Guerra Mundial Z

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tráfico en las carreteras, más autos que los que yo había visto nunca, pero se movían rápido, y sólo había aglomeraciones en lugares como los pueblos pequeños y los parques. ¿Los parques? Parques, zonas de campamento, cualquier lugar en donde la gente pudiese pensar que ya habían ido lo suficientemente lejos. Papá se burlaba de esas personas, llamándolas descuidadas e irracionales. Decía que todavía estaba muy cerca de las áreas pobladas, y que la única manera de sobrevivir era irse lo más al norte que se pudiera. Mamá le decía que no era culpa de ellos, ya que a la mayoría simplemente se le había acabado la gasolina. “¿Y quién tuvo la culpa?” preguntaba papá. Nosotros llevábamos un montón de tanques de gasolina repletos en el techo de la furgoneta. Papá había estado recogiéndola desde los primeros días del pánico. Nos cruzábamos con montones de autos atascados junto a las estaciones de combustible, y casi todas tenían unos enormes letreros afuera que decían NO HAY MÁS GASOLINA. Papá aceleraba mucho cuando pasábamos a su lado. Aceleraba mucho con un montón de cosas diferentes, los autos varados que necesitaban batería, o los caminantes que pedían aventón. Había muchos de esos, y a veces caminaban en largas filas a un lado de la carretera, con el aspecto que uno se imagina en los refugiados de guerra. De vez en cuando un auto se detenía para llevar a uno o dos de ellos, y de repente todos se lanzaban sobre él. “¿Ya ven en lo que se metieron esos?” decía papá. Pero sí recogimos a una mujer, iba caminando sola, y tiraba de una de esas maletas con ruedas. Se veía inofensiva, abandonada bajo la lluvia. Quizá por eso fue que mamá hizo que papá la recogiera. Se llamaba Patty, y era de Winnipeg. No nos dijo por qué estaba sola allá afuera, y no se lo preguntamos. Estaba muy agradecida, y trató de pagarle a mis padres con todo el dinero que tenía. Mamá no lo recibió, y le prometió que la llevaríamos hasta donde llegásemos nosotros. Comenzó a llorar, agradeciéndonos. Me sentí orgullosa de mis padres por haber hecho lo correcto, pero entonces estornudó, y se limpió la nariz con un pañuelo. Había tenido la mano izquierda metida en el bolsillo desde que la recogimos. Vimos que la tenía envuelta con una venda y que tenía una mancha oscura que parecía sangre. Se dio cuenta de que la vimos y se puso nerviosa. Nos dijo que no nos preocupáramos, que se había cortado por accidente. Papá miró a mamá, y los dos se quedaron en silencio. No me miraron, ni me dijeron nada más. Esa noche me desperté al escuchar la puerta cerrándose. No pensé en nada raro. Siempre estábamos haciendo paradas para ir al baño. Ellos me despertaban por si acaso tenía que ir, pero esa vez no me dí cuenta sino hasta que la furgoneta había arrancado otra vez. Busqué a Patty, pero no estaba. Les pregunté a mis padres qué había pasado, y me dijeron que ella había querido bajarse. Miré hacia atrás y me pareció que podía verla, una pequeña mancha que se hacía cada vez más pequeña. Creo que estaba corriendo, pero estaba tan cansada y confundida que no lo supe con seguridad. Quizá no quería saberlo. Hubo muchas cosas que no quise ver durante el viaje al norte. ¿Cómo qué cosas? Como los otros “refugiados,” los que no corrían. No eran muchos, recuerde que nosotros salimos casi de primeros. No nos encontrábamos con más de media docena por vez, caminando en mitad de la carretera, levantando las manos cuando nos acercábamos. Papá viraba para evitarlos y mamá me decía que me ocultara. Nunca los ví muy de cerca. Traducción: m_earendil

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