treintaycuatro // número cinco

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vida extraordinaria

Guardamar, 13 de diciembre de 1943

Encarna García Hay oficios que en sí mismos hacen que la vida de la persona que lo desempeña nos resulte extraordinaria. Encarna García Andreu es sarandera, o lo que es lo mismo vendedora de pescado. Su trabajo, que a priori podría resultar muy corriente, se convierte en excepcional si analizamos desde la palabra que lo representa hasta lo historia que lo rodea. Las saranderas deben el nombre de su profesión a la saranda, en origen su principal herramienta de trabajo, una especie de bandeja o cesta para llevar el pescado realizada mediante un entramado de fibras naturales y que parece que, aunque durante siglos, sólo se ha utilizado con ese fin en la localidad de Guardamar. “Ahora vamos con carretillas, como la mía, de madera, pero mi abuela, y todas las mujeres que trabajaban en esto, las llevaban en la cabeza, sobre un trapo. Los brazos en jarras en la cintura y a andar. Mi abuela iba a pie desde aquí hasta pueblos cercanos, como Rojales o San Fulgencio, y cuando yo tenía diez o doce años me empezaron a enviar con ella para que la acompañara. Yo dejé de estudiar con unos 13 años y empecé a trabajar aunque no en esto. Trabajaba en lo que podía, en el campo, limpiando. Y desde hace 35 años vendiendo pescado, antes de lunes a sábado y ahora de lunes a viernes. Hasta hace poco, las sarandas las hacía un señor de Santa Pola pero ahora ya se ha retirado y supongo que su oficio también se perderá. Esta saranda que yo llevo me la ha hecho mi sobrino pero con un aro y plástico”. “Vivico de caldero. Rancho de todas las clases” como un grito de guerra, Encarna va anunciando su llegada para avisar a las vecinas. De la puerta de su casa, donde un familiar le lleva el género recién capturado, se dirige a la Plaza del Ayuntamiento y allí detiene su carretilla, cargada de paños húmedos para mantener la frescura, una rudimentaria pero efectiva balanza de aluminio y unos pesos antiguos muy simbólicos . “Antes venía a comprar gente de fuera, de pueblos cercanos o incluso desde Elche pero ahora ya no. Sólo queda otra compañera haciendo este trabajo pero también es mayor y con nosotras desaparecerá el oficio, a la gente joven no le interesa nada esto. Quisieron prohibir la venta de pescado en la calle hace tiempo, pero el Ayuntamiento y los vecinos lo protegieron. Yo estoy cansada y quiero dejar de trabajar. De pequeña me gustaba cantar y ahora estoy en un coro. Eso es lo que me gusta, cantar”. Sería muy hermoso que Encarna pudiera retirarse y dedicarse únicamente a cantar. Pero lo más hermoso sería que pudiera hacerlo sabiendo que alguien detrás de ella seguirá desempeñando su tarea. Pero incluso la pesca tradicional corre peligro ya que cada vez quedan menos embarcaciones que se dediquen a ello. Cuando empezamos a escribir este artículo nos dimos cuenta de una bonita casualidad. En nuestro número cero hablamos de otro oficio tradicional, el de palmerero, el cual guarda una importante similitud con éste. La cesta para recoger los dátiles también se llama saranda y es muy similar a la del pescado pero realizada con esparto. Quizá las saranderas corran la misma suerte que los trabajadores ilicitanos y vean su oficio reconocido y protegido finalmente. Intentaremos ser optimistas, que para algo hubo otra casualidad, mucho más banal pero muy simbólica, al llegar a casa de Encarna: un flamante número 34 presidiendo el portal de su casa...

Texto: Ana Alarcón Fotografía: AK

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