El libro negro de las marcas

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K. Werner, H. Weiss

El libro negro de las marcas

¿Qué significa violar los derechos humanos? El alemán me contó todo esto con ese tono impaciente, levemente arrogante que caracteriza a algunos expertos y a los trotamundos. Albers es ambas cosas, y me lo hizo notar cuando le pregunté cómo era el tema de la guerra y esas cosas. "Yo vengo a menudo al Congo", dijo. Y luego puso en duda que allí hubiera en verdad una guerra. Aja. Traté de modular mi "aja" para que sonara lo más auténtico posible en el tubo del teléfono. Albers no tenía idea de que yo mismo había estado en el Congo hacía apenas una semana. Le pregunté cómo era su relación con ese gobierno rebelde sobre el cual se leía en los periódicos. "Yo no sé si es un gobierno rebelde o no", dijo Albers sobre sus principales socios comerciales a nivel local. "Ese no es asunto mío." En lugar de abordar este tema, habló de los "métodos del Far West" que empleaban otras empresas, más pequeñas, para desarrollar sus negocios con el coltan. Le pregunté si se cometían violaciones a los derechos humanos. "¿Violaciones a los derechos humanos?" Evidentemente la pregunta lo sorprendió por completo. "¿Qué significa para usted violar los derechos humanos? ¡Primero tendríamos que definir eso!" Y... Trabajo forzado, explotación, trabajo infantil... "A ver, atiéndame bien. Trabajo infantil: eso en África es una historia muuuy distinta. Trabajo. Infantil. En África. Básico." Faltó poco para que lo deletreara. "Porque los niños también trabajan en el campo." Aja. ¿Y en la explotación de coltan, allí también trabajan niños? "No que yo haya visto. Pero descartarlo, no lo descartaría. Aunque... los niños son demasiado débiles para ese trabajo. No tiene sentido." De eso yo no tenía dudas. Y seguramente tampoco las tenían aquellas personas que, en Goma, me habían hablado de niños y niñas de ocho, nueve años que trabajaban como bestias en las regiones de extracción. Albers dice que al menos la minería asegura puestos laborales. "Decenas de miles de personas trabajan allí en la explotación de coltan. ¡A la gente le va bien! ¡Créame!", me pide. "Quiero decir: todos trabajan por su cuenta." ¿Y cuánto ganan? Frente al tema dinero, el industrial alemán ve la necesidad de explayarse. "Los africanos no son como nosotros. El africano no puede conservar el dinero, lo gasta enseguida. ¿En qué? No sé. Si usted le da a un africano cien mil dólares en la mano, él los despilfarra en un par de días. Y vuelve a ser más pobre que una rata. Pero tengo la sensación de que, así y todo, se siente mejor. Mientras ellos tengan su cervecita y un poco de música para bailar, están más que conformes." En esencia, esta cosmovisión explica un sistema que aparece en varias secciones de este libro. Un sistema que ve al hombre como una variable local y a los estándares éticos como una pretensión desmedida. Que presenta a sus víctimas como seres de segunda clase, cuyas 1999 por Le Monde Diplomatique (Colette Braeckman: "Carve-up in the Congo", Le Monde Diplomatique 10/1999). Allí se analizan las conexiones entre las riquezas del subsuelo y la guerra del Congo. El artículo otorga una gran importancia a los yacimientos congoleños de coltan, indicando que el 80% de las reservas mundiales se encuentran en África y que, a su vez, el 80% de las reservas africanas están en la República Democrática del Congo. Por otra parte, la autora de la nota destaca que la sociedad ruandesa Sogermi, especializada en la extracción del tántalo, ha procurado establecer una joint venture con firmas occidentales. "Tuvimos la idea de hacer algo con las que producen entre cinco y diez toneladas al mes", dice Albers. Pero señala que Kenrow, en cambio, ha perdido protagonismo hace rato

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