Psicotónica Infantil Vol I

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Psicot贸nica

Infantil* ntil* Vol. I

Cuatro cuentos cortos de VICTORIANO RODRIGUEZ


PAGINA 3 *El Caracol de Tres Ojos PAGINA 5 *LAS Flores del M antel Mantel PAGINA 8 * el Farol de la Esquina *el PAGINA 10 *ROCIO y el Agua


El Caracol de

Tres Ojos

En un pequeño pueblo escondido en la montaña, vivía un niño llamado Abel. Todos los días Abel se levantaba temprano y corría las cortinas de su ventana para ver el campo, verde lleno de flores que le bailaban con la brisa de la mañana. Pero luego la cerraba y permanecía en su habitación hasta que su madre lo llamara a tomar su desayuno. Ahí en su pequeño escondite, su cuarto y su guarida, Abel se acostaba en el suelo sobre un sweater gigante que había pertenecido a su abuela, pero ya no lo usaba por que un día un perro jugando con él le habían descocido una manga irremediablemente. Era confortable estar sobre él, cálido, suave y la vista era magnifica. Desde abajo, desde el suelo podía ver cuan grandes eran los muebles, su cama desatendida con las sabanas batidas igual que la crema de los pasteles. Y al verlas recordaba sus sueños más próximos, también los frecuentes como todas las veces que soñó que navegaba en el mate cocido con leche y pescaba los palitos de la yerba. Tenía un barco de nuez y lo acompañaba un caracol de tres ojos que era su amigo de sueños. El caracol, también lo había acompañado a la expedición adentro del oso de peluche hasta que entre su relleno de algodón encontraron una aguja de plata que el artesano había olvidado y hacia sufrir horriblemente al osito. Una vez casi se resfrían intentando ayudar a una nube bebé que se había extraviado de su mama, la nube más grande del mundo, que preocupada por su hija se había convertido en una tormenta. La nube madre se puso negra y empezó a soplar levantando la tierra y enviando a la lluvia para que busquen a su hija. De PAG

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repente su furia y angustia se habían vuelto un temporal que inundaba los campos y dejaban los días grises. El caracol se aferro a una piedra fuertemente, y pensó una idea mientras Abel sujetaba a la nubecilla con todas sus fuerzas. Fue entonces, luego de unos minutos, que el caracol de tres ojos fijo uno en la nube y Abel, otro en la nube negra enojada y el tercero señalo la hamaca del parque. Hacia allí fueron, colocaron a la nube bebe en un asiento con mucho esfuerzo y cuidado para que esta se acomodara bien. Luego el caracol empezó a agitar los tentáculos que sostenían sus tres ojos para todos lados como si pidieran ayuda, los agitaba en todas las direcciones, Abel no entendía bien, pero se dio cuenta que se estaba comunicando con el viendo, pues este dio una vuelta por el valle y empezó a soplar en sentido opuesto. Cuando lo logró, el caracol se dio vuelta y le dio la orden a Abel para empezar a hamacar a la pequeña nube y así lo hizo. ¡Uno, dos, tres! y el viento soplaba a su favor. ¡Uno, dos, tres!, mas fuerte indicaba el caracol de tres ojos, abriéndolos todos como cuando mama se irrita. Y Abel empujo más fuerte, más fuerte todavía y ¡lo logró!, la nubecilla salió volando de la hamaca y el viento la llevo hasta su madre que al verla abrió el cielo recibiéndola con el sol. ¡Qué lindos sueños! eran tan cómodos como el sweater de su abuelita, pero ya es hora de levantarse del suelo y salir a la casa al encuentro con su mamá que llamara en unos minutos. Abel lo sabía porque a esta hora siempre el sol se colaba por una ventana alta sin cortina y rebotaba en tres cuadros redondos que reflejaba en la pared opuesta los tres ojos de su amigo, el caracol de los sueños.

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Las Flores del Mantel A Julieta le encantaba viajar, y cada temporada cuando las montañas se derretían era el momento que mas anhelaba. La primavera era la estación en que sus padres la llevaran a visitar a su abuelita que vivía en la pradera, detrás del cerro Colibrí. Para llegar allí se debían viajar unas horas en tren y el recorrido pasaba por hermosos campos, atravesaba tres túneles construidos en el corazón de las montañas que luego desembocaban a un tobogán verde de pastos altos por donde se bajaba directamente hasta ese hermoso lugar. Al llegar la recibía su abuela con los brazos abiertos y el sol en la espalda por la hora del día. Un caminito de piedras que parecía un cordón trenzado en el suelo, el árbol frondoso de peras y el arroyo con patos detrás de la casa. Ingresando a la cocina a cualquier persona se le abría el apetito con el olor a mermelada casera y podía sentarse a la mesa del mantel floreado. Julieta tenía una silla especial, más alta que las demás, con patas blancas y el tapizado verde como sus ojos. Cuando se acomodaba en su silla le colgaban los pies inquietos que terminaban por descalzarse de tanto bailar. Sobre el mantel descubrió un caminito blanco de azúcar y por el transitaban dos hormigas que cargaban una miga de pan. Julieta apretó una cereza y coloco un pedacito de la fruta sobre la miga de las hormigas y ellas se detuvieron, admiraron su nueva carga y

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paradas sobre la mermelada le agradecieron a la niña y continuaron su viaje. Su abuela le sirvió una taza de leche y canela que mientras se la enfriaba un poco el vapor le empaño los anteojos gordos que usaba. Julieta se divertía mucho cuando eso le sucedía a la abuelita. También había un pájaro mirón que siempre parecía estar custodiando la casa, era azul intenso con el pico y las patas negras. Se paraba en el borde de la ventana de madera y pegaba unos saltitos de acá para allá, muy inquieto y divertido. El pájaro siempre llegaba a la misma hora, cuando el sol se encontraba en lo más alto, y por la ventana entraba la luz que se reflejaba en el rio de los patos. El agua como un espejo dibujaba en el techo de la cocina todos los movimientos de los animales que cruzaban de costa a costa. De repente saltaba la sombra un sapo travieso por el techo, sobre la mesa, que perseguía una mariposa y esta parecía hacerle burla. De vuelta en el mantel, Julieta se dio cuenta que había una tapa camuflada entre las flores, era seguramente de una tetera antigua y también estaba adornada con flores. La levanto con su mano derecha despacio espiando pudo ver que algo se movía adentro, así que inmediatamente la soltó. Atenta intento escuchar si había ruidos ahí adentro, pero nada escucho. Agarro el vaso de vidrio en que su padre había tomado jugo de naranja y lo levanto pensando en atrapar con él cualquier cosa que pueda llegar a salir de la tapa.

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Se preparo con una mirada tenaz, una mano con el vaso de vidrio, la otra en la tapa de la antigua tetera. Hizo un conteo mental de tres, dos uno y levanto la tapa. Inmediatamente se percato de que dos cosas estaban escapando de allí abajo así que bajo el vaso encerrándolas. Tenía la mano firme sujetando el vaso y con la otra se tapaba la cara de los nervios. Espió y ¡sí!, había atrapado a sus presas, pero tenía un poco de miedo de averiguar de qué se trataba. Poco a poco se incorporo a la mesa y fue acercando el vaso muy lento. Cuando lo tuvo más cerca se aproximo mas y el misterio fue develado, Eran dos aceitunas un poco arrugadas que su mamá había escondido por que no le gustaban su sabor. ¡Qué alivio! La tarde fue cayendo y era momento de volver al pueblo, Julieta se despidió con un fuerte abrazo y un beso de su abuela y camino el camino de piedras despidiéndose del jardín, de la pradera y de ese mundo mágico en el que todo sucedía, todo habitaba y se camuflaba entre el mantel de flores.

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el Farol de la esquina .

Ramiro era un niño muy asustadizo, tenía miedo sobretodo de noche cuando se apagaban las luces. Por eso su mamá le había comprado un velador que dejaba encendido todas las noches al lado de su cama. Pero el problema era que esa luz era tan intensa, tan brillante que no lo dejaba dormir. Recién cerraba los ojos cuando lo vencía el sueño, pero quizás en pocas horas tenía que despertar para ir al colegio. Una noche se dispuso a apagar esa luz, pero primero se aseguró que no existiera nada en su habitación que lo pueda atacar mientras el durmiera. Así fue que arrastro el velador hasta el armario, con el sitio totalmente iluminado se dispuso a inspeccionar. Tomo dos calcetines de distintos colores y se los coloco de guantes, y empezó a levantar sus juguetes que estaban desordenados en el armario de madera. De pronto encontró su autito amarillo que creía haberlo extraviado hace años en un parque, esa vez se había enojado mucho y había llorado toda la tarde porque pensó que nunca lo volvería a ver. Pensó entonces en pedirle disculpas a su madre a la mañana siguiente por que recordó que se había comportado muy egoísta en esa ocasión con ella culpándola de haber perdido su autito amarillo. Detrás de una caja creyó ver un agujero y para que nada pudiera salir por ahí busco un trompo de madera y lo incrusto en el hueco. El trompo encajaba de manera exacta así que nada podría salir de ahí.

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El ropero ya era historia, no había nada ahí adentro que podría perturbarlo. Ahora acuesta el velador y se agacha para ver el lugar más peligroso de todos, debajo de su cama. Se ven como montañas de cosas ahí abajo, y algunos incluso brillan, ¡parecen ojos! Ramiro acerco el velador un poco más y descubrió que debajo de su cama se encontraban los adornos de navidad que sus padres le habían pedido que guardara hacía ya un tiempo. Pero ese día hacía calor y brillaba el sol, así que Ramiro por salir a jugar simplemente los escondió ahí debajo. Se dio cuenta que él mismo estaba asustándose por haber sido descuidado con los objetos que le habían encomendado, por eso busco una caja de cartón y ordeno todos los adornos ahí adentro, enrollo las guirnaldas, soplo las bolas del arbolito que tenían mucho polvo y con mucho cuidado envolvió la estrella de la punta con papeles de caramelos. Luego dejo la caja contra la puerta para no olvidarse de ubicarla en un lugar apropiado en la mañana. El cuarto estaba ordenado, puso en fila alrededor de la cama a todos los juguetes como un escuadrón que lo defendería de todo mal y ahora por fin apagaría el velador. ¡Tic! Cerró los ojos con menos temor que antes, y después de unos momentos cuando se sintió más cómodo, espió a ver qué sucedía. Detrás de la ventana un resplandor gigante que nunca había visto, lo inquieto e hizo que saltara de la cama directo hacia allí. Abrió las cortinas y descubrió que todas las noches estarían iluminadas por el papá de su velador, el farol de la esquina. Grande y seguro se paraba en medio de la oscuridad de la calle desparramando la luz por todo el vecindario. Se dio media vuelta observo su cama abierta de par en par esperándolo para dormir y al ver su velador apagado pensó que ahora el también descansaría.

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Rocío Rocío y el AGUA

El frio invierno se apoderaba del pueblo, las chimeneas funcionaban dodo el día, toda la noche. Y por allí escapaba el humo, como hilos que se fundían en el horizonte. Todas las ventanas estaban empañadas, y en una de ellas Roció hacia un dibujo en el vidrio con su dedo. Un circulo, un globo que volaba en el vidrio empañado. Muchas gotitas pegadas una al lado de la otra que se tiraban como por un tobogán y se unían formando una gota más grande, se producía una avalancha que terminaba por estallar en el borde dejando de nuevo a las gotitas separadas riéndose de su hazaña. ¡Qué frio daba mirar por la ventana!, la gente abrigada con esa bufandas tejidas y enroscadas al cuello, Roció no podría distinguir a los caminantes excepto por esas bufandas. El secreto para distinguir si alguno de los que pasaba todo tapado era alguien conocido era esas bufandas. Pues su mama las tejía y ella recordaba las personas dependiendo que bufanda llevaban. A la señora de la panadería la mamá de Roció le había tejido una color amarillo con patitos en naranja. Al señor que repartía la leche, una bufanda verde con flecos de todos colores. Y a su papá una de color azul con pompones rojos. En cambio la bufanda de Roció era blanca, distinta a todas las otras. Era mucho más suave y tenía bordado su nombre en un extremo. ¡Era la bufanda ideal!, más corta para no enredársela al caminar y siempre perfumada. Pero a Roció lo que si le costaba y mucho con este clima era... ¡Ir a bañarse!, ¡Que frio le daba de solo pensarlo! El problema era PAG

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desvestirse, porque luego en la tina se olvidaba de todo, y podía permanecer por horas jugando ahí. En medio de su bañadera, Roció se acostaba y se acariciaba con la esponja, mientras tarareaba una canción despacio. Se dio cuenta que el agua se estaba escapando, ¡no se derramaba pero se estaba escapando! Veía salir el vapor del agua caliente que se elevaba y se pegaba en el techo. Con la esponja intento atraparlo, ¡no quería que el agua se fuera, quería jugar con ella! ¿Qué sucedía? ¿Cómo era que el agua se podía transformar y desaparecer como si fuera un fantasmita de vapor? Siguió observando y se dio cuenta que en el techo había pequeños brillos. Miro fijamente y advirtió que eran gotas. Al igual que en el vidrio, las gotitas una al lado de la otra. Y de repente plaf! Una gota volvió a caer dentro del agua de la tina. Y así de a momentos las gotas caían, otras esperaban su turno y se evaporaban hacia el techo y luego volvían a caer. El agua se divertía tanto como ella con su baño. Así vive el agua, jugando al escondite disfrazada de vapor, escondiéndose en las nubes y luego es lluvia para estar siempre limpia. Se pone el traje de los ríos y viaja por el mundo hasta ser grande como una abuelita y convertirse en mar.

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