El regalo

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el regalo

fernando polo elĂ­as



el regalo



el regalo fernando polo elĂ­as

Zitrivi ediciones


Idea original: Fernando Polo Elías Fotografía: Fernando Polo Elías Maquetación, correcciones y montaje: Araceli López de Ahumada del Pino y Kiko López de Ahumada del Pino

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2018 Zitrivi ediciones


La magia pendía de un hilo. ¿Había logrado integrarme? No me lo podía creer, la respiración se entrecortó, mis movimientos pretendían ser lentos y acompasados, solo quería no destacar en el entorno. Lo oculto ocurría delante de mis ojos. Sentí algo extraño, temí que todo se acabara. Todo se esfumó de repente, alguien se acercaba hacía mí por el camino. Se aproximó con naturalidad, era su medio, quizás más que el mío. Llevaba su peinado recién hecho, un delantal a cuadros sobre un vestido discreto, los zapatos de andar por casa y andaba sin prisa ninguna. Rondaba los 70 años. Vino directa a mí y preguntó: ­¿Qué, estás grabando? Al principio no supe qué decirle a lo de grabar, pero claro, mi cámara le llamó la atención. Quizás algo molesto ya que ella había roto el hechizo, pero cortésmente, reaccione: ­Sí. ¿Quieres verlo? Se acercó y le mostré la pantalla de la cámara. ­¡Oh, que bonitos! ¿Que son? ­No sé muy bien de momento, pero creo que... Una hora antes decidí salir de la casa con la intención de aprovechar la luz del sol en sus últimas horas del día antes del ocaso. Además la luz era "mágica" entre los árboles de ribera por donde paseaba monte arriba.

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La ribera en el barranco era perfecta, su olor, el sonido del viento y de los pájaros, el color cambiante, todo estaba en armonía. Me senté pacientemente en una roca que encontré al pie de un árbol, el sitio no era aleatorio. Estudié durante un momento el lugar para que la luz me fuera favorable, el sol se ponía a mi espalda. Podía visualizar varias ramas con la luz perfecta, me imagine un ave que quedaría "inmejorable" en cualquiera de ellas. Yo me imaginé la oropéndola, imaginar es gratis, además es una de las esquivas aves que habita por aquí solo en verano, viene a criar y al final del verano vuelve a África, además aún no he tenido el placer de visualizarla de cerca, muchas veces la he escuchado y visto pasar, pero no ha habido suerte aún, petirrojos, verdecillos, currucas, jilgueros, mirlos, herrerillos..., entonaban su canto cada uno a su aire, pero todo encajaba. Me llevé un buen rato ensimismado, contemplando con los cinco sentidos, sentado en la piedra. Sin darme cuenta me vi rodeado de un rebaño de borregos y borregas, como se dice por esta zona a las ovejas. Yo estaba en su paso habitual. Me levante de la piedra, no muy lejos venia el pastor con sus perros. Él vino directo, aunque lentamente, hacia mí. Esta vez fui yo el que empezó la conversación. ­ Hola ¿que tal?, aquí estoy intentando fotografíar algunos pájaros. ­ Ahora no hay apenas pájaros, espetó. .

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­ Bueno, algunos hay, nunca es como antes. ­ Sí de esos negros hay muchos. ­ ¿Mirlos? ­ dije, y él asintió con la cabeza. ­Están este, el otro, el de mas alla y el otro . Vaya pájarero malo estoy hecho, ­pensé­, para cuatro pájaros que le digo repito uno. Después de esta "metedura de pata" me vine arriba y le dije: ­ ¿Están ya por aquí las oropendolas? ­ Algunos años anida una pareja, ribera abajo, pero aún es muy pronto. Se fue lentamente y ahí quedo la conversación. Cruzó el barranco por un paso que yo ya había visto y pensado utilizar. Pongo un pie aquí, otro en aquella piedra y después un pequeño salto a la otra orilla, la senda se perdía monte arriba, paralela al barranco, el pastor en cinco minutos ya no se veía, si algunas ovejas rezagadas. Estuve algún tiempo merodeando por allí, imaginándome la posible oropéndola, pero pensé en volver con los amigos a la casa, posiblemente estarían ya allí. El camino estaba atravesado por pequeñas caidas de agua que procedían de monte arriba, este año se había recuperado de la falta de lluvias y la sierra estaba pletòrica. Los caminos en esta sierra, casí todos, están "encerrados" entre dos muros de piedra que delimitan las fincas y que suelen tener poco más de un metro de altura, aunque en algunos sitios más.

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Estos muros están realizados con piedra irregular de la zona, una piedra sobre otra, sin argamasa, aparentemente sin un orden concreto, pero si con mucha maña. He visto levantarlos y tiene su técnica depurada por los años. Las piedras de distinto tamaño dan cobijo a multitud de seres; animales, plantas y hongos habitan sus huecos, están donde deben estar. Andaba con cuidado por lo irregular del firme de la calzada, miraba hacia abajo continuamente para no tropezarme y caerme. Con el rabillo del ojo me pareció apreciar unos ojos entre las piedras, me paré en seco y observé, pero no vi nada raro, "serán cosas de la mente", pensé. Seguí unos segundos pegado a uno de los muros y se hizo la magía. Un hocico redondeado y unos ojos enormes asomaban entre dos enormes piedras, levanté lentamente la cámara hasta su posición, enfoqué y clic­clac, el hocico se escondio, asustado por mi ruidosa cámara, pensé. Dos segundos después asomó por otro hueco un poco más alejado del mismo muro, mi respiración se entrecortó. otro clic­clac, vuelta a desaparecer, me quedé helado ¿Quien era? pensé. Me quedé por supuesto tipo estatua, no vaya a ser que salga otra vez. Bingo, ahora dos a la vez, qué suerte la mía. Miraban a ambos lados del camino rapidamente. Clic­clac. Esta vez no huyeron, una de ellas salio a la mitad del camino. Cic­clac, volvió junto a la otra, repetimos la escena dos o tres veces, yo estaba flipando.

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La más atrevida de ellas salio al centro del camino y de ahí, visto y no visto, se colocó en la otra parte del muro. En esta zona uno de los muros estaba derruido y entre una parte y la otra había un par de metros, esa era la distancia que había recorrido la más valiente de las dos, desde la otra parte del muro oteaba a un lado y otro levantando su cuello, el otro especimen la observaba desde la otra parte del muro derruido. En un momento de la aventura llegue a ver tres ejemplares fuera del muro. Las salidas de cualquiera de ellas era rapidisima y mirando a todos los lados. Me sentia afortunado por lo que estaba presenciando. La magia pendía de un hilo. ¿Había logrado integrarme en el paisaje? De repente todo se esfumó. Para mí había sido un regalo que no olvidaré, observar libre y en su medio a uno de los animales de la fauna iberica más esquivos. Mustela Nivalis, Comadreja.

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El regalo venĂ­a con un extra, habĂ­a podido fotografiarlo. 22 de abril de 2018 en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, reserva de la Biosfera, Huelva.

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Este libro se terminó de componer en Dos Hermanas (Sevilla) para publicación electrónica el día 21 de Junio de 2018, Solsticio de Verano.



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