Guerra Mundial Z

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pensamiento irracional.” Otros han discutido que para que un racista odie a un grupo, al menos debe amar a otro. Redeker creía que tanto el amor como el odio eran irrelevantes. Para él, eran “impedimentos de la condición humana,” y, otra vez en sus propias palabras, “imagínese lo que podríamos lograr si tan sólo la raza humana pudiese desechar su humanidad.” ¿Malvado? Muchos lo calificaron así, mientras que otros, particularmente esa pequeña elite que manejaba el poder en Pretoria, decían que era “una fuente invaluable de intelecto liberal.” Fue al principio de los años 80s, una época crítica para el gobierno del apartheid. El país descansaba en un lecho de espinas. Teníamos el ANC, teníamos el Partido Libertador Inkatha, y hasta los elementos de extrema derecha de los afrikáners, que lo que más deseaban era una revolución abierta para iniciar un exterminio racial. En todas sus fronteras, Sudáfrica sólo limitaba con naciones hostiles, y en el caso de Angola, enfrentaba una guerra civil apoyada por los soviéticos y peleada por los cubanos. Súmele a eso un aislamiento de casi todas las democracias occidentales (lo que también incluía un embargo de armas) y verá que no era ninguna sorpresa que los de Pretoria estuviesen buscando un plan para poder sobrevivir. Por eso solicitaron la ayuda del señor Redeker, para revisar y actualizar el ultra secreto “Plan Naranja.” El “naranja” había sido creado desde que el gobierno del apartheid había subido al poder por primera vez, en 1948. Era el plan de acción para el fin del mundo según la minoría blanca del país, un plan para lidiar con un eventual levantamiento hostil de toda la población de nativos africanos. A lo largo de los años había sido actualizado con nuevas estrategias según el desarrollo de la región. Con cada década, la situación se había vuelto más difícil. Con las declaraciones de independencia de los estados vecinos y el creciente clamor de libertad de sus propios pobladores, la gente de Pretoria se dio cuenta de que un enfrentamiento no sólo significaría el fin del gobierno afrikáner, sino la muerte para los afrikáners mismos. Ahí fue cuando entró Redeker. Su revisión del Plan Naranja, terminada justo a tiempo en 1984, era la mejor estrategia de supervivencia para el pueblo afrikáner. No ignoró ninguna variable. Índices de población, terreno, recursos, logística… Redeker no sólo actualizó el plan para incluir el programa de armas químicas de Cuba y la capacidad nuclear de su propio país, sino que también, y esto fue lo que hizo del “Naranja Ochenta y Cuatro” tan importante históricamente, incluyó la decisión de cuáles afrikáners serían salvados y cuáles debían ser sacrificados. ¿Sacrificados? Redeker creía que el tratar de salvar a todo el mundo llevaría los recursos del gobierno hasta su punto de quiebre, y eso condenaría a toda la población. Lo comparó con unos sobrevivientes de un naufragio que hacen volcar un bote salvavidas porque no hay espacio suficiente para todos. Redeker ya había calculado quiénes debían “subir a bordo.” Consideró niveles de ingreso, CI, fertilidad, y toda una lista de “cualidades deseables,” incluyendo la ubicación del sujeto respecto a una posible zona de crisis. “La primera víctima del conflicto deben ser nuestros propios sentimientos,” fue la última frase de su propuesta, “porque su supervivencia será la causa de nuestra destrucción.” Traducción: m_earendil

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