Una vida mejor de Ulrich Peltzer

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Traducciรณn de Ariel Magnus


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Pausa de respiro, ¿qué se te cruza en este momento por la cabeza? En todas partes hay Estados, ¿para qué? ¿Ha sido jamás, o es, un Estado algo distinto a eso que Engels llama en algún ensayo el “capitalista colectivo ideal”, lo que trasladado a otras formas de sociedad sería el antiguo republicano colectivo ideal (ciudadano pleno, masculino) o el esclavista colectivo ideal (white people only)? El Estado como instancia administrativa de excedentes, los medios resultantes a ser utilizados para bienes de lujo, instalaciones de templos, el ejército. ¿O es que el Estado está de pronto ahí, y nadie sabe cómo? Entre las técnicas para evitar al Estado, al dominio en general, ocupaba un lugar eminente en sociedades primitivas la de evitar las deudas duraderas, o sea las que hay que pagar, ocultando el intercambio de bienes bajo el disfraz de una entrega de obsequios, que en algún momento debía ser correspondida; o se declara que algo es un objeto extraviado que uno ha hallado y por el que muestra su gratitud con una “pérdida” provisoria —ante los espíritus de la naturaleza, en fin—, y después alguien “encuentra” estos objetos/obsequios “perdidos”, y el círculo de agradecimiento y sacrificio empieza de nuevo. Los caciques como la voz externa. De quienes vuelven a deshacerse cuando su poder amenaza con poner en peligro al ser colectivo.

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Todo está lleno de vida, sin jerarquías entre plantas y animales y fenómenos climáticos. Menos del 30% de la vida cotidiana para la satisfacción de las necesidades inmediatas (conseguir comida en forma de caza o de agricultura primitiva, construcción de alojamientos), el resto está dedicado a la sociabilidad, el juego, la celebración, el ocio, el sueño. Un caso: uno iba con la bicicleta, relativamente temprano a la mañana, la calle todavía mojada por el agua del camión de limpieza, una franja oscura y reluciente al costado de los autos estacionados; sobre la cual las ruedas de la bicicleta de pronto se patinaron, se escuchó un sonoro golpe y el guardabarros de un auto quedó fuertemente abollado por la bicicleta. Levantarse como se pueda y huir enseguida, luego evitar durante meses ese tramo de calle: podría haber habido testigos que reconocieran al chico que había causado el daño. ¿Te acordás? Otro caso: el estuche de la guitarra de I cae como consecuencia de una trifulca con B, el hermano menor de I, se escucha un crac y más tarde se revela que se partió el cuello de la guitarra que estaba dentro del estuche de lona. B parece no haberse enterado, por lo que tampoco puede denunciar a nadie, y en consecuencia no se investiga al responsable. El costo de la reparación se elevó a 25 marcos, bastante exorbitante por aquella época. La ilusión o mejor dicho interpretación errónea de que las guerras entre salvajes son la consecuencia de algo: herencia/ agresividad biológicas, luchas territoriales, canjes frustrados. En su lugar, habría que pensar estas guerras en su positividad (v. Pierre Clastres, Arqueología de la violencia), como mecanismos (entre otros) para evitar la formación de Estados, es decir, establecer lo político más allá de lo social. La obviedad absoluta en sociedades ágrafas de que todos los hombres son iguales dentro del ámbito propio, mientras que los de afuera,

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la tribu foránea, son amigos o enemigos. A los que llegado el caso se combate, incluso se aniquila, pero que nunca se quiere convertir o incorporar. Libre de cualquier proyección, de la fe errónea de que el combatido sirve para otra cosa que no sea la estabilización del equilibrio grupal interno de la igualdad radical. Para nosotros un razonamiento raro, pero ineludible dentro de la lógica interna de una sociedad planteada en contra del Estado. La pistola de aire comprimido de Siggi. Con la que afinaban la puntería desde el tragaluz contra los pájaros del jardín y las palomas en las canaletas. Plop. Un tiro en su pulpejo: no te animás, decilo de nuevo. Por la noche, el diablo había vuelto a salir por sí solo de la herida, contó él al otro día en la escuela. La idea del paraíso, ¿alguna vez pudiste hacer algo con eso? En abstracto sí (recompensa), en concreto jamás (país de Jauja). La idea del paraíso, que es el núcleo de todas las utopías. Religiones sin paraíso... ¿el budismo? Ni la menor idea. Entonces informate, por favor. La confederación anarcosindical CNT, el mayor gremio de la España republicana, tenía en 1936 más de dos millones de afiliados, pero solo tres funcionarios con sueldo (o diez, quantité négligeable). Su centro estaba en Cataluña, Barcelona, su bandera de guerra estaba dividida diagonalmente en una triángulo rojo y uno negro. Tal vez el negro representaba la valentía a muerte de sus luchadores, que se lanzaron en el frente contra los golpistas que los superaban ampliamente en términos materiales. Entre ellos no había oficiales ni insignias de rango, solo apoderados elegidos por los milicianos con un cierto poder de mando, todos recibían la misma paga, la misma comida, a falta de uniformes (o por aversión a los uniformes) muchos llevaban mamelucos azules. Junto con las operaciones militares y la defensa de Cataluña tuvo lugar

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una revolución social, los campesinos y jornaleros pasaron a administrar ellos mismos los latifundios, en muchos lugares se quemó dinero. Así de pronunciada como era la hostilidad de los anarquistas contra cualquier forma de dominio, hasta ese punto odiaban también al Estado, no lo querían conquistar o reformarlo a su favor sino abolirlo de una vez y para siempre, en tanto el instrumento de opresión que a sus ojos había sido desde el inicio y lo sería por siempre. La pregunta de si no se necesitaba por principio (en el siglo XX) un cierto grado de organización administrativa, sobre todo en tiempos de una sangrienta guerra civil, no se les planteaba a ellos, o mejor dicho les era ajena, cosa que los hizo entrar en conflicto con sus aliados comunistas, que veneraban un ideal de Estado, un fetiche de Partido, para el cual el control estaba por encima de todas las cosas, controlar todo lo que fuera controlable, cualquier movimiento vital. Siempre con el argumento de que de otro modo no se podía ganar la batalla, sin jerarquías, comisiones, rangos, oficinas, actas. Y qué, y qué, y qué, casi que se le iba la voz, había que observar los datos, los duros datos irrefutables para por fin liberarse de ese eterno romanticismo de estudiante de bachillerato. No podía seguir escuchando esa cháchara de la FAI y del POUM y de Durruti y lo que fuera, la CNT, con sus actos heroicos en el campo de batalla, con arcabuces contra tanques o cuentos por el estilo, que a todas luces eran tan longevos como la necesidad de los jóvenes soñadores de un mundo en donde todo fuera como en el cine, ja, toma esta, bribón, en vez de mirar las realidades a los ojos, números, técnica, suministros, cantidad de efectivos... ¿qué? Que Moscú se haya birlado el oro de la República, eso podía discutirse, por favor, sí, pero ahora lo que estaba en discusión esta era la historia en Barcelona, que debía servirles, a ellos, sí, a ustedes, para proporcionarles una conciencia tan pura, oh, que por otra parte no se trata más que de una leyenda, puesta en el mundo tanto

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por delirantes de extrema izquierda como por historiadores burgueses, por ni hablar de los así llamados novelistas, que no pueden conformarse con el hecho, admitidamente crudo, de que en la guerra las convicciones son algo muy lindo, pero no ganan batallas, por lo que la eliminación de los trotskistas, la reconquista de la oficina de telégrafos acaparada por ellos, debía ser interpretada como un acto de autodefensa del gobierno legítimamente republicano y no como, como... ¿qué dijiste? ¿Maniobra diabólica? Lucifer en persona, enterrando en su tumba cualquier esperanza de una revolución amplia durante esa semana de mayo... decime, en serio, no, en serio de verdad, ¿estás bajo el influjo de drogas alteradoras de la conciencia…? Quedate sentado, ey, ¿qué querés? Darme una trompada... ah (luchan, vasos resuenan en la mesa), el diablo, uuaahh, si alguien lo fue, entonces el fino, aauuuch, el fino señor presidente de gobierno Nin... alta traición... Y, como dice el dicho, por muy chico que sea el negocio, trae más plata que el trabajo. El rol de los guerreros (p. ej. de las así llamadas Crazy-DogSocietys en algunas tribus de Norteamérica), que consiste en aumentar constantemente el propio prestigio por medio de acciones comando cada vez más audaces, hasta que por fuerza se termina estirando la pata en un emprendimiento final. Clastres escribe: “La sociedad primitiva es en esencia una sociedad-para-la-guerra; al mismo tiempo, y por las mismas razones, es una sociedad contra los guerreros”. Cómo funcionan las cosas es algo que en algún momento se nos vuelve claro en la práctica. Cigarrillos, droga, revistas pornográficas de Dinamarca. La demanda determina el precio, la mercadería debe permanecer en una calculada escasez. Lo ideal para el vendedor son de parte de la clientela los problemas de adicción y el afán de reconocimiento, los necesitados rascan hasta el último centavo para tomar posesión de una sustancia o un objeto sin el cual no creen poder. De lo

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cual es posible aprender algunas cosas sobre el ser humano en sí, dicho sea de paso a una edad muy temprana. Nada le resulta más difícil que ejercitarse en la abstención, y pensar a largo plazo es lo más difícil. En periodos de años y décadas, sobre todo en lo que concierne a los daños, que recién se presentan cuando hace tiempo que uno ha olvidado lo que pasó alguna vez, en todo sentido. Pero quizá no pueda funcionar de ninguna otra manera, el fallido efecto de aprendizaje es menos importante que la posibilidad de aferrarse al futuro, como si ahí hubiera aún algo que esperar, adelante, arriba, la psique promedio como una cosa de confección simple, incapaz de hacerle frente al presente. Necesito, quiero, debo, ya se va a arreglar otra vez. Idea genial: en vez de pintar uno mismo la verja, porque ha vuelto con la camisa desgarrada a casa, despertar la curiosidad de los otros chicos por el trabajo a tal punto que entreguen algo a cambio de poder tomar también ellos el pincel una vez en sus manos. El botín de la tarde fue: una manzana, una rata muerta y un cordón con el que se la podía revolear por los aires, un barrilete, doce bolitas, una gomera, un par de renacuajos, un soldadito de plomo, seis petardos, una gatita tuerta, un trozo de tiza. Pura economía natural, siendo los recursos monetarios escasos a nulos entre adolescentes (en determinado medio ambiente, en un relato). Se canjeaba, el mercado callejero para historietas de Piccolo, postales con motivos de los western, películas de James Bond y Winnetou (etc.), el ojo puesto también en las figuritas de fútbol. Sin descartar las peleas, cuando se descubría que pese al esmerado estudio del tráfico mercantil (¿quién tiene de qué cuántas dobles?) una parte ha conseguido, ocultando o dando deliberadamente información falsa (por ejemplo respecto a un canje entre varios, “eso él lo hace, seguro”), hacerse dueña de una figura rara (Rin Tin Tin). Se podía ganar algo de plata haciéndoles mandados a los más grandes, diez o veinte centavos si

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les buscabas una fuente de papas fritas en la parrilla Balkan y la llevabas al derruido sótano donde tenían su base, lo imbatible igual como fuente de ganancias era despachar tres o cuatro entierros una mañana en el cementerio (asueto escolar, además) como monaguillo junto al párroco asignado para eso, lo que créase o no reportó cinco (en palabras: ¡cinco!) marcos, una auténtica y reluciente moneda plateada de cinco (para comparar: salario por convenido de un trabajador en 1968 según una tabla en la web: 670 DM). Luego, de acuerdo a la edad, se abrían nuevas fuentes de ingresos, lavar autos, repartir periódicos, dar clases de apoyo, hacerle las compras a una vecina anciana, todo tipo de servicios que, summa summarum, le abrían a uno las puertas de manera más o menos duradera a la esfera de circulación. Cigarrillos de las máquinas (un paquete de Collie 62 = 2 marcos), entradas para eventos deportivos (más tarde conciertos), viajes en tren (hacia aquellos mismos), discos, alcohol, visita a los locales de moda: ejes centrales del mundo de las mercancías para un púber en el hemisferio occidental (aunque probablemente también del Este) de un universo dividido por fronteras fuertemente reforzadas y vigiladas. Aunque de a poco el problema del salario, el precio y la ganancia se fue cristalizando, de forma tal que la ganancia que podía obtenerse en diversos trabajos era siempre demasiado pequeña para la pretensión de llevar una vida, culturalmente más que justificada, de necesidades básicas satisfechas (fumarse un porro, libros, viajes, The Dark Side of the Moon). Dicho en concreto, la plusvalía del trabajo asalariado realizado pasaba a bolsillos privados y le era sustraído al consumo (restablecimiento de la fuerza laboral) de los empleados de fábricas, oficinas y talleres, se esforzara uno lo que se esforzara, y al final del mes (final de las vacaciones) quedaba demasiado poco para las cosas que aún había que comprar o, con todo derecho, disfrutar. Cuatro semanas ante la cinta transportadora en una fábrica de autopartes,

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quedás tonto de la cabeza y sin embargo es demasiado poco para el equipo que uno se armó en el negocio de música (cosa que estaba clara, pero era una cuestión de principios). Y las mañas y defectos de las mercancías, cuyo carácter de fetiche uno lograba entender después de arduas lecturas, sin por eso dejar al mismo tiempo de quedar atado de pies y manos a su seductora apariencia, muy, muy, muy complicado. Una circunstancia de la que uno no podía sustraerse, a no ser que fuera un superhombre, más allá del bien y del mal o ya no de este mundo, que por eso había que cambiar... y claro que también por todas las otras porquerías que destrozan a los hombres y destruyen al medio ambiente como consecuencia de la forma de producción capitalista. Tirar abajo viejas casas, que solo se pueden salvar mediante la ocupación y las luchas con la policía: centro juvenil autónomo (el magnífico edificio sigue en pie al día de hoy, pero fue desalojado para convertirlo en un centro para médicos). En efecto, lo que podemos retener en este momento, más allá de cualquier aproximación teórica a la cuestión del dinero, en términos prácticos siempre había poco de eso en existencia (guita, mangos, biyuya, cash), con el resultado de que acérrimos enemigos in politics (o que competían por alguna belleza, me da igual) se volvían a juntar más de una vez delante del mismo mostrador, detrás del cual estaba sentado uno que tenía trabajo para dar, mudadores de muebles o peones de construcción como los mejor pagos en general, y los debiluchos de escritorio se peleaban por el resto (la ley de la selva). Hasta que en algún momento se llegaba al punto en que uno miraba a su alrededor tras tener por largo tiempo una ocupación que se dejaba combinar con todas las demás actividades, o mejor dicho, que se hubiera dejado combinar, lo cual era, ¿cómo se dice?, un arma de doble filo, porque había citas fijas que molestaban, con demasiada frecuencia se presentaban cosas inaplazables a las que uno

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no podía renunciar alegando un trabajo. Inaplazables no solo de momento, sino sobre todo en vista a un futuro que superaría al miserable presente, si uno lograba levantar cabeza o no cejaba en la lucha contra y en la lucha por. Frentes claros, nada de ceder. Dejar que se te sequen los huevos en un puesto estatal, con sus oficinitas y su derecho a una pensión, eso ya da náuseas. Así que a seguir con: un marco por acá, un marco por allá, intereses altos... bien, digámoslo tranquilamente, la abolición de las circunstancias en las que el hombre es un ser despreciable, humillado, esclavizado, abandonado, resulta en cualquier caso más importante que el progreso personal, aun cuando... en el transcurso del tiempo... se fue formando la idea (primero expresada a solas, luego en el grupo) de que también eso podía verse de otra manera, por ejemplo... que a la explotación no se la expulsaba del mundo mediante la autoexplotación ni mediante esta especie de militancia. ¿Ah sí? ¿Y qué se deduce de eso para vos? ¿Dejarles hacer lo que quieran? Whose side are you on? ¡Y cortala de una vez con el arte, siempre esa cháchara! ¿Cambió alguna vez el mundo una película, una novela, un cuadro? ¿Frenó el Guernica aunque más no sea a un solo fascista de ejercer hasta el día de hoy su oficio asesino? Lo que cuenta es la violencia material, ¿entendiste? Al cine y al museo volveremos a ir otra vez cuando estemos todos jubilados, enclenques y achacosos... Nunca es divertido quedar de pronto frente a la nada después de una bancarrota. Tener que empezar de nuevo desde el principio, mientras los otros... en fin, algunas puertas cerradas para siempre. Y ninguna herencia a la vista, ninguna en todo caso que pudiera sostenerlo a uno por largo rato, si de pronto existiera. Vivir ahorrando está a la orden del día, de las semanas y de los meses, cuando no se tiene talento para hacer que otros pinten la verja por uno. ¿Pero qué se podía hacer con una rata muerta atada a una cuerda? ¿Y con las bolitas, el barrilete, la tiza? Simple intercambio de bienes,

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basado en la casualidad. Pasás por algún lado, metés la mano en el bolsillo, encontrás un petardo chino y preguntás: ¿qué onda, si te doy esto puedo agarrar yo también el pincel? Una tergiversación única de las circunstancias: pagarle al patrón. Funciona al revés, salvo... salvo que el tipo sea un cerdo y te retenga el sueldo alegando productividad deficiente, daños que habría provocado su culi. Porque a la tarde perdió las fuerzas al subir la enésima carretilla por una delgada tabla para desechar escombros, pedazos de hormigón de los que sobresalen los hierros de la estructura, gomaespuma, racimos de cables, en un contenedor al costado de la calle. Cada vez en una nube de polvo, partículas de polvo, quizá incluso amianto, mejor ni entrar en detalles. Y sin mascarilla, como las que llevaban los profesionales, que en el segundo piso del edificio, un shopping center de los años sesenta, desmantelaban con mazas y moledoras una disco, que debía dejar sitio a otra cosa, un supermercado, oficinas. Había sido un conocido de antaño el que le había contado que ahora trabajaba para una empresa de demoliciones (“transitoriamente”) al reencontrárselo de manera inesperada en mantas vecinas junto al lago Flughafensee, se podía entrar en cualquier momento (¿lunes?), sueldo top por hora (siete y media a cuatro y media). Solo se necesitaban zapatos fuertes, imprescindible, y ropa vieja, en el mejor de los casos también guantes de trabajo, ¿ok? Pero incluso con guantes las manos se desollaban con los mangos de la carretilla que hora tras hora y con las sucesivas cargas que había que bajar con el ascensor desde el segundo piso se tambaleaba cada vez más al subir por la tabla (tomando carrera), volcar el asunto en el contenedor y de vuelta al reino de las sombras, iluminado por los rayos halógenos, que antes había sido una discoteca (en la que uno nunca había estado, Doktor Caligari), donde el polvo se aglomeraba como si fuera una humareda, tomar la pala y terminar la próxima carga. Lo que a uno le había permitido seguir,

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a más tardar tras la pausa del almuerzo con rodillas temblorosas, era un cálculo numérico: si te rompés el lomo con esto durante cuatro semanas, después podés vivir de lo ganado julio y agosto, aun cuando quedaba claro que solo a duras penas se sobreviviría al primer día. Si se sobrevivía... salir con la carretilla a la calle, el pelo enmarañado, bajo las miradas de los transeúntes poner la mira en la tabla y tomar aire y... por favor no perder el equilibrio mientras se sube la carretilla, por completo agotado, los brazos que duelen (aunque uno no era un debilucho, tampoco precisamente un Hércules, pero hasta los quince había entrenado natación, levantado algunas pesas, etc.), las rodillas reblandecidas, con la vista clavada en el percance (hasta donde pudieran ver los ojos ardiendo de sudor) que significaría que el envión que se había tomado para llegar hasta el borde del contenedor no alcanzara, fuerza igual ya no quedaba ninguna, y toda la mierda se volcara sobre la calle, donde en ese mismo momento se escuchaban los frenos de un auto en su intento por esquivar la tormenta de escombros... y la esquivó, no pasó nada, todo bien. ¡Las bolas! El conductor, luego de inspeccionar la parte derecha de su latita, empezó a bramar, irresponsable, me va a tener que indemnizar, no se podía creer que no hubiera ninguna valla, policía, oficina de construcción, oficina de orden público, y uno que solo pensaba (después de un segundo de susto), qué pedazo de idiota, ¿cuándo va a terminar? Un día caluroso de junio, todo se pegoteaba al cuerpo, los transeúntes que se quedaron parados para no perderse nada de esta divertida función (calle Schloss, en el barrio de Steglitz, Berlín), ni una palabra, ni un sonido cuyo tenor significara: le hiciste daño a mi santo auto, o bien, podrías haberlo dañado, porque a primera vista no se podía descubrir ni el menor rasguño, al bajar de la tabla y acariciar la laca con la palma de la mano, o mejor dicho querer acariciarla, porque enseguida el furibundo lo echó hacia atrás, provocando una breve trifulca,

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y si ya hubieran existido los celulares, en pocos minutos habría asomado la policía, pero así... Gente, lo que quiero decir es que ciertos hombres se ponen frenéticos porque la posesión significa para ellos un alargamiento de su pito, cuya pérdida temen ante el menor daño material. Lo que no por ser psicología vulgar deja sin embargo de dar en el blanco de la cuestión, comportamiento competitivo como expresión de una carencia del ánimo. Lo que a ellos les gusta vendernos como libre mercado, que organiza todo de la mejor manera, siempre y en todas partes. Triunfo de la contrarrevolución en todos los frentes (jojojo), toda memoria borrada o convertida en un espectáculo que no conoce ni pasado ni futuro; el futuro como algo que parte de la técnica, de las soluciones técnicas. El ingeniero ya lo va a arreglar, más allá de eso compramos café y bananas solo de tiendas y plantaciones con comercio equitativo. Libres de pesticidas, ¿qué más querés? Y en algún momento será un mundo (con todos los hombres de buena voluntad), el lobo vivirá con la oveja y la pantera reposará junto al cabrito. El ternero y el joven león pastan juntos, hasta un niño pequeño puede cuidar de ellos... lo que plantea la pregunta de para qué se necesita a un niño pastor que cuida al ternero y al cachorro de león si los genes ya han sido domesticados. No parece haberlo pensado a fondo el señor Isaías, visiones recibidas en sueños, una voz que habla sin ser reconocida desde una nube, desde el tronco encefálico que guía su pluma. El escribiente al que el profeta le describe sus imágenes, él es solo un médium. Como en la mesa parlante, una sesión de espiritismo, antes un pasatiempo tan popular en los círculos elevados. ¿Qué vendrá, qué hay que temer, a quién debemos proporcionarle armamento? Una pieza oscurecida llena de cortinas y palmeras y tapetes, el grupo alrededor de la mesa con los dedos estirados tocándose apenas y formando una estrella de muchas puntas. Clap, clap, clap, se oye desde el más allá, y eso significa: sí, prepárense bien,

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nosotros los espíritus vemos cosas terribles, olas de fuego, extremidades arremolinándose. Un ruido infernal en el aire, un bloque de plomo vertiéndose sobre el paisaje, tocones de árboles y cráteres sobre los que muy en lo alto, en el azul del cielo, circula hora tras hora un águila con las puntas de las alas dobladas hacia arriba, hasta que de pronto pierde altura sacudiéndose y cae sobre una de las hondonadas de la tierra, donde se encuentra la presa fácil. Ratas que se regodean en entrañas, en lenguas, ojos, corazones, enjambres de pequeños y grises sibaritas. ¿Se aprende algo de eso? Para nada, para nada, como si hubiera algo más fuerte en el mundo, con planes de un refinamiento insuperable. Preso en el sueño de otro, del que intentamos despertar, siempre sin éxito, y sin embargo... que sin embargo uno lo intente una y otra vez, ¿qué es eso?, ¿terquedad, incapacidad de afirmar el propio destino? Aunque eso, la afirmación, sería el primer paso para salir de la prisión de una realidad cuyo creador no conocemos, ya sea un espíritu malo o uno bueno. En vez de lamentarse de la mañana a la noche de que las cosas no funcionen, jamás funcionen como uno se lo había imaginado. Sumergirse en la realidad como un lector en las páginas de un libro (solo así por comparar), ¿no constituye eso la verdadera, la única y última libertad? Al menos se puede preguntar por el azar y la ley. Cómo es que esto y lo otro están relacionados y cómo se llega a que en todo haya un sentido superior. Una especie de meta, parecida al resultado de una demostración matemática: quod erat demonstrandum. O, en otras palabras, la moraleja del cuentito. Pero tal vez no tenga ninguna, nunca la tuvo, ni tampoco la tendrá jamás, sin fundamento desde el vamos. Cada suceso tan probable como su contrario, lo principal es creer en una cierta lógica, seguir indicios que uno va recogiendo (sin pensar en la posibilidad de que alguien podría haberlos dispersado al borde del camino con el fin de proporcionarnos una reconfortante ilusión). En

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ese sentido da completamente lo mismo lo que hagas, dónde te desvíes... vas a caer ahí donde estás. Con lo que hay que conformarse, si no se quiere desesperar constantemente, no tengo plata, nadie me quiere, y este clima que hace semanas que deja mucho que desear. ¡Qué quejoso! Como si vos, como si cualquiera fuera el único que lo sufre, lluvia constante, soliloquios nocturnos. Lo que se ha hecho bien y lo que no, absorbido en teorías, entregado a las voces en la cabeza, a las que uno preferiría preguntarles: You... you talkin’ to me? Listen you fuckers, you screwheads. Here is a man who would not take it anymore. Here is someone who stood up. You’re dead. Qué lindo sería si uno pudiera dispararle a ideas como Travis Bickle a los enemigos que alucina mientras mira al espejo por sobre un hombro; para ya no ser perseguido por ellos, fantasmas desde el fondo de la conciencia. Barro de la historia, de cada historia que puede ser contada, la tuya, la de él, la de ella, la de ustedes. Y bueno, entonces contala, seguí, hasta ahora no estuvo tan mal, si me preguntás a mí. ¿Te parece? Me parece. Bien, ¿dónde lo habíamos dejado? ¿En el clima? Mal clima, inclemencias del clima, que pueden arruinarle a uno el día, y eso que la semana anterior ya casi había sido verano, más de veinte grados,

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