"El fakir confinado. Distante presencia del olvido" (2020), VV.AA., ed. Vallejo & Co.

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CÉSAR DÁVILA ANDRADE (Cuenca, 1918 - Caracas, 1967) En este nuevo Coloquio la reunión es desde las ciudades que habitamos o nos habitan, pero aún más, la reunión es también con nuevos amigos poetas. Contamos con la presencia de voces poéticas con las que celebramos este nuevo coloquio. Así agradecemos la presencia de Juan Romero Vinueza (ecuatoriano radicado en México), Rafael Courtoisie (Uruguay), Leonardo Valencia (Ecuador), Ana Lafferranderie (uruguaya radicada en Buenos Aires), José Antonio PérezRobleda (español radicado en México), Robin Myers (estadounidense radicada en México), Roxana Elvridge-Thomas (México), José Luis Cendejas (México), Rocío Cerón (México), Manuel Espinosa Apolo (Ecuador) y Ernesto Román (Venezuela). Junto a ellos este nuevo encuentro ha logrado abrir otra página de este homenaje a la Poesía a través del recuerdo y el abrazo de la obra daviliana. Son sus palabras las que nos habitan. Es su amistad fraterna la que nos permite este nuevo diálogo.



El fakir confinado. Distante presencia del olvido. Primera edición, agosto de 2020

© Vallejo & Co., de Mario Pera / Ediciones de la Línea Imaginaria / El Noticiero de Poesía © De las colaboraciones: José Gregorio Vásquez • Ana Lafferranderie • Leonardo Valencia Juan Romero Vinueza • Rocío Cerón • Edwin Madrid • Mario Pera Roxana Elvridge-Thomas • José Antonio Pérez-Robleda • Rafael Courtoisie Ernesto Román • Aleyda Quevedo Rojas • José Luis Cendejas Robin Myers • Manuel Espinosa Apolo • José Eugenio Sánchez

Edición: Aleyda Quevedo Rojas Curaduría artística: Aleyda Quevedo Rojas y José Eugenio Sánchez Comité editorial: Mario Pera, Edwin Madrid, Aleyda Quevedo Rojas, José Gregorio Vásquez y José Eugenio Sánchez Diseño de portada: José Antonio Pérez-Robleda Diseño y diagramación de interiores: Mario Pera

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Presentaciรณn

Dibujo de Sigfredo Ariel, propiedad de Edwin Madrid



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El vuelo secreto del Fakir

José Gregorio VÁSQUEZ

No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Borges. La casa de Asterión. Embrujar el Poema de modo que todas sus palabras girando de la circunstancia al centro por el soplo del mar entre las columnas, se conviertan en la PALABRA… C.D.A. Palabra perdida.

1 Es la poesía, la palabra, su silencio, su don revestido de antiguas formas y sonidos que aún despiertan la sola experiencia de la soledad, el sabio retiro, el lejano abandono, la fuga etérea o el llamamiento del recogimiento hacia la ausencia plena ha hecho que esta casa, apenas habitada, nos encuentre y nos entregue de nuevo ese afán inconmensurable del aliento que deja el lenguaje al llegar transparente y puro a la memoria y el recuerdo. Es la inamovible ofrenda del destino la que se


[8] hereda. Esa es la casa del poeta. El laberinto todo le procura la dicha y la miseria. Allí se ha sabido resguardar de la inclemencia que causa la intemperie. Allí también se ha protegido de los dioses y de los hombres, incluso de la sombra que agrede su piel, su carne, su sangre, su último aliento. El poeta, a lo largo del tiempo, ha buscado —afanoso unas veces, otras lejano, muchas otras bajo el más temible desamparo— el misterio que develan esas palabras heredadas, sus sonidos, sus sílabas más íntimas, a veces dudosas de esos signos arrancados de la tierra, o del aire transparente de sus acordes primigenios. Busca incansable en el tiempo ese enigma inquietante que le han dejado para poder decir a través de él la otra palabra que ahora regresa, el otro signo, el nuevo sonido que vela el antiguo eco de su silencio. La Poesía resguarda así el hilo de ese viaje interminable que no cesa. Es la antigua y nueva Ítaca del poema, la ciudad toda o el desierto como herencia en la que el poeta ha traspasado la distancia que impone el precipitado anuncio de siglos solícitos y abismales. Ha caminado por lo más desolado de su alma como también por el río todo de tradiciones que lo arrancan de lado y lado para llevarlo al abandono. Su afán, a veces equívoco, otras distante, lo ha roto, lo quiebra, lo hunde por la senda oscura y por la noche toda del funesto Aqueronte. Sabiéndose otro viaja detrás de ese resplandor que solo sacia su imponente anhelo. Es la Poesía, su delicado aroma a misterio, a noche desterrada, a santuario lejano y olvidado la única senda que jamás olvida. Es el poema el que transita solitario por las arenas del desierto que él le impone al verbo. Es el sonido el que palpita oculto en las rendijas de cada sílaba, de cada sueño: el tiempo recobrado que el poeta vuelve a ofrendar como los antiguos, para que todos podamos vislumbrar en él lo auténtico de este


[9] enigma que sigue resguardándose secreto y desolador en el papel de cada espacio en la memoria. 2 Un nuevo coloquio daviliano hoy nos encuentra y fortalece. Dávila Andrade nos sigue dando el aliento para seguir pensando la poesía, el enigma de su silencio, el misterio del lenguaje que emerge de sus entrañas cada día. Nos ha reunido de nuevo la aventura de pensar y decir la poesía. Nos ha convocado la fraterna vinculación y el afanoso deseo de seguir diciendo —ahora en voz alta— aquello que somos, que escribimos, que esperamos del poema. Pero también esta nueva reunión nos ha permitido reencontrarnos con todo lo que acontece a nuestro alrededor. Hemos previsto no solo decirnos la obra de Dávila Andrade, sino decirla y decir la poesía desde la casa de los amigos que hoy nos acompañan de distintos países de nuestra lengua. Vivimos bajo el aire funesto de una pandemia llamada covid-19; vivimos un distanciamiento necesario para poder seguir adelante. El mundo entero nos relega a unas formas de habitar y de ser, de pensar y de escribir que no teníamos previstas, que no sabíamos así. El poeta siempre se ha habituado a la soledad y el distanciamiento, muchas veces imaginario, otras real, pero nunca impuesto por una orden extrema, o quizás sí, pero menos terrenal. Es en medio de esta situación global que nos permitimos, ahora a distancia, volvernos a encontrar para volvernos a decir una presencia y en medio de ella la profunda y fraterna amistad que nos convocó en aquella ocasión en Quito en julio del año 2018. Hace dos años, justamente por este mes de julio, bajo la fecha singular del Centenario del natalicio de César Dávila Andrade (1918) nos reunimos en Quito un grupo ferviente de amigos y estudiosos en Ecuador de la obra daviliana.


[10] Este coloquio convocado, organizado y producido por la poeta Aleyda Quevedo Rojas se llamó: César Dávila Andrade. Distante presencia del olvido. Fue el comienzo de un nuevo impulso por acercarnos cada vez más a la obra de un poeta de nuestra tierra, uno grande, uno que impulsa desde su sabia secreta y misteriosa la poesía toda, el aliento todo de la palabra que nos ayuda a seguir nuestra marcha a pie. La obra de Dávila Andrade nos permitió en esa ocasión reencontrarnos, conocernos, abrazar el vivo y auténtico interés de su legado y seguir en ese incansable deseo de releer su obra, de descubrirla y seguir diciéndola para otros. Aún más, ver a través de ella el impuso de otras obras, de otros poetas, otros pensadores, otros lugares donde también se estaban redescubriendo las palabras de la tradición. No hemos cesado en esa batalla. Fruto de ese encuentro fue el maravilloso libro que Vallejo & Co. conjuntamente con la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Ediciones de la Línea Imaginaria, y Bichito Editores nos ofrendaron. En él, los textos de todos los que participamos en este coloquio: singular por lo que pudimos escuchar en él, por lo que logramos compartir, por la obra de Dávila Andrade que leímos de nuevo a través de sus distintas visiones y lecturas. A lo largo de estos años no solo su poesía y narrativa han tenido una imprescindible importancia para sus estudios, también su obra ensayística protege un valor esencial, pues lo sabemos, en estos escritos de reflexión también está adherido el trazo de sus saberes, de sus búsquedas, sus inescrutables lecturas, sus encuentros con el misterio, intacto en el hilo de los temas que sojuzgaron su alma inquieta, su noche antigua, su silencio protegido por la delgada luz del mediodía de aquellas palabras heredadas que le permitieron tanto en tan corto tiempo. Ese hilo es el mismo que lo conduciría innegable hasta su noche aciaga bajo el cuidado de antiguas palabras


[11] como compañía. En cada línea de su pensamiento está volcada la vida, el enigma, la paradoja, los temas ancestrales del olvido, los sonidos íntimos del verbo que desciende afanoso por el Hades. Es su retrato hecho de silencios y profundos significados, despejados u ocultos, los que con afán inefable se escriben, se desdibujan, se hacen carne y sangre en una obra de tiempo donde habita lo inconmensurable de su secreta soledad sin nombre. 3 Desde ese momento los poetas invitados de Latinoamérica nos hemos seguido comunicando permanentemente. Hemos trazado a lo largo de estos años no solo una profunda amistad, sino que hemos compartido de un afán íntimo y verdadero: la poesía. En ese andar silencioso de los días Aleyda Quevedo Rojas, José Eugenio Sánchez, Jesús David Curbelo, Mario Pera, Kevin Cuadrado, junto al abrazo siempre de nuestro querido Edwin Madrid y quien les escribe, hemos permanecido en un constante diálogo para decir nuestras búsquedas, nuestra cotidianidad, nuestros más afables anhelos, las páginas que de una u otra forma nos encuentran, como también los proyectos que nos ayudan a seguir diciéndonos la amistad y la poesía… Apenas hace unos días, bajo el impulso de ese fundamental diálogo permanente en la palabra y bajo el ánimo ferviente y singular de Aleyda Quevedo Rojas (Quito-Ecuador) y de quienes estamos fuera de Ecuador: José Eugenio Sánchez (MonterreyMéxico), Mario Pera (peruano radicado en España), Jesús David Curbelo (La Habana-Cuba), hemos regresado a la memoria del Fakir. Es la nueva historia de su vuelo como acontecimiento de esta aventura, ahora verdaderamente mágica, íntima, soslayada por la intemperie, pero nunca otra que la que nos deja su velo en la distancia.


[12] Dávila Andrade sigue entrando en las palabras que nos acompañan. Nos sigue mostrando un camino en la poesía, uno en la reflexión sobre la poesía, otro en el quehacer constante de la escritura. Y nos ha dado una estela de preguntas nuevas y de dudas permanentes que nos hacen volver una y otra vez al significado esencial de la escritura desde y entre la obra de este poeta cuencano que ha sabido abrirnos un vago cofre antiguo y nuevo, colmado de otras palabras, de viejas sombras, de antiguos secretos, de afables silencios, todo un mundo que confina el sonido puro de la palabra poética para revelarla auténtica en la memoria, en la furia contenida de una nueva página que el tiempo nos permite reescribir de otra forma, pero bajo el aire siempre calmo de otras tempestuosa manera del recuerdo. En este nuevo Coloquio la reunión es desde las ciudades que habitamos o nos habitan, pero aún más, la reunión es también con nuevos amigos poetas. Contamos con la presencia de voces poéticas con las que celebramos este nuevo coloquio. Así agradecemos la presencia de Juan Romero Vinueza (ecuatoriano radicado en México), Rafael Courtoisie (Uruguay), Leonardo Valencia (Ecuador), Ana Lafferranderie (uruguaya radicada en Buenos Aires), José Antonio Pérez-Robleda (español radicado en México), Robin Myers (estadounidense radicada en México), Roxana Elvridge-Thomas (México), José Luis Cendejas (México), Rocío Cerón (México), Manuel Espinosa Apolo (Ecuador) y Ernesto Román (Venezuela). Junto a ellos este nuevo encuentro ha logrado abrir otra página de este homenaje a la Poesía a través del recuerdo y el abrazo de la obra daviliana. Son sus palabras las que nos habitan. Es su amistad fraterna la que nos permite este nuevo diálogo. Celebramos con ellos y con la ofrenda de sus poemas y sus palabras este nuevo coloquio como uno de los caminos para decir, pensar y reflexionar la obra Dávila Andrade y la obra de muchos


[13] otros poetas que aún nos acompañan a lo largo de la vida, permitiéndonos fortalecer esta cercanía a la poesía que dice de distintas formas nuestra tradición y en ella, aquello que somos. 4 Nos queda esa secreta soledad que aguardaba su destino entre el silencio abismal de las horas menos augustas. Todos sabemos que Dávila Andrade muere en lo callado. Su final sacude la sangre, hierve el costado de un silencio impuro. Libró la más atroz batalla entre la tinta aciaga de cada día. Su infatigable condena le ató las manos. Le abismó entre la noche y el dolor inalterable de cada batalla a oscuras. Su estancia en esa noche austera y vaciada de señales antiguas le brindó la posibilidad de decir y cantar las hazañas todas del hombre, del poeta y su eterna pena. Su atribulado andar nos legó el fuego y el fulgor de un alquimista del verbo primigenio. Sacudió para nosotros el sentido profundo de las palabras, llamándolas, despertándolas nuevamente a este tiempo que volvía. ¿De dónde nos sigue llegando aquella voz, su estruendo, su secreto dolor, su trágica aventura, su desgarrada pasión, su descomunal sacrificio de sangre y piel derramado en una obra que resurge de nuevo en las entrañas de esta tierra? Nada más confuso que cruzar airoso los tormentos que la fatiga o incluso el agobio de los días impone a la palabra. El poeta es el que atraviesa, a veces airoso, otras desolado, ese deseo de comunicar o de dejar más allá de las palabras, solo porque ha sido partícipe de su creación. Él nos permite así ver, incluso sentir, tocar, vislumbrar y apreciar en su gran dimensión al poema todo con el mismo aire fresco de su hallazgo: esa es la magia que el antiguo sonido y su silencio han labrado en la palabra y que el poeta nos entrega con libertad y abandono.


[14] En el Fakir nuestro andar sigue un rastro de ese destino a distancia bajo la intemperie. Hemos partido como él en lentas caravanas ya no para llegar a Nishapur y celebrar el canto esplendoroso de la poesía, sino para seguir habitando, incansables hasta su último aliento en la tierra, las palabras que recibimos. Solo el esplendor de esas palabras puede darnos las nuestras.

Mérida, Venezuela. Bajo el aire de la cuarentena en el mes de julio de 2020.


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César DÁV I L A A N DR A DE (Cuenca-Ecuador, 1918 - Caracas-Venezuela, 1967). Uno de los más importantes escritores del Ecuador en el s. xx. Su obra literaria es esencialmente poética, aunque también incursionó con éxito en la narrativa (siendo considerado el mejor representante del relato corto en su país) y el ensayo. En 1934 el diario El Mercurio de Cuenca publica su primer poema conocido y la revista Tomebamba, dirigida por G. H. Mata, su primer cuento «La autopsia». En 1944 se mudó a Quito, donde trabajó como corrector de pruebas para la recién fundada Casa de la Cultura Ecuatoriana. Fue cercano a varios grupos y movimientos literarios como el Elán o Madrugada, influyó en sus miembros, aunque no llegó a pertenecer directamente. En 1948 obtuvo el Premio Nacional de Cuento José de la Cuadra y, en 1951, ganó el Concurso Nacional de Cuento Joaquín Gallegos Lara. En 1949 se mudó a Venezuela, donde residió en las ciudades de Caracas y Mérida. Sus estudios del orientalismo y de las ciencias ocultas los desarrolló allí, habiéndolos iniciado en Ecuador con el gran Mago Jefa Jorge Adoum, padre del querido poeta Adoum. En 1967 se suicidó en un hotel de Caracas.



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EL EBR IO Y E SPAC IO M E H A S V E NC I D O

El ebrio Ir a pasos rotos sobre ese paso roto que camina solo bajo el Ebrio. Salir en la noche, pálida ya de aurora, y elegirse entre los ahogados más humildes en el Señor. Ir de animal en animal, por ese número, Número en Cruz, con la camisa de un velero náufrago que nunca ya te tomará en cuenta. Ir de luna en luna con la princesa de carne vestida de yeso. Amor de astilla que nos avisa el sitio exacto de la Cruz en el hombro sin ropa. Caer en el caos de la mujer dibujada ya por cien manos. Y, caer en la gárgara del Beodo Universal! Porque el ventrílocuo escribió en un velo el soliloquio de la mosca, ir de oído en oído hacia el Silencio. Blasfemia de los ebrios, desde el líquido idioma de los niños, rezas devotamente a la espalda de palo de Jesús.


[18] Temblar como una copa en las manos de un loco y temer que la llaga termine en la hora de la muerte. Extender el Cielo hasta el otro lado de Dios. Y extender la carne Hasta el último clavo del Gólgota. Hasta que el Ángel se deshaga en papel y en agua, Y, luego, escuchar: “Esta es mi sangre”. Y embriagarme sin calor y sin pecado.


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Espacio me has vencido…

Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia. Tu cercanía pesa sobre mi corazón. Me abres el vago cofre de los astros perdidos y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé. Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros brillan al ser abiertos por la profundidad, y mientras se desfloran tus capas ilusorias conozco que estás hecho de futuro sin fin. Amo tu infinita soledad simultánea, tu presencia invisible que huye su propio límite, tu memoria en esferas de gaseosa constancia, tu vacío colmado por la ausencia de Dios. Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver. Llevo mi origen de profunda altura bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo. Dejo en el fondo de los bellos días mis sienes con sus rosas de delirio, mi lengua de escorpiones sumergidos, mis ojos hechos para ver la nada. Dejo la puerta en que vivió mi ausencia, mi voz perdida en un abril de estrellas y una hoja de amor, sobre mi mesa. Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida. En ti mato mi alma para vivir en todos. Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza


[20] y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas. Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes. Navíos en que el cielo, su alto azul infinito volcaba dulcemente como sobre azucenas. Adiós canción antigua en la aldea de junio, tardes en las que todos, con los ojos cerrados viajaban silenciosos hacia un país de incienso. Adiós, Luis Van Beethoven, pecho despedazado por las anclas del fuego de la música eterna. Muchachas, las mi amigas. Muchachas extranjeras. Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar. Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales. Desde el fondo de mi alma me llama una carreta que baja hasta la sombra de mi memoria en calma. Allí quedará ella con sus frutos extraños para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos… Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida. En ti muere mi canto, para que en todos cante. Espacio, me has vencido…


Homenaje a CĂŠsar DĂĄvila Andrade



[23]

Ana LAFFERRANDERIE (Montevideo-Uruguay, 1969). Poeta. Vive en Buenos Aires (Argentina) desde 1990. Obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (2011). En la actualidad, coordina el taller de poesía Donde abrimos la caja y es colaboradora de diversas publicaciones sobre arte y literatura. Publicó sus primeros poemas en dos antologías: Editorial Nuevo Ser (2002) y De los Cuatro Vientos (2005). Ha publicado los poemarios El cielo tácito (2007), Volcar la cuna (2012), por el Día primero (2015) y Algo no pasó (2016). Mantiene inédito Casi real.



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CON F I NA M I E N TO

La casa me contiene suspendida en mí. Puedo callar. Abandoné el camino de la horda. Mi cuerpo separado de sus rieles consigue otra blandura. Me entrego a este permiso. La rutina descalza de la casa, la densidad de mis movimientos.

Salgo al balcón mundo colgante donde plantas en macetas se volvieron de pronto Naturaleza. Un rayo de sol me alcanza para ser fértil renazco con los ojos cerrados, la cara en la luz.


[26] Esta captura se combate así: túnel directo hacia escondite, hueco para resurgir. Miro colores que vienen del reflejo de la luz tras los párpados.

Agua caliente que se adentra en mí como yo misma. Navego por los sitios frenados. Miro de frente los obstáculos que me alejaron de mis dones.

Voy a mi ritmo, me alimento de estar a solas, crezco con mi vida invisible desato el nudo viejo. El desafío es colmarme con mis propias respuestas. El sol se ofrece estable y lo estable es valioso.

Flor blanca del rincón de tener, flor arraigada en poco. Hamaca que me deja ir más lejos


[27] aferrada a un sabor. Es el dibujo que no olvidaré: los diminutos espacios suficientes la calma de mirarme transcurrir como los perros tirados en sí mismos ajenos a cualquier argumento.

Mi ánimo construyó un territorio: la persiana bien alta, el vidrio limpio el cuaderno despierto. Ahí vivo. Mis hijos pasan lentos. El mundo los obliga a pensarse. Lo que se dicen a sí mismos los guía, quiero confiar en esos íntimos movimientos.

Veo tu cara en la pantalla, falta tu cuerpo largo con todos sus detalles que me marean y tu olor delicado, la consistencia de tu abrazo (mi lugar de llegada y de descanso). Aun así estamos blandos, cercanos entregados a este límite y al sueño. No hay peligro entre nosotros.


[28] Cuando regrese quiero llevar conmigo esta confianza.

Separada por ley y en mi resguardo me atrinchero en lo poco que de mí depende. Miro de lejos la Gran Historia Triste, la insalvable disparidad, las palabras que se eligen o callan a la velocidad del capital. Estoy en mí y en el delfín que recobra el canal. Encuentro calma en este giro que produzco quieta.

Nuestra esperanza no es diminuta ni una ficción que el anhelo construye. Llevamos dentro el movimiento opuesto a este repliegue. Porque lo sé me guío hacia la década, armo mi nueva brújula. Las cuatro direcciones hacia lo que deseo. Algo apenas visible me atraviesa es un rayo pequeño, verdadero como mi vida sobre esta hamaca donde sigo suspendida entre nubes y suelo.


[29]

Leonardo VALENCIA (Guayaquil-Ecuador, 1969). Narrador, catedrático y ensayista. Fue elegido por el Hay Festival de Bogotá 39 entre los 39 autores más destacados de América Latina. Ha publicado en cuento La luna nómada (1995); las novelas El desterrado (2000), El libro flotante (2006, traducida al francés); Kazbek (2008, traducida al inglés), y La escalera de Bramante (2019); y en ensayo El síndrome de Falcón (2008), Viaje al círculo de fuego (2014) y Moneda al aire: sobre la novela y la crítica (2017).



[31]

F R AGM E N TOS DEL GR A N E NC I E R RO

1. El 23 de enero de 2020 la ciudad china de Wuhan, con más de 11 millones de habitantes, entró en cuarentena por la pandemia del Covid-19 o Coronavirus.

2. El 8 de marzo el gobierno italiano pone en cuarentena a la región de Lombardía, con más de 10 millones de habitantes. Dos días después la cuarentena se amplió a toda Italia. Ya fue tarde.

3. El 12 de marzo el gobierno ecuatoriano suspende las clases de escuelas y colegios. Los niños a casa. ¿La escuela en casa? La improvisación de las escuelas por compensar virtualmente la ausencia de clases satura a hijos y padres.

4. El 17 de marzo inicia la cuarentena en Ecuador, país desde el que escribo. Tiene más de 16 millones de habitantes.

5. La torre de marfil es una imagen poética que viene desde la antigüedad. Representa un lugar de retiro idílico. Ha sido vista como la huida de los problemas, contrapuesta a quienes se lanzan a la acción política.


[32] 6. “Siempre traté de vivir en una torre de marfil; pero una marea de mierda golpea las paredes y amenaza con desmoronarla.” Carta de Flaubert a Turgueniev del 13 de noviembre de 1872.

7. Media humanidad está en cuarentena en sus respectivas torres. Las ventanas de las torres de marfil del siglo xxi son las pantallas. Hay que contarlas: en la computadora, en el ipad, en la televisión, en el celular. Los que tengan estas pantallas. Y resulta que no todos las tienen. No olvidar.

8. Vuelven clásicos. Relecturas de varios autores, desde mediados del siglo xx hasta remotos del siglo xvi. Y en el intermedio varias rarezas. Todas hablan de la peste, de epidemias y clausuras. Cuando se siente que el tiempo se acaba, entran ganas de leer libros primordiales. Así que no esperes a jubilarte para entrar en esas obras postergadas.

9. En el Gran Encierro no es posible leer en calma. Leer es uno de los retiros privilegiados menos costosos para descansar del mundo. Pero todo lo que leemos está impregnado de nuestra visión, de nuestros miedos, de esta ansiedad por lo incierto. Hasta el verso más ambiguo y remoto se convierte en eco del mundo.

10. Incertidumbre: ¿ahora sí se acabarán los libros impresos? ¿Cuánto tiempo sobrevive el coronavirus en el papel? ¿El libro, objeto de culto, será un objeto de contagio y leeremos todo en versiones digitales?


[33] 11. Desde la provincia olvidada por el mercado librero, un joven escritor ecuatoriano, Diego Maenza, escribe unas líneas que no han dejado de rondarme: “Quienes formamos nuestro autoaprendizaje desde la periferia hemos padecido una permanente cuarentena cultural, y han sido los libros digitales los que han venido a nuestro rescate”. Sus libros, algunos traducidos —Identidades, Estructura de la plegaria, Bestiario americano— están ahora en Amazon, ese monstruo que no resultó ser tan malo.

12. Se ha olvidado a los mayores. Hay que volver a ellos. No solo a los propios padres, a los propios abuelos. No solo cuidarlos. Hay que darle protagonismo a su sabiduría. Escucharlos. Se ha exacerbado la juventud como valor. A los ancianos se los ha puesto en una olvidada torre de marfil, donde mueren abandonados y sin sepultura.

13. Todas las estrategias para la lucha contra el cambio climático han fallado. Sólo a punta de virus, clausurada la circulación de autos y aviones, empezamos a respirar mejor. Gran paradoja: es un virus que ataca las vías respiratorias. La percepción del planeta empieza en el cuerpo.

14. Y los oportunismos políticos: retrocedan. ¿Cómo hay que decírselo? Oportunismos electorales, oportunismos regionalistas, y tantos más. Todo su lenguaje, todas tus instrumentalizaciones, se van a pique y suenan insulsos en el Gran Encierro. Esta es la marea de mierda contra la torre de marfil de la que hablaba Flaubert.


[34] 15. ¿Olvidaremos? Probablemente sí. De ahí la importancia de la escritura. Nadamos en un océano de olvido. Por eso hay que seguir contando, una y otra vez, como si nadie lo hubiera dicho antes. Y antes nunca ocurrió lo que estamos viviendo. Hubo otro Gran Encierro, del que escribió Foucault. Tenía que ver con la locura.

16. En Guayaquil siguen muriendo amigos y conocidos. La lista es personal. Nombres cercanos, no cifras. Cuando escribo esto hay 110.000 muertos registrados en todo el mundo. Registrados. Deben ser mucho más.

17. No sabemos cómo será el retorno al contacto. La torre de marfil resulta ser lo más seguro. Toda invitación a casa parecerá un honor sin precedentes. Pero olvidaremos.

18. Deben cambiar las casas, los departamentos, los espacios personales. No pueden tener solamente la dinámica de casasdormitorio. Todo hogar es una torre de marfil.

19. ¿Cambiará el consumo? Hay mucho innecesario. Lo sabíamos. La nevera se ha vuelto la medida del mundo.

20. Habrá que volver a invertir sobre todo en la Sanidad Pública. Lo demás es secundario. Pero olvidaremos.


[35] 21. No hubo profetas sobre esta pandemia. Mejor así. No se necesitan profetas. Son ellos quienes necesitan el dinero de los incautos, y lo olvidamos.

22. Mira el cielo, ahora azul. Funciona como espejo. Empezarás a conocerte a ti mismo.

23. Después de todo, tus rutinas no eran tan malas. Tenías libertad. Pese a los agoreros y catastrofistas, no era tan mala tu vida. De golpe, entenderás a los encarcelados, a los migrantes que escapan de encierros obligatorios, miserias y carencias. Pero olvidaremos.

24. Cocina más, toca las papas, las zanahorias, huele el perejil y la albahaca, valora un limón, vive el sabor del pan fresco. Decía Cortázar: no dejes que el olor de la tinta de imprenta acabe con la alegría del ajo. ¿Olvidaremos?

25. Escriban. Quedará lo escrito. No hay virus que pueda contra lo escrito. Los libros antiguos que han vuelto dan fe. Lucharon contra el olvido. Y vencieron.

26. El 8 de abril de 2020 se levantó en Wuhan, escalonadamente, la cuarentena por la pandemia del Covid-19. Luces de colores y videos descomunales proyectados de noche sobre los edificios junto al río Yangtsé celebraron una especie de liberación. Casi cuatro meses de encierro. Pero hay incertidumbre de un rebrote.


[36] 27. De marzo a julio, casi cinco meses, es lo que registra el estremecedor prólogo de Boccaccio en el Decamerón sobre la peste que arrasó Florencia en 1348. En su ficción se retiran diez hombres y mujeres jóvenes a contarse historias de amor en un lugar seguro.

28. Wuhan tuvo más de 2500 víctimas mortales. Sin embargo, las cifras no resultaron veraces, luego de que el gobierno chino aceptara que hubo más muertos de los contabilizados. Habrá mucha posverdad.

29. Tanto hemos consumido películas distópicas y apocalípticas, y sólo tendremos posverdad.

30. De esta pandemia no sabemos nada con certeza, salvo sus comienzos. El resto será una despedida gradual, sin frontera precisa. Parecerá imposible que se hubiera dado, que haya ocurrido lo que ahora ocurre.

31. Los virus, como el amor, buscan propagarse. Uno de ellos da la vida; el otro, la muerte. Elijan cuál.

32. El Amor y la Muerte —dice el verso de Leopardi— a un tiempo hermanos engendró la suerte.

33. Luego de un comentario mío sobre el Decamerón apenas iniciada la cuarentena, el poeta y ensayista César Eduardo Carrión se preguntaba: “¿Quiénes serán esta vez esos diez


[37] prófugos de la peste? ¿Quién contará el primer cuento? ¿Quién cantará?”.

34. Quisiera responderte, César Eduardo, pero nadie lo sabe, quizá nuestras hijas, aunque todo esto les sabrá a bruma. Los novelistas y poetas siempre llegan tarde. El autor de Diario del año de la peste, Daniel Defoe, tenía entre cuatro y seis años cuando Londres fue desolado en 1665 por la peste bubónica. Su novela la publicó cincuenta y siete años después, cuando el olvido campeaba.

35. “Si pudiésemos comprender y amar la infinidad de agonías que se arrastran en torno a nosotros, todas las vidas que son muertes ocultas, necesitaríamos tantos corazones como seres hay que sufren”. Fragmento de Cioran en su Breviario de podredumbre de 1949.

36. Worldometer registra 161,191 muertes por covid-19 en este momento que escribo. También registra que durante estos cuatro meses iniciales de 2020 han nacido 41 millones de seres humanos y muerto 17 millones.

37. Cioran remarca: “La vida solo es posible por las deficiencias de nuestra imaginación y de nuestra memoria”.

38. Abandono una tras otra la lectura de novelas largas y ensayos sostenidos. Solo puedo pasear por libros fragmentarios de autores nada edificantes, o los antiguos de siempre, o aquellos que ya vienen astillados y dispersos. Me basta leer


[38] unas líneas, una página. Son bibliotecas infernales. Es tanta su oscuridad que realzan los destellos de luz que nos rodean.

39. Para qué dar títulos de libros o nombres de autores. Estamos saturados de ofertas y textos liberados. ¿Los olvidaremos?

40. Luc Montagnier, premio nobel francés de medicina, afirma que el covid-19 es un resultado de laboratorio. El periodista Joshua Philipp sustenta lo mismo en un reportaje que rastrea las investigaciones de la científica Shi Zhengli en el mismo Wuhan. Apuntado para corroborar después. Se buscan culpables como quien quiere escuchar la sentencia de Dios.

41. Para evitar los contagios se recomendó primero un metro de distancia. Luego fueron dos metros. Ahora dicen cuatro, incluso diez. Bailar tango será una herejía apasionada.

42. Las bibliotecas infernales son breves, portátiles y abrigan frente al frío indiferente del mundo.

43. Dijeron que no eran necesarias las mascarillas, luego que ayudaban algo. Ahora son obligatorias. Hasta las están diseñando con motivos de fantasía. No hay nada como la prohibición para exacerbar el erotismo, incluso de un púdico beso.

44. Soy un animal de libros, de papel y escritura, pero necesito de la calle y de la gente para disfrutar mis encierros, y luego


[39] volver a la vida con más fuerza. Si algún momento les sirve, les comparto la catártica oscuridad de mi pequeña biblioteca fragmentaria: Nietzsche, Des Forêts, Pizarnik, Richard Millet, Jabès. Los antiguos de siempre: Epicteto, los presocráticos, Marco Aurelio, San Juan de la Cruz, Gracián. Los astillados y dispersos: Clarice Lispector, Merini, Porchia, Duras, Celine, Ribeyro, Quignard.

45. Citar es un homenaje, reconocer que otro, y no tú, acertó con una frase precisa. Es admirar, compartir. No hay contagio más sano y productivo que una cita. Si pudiera les recitaría versos a viva voz, pero aquí estamos en prosa. Además, ya les cité el verso de Leopardi.

46. En el fondo quisiera huir, no tener que escribir estos fragmentos del gran encierro, pero hay que seguir, dar fe, luchar desde cada trinchera contra el olvido. ¿Qué nos dijeron la Peste Antonina, la Peste Cipriana, la de Florencia, la de Londres, la mal llamada Gripe Española? Nos dicen: han olvidado.

47. Cada quien sigue acomodando los hechos o sus interpretaciones para su trinchera ideológica. Provecho. Sacarán votos. Y un pase al infierno.

48. Deberíamos quejarnos menos: no sabemos lo que es el hambre en la guerra, no sabemos cómo ruge un bombardeo, no sabemos lo que es el odio de un desconocido hacia otro.


[40] 49. Lo que no podemos es olvidar a los muertos, a los abandonados, a los que fueron inoperantes en su función y su cargo. No podemos olvidar a los oportunistas políticos. Y no podemos olvidar a quienes están dando cada día apoyo y ayuda y aliento en un lugar donde no llegan las palabras.

50. Estas palabras mías, pobres y fragmentadas, solo sirven para que la imaginación no duerma en el mundo detenido.

51. El domingo 3 de mayo de 2020 suman 3’484.631 contagiados por coronavirus y 244.791 muertos. En el fragmento 16 eran 110.000. Cifras de worldometers en las que nadie cree, porque deberían multiplicarse por muchas más.

52. Dios sigue callado. ¿Todavía esperas que hable?

53. Olvidé el contundente verso de T.S. Eliot: el género humano no puede soportar tanta realidad.

54. Quisiera imaginar una cuarentena sin televisión, sin internet, sin redes sociales, sin videoconferencias. Palpitarían temores atávicos, dioses vengativos, y hasta un ángel exterminador pasaría silencioso delante de puertas marcadas.

55. Escribí que nadamos en un océano de olvido. Aunque también hay archipiélagos de información, erupciones de desmentidos, a veces alguna balsa salvadora en un mensaje ines-


[41] perado. Por el momento seguimos a la deriva, sin tierra a la vista. Con que algunas islas asomen en los mapas desolados, no estará todo perdido.

56. No es tan difícil hacer pan. Lo difícil es domesticar la prisa. 600 gramos de harina, 10 onzas de levadura fresca, 400 ml. de agua, una cucharadita colmada de sal, otra a medias de azúcar. Paciencia para que fermente la masa, por lo menos tres veces, y luego un horno a 200 grados durante una hora. Sobran recetas en el mundo. Lo que falta es pausa. El Gran Encierro es la Gran Desaceleración. Pero olvidaremos.

57. No hay retornos idílicos ni Arcadias futuras. Son fantasías del reposo. El urbanita está conectado al rugido de las ciudades. Lo ideal sería una verdadera pedagogía del civismo, no la rimbombancia de la patria chica.

58. Eliot también dice: Otros ecos habitan el jardín. ¿Los seguimos?

59. No pienso en el apocalipsis, ni en juicios finales, ni en redenciones, ni siquiera en el infierno o el paraíso. Otros ecos habitan mi jardín: líneas circulares que giran sobre sí mismas hasta cerrar un fragmento.

60. Nuevas escrituras encerradas en los grandes enquistos del futuro, escribió Saint-John Perse en Vientos.


[42] 61. Lo que sí puede hablarnos es la camaradería, el humor, enviar un beso y un abrazo fuerte, responder un correo que insiste en saber de ti, escribir una palabra feliz para el solitario, llamar por teléfono sin ningún pretexto. Hasta Facebook crea un emoji que abraza un corazón. ¿Para qué se necesita el infinito del más allá, si el mundo puede expandirse en un abrazo gigantesco en el presente? Sólo la literatura viaja al futuro que desconocemos. En el largo valle de tu mirada crece la esperanza, escribió Mark Strand.

62. Sin tener aficiones orientales, simpatizo con el budismo. Culpa de leer a los estoicos. No hay dioses, hay hombres.

63. Hallaron 237 cuerpos en estados de descomposición dentro de cinco contenedores en los alrededores del Hospital de los Ceibos en Guayaquil. Se alcanzaron a reconocer 106 cadáveres. ¿Es que el horror no va a terminar y se pasmará bajo la indolencia abstracta de las cifras?

64. ¿Qué se entenderá de aquí a cien o doscientos años cuando se lea “Facebook crea un emoji que abraza un corazón”? ¿Qué pensarán de la primera pandemia planetaria del 2020 en el 2230? ¿Les sonará como nos suena a nosotros la Gripe Española de 1918?

65. No se escribe para la inmortalidad, sino por las preguntas inmortales: ¿qué es lo que se puede entender? ¿Qué es lo que no se termina de entender? ¿Qué fue lo que percibí? El resto es trama.


[43] 66. No pidas más realidad de la que está en las cuatro paredes de mi casa. Yo abro bien los ojos, miro, como pedía Julio Verne. Pero hacia adentro.

67. Eugenio Montale lo escribe en verso y lo traduzco en prosa: “No nos pidas la palabra que perfile cada lado de nuestro ánimo sin forma, y con letras de fuego lo declare con el resplandor de una flor de azafrán perdida en un polvoriento prado”.

68. El otro día salí a comprar levadura para hacer un pan, esperé seis días y respeté el número autorizado del dígito final de la placa de mi auto, cumpliendo las restricciones. Me sentí estafado: muchos autos a los que no les correspondía circular, demasiada gente caminando, con mascarillas y sin ellas, sentados en la banca de un parque, amontonándose a la puerta de una tienda. Debo entender sus razones, incluso el sofoco de su encierro. Pero no puedo entenderlo. Mi imaginación ve fantasmas mientras siga pensando en el dolor de tantas agonías en secreto.

69. Escribe un militante: “Sólo una nueva alianza de luchas transfeministas, anticoloniales y ecologistas puede proponer la mutación epistémica y política necesaria.”

70. ¿Mutación epistémica? ¿En serio?

71. ¿Por qué ‘sólo’ esas luchas? ¿Por qué continúan los discursos dogmáticos? Cuánta autosuficiencia, cuánto envanecimiento.


[44] En ese mundo previo a esta pandemia triunfaban profetas contundentes, irreductibles, mesiánicos, con doctrinas sin capacidad autocrítica, y que encanta a oportunistas y totalitarios que sí mutan convenientemente.

72. Se desatan algunas polémicas entre quienes defienden los libros digitales gratuitos que ahora proliferan todavía más y los que advierten de la destrucción del tejido editorial, hasta convertirlo en nada. Como decía aquel final de una novela de Faulkner: entre la pena y la nada, elijo la pena.

73. Dios continuará en silencio, el mundo avanzará con sus secretos microscópicos y los hombres seguirán lanzando redes de palabras —poemas, ensayos, novelas— para atrapar el terrible silencio del viento.

74. ¿O lanzan esas palabras para advertir sobre quienes reemplazan el viento con un dios particular y absoluto?

75. Hay que pedir la palabra que Montale niega irónicamente. Hay que encontrar la flor del azafrán en el polvoriento prado.

76. En Quito, donde vivo, el virus no se propagó con la virulencia que tuvo en Guayaquil durante abril de 2020. Ahora, a mediados de mayo, hay cambios. Recogen cadáveres en la vía pública, muere gente en sus casas. Nada ocurre lejos. Todo nos implica.


[45] 77. Famoso efecto mariposa: lo que aletea en China provoca, en tu mundo, un huracán. Solo que era un murciélago.

78. Sí, un juego literario. Juegos muy serios.

79. Salman Rushdie contrajo el covid-19 en Nueva York. Lo superó. No lo mataron ni los fundamentalistas islámicos ni el virus. Declaró en la prensa: “Todo el mundo me dice: ‘Este debe de ser un momento estupendo para escribir’, a lo que respondo: ‘¡Sí, claro; miles de personas mueren a diario, pero lo importante es que es un momento estupendo para ser novelista!’. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a escribir ficción”.

80. Ya se han leído las novelas evidentes sobre epidemias y peste. Encontremos las inesperadas.

81. En “El mundo de Guermantes”, tercer tomo de En busca del tiempo perdido, unas líneas saltan a mi vista. Marcel Proust explica la propagación de chismorreos sociales con una comparación: “Era una epidemia que acaso no durara arriba de dos años, pero que se extendía a todos”. Esta novela se publicó en París en 1920. En 1918 se registraron en Francia 400.000 muertos por la gripe española. Imagino a Proust en sus interminables correcciones insertando ese minúsculo indicio del horror. También en los lenguajes apacibles tiembla el mundo.

82. Retomo la lectura de novelas extensas, apartando mi biblioteca fragmentaria. ¿Bajas la guardia?


[46] 83. Las noticias hablan de “retorno a la normalidad”. Más que volver, iremos a un escenario holístico: habrá que ver la totalidad. No sólo lo que nos espera afuera, sino lo que pasó dentro del Gran Encierro. Secuelas.

84. Es sano cambiar la actitud, utilizar palabras positivas, tener buena disposición. Pero también hay que agradecer la pedagogía previsora de las posibles despedidas, de los días contados, de perdón, gratitud y goce de instantes. ¿Olvidaremos?

85. Veo la serie Pandemic. Otra vez encuentro el candor suicida de los militantes antivacunas, como si la naturaleza pudiera ser amiga o enemiga. No, sólo es indiferente hacia quienes apenas habitan la piel de un planeta con núcleo de lava y fuego.

86. Van 316.671 muertos por covid-19 este domingo 17 de mayo. En el fragmento 51 eran 244.791. Las matemáticas y las estadísticas neutralizan el horror si no hay literatura por medio.

87. Alan Rusbridger, antiguo director de The Guardian, dice que la pandemia “ha acercado el día en el que las rotativas de los diarios quedarán en silencio”. En el siglo xv debió parecer levísima la página impresa de Gutenberg comparada con los rugosos pergaminos medievales. Cada vez seremos más leves, como quien recita un poema sin más que la propia voz.

88. Pongo mi voz al levísimo poema de Rafael Cadenas: “Ya no me visitarás/ Abandoné tu región sagrada/ por otra/ vacía/ donde espero”.


[47] 89. No puedo respirar. Esta expresión la habrán dicho cientos de miles de enfermos de coronavirus. Pero en estos días de cuarentena mundial se recordarán como las últimas palabras de George Floyd, poco antes de morir el 25 de mayo de 2020 durante un arresto en Mineápolis, sometido por la rodilla de un policía sobre su cuello durante siete minutos. Los días siguientes no han parado manifestaciones, incendios, vandalismo por indignación. ¿A esta supuesta normalidad se quiere volver?

90. ¿Volver? Si nunca nos hemos ido. Más bien me preocupa que se desarrolle el síndrome de Estocolmo: depender de quien te secuestra, tener nostalgia del encierro, de las cuatro paredes de casa. Habrá que tener un oído muy fino para las secuelas.

91. Con la peste de Atenas, como recuerda el historiador de la medicina Frank Snowden, se derrumbaron los logros del gran demócrata Pericles, quien murió de esa peste. No hay político que se salve. No hay oposición que deje de aprovecharlo. Ambos serán olvidados.

92. He recordado a Wakefield, el personaje del cuento de Hawthorne, que un día decide marcharse de su casa, dejando a su esposa durante veinte años, pero escondido en la acera de enfrente, observándola, incluso como viuda inaudita. Hasta que un día decide volver. El cuento termina cuando Wakefield, el observador, entra en su casa.

93. “No seguiremos a nuestro amigo a través del umbral”, escribe Hawthorne al final del cuento. Y añade: “en la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se


[48] ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar.”

94. ¿Perder para siempre un lugar? De nuevo, cuánta pretensión con la fijeza, la posesión, el dominio. Huéspedes es lo que somos. A veces, también, anfitriones de virus.

95. Le preguntaban a Nabokov si se quedaría viviendo definitivamente en Suiza, luego de vivir en Checoslovaquia, Alemania, Francia, Estados Unidos. Nadie se quedará viviendo “definitivamente” en ninguna parte, respondió el autor de Habla, memoria y Pálido fuego.

96. Uno agradece cuando alguien confiesa tener miedo del contagio, de la muerte. La valentía urge en otros escenarios: contra la corrupción, la mentira, la demagogia, la negligencia, el nepotismo. ¿Olvidaremos?

97. Se acaban estos fragmentos. Para mí han sido un respiro. Tarde o temprano volveré a ellos como quien lanza anzuelos de su propio miedo en el involuntario abismo de la memoria.

98. Y decir gracias. No sé a quién. No creo en dioses. Creo en ti que me lees, y que hemos sobrevivido, al menos un tiempo más. Ahora toca honrar a los muertos. Recordarlos. 374.335 según Worldometer el 1 de junio.


[49] 99. La mayor gratitud es recordar. Decir gracias: evocar lo recibido.

100. El verbo recordar se abre como un abrazo. Su etimología habla de un corazón (cordis) que vuelve de nuevo (re) al escenario de la vida.

101. Al día de hoy, 29 de junio de 2020, que cierro estos fragmentos, hay 507.180 muertos por la pandemia. ¿Olvidaremos?



[51]

Juan ROMERO VINUEZA (Quito-Ecuador, 1994). Poeta. Literato por la puce (Ecuador) y maestrante en Literatura Hispanoamericana en la UG (México). Actual coeditor de Cráneo de Pangea. Ha publicado en poesía Revólver Escorpión (2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (2018) y Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (2019). Compiló, junto a Abril Altamirano, Despertar de la hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (2017); además de compilar y traducir, junto a Kimrey Anna Batts, País Cassava / Casabe Lands (2017).



[53]

I N ÉDI TOS E SC R I TOS E N CON F I NA M I E N TO

Patio de atrás I’d rather not go back to the old house. Morrisey. Back to the old house

El patio de mi vieja casa es gris. Es una ceniza que quiere ser fuego y que no consigue ser más que polvo. En el patio de mi vieja casa hay un árbol que, más bien, es una semilla. Yo mismo soy el embrión. Por eso, me comeré mi lengua para hacerme más digno, más puro. La voz volverá a mis dedos y el olvido será el presente. La memoria es una mentira que prefiero recordar. Por eso no dinamitaré los rincones de la casa. Por eso no me esconderé en el sótano. Ya no hay casa. Ya no hay sótano. Me burlaré de mi rostro de infante-puberto. Mudaré de piel sobre los geranios sin vida. Roeré los huesos que guardo detrás de las ortigas. Sembraré un cactus que morirá sin nacer. Cosecharé espantapájaros que atraigan cuervos.


[54] Seré yo mismo el cuervo. Me criaré. Me arrancaré los ojos. Botaré veneno para ratas sobre mis pupilas para volver a ser ciego, menos niño, más dócil. “Regresaré a la vieja casa”, me repito. Los días pasan y mi casa no existe. Los días pesan y mi casa no existe. Yo escribo y mi casa existe. Yo leo y mi casa existe. La única certeza que me queda es que eso solo sirve para derrumbarla por completo.


[55]

Evolución del correo postal

Todos los días me detengo frente a una casa en particular. Miro que está compuesta por los residuos de una familia. Debería declararme culpable pero es mejor no dar señales de vida. Mejor me acerco al buzón. Así me doy cuenta de que está lleno de cartas sin leer. Todas llevan la firma del mismo remitente. Busco espacio e introduzco una más. La acomodo como puedo. Se estruja un poco, como todas las demás. Terminada la faena, regreso a casa. Escribo la misma carta y la preparo para enviármela, como lo hago todos los días, para recordarme que sigo vivo.


[56]

El rey de los humanos sin rostro

¿Cómo ser una persona nueva? ¿cómo ser una persona? ¿cómo ser de nuevo? Hay que pensarlo como una salida: ir a un bar cualquiera de una día cualquiera, de una vida cualquiera. Ya sentados en la barra seremos otras personas, viviendo otras vidas, unas que quizás no quisimos. Veremos nuestros rostros en los vasos o en los hielos, y nos descubriremos en otras señas particulares, en otras lenguas que creímos extintas, solo porque no las conocíamos. Así es la soledad. Así es la vida que no elegimos. Así son los parques sin flores.


[57] Así son los baños de los bares. Así somos los humanos sin rostro. Lo único que merecemos los humanos sin rostro es ser la mitad de ese limón que adorna los urinarios de los bares. Ese limón que es la vida que me falta. Ese limón que es la mitad que me sobra. Ese limón que podría ser yo. Poder ser el limón. No merecer ser el limón. La vida es sueño. No. La vida es juego. No. La vida es absurdo. A mi me tocó ser algo, aunque no lo merecía. Soy la vida que tengo aunque no entienda por qué. Iré al baño para poder bautizarme como el rey de los humanos sin rostro, como el rey cualquiera que pudo ser una mitad de un limón de urinario. La gloria entera del mundo cabe en la mitad de ese limón. La gloria entera de mi mundo cabe en ese rostro que ya no me pertenece.



[59]

Rocío C E RÓN (Ciudad de México-México, 1972). Poeta, ensayista, editora y creadora transmedial. Es fundadora y curadora de enclave, Festival de Poesía Transdisciplinar, desde 2010. Desde 2008 es profesora fundadora del Programa de Escritura Creativa de la Universidad del Claustro de Sor Juana (México). Es profesora de Tránsitos. Diplomado transdisciplinario en investigación, experimentación y producción artística del Centro Nacional de las Artes. Sus acciones poéticas y piezas de poesía visual y sonora se han presentado en los Institutos Cervantes de Berlín, Londres y Estocolmo; Centro Pompidou (París), Southbank Centre (Londres), Museo Karen Blixen (Dinamarca), Museo de Arte Moderno, Sala de Arte Público Siqueiros, Laboratorio Arte Alameda, Galería Biquini Wax (México), entre otros. Obtuvo el Best Translated Book Award (ee. uu., 2015), el See America Travel Award (2005) por sus crónicas de viaje y el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (México). En la actualidad, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del fonca. Ha publicado en poesía Basalto (2000), Imperio (2009), Tiento (2010), Diorama (2012; 2013), Nudo vortex (2015), Borealis (2016), Materia oscura (2018), Spectio (2019), entre otros. Su obra puede leerse/ verse/escucharse en rocioceron.com y en www.instagram. com/laobservante/



[61]

DIVISIBLE CORPร REO

Divisible Corpรณreo i. Mientras el mundo calla, entre muros se esparcen los susurros. Acantilado donde las voces profesan el tiempo de la sangre.

ii. Palabras no dichas o palabras como cuerpo. Enunciado y despliegue sostenido de sobrevivientes. Salvaguarda de memoria conjunta en un puro existir herido.

iii. A tientas, con la punta del pie, en la fragilidad de la envoltura o la piel que lame heridas, se desenvuelven los plisados de un gesto. Todo cuerpo remite a un abismo, temblor de mano y palabra.

iv. Mรกs imperioso deseo que el que ofrendan las manos, mรกs abajo, en la fisura del suelo, se infiltra, hiende. A su peso se muestra el deseo de adherirse y quedarse en forma, como idea fija. Es el agua, feroz y testaruda, que no conoce la muerte.


[62] v. En el borde, horizonte milenario de vestigio, la trazadura de esa primera historia. Puesta en voz, boca semiabierta, onda áurica, cobijo de palabra para decir casa, mano, barro; en mundo de sombras habrá de encontrarse el silo.

vi. Perturba el silencio sólo si, sólo si. La belleza reside en guardar ese primer olvido. Ese tedio. Sobre el abismo se acuna la espera. Memoria subcutánea, casi femoral, donde la palabra aquí — vacío de estancia y asidero— se ata a la garganta y libera.

vii. Comienza, en ambigüedad, la noche. Las siluetas, fotografiadas, suplen el tono de voces en las calles. Semanas y semanas en terraza ajena. Resplandece la lluvia. Silencio ante la inminencia de otro cuerpo.

viii. Ante la ausencia, el encuadre, la posibilidad del trayecto, la ruta de los bordes, la complejidad de un doblez; sagrados ministerios son las huellas de las nucas sobre el lecho.


[63]

La observante toca

i. Imagina el contorno de un timbre, su vocal de aire.

ii. Simultáneas señales. Efecto del recuerdo de aquella mañana de infancia que ocasiona música instrumental. Su evolución en tempo —bucles en cada linde de pies y manos— se distingue de un ruido blanco por una ligera deriva. Su espectro de potencia se caracteriza por una fuerte contribución a bajas frecuencias. Todo recuerdo del padre afinca bajo los pies.

iii. Al interior del centro, el cuerpo que deglute al cuerpo. La sangre que no cesa de ser sangre en minúsculos carbones astillados. Flujos de paradojas y lenguaje. Al centro, la dulce oscuridad de una cabeza. La materialidad de un pensamiento. Sus ecos.

iv. De cuando el espacio es pliegue y éste, índice de posibilidades.


[64] v. La pulgada certera del carraspeo —el lenguaje que habita en él—, los bordes de la frase final de cada libro, de cada párrafo, de cada poema. Estancia colmada. Voces. Florean violetas en la mente.

vi. En ondas sucesivas, circulante, territorio de sonoridad y posibilidades; no hay error en la frecuencia, en el impacto sobre la piel. Primordial, la célula de origen de estos cuerpos se balancea entre principio y fin del tiempo. Nos deslizamos, en el sonido, para guarecernos de la intempestiva notación de la muerte.

vii. Descansa el cuerpo sobre un paréntesis —oro umbral— método para descubrir el contorno de un silencio.


[65]

Edwin MADRID (Quito-Ecuador, 1961). Poeta, ensayista, editor y coordinador de talleres de escritura creativa. Obtuvo el Premio Artes Literarias del Ministerio de Cultura (Ecuador, 2013) y el Premio Casa de América de Poesía Americana (España, 2004). En 2011 fue escritor residente de la Maison des Écrivans Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire (Francia). Es director de la colección de poesía Ediciones de la Línea Imaginaria; así como dirige los Talleres de Escritura Creativa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (Quito) y colabora con varias publicaciones especializadas en literatura de Hispanoamérica. Ha publicado en poesía ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro (1987), Celebriedad (1990), Caballos e iguanas (1993), Tentación del otro (1995), Puertas abiertas (2002), Mordiendo el frío (2004), Lactitud cero° (2005), La búsqueda incesante (2006), Mordiendo el frío y otros poemas (2009), Pavo muerto para el amor (2012), Todos los Madrid, el otro Madrid (2016), Formas de Tapar o Sol (2019), entre otros; y ha editado la Obra poética completa, español/ inglés de Jorge Carrera Andrade (2003), la Antología la poesía del Siglo XX en Ecuador (2007) y Línea Imaginaria Antología de la Poesía Ecuatoriana (2015).



[67]

MOR I R E S NO E S TA R N U NC A M ÁS CON L O S A M IG O S

Invierno Abril trajo la lluvia, y cuerpos amortajados con sábanas o cortinas, esperando que una autoridad se apiade. Abril aguas mil, el invierno más bochornoso para la ciudad de lujosas mansiones y techos de zinc. Un vaho espeso arropado en sus muros. Se sentía cómo la muerte hablaba, familias tratando de localizar seres queridos. La pobreza mordía la flor más amarga. Abril muertos mil, la lluvia cae pertinaz, desborda casas, morgues hospitalarias; la gente quiere que el agua corra limpiando las grietas, arrastre el hedor, lo podrido, se estrelle en lo roto y maltrecho, se lleve al virus de los cuerpos abandonados en las aceras, desplomados en las sillas de ruedas, puestos en ataúdes de cartón y apilados por centenas en las calles. Madres, esposos, hijas pidiendo una cama,


[68] porque ‘tú eres doctor y nos tienes que ayudar’. La lluvia arrecia, ciudad desesperada, golpeada con velocidad en las zonas lujosas, en las que duermen con ansiedad, miedo al contagio, miedo a los pobres, escenas salidas de una pantalla negra. Se miran en el pavimento caliente, deambulan en camillas, la putrefacción se apodera, y el caos y el enojo bordean avenidas, puentes, plazas, mercados, parques, esquinas. El agua corre, lleva huesos, botellas, colillas, una rata va golpeándose entre las piedras. La lluvia raspa, levanta la tapa de la otra ciudad. La muerte con traje de protección hecho de bolsas de basura se pasea buscando cuerpos, cientos de cadáveres en descomposición, apilados como sacos de papas o de arroz. “El olor insoportable en los largos corredores”. La muerte entierra sus cuerpos veinte días después, meses después. Esto no importa a nadie. Nadie hace las pruebas, nadie dice una cifra, nadie contradice la cifra. Un fantasma ronda por el mundo.


[69]

Morir es no estar nunca más con los amigos

He acariciado varios minutos la piedra de la tumba de Borges, arranqué una flor minúscula de la tumba de Baudelaire, Sé que Isla Negra no es una isla porque estuve en el sepulcro de Neruda. Y otro día, en Buenos Aires, puse mi mano en la lápida del sonoro Oliverio Girondo. Cuando visité París me detuve penitente ante el ángel volador, lleno de besos del mausoleo de Oscar Wilde. Y un día leí un poema en el lúgubre cuarto donde se cortó la vida de César Dávila Andrade. Que luego, de dos noches borrascosas, en la Habana fui en busca de José Lezama Lima. Pero un espléndido jueves llegué al panteón con vista al mar de Pedro Salinas. Yo absorto donde dicen que fue la celda de la monja jerónima Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana a quién en 1695 le alcanzó la epidemia en medio del silencio.


[70] Yo que peregrinĂŠ por cada uno de estos sitios, Hoy, que en este encierro forzado vuelan noticias devastadoras, juro que cuando este maldito tiempo acabe saldrĂŠ a homenajear a mis amigos a festejarles, abrazarles, emborracharme con ellos, y vivir cada puto minuto que nos permitan.


[71]

Mario P E R A (Lima-Perú). Poeta y ensayista. Abogado por la Universidad de Lima (Perú) y diseñador gráfico. Director de la revista web Vallejo & Co. y de la editorial del mismo nombre. Obtuvo el Premio Ilustre Municipalidad de Cuenca en el Festival de la Lira (Ecuador, 2013). Ha publicado en poesía Preparaciones anatómicas (2009), Ruido Blanco (2011; 2015 y 2016), The Most Natural Thing. New American Poetry (junto a David Keplinger, 2016) e Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018); en antología De este lado del cielo. Nueva antología de la poesía peruana (2018); y en ensayo Fare l’America or learn to live in it? Italian immigration in Peru (2012) y Comunicaciones marcianas. Revista Amauta, a 90 años de la vanguardia peruana (junto a Roger Santiváñez, 2019).



[73]

P OE SÍA T I E R R A E N L A T I E R R A

El taxidermista Había un cuerpo que solía llamarme: ciego pescador de expresiones. Alacrán, siempre dispuesto a incrustar su estilete. Cada nueva piel, cada nueva carne que brota de fecundos huesos, alimenta en mí un prurito devastador al crear formas perfectas extremadamente apetecibles de perennizar. El arte, materia de mi adoración y angustia, es el oscuro traje de lo que se define a sí mismo como el pozo dentro del cual se esfuma la vida; es el último brillo que emana del filo de mi navaja antes de inocular la muerte. Es en aquel febril momento, mientras la sangre de mi obra ve mutilado su fluir, que se inyecta en mis iris: el delirio del suicida,


[74] y reverdece aquella antigua manía. Entonces, ríos blanquecinos con olor a formol invaden mis venas, y la inquietante frialdad y aplomo que requiere mi oficio, me sumerge nuevamente en la obsesión por eternizar cada enigmática figura, que entre mis manos, reclama una nueva existencia. Gota por gota, se filtra presurosa la sal de Boro por las rendijas de mi tórax, discurriendo ligera como un raudal que a su paso muerde la orilla de mi sangre. Y se desata así la bestia, y ruge el animal descontrolado al elevar en su puño el escalpelo para luego hacerlo danzar desnudo entre la carne y las entrañas, bajo la lánguida luz cómplice de una inmisericorde lámpara. Mi labor halla así su motivo: cada emigrante vestido debe restaurar su pulso; debe retornar ficticiamente a la vida. Hace algunos años, había un conjunto de letras,


[75] una tendencia a pintar y a observar ciertos cuadros que solían describir cabalmente la impavidez de mi oficio: el por qué desde hace tanto mi raza es estéril.

(Salzburgo)


[76]

Se sueltan las amarras

Nunca he escrito sobre esto. Algunas veces apreté mi puño contra la hoja vacía y todo fue inútil las palabras se quebraron sobre el papel. Octubre llegó infestado de espanto y en espera de un maldito milagro fingí ser otro en mi cuerpo mi enemigo más acérrimo aquel que cuando me rasuro (con el vaho de su boca en mi lado del espejo) me llama por mi nombre: Viejo Alacrán Miserable y la ablución se detiene estropeada y el maldito milagro que me correspondía fue apenas un aliento inadvertido en mi cogote. Frente al espejo me acomodo bien la corbata el traje de sepelio y escrupulosamente me esmero en lograr un brillo uniforme en mis zapatos.


[77] Así he masticado por años mi paciencia (en silencio contrito) mis pletóricos ánimos por engallarme y la cremación inclemente de mi ofertorio. Canto las ilusiones de un falso rostro ensayo un último mohín frente al espejo y me refugio entre las calles. Por ahora me conformo con ser las exequias de Lo Menos.


[78]

Fragmento de Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor

(…) Principia lo cotidiano un río inmundo viaja inamovible toda la noche viaja entre el sol y las venas de una región que se repliega las noticias, los gritos toda su música se amplifica martilla desde el sonido de aquella única cuerda del artero fantasma del niño que fui que perdió la capacidad de imitar el silencio en la lluvia y flotar por miles de caminos hasta abrir la primera palabra en mi voz a través del cristal las cenizas que rehúyen rebotan sobre mis huesos


[79] y el abismo ese sucio río que habita el ojo el inicio no lejano de la insurrección del cuerpo llaga vacía en el bosque aurora que los árboles cargan en su espalda como un ventarrón que nos hala del cogote y es huracán que abre el desánimo en la lengua y atraviesa la vida la guerra la algarabía el ardor que puede verse y de reojo me atraviesa haciendo/deshaciendo el vientre lleno de cal o el ángulo de la culpa y la lealtad que envenena a su manera la carne y agrieta la sed que existe que fue incrustada seca pero que traspasa las tardes para siempre en la boca de mi familia


[80] (…) Poesía tierra en la tierra llaga en la lengua ¿qué busco allí abajo? más abajo ¿qué busco? ¿la materia? ¿el origen? ¿qué nombre viene de ti con ese hálito asesino? padre César padre Adán padre Westphalen todos en el vacío del otro en la humedad del único grito que late en su centro sin embargo el mismo barro imposible que se seca como el hedor de un sol eterno que cava su calor apretado en mi frente poesía yeso quebrado cera que se alarga cuatro estaciones vienen lanzadas desde el cielo sin lluvia fuego en las raíces de la tierra la eternidad el canto y el eructo en la panza del cuervo como el frescor que nos hela


[81] en el acantilado de un último sueño Poesía ejercicio que no entiende la lengua de los hombres carne que se pierde en el calor de otros días y forma la necesidad el grávido afán de perderse conmigo y guardarse con prisa en la noche para fluir como viejo cauce engullido por la tierra con miles de velocidades y piernas que corren por las calles y acequias aceite que arde en los malecones en las hojas de los árboles y en la mano del hombre que coge la sombra de la muchacha y baila sin ropa ni fracaso sobre sí misma y sus extremidades sobre la estela de un dardo clavado en la ingle laberinto que no para de crecer ¿Cómo ser la gravedad en el cero y el veneno


[82] en la punta de la flecha? ¿Cómo renunciar a ser el sonido áspero que flamea proféticamente y finge levitar sobre la lluvia para no ensuciarse para construir la huella de lo que nos es desconocido?


[83]

Roxana ELVRIDGE-THOMAS (Ciudad de México-México, 1964). Poeta, ensayista y dramaturga. Licenciada en Ciencias Humanas por la Universidad del Claustro de Sor Juana (México) y magíster en Literatura Mexicana por la unam (México). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino (1990), el Premio Nacional de Periodismo Juvenil Elena Poniatowska (1993), el Premio Nacional de Ensayo El Privilegio de la Palabra (1998), el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa (1999), los Juegos Florales Nacionales San Marcos Tuxtla (2010) y el Premio de Poesía Daniel Robles Sasso. En la actualidad, se desempeña como profesora-investigadora en la Universidad del Claustro de Sor Juana y en la Escuela Nacional de Arte Teatral del inba y en la Universidad de Londres (Reino Unido). Ha publicado en poesía Memorias del aire, en el libro colectivo Labrar en la tinta (1988), El segundo laberinto (1991), La fontana (1995), Imágenes para una anunciación (2000), La turba silenciosa de las aguas (2001), Fuego (2003), Umbral a la indolencia (2009), Pequeño bestiario ígneo (2016) y Tocar tu argolla en llamas (2018); y en ensayo Xavier Villaurrutia …y mi voz que madura (2003) y Gilberto Owen. Con una voz distinta en cada puerto.



[85]

M U J E R QU E GOZ A A L P E N E T R A R EL H U MO

Mujer que goza al penetrar el humo Vierte al fuego las resinas. Inunda el claro con vapores de maderos, secreciones, asaduras. Se pierde en ese pliegue que se orada en la montaña al elegir [los animales, las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas. Danza jubilosa entre el humo. Aspira. Impregna los muslos, los pezones. Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio. Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión. Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus [mezclas vaporosas y él se prenda del aliento que la envuelve. Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado, perfumado.


[86]

J. Beuys se interna en la hoguera del horizonte

La ceniza da cuenta del incendio. Soy ceniza y soy miel y tres vasijas que encaminan al ocaso sus señales. Y soy yo entrando ahora a otra hoguera donde un libro me dicta [proteger la flama y me pregunto cómo cuido aquello que me abrasa. Y soy yo en el avión envuelto en llamas cayendo por jirones [de aire, después envuelto en grasa y fieltro. Oruga, invertebrado. Como el ave que calcina sus emblemas y renace en turbia larva [lubricada. Y soy yo encendido por ese pensamiento que es destreza y es [creación, que inflama mis sentidos y mis obras, y mis manos. Y soy las tres vasijas donde viajo entre mieles a fundirme, al fin, [ceniza con la flama.


[87]

Ícaro

Afán por la inasible e insaciable pira. Vértigo de espada ardiente que me imanta, arriba, más arriba, al centro mismo del embudo que embate el arrojo, la quimera, y doblega con un soplo los alardes. Ímpetu doblado, vuelvo a la jugada. Engaño al que dirige los ataques, celoso de mostrar algún [secreto. Solazo mi deseo con los atisbos de un cosmos alterno, henchido [de misterios. Ya gusto sus destellos, ya siento la escritura a otros vedada, [ya vienen a hurtadillas sus rumores. Dilatan maravillas mis anhelos. Vuelca el tropel de aguijones la escasa ruina de mi cuerpo [henchido. Caigo, sí, pero ahora sé el secreto.



[89]

José Antonio P ÉR E Z -ROBLEDA (España). Poeta y educador. Español de nacimiento y mexicano de adopción. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla (España). Obtuvo el Premio amco (2012) y el accésit del premio Adonais de poesía joven (2014). Es entrenador certificado de Google for education (2016). Desde 2017 se desempeña como director de transformación y School Hacker para Latinoamérica en edvolution. Dirige El noticiero de poesía del que es cofundador.



[91]

SEGU N DA FOSA COM ÚN Este poema que estoy grabando es el mismo poema que Ud. está escuchando y podríamos continuar un rato así etiquetando nos Tendríamos entretenido al bot que nos vigila por bien de la cultura no sea que vulneremos derechos de autor y al del gobierno que nos vigila por el bien común no sea que nos volvamos subversivos y al de la publicidad que nos vigila por nuestro propio bien no sea que necesitemos un ataúd o un plan premium de contenido para adultos Podríamos tenerlos entretenidos Ud. y yo y entretenernos pero la realidad es que este poema independientemente de quien lo grabe independientemente de quien lo escuche


[92] no le importa absolutamente a nadie Porque mientras Ud. y yo nos etiquetamos en Nueva York están cavando una segunda fosa común para los muertos que ya no le importan a nadie porque ya no queda espacio junto a los muertos que antes ya no le importaban a nadie Porque en Milán los militares entierran a los muertos para esconderlos de los vivos y en Lesbos mueren lentamente 15.000 moribundos de muerte burocrática y Madrid es una ciudad de más de 6.500 muertos según las últimas estadísticas oficiales y a la gente que está llorando por un muerto le importa una mierda que Ud. y yo estemos etiquetando poemas


[93]

He olvidado cómo dormir sin ti

No sé cuándo me acostumbré: A cucharear detrás tuyo A hundir mi cara entre tus rizos A tu olor. Pero, debió ser muy rápido Porque ya no recuerdo un antes de tus pies serpenteando entre mis pies o de abrazarte fuerte y dejar que el mundo, sencillamente, desaparezca. Ya solo guardo la certeza de que cuando duermes lejos mío existe demasiado mundo, ahí fuera, para conjurarlo sin ti.


[94]

Tengo un nombre

no lo diré, por supuesto. tengo reputación un trabajo que me gusta y cuatro camisas a medida con mis iniciales en el puño. tengo tres blazers que siempre uso con vaqueros, tengo una tarjeta oro un club exclusivo y un scotch con más años que yo. tengo un futuro por delante, aún soy joven. voy a comprar un apartamento a alquilarlo a invertir en otro apartamento aún más grande. Voy a tener un hijo que jugará con el perro e irá a la universidad gracias al fondo de ahorro de interés [asegurado. voy a tener otro hijo, que también irá a la universidad. Pero hoy, estoy en un sillón


[95] solo delante de la tele tratando de ignorar que hay algo podrido ahí fuera. algo a juego con mis camisas a medida, con mis inversiones inmobiliarias, con mis vaqueros de newbissnesmen. El perro me mira, me ve calculando los dólares que necesitaré Para estar entretenido otro par de horas. Solo él conoce mi rabia, a él no puedo engañarlo, Pero ninguno sabe muy bien de dónde sale Ni contra qué dirigirla.



[97]

Rafael COU RTOISI E (Montevideo-Uruguay). Poeta, narrador y ensayista. Miembro de número de la Academia Nacional de Letras. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía José Lezama Lima (2013), el Premio Internacional Casa de América (2014) el Premio Fundación Loewe de Poesía, el Premio Plural, el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica de Narrativa, el Premio Internacional Jaime Sabines (México), el premio Jaime Gil de Biedma y el Premio Blas de Otero (España); así como obtuvo, en diversas ocasiones, el Premio Bartolomé Hidalgo (Premio Nacional de la Crítica, Uruguay) tanto en Narrativa como en Poesía. Ha publicado en poesía Tiranos temblad (2013), Parranda (2014), Antología invisible (2018) y Los puntos sobre las íes (2019), son sus poemarios más recientes; y en narrativa, Santo remedio (2006), Goma de mascar (2016) y El ombligo del cielo (2014), La novela del cuerpo (2014) y El libro de la desobediencia (2019) son sus más recientes novelas.



[99]

LA NORMALIDAD NUNCA FUE NORMAL

La normalidad nunca fue normal La normalidad es una ilusión, a lo sumo una aspiración, nunca en la historia existió más que como programa, como pretensión e instrumento político. Ningún ser humano es normal. Las situaciones colectivas a lo largo de la historia son sucesiones de estados de equilibrio inestable, de "normalidades" inconstantes. Los hechos de la realidad no son rígidos, se comportan según modelos en flujo, son variantes, etapas momentáneas, mutaciones. La idea de normalidad es un abuso estadístico y una necesidad técnica de promediar, de crear modelos y referencias. La construcción de un paradigma y su postulación como normal se relaciona estrechamente con la modernidad, tiene unos trescientos años de aparente vigencia. Pero durante el periodo de la modernidad se han sucedido tantas anormalidades individuales y colectivas como en el pasado próximo o remoto. En la Antigüedad, en la Edad Media y el Renacimiento, anormalidades varias, extremas, situaciones alejadas del supuesto promedio, del balance, abundan y constituyen el tejido diacrónico de lo humano. La curva de Gauss representa gráficamente de modo muy didáctico lo que suele entenderse por normalidad: un máximo y cierto intervalo a izquierda y derecha de ese máximo en la representación gráfica en coordenadas cartesianas que indica


[100] dónde cae el noventa por ciento de sucesos, con mayor o menos desviación con respecto al valor medio. El resto, un cinco por ciento a izquierda hasta el menos infinito, y un cinco por ciento a derecha hasta el más infinito, se considera anormal, bizarro, aberrante, excéntrico. Claro que la estadística tiene muchas otras curvas, muchas otras posibles distribuciones continuas que sirven para representar comportamientos poblacionales, epocales, fenómenos, resultados de experimentos. Pero es la gaussiana, o su equivalente la curva normal, la que ha pasado a identificarse con esa idea de la modernidad, esa idea prefoucaultiana, de "normal". ¿Es normal que un virus provoque una epidemia, y luego una pandemia? La vivencia cotidiana y la retención breve, volátil, efímera, a muy corto plazo en términos históricos, del recuerdo de la experiencia, induce a pensar que no es normal, pero basta echar mano a los sucesos frescos y recientes relativos al vih, al ébola, al dengue, al H1N1, para comprender que aún en términos de la duración de una vida humana es bastante común, es decir, bastante normal. La anormalidad de la peste es normal, es común, es más frecuente de lo que parece. La meningitis, la poliomielitis, antes el sarampión y la viruela, son otros casos célebres, algunos más remotos y otros más cercanos. El vph, el virus del papiloma humano y su acción nefasta y subrepticia, su vacuna y las consecuencias o efectos secundarios de su vacuna, parecen catástrofes excepcionales, anormalidades, castigos provenientes de una excepcionalidad que siempre suele atribuírsele al desastre. Pero el desastre es normal, cíclico, tiene el modo previsible de una calesita infantil pero provoca el asombro de un ritornelo macabro.


[101] Parece excepcional, anormal, porque se tiende a establecer el relato colectivo humano como un estado de satisfacción, de bienestar con caídas. Visto al revés es un estado de constantes caídas con islotes de satisfacción, con momentos de extinguible bienestar. Pero toda peste es nueva, ocurre por primera vez, nos pasa a “nosotros”, y justo “ahora”. Ese pronombre personal autorreferente y ese adverbio de tiempo son viejos en la noche de la humanidad El presente ocurre desde siempre.


[102]

Las estrategias del mal y las estrategias del bien

Las estrategias del mal son infinitas, pero por cada una que se pone en desarrollo, surgen varias posibilidades luminosas de afirmación y logro. Luego de algunos días de confinamiento umbrío, prospera y se expande, como una peste blanca, la vida digital. Enseñar, aprender, crear, tocar a distancia, imaginar, sembrar y cosechar en una realidad sin espacio morigera y hace retroceder, en cierta forma, la marea de la peste, permite respirar con los otros. El espacio virtual se coloniza. Los encuentros se multiplican, abren una dimensión humana que nunca había sido explorada de este modo en la historia. En el imaginario goyesco “el sueño de la razón produce monstruos”. El virus es material, concreto, presenta cierta secuencia bioquímica su arn, su ácido ribonucleico, una secuencia más proclive a mutar que si fuera adn, ácido desoxi ribonucleico. El virus es una realidad de la biología, con sus leyes de propagación y su sentido “natural” y concreto. La peste es una construcción social, un dispositivo cultural humano, voluntario o involuntario. La peste proviene del sueño de la razón. Su condición monstruosa expandida es erigida por la pluralidad humana. La vida digital, hasta hace uno meses fría, diferida, utilitaria, se vuelve de pronto luminosa y profunda, habitable, extensa.


[103] Al lado de los monstruos que produce el sueño de la razón, obra certera la pulsión de vida, la emoción también produce sueños, pero transparentes. Domesticar la tecnología, habitar el espacio virtual para acariciar de otro modo la piel de la existencia, es una forma oculta de la maravilla que la peste, sin proponérselo, reveló. La pandemia desata catástrofes. La alegría, solita, milagros.



[105]

Aleyda QU E V ED O ROJA S (Quito-Ecuador, 1972). Poeta, periodista, ensayista, curadora artística y gestora cultural. Obtuvo el Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (1996). Es coordinadora editorial del sello independiente de poesía Ediciones de la Línea Imaginaria. Desarrolla una amplia agenda como asesora, curadora y promotora cultural. Ha publicado en poesía Cambio en los climas del corazón (1989) La actitud del fuego (1994), Algunas rosas verdes (1996), Espacio vacío (2001), Soy mi cuerpo (2006), Dos encendidos (2008), La otra, la misma de Dios (2011), Jardín de dagas (2014), Ejercicios en aguas profundas (2017); y las antologías Amanecer de Fiebre (2011) y El cielo de mi cuerpo (2014). En 2017 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó Cierta manera de la luz sobre el cuerpo, que reúne nueve poemarios, con un amplio estudio del cubano Jesús David Curbelo. Fue curadora, editora y coordinadora editorial de las antologías literarias 13 poetas ecuatorianos nacidos en los 70 (2008), Mordiendo el frío y otros poemas de Edwin Madrid (2011), La Música y el cuerpo de Eduardo Chirinos (2015), entre otros; y del libro de ensayos sobre la obra poética y narrativa de César Dávila Andrade por centenario de nacimiento Distante presencia del olvido (2018). Fue curadora del Coloquio Internacional tributo a Dávila Andrade con la participación de 14 escritores internacionales y nacionales en Quito-Ecuador (2018).



[107]

4 P OE M A S DEL AC UA R E N T E NA M I E N TO

1 Cuatro meses de casa y jardín. Paciencia del presente y esperanza obstinada en los pies con los que caminas el mismo jardín sembrado de nísperos, capulíes y árboles de tomate. Hábitos de reclusión: mirar fijamente la higuera, no esperar nada. Sus grandes hojas tiemblan con la luz de mayo, tampoco esperan nada. Los higos maduros alimentan tres clases de pájaros —idea estática de que nada cambió— pero no es verdad, las rutinas nuevas (visibles e invisibles) en las ventanas y terrazas de vecinos, confirman que muchas cosas se removieron, mutaron, vidas pendiendo del hilo de la nada. Todo cambió y nada cambió, pero bien se sabe que siempre se puede estar peor, aunque hay que aferrarse a una emoción que te haga vivir. La desigualdad y los odios llueven e infestan las ciudades. Todos ponen sus esperanzas en la ciencia. Mi hermana, que vive en Francia, con la que converso cada semana por Whatsapp, lee La Peste de Camus, y siembra sus propias hortalizas y vegetales; también yo, leo Peste y cólera de Patrick Deville, entre vigilia y amor, entre cocinar y correr por los tilos que crecen sin importar nada de nada, a un lado del jardín. Solo el buen hombre, que nos trae cada semana la compra, me regresa al mismo pensamiento de hace noches: todos estamos esperando algo… pero en el fondo no se espera nada, como si todos fuéramos las hojas de la higuera que ni lluvia, ni lo que ayuda a vivir: fe, amor, luz, nutrientes, fueran a venir a nuestro rescate. A estas alturas de junio, todos hemos desarrollado


[108] diversos niveles de miedo. Algunas zonas del mundo siguen en pausa y tienen un miedo infinito. Las calles siguen desiertas, pero en el mercado la gente bulle, me cuenta el buen hombre de la compra. Sus ojos rasgados y negros resaltan sobre la mascarilla de tela blanca. Cerramos el intercambio rociando monedas y billetes con mi frasco de alcohol. En mi cocina, el nuevo hábito: lavar con jabón, desinfectar con alcohol, y limpiar con vinagre cada alimento. Más jabón y alcohol por el miedo. Las noticias en la pantalla del teléfono dicen que Latinoamérica es el nuevo foco de la pandemia. Una amiga me cuenta por Whatsapp que muchos colegas periodistas están contagiados. Al final de la tarde vuelvo a caminar con disciplina por el jardín, a contar los árboles con sus capulíes negros. Por la noche recibo el mensaje de que un amigo murió en un hospital de Guayaquil. No puedo dormir. No puedo hacer nada. Paciencia y esperanza obstinadas para pasar las largas noches... de miedo. Extraviada en los árboles frondosos del sueño, del que parece no puedo despertar.


[109]

2

Las nuevas orillas de mis manos son de alcohol recurrente y obsesivo que escama la piel La cuestión se reduce a no contagiarse Auto cuidado, pequeños escapes, evasión de la realidad Pero no dejo de pensar en que los responsables son los mismos de la tala de bosques en la Amazonía, los mismos culpables de la extinción del Cóndor, del guacamayo azul y de docenas de ranas Entre frotar el alcohol y pensar en los ataúdes de madera con cuerpos sin deudos, almas perdidas, extraviadas por la burocracia indolente. Me retiro y arranco capas y capas de piel de las manos costras secas que no necesito en la nueva vida que nunca quise vivir, nueva realidad imaginada solo por el consumo, Si solo desapareciera la desigualdad Ojalá, ojalá, ojalá refregando mis manos con alcohol hasta que [me ardan y se caigan de mí, hasta que se desprendan de esta persona que no quiere volver a ninguna nueva normalidad acomodada por el mismo desgastado sistema de mierda que con alcohol y jabón quiere salvar a los muertos de tu país.


[110]

3

Tiempo me ha llevado leer en las pantallas Acostumbrarme a tu alma entera en digital Las palabras ardientes, antiguas, amorosas que me escribes parecieran suspendidas –flotando- en el vidrio liso del celular Imagino que dispones de ellas como disponías de mi cuerpo y con las letras líquidas me acaricias la piel también lisa Acomodas mi espalda entre uno y otro mensaje entre uno y otro audio con tu voz que reconecta lo privado de nuestros encuentros, con nuestros verdaderos nombres [y rostros Miro tu foto que te trae a mí, se te parece y con cierto tono de luz y contraste pareces tú mismo Mucho tiempo me ha llevado saber que fuimos felices Tan libres antes de que el mundo se convierta en esta red que nos separa mucho más allá de la adivinación Tiempo me ha llevado saber que moriremos cada uno en [su ciudad.


[111]

4

Es el agua blanca que troca la piel en fina capa de hielo, dermis clorada. ¿Quién escupió el virus sobre mí? Muevo las piernas y miro como suben burbujas —desde los pulmones— hasta el hielo de mis fosas nasales. Capas blancas de hielo que asfixia. La muerte es dolor petrificando los ojos, pez que sofoca tensando muy fuerte el hilo de oxígeno. Nada la muerte conmigo. Muros blancos y sólidos en los ojos, en la tráquea. Peces, divagaciones, memorias, gélidas formas del sueño. Nada conmigo la muerte a lo ancho de la cama del hospital blanco. Distingo la silueta del respirador artificial desde hace 14 días. Distingo el frasco de gel sobre la mesita de noche y la luz polar azulada cruza mis ojos en los tramos de profunda asfixia. No espero nada...



[113]

José Luis C E N DEJA S (Michoacán-México, 1963). Poeta. Ha publicado en poesía Poemas Tártaros (1991), Palabras de Cuerpo (1994), Números (1995), Fraternidad/Paisaje (1997), Biografías (2015) y Amanece/ Anochece (2015).



[115]

EL CAMINAR ES UN TRAZO

I Un trazo puede ser un referente a la certeza Un fallo un titubeo un colapsado ejemplo El caminar es un trazo Quien gesticula traza El que abraza El que se esconde El que usa como instrumento al aspaviento SĂ­ lo anterior es cierto No es conveniente borrar mucho No hay mucho tiempo ni material de sobra Tampoco hay que trazar sobre lo ya trazado SĂ­ no tienes a la mano un muro una cama o la calle Un charco el mar la niebla pueden servir como pizarra


[116]

II .......a vasko

No tenía brazos No le hacían falta Tampoco ojos Sin ellos miraba mejor No tenía ombligo Ni orejas Ni lomo Ni costillas Nunca nadie lo notó Ni su madre que lo parió una tarde aciaga Ni su hermano que lo amó tanto Ni su amante que lo cubrió de besos No tenía aliento ni voz ni amuletos Solo se tenía a él Y al parecer con eso le bastaba


[117]

III

Todo cuanto le rodeaban eran Miniaturas Ante su enojo La sencillez en su cadencia Sus labios dos cantos Como hermanas la lluvia y su falda Los muslos llenos de pĂĄjaros La cama que habita El patio La ducha Todo se macera Dentro de un pequeĂąo espacio Antiguo Denso/cadencioso


[118]

IV

Llueve Y cada gota Es una minúscula palabra Mejor dicho Llueve Y cada gota Es una letra en la parábola O mejor dicho Llueve Y cada gota Es otra versión dinámica Del agua


[119]

V

Es cuestión de buscar y acomodar Para este lado lo que tirite y sea azul Para este otro lo que silbe Lo tibio hasta el fondo Lo que tintinee a un lado de lo trémulo Los pétalos lejos de las brújulas Tener cuidado al mover lo terso: Acariciarle sus contornos Cuando al final demos con lo anhelado Dejarlo en su cajita Pronunciar quedo lo que tengamos que decirle Evitar a toda costa despertarlo



[121]

José Gregorio VÁSQU E Z (Venezuela, 1973). Poeta. Profesor del Departamento de Literatura hispanoamericana y venezolana de la Universidad de Los Andes (Venezuela). En la actualidad, se desempeña como director de la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes (Venezuela). Ha publicado en poesía Palabras del alba (1998), Lugares del silencio (1999), Ciudad de instantes (2002), Bogotá siempre palabra (2002), El vago cofre de los astros perdidos. Antología del poeta ecuatoriano César Dávila Andrade (2003; 2011), El fuego de los secretos (2004), La tarde de los candelabros (2006), Ingapirca (2011), Cantos de la aldea (2012), La noche del sol (2013, Solamente el olvido (2014), Mínimo esplendor (2016) y Decir un día (2018). Además, es compilador de la obra ensayística de J. M. Briceño Guerrero, uno de los pensadores más singulares sobre la realidad de América, bajo los títulos Mi casa de los dioses y El alma común de las Américas.



[123]

LO QU E QU EDA DEL DÍA E S YA C E N I Z A

Decir un día 1 Esta noche calla, pero calla contra mí… W. S.

Todo es tormenta en este cuerpo precipitado ya en el abandono Los años venturosos se han quedado atrás lejos del atardecer Y quien persiste en el anhelo de seguir no va solo aunque limitada sea la hora y final el juicio severo del tiempo No hay remedio que evite el largo y azaroso suplicio de una pena No hay plegaria capaz de sostener ya a un cuerpo débil y errante


[124] que anda en su último desierto: incapaz y sin fuerza para proseguir Abandonado no queda sino el adiós: la amarga caída de golpe funesto a esta tierra triste y reseca Todo vuela por encima y solo aquella palabra olvidada puede continuar un inventario borrado ya por otros La señal profunda de la vida estampa en el hondo papel lejano de ese olvido su última letra: la más antigua conexión con otra tierra prometida Del cuerpo no queda nada Lo poco se vuelve refugio lejano de otra noche de otro silencio de un último acomodo antes de recostar la cara ante el viento del abandono Ya son pocas las palabras y se me atragantan Y en mi piel ya sedienta y maltratada y en mis ojos sofocados comienzan a aparecer otras marcas


[125] otros sonidos: lejanas señales e imprecisas Hago silencio callo ante la noche Cierro los ojos para entrar a la otra ciudad la antigua la verdadera aún entre murallas y misterios: es ella la que ilumina mi nuevo destino permitiéndome decir un día nuevamente Aquí ya no hay lugar para una página desdibujada donde intente refugiarme antes de perecer Aquí no hay lugar para volver atrás y recorrer los años Son muchas las marcas y profundas de otras desdichas que me acorralan sometiéndome inclementemente Escribirlas aunque se decline la mano y palidezca la tinta empaña ya lo que está en calma Quiero quemar


[126] lo borroso Los restos de otras ilusiones ya ajenas y abandonadas Quiero cruzar de un día a otro de una noche oscura a una más distante de la intemperie pero nada puedo El silencio sigue atado a mi piel y a mi cuerpo agobiado Cruzo sin sueño y sin nadie el río antiguo Doy pasos lentamente deshojando la nueva hora llevando el luto a cuestas y callado de cada aliento movedizo de mi mano Voy trayendo forzadamente el poema a un cielo roto en la miseria con otro aire detenido que se apaga Cuando vuelvo a él es otro de verdad otro el sonido misterioso de sus noches


[127] Sí es otro el poema ya sin cuerpo ya sin esta piel cansada por los años y sin embargo me quedo en él contemplándome desde lejos mitigando la obscuridad que se extingue sabiendo desde allá que todo cambia en el aire ya vencido que me atrapa Todo aquí se apaga y apenas puedo Queda el papel vacío la tinta seca y por debajo del líquido funesto otro temblor mancha el papel aún dudoso Al despertar vuelvo sin aliento y sin mí y sin nadie resistiendo la agonía Ahora sé en verdad lo que es penoso y entonces me distancio bajo un profundo silencio uno nuevo


[128] Sé que todo quedará lejos incluso este papel que palidece ante la noche ante el vano intento que me trae hasta aquí por decir un día al menos uno más sabiéndome ya lejano y desdichado

2 Lo que queda del día es ya ceniza. Me corroe haciéndome un daño irreparable. Detiene mi cuerpo vulnerado y nada logro a pesar de los tropiezos. Mis pasos son lentos e inseguros. En ellos me sostengo. La inútil sentencia no me ayuda. Cuando callo se enciende en mí todo para no morir. Pero justo es callar con un último soplo en el tormento. Callar abandonando la desdicha, la condena de ayer que se hace íntima y feroz hoy en la piel y el alma.


[129]

Heredad (inĂŠdito)

1 Se desprende de las hojas de un ĂĄrbol olvidado y cae a pedazos en la tierra Desperdigado no tiene otro destino sino el regreso Marcado por el olvido busca a tientas la otra casa anda a ciegas lejos ya de los mayores naciendo con el viento de un callado y solitario mediodĂ­a Sus noches vienen de lejos donde la soledad tambiĂŠn es condena


[130] El viejo abalorio salvaje y duro del silencio entra en su corteza La raíz intacta de los nombres heredados que aún sigue tatuada en su frente La luz esa luciérnaga inmóvil que vigila las entrañas y enciende las palabras escondidas La heredad del antiguo sonido del canto sigiloso de los dioses El viejo acorde en las entrañas de los otros árboles Un misterio arrastrado de noche en noche con sus antiguas ceremonias Sus manos ahora raíces se acomodan para escribir los signos más sublimes de esta intemperie Todo en un papel lleno de tiempo


[131] impregnado ya por otros atardeceres


[132]

Los deshabitados (inédito)

1 ABANICO mi último día lento dejando pasar toda huella borrosa impura Ya nada me es ajeno en este lado de la derrota Todo lo ofrecido es condena La fatiga inmerecida de lo súbito a fuerza de fracasos de falsas maniobras de palabras vacías que aún me acompañan corroe mi ya cansado destino No he abandonado el límite ni he cruzado una calle antigua para desmerecerlo Desvelado e inseguro ato mi cintura la doblego negándome y emprendo el largo camino de regreso a casa


[133] Despojado olvidado de mí inmerecido persisto ante la tormentosa furia de esta noche aciaga Busco en ella un lugar donde me encuentre descalzo solitario Esquivo así en el camino de mi último instante la mirada temible de la vieja Erinia la sombra infausta de sus promesas la palabra desdibujada que siempre me condena Cansado llego al lugar mi otra estancia insondable última mitigando algunas de esas palabras heredadas algunos viejos sonidos: los abalorios salvajes que me acompañan y [me niegan Entre tanto ruido regreso solitario a la mudez aún sabiéndome en ella bajo la misma intemperie esperando mitigar la antigua furia de este día

2 He intentado desdibujar mi derrota. La piel rasgada, el frío aire de mi edad, el tormento, la herida que mis ojos adormecen. He guardado con sigilo las otras palabras de mi infancia, aquellas que clausuran de nuevo mi viejo día. Todas han regresado inclementes. Vienen rasgando con furia mis silencios. Intentan


[134] colmar de nuevo el papel, darle eco a mis secretos, herir con furia mi apaciguado dolor en la intemperie. Bajo el olvido he puesto mi silencio al cuidado de otros dioses. Quiero regresar a mi infancia, resguardarme en ella cuando ya nada pueda, cuando este cuerpo desvanecido ya no me sofoque cruelmente. No puedo permitir que me hiera otra vez. Mi viaje es lento. Voy detrás de aquel sol adormecido, de esa luz entrañable que en otro instante colmó al niño que ahora sueño.

3 Qué me dice tu rostro, las grietas que posee, las palabras calladas que preserva. Qué me dice la mirada de tu rostro, la mirada detenida de tiempo, de memoria, de dolor que grita allá adentro. Qué calla tu rostro, los años, sus penas, la muerte vencida en la artera noche. Qué esconde tu rostro, la desventura de tu rostro todo, la urgencia de las cicatrices que tiene, las marcas otras del destino. Me dice solo el silencio y su hondura, la memoria desvanecida, la breve estancia de los días ya rotos.

4 He vaciado todo. Sé que es un intento vano que me doblega impuro ante el abismo. No hago sino añadir palabras lejanas a mi abandono. Le he puesto una difícil promesa a mi destino. Nada he logrado hasta ahora. Me equivoco al contemplar mi nueva derrota. Cuando viajo inmóvil en la soledad, despierto en el mismo abismo.


[135] 5 La piedra derrama sangre, dolor… Soy su rostro maltratado, su rostro antiguo y nuevo. Persigo mi sombra, su calma, su silencio todo y el desprecio que me ahoga. La angustia sumergida en la piel de esta tierra ya sin rostros. Sus formas todas inconclusas. Sus terrazas milenarias, ahora acomodadas para decir nuestro instante otro en lo humano, nuestro trasiego en el rumor de cada día. Aprendimos a surcar la tierra, a sangrarla, a poseer sus entrañas, las lágrimas que la atormentan y sus dioses.

6 Cómo expresar la carencia, el abandono, la falta, la cercana pena… El dolor no puede ser dicho, solo se lleva a cuestas, se arrastra desnudo en el lento y sinuoso abismo que heredamos para el regreso.

7 Me duele la palabra. Me causa nuevas grietas, me sacude, me silencia. Me duele el dolor que ellas guardan, el que protegen invisibles en mi recuerdo. Me duelen las palabras en la sangre, en la piel, en la mirada, en la herida honda que me dejaron. Me duele el lento ayer y la lejana aventura. Me duele el silencio cuando lo dejo en el papel, cuando lo marco y condeno con agotada tinta, con cansado aire de otro tiempo, de otra ausencia, de otra agonía ya distante, pero aún detenida en el alma ultrajando inclemente.


[136] Hemos heredado el vago olvido, la lejanĂ­a, el maltrato, la angustia, los otros dones incompletos de la distancia. La desilusiĂłn temprana de los dioses negados. Hemos aprendido a llevar la llama hiriente, el develado fuego de otros fulgores y la ausencia de nuestro eco allĂĄ en la intemperie.


[137]

Robin MYERS (EE. UU.). Poeta y traductora: Creció en los Estados Unidos de América y reside en Ciudad de México. Entre sus traducciones más recientes se encuentran libros de Cristina Rivera Garza, Isabel Zapata, Juana Adcock, Mónica Ramón Ríos, Gloria Susana Esquivel y Ezequiel Zaidenwerg. Ha publicado en poesía Amalgama y Tener, ambos traducidos y publicados en español.



[139]

A LGU NOS DÍA S SI E N TO SU L AT I D O M I E N T R A S VA AC U M U L ÁN D OSE

NYC The child goes willingly, offering up her rosebud backpack to the police. Up there and outside is the snow, the scraped sky, the barbershop quartet, the fourteendollar glass of wine, livid pigeons, Rikers Island, ice skaters embracing, the rise and fall of some but not all things relevant to our story. The girl’s mother flickers behind her. The policeman grins like a fickle father. Someone pings a steel drum down below all this. The tunnel’s metal marrow hums its hymn, blurts pixels that bid us to


[140] obey. If you see something, say something. If you’re here, pay.


[141]

Ciudad de Nueva York

La niña, sin que se lo pida nadie, le extiende la mochila abierta al policía. Allá arriba, a lo lejos, y afuera están la nieve, el rascacielos, el cuarteto local, el vaso de vino de catorce dólares, una bandada de palomas lívidas, la Isla Rikers, los patinadores sobre hielo que andan abrazados, el auge y la caída de algo —pero no todo— que tiene que ver con nuestra historia. Parpadea, detrás, la madre de la niña. El policía hace una mueca de papá caprichoso. Alguien toca, al fondo de todo esto, un tambor de acero. La médula metálica del túnel canta su cántico, suelta pixeles como un llamado a la obediencia. Si llegas a ver algo, di algo. Y si te vas a quedar, paga. (Traducción de Hernán Bravo Varela)


[142]

Vermont

The shadowed snow is as blue and strange as if it’s never heard a song about itself, and more is ashing its way in over the mountain; we can see it. The light visits us for a little while. It’s cold in a way that would kill you if you let it. Firs rise up animal and resplendent among the whittled-down. So much organism grows back in the spring. Where does it keep itself, how does it trust itself to survive? In other lives, I wait tables in Arizona, I have leukemia,


[143] I’m cruel to my neighbors, I love a woman, I swim laps every day. In some life or other, I’m patient, I snow.


[144]

Vermont

A la sombra, la nieve es azul y rara como si nunca le hubieran dedicado una canción, y viene una tormenta, que enceniza la montaña; la vemos acercarse. La luz nos pasa a visitar un rato. Hace un frío que te podría matar si lo dejaras. Los abetos se yerguen animales y espléndidos entre los árboles desnudos. Hay tantos organismos que vuelven a brotar en primavera. ¿En dónde se refugian, cómo hacen para confiar en que van a sobrevivir? En otras vidas, soy mesera en Arizona, tengo leucemia,


[145] soy cruel con mis vecinos, amo a una mujer, nado largos todos los dĂ­as. En alguna otra vida, soy paciente, nievo.

(TraducciĂłn de Ezequiel Zaidenwerg)


[146]

Poem for Self as Single Mother

Or as self-medicator, or two-tongued songsinger, or undersecretary of pre-dawn walks, or any manner of other offices. They’re just conjectures. I still scrawl my appointments on the back of my hand, tend to keep them. I know a thing or two by now: mac and cheese, downward dog, how to braid my hair over my left shoulder, that we have the right to disappoint each other, the melody alone to the honorary anthem of a country where I’ll never live again. Any child of mine will have to wait for me, as I for her.


[147] Some days I can sense the pulse of her pooling in me, taste my spoonful of wine. Feel my body stumble, change.


[148]

Poema para mí como madre soltera

O como alguien que se automedica, o como cantora de canciones a dos lenguas, o subsecretaria de caminatas antes del amanecer, o de cualquier otro organismo público. Son sólo conjeturas. Sigo agendándome en la mano todos mis compromisos, tiendo siempre a cumplir. Conozco un par de cosas a esta altura: los fideos con queso, el perro boca abajo, cómo hacerme una trenza por encima del hombro izquierdo, que tenemos derecho a desilusionarnos les unes a les otres, sólo la melodía del himno honorífico de un país en donde jamás voy a volver a vivir. La hija que tenga me tendrá que esperar, como yo a ella. Algunos días siento su latido mientras va acumulándose


[149] en mí, pruebo mi cucharada de vino. Siento cómo mi cuerpo se tambalea, cambia.

(Traducción de Ezequiel Zaidenwerg)



[151]

Manuel ESPINOSA APOLO (Ecuador). Escritor, investigador, catedrático, miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia y divulgador de temas relacionados con el mundo andino: identidades, mestizaje, mitologías e historización de las culturas populares. Con estudios de sociología y de la Cultura e Historia Andina. Autor de obras que han tenido una favorable acogida por la crítica y han contado con el beneplácito del público como: Los mestizos ecuatorianos y las señas de identidad cultural (cuatro ediciones y varias reimpresiones) o El Cholerío y la gente decente. Estrategias de mestizaje y blanqueamiento en Quito, que obtuvo el Premio de Historia José Mejía Lequerica (2013). Se desempeña como director y productor del programa radial Las Huellas de la Memoria. Es observador y fotógrafo de aves.



[153]

Entre la mujer de manta y la bella distante. Los amores de César Dávila Andrade en su segunda estadía en Quito Para Grace En la ciudad de la bienaventuranza. Fue en su segundo intento, allá por 1944 que, aquel hombre menudo de aspecto frágil y peinado tango —el pelo hacia atrás sin raya— pudo establecerse en Quito en cumplimiento de su autoexilio. Aquel cuencano con sus 25 años ajetreados, ojos negros profundos y grandes, nariz casi aguileña y la boca finísima, como el mismo diría, tal una cuchillada, procedía esta vez de Guayaquil. En Chimbacalle descendió del tren con muy pocas pertenencias de importancia excepto su peinilla, uno de sus bienes más preciados, y sus gruesos y grandes lentes de miope destinados a perderlos siempre. Aunque corto de vista, siempre iba peinado, incluso cuando salía tambaleándose de las cantinas y casi siempre cuando se dirigía a su humilde trabajo de corrector de pruebas en la Casa de la Cultura. En Guayaquil tomó el tren harto de fungir de mayordomo o huasicama —como se dice en los Andes ecuatorianos— en la casa de un magnate aficionado a la literatura y que llegó a ser presidente de la república. En aquella mansión César hacía de todo, desde barman hasta pasear el caniche de la señora. No obstante, el trabajo de mayordomo resultó casi un privilegio en comparación con el que le tocó desempeñar como paje de un importador de vinos. Aquel extranjero que de forma clandestina y antes de volver a embotellar el apreciado elixir para venderlo, daba baños con el líquido añejo a ciertas


[154] personas adineradas con la promesa ilusa de aliviar su tuberculosis terminal. Era la segunda vez que arribaba a Quito, unos años antes lo había hecho, huyendo del dolor y la vergüenza que le había ocasionado un altercado que llegó a las manos con su propio progenitor, en defensa de su madre que había sido ultrajada de forma permanente. La relación con su padre se había deteriorado a raíz que en 1942 se afilió al Partido Socialista Ecuatoriano, y colocó para provocarlo, en el lugar de uno de los santos de su devoción, el carnet de afiliación a dicho partido. En esa ocasión lo alojó su paisano Alfonso Cuesta y Cuesta en su cuarto de escritor pobre ubicado en una vieja casa por el sector de la Plaza del Teatro. Ahí, y en las noches, César se acomodaba en una estrecha banca de madera para dormir haciendo verdaderas proezas de equilibrista, razón por la cual Alfonso Cuesta y Cuesta le colocó el mote de “faquir”, sobrenombre que le acompañaría toda su vida. Entonces tomó contacto con la llamada “generación de la crisis”, sin embargo no logró identificarse de forma satisfactoria con ninguno de ellos ni con sus obras. Pero sobre todo, vivió la hostilidad de una ciudad en la que el racismo se había reactivado a raíz del indetenible y cada vez más creciente arribo de los migrantes interioranos. Decepcionado prefirió volver a la soledad de su ciudad natal. Una vez en Cuenca contó a los allegados que los quiteños parecen indiferentes al dolor ajeno, se admiran que el provinciano sepa hablar y sienten un profundo menosprecio por quien no había nacido en Quito. A pesar de tal decepcionante encuentro, decidió regresar otra vez a la ciudad andina, porque a pesar de la hostilidad que mostraba con los forasteros, estos la imaginaron como sede de la bienaventuranza, una suerte de refugio de todos los desheredados y soñadores de provincia. En suma, el sueño dorado de los poetas provincianos, cuando ellos mismos sabían que no era más que una especie de Moby Dick que engullía las


[155] ilusiones artísticas de intrépidos navegantes que se habían propuesto realizar una trayectoria literaria o, tan solo, un siniestro Leviatán que devoraba toda clase de sueños. César lo sabría más que nadie, después de experimentar lo que es ser despojado de sus más caros sueños de amor. No obstante, esas mismas adversidades encenderían la luz de su genio, hasta convertirlo en el único poeta iluminado de un pequeño y semidesconocido país. Quizá la ayuda del mismo Benjamín Carrión o de un allegado a este, le permitió ingresar en la recién fundada Casa de la Cultura. En aquel reducto de bienintencionados escritores, César Dávila Andrade encontró un modesto lugar. A esa institución ingresó como corrector de pruebas, una ocupación que si bien representaba una actividad humilde y proletaria, puesto que obligaba al corrector a trabajar codo a codo con el prensista, entre la grasa y las tintas del taller de impresión y a prestar ayuda en el embalaje de libros, era más compatible con la vocación de escritor. No había comparación con las labores que le tocó desempeñar en el pasado, desde cuidador de servicios higiénicos en su ciudad natal o servidor de señorones en Guayaquil. En esa función permanecerá de forma insobornable hasta que sería sacado casi a empellones por su flamante y provecta esposa con quien se trasladó a un nuevo lugar de bienaventuranza, pero esta vez, situado en otro país de nombre inaudito. Entre dos arquetipos femeninos. En su segunda estadía en Quito, la vida amorosa del poeta reveló una peculiar obsesión que lo acompañaría siempre y que definiría gran parte de su personalidad: su fascinación por dos arquetipos femeninos opuestos y decisivos, entre los que oscilaría sin descanso su vida: la hetaira y la doncella y sus correspondientes parangones: la bruja y el ángel; la vieja y la niña; representaciones quizá de dos nociones profundas del inconsciente y de su dimensión incestuosa: la madre y la


[156] hermana. Arquetipos que el poeta entendió y vivió, antes que realidades excluyentes o incompatibles, como acontecimientos mutuamente complementarios, necesarios para acceder a una vivencia plena y total del afecto. De ahí la imposibilidad de optar o prescindir por uno u otro. Marcado por este rasgo, su sensibilidad e imaginación encontrarían sin mayor dificultad y en su entorno más próximo, a mujeres que encarnarían dichos arquetipos. Ambas mujeres definitivas reinarían en espacios o escenarios antípodas pero complementarios y, por lo mismo, vitales para el poeta: la morada y el lugar de trabajo, sitios que fueron para César más que espacios donde desenvolvió su vida, una especie de úteros protectores. La señora que le doblaba en edad y de conducta dudosa, la misma que regía en el conventillo promiscuo donde dormía y que fue su primera amada en su segunda estadía en Quito, quedó asimilada con la figura materna. La señorita del lugar de su trabajo que para la mayoría de los estudiosos de su obra significó “su verdadero amor”, quedó en el imaginario del poeta asociada a los arquetipos del ángel y la doncella, que a su vez estuvieron relacionados con la figura inconsciente de la hermana. Ambas mujeres se convirtieron para el poeta, en entes protectores y fuentes de provisión. La primera le otorgó protección carnal y provisión material. La segunda, en cambio, compañía espiritual y apoyo intelectual. El poeta convirtió a las dos en seres acogedores. La última sería su ángel, una especie de hermana imaginaria pero, ante todo, la amada inalcanzable. Representación de la belleza o, lo que es lo mismo, lo que nunca se tiene o se posee. La primera en cambio pasó a ser una especie de madre putativa, la mujer que se posee y, que después de la separación, se asume y se siente como auténtica pérdida. Sin embargo, las dos constituirían amores prohibidos. El uno vergonzante y el segundo,


[157] asumido, expresado, reconocido en algunos poemas. La mujer de conducta dudosa, será confinada al olvido, la amada platónica en cambio, erigida en uno de sus mayores referentes memorables. Después de ellas, otras mujeres y en otro lugar, pasarán a encarnar los dos arquetipos entrañables en las que quedaría atrapada el alma amorosa del poeta. Una de ellas, su esposa, la señora que también le llevaba muchos años, madre de uno de sus amigos de bohemia y por la cual diría que nació casado. Una segunda, la amante, la joven pintora de Mérida, quien estuvo a punto de hacerlo padre y con quien iba a huir, sino fuera porque la culpa el miedo a vivir la felicidad en la mundanidad lo hizo retroceder. La mujer de manta. Una casucha de media agua cerca de la Plaza Marín y el Mercado Central, acogió al poeta en su segunda estadía en Quito. Allí junto con otros inquilinos marginales, en una especie de zaguán, quedaba su humilde habitación, un sórdido rincón diría Jorge Dávila, al que César aludiría en su poema “Actos de desesperación”: Cuando llovía durante semanas y aquel zaguán Rugían blasfemias de torrente y caballo, Torcíanse las estrellas. Su cuarto era una especie de sótano, con un ventanuco de vidrio grueso que daba a la calle. Una habitación larga, pintada el zócalo de azul y las paredes de color crema. Allí se veía un camastro de conscripto y cobijas de soldado. A un lado una mesa con unos cuatro libros y, en la pared, colgando de diversos clavos: una corbata y una camisa. En el piso una maleta vieja y algunos papeles desparramados.


[158] Su habitación quedaba adyacente al de las propietarias: dos hermanas algo regordetas y trigueñas que cuando salían a la calle iban siempre cubiertas de mantas negras sostenidas por el moño de sus pardas cabelleras. Ese manto era el mismo que acostumbraban a utilizar en las madrugadas beatas y vergonzantes cuando se encaminaban a la iglesia, pero también las alcahuetas y rameras del Quito disoluto de puertas adentro. Por eso aquella prenda bien servía para disimular las identidades y los comportamientos prohibidos y marginales. A esas cómplices de la vida, César se refería como “las chicas de manta”, regodeándose con la ambigüedad del término, porque bien podía interpretarse también que eran costeñas, de la ciudad portuaria de Manabí. Fueron las que le proporcionaron comida y cobijo al poeta, en especial, la que le doblaba en edad y la más baja de las dos. Fue ella con la que César se encariñó, aunque le gustaba también la hermana menor, más simpática pero menos dispuesta. La mujer mayor de manta se mostró siempre por demás bondadosa con el poeta, proporcionándole afecto maternal y de amante, pues se ocupaba de su ropa tanto como de sus secretos deseos. Le daba de beber y le curaba los chuchaquis, sin que sea impedimento alguno, ser esposa de un exsargento que para entonces fungía de dueño de una ferretería. Es más, su amorío con César contaba con la venia del marido, quien además le había proporcionado la cama de conscripto que se destacaba en la que fuera su habitación. La leyenda menciona que tanto la mayor como la menor de las hermanas, más el marido y el poeta tomaban en la cama, acostados los cuatro y los amigos alrededor. Esa habitación era grande según recordaría Olmedo, el hermano de César quien lo visitó algunas veces en Quito. En ese aposento destacaban algunos sofás, cobijas peruanas de aquellas que llamaban catalinas, una victrola y un bar. Cuando esas juergas


[159] sucedían, daban la vuelta al cuadro del Corazón de Jesús expuesto sobre la cabecera de la cama, para beber, bailar y acariciarse en el ejercicio de la intensidad y la libertad que inspiró y desató el espíritu del poeta. No obstante, muy en la mañana, después de sus encuentros gozosos y prohibidos, las chicas de manta, se enjuagaban la boca para quitarse el olor del aguardiente y recibir las hostias en misa. Todo marchó bien, hasta que el hermano de las mujeres de manta, un fornido zapatero, agredió al poeta y continuó hostigándolo, acusándolo de ser amante de sus hermanas, por lo que César tuvo que dejar el zaguán en busca de otro lugar de acogida y cobijo. Entonces se alejó de la mujer que para él fue tan próxima, echando siempre de menos aquella cercanía envolvente, que sentiría a posteriori y, por un tiempo, como lo más dolorosamente perdido, es decir, lo más amado. Su inclinación por una mujer mayor y marginal, a la par con su irreconciliable conflicto paterno y la devoción por su madre, puso en evidencia su innegable proyección edípica. Mientras el poeta le entregaba gran parte de su sueldo, la mujer de manta le dio afecto y refugio y nada de escandaloso hubo en ello, porque no hay nadie a quien el amor no le suponga un egreso monetario. Desde entonces no desistiría en la búsqueda de lo que tanto echaba en falta: una mujer fuerte y maternal, hasta que al final encontró a la que sería su esposa, una mujer que le superaba en edad con más de 15 años, dispuesta a ordenar lo que entendió cómo vida desarreglada del poeta, pero echando mano de una férrea disciplina. Aquella mujer se convertiría en un ser rígido y autoritario, aproximándola más a la figura paterna que a la madre que anhelaba. Cuando se dio cuenta de su extravío, se sintió más solo y triste que nunca frente al abismo y tomó fuerzas para saltar sobre el vacío.


[160] La bella distante. Al mismo tiempo que se solazaba con “las chicas de manta” en las orillas de la ciudad, en el centro de la misma, en el lugar de trabajo, encontró de súbito a su amor inalcanzable, el imposible que necesitaba para afincarse de forma definitiva en la belleza como experiencia vital y, por lo mismo, acceder a la plenitud sentimental a la que era proclive de nacimiento. Fue sin duda una de las mujeres más hermosas que pasarían por la recién fundada Casa de la Cultura, procedente de Ambato y dejando a sus espaldas a un esposo añoso con el cual tuvo irreconciliables desavenencias. Bella y cordial, la flamante bibliotecaria causaría gran impacto entre los escritores, escultores y pintores que la trataron. Estos últimos, la esculpieron o retrataron en varias ocasiones. Aquella mañana de 1944 en que se conocieron, apenas César Dávila había arribado por segunda vez a Quito, la emoción del encuentro lo hizo temblar como un pájaro en plena lluvia, lo que enterneció en demasía a la bella. Ese mismo día el poeta empezó a trabajar como corrector de pruebas en el primer y vetusto edificio que dio albergue al sueño de Benjamín Carrión. Para César encontrarse con la bibliotecaria y amarla fue un mismo acontecimiento, mientras a ella le fue poseyendo una irrenunciable admiración al poeta y su talento, que nunca devino en atracción física. A pesar o quizá gracias a ello, la amistad fue posible, y se fue intensificando y agotándose por los cinco años que duró la segunda estadía de César Dávila Andrade en Quito. Poco a poco el poeta inicio su acercamiento pero tan solo para percatarse que la bella era inalcanzable. Pegadizo y enamoradizo como era, para estar próximo a ella, le pidió autorización para realizar su trabajo en la biblioteca a lo que la bella accedió sin ningún inconveniente. Ya en el segundo edificio que dio albergue a la Casa de la Cultura, de vez en vez, ambos subían a la primorosa azotea


[161] de dicho edificio para contemplar las luminosas mañanas de Quito, momento en el cual César aprovechaba para leerle alguno de sus poemas o pedir a la bibliotecaria que leyese resplandecientes textos de Gangotena, Saint John Perse o César Vallejo, y así degustar de la voz de la bella. En ese mismo edificio, su máximo representante permitió al poeta residir en un cuarto que quedaba en la parte posterior del mismo, pasando un piso de tablas movedizo y crujiente. Una tarde en esa misma casona sucedió lo predecible, César decidió declararse a la bibliotecaria, pero está lo rechazó con amabilidad, eso sí, dejando las cosas en claro: ella no podría entregarle nada que fuera una sincera amistad. A pesar que no tomó aquel ofrecimiento como consuelo, aquél amor lo entristeció para siempre y encumbró su gusto poético, siendo capaz de hacer brillar esa melancolía de amor en los versos del texto llamado “Canción a la bella distante”. Allí se destacan líneas como estas: “Eras tú y tenías delgadas de esperanza/ las manos que me huyeron… Estoy tan impregnado de tu voz siempre viva!… Oh quién te viera abriendo esos libros que amabas… Recuerdo aquella tarde cuando quise besarte… Pienso en aquella tarde y me encuentra más solo!… Pienso en aquella tarde y no sé por qué lloro”.

Más temprano que tarde, la bella tomó conciencia de lo importante que era para el poeta, y como compensación a la inspiración que había desatado en éste, lo prohijó, convirtiéndose de alguna manera en lo que anhelaba César Dávila Andrade, una especie de amiga-madre (algunos de sus allegados recuerdan que usaba a menudo la expresión “hijito” en el trato con César). Con esa dadivosa maniobra, la bibliotecaria impuso su distanciamiento a la par que decidió no desampararlo, construyendo un vínculo que fue al mismo tiempo ilusorio y cierto,


[162] el mismo que definió la extraña relación que los unió desde entonces. César por su parte, se dispuso a ganar la atención de la bella, despertando su sentimiento maternal, al hacer visible su condición de hombre sólo y desamparado, con lo cual logró que ella se preocupara por su aspecto descuidado y su vida desordenada. En virtud de este extraño vínculo, los dos se acercaron y se distanciaron a la vez. Amigos y parientes dan fehacientes testimonios de como la bella distante ayudaba al poeta a ordenar los gastos de su escuálido salario, preocupada de que no lo malgastase en la bohemia y las juergas. Por eso le ayudaba a comprar algo de ropa, en particular esos trajes que terminaron en casas de empeño, dejados en prenda a cambio de alguna botella de licor. También solía cubrirlo en el trabajo cuando se ausentaba sin justificación alguna o desaparecía y reaparecía tembloroso, trémulo, desaliñado y culpable con sus resacas a cuestas. Otras veces lo exhortaba con ternura a que dejara el alcohol, pero ante todo, lo impulsó con decisión a que siguiera escribiendo. Fue ella quien recogió y guardó los textos del poeta con el propósito de poner fin de una vez por todas al abandono o extravío permanente de sus textos, escritos en papeles inverosímiles: envueltos de cigarrillos, servilletas y demás papelejos ocasionales. Ella los recogía de los rincones en que habían sido olvidados, a veces los estiraba o los sacaba en limpio o solo los guardaba bajo llave. Gracias a este tenaz empeño de acopio y archivo, pudo reunir los textos que dieron lugar a uno de los más grandes libros de la poesía Hispanoamericana, aparecido en 1946: Espacio me has vencido, en donde consta el poema que le dedicara a su amiga y protectora. Asimismo, Cesar, pronto se dio cuenta de la situación en que había colocado a la bella distante cuando le declaró su amor. Solidario y generoso como siempre fue y ejerciendo una vez más el desprendimiento que le caracterizaría, el mismo le facilito a la bella la posibilidad de salir de tan incómoda


[163] situación en que estaba. Para permanecer a su lado sin incomodarla, le presentó al mejor y más apuesto de sus amigos de la infancia, previniendo su atracción mutua. Todo resultó como esperaba, su amigo, destacado conservador e hijo de buena familia de provincia, terminaría contrayendo nupcias con la bibliotecaria. En fin, la bella distante y la próxima mujer de manta, fueron para el poeta seres antípodas pero complementarios, anverso y reverso de una misma carta o moneda. No hay duda que en los intensos años de 1944 a 1949, ambas alimentaron con su pasión, complicidad, compañerismo, ternura y cobijo, el fuego que iluminaría por siempre al poeta y su poesía.



[165]

José Eugenio SÁNC H E Z (Guadalajara-México, 1965). Poeta y performer. Obtuvo el X Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe (España, 1998), la beca del Sistema Jóvenes Creadores del fonca. Fue invitado por U.S. State Department International Affairs al International Writting Program (2006) de la Universidad de Iowa (ee. uu.), donde obtuvo el grant de Honorary Fellow Writer (2006), así como programador del Festival de Poesía en Voz Alta de Casa del Lago (2014). En la actualidad, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del fonca, coordina el taller de creación poética de retinitis pigmentosa Monterrey y forma parte de la banda de poesía y rock Un País Cayendo a Pedazos. Ha publicado en poesía Here´s sun is for real, Jack boner & the rebellion, Suite prelude: a/h1n1, Galaxy limited café, Escenas sagradas del oriente, La felicidad es una pistola caliente y Physical graffiti.



[167]

Y EN EL MAR LOS PECES SE ENREDEN CON CUBREBOCAS

ascendí en la montaña 5 kilómetros de una brecha [demandante en 53 minutos alcancé una velocidad de 5.6 kms/hr (muy aceptable aún para unas superficies planas) eso significa que si un oso me ve a una distancia de 100 metros y yo corro huyendo me alcanzará en 7 segundos y podrá devorarme en los siguientes 11 pero si no sucede eso y solo me dan ganas de mear y orino sin parar la marcha la meada alcanzará a caer a una velocidad de 2.9 mts/s dibujando en el viento a través de la luz del sol una curva [prismática pero si coincide que me dan ganas de mear y lo hago sin [parar y también el oso me sorprende y me persigue significa que podré mearlo durante dos segundos antes de [que me atrape y ocho mientras me devora (del libro: la física de walden)


[168]

cuando los pobres se mueran y ya y los ricos hereden y ya o sea: cuando todo vuelva a la normalidad y en el mar los peces se enreden en cubrebocas y frascos de antivirales y empaques de sopas instantáneas que se cocinan en los borbotones de petróleo o sea: cuando todo vuelva a la normalidad y el cielo esté enrojecido de gases y partículas y las aves se precipiten sobre animales en extinción que se pudren sobre otros animales en extinción como fiambres y jamones de un sándwich o sea: cuando todo vuelva a la normalidad y los pederastas reinicien sus actos rituales los asesinos limpien sus armas con la saliva de sus víctimas y consigan orgasmos con cadáveres y billetes o sea: cuando todo vuelva a la normalidad y andemos buscando amor drogas empleo deudas o cualquier cosa que te haga sentir vital o motivado para acabar con la existencia los enemigos del poder seguirán furiosos porque no lo tienen y los amantes del poder lo amarán tanto imaginando que es un descubrimiento científico ignorando que las moscas que nos zumban alrededor nos huelen como una mierda apetitosa o sea: cuando todo vuelva a la normalidad (del libro: el manto de rocío sobre las flores está asistido por un respirador mecánico)


[169]

me encanta cuando la caga estados unidos y hace una guerra contra los árabes o invade panamá o se mete donde sea sin que le llamen y el mundo se indigna me encanta cuando un francotirador aparece en el centro [comercial y mata un montón de gente o cuando la becaria se la mama al presidente u otro presidente se mete en otro lío irangate watergate [pizzagate y todo mundo se indigna ahora que la policía mata a un negro tronándole la tráquea [con la rodilla nos enfurece y nos da la oportunidad de gritar rabiosos pinche policía [culera y nos gusta que sea lo más lejos posible de casa para que nos duela más por eso me encanta que la cague estados unidos porque podemos expresar un sentimiento aquí no le podemos decir nada a la policía alguien nos pone el dedo nos apañan nos desaparecen nos meten en ácido nos desintegran [y le llaman a la familia para pedir dinero por tu rescate y te regresan en pedacitos mandan un dedo luego la uña y piden más dinero y más y más [hasta que un día ya no hablan dejando la línea en espera con una zozobra interminable y aunque denuncies nadie se altera tampoco nadie se enoja porque matan estudiantes o mujeres o personas en casinos o venden niños y no hay furia


[170] nadie hace memes tiene que suceder en estados unidos por eso me encanta que la caguen y que sea lo más lejos posible para que nos duela más hoy fue en minneapolis y lloramos mañana será en foxboro y será terrible y luego será en ancorache y amaneceremos inundados en [lágrimas (del libro: fuck the police there and here police fucks you)


[171]

Ernesto ROMÁN OROZCO (Zulia-Venezuela, 1962). Estudió artes en la Escuela de Artes Plásticas Valentín Hernández Useche (Venezuela); luego en los talleres del Centro Integral de Artes Gráfica en la Universidad Los Andes. Ha ganado el Premio Nacional de Literatura (Poesía, 2001), el Premio Nacional de Poesía Héctor Roviro Ruiz (2007), el Premio Nacional de Literatura (Poesía, 2007) y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca (2017). La Universidad de Salamanca (España) realizó, en el año 2007, un amplio ensayo sobre su obra poética, por la doctora y escritora andaluza, Francisca Noguerol Jiménez. En la actualidad, se desempeña como Coordinador general del Ateneo del Táchira y profesor de Lengua, Cultura y Comunicación de un instituto de educación secundaria. Ha publicado en poesía Los zapatos descalzos (1995), Las piedras inconclusas (2001), La costumbre de ser sombra (2003), Los hemisferios distantes del silencio (2005), Las casas líquidas (2006), Artesa del tiempo Selección poética 2000-2008 (2008), Gestos deshabitados (2012), Edades manuscritas (2012 y 2015), La paz de los oficios (2018) y Península de niebla (2019).



[173]

SA BE R DEL T I E M P O

Mudez del árbol

Se esculpe la mudez del árbol; el vuelo cúbico del viento, cuando la ropa se abraza para no recibirme.


[174]

Texto y paradoja

Por fin, a la idea, se le estรก ocurriendo un hombre.


[175]

El blues de la estrella y el piano

a Rodrigo Arboleda Hoyos

El arcano de Georgia on my mind, de Ray Charles, es el mismo de la estrella y el piano; todas viven igual blues y se perfuman con las sĂ­labas telĂşricas de un buen muchacho que infructuosamente se limpia la soledad sacudiendo sus manos, contemplando cigarras. Y abdica a la corona luminosa de un halcĂłn.


[176]

Cena verde

Flor de albahaca. Memorial de gotas de un ramalazo de pesto. Se quiebra, entonces, el plato vacĂ­o de la luna.


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Saber del tiempo

Incรณmoda la gnosis, su clara flor de cripta. Pero es rรกfaga esta espera a que tu luz brote de un clavo.



Ă?ndice



Presentación .............................................................................................. 5 El vuelo secreto del Fakir ...................................................................... 7 César Dávila Andrade ......................................................................... 15 El ebrio y Espacio me has vencido ................................................... 17 El ebrio ................................................................................................. 17 Espacio me has vencido… ............................................................ 19

Homenaje a César Dávila Andrade ................................................ 21

Ana Lafferranderie ............................................................................... 23 Confinamiento ....................................................................................... 25 La casa me contiene… .................................................................... 25 Salgo al balcón… .............................................................................. 25 Esta captura… ................................................................................... 26 Agua caliente… ................................................................................ 26 Voy a mi ritmo… .............................................................................. 26 Flor blanca… ...................................................................................... 26 Mi ánimo… ........................................................................................ 27 Veo tu cara… ..................................................................................... 27 Separada por ley… .......................................................................... 28 Nuestra esperanza… ...................................................................... 28


Leonardo Valencia ................................................................................ 29 Fragmentos del Gran Encierro .......................................................... 31

Juan Romero Vinueza .......................................................................... 51 Inéditos escritos en confinamiento ................................................. 53 Patio de atrás ..................................................................................... 53 Evolución del correo postal ......................................................... 55 El rey de los humanos sin rostro ............................................... 56

Rocío Cerón ............................................................................................. 59 Divisible Corpóreo ................................................................................ 61 Divisible Corpóreo .......................................................................... 61 La observante toca .......................................................................... 63

Edwin Madrid ........................................................................................ 65 Morir es no estar nunca más con los amigos ............................... 67 Invierno ............................................................................................... 67 Morir es no estar nunca más con los amigos ......................... 69

Mario Pera ................................................................................................ 71 Poesía tierra en la tierra ....................................................................... 73 El taxidermista ................................................................................. 73 Se sueltan las amarras .................................................................... 76 Fragmento de Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor .............................................................................................78

Roxana Elvridge-Thomas ................................................................... 83 Mujer que goza al penetrar el humo .............................................. 85


Mujer que goza al penetrar el humo ......................................... 85 J. Beuys se interna en la hoguera del horizonte ................... 86 Ícaro ...................................................................................................... 87

José Antonio Pérez-Robleda .............................................................. 89 Segunda fosa común ............................................................................ 91 Este poema que estoy ..................................................................... 91 He olvidado cómo dormir sin ti ................................................ 93 Tengo un nombre ............................................................................ 94

Rafael Courtoisie ................................................................................... 97 La normalidad nunca fue normal ................................................... 99 La normalidad nunca fue normal ............................................. 99 Las estrategias del mal y las estrategias del bien ............... 102

Aleyda Quevedo Rojas ...................................................................... 105 4 poemas del acuarentenamiento .................................................. 107 1 ............................................................................................................ 107 2 ............................................................................................................ 109 3 ............................................................................................................ 110 4 ............................................................................................................ 111

José Luis Cendejas ............................................................................... 113 El caminar es un trazo ....................................................................... 115 I ............................................................................................................. 115 II ........................................................................................................... 116 III .......................................................................................................... 117 IV ......................................................................................................... 118 V ........................................................................................................... 119


José Gregorio Vásquez ....................................................................... 121 Lo que queda del día es ya ceniza ................................................. 123 Decir un día ..................................................................................... 123 Heredad ............................................................................................ 129 Los deshabitados ........................................................................... 132

Robin Myers .......................................................................................... 137 Algunos días siento su latido mientras va acumulándose ....... 139 NYC .................................................................................................... 139 Ciudad de Nueva York ................................................................ 141 Vermont ............................................................................................ 142 Vermont ............................................................................................ 144 Poem for Self as Single Mother ................................................. 146 Poema para mí como madre soltera ....................................... 148

Manuel Espinosa Apolo .................................................................... 151 Entre la mujer de manta y la bella distante. Los amores de César Dávila Andrade en su segunda estadía en Quito ............................................................... 153

José Eugenio Sánchez ......................................................................... 165 Y en el mar los peces se enreden con cubrebocas .................... 167 ascendí en la montaña… ............................................................. 167 cuando los pobres… ..................................................................... 168 me encanta… ................................................................................... 169

Ernesto Román Orozco ..................................................................... 171 Saber del tiempo .................................................................................. 173 Mudez del árbol ............................................................................. 173


Texto y paradoja ............................................................................. 174 El blues de la estrella y el piano ................................................ 175 Cena verde ........................................................................................ 176 Saber del tiempo ............................................................................ 177


El Fakir confinado reúne poemas y ensayos de dieciséis escritores, poetas y narradores de siete países, que fuertemente abrazados danzan en torno al fuego del gran escritor ecuatoriano César Dávila Andrade, conocido también como El Fakir. En tiempos de pandemia, desigualdades y crisis ambientales, este libro electrónico reafirma compromiso con la escritura, pasión y fe en la poesía como uno de los más sólidos refugios para seguir con el corazón ligero, trabajar y profundizar en el misterio del alma humana. Vallejo & Co. y su director, el poeta Mario Pera, han estado a cargo del diseño, cuya portada y contraportada han sido creadas por El Noticiero de Poesía de la mano del poeta y educador José Antonio PérezRobleda, la edición ha estado a cargo de Aleyda Quevedo Rojas y Edwin Madrid de Ediciones de la Línea Imaginaria y la portadilla corresponde al poeta y musicólogo cubano Sigfredo Ariel, quien dejó la Tierra a los 58 años de edad los últimos días de julio en La Habana, víctima de cáncer, luego de entregar bellísimos libros de poesía. Este ebook se elaboró en el 2020, año de la covid-19, que corrió por el planeta como pólvora llevando desesperación, impotencia y muerte sin importar credo, raza, economía o política. Año en que la maquinaria capitalista expulsó a miles, millones al desempleo, los sistemas de salud colapsaron y el mundo no dejó de traer y llevar noticias del contagio y muerte por el virus. Año en el que deberíamos echar una mirada a la naturaleza y la depredación que estamos haciendo sin pensar en nada. Año en que la poesía debe recuperarnos el espíritu humano y solidario que encarna desde tiempos inmemoriales.

Dibujo de Sigfredo Ariel, propiedad de Edwin Madrid

Este libro se terminó de hacer el día 07 de agosto del 2020, fecha en que celebramos el 88° aniversario del nacimiento de Abebe Bikila, primer atleta africano que ganó una medalla de oroen los Juegos Olímpicos de Roma y dos veces vencedor de la Maratón olímpica. Y en el año en que celebramos el centésimo aniversario del nacimiento del Poeta Paul Celan y de la publicación del poemario El cementerio marino, de Paul Valéry.


Otros títulos Howl (Trad. de Rodrigo Olavarría) Allen Ginsberg Bodegón. (Poemas recuperados 1973-1976) Enrique Verástegui Un tercer ojo para el tiempo de la tristeza Vanessa Martínez Rivero César Dávila. Distante presencia del olvido. Homenaje 100 años AA.VV. Fuera del alcance de la memoria. [Antología poética 1998-2018] Fabrício Marques

Próximos títulos Carlos Germán Belli. Homenaje AA. VV. Blanca Varela. Homenaje AA. VV.



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