gebirge. Vivo hace 10 años en un departamentito amarillo de Palermo, y me paso el día enseñando español a los extranjeros.



Otros títulos de editorial Zorra/Poesía

Colección Zi! Every girl has a garden. Fiesta en un patio de Temperley –Noelia Rivero y Pablo Besse– Mugriento en Seychelles –Derian Passaglia y Gustavo Derfler–

Colección Autores Lengua Materna –Martín Loire– Querer decir, querer pensar, querer valer. Literatura y trabajo social. –Autores varios– Balcón con cactus –Paola Ferrari– Donde el eco –Horacio Espasandin– Más claro todo –Noelia Rivero– De amor (dientes paredes arrugadas) –Susana Cella– Cherokee y Sistema de Alucinaciones –César Bandin Ron–

Colección Edicionesx10 encontrá sus títulos en: www.zorrapoesia.blogspot.com


Este libro se termin贸 de imprimir en Bibliogr谩fika en el mes de Octubre 2009


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