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Crónicas de pseudo/nimma

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Recortes, matrioskas e ISBN Anda revuelta la cultura por el asunto de los recortes. Quede dicho, antes que nada, que personalmente soy partidario de que los ajustes que se están haciendo en otras áreas tales como educación y sanidad, por poner dos ejemplos, afecten en la misma medida a lo cultural. Me cuesta alinearme junto a determinadas opiniones que reclaman que la tijera no afecte a la cultura, en base a no se sabe qué estatus de imprescindibilidad que quieren presuponerle. Y me refiero tanto a las ayudas y subvenciones como a la actividad de centros e instituciones culturales, e incluso será extensible a la llamada “industria cultural”. Hecha la premisa, habrá que exigir que los ajustes necesarios lo sean con criterios de eficacia. Lamentablemente, vemos a nuestro alrededor que esto no sucede en muchos casos. Como en cualquier otro ámbito, la inversión en cultura tiene siempre dos partidas sustanciales: por un lado, la que corresponde a estructuras, donde incluiríamos todos los desembolsos previos a la actividad, tales como costes laborales, alquileres y gastos comunes. La segunda partida correspondería entonces a los costes que supone propiamente la actividad, la generación de contenidos. Algunos gestores están optando por el desequilibrio a favor de la primera partida. Así, no nos sorprende ver cómo estructuras culturales cuyos contenidos se han reducido en cantidad y calidad, mantienen intacta la estructura laboral y de contingentes comunes. Los medios acaban por convertirse en un fin en sí mismos, y los auténticos fines, quedan reducidos a la mínima expresión. Hágase el paralelismo en lo que se refiere a la promoción del diseño, y veremos que la situación se repite también ahí.

Las matrioskas Otro fenómeno con el que nos encontramos también, y que afecta muy directamente a la actividad cultural, es el que podríamos definir como efecto matrioskas. Consiste en lo siguiente: una actividad existente es subven-

cionable en sí misma. Se mete en contenedor con otras parecidas, y el contenedor es subvencionable. Ese contenedor con otros conforman un “año del”, “noche de” o lo que sea. Subvencionable también. Y además los políticos lo incorporarán a una “estrategia” de innovación, de promoción local o de turismo. Subvencionable también. Como sucede en las muñecas rusas, sólo la primera es maciza, tiene contenido en sí misma, todas las demás son huecas. Que se joda el que hizo la primera matrioska, todos menos él sacarán tajada. De su trabajo, porque en el proceso nadie aporta valor, sólo vende el de otros.

De las privatizaciones, también en lo cultural Hace unos meses, solicitabas un número de ISBN para publicar un libro, y lo tenías en un par de días. Hoy puede tardar semanas. La agencia del ISBN ha sido un servicio que funcionaba bien. Dependía de la Subdirección General del Libro, la Lectura y las Letras. Obtener un número de ISBN es un requisito obligatorio para editar un libro en este país. Y era gratuito. Está previsto que dentro de unos meses sea de pago. Se me escapan los entresijos del cómo y el porqué, pero a finales del año pasado este servicio se privatizó. A partir de ese momento, su gestión es contratada (aunque lo disfracen con el eufemismo de “convenio”) sin concurso a una entidad privada. Estamos hablando de cientos de miles de euros al año. Cuando era un servicio público, además de asignar “numeritos”, la agencia mantenía al día la base de datos del ISBN, un instrumento esencial para editores, libreros, bibliotecas, autores, centros de formación… y lectores. Esa base de datos ha dejado de estar al día, con lo que deja de ser un instrumento fiable. ¿Extraño? No tanto. Quien ahora se encarga de gestionar los ISBN es la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). Con ese nombre puede sonarnos a que ahí estamos repre-

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sentados en pie de igualdad todos los que se dedican a la edición, pero no seamos ingenuos. Esto es una patronal, y como en todas las patronales, tanto facturas, tanto vales y tanto decides. O lo que es lo mismo, ahí los que mandan son los grandes editores, y las decisiones se toman según los intereses de éstos. El requisito obligatorio de tener un número para poder editar queda al albur de unos señores que son juez y parte, que deciden a quién le retrasan el trámite, y se curan en salud con ese enojante “no telefonee ni escriba para preguntar por los plazos de tramitación: la Agencia no mantiene correspondencia sobre ese asunto”. Evidentemente, aquí los editores esporádicos y los autoreseditores –que tanto inquietan a los “editores de verdad”– son los que llevan las de perder, los que ya están perdiendo. El lobo al cuidado de las ovejas, y sacando de ello buena tajada. Decíamos que la base de datos del ISBN, que cualquier ciudadano podía consultar, ha dejado de ser un instrumento fiable, lo que podríamos atribuir a los comienzos y rodaje de la nueva situación… Otra vez pecaríamos de ingenuos. La FGEE tiene su propia base de datos, llamada DILVE, que se nutre del trabajo que los editores hacen “enriqueciéndola” cada vez que editan un libro. Un esfuerzo que nadie les paga, pero que hay que hacer porque hay que estar. Los editores, además de hacerles el trabajo, deben pagar por ello. Por cierto, no intente usted acceder como ingenuo ciudadano, no podrá. Y no sería extraño que nos enteráramos más pronto que tarde de que esa base de datos se está vendiendo a quienes tienen dinero y pueden sacar partido de ella. No hay que atar muchos cabos para entender por qué la base de datos del ISBN, a la que usted sí puede acceder, ya no se actualiza como antes. Bienvenidos a la economía de mercado. Lástima que, como en tantos otros asuntos, el mercado sea para unos pocos y nuestros gobernantes les den todas las facilidades para ello. ß


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