REVISTA EL BÚHO TUERTO ED.5

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2012

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El carácter cultural de la Revista El Búho Tuerto, se ha forjando desde sus inicios y se va fortaleciendo con el tiempo, en él no hay cabida a pensamientos sesgados por ideologías que buscan atar la libertad y expresión de los agentes comprometidos con el arte. Se pretende abrir espacio a diversas manifestaciones autónomas, transformadoras y visionarias, (en un mundo cada vez más pequeño) soportado en una atmósfera cargada de “pulsos eléctricos”, como lo es la internet, valorando especialmente aquellos contenidos desarrollados lucida e inteligentemente por los artistas en los diferentes campos del saber, a través de la realidad latinoamericana. Ésta es nuestra edición No.5, el cinco en la numerología Cabalística, es símbolo de libertad, de espíritus ambulantes y bohemios, entre muchas otras cosas… Puede ser que usted encuentre a través de éstas páginas, ese espacio, esa forma, ese placer, la belleza y el horror, todos los matices posibles a través del espectro visible… el encanto que nos brinda el Dirección H. Augusto Rotavista Hernández Comité editorial Andrés Felipe Botero Wahider Cardona Hernández Leidy Tatiana Rojas Hernández Corrección ortográfica y de estilo Virginia Hael Jhon Andrés Gutiérrez Diseño y arte Elena María Assaf Colaboradores Atahualpa Quintero Paola Andrea Gómez Gallego Comentarios, sugerencias e inquietudes: elbuhotuerto@gmail.com Ediciones Villa Gallinazo, 2012

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ave nocturna cada vez que usted agita sus alas. Siguiendo los preceptos de la Cábala, acompañado de la semioscuridad de la noche, obsérvelo a los ojos fijamente, sumérjase a voluntad en esa mirada que se multiplica por 6 y siguiendo el juego del acertijo propuesto por la lectura no espere hallar una ciudad única. Como suele acontecer en este tipo de derivas puede que, tanto usted como nosotros, nos encontremos al final de la lectura o de la noche recorriendo las mismas aceras, veredas, parques de diversas urbes psíquicas que desde tiempos inmemorables son comunes a todo el género humano. Muy probablemente se topará con una pluma. Entonces, sabrá que, se trata del agitar de un vuelo alquímico que aviva los imaginarios de las ciudades fabuladas. Esta edición es una suerte de un espejo fractal, por eso su matiz y espectro literario, refleja cada una de las ciudades que cada ser humano vive y siente. Dosquebradas, Junio de 2012


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S U M A R I O LA CIUDAD COMO PINTORESCO RETRATO DE LA SUJECIÓN Por Cristian J. Bohórquez Betancur

PROLONGACIÓNDELASCALLES Por John Agudelo

DESDE ANTES DEL PRINCIPIO HASTA DESPUÉS DEL FIN Por Atahualpa Quintero

ESCRITOS... Por Katerin Ojeda

CUENTO DE LA CALLE QUE CALLO Por Paula Andrea Arcila Jaramillo

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18 MIMESIS Y SIMULACRO: DEL COLOR AL MITO CROMÁTICO Obras de Melina del Mar Marín Espinosa Reseña por H. Augusto Rotavista Hernández

U N G AT O Por Juan David Zuleta

LA MEMORIA Por Alejandra Sotelo

UNA GOLONDRINA NO HACE LLOVER Por Carlos Andrés Ramírez Osorio

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LA CIUDAD COMO PINTORESCO R E T R AT O D E L A S U J E C I Ó N Por Cristian J. Bohórquez Betancur He llegado a pensar que la definición del proceso psicológico de maduración del ser humano le faltan palabras. Es también el proceso por el cual el ser es lenta pero seguramente asimilado por el sistema de reglas sociales de todo tipo (de cortesía, jurídicas, éticas, morales, institucionales, etc.). Para demostrarlo inicialmente, la rebeldía “adolescente”, para lo cual subrayo el significado auténtico del término, puede explicarse como una conducta antisujeción: el comportamiento de sublevación juvenil es respuesta a la sujeción que pretende ejercer el aparato social como condición para aceptarle, como parte de sus engranajes. El ser asocial por excelencia, el indigente, sería entonces en muchos casos el producto “residual” del proceso, aquel que no logró ser absorbido por el mecanismo: el no-sujeto. La gracia de esta reflexión se encuentra en que el caleidoscopio citadino se plastifica en un cuadro pintoresco, al ser explicado en los anteriores términos. Tomemos por ejemplo una ciudad como la nuestra. Sujeto quien concurse para médico, pues debe ejercer su oficio en condiciones fuera de todo ideal: x minutos por paciente, x pacientes por día, x medicinas permitidas y restringidas en la receta, cero i nve s t i g a c i ó n , c e r o i n g e n i e r í a profesional en vías de innovar los métodos y resolver los interrogantes que plantea la biología. Rebajado a un tecnólogo y hasta a un técnico de la salud, es un mero aplicador de procedimientos básicos, se convierte en partícipe de un gremio controvertido hasta el cansancio por las tropas de ciudadanos anhelantes de una cura a sus calamidades. Sujeto quien concurse para profesor,

pues su discurso no puede seguir a conformidad sus ideas y debe sujetarse a las exigencias de varias esferas: 1. la directiva, sujeta a su vez al subsidio de los padres de familia, 2. la de padres de familia, sujeta a su propio bolsillo, 3. la de las leyes carentes de perspectiva educativa por estar sujetas a ordenamientos económicos transnacionales y 4. la de los estudiantes que le reclaman su sinceridad y que les exponga un mapa social e institucional que no puede delatar porque le da su sustento económico. Este ser es acribillado entre los fusilamientos de los anteriores distritos. Sujeto quien concurse para ser popular (reina de belleza, cantante, artista, político), pues debe amoldar su conducta y su producto a la solicitud de las masas. Examinado con ojo clínico por la élite intelectual, es rotulado y empacado al vacío. Sujeto de sus propias ideas quien concurse para la élite (intelectual, e s c r i t o r, a r t i s t a ) , p u e s s u s descubrimientos encumbrados, su más grata libertad, le infringen la mayor sujeción de la incomprensión, la soledad y la indiferencia social popular. Sujeto quien concurse para político, pues el que quiera repercutir en cambios sociales a mediana o gran escala debe sujetarse a la lógica del populismo, y de las alianzas políticas que no son más que un trueque de favores: las manos nunca limpias del todo que se tienden para jalonar y jalonarse en la escalada. Con rótulo de truhanes, la clase política recorre el índice de vulgaridades del coloquio popular y demuestra, al igual que los demás, que para hacer lo necesario se debe también sacrificar la dignidad y ensuciarse un poco.


pág 4 Sujeto así también el gobernante o parlamentario de cualquier nivel, quien desde su puesto o escaño debe procurar además la satisfacción de aquellos aliados, políticos y empresarios por los que logró posicionarse. Sujeto también, porque la continuidad de su carrera y ascenso implica continuar abrazándose con reputaciones cada vez más corrompidas. Sujeto entonces también el ciudadano de a pie, sobre todo el más imbuido en la pobreza, quien aplaudirá con todo fervor a su padrino político por una oportunidad de salario o de vivienda, la cual no le llega de otra forma, porque el sistema de desarrollo se ha diseñado para mantenerlo en funciones específicas y de baja remuneración al servicio de la empresa. Este sujeto es mal mirado y desdeñado. Sujeto quien concurse para empresario, pues competir en el sistema neoliberal de desarrollo significa seguir políticas de explotación humana y de recursos, de monopolización del mercado y profundizar la ansiedad del consumo. Este sujeto es abiertamente desdeñado y vapuleado por la clase trabajadora. Sujeto quien concurse para a d m i n i s t r a d o r, p o r q u e s u reconocimiento y autoestima se establecen en función de los triunfos que alcance en honor del empresario, rey de este vasallo. Sujeto quien concurse para vendedor, telefonista, mercaderista, publicista y hasta evangelista, porque su pensamiento y su derivado discursivo se encabalgan conforme a las leyes de la secta de mercado, que no ven en el humano más que un agente potencial de consumo. Con desprecio y cansancio, la sociedad evade su

contacto. Sujeta la ciudad y la nación que concursen para hospedar el mundial futbolero, (el pasado Sub 20 en nuestro caso), porque debe ignorar su bebida tradicional cafetera y no ofrecer más que Coca-Cola en sus estadios. Del mismo modo, sujeta la ciudad en vías de las exigencias de la globalización (el idioma, la moneda, el pensamiento, las actividades, las costumbres), porque no podrá crecer ya como un ser auténtico, pues les impondrán a sus paridos, seguir la rigurosa copia de un repertorio de oficios y conductas tomado del extranjero. Finalmente, quisiera extenderme un poco más en la pintura de este lienzo urbano, de cualquier metrópoli, pero me declaro sujeto a la exigencia editorial de extensión del material, la cual ha de obedecer a sus propias sujeciones. Somos una sociedad que no se reconoce sujeta y ésta es nuestra m ayo r s u j e c i ó n . S a b e m o s d e antemano lo correcto y conocemos y hasta defenderíamos todos los valores, pero no podemos ser así de sinceros, de transparentes, de vulnerables, de correctos. Incapaces de admitir nuestra conciencia, porque seríamos también sujetos de ella, hace tiempo que empujamos a Pepe Grillo por el caño. En consecuencia nos hicimos una sociedad lapidaria y aprendimos a vivir, convivir y hasta sobrevivir con ello. El código de la hipocresía lo aprendemos en el trascurso de la vida y nos sujetamos a él, con ánimo desesperado y aprehenderlo se llama madurar. Es esta la única sombra que nos da cobijó de la crítica y nos permite conservar los harapos de nuestra dignidad.


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LA CIUDAD COMO PINTORESCO R E T R AT O D E L A S U J E C I Ó N ¿Quién tiene entonces la culpa de nuestros males? Yo diría que todos. Si me preguntan por una dirección en el laberinto, pensaría que se trata de doblar hacia reconocer y confesar nuestra sujeción, así sea para actuar conforme a la obligación, pero en todo caso, sería un primer paso para retomar nuestra conciencia, reivindicar nuestra autoestima y dar oportunidad a los hombres para que arrojemos menos piedras. A lo mejor, compartir abiertamente nuestra sujeción, sirva para encontrar la unanimidad necesaria para darle ergonomía humana a los mecanismos, que nos corrompen y nos quiebran la espalda.

Cristian J. Bohórquez Betancur castellblanco@hotmail.com Pereira, Colombia


PROLONGACIÓN DE LAS CALLES Por

John

Agudelo Las cosas respiran, tienen poros por los que secretan el elemento que las alimenta. Las cosas tienen vida, uno las puede ver dilatarse y contraerse de pronto, uno las puede ver moverse. Una cosa me ha estado persiguiendo, la oigo respirar lento, muy lento detrás de mí. Viene moviéndose despacio entre las otras cosas. Apenas me percato de su presencia, atisbo para confrontarla, pero ella se escapa, se esconde. Me voy girando, en ocasiones suavemente, después de que le siento abrir sus poros e igual se va, se escabulle rápidamente. No he podido darme cuenta de qué cosa es la que me persigue. He pensado que es un televisor, pero aquí donde vivo no hay ninguno. He pensado entonces que es una olla o cualquiera de las cosas de la cocina, pero el ruido que hace no se parece a ninguno de los utensilios que hay en ella. He pensado que es una cama o una cobija, por los sonidos sordos y pausados y porque quiere como tragarme, hacerme entrar en ella, pero no, la velocidad al escaparse me hace pensar que no es eso. He decidido esperar y no hacerme ideas, encontrar la manera de pillarla de repente y descubrir de qué se trata. Un día decidí esperar, escuchar cómo se iba dilatando, cómo su respiración se iba agitando, me la iba imaginando creciendo y creciendo, convirtiéndose en un monstruo. Fue tan impresionante que entonces cuando creí que me iba a tragar voltee a mirar, y otra vez, nada, no había nada allí. Las cosas tienen afán, las veo correr y tropezarse entre ellas, las veo agredir a las personas, oigo sus risas, he visto cómo atacan a la gente y a ésta decir “¡Qué torpe!”. Así, sin más, van dando golpes, mordiendo a veces, pero es como si hicieran bromas para calmar sus ansias de correr, de ir de aquí para allá. He escuchado muchas cosas y ya

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PROLONGACIÓN DE LAS CALLES puedo reconocer sus diferentes sonidos, gestos y gemidos, su voluptuosidad de animales cuando se expanden, ellas creen que no las siento pero basta tan solo con continuar fingiendo en la cotidianidad mientras el pensamiento se fija en lo que hacen. Las reconozco casi a todas, por lo menos en el espacio que habito, pero no he podido encontrar cuál es la que me persigue, parece que está más consciente de lo que yo estoy y lee mi pensamiento cuando las observo, cuando estoy en la sala y simplemente me siento y leo, cuando entro a la cocina a preparar alguna comida, cuando voy al baño o cuando entro a mi cuarto, siempre voy fingiendo hacer lo que hago, mientras estoy pendiente de todo a mi alrededor, pero no la encuentro. Su sonido tiene una particularidad: es ronco y pesado, como un mueble, rígido como una mesa, pero no es ninguna de ellas.Creo que una cosa ha invadido mi casa, creo que cuando he dejado la puerta abierta, un día de tantos, se ha colado. Parece una cosa pequeña, pero tiene la capacidad de abrirse, de agrandarse, de multiplicar su tamaño, no sé cuánto. No sé cuánto y me da pánico. Creo que no se viene con bromas, que ha entrado por algo, ha entrado por mí, creo que me persigue desde que estaba afuera y salía a recorrer las calles, pero afuera había tantas cosas y se embotaban tanto mis sentidos que no podía verlas como ahora las veo y darme cuenta de que andaba siguiéndome. Creo que es algo que me ha estado buscando desde hace mucho, ahora que lo pienso con cuidado. Hoy me he levantado agitado, fue ella quien me despertó de un momento a otro, me ha correteado, gime por un lado y yo corro a buscarla, luego resuena en otro lugar, miro debajo de la cama, voy hasta la cocina, reviso

bien en los cajones pero de pronto grita en la sala. Hoy no se viene con escabullidas, ya se cansó de la persecución, creo que si no la encuentro terminaré en su boca. Ahí está, suena detrás su respiración, su respiración me aterroriza, ha minado ya bastante mi cabeza y no puedo más, quiero gritar, quiero decirle “¡Basta ya!”, pero no puedo. Me ahoga, me agota, estoy pasmado y el monstruo está en su punto más álgido, no puedo más, estoy ahogado, me ha devorado. Agudelogaspar (Agosto 2009)

John Agudelo Pereira, Colombia


DESDE ANTES DEL PRINCIPIO H AS TA DES PUÉS DEL FI N Por

Atahualpa

Todo en ella estuvo rodeado de absurdo de principio a fin, ¿qué digo? Desde antes del principio hasta después del fin. Lo digo porque yo la amaba sin siquiera haberla visto. Eso es absurdo. Y cuando la vi no sabía que era ella, ni cuando se acercó al lado mío en el supermercado, en el justo instante en que yo compraba papas a granel, ni cuando la muchedumbre de compradores nos apretó hasta tocarnos la piel, y por reflejo, nos miramos a los ojos, ni siquiera cuando haciendo bizcos le miraba sus bellos senos atomizados de pecas aprovechando el escote que llevaba. Absurdo. Sólo cuando su mano tersa metida en una bolsita plástica escogía papas sin gusanos y yo, con mi mano enterrada, sacaba tubérculos sin importar nada, ambas manos en la misma dirección la papa más grande, firme, como una piedra de río, sana de animales, apanada de tierra. Sin meditar nada, ella abrazó la papa con su delicadeza plastificada y yo cubrí sin proponérmelo ambas con mi mano grande. En ese instante nos miramos otra vez, hubo una sonrisa y detrás de esta, un gesto de amor. Fue amor a primera papa. Absurdo. Obviamente, se la cedí, yo llené mi bolsa con otras papas pequeñas y ella puso los tres kilos de la suya en el suelo. No tenía carrito. Le ofrecí mi canastilla y de la manera más absurda aceptó. Casualmente yo había olvidado ir por otros víveres, doble casualidad, diez minutos después ella mi pidió que la acompañara porque le faltaban dos compras por hacer. Cuándo le pregunté, para qué eran las papas dijo sencillamente que tenía antojo de papa frita, absurdo, porque era la misma razón mía. Luego de treinta minutos cuando pagamos las compras, encontré tanto gusto en su compañía que me acomedí a llevarla al

Quintero

fin del mundo. Es decir, la puta mierda como llama la gente a ese rincón casi rural donde quedaba su casa. Ella aceptó a un desconocido. Absurdo. Abrazó su paquete de papas y yo até el mío en la parte de atrás de la moto. Nos fuimos conversando y su voz era tan bella que opacaba el ruido de los carros viejos y las motos de motor a dos tiempos. Sin prisa tomé una curva en plena avenida, y justo cuando la velocidad y el peralte hacen inclinar la moto. Absurdo. Había una cáscara de banano y la llanta trasera la tocó, se liso, perdí el equilibrio, el control del aparato y caímos. Verticalmente absurdo. La moto cayó lejos y nosotros predestinados a estar juntos frenamos en la cuneta de la carretera. Múltiples bolitas rodaron por el asfalto y alertaron sobre nuestro percance a los demás conductores en camino. Inconscientes por el impacto, dormimos por primera vez juntos uno encima del otro. Absurdo. Sin querer al mismo tiempo hicimos un pacto de sangre. De la ceja de ella brotaba caliente el líquido rojo que remojaba mi brazo lacerado. Es absurdo, porque un pacto es un acuerdo entre dos o más personas que obliga a cumplir una serie de condiciones, es como un convenio voluntario de unirse, en este caso firmado con sangre. Ella y yo no lo supimos ni lo aceptamos, sino días después del accidente cuando nos hicieron exámenes de VIH, porque nos habíamos enjuagado en sangre mutua. Así fue nuestro pacto, ¿no es absurdo? esa noche también fue nuestra primera noche en pareja. Solos en una habitación. Íntimos, semidesnudos. Ella me confesó que en el hospital se despertó varias veces y me vio dormir al otro lado en la camilla, dice que se demoró para reconocerme, le dolía mucho la cabeza, y pensó que me veía

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DESDE ANTES DEL PRINCIPIO H AS TA DES PUÉS DEL FI N monstruoso con la cara hinchada, la nariz rota y la frente con solo parte de la piel, sin alcanzar a ver que había perdido un diente, pensó que era un monstruo dormido, pero tierno. Absurdo, eso no existe, un monstruo es un monstruo. Yo también la vi dormir y me importó un pito su ceja y su labio partido, estaba hermosa, no, hermosísima. Si hubiera sido el Tramadol como dice ella, entonces lo que sucedió fue que jamás se fue ése narcótico de mi sangre, desde siempre la he visto así, desde la papa en la tienda, hermosa. Al amanecer y como no fallecimos, nos dejaron ir, por fortuna no hubo huesos rotos. Absurdo, pero si casi diez kilos de papa perdidos. Nadie fue a recogernos, no teníamos a nadie. Absurdamente triste. Ella probó, te invito al fin del mundo. Yo probé, te invito a veinte cuadras que queda mi casa. Ella argumentó, —en el fin del mundo hay papas fritas—. No hubo más discusión, yo pagué el taxi solo esa vez. Dolió la recuperación, no por el dolor del cuerpo, sino que me partía el alma no adelantar clases de besos intensos con ella con esa sutura en el labio. Aprendí a cocinar los garbanzos como a ella le gustan y ella encontró el toque para que los espaguetis con atún dejaran ese sabor a hombre soltero. Fue imposible no amarla. Era absurdo no amarla. En el tiempo que fuimos absurdos amantes fuimos al cine mil veces sin ver la película, caminamos y nos hospedamos en pastizales, nos hicimos honestas recomendaciones en las compras de ropa interior y ella me ayudó a encontrar los textos de Eduardo Galeano, que a propósito, por poco la pierdo a ella. Cuando me embotaba en esas líneas de amor latinoamericano, no había mujer que me apasionara. Cuando empezamos a amarnos con el cuerpo, fue una

transición que inició con dolor sin placer, luego pasó por el placer erótico hasta llegar al dolor erótico. Dolor sin placer; ella me tocaba las heridas con gasa empapada de alcohol, me hacía empuñar la mano y mirarla con ojos de criminal mojados de llanto. ¡Como se burlaba de esto! decía que detrás de esos músculos y esa mirada fea, había un niñito llorón. Se atragantaba de la risa. Placer erótico, pasaron los días, el labio se curó y todo el alcohol se evaporó en mi lacerada piel, llegaron los besos y después de los besos ella me tocaba y yo le daba mimos en la espalda, luego le masajeaba el cuero cabelludo y me quedaba jugando en su cara tocándola, dibujándola como si mi dedo índice fuese un carboncillo. Con frecuencia nos sumergíamos en agua caliente y nos bañábamos con una esponja llena de pompas de jabón, hasta que el agua se hacía tibia y los dedos se arrugaban. Dolor erótico, empecé a tocarle los pies un día en que se quejó de un dolor en el dedo grande y con humor me recriminó que era mi culpa porque era un pésimo piloto, entonces ella se sentó y recostó la espalda en el sofá, y descalzándose el pie me ordenó de la manera más sutil, mirando intermitentemente su dedo a mis ojos. Tendí un tapete esponjoso, hincado a sus pies agregué a las palmas de mis manos unas gotas de aceite con olor a sándalo y me propuse a reconocer como un ciego toda la topografía de la piel de sus pies hasta aprendérmela. El pulgar subió la colina de su tobillo y ahí se quedó tiernamente concentrado como si fuera una bola mágica, tratando de que la molestia que la hacía simular el enfado se desapareciera. Fue inevitable seguir la pradera de su pantorrilla, limpia de vellos y lunares. Ella no dijo nada, solo hacía como si mirara el cielo, el


pág 10 cielorraso. Supe después que tenía una rodilla rugosita, como la cara de una anciana y luego pasé por los muslos blandos donde se hundían los dedos en su labor de masaje. Ella en silencio recostada, miraba las nubes de la humedad del cielo, del cielorraso. No habló nunca. Seguí mi camino lentamente, hasta que un gemido casi imperceptible de ella despertó todo mi instinto y la amé ¡como un salvaje! esa vez y los siguientes días, sin importarnos nuestros dolores aún vivos, el amor nos hizo a mordiscos, a apretones de posesión, a palmadas ardientes, ampliando al máximo las articulaciones, desgarrando fibras, rompiendo hebras de cabello, con litros de sudor y saliva. El umbral del dolor se extravió esa noche, lo evidencian la sangre, los girones de piel muerta, los hematomas y equimosis esparcidos. Hicimos el amor. Absurdo. El amor nos hizo sin dudarlo. Las heridas sanaron y ambos volvimos al trabajo. Yo no volví a mi casa, guardé mis enceres con dificultad donde mi madre, porque ella decía que yo quería volver allá y remataba diciendo elevando la voz: ¡sobre mi cadáver vuelve a esta casa! al final cedió, las madres siempre ceden. Nos veíamos en la noche, comíamos papas fritas casi siempre e invariablemente hablábamos una o dos horas contándonos nuestra rutina diaria y luego antes de dormir ella o yo teníamos un gesto de cariño con el otro, un besito, un leve masaje en la espalda, un chocolate caliente en la cama, una frase de amor inventada, algo, siempre. Salimos a pasear mil veces, pueblos cercanos sobre todo, éramos pobres. Solo una vez fuimos a la playa y valió la pena endeudarme por un año, no hay nada más bello que ella en la

arena haciendo castillos que no se sostenían o verla temerosa de los cangrejos o esa mirada de infinito viendo el sol sumergirse en el océano. Fue tan absorbente aquella vez, que nos olvidamos de las papas fritas y hasta del hotel que se volvió nuestro guarda ropa solamente, hicimos el amor como trogloditas en rincones de arena y arbustos, y caminamos cien veces la plaza del pueblo comiendo el mismo helado de vainilla y fresa. Fue allí, en ese pueblecito pobre de dinero y con la playa más bella del mundo, era la más bella porque era la única que habíamos visto y además estábamos juntos; allí haciendo círculos con el pie en la arena, en plena oscuridad mirando el mar que no se veía, escuchando el recorrido de las olas lamiendo la playa y después de asombrarnos de lo mucho que había subido el mar por la marea, ella preguntó. — ¿por qué estamos juntos? — ¿Por qué nos encontramos? Y como era habitual, dije que, casi seriamente. —Porque nos encantaban las papas y el sexo en cantidades casi enfermizas. Luego, después de verle esa mirada de —“no digas tonterías”—, le dije— hablando mirándola a los ojos, —la verdad es que yo siempre he tenido buena suerte en los supermercados— y adoro las clínicas y ¡¡ese día era mi día de suerte!! Me volvió a mirar y esta vez acompañó con el rayo de sus ojos las palabras. — ¿Es en serio, dime, por qué crees que nos encontramos?, yo jamás me había preguntado eso, en mi estúpida filosofía poco inteligente, —dije —he creído que todo en la vida sucede por alguna razón y si tú llegaste a mi vida y yo a la tuya, es por algo, algo necesitábamos aprender de ambos, para poder seguir viviendo.


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DESDE ANTES DEL PRINCIPIO H AS TA DES PUÉS DEL FI N —No seas bobo, esa teoría tuya es absurdísimamente descabellada. —Yo creo que nos encontramos y estamos juntos gracias al amor, yo creo en el amor, por eso te reconocí cuando nos vimos la primera vez. —Soy como una arqueóloga o como una criminalista, infiero, analizo, pienso, pero, al final de la historia sé dónde está el tesoro o la prueba reina gracias a algo para nada racional, sencillamente, aunque te parezca ridículo, el corazón me dice donde está. — ¿Ridículo? No. — ¡es absurdo! — Dije— más por defenderme que por otra cosa. Salíamos juntos con frecuencia, un bar oscuro, un café sobrio y a las discotecas estridentes, eran nuestros sitios favoritos. Era siempre un mundo de contradicciones porque en el bar, ella, cuando el calor, algún suceso o algo hormonal le hería las entrañas de la emotividad, no soltaba el vaso. Hablábamos animadamente y estratégicamente antes de que el licor se apoderara de ella, tocaba el tema político en primera instancia y en segunda, alguna dificultad nuestra como pareja. Si acaso llegaba a la mesa cualquiera de esos temas, luego de ocho vasos, se volvía insoportable, porque ya sin absoluto control de si misma, jamás cedía, jamás había acuerdo, y solamente por salir al paso le daba la razón. Lo malo es que después de la resaca, se acordaba perfectamente, y ahí si era imbatible. Por eso, dejaba siempre para el final temas como la moda, los deportes, el esmalte para uñas, mis problemas de salud, los amigos del trabajo, la música… en fin. En cambio, a mí jamás me ha gustado el licor, en casa no bebía, mis amigos bebían y peleaban o consumían cocaína, el sabor es pésimo, por esas razones yo no

tomaba casi nada, digo casi, porque un coctel dulce lo bebía con placer. Cuando íbamos a un café, estábamos en tablas, entrabamos a un café y jamás tomábamos café, el chocolate era el rey. Ella amaba ese café donde siempre íbamos porque era el lugar preferido de sus amigos, por tanto, yo no hablaba con ella, compartíamos con los otros y lográbamos un rato tranquilo, y nos devolvíamos caminando casi a medianoche en medio de las luces de autos y el viento, y en ocasiones entre la lluvia también. La Disco era mi lugar, he bailado siempre, incluso en el colegio hice presentaciones de ritmos antillanos y de la costa atlántica, donde me ponían unos trajes súper ajustados y coloridos. Adoro bailar. Pero, como todas las parejas son disparejas, ella bailaba como si tuviera dos lados izquierdos. Solo bailábamos juntos los ritmos en lo que los cuerpos no se separaran jamás de la cintura hasta el pecho. Para los otros ritmos alegres, ella como bailarina ¡era muy buena observadora! Ir a la disco era bueno hasta que de nuevo el alcohol la dominaba a ella, porque se llenaba de celos cada vez que yo encontraba una pareja con la que me entendía, y si además esa pareja era bonita y si acaso tenía un poco más que ella en el cuerpo, o sea más senos o más caderas o más estatura, era para líos. Igual yo podía controlarla llevándole una amiga igual de mala para el baile e igual de buena para la labia. El día que fuimos consientes que todo iba cuesta abajo, fue un día que fuimos al supermercado. Absurdo. Caminamos por los pasillos, llenamos el carrito con abarrotes en general, frutas y algunas verduras. Cuando llegamos al cajón de las papas empezó todo, yo emprendí a sacar papas en una bolsa y ella con su mano forrada,


pág 12 escogía. Un par de minutos después, nos dimos cuenta que ambos teníamos ya más de 5 kilos cada uno, he ahí el lío, cuando empezamos a discutir sobre cual bolsa llevar. Y los dos justificamos que nuestro tacto para las papas y nuestro conocimiento gastronómico nos habilitaban para garantizar calidad. Discutimos y manoteamos feísimo. Absurdamente. Hasta subimos el volumen de la voz a tal punto que un guarda de seguridad con su radio en la mano nos pidió amablemente que hiciéramos silencio o que nos retiráramos. Yo bruscamente tomé la bolsa de ella y la tiré al carrito. Pagamos sin mirarnos, el viaje hasta la puta mierda estuvo sometido a un silencio absurdo. Dormimos ass with ass como dice un amigo mío. No hubo nada de cariño. Al siguiente día hablamos, llegamos a un acuerdo, nos disculpamos, nos perdonamos, incluso, nos reconciliamos con el ardor de los novios. Sin embargo, a partir de ese día, ambos comprendimos que algo había cambiado para siempre. Por tanto, fue cuestión de tiempo sentir derruir, como el óxido al hierro, poco a poco nuestra plataforma amorosa. El pacto de desunión llegó un día. Ella llegó callada, un poco más tarde de lo normal, olía a ginebra puro. Fue a la cocina, y en vez de servirse comida, fue al congelador y se sirvió cuatro rocas de hielo de la alacena, sacó la botella empolvada que yo le había escondido un día y que suponía ella no tenía idea dónde estaba. Ese gesto fue un mensaje subversivo. Sirvió el vaso hasta el borde, lo dejó reposando mientras hacía pis, luego lo tomó y fue hasta la habitación donde yo miraba un programa de animales extraños. Dijo las palabras mágicas: —“tenemos que hablar”. Estaba seria. Y lo confesó todo sin darme tiempo de

réplicas. Pitazo final. Fin de la emisión. The end. Fin de obra. Sencillamente dijo cuando terminó de hablar, que yo tenía toda la razón, que todo sucede por una razón, y que yo había llegado a ella como un puente. Absurdo, tristemente absurdo. Todo en ella estuvo rodeado de absurdo de principio a fin, ¿qué digo? Desde antes del principio hasta después del fin. A regañadientes y animándola con un manojo pequeño de billetes, convencí a mi madre de que me habilitara de nuevo mi habitación y que no usara aromatizantes con olor a sándalo. Ahí, escondido en el único lugar seguro en el mundo. Sobreviví con aromáticas de yerbabuena y cidrón. Absurdo, nadie sobrevive con eso. Sí, todo sucede por una razón, bajé ocho kilos, porque jamás volví a comer papas. Y en el mercado, buscando yerbas para mis infusiones, conocí a una campesina hermosa, que me dio a entender algo que llevaba hace tiempo pensando: “el amor es un bicho de manos delicadas y de patas cortas”. ¡Qué final absurdo!

Atahualpa Quintero Dosquebradas, Colombia


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E S C R I T O S . . . Por

Katerin

Ojeda

Mientras la noche desfilaba ante mis ojos, los grillos cantaban y quizá los surucucúes bailaban… Era el aliento de Chet Backer... Era la noche en mis ojos y yo en ella. Era "funny Valentine". Era su fase melancólica de un mes coloreada de naranja en una telaraña de " red de comunicaciones". Eran preguntas sin respuesta y mis ojos pegados al techo... Era un piano "time after time" y mil recuerdos volándolo en la memoria... Eran mis pasos torpes dando vueltas en la habitación, ¡abandonando mi sombra! Eras tú y un jardín de olores… Eran nuestros besos clandestinos que cubrían las ramas. Era una de esas nochecitas, en la que escapábamos a otro lugar. Era el día que se desangraba fetén a nuestros ojos mientras yo hurgaba tu ombligo, tus manos acariciaban mi pelo, las mías arañaban tu barba... Era la noche cómplice de tertulias infinitas. Era el líquido de un Benzetacil, el que corría por mi cuerpo, con el mismo dolor intenso que dejaban las huellas de tus besos…

Sin título, Katerin Ojeda.


Tendery Era noche en mis ojos y yo en ella... Era sólo un sueño...

¡P r e g u t a s! ¿Pregunto? ¿Preguntas? Me pregunto si le temes a la soledad y no hablo precisamente de ésta, como la hormiguita que ronda tu casa los domingos rotos, los lunes... No es el miedo a estar sólo, es la soledad que compartes con otro intento de ser, quizá igual o más desesperado que ¡tú! Me pregunto si alguna vez tus sueños, que cuelgan de las pestañas han terminado en goterón al vacío y con sabor de comida de cartón. Me pregunto si has abierto una V e n t a n a cuando aún no has cerrado una puerta. Me pregunto si el café te hincha el alma y por eso sólo tomas té.

¿Me pregunto si en este puente, las noches son los peajes para seguir el viaje? o si podemos hacer del día noche aunque… aunque las estrellas no cuelguen del cielo sino de tu espalda…

El roce de sus manos pone alas en mis tobillos... Katerin Ojeda.

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E S C R I T O S . . . _______________________________________

No soy yo el azul lejano que buscas, ni siquiera azul, soy una bola de pelos que suele fracasar tout le temps. Soy un par de tobillos necios al borde de un acantilado, soy la canción rota que suena en bar de carretera, una canción tarareada solo por flores plásticas mi vida es una mesa llena de días desocupados... Sé del dolor debajo de la risa, tan ausente, tanto desencuentro contenido en mis cordales, mis pasos se han hundido en el asfalto, la ciudad se hace más grande y las piernas duelen más. La muerte taconea mi espalda y me susurra un viejo blues, hay días en los que duele el mundo, hay mañanas con nostalgia de vida, días que no son más que ruidos de un tic tac derretido por la rutina… Nadie sabe dónde guardo mi corazón de medusa… últimamente solo hablo con las colillas… Hoy me que quedaría olvidada en cualquier parte… sólo caos que sangra y desarma… sólo sombras... ---------------------------------------------------------------------

Sin título, Katerin Ojeda.

Gris melancolía es el color de las aceras en las calles de los sueños que despiertan con ojeras. Y la vida entera es un viaje, no una carrera, yo disfruto del paisaje mientras quede carretera...


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Sin título, Katerin Ojeda.

Las nubes se habían cargado de olvidando, — ¿A dónde iras? — viajaré por mis arterias, En el fondo sabía que no había nada, pero monto en su barco y empezó el viaje.


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E S C R I T O S . . .

No tiene sino un surco en la espalda. Un tajo. Allí donde dio cobijo a un sueño. No tiene dolor sino memoria del espanto. Un hueco y el recuerdo de su mano asistida de furias. Automutilación Tengo dos ojos en lugar de dos huesos

tengo un arma disparada entre los huesos y los ojos

sangre

sangro de mí.

Katerin Ojeda Bucaramanga, Colombia

Sin título, Katerin Ojeda.


CUENTO DE LA CALLE QUE CALLO Por

Paula

Andrea

Arcila

Jaramillo

Magia e indiferencia, Paula A. Arcila Jaramillo, 2011

Les voy a contar, sin refinamiento alguno, las únicas cosas valiosas de mi vida, sin las cuales sería totalmente desgraciada, ahora solo lo soy un poco. No preparen sus oídos para rarefacciones de esas que les encantan a los narradores: Es la historia de una relación extraña, a veces hasta chistosa, de aquellas que parecen no tener comienzo pero, por supuesto, sí un final, como todo en los seres humanos. Era una relación intermitente, nuestras sonrisas, lágrimas se hallaban juntas cada seis meses o cada año, ¡ya no lo recuerdo! Porque era como si el tiempo no transcurriera, como si se quedara suspendido en los locos recuerdos, en la vida acompañada de soledades. Él respetaba si, de pronto, yo conseguía otros fantasmas, otros malditos amantes de calle, él, mientras tanto guardaba distancia. Yo, por el contrario, sabía que él siempre estaba solo.

Ahora tengo una hija y olvido constantemente al cerdo de su padre, porque los sucesos se olvidan y reolvidan, se borran, las partículas sobrantes se destruyen y se redestruyen constantemente, no son recuerdos, son olvidos que regresan a perturbar el universo que has creado. ¡Bueno! Eso no importa. Nos encontrábamos allí, en ese lugar viejo, acaparador de nostalgias y tiempos que sí fueron… “el rincón clásico”, era al mismo tiempo el rincón clásico de nuestros corazones viejos, él, un barbado escultor de años y pintor de mi alma, leía al aire algunos poemas y andaba por ahí en las calles como si hubiese perdido algo, pero también como si supiera que allí no lo encontraría, ¡diablos! Me encontró a mí una mujer de los treinta pa´ arriba (no les diré que edad tengo realmente) cansada, a la salida del trabajo, con las manos peladas y las uñas sucias, mi pelo crespo que despedía olores a sudor, a champú viejo, los ojos claros con mirada

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CUENTO DE LA CALLE QUE CALLO

Pasos sobre el costal, Paula A. Arcila Jaramillo, 2011

oscura, desalentada y un leve aliento a café trasnochado. Me confundió con aquello que buscaba y yo solo quería a alguien con quien valiese la pena pasar un buen rato, así comenzó nuestra travesía interna, nos arrojamos el uno al otro, nos lanzamos al vacío . Luego pasaron seis meses, un año y el tiempo cada vez se hacía más tiempo, el reloj reclamaba sus pasos en mis canas, mis ideas viejas, mi punk adolescente en los años equivocados. No apareció. Ahora que no tengo realmente un sentido al que arrojarme, lo recuerdo, como una evocación de ilusiones, c e r ve z a s , a c u a r e l a s , p o e s í a s , soledades, lo recuerdo no como un olvido que regresa sino como un olor que permanece impregnado, agarrado de las sinapsis neuronales, de las melancolías de hacerme vieja, de los etéreos hálitos de licor barato. Solo queda mi hija, producto de lo que nunca quise ser, de lo que siempre odié del mundo, -“he dado a luz un ser

que creo amar con las características de lo que más odio”, me lo digo a diario. Jamás podre abrirle el cerebro e incrustarle mis deseos, mis utopías políticas, mis críticas sociales, mis artistas frustrados. Trabajo. Continúo haciéndolo como una mula, trasnocho, no duermo, a veces río, me burlo de mí misma y reniego. Toño, mi novio, hoy, quince años más joven que yo, me devuelve las esperanzas, a veces también me aburro de creer que mi mente, a pesar de los años, es más joven que él, y que aun a Toño le queda mucho tiempo para que sus ideas continúen añejándose. Él es mi eterna discusión con el mundo, mi reconciliación con las luchas de este pueblo, el elixir de un recuerdo. Él ya se esta haciendo viejo, ¿será por mí? ¿He disminuido los intervalos de los segundos en el trasegar de su vida? ¿Realmente lo afectan mis ojos llorosos que esperan por algo que no me ha podido dar?, soy yo siempre quien invento juegos, razones y sinrazones para no dejar desvanecer nuestro supuesto amor.


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Remontadora rodante, Paula A. Arcila Jaramillo, 2011

Tengo miedo, sé que Toño es demasiado joven y puede estar cansado de este juego de adultos, creo que sale con una jovencita de la universidad, me imagino que sus besos saben a juguete nuevo. Miren, yo no soy una mujer cualquiera, ya tengo mis años, mis responsabilidades y mi cuerpo no es como cuando tenía la edad de Toño. En todo caso es él quien me ha curado de ver al escultor en las calles tirado sin ningún cuadro ni escultura siquiera imaginarios, con los ojos perdidos fijos en la desmemoria. Y pasar por la sexta, en frente de su maldita cara y seguir como si nada. Sus recuerdos también se hicieron indigentes, sus evocaciones yacen en lagunas (yo nunca fui nadie), los recuerdos ya no habitan ni en las calles, sucios, aporreados, tampoco borrosos, ni mojados de alcohol. Simplemente desaparecieron. Yo, nunca fui nadie. -¿Qué pasa, no lo recuerdas? ¿En vez de beberte una botella de alcohol te

bebiste el leteo, y reencarnaste en algo que desconozco? Toño me consuela de pasar por su lado y ya no encontrar el rincón clásico de nuestras almas. ¿Será que debo hacerme también una indigente? Estoy cansada de trabajar como un animalillo maltratado, como un caballo de carga, vivir por otros, para otros. ¿Será que vale la pena ir en busca de nuestro viejo mundo y rescatarlo del olvido? ¿Yo o mi hija? ¿La explotación o la indigencia? ¿La vida o la muerte? Vivir de los recuerdos de un escultor que ha muerto porque ha olvidado, traer de nuevo a la mente un momento que valió la pena para vivir miles de sinsentidos, o… un beso de Toño.

Paula Andrea Arcila Jaramillo


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MIMESIS Y SIMULACRO: DEL COLOR AL MITO CROMÁTICO Obras de Melina del Mar Marín Espinosa

Nombre de la obra: La bailarina Nombre autora: Melina del Mar Marín Espinosa. Técnica: Oleo sobre lienzo. Dimensiones: 50 cm de ancho x 55cm de alto. Año: 2010.

Nombre de la obra: Música e imaginación. Nombre autora: Melina del Mar Marín Espinosa. Técnica: Oleo sobre lienzo. Dimensiones: 40 cm x 40 cm. Año: 2010.


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Nombre de la obra: El rastro del olvido. Nombre autora: Melina del Mar Marín Espinosa. Técnica: Oleo sobre lienzo. Dimensiones: 65 cm de ancho x 46 cm de alto. Año: 2010.

Nombre de la obra: El mar y la soledad. Nombre autora: Melina del Mar Marín Espinosa. Técnica: Oleo sobre lienzo. Dimensiones: 70 cm de ancho x 50 cm de alto. Año: 2010.


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MIMESIS Y SIMULACRO: DEL COLOR AL MITO CROMÁTICO Reseña de las obras de Melina del Mar Marín Espinosa Por H. Augusto Rotavista Hernández

Existen momentos en los que el arte asume una función mítica, retornando samsáricamente a revivir la figura de la Esfinge. En este contexto, el espectador termina asumiendo el rol de Edipo a la vez que la obra encierra desafíos, en este caso enigmas que deben ser descifrados. En la mayoría de los casos, este acto de comunicación mítica está precedido, en las exposiciones de las salas de presentación o de los museos, por una pequeña, atractiva y seductora introducción, cuyo diseño nos hace pensar en las vallas publicitarias que encontramos esparcidas en nuestras ciudades. Tal introducción guía a este Edipo hipermoderno (espectador) a través de la obra y del artista. No hay que olvidar que, en otras ocasiones, es el artista quién, manifestando su motivación e interés, da las pistas para interpretar y descifrar los enigmas de su obra. Ahora bien, pensemos en un momento, ¿qué pasaría si al espectador se le priva de la posibilidad de contar con la reseña de la obra del artista? Probablemente correría la misma suerte que habría corrido Teseo si Ariadna lo hubiera privado del hilo que lo condujo a través de los enmarañados senderos del laberinto de Cnosos. Este es el caso de la obra de Melina del Mar Marín Espinosa, escritora y pintora caleña que, en la actualidad, vive en la ciudad de Popayán. Ella nos propone esta suerte de juego. Nos da una invitación a una porción de su mundo pictórico. Sin título de la colección y sin reseña, la obra de

Marín Espinosa no da otras pistas para una lectura, por parte del espectador, que la obra misma y una ruta de viaje a través de una serie de cuatro obras, cuyas imágenes narran sucesos que bien podríamos tomar como introspectivos o una visión intimista cargada de una tormenta de color del oleo sobre el lienzo. Cada imagen constituye un acertijo distinto. El primero de ellos se titula “La bailarina”. Ante su presencia, el espectador descubre colores cálidos en convivencia con un tono frío que se extiende verticalmente, cuyo recorrido solo es interrumpido por un mundo rojo que se riega. Los colores se manifiestan como mares tormentosos custodiados por marcados límites que no son transgredidos al tiempo que una mitad de la silueta femenina se difumina. Los tonos fuertes y vivos, pueden evocar una sensación infantil ¿Tal vez sea la memoria convertida en fabula en torno a una posibilidad de un extinto paisaje? La presencia fantasmal del viento en el cabello se configura en la metáfora de esa mirada y reflexión que un hipotético espectador realiza de forma retrospectiva hacia el pasado, mientras sigue pensando en el secreto escondido tras la gota de color que encierra la forma de un árbol y lo que, en mi lectura, asumo como un fruto que habita en nuestro subconsciente. La segunda estancia pictórica, ya de por sí posee un título bastante sugestivo: “Música e imaginación”. De nuevo predominan los tonos fuertes que oscilan desde una variedad


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cromática del naranja hasta llegar al rojo del vestido del personaje femenino, cuyo rostro observa al espectador detrás de la cortina. Entonces surgen diversos interrogantes en el intento de desentrañar el nuevo enigma planteado: ¿es el desdoblamiento de quien se expía a sí mismo?, ¿acaso, una mirada al pasado?, ¿se trata de una mirada a los sueños?, ¿o simplemente es un gesto de voyeurismo? Al mismo tiempo, la música se manifiesta como un árbol, siendo el vínculo entre la imaginación y la realidad, estando está última demarcada por la existencia de unos límites de lo tridimensional. De entrada nos encontramos ante un universo bimensional, en el cual, a veces, los sueños pertenecen a otra esfera de la realidad en que prima la imaginación como marca pictórica, similar a una mancha de sangre. La imaginación tiene una marca cromática distintiva. Al llegar ante la presencia del nuevo enigma “El mar y la soledad”. En este nuevo espacio el espectador se encuentra inmerso ante el límite entre dos realidades y dos sentimientos, solo pudiendo pensar en imágenes: el muelle colorido como incisión de un mundo sobre otro, la desnudez de las piernas como posibilidad de encuentro entre el mundo del personaje femenino y el mar, el océano impetuoso bajo la tutela de un cielo gris de nubes oscuras custodiado por un astro que bien puede llegar a ser sol y luna, la gaviota como idea que surca la mente y luego cruza los cielos de una realidad superior, de la cual solo tenemos una descolorida noción. La mujer como centro del cuadro, bien

puede encarnar la soledad, pero prefiero optar por otro ejercicio, uno en que el mar es la soledad y la mujer el mar, el océano sería el secreto de los pensamientos y sentimientos humanos. Sin llegar a desconocer que puede existir una reminiscencia a René François Ghislain Magritte, “El rastro del olvido” es el trabajo que más fascinante me parece, desde esa relación que se establece entre título y cuadro. En este último hay una presencia de ritmo y de acción que se desarrolla mientras el espectador se detiene ante su presencia. Hay un juego intercalado entre los cuadros, el tamaño, las formas geométricas, el paisaje, la habitación y la escalera como partes de una máquina a armar y que conducen hacia la imaginación. El cuadro abre ese universo, al igual que la puerta. La pregunta clave es ¿quién es la mujer de la puerta?, ¿una proyección del propio personaje infantil que yace en la cama?, ¿las niñas serían una marca de la reminiscencia infantil? Y una y otra vez, este juego de mímesis y simulacro bien puede volver a ser realizado por el espectador. Ante estos enigmas no encontrará la muerte como los predecesores de Edipo la hallaron ante la Esfinge. El espectador encontrará una forma de imaginar e intuir a partir de absorber parte del universo cromático de la obra de Melina del Mar Marín Espinosa, de quién esperamos compartir más de su trabajo en próximas ediciones.

H. Augusto Rotavista Hernández


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UN Por

GATO Juan

"Los hay quienes piensan que soy un perro, pero en verdad soy un gato. Un gato saltarín, de mala clase y callado, un gato suicida, un gato rayado de siete vidas. Maleducado y risueño, perezoso y hambriento, entre el sueño y el ayuno, entre el filo y el silencio, un gato de seis vidas, un gato embustero, que vaga de noche y duerme de día. Las hay quienes piensan que soy un lobo, pero en verdad soy un gato. Un gato sin miedo, meditabundo, acalorado y taciturno, que calla el tiempo y en un segundo cambia su mundo. Un gato silente de cinco vidas. Un gato que canta bajo la luna la canción que se pierde por las calles hasta llegar a ellas, las palabras ciegas que palpan la puerta y que si está entreabierta, ¡entran! Un gato de cuatro vidas, un gato más vivo que nunca. Seguro que saben que soy un gato pero prefieren pensarme como un gran perro con colmillos y cadena, con bozal y pezuñas. Que muerde más de lo que ladra y ladra más de lo que come. Pero soy un gato, un gato de tres vidas. Que no debe escalar y salta, que no debe morir en celo. Seguro que miran y ven un gato, pero no quieren verlo. Quieren un perro que los asuste, los muerda y les diga groserías. No quieren un gato que da caricias, no quieren un gato de dos vidas. Todos quieren un perro que asegure sus mentiras, que las defienda, que las propague. Seguro que soy un gato pero parezco un perro, un perro muerto, un gato de una vida. Un gato que casi muere parece un perro acorralado por la mentira, que lleva el yugo de ser un perro sin serlo, de ser felino y canino, de ser un vivo y un muerto. Un gato que casi merece ser perro, pero que no lo es, porque es solamente un gato, un pobre ser vivo, un gato muerto.”

David

Zuleta

Juan David Zuleta. Trento, Italia.


L A Por

M E M O R I A Alejandra

Por aquí, para muchos es mala palabra. Mala palabra para las g e n e ra c i o n e s c o n o c i d a s c o m o 'tradicionalistas' y 'baby boomers' porque los remite a hechos que no quieren recordar, que quieren ocultar bajo la alfombra, hechos que prefieren enterrar bien hondo y no sacar más a la luz. Remite a DDHH, a hechos que han vivido y creen que el olvido es la absolución. Con solo decir esta palabra, ya tienen la explicación porque aquí, en Argentina, ante la sola mención de este vocablo, muchos saldrán huyendo, y para que alguien se quede a escuchar, a 'memoria' habrá que agregarle algún condimento tal como 'histórica' 'colectiva', algo que la despegue del reciente pasado nefasto. Sin embargo, haciendo un poco de revisión, vemos que remontando siglos, algunos periodos –incluso momentos históricos muy jugosos que no están exentos de cuestiones que bien podrían ser catalogadas como 'para esconder'- son olvidados. Nuestra memoria y agreguémosle la palabrita que más nos guste (colectiva, urbana, histórica, etc.) ha sido recortada sin piedad, y de mano de malos historiadores, profesores y una aceptación pasiva por considerarlo ya de entrada un tema aburrido, ha sido víctima de malos tratos, cercenada sin piedad y nos perdemos la parte más jugosa e interesante de nuestro pasado, de algo que nos pertenece, es nuestro y tenemos el derecho y, ¿por qué no? la obligación de saber. En una ciudad que siempre se jactó de ser más europea que americana, “La París de América”, que ahora quiere asimilarse a los Estados Unidos, la ciudad ha sido su propia víctima, como bestia mitológica que se devora a sí

Sotelo

misma a tarascones según le convenga; y este no es un hecho del pasado. En pleno siglo XXI, por cuestiones de negocios, se tiran abajo casas históricas o de gran interés, que deberían ser preservadas. Se las demuele con el único fin de construir nuevos edificios a la última moda, a los que, seguramente, en unos pocos años también les llegara el turno de la picota. Sin embargo, lo que se ha ganado el olvido rotundo de casi todos es aquello que en los folletos de viajes más se nombra, y de lo que todo el mundo, hasta el último habitante de la ciudad, hace gala: el río. El río más ancho del mundo. El río menos profundo del mundo. El río más negado del mundo. A 300 mts., uno puede ignorar su presencia. El Plata discurre con sus aguas leonadas y sus bancos de arena que asoman como lomo de ballenas ante la indiferencia de la población, un 'río de adorno', pues la contaminación no lo habilita para ser usado para refrescarse en el sofocante verano. La historia de la contaminación es vieja, y no pareció importar mucho, una víctima más de nuestra pésima memoria ciudadana. Y como si fuera poco, un río que ha sido testigo de hechos tan sorprendentes como sequías y bajantes que unieron las dos riberas por distantes que estuviesen, haciendo posible la travesía por tierra; tempestades que lo hacían parecer un mar; bodas en medio de este y, como si fuera poco, combates épicos que serían la envidia de Emilio Salgari. El mismo que quedaría mirando con ojos como platos un buque de guerra varado en la bajante y atacado por un grupo de jinetes a caballo, y más combates a muerte –a matar o morir- ante la vista de la población subida a techos y campanarios pero que no resonaron

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L A

M E M O R I A

siquiera como historia oral, ni se transmitieron de generación en generación.

médicos, cirujanos, barberos o sangradores, pusieron el pecho a las balas enemigas con más coraje que ciencia o experiencia. El resultado era de esperar.

Nuestra memoria histórica del río y sus hechos ha sido cercenada en partes iguales por mala voluntad de escritores de libros de texto para estudiantes y también por voluntad política, porque muchos gobiernos se prendieron de las charreteras y galones de alguna figura histórica para equipararse con ellos, declararse sus herederos y construir una versión monolítica, sin fisuras, aburrida hasta el sopor.

Para la versión oficial de la historia, pareciera que los españoles que resistían en Montevideo lo hubieran hecho 'aéreos incluidos' porque por barco, mar y luego río, no pasaba nada, cuando de los documentos surge que había un más que activo tráfico de particulares, mercaderías, aun entre dos bandas políticamente opuestas.

Así, se suprimieron las gestas más esforzadas de la Guerra de la Independencia, y nuestra primera Escuadra de un puñado de barcos locos se llevó todas las de perder y no solo porque perdió la batalla. La primera escuadra o escuadrilla, como se llamó en su momento fue, curiosamente, organizada por un hombre nacido lo más lejos de imaginar del mar. Fue un salteño el que puso manos a la obra, y consiguió, en tiempo record, los primeros barcos que habrían de plantarle cara a las fuerzas leales a España que se acantonaban en Montevideo, sitiada por el ejercito pero que podía recibir todos los pertrechos y municiones que quisiera vía marítima y hasta todavía se daban el gusto de organizar incursiones navales por los grandes ríos navegables y hasta bombardear la ciudad arruinándoles un baile a una familia de prosapia. Estos pioneros, número uno en la historia del país en ciernes, tuvieron que esperar 200 años para lograr algo de reconocimiento entre sus pares, porque armados en tiempo record, y hechos a la vela incluso careciendo de

Pero si es un hecho de tremenda injusticia que los primeros defensores del río fueran olvidados por el escaso éxito obtenido, es más injusto aun que la primera gran victoria de causa independentista que consiguieron hacer rendir un baluarte enemigo apenas se mencione. Aun más, y sobre todo, porque no fue fácil, como le sucedió a la segunda Escuadra, aunque fueran un poco mayores en número; y lo más increíble del caso, y a un altísimo precio…. Ganaron. El mayor logro de la Revolución de Mayo se vería coronado por el éxito recién cuatro años después, al disiparse el humo de los cañonazos y encontrase con una plaza rendida ante la falta de provisiones por vía marítima, que hacían del sitio por tierra casi una burla. Sin embargo, la gloria no vino consigo y no hizo que hablaran del hecho por los siglos, ni siquiera por devolverle a España al último representante de su mando que quedaba en la región y con algunos pesos prestados para manutención en el viaje. Casi nada… como para ser apenas unas líneas o pie de página de un libro de historia de lectura


pág 28 obligada. ¿Causalidad o simple mala memoria? ¿Intereses en juego de algunos? ¿Quién va a querer equipararse con estos primeros inmigrantes, los que llegaban buscando una nueva oportunidad doscientos años atrás huyendo de los destrozos de Napoleón? ¿Quién va a querer medirse con un huérfano en tierra extraña, embarcado solo por el honor de un plato de comida, como el caso de los dos primeros almirantes que tuvimos, aunque el primero haya paseado nuestra bandera por medio mundo? ¿Quién será el que quiera saber más de lo sucedido, de lo que ocultan sus aguas leonadas, aparentemente calmas, en las que no parece acontecer nada? ¿Debemos esperar que un buscador de tesoros venga con su sonda a rastrear siglos de historia que empiezan en épocas lejanas y se prolongan hasta la Segunda Guerra Mundial? Afortunadamente, parece que los más jóvenes quieren saber acerca de algunos temas ligados a la memoria. Así, sería bueno que se pregunten, también, por los dilemas antes expuestos, y por todas las memorias: la rural, la urbana, la histórica, la del barrio, y hasta las de las memory stick.

Alejandra Sotelo Buenos Aires, Argentina


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UNA GOLONDRINA NO HACE LLOVER Por

Carlos

Andrés

Era una tarde de domingo, de esos domingos cualquiera en que el tedio y el hastío de muchos se reúnen en algún lugar a ver pasar el tiempo y los sueños frente a sus rutinarias vidas, a anestesiar el dolor de vivir y el dolor de patria tras unas cervezas y un par de cigarrillos. Era una tarde gris plomiza de un marzo de un año perdido en el tiempo, afuera llovía a cántaros y el polvo del camino se había convertido súbitamente en un fango amarillento, la calle se había tornado un arroyo t ra n s i t o r i o q u e e f í m e ra m e n t e recordaba las quebradas recorridas en otros tiempos, los amigos idos, las novias muertas y las alegrías fugadas; adentro en el bar seguían sonando las voces de los tangos que los abuelos habían escuchado, seguían algunos jugando a las mismas carambolas que se jugaba otrora, y a pesar de que los años habían transcurrido y algunas cosas cambiado, parecía que en esencia todo seguía igual, la misma gente, la misma música, el mismo hacer de todos los presentes para un día domingo como muchos otros. Entre tango y tango la mente alzaba vuelo hacia confines del recuerdo y el anhelo, donde la realidad y la fantasía se unían en una sola cosa llamada añoranza, ahí sentado en ese rincón de mundo en el que se protegía de lo ignoto de la humanidad y veía las horas pasar y sentía por ratos cortos el tedio desvanecerse, seguía cavilando sobre lo trunco del destino humano, sobre la bárbara historia de Colombia, sobre el condenador destino que nos ataba a todos a un pasado común y nos empujaba a empellones a un porvenir mutuo. Y entre ideas, tangos y cervezas, bullicio y estruendo de personas, mesas de billar, de la lluvia sobre el tejado y los truenos que se a l e j a b a n ra m p a n t e s s o b r e l a cordillera, súbitamente la añoranza se

Ramírez

Osorio

tornó en nostalgia y recordó las palabras del abuelo y de su padre. Fue como oír en ese instante el desfile de muchos años de su historia personal, diálogos y consejos, palabras y caricias se apilaron todos frente a su mirada triste y perdida, vio entre sus recuerdos aquella mañana en que el abuelo le enseñó que “patria es el surco” y que la sangre es la herencia, que el amor por el suelo es mayor que por la vida misma y que por sus sueños su herencia y su suelo los hombres mueren, que aunque parezca absurdo no hay ningún hacer tan grande como lo más simple y que pese a que toda la historia siempre ha sido la misma y los hombres mueren y nacen eso nada ni nadie lo puede cambiar. Recordó entonces cuando de niño su padre lo llevaba al río y pacientemente le enseñaba a nadar y entre brazada y brazada le decía que solo los titanes nadan contra corriente y que el río es como la vida misma, llevando en su interior el devenir constante de todo lo que acontece, musitando voces quedas de otros parajes y otros momentos, que dice y dice aunque pocos lo escuchen y que saber oír su voz es como saber guardar silencio y guardar secretos, que es un hacer impecable de hombres honorables llenos de amor y respeto por sí mismos y los demás. Cada recuerdo sumaba un instante más en esa tarde en que la lluvia y el tiempo daban cuenta de la vida vivida y las cosas hechas hasta acá. Desde hace varios años había entendido que entre cielo y tierra las cosas van sucediendo, que aunque no es lo mismo ahora que después, en esencia el mundo muestra que todo sigue igual, que la historia va marcando hitos que redundan sobre lo mismo, que la vida se escribe sobre las constantes que han marcado el


pág 30 transcurso de los sucesos y que cada quien a la larga es solo una madeja más de la gran trama cósmica. Y con estas ideas en su mente, el existencialismo voraz y cáustico había hecho mella en su fe y en su esperanza. Las cosas a su juicio no eran tan lúcidas y claras como lo fueron en un principio, cuando se dio cuenta que la razón y el entendimiento son el despertar de la infancia y comprendió que crecer es irle quitando paulatinamente la magia a la vida y descarnar los sentimientos y los sueños de cada parte esotérica de este tajo de existencia. Antes de estar aquí ocurrieron muchas cosas inenarrables, antes de venir aquí es posible que hayan sucedido cosas inverosímiles y de ello los testigos ya murieron, solo quedan espasmos de realidad y fragmentos contados, solo sobreviven pedazos de genes insertos en la carne y las células y lo demás corre por cuenta de la imaginación y la intuición. Todo lo que devino para que estuviésemos aquí pertenece a la fantasía, al relato y la historia, a aquella que nadie cuenta, que nadie sabe y que a cada segundo se olvida inexorablemente. Esa tarde lluviosa de un domingo de marzo, sentado en aquella silla azul de ese rincón cotidiano de su mundo vio desfilar ante sus ojos el antes y el ahora, tratando de no condicionar el mañana, quiso sentirse más gente que todos los días y entre la cuarta o la sexta cerveza, volver a escuchar aquellas viejas historias lúgubres y mórbidas sobre la otra Colombia, aquella gobernada por Atilas y Mancusos, aquella bañada por incestos y maldita de hecatombes, aquella que sabe que existe pero que no acepta que aún persiste por los horrores y las aberraciones que en ella

acontecen. Y dentro de los ojos tristes y taciturnos de un viejo sobreviviente de tantas masacres y de tantos desplazamientos volvió a conjurar, tal ve z d e u n m o d o m ó r b i d o y masoquista, las palabras que hacían a hablar sobre las batalla perdidas y las cosas muertas, pidió al dueño del lugar otra fría y otro cigarro y le dijo de un modo premeditado pero con voz inocente: “Y finalmente, ¿qué pasó con la parcela en el Putumayo?” Y hablar de aquella parcela era como echarle sal a la herida, era hablar de lo más querido y, a la vez, profanado por los sucesos de esta absurda guerra que vivimos en Colombia desde tiempos inmemoriales. Era una metáfora perfecta de la utopía de millones de “siervos sin tierra”, gente común y corriente cuyo sueño era forjar un destino para sus descendientes, plantar sobre su surco la semilla de su historia y legarle a sus hijos el mismo amor por la tierra que a ellos le inculcaron y que a la larga es su más preciado valuarte. Aquella parcela era el arquetipo de la tierra prometida, era el idilio para encontrar ese sueño llamado libertad, para alcanzar ese estado de gloria donde un hombre, a brazo y fuerza, edifica su mundo para dar cuenta al tiempo de su hacer efímero sobre esta hermosa tierra. Otra cerveza más y las voces de muchos se suman a la charla sobre el suelo y el conflicto, y cuentan entre suspiros y añoranzas como una noche cualquiera los bárbaros llegaron y con culatazos y tiros de gracia sembraron el pánico en muchos lugares de la geografía nacional donde todos de un modo u otro tenían sus esperanzas puestas y empeñadas muchas jornadas de trabajo y con esos actos inconscientes y hostiles sembraron el terror y desentrañaron las esperanzas


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UNA GOLONDRINA NO HACE LLOVER de labriegos. En ese instante la charla se hizo más un clamor de justicia e inconformidad que cualquier otra cosa y, espontáneamente, todos los presentes contaron entre amagos de llanto y rabia sus historias de dolor e ignominia en las que la barbarie era la constante y nuestra historia trunca como nación era ampliamente explicada. Sin necesidad de describir lo narrado allí, para todos es claro que cualquier víctima tiene algo muy similar que contar y sin importar de qué bando vino la agresión, las consecuencias son siempre las mismas. En los relatos de los millones de testigos de la guerra en Colombia se halla nuestra historia reciente, esa historia que es una elegía a la barbarie y a la muerte, esa historia que es una oda al llanto y la locura de un pueblo fraticida y apátrida y si alguien pudiera resucitar a los ancestros o, por lo menos, hablar con ellos un instante y narrar lo presente, entonces su dolor sería más agudo porque descubriría que la historia de muerte y maldad no es contemporánea, ha sido crónica desde el principio mismo de nuestra historia en América Latina. La última cerveza y el último cigarro. La noche ya ha llegado con toda su fuerza a cubrir con su velo oscuro toda la inmensidad de este domingo que ya se ha ido, y ahora parece que en la distancia del oriente ya huele a lunes. Es de noche y los recuerdos de los presentes se han vuelto taciturnos, tal vez es el recuerdo que en las noches los bárbaros se hacen más impunes y que bajo ese murmullo de sombras y silencio, la violencia siempre ha hallado su cómplice perfecto. De todas maneras, sea de día o noche, la moral y la ética en Colombia se han traslocado y la muerte y el miedo son

compañeros de camino. Mientras esta última cerveza se acaba vuelven a rondar muchas cosas sobre las mentes de quienes se preguntan por el antes, el ahora y el después y son más las dudas que llegan que las mismas respuestas, puesto que la condición humana es imprecisa y caprichosa y el presente es solo una consecuencia del pasado que condiciona y hace el porvenir, y no es que se piense que no hay futuro, la duda es a qué precio, a qué costo, con cuánta más sangre y muerte de por medio. Y finalmente las cervezas y las p al ab ras s e en r ed an en u n a embriaguez de licor y dolor de patria, en un amasijo de tristeza, dolor e impotencia y sin más remedio que el de la soledad y sin un amigo al frente y sin un cómplice al lado, más ebrio de angustia y tristeza que de cualquier otra cosa, viendo cómo a lo lejos la lluvia se va llevando las notas de los últimos tangos y los pensamientos de aquella tarde de domingo, se pone a escribir en su viejo cuaderno las impresiones de una tarde de un domingo lluvioso de un marzo triste en el que una vez más volvió a sentir el deicidio de siempre: “País de gente, país de tierras y nubes, inmerso en el hacer y el quebranto de tantos, país de nubes y espantos, desangrado en la esquinas y lleno de querellas, desangrado y erosionado de tanto transcurrir entre estos días vanos de historia y poder; rincones llenos de tiples y guitarras, de dolores y despechos, cada cerveza recuenta las voces escuchadas, todo lo pasado en la historia de cada quien. La tierra destila sangre y la sangre llora historias, aquí se sabe que el mundo es nada más que el mundo, que todos en distintas direcciones


pág 32 llevamos el mismo destino y que nada se puede parar, que nadie puede hacerse a un lado de su camino y que la senda ya está marcada para todos. Aunque todo sea igual, nunca nada volverá a ser lo que un día fue. La memoria siempre habla de las cosas idas, la memoria es del pasado y el anhelo del porvenir y este presente es solo sentir, cada canción y cada trago hace revivir cosas yertas dentro del alma, hace que entre este instante y el siguiente se revuelque un sentir camuflado de recuerdo, anhelo y dolor; todo siente a la vez que se deviene entre el antes y el ahora, todo se mueve entre evidencias y absurdos, todo se muere dentro de sí mismo. Humo y licor la mente disipan, entre pensamientos y gente, sentado en la misma mesa de este rincón, Colombia sigue pasando. Allá lejos en las montañas donde quedaron mis anhelos, sigue la guerra y la muerte va sumándole cadáveres a esta dolorida patria; en estas sillas azules he visto pasar tantas personas que en sus ojos reflejan las esperanzas muertas de aquellos que han visto partir, de aquello que han tenido que abandonar y se ve claramente lo ignoto de la

negación y la certeza de que al final todos se van. Tan insulso y contradictorio como entender que una golondrina no hace llover en medio de un deslumbrante cielo azul pasajero de marzo, es creer que esta raíz en la que enredo mi sentir con lo acontecido, y la tierra es el futuro de una patria sin destino, o como creer que los idos regresarán al hogar un día o añorar que los muertos se levanten de sus criptas clamando paz, justicia y perdón. Y a estas alturas de la vida, la creencia es más ambigua que la palabra. La duda y el descreimiento han hecho mella sobre la base de mi ser y el entendimiento se ha perneado de tanto nihilismo que nada de lo humano, bajo las condiciones actuales de guerra y violencia, dolor y muerte, me causa encanto ni admiración pues todo vuelve a ser la misma retahíla vacía e insignificante que tantas veces se ha contado bajo un cielo de dolor y muerte, donde una sola golondrina no hace llover”.

Carlos Andrés Ramírez Osorio


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