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Diseñadores/consumidores Texto: Nano Trias En la entrega de los últimos Premios Visual, durante la copa que nos dieron después, estuve charlando con unos amigos sobre los bricks de vino. Es probable que os haya pasado lo mismo que me ocurrió a mí, y que la primera asociación mental que habéis hecho sea con un vino de mesa, de baja calidad y a bajo precio, con un diseño que incluye la ilustración de un viñedo o de un racimo de uvas, predominancia de ocres y otra serie de topicazos con más de dos décadas de arraigo en nuestras mentes. No penséis mal. No tenía nada que ver con el vino que nos estábamos tomando, sino con el packaging y los hábitos de consumo. Nuestra conversación versaba, precisamente, sobre destacados diseños que se han hecho de vinos en cartón en otros países, donde la asociación entre el contenedor y la calidad del contenido es menos poderosa que la que tenemos en este país. La bodega australiana Cheviot Bridge o los vinos de la estadounidense Yellow+Blue, suponen honrosas excepciones a los diseños a los que estamos acostumbrados. Como no he probado ninguno de los dos, no puedo decir si la sustitución del vidrio afecta al sabor del vino o no, pero el diseño ya trata de dotar al producto de cierta categoría. Al menos en mi cabeza, ese vino ya no vale dos euros. De hecho, en nuestra charla vaticinábamos que muy pronto comenzaremos a ver campañas donde tratarán de convencernos de las ventajas que tiene este tipo de envase frente a la botella tradicional: no entra luz ni aire, es reciclable, no se rompe (y si se rompe no se astilla), ocupa menos espacio, no rueda… Lo que me da miedo es que esa campaña, que no dudo que llegará, esté diseñada para mejorar el beneficio de las bodegas, y que ese cambio le haga un flaco favor al vino. Lo cierto es que, económicamente hablando, ninguna botella de vidrio tiene nada que hacer frente a uno de estos envases de cartón, que no necesitan de corchos escasos y caros, de cajas de madera especiales

para evitar roturas, ni de condiciones especiales de transporte. Que afecte al comportamiento del vino es otra historia. Me convenceré cuando vea un vino de treinta euros en uno de estos packs. Supongo que la respuesta está en saber si realmente el vino sigue “haciéndose” en la botella, si ésta ayuda a mantener o potenciar su sabor… o si el vidrio es mejor simplemente porque siempre se ha hecho así. Si es porque es lo que se ha hecho toda la vida, un fenicio diría que el vidrio le da un sabor raro, y que no hay recipiente como el ánfora para mantener las propiedades organolépticas de un buen caldo. A mi me faltan conocimientos para adoptar una posición tajante. Tampoco sé cuál es el número de cuchillas que me proporcionan el afeitado óptimo, a partir del cual pueden seguir sumando cuchillas sin que yo note diferencia alguna. No sé por qué la misma maquinilla, en rosa, es más eficaz para el vello de ellas, mientras que en negro nos hace mucho más atractivos a los hombres. No sé por qué cuando deja de vibrar no sigo afeitándome, como si la cuchilla hubiese dejado de ser útil. No veo la diferencia entre un recortador de patillas y un recortador de la línea del bikini; ni por qué medio barrio lleva una pulserita de plástico con un imán, convencidos de que les da superpoderes. Bueno… sí lo sabemos. Porque los consumidores somos ñoños y caprichosos. Porque nos sentimos cómodos con las modas. Por ese motivo las empresas se gastan fortunas en prometernos una experiencia, y no un zumo; un estatus, y no un coche; una forma de vida, y no un chicle. Gracias a ese afán de renovarnos cada temporada, comemos la mayor parte de los que leemos esta revista. Alabada sea nuestra falta de criterio. El problema es cuando nos encontramos en el otro lado, en el del consumidor, y después de años de machaque compras tu

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vino por doce eurazos en un cartón, convencido de que el ligero cambio en el sabor es compensado con creces por el favor que le estás haciendo al planeta. ¿O era al distribuidor? Lo mismo ha sucedido ya con el papel. Tu banco ha asumido un fuerte compromiso con el medio ambiente que le impide enviarte las notificaciones impresas en papel. Lo mismo le pasa a un número importante de corporaciones que contabilizan en sus comunicaciones el número de árboles que se han salvado de la tala. La industria papelera se lo tiene merecido, por haber sido una de las más contaminantes del planeta. Hoy en día, rehabilitada con todo tipo de certificaciones que aseguran producciones limpias y sostenibles, libres de cloro, y en uno de los mercados de materia prima reciclada de mayor crecimiento, el consumidor sigue manteniendo una mala imagen de la industria. Yo no estoy diciendo que hoy la producción de papel no contamine. Pero ¿alguien se ha puesto a compararlo con la contaminación que produce la fabricación de un CD, un USB, o la energía necesaria para mantener nuestros ordenadores funcionando de sol a sol? Simplemente no lo percibimos igual, porque no nos lo han machacado lo suficiente. Vaya usted a saber si no nos llevamos una sorpresa. Compraremos el vino en brick si con eso la industria gana margen de beneficio, leeremos esta revista en nuestro e-book y seguiremos enviando felicitaciones navideñas por e-mail en vez de impresas. No pasará absolutamente nada. El vidrio con corcho, el libro con cubiertas duras y la felicitación en papel las reservaremos para agasajar a unos pocos, o para demostrar un status superior. No es la primera vez que el mundo cambia, solo que ahora lo hace más rápido y nos ha pillado a los diseñadores/consumidores en medio tratando de decidir de cuál de los dos lados nos ponemos. l


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