El libro negro de las marcas

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K. Werner, H. Weiss

El libro negro de las marcas

Yimprasert dirigió una investigación de dos años en plantas tailandesas que proveen artículos internacionales de marca. Incluso fue invitada por Reebok a monitorear todos sus centros de producción entre enero y mayo de 1999, pero en todo ese tiempo no se le permitió hablar a solas con los obreros ni siquiera una vez. La investigadora puso especial atención en los efectos de los códigos de conducta, que las multinacionales gustan tanto de mencionar cada vez que vuelven a convertirse en el blanco de las críticas. "En Tailandia, esos cades of conduct existen desde 1992. Contienen, entre otras cosas, lineamientos relacionados con la edad mínima, los derechos laborales y los estándares de seguridad y ambientales." Pero parece que, por lo general, los empleados no tienen ni idea de la existencia de tales códigos. "A menudo ni siquiera se traducen a la lengua del lugar, o bien están colgados solamente en las salas de recepción de visitas, adonde los obreros no tienen acceso." La activista percibe ciertas mejoras, por ejemplo, en lo referente a la limpieza y la seguridad de los lugares de trabajo. Pero dice que el trabajo a destajo a cambio de un salario mínimo y con horas extras no remuneradas sigue siendo moneda corriente.

Los códigos de conducta sólo empeoran las cosas "En general, tengo la impresión de que los códigos de conducta sólo sirven para tranquilizar la conciencia de los consumidores europeos y estadounidenses", concluye, lapidaria, la socióloga. Y agrega: "En lo que respecta a los propios trabajadores, los códigos sólo han empeorado las cosas." ¿Cómo es eso? "Porque las grandes marcas no se hacen cargo de los gastos que demanda, por ejemplo, la instalación adicional de matafuegos o de sanitarios." La investigación consigna que, en una firma, Nike desembolsó sumas exorbitantes para construir una cascada artificial. En cambio, "la mayoría de las mejoras que se exigen en los códigos tienen que costearlas las empresas proveedoras. Ahora resulta que los empresarios quieren que los obreros trabajen todavía más duro para recuperar esos gastos. Las multinacionales saben que los códigos incrementan el costo, pero no quieren pagarlo. Y si una planta eleva sus costos de producción a causa de los códigos, ellos simplemente se trasladan a otro lado, inclinándose por los lugares más baratos: de Tailandia a China, de China a Vietnam y así sucesivamente." Junya Yimprasert lo dice con todas las letras: "En lugar de intervenir y regular la relación de los fabricantes con los trabajadores, las grandes empresas cierran los ojos. Las normas de conducta sólo sirven a efectos de su propia propaganda. Los obreros están peor que antes. Las compañías que exigen determinados estándares, pero que no ponen el dinero para costearlos, están metiendo la mano en el bolsillo de los trabajadores."

Carta Social para el comercio con indumentaria La Carta Social para el comercio con indumentaria es la declaración de compromiso que la Campaña Ropa Limpia presentó a todas las grandes empresas textiles. Su contenido se ajusta a los estándares mínimos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Sin embargo, hasta hoy, estos requerimientos básicos sólo fueron suscriptos por tres empresas: Migros, Switcher y Veillon. Estas firmas suizas también participan de un proyecto piloto tendiente a lograr un control independiente de las relaciones laborales en sus plantas proveedoras. Las empresas se comprometen a cumplir con los siguientes requisitos en lo referente a su propia producción, a sus subcontía listas y a sus plantas proveedoras. Asimismo, se comprometen a permitir controles independientes en dichos ámbitos: Libertad de organización

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