Guerra Mundial Z

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Redeker. El anciano lo miró fijamente, sonrió con esa cálida sonrisa tan conocida en todo el mundo, y dijo, “Molo, mhlobo wam.” “Saludos, hombre de mi tierra.” Se acercó lentamente a Paul, de espaldas a todos los gobernantes de Sudáfrica, tomó las hojas de las manos del afrikáner y dijo con una voz que de repente sonó viva y juvenil, “Este plan salvará a nuestra gente.” Luego, señalando a Paul, dijo, “Este hombre salvará a nuestra gente.” Y luego llegó ese momento, el momento que los historiadores discutirán hasta que el asunto desaparezca de nuestra memoria. Abrazó al afrikáner. Para cualquier observador, aquel era sólo uno de sus famosos abrazos de oso, pero para Paul Redeker… Yo sé que la mayoría de los psicobiógrafos siguen presentándolo como un hombre desalmado. Esa es la idea más aceptada. Paul Redeker: sin sentimientos, sin compasión, sin corazón. Pero uno de nuestros autores más respetados, un biógrafo y buen amigo de Biko, sostiene que Redeker era en realidad un hombre muy sensible, de hecho, dice que era demasiado sensible como para haber vivido en la Sudáfrica del apartheid. Él insiste que la lucha de Redeker contra las emociones era la única forma que tenía de mantener su cordura frente a todo el odio y la brutalidad que veía todos los días. No se sabe casi nada de la niñez de Redeker, si acaso conoció a sus padres, o fue criado por el estado, si acaso tenía amigos o fue amado por alguien. Aquellos que trabajamos con él, no recordamos haberlo visto nunca en ningún tipo de relación social, ni expresando físicamente ningún tipo de emoción. El abrazo del padre de nuestra nación, esa emoción genuina atravesando su armadura impenetrable… [Azania sonríe nostálgicamente.] Quizá todo esto es demasiado sentimentalismo. Quizá sí era un monstruo sin corazón, y el abrazo del anciano no tuvo ningún efecto. Pero puedo decirle que ese fue el último día que vieron a Paul Redeker. Incluso hasta hoy, nadie sabe qué pasó con él en realidad. Ahí es cuando entro yo en la historia, en esas caóticas semanas en que el Plan Redeker fue implementado en todo el país. Tuve que esforzarme para convencerlos, pero cuando por fin aceptaron que yo había trabajado por muchos años junto a Paul Redeker, y, lo más importante, que entendía su forma de pensar mucho mejor que cualquier persona viva en Sudáfrica, ¿cómo iban a rechazarme? Trabajé en el plan de retirada, y después, durante los meses de la consolidación y hasta el final de la guerra. Al menos mis servicios fueron bien apreciados, de lo contrario, ¿por qué me habrían asignado un retiro tan lujoso? [Sonríe.] Paul Redeker, un ángel y un demonio. Algunos lo odian, otros lo adoran. ¿Yo? Yo sólo le tengo lástima. Si todavía está vivo, en alguna parte, espero sinceramente que haya encontrado la paz. [Después de un abrazo de despedida con mi anfitrión, soy escoltado hacia el ferry que me llevará al continente. Me asombra la seguridad que veo mientras devuelvo mi escarapela de visitante. Un enorme guardia afrikáner me fotografía de nuevo. “Tenemos que ser muy cuidadosos, amigo,” me dice, entregándome mi pluma. “Mucha gente allá afuera quiere mandarlo directo al infierno.” Firmo al lado de mi nombre, bajo un encabezado que dice: Instituto Psiquiátrico de Robben Island. Nombre del paciente que vino a visitar: Paul Redeker.]

Traducción: m_earendil

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