LOS CAMINOS DE LA MUSICA - EUROPA Y ARGENTINA

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Por su parte Stravinsky todavía es en esos años una referencia incontestable. La obra más temprana de Ginastera, el ballet Panambí (1937), revela hasta qué punto sigue siendo un modelo irrenunciable el estilo marcado por La consagración de la primavera (1913), con un primitivismo que se afirma en armonías masivas, ásperamente percutidas, ritmos ostinati, de carácter motor, obsesivos, y una orquestación de sonoridades duras, que contrastan con las sutilezas de color y la atomización exquisita de la paleta orquestal de Debussy y Ravel. Influjo análogo dentro de la misma dirección lo marcan Sergei Prokofiev y Béla Bartók, cuyos rasgos de primitivismo esencial se refleja en los finales de las obras ginasterianas, donde la fuerza y el vigor rítmico del malambo les confiere al mismo tiempo una identidad nacional. Todavía el neoclasicismo de Stravinsky, que en la Argentina se había afirmado con José María Castro, se prolonga entre algunos de estos jóvenes músicos, aunque en esta dirección es más robusto el efecto provocado por la obra de Paul Hindemith. Una razón poderosa explica que este compositor alemán haya quedado tan fuertemente vinculado con la producción nacional, y es el hecho de haberse establecido en el país tres músicos llegados de Alemania y Austria, perseguidos por el régimen de Hitler. Son ellos los musicólogos Ernesto Epstein y Erwin Leuchter y el compositor Guillermo Graetzer, que arribó al país en 1939. Habiendo este último estudiado en Alemania, justamente con Hindemith, no extraña que su obra exhiba las líneas directrices del pensamiento de ese autor. La búsqueda de la música pura, de un arte regido por sus propias leyes de composición y no con carácter sentimental y autobiográfico, sumado a un penetrante influjo de la tradición germánica especialmente a través de un «retorno a Bach», son algunas de las constantes del estilo de Hindemith que transportan al país aquellos profesionales. Por otra parte, la adhesión del propio Hindemith a una expresión «artesanal», a creaciones de valor pedagógico, y aún a un concepto «curativo» del arte dentro del vivir cotidiano y las costumbres sociales y privadas, marca en gran medida la actividad promovida por aquellos músicos en la Argentina, donde los tres terminan sus vidas. Por varios caminos la música de Europa y, ahora también, la de Estados Unidos de la Segunda posguerra se hace sentir con todo vigor y termina por influir en la producción argentina. Es preciso recordar aquí que debieron pasar no menos de tres o cinco años antes de que Europa, en gran parte semienterrada bajo sus escombros, resurgiera para la música. Lo que ocurre a partir de ahí se traduce en una serie de corrientes, algunas de ellas inéditas, y otras que no son sino prolongación o metamorfosis de procedimientos e inquietudes manifestadas en el período de «entre guerras». Centro fundamental de esa vanguardia había sido la ciudad alemana de Darmstadt, donde desde 1945 el compositor Karl Hartmann había organizado una serie de conciertos bajo el nombre de Nueva Música. Dos años después, otro compositor, Wolfgang Fortner dirigió las temporadas de vacaciones de la música nueva, cursos de verano que tuvieron como invitados en 1948 a René Leibowitz, un polaco radicado en París, autor de libros fundamentales para la difusión de la escuela de Schönberg, y en 1949 al francés Olivier Messiaen. - 130 -


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