QUEREMOS SONREÍR | ACTIVAR LA CULTURA LOCAL (empieza a leer)

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Trànsit Projectes y Vivero de Iniciativas Ciudadanas Colectivo Lento Paisaje Transversal Intermediæ Pensart Cultura Pedagogías Invisibles Fundación CyberPractices Organismo Internacional de Juventud Cultumetría Impact Hub Madrid

Queremos sonreír Activar la Cultura Local


Trànsit Projectes y Vivero de Iniciativas Ciudadanas Colectivo Lento Paisaje Transversal Intermediæ Pensart Cultura Pedagogías Invisibles Fundación CyberPractices Organismo Internacional de Juventud Cultumetría Impact Hub Madrid

Queremos sonreír Activar la Cultura Local


Es un proyecto editorial de: Trànsit Projectes Barcelona - Madrid www.transit.es https://blog.transit.es Dirección Àngel Mestres Conceptualización Tomás Guido, Mario Hinojos y Àngel Mestres Equipo editorial Gemma Lladós y Betania Lozano de Trànsit Projectes & Ned Ediciones Dirección de arte Marc Català & Tomás Guido Diseño gráfico Mucho & Salvador Huertas Coordinación gráfica Ursula Pereira Fotografía Leila Méndez Rami http://www.leilamendez.com/ Estilismo fotográfico Andrea Xuclà Dirección de arte Tamara Pérez Autoría de los textos Trànsit Projectes: Mario Hinojos, Ángel Mestres (VIC) Vivero de iniciativas Ciudadanas: Esau Acosta, Susana Zaragozá Colectivo Lento: Susana Gutiérrez Padín Paisaje Transversal: Guillermo Acero, Jon Aguirre, Jorge Arévalo, Pilar Díaz, Iñaki Romero Intermediæ: Francisca Blanco, Gloria G. Durán Pensart Cultura: Vanesa Cejudo Pedagogías Invisibles: Andrea De Pascual, David Lanau Fundación CyberPractices: J. Francisco Álvarez, Claudia Gordo, Daniel Domínguez Organismo Internacional de Juventud para Iberoamérica: Silvia Ramírez Monroy, Antonio Vázquez Bernardini Cultumetría e Impact Hub Madrid: Álvaro Fierro, Mikel Oleaga

Con la colaboración de Daniel Abreu Yassine Belahcene Cali Caparrós Paula Frochoso Castro Gloria Duran Mónica Escrig Luis Segura Ferreras Miquel García Mari Carmen Martínez Anna Mastrolito Miguel Missé Anna Morancho Charly Rueda Lia Domíngåuez Elias Carvalho Rolph Magali Paut Castillo En el marco del proyecto Travesías para activar la cultura local https://plataformac.com/travesiasherramientas-para-activar-la-cultura-local de Plataforma/C https://plataformac.com Gracias a la colaboración de: Organismo Internacional de Juventud. Intermediae Matadero. Cabildo de Tenerife. (Dir. Insular de Cultura, Educación y Unidades Artísticas). Ministerio de Cultura Educación y Deportes. Gobierno de España

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte.

Impresión Ulzama Ned Ediciones www.nedediciones.com Depósito legal: B.17817-2019 ISBN 978-84-16737-76-5 Impreso en España Las opiniones expresadas en los capítulos de este libro son de exclusiva responsabilidad de los autores firmantes y no necesariamente representan la opinión de Trànsit Projectes.


Hay muchas formas de ser de Barcelona, cada cual a su manera, dice Javier Pérez Andújar. Porque toda la gente de Barcelona cabe en los barrios de Barcelona, dice. Joan Pedregosa era, y es, para nosotros, una o quizá la manera de ser alguien de barrio en Barcelona. No hay mejor aproximación a cualquier sugerencia sobre lo local que pensar en la idea (y el amor) que Juan tenía del barrio. Para él estas páginas que en su espíritu compartiría y en su palabrería académica acabaría por desechar. O como diría él, «sea porque las cosas se digan por su nombre, y las bibliotecas den fe». Para JJ, 1966-2018.


El contenido de este libro es fruto de un largo proceso de investigación liderado por Trànsit Projectes, ITD y CEPS Projectes Socials. Sus orígenes se remontan al Encuentro Cultura y Ciudadanía celebrado en Madrid en octubre de 2015, y organizado por el Ministerio de Cultura de España. Las inquietudes recogidas entonces arrojaron una serie de cuestionamientos que revelaban la necesidad de localizar (y teorizar acerca de) un conjunto de prácticas culturales que, desde hace algunos años, trabajan a favor de la participación ciudadana y de la activación de la cultura en el territorio. La intuición inicial creció gracias al apoyo de las Ayudas Públicas del Ministerio de Cultura 2016, que permitieron activar el proceso de investigación y vincular a cada uno de los colectivos y organizaciones que firman los textos que forman QUEREMOS SONREÍR: organizaciones, colectivos y gestores culturales de referencia en España, con una dilatada experiencia en el trabajo cultural de base y con un amplio conocimiento sobre la dinamización de la cultura en el territorio desde sus diferentes capas. Ha sido un honor contar con su confianza, apoyo, participación y compromiso con la cultura. Qué mejor pretexto para pensar juntos y encontrarnos que la tarea de hacer un libro: trabajar en abierto; explorar nuevamente la capa educativa, la vocación crítica y activista de la cultura; repensar la mediación y la gestión compartida de lo público y lo común; examinar la sostenibilidad de las prácticas culturales con impacto social y zambullirnos, en fin, en los retos vinculados a lo anterior; temas todos de una rabiosa actualidad.


1. El primer volcado de contenido y sistematización de estas investigaciones se encuentra disponible en su integridad en el aula de formación online en cultura: www.plataformac.com.

No podemos dejar de mencionar al Organismo Internacional de Juventud (OIJ), a Intermediae-Matadero Madrid, al Cabildo Insular de Tenerife, a la municipalidad de Concepción (Chile) y al Ayuntamiento de Madrid. Cada uno a su manera, han posibilitado superar las barreras virtuales y del papel para dar forma a estas ideas, para conseguir el objetivo primordial de toda investigación: compartir conocimiento. Gracias a su compromiso, el programa TRAVESÍAS PARA ACTIVAR LA CULTURA LOCAL (Plataforma/C), germen inicial de este libro1, se ha convertido en una oportunidad formativa y de intercambio de experiencias para las organizaciones juveniles de todo el espacio Iberoamericano, a través del apoyo a la implementación de sus proyectos colaborativos (OIJ); se ha conseguido explorar territorios de manera presencial poniendo a prueba los contenidos (del programa y del libro) junto a grupos de agentes culturales en el entorno de Santa Cruz de Tenerife (Cabildo Insular de Tenerife), de la región de Biobío de Chile y de Madrid (Intermediae-Matadero Madrid, Ayuntamiento de Madrid); y, en general, se han compartido las ideas, intuiciones, experiencias y saberes que dan forma a estas páginas con agentes, creadores, entusiastas y personas vinculadas con la activación de la cultura local. Madrid / Barcelona, mayo de 2019 Tomás Guido, Trànsit Projectes.


Índice

Poema MacDonald’s Manuel Vilas Gracias por creer/crear Trànsit projectes


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«I’m lovin’ it» Prólogo Trànsit projectes Queremos habitar Ciudadanía, espacios colectivos y cultura abierta [VIC] Vivero de iniciativas Ciudadanas Queremos volver Lo rural: un espacio de nuevas relaciones y procesos Colectivo Lento Queremos convivir Revisar lo público y lo común Paisaje Transversal Queremos hacer Participar, ¿estamos preparados? Intermediæ Queremos conversar Mediación: De los eventos a los procesos Pensart Cultura Nos encanta verte sonreír Trànsit projectes Queremos aprender Cultura = Educación. La ecuación pendiente Pedagogías Invisibles Queremos compartir La capa digital: Empoderar y visibilizar Cyberpractices Queremos decidir Cultura y juventud: Diversidad, visibilidad y acción Organismo Internacional de Juventud Queremos transformar Impacto social en cultura Cultumetría e Impact Hub Madrid

Queremos explorar Tenerife: laboratorio de procesos culturales Cabildo de Tenerife Colectivo Lento

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TrĂ nsit Projectes 00 I'm lovin' it


«I'm loving' it»

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Prólogo

Ciudadanía, espacios colectivos y cultura abierta


Algo está sucediendo en el McDonald’s

El lugar es un McDonald’s. Un local de la conocida cadena de hamburguesas McDonald’s. La sucursal no está ubicada, como podría imaginarse, en Arkansas, o en Kentucky, o en Michigan, o en Oklahoma, regiones de Norteamérica con la tasa máxima de restaurantes de comida fastfood por habitante. El McDonald’s del que hablamos aquí está en Europa. Concretamente en el suburbio de Saint-Barthélémy de la comuna de Marsella, «una burbuja africana junto al Mar Mediterráneo», la ciudad con más inmigración de toda Francia y próxima a convertirse en el territorio de mayoría musulmana más grande del viejo continente. Gente venida de Armenia, de Marruecos, de Túnez, de las islas Comoras; pero también de Rusia, de Italia, de Israel. A la amplia diversidad de los orígenes se opone la aparente uniformidad del restaurante. El imaginario es, por demás, conocido: los mismos colores rojos y amarillos, similar arquitectura, idénticos productos y reclamos comerciales, siempre la misma ideología. En el exterior del edificio, sin embargo, se encuentra la diferencia: los más de 70 empleados de la filial se manifiestan frente a la fachada del negocio. En nada, los 70 son 200: vecinos, residentes y personas vinculadas al barrio se adhieren con igual rabia y entusiasmo a la muchedumbre sublevada. Pero las pancartas que alzan entre sus manos y agitan al ritmo de los cánticos no protestan, como cabría intuir, contra el modelo imperialista de consumo masivo, ni denuncian el déficit nutricional de los menús de la cadena. El popular comercio de la eme gigante no cumple aquí la función de sinécdoque del capitalismo, ni ejemplifica las perversidades de la industria alimentaria. El tumulto protesta por el cierre inminente del restaurante y la orfandad en que su desmantelamiento deja al barrio: «No combatimos a favor de McDonald’s», asegura uno de los amotinados, «combatimos por lo que McDonald’s representa para las personas de esta comunidad», dice. El enfrentamiento comenzó en mayo del año 2018, cuando el propietario de seis de las franquicias de McDonald’s repartidas por Marsella decidió prescindir de sus negocios y amenazó con el cierre de las sucursales. Al final del proceso de negociaciones se decidió que cinco de los restaurantes continuarían bajo la marca McDonald’s,

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1. El término halal (en árabe ‫لالح‬, también transliterado halāl o halaal) . hace referencia a las prácticas que son permitidas por la religión musulmana. Aunque el término en sí engloba a todo tipo de costumbres, es comúnmente asociado a los alimentos aceptables según la ley islámica.

mientras que un sexto, el de Saint-Barthélémy, sería reconvertido en un local de Hali Food, una desconocida marca de comida halal1. Según el diario francés Le Monde, el argumento para la transformación era económico: la central de McDonald’s no podía permitir los cerca de 3,3 millones de euros en pérdidas que la sede en cuestión registraba desde el año 2009. Una parte de los afectados, sin embargo, sugerían razones muy distintas: a las dificultades asociadas al hecho de mantener un negocio operativo en uno de los distritos más castigados por el paro, la violencia y el tráfico de drogas de la ciudad mediterránea, se agregaba el incómodo papel que la sucursal había ido adquiriendo como eje aglutinador del barrio. El conflicto cristalizó tres meses después, la mañana del 7 de agosto, cuando Kamel Guemari se atrincheraba dentro del restaurante y, bañado completamente en gasolina, amenazaba con prenderse fuego: «Escuchadme, no voy a hacer el idiota. Quiero dar un mensaje», decía en un vídeo transmitido vía Facebook y reproducido por el diario El País. «McDonald’s es responsable de este restaurante. Hace tres meses que los estamos llamando sin que nos hagan caso. Decidle a McDonald’s que me llame. Si nadie entra aquí no habrá problemas», espetaba Guemari. Para fortuna de los protagonistas, el episodio no pasó de ser un incidente gracias a la persuasión de los gendarmes. Pero el acto temerario de este hombre alto y delgado de 37 años, lo convirtió en un pequeño símbolo de una de la más rocambolescas luchas sociales de la Europa reciente. Las protestas se extenderían cerca de cuatro meses y, luego del intento del vecino por inmolarse, el tribunal local acabaría dando la razón a los huelguistas. A pesar de que los propietarios de la franquicia amenazaron con recurrir la sentencia, el juez no permitió la operación y dio validez al argumento que atribuía al local de McDonald’s un papel indispensable en el entramado social de Saint-Barthélémy. Resulta imposible no pensar en lo ocurrido por las mismas latitudes hace más de una veintena de años, cuando otro de los aguerridos líderes locales, el carismático José Bové, se autoproclamaba un moderno Astérix que combatía el hostigamiento voraz del gran imperio. La disputa de

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Prólogo


2. Un sorbo de globalización en el otro Brasil, el caso del McDonald’s de Cidade Tiradentes; nuevos modelos de imperialismo cultural: https://elpais.com/ internacional/2018/12/13/america/1544733160_331749.html 3. Extracto del poema MacDonal’s de Manuel Vilas, incluído en Resurrección (DVD Ediciones, Barcelona, 2005).

entonces era también contra McDonald’s, aunque en calidad de invasor de la última aldea gala que resistía contra la influencia cultural de las corporaciones extranjeras. El gigante de la hamburguesa era, para Bové y media Francia, el enemigo de su soberanía alimentaria. Se defendía entonces la calidad y salud de los productos locales frente a «la carne hormonada, la dioxina en los pollos y, en general, la masificación y uniformización del gusto en los comestibles». La lucha identitaria de aquel tiempo parece refundada. Otros argumentos, si bien igualmente válidos y apremiantes, marcan las necesidades de la aldea en el presente. Porque el McDonald’s de Saint-Barthélémy es ahora mucho más que un McDonald’s. Sin apenas darse cuenta, los empleados y habitantes del distrito convirtieron los escasos metros del restaurante en el centro social del pueblo, un lugar de reunión y convivencia en un barrio desamparado por la administración. Sin ningún equipamiento o espacio público para su convivencia y con la mayoría de los comercios cerrados a causa de la degradación, la violencia y la crisis económica de los últimos tiempos, lo que ocurría en Saint-Barthélémy ocurría en su McDonald’s. Con los años, la sucursal se erigió en el lugar de reunión para la comunidad, el único en que se prohibía traficar. Niños, abuelos, familias, jóvenes… todos acudían al restaurante, lo de menos eran las hamburguesas. Los políticos locales de izquierdas ya no boicoteaban, como habría ocurrido en otra época, a la multinacional norteamericana. McDonald’s fue allí, por una vez (o quizá no2), más que emblema de la cultura desechable y el capitalismo desalmado, símbolo de lucha y convivencia. «Algo importante está sucediendo en este MacDonald’s... pero no sé lo que es. De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad. En MacDonald’s, allí, allí estamos3».

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Prรณlogo


Interrogar la actividad

La pregunta que nos asalta ahora mismo, más allá de las evidentes paradojas que la anécdota despierta, es una interrogación sobre la naturaleza de nuestra actividad. Porque es imposible acercarse a la historia que retrata el McDonald’s de Saint-Barthélémy sin detenerse a analizar (y cuestionar) el caso desde la perspectiva, los retos y las incertidumbres de la gestión de la cultura: — ¿Qué hace que un equipamiento diseñado desde los criterios de la administración; o desde los preceptos más rabiosamente contemporáneos de la teoría de la gestión cultural, no consiga vertebrar el tejido local y en cambio, un espacio aparentemente ajeno a toda pauta de dinamización, logre por sí solo construir y fomentar la comunidad? — ¿De qué están hechas las dinámicas, las relaciones, las participaciones, las herramientas, los intereses, los aprendizajes, los intercambios y los afectos que componen esa sólida red de convivencia alrededor de un impersonal y hasta aburrido McDonald’s? — ¿Qué estamos desatendiendo y qué debemos tener en cuenta los profesionales de la cultura para conseguir promover no sólo aproximaciones a lo cultural sino, sobre todo, la posibilidad de poner en marcha procesos que activen el entorno local y empoderen a la ciudadanía? Las respuestas son diversas y seguramente contradictorias. El camino que buscamos trazar para intentar resolverlas está guiado por las voces de una decena de colectivos que, a nuestro entender, están generando acciones que responden al imperativo de la activación de la cultura local: una cultura que se aleja de los grandes centros, de los escenarios que normalmente se consideran el hábitat natural de las producciones culturales; para reconocer, analizar, comprender e intervenir en territorios con frecuencia relegados del núcleo (discursivo, presupuestario y de concentración de la oferta) del sistema cultural. Colectivos, activistas, artistas y gestores culturales que producen proyectos para crear tejido, empoderar a la ciudadanía, dinamizar procesos de aprendizaje y pensamiento crítico, promover soluciones a problemas sociales concretos y, en general, ofrecer alternativas, al margen de las agendas institucionales, que favorezcan el acceso al capital cultural.

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Batalla naval

El acercamiento parte de la convicción de que las prácticas en el territorio son la mejor vía para investigar y generar soluciones de innovación a las demandas y problemas del entorno. Si bien tan compleja pretensión es una derrota manifiesta, el reto supone también la posibilidad de hacer hallazgos por el camino que generen maneras distintas de abordar lo que hacemos. El compendio que da forma estas páginas no es un catálogo de buenas prácticas, sino más bien una colección de intuiciones con vocación de mapa. Un recurso para guiar posibles acercamientos de otros interesados en materia de desarrollo cultural comunitario. Es por eso que lo vemos como una suerte de tablero de Batalla Naval en el que la combinación de ejes permite, de vez en cuando, acertar en algún blanco. Así, en el eje de las abscisas (x) alineamos los nombres: Vivero de Iniciativas Ciudadanas; Colectivo Lento; Paisaje Transversal; Intermediæ; Pensart Cultura; Pedagogías Invisibles; Fundación CyberPractices; Organismo Internacional de Juventud; Cultumetría e Impact Hub Madrid. Mientras que en el eje de las ordenadas (y) colocamos sus líneas de trabajo y pensamiento que, a la vez, dan forma a los temas abordados: Espacios colectivos y cultura abierta; Nuevas ruralidades; Revisar lo público y lo común; Participar, ¿estamos preparados?; Mediación cultural; La ecuación pendiente: cultura + educación; Juventud y cultura; La capa digital; Impacto social. El espacio del origen (0,0) es el centro de partida para lanzar los puntos (P) y sugerir así las intersecciones: los encuentros que han motivado y dado forma a las ideas que componen este libro. Las páginas que siguen ahondan, pues, en las razones e intuiciones que nos han llevado a acercarnos a estos proyectos y no a otros. Una mínima fotografía del presente que valida su presencia, resalta su valor y evidencia los trazos materiales de las relaciones (afectivas y conceptuales) que hemos ido encontrando por el camino. Los objetos puestos sobre la trama, por muy suntuoso que resulte afirmarlo, miran hacia el futuro. Experimentando sobre lo que pueden ser los emprendimientos culturales de las próximas décadas, nos ayudan a interrogar la actividad que desarrollamos y a interrogarnos a nosotros mismos.

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Prólogo


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Interrogaciones:

1. [¿Cuándo?] Defunción

«Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil», escribía en 1957 Elías Canetti en La provincia del hombre. Debería serlo, sin embargo, la muerte está de moda. El presente parece particularmente ilusionado con el vaticinio de las defunciones. Se muere todo: las viejas prácticas y los viejos soportes; las estructuras y las instituciones; las ideologías, los derechos y las utopías sociales; los modelos de vida y los recursos naturales; la modernidad, las revoluciones, la historia, el trabajo, el capitalismo, ¿la democracia?, el progreso... La idea no es nada nueva, la humanidad ha venido viviendo su muerte de maneras muy distintas desde hace siglos. En términos culturales pasan cosas parecidas, se presagian continuamente los decesos del cine, del teatro, de los museos, de la novela, del arte, de la cultura misma4... El discurso dominante nos invita a pensarnos como protagonistas del final de una era. Todo se acaba, todo llega a su fin y, sin embargo, nacen los nuevos tiempos. Somos transición y mudanza. No sabemos muy bien hacia dónde se dirige el trasvase, pero ya hemos aceptado hacer el viaje. Una nueva (la cuarta) revolución industrial y científica se cierne sobre nosotros, la amenaza de la fatiga climática es una realidad, el potencial tecnológico avanza desmesuradamente, nos preguntamos ya si deberemos modificar nuestro cuerpo para adaptarnos a este tránsito hacia el futuro. Pero hace tiempo que se decretó la muerte de ese futuro y aún seguimos aquí.

4. «La cultura también es responsable de su muerte»: https://www.elespanol.com/ cultura/libros/20160916/ 155984744_0.html

Vivimos, dice la filósofa barcelonesa Marina Garcés, precipitándonos en el tiempo de la inminencia, todo puede cambiar radicalmente o todo puede acabarse por completo. «La fascinación por el apocalipsis domina la escena política, estética y científica. Es una nueva ideología dominante que hay que aislar y analizar, antes de que, como un virus, se adueñe de lo más íntimo de nuestras mentes [...] se despierta el impulso del ahora o nunca, del si no ahora, ¿cuándo? De este impulso nacen los actuales movimientos de protesta, de autoorganización de la vida, de intervención en las guerras, de transición ambiental, de nuevos feminismos, de cultura libre..». Y aquí otra vez el ámbito que nos concierne, la cultura. Nos cuestionamos, de un tiempo a esta parte, sobre la pertinencia de las acciones culturales, sobre su escala y su impacto en ámbitos

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Prólogo


muy diversos: ¿se manifestaría un grupo de vecinos y vecinas a favor de alguno de nuestros proyectos? ¿Haría estallar una revuelta el cierre de uno de nuestros centros culturales? La interrogación no es particular y parece perderse en la amplitud, sin embargo, es pertinente y podríamos atrevernos a decir que incluso histórica. Klaus Schwab, fundador del Foro de Davos y, en cierta medida, una de las mentes que han ideado esta cuarta revolución, afirma que «no sólo cambiará lo que hacemos, sino también lo que somos. No es sólo una revolución tecnológica, sino antropológica y ontológica». Las primeras preguntas no pueden desviarse de las condiciones de esta metamorfosis: ¿qué estamos haciendo desde la cultura para contrarrestar la desbandada; para ofrecer maneras alternativas de ser y actuar? ¿Qué estamos haciendo para que el capital cultural sea también capital humano, capital social, procomún? La respuesta, de nuevo, la buscamos en las acciones y en los agentes culturales que reunimos aquí, y en las distintas y muy particulares formas en que trabajan para conseguirlo.

2. [¿Dónde?] Márgenes

«Es imposible hacer la misma fotografía de una ciudad un día y al día siguiente. Nos pasaría como con aquellos pasatiempos en que hay que buscar las siete diferencias entre dos viñetas aparentemente iguales: parecen exactas, pero las distinguen cambios que escapan al primer vistazo. Las ciudades, en efecto, son espacios de cambios permanentes [...] La propia fisonomía de los espacios urbanos se muestra variable y mutable: actos y acontecimientos de todo tipo transforman la piel, la superficie, la apariencia de la ciudad. Por esta peculiar naturaleza de las ciudades — lugares donde todo pasa y donde todo puede pasar, donde toda cabe y donde todo se expresa—, existen múltiples componentes imprevisibles que resultan esquivos a la necesaria planificación del espacio colectivo en que se realiza la sociedad democrática; formas inasibles, espontáneas, a veces marginales y, en general, efímeras». El fragmento anterior abría las reflexiones de la muestra Post-it City. Ciudades ocasionales, comisariada por el historiador del arte Martí Peran e inaugurada en el Centro de Cultura

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Prรณlogo


Contemporánea de Barcelona en marzo de 2008. Aunque su voluntad es más urbanística que culturalista, la forma en que aborda la idea de espacio público y colectivo sirve para hacer una fotografía de la tendencia a la que, desde entonces (y algunos años antes) parecen haberse dirigido nuestros campos de acción. La ciudad, en este caso, vista como el lugar de trabajo de un número importante de prácticas que, ante las carencias del sistema, las resignificaciones de las necesidades, las reestructuraciones del poder, las limitaciones económicas y un etcétera muy largo vinculado con el «tiempo de la inminencia» antes referido por Garcés (2017), optan por ocupar el espacio desde dos voluntades muy claras: la marginalidad y la autogestión. El límite aquí entre el urbanismo, el arte y la cultura ya comienza a ser difícil de establecer, anteponiendo un tercer elemento: el potencial político y la voluntad por estudiar, escuchar y trabajar con y desde contextos sociales y urbanos ajenos a las pautas homogeneizadoras de la administración. Si en la década de 1990 la cultura adquirió un papel relevante dentro del diseño de las políticas de ciudad, esta actitud nueva por parte de muchos agentes y artistas parece haber intervenido la ecuación. El discurso que incluía a la cultura como eje vertebrador de la nueva planificación urbana ha resultado insuficiente. Es así, en gran medida, porque este posicionamiento dejó al margen muchas actitudes críticas y, sobre todo, muchas comunidades no integradas que buscaban generar sus propios relatos y sus propias acciones, ajenas a la idea de participación en la vida sociocultural de las agendas políticas y administrativas. La difícil situación económica derivada de la llegada de la crisis en 2009 ha hecho el resto. El descenso generalizado de los recursos disponibles para muchos sectores con vocación pública, como el caso de la cultura, ha originado no sólo la pérdida de tejido cultural, sino la radical disminución de las posibilidades para acceder a los bloques de financiación. La reacción, sin embargo, ha sido reinventarse o, quizá más exactamente, reubicarse. El escenario actual parece haber virado con fuerza hacia el crecimiento de agentes que optan por la autogestión como única salida. Este factor, unido muy probablemente a las facilidades que ha brindado la expansión de los medios digitales, han hecho de las periferias un territorio plagado de grandes

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iniciativas culturales. Podríamos hablar entonces de una suerte de tránsito que va de las centralidades anteriores, dadas por supuesto como los núcleos de acción y de reacción ante casi cualquier necesidad y estímulo, a nuevos espacios que, desde su marginalidad, contribuyen a repensar la distribución del poder. Lo anterior a un grado tal, que no sería descabellado afirmar que las prácticas culturales contemporáneas de valor se están desarrollando en esas grietas sistémicas. Nuevos lugares donde todo pasa y donde todo puede pasar, donde todo cabe y donde todo se expresa y que, curiosamente, estén o no dentro de una ciudad, comienzan a alejarse del centro.

3. [¿Dónde-Bis?] Senderos del deseo

La segunda pregunta es por el dónde. ¿En qué lugares están ocurriendo estas prácticas? ¿Desde dónde surgen las iniciativas que, mirando hacia el futuro, experimentan con lo que pueden ser los emprendimientos culturales de las próximas décadas? Desde los primeros tanteos de la tesis de trabajo que da origen a w, las inquietudes se dirigían a un cierto tipo de prácticas culturales que trabajan a favor de la participación ciudadana y de la activación de la cultura en el territorio. Ese filtro/germen de interés e inquietud arrojó desde el inicio una localización particular: el trabajo en, desde, con y para los márgenes. Las motivaciones, algunas veces circunstanciales, otras por razones de peso argumental, repetían una constante: los agentes con los que comenzamos a dialogar hacen lo que hacen desde espacios y actitudes de cierta marginalidad (y singularidad). Zonas que se desmarcan de los lugares habituales de la agenda o que no son tomados en cuenta como los grandes escaparates de la actividad cultural: barrios, periferias, espacios en riesgo de exclusión, zonas intermedias, terrenos desocupados, franjas residuales, ruralidades, islas… pero también territorios desplazados hasta hace muy poco de los ejes temáticos que forman la agenda del medio cultural: ecología, comunalidad, cuerpo, educación no formal, mediación, procomún, etc. Prácticas todas que están desarrollando su trabajo entre las grietas de ciertos sistemas imperantes y que, a su vez, buscan reivindicar maneras alternativas de formalizar tanto sus

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Prólogo


5. Proyecto Campo de girasoles + Agostamiento; Basurama, Madrid. Un paisaje urbano desolador e inquietante, se reinventa como paisaje agrícola para convertirse en un espacio productivo y de encuentro: https://basurama.org/proyecto/ agostamiento-abierto-x-obras/

conocimientos y experiencias, como las ideas discursivas que sustentan sus acciones.

4. [¿Cómo?] Grietas

¿Cómo están, estos agentes, haciendo lo que hacen? sería la interrogación que sigue. Probablemente haya múltiples maneras, podríamos afirmar de forma un tanto elusiva, pero éstos en concreto, la mayoría por lo menos, ponen en marcha sus acciones desde dos perspectivas: lo

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No se trata, pues, de marginalizarse sino de habitar los márgenes. «Al margen sí, pero no marginales», que dirían los filósofos del Espai en blanc, («unidos sí, pero sin unidad»). Es decir, habitando territorios que crecen en los límites, pero encontrando maneras de refutar su alejamiento. Haciendo que crezcan formas de supervivencia allá donde no se les espera; de hecho, donde nada se espera5. Ser marginal, así, es aparecer donde no se nos espera. La idea hace pensar en los senderos del deseo (desire paths), un término acuñado por el francés Gaston Bachelard en La poética del espacio, que describe los caminos que suelen aparecer sobre el césped de los jardines y espacios públicos (regulados, esquematizados, normalizados, abastecidos por la administración) y que surgen debido a la erosión causada por el paso humano (o animal). Erosiones trazadas por la gente que busca crear su propio camino, uno más funcional o que obedezca mejor a sus necesidades. Erosiones que, en un segundo nivel, resquebrajan la norma y crean algo nuevo donde no se lo esperaba, evitando (literal y metafóricamente) obstáculos o rodeos innecesarios. «La clave de los senderos de deseo no es sólo que hayan sido hechos por una persona o un grupo, sino que están hechos contra la voluntad de alguna autoridad que querría que fuéramos por otro camino menos conveniente», escribe Félix Pérez-Hita (2012) en un artículo aparecido en el diario La Vanguardia. Quizá la imagen sea un buen modelo para pensar en los espacios donde está teniendo lugar la activación de la cultura local. Sin olvidar las nuevas actitudes que, en general, provocan el surgimiento, descubrimiento o emergencia de estos nuevos territorios.


que aquí llamamos explicitación, estrechamente relacionada con la idea de procomún, y la relacionalidad, haciendo propio, con mucha precaución, el concepto acuñado por Nicolas Bourriaud (2008). Profundicemos: Hace algunos años, el filósofo alemán Peter Sloterdijk proponía una fórmula que sirve para comprender tanto las formas de hacer en el presente como los retos del porvenir: «El concepto fundamental verdadero y real de la modernidad, no es la revolución sino la explicitación». Es decir, llevar al primer plano lo que antes permanecía velado en el trasfondo. Manifestar lo que en alguna instancia estuvo oculto entre las rendijas (y ponerlo a dialogar con el que mira al otro lado). O, según el lugar común, mostrar lo que está tras las bambalinas (Laddaga, 2010). Bajo esta perspectiva, ser contemporáneo y, por consiguiente, innovar, significa hacer visibles las condiciones; mostrar las entrañas del proceso; compartirlas. En los últimos años, los artistas y creadores de casi todas las disciplinas intentan operar bajo esta lógica. Asistimos cada vez más a la exhibición de los procesos y a la revalorización de las metodologías. Participamos de la estima por el intercambio de saberes o por la gestación de redes de apoyo y conocimiento compartido. En una frase, somos testigos de la multiplicación de los comunes. Lo común o los comunes en términos de procomún. La noción no es nueva y la llevan incorporando a sus idearios y prácticas muchos de los agentes que trabajan el contexto descrito aquí. Se trata, básicamente, de asumir la propiedad de los objetos, ideas, recursos, relaciones, soluciones, innovaciones, espacios y saberes como bienes colectivos, pertenecientes a la sociedad y no a la propiedad privada. El procomún es un sistema social que relaciona íntimamente a las partes con sus recursos y con las formas participativas, las condiciones tangibles que empoderan y la activación de las personas en relación con sus propósitos y con el contexto ecológico en el que se encuentran. El resultado es un modelo de gobernanza para el bien común donde lo creado nos pertenece a todos, o mejor, no pertenece a nadie. Lo que, en términos de prácticas culturales, implica una cultura alternativa de trabajo en la que el componente abierto es la base de toda la estructura. Se comparten amplia y libremente los recur-

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sos, los conocimientos y la información generada, permitiendo que otros se beneficien, desarrollen y maximicen su utilidad a favor del proyecto y de la propia comunidad. En cierta medida, una práctica de explicitación que aprovecha la apertura para generar bienes y ganancias colectivas. El segundo aspecto es lo relacional. Basado en el concepto propuesto por el historiador del arte Nicolás Bourriaud, que hace referencia a la actividad artística (y cultural) como «intersticio social», es decir, justamente, como grieta, como resquicio, como hueco y fisura, como fallo y rendija. Se trata, dice Bourriaud, de «un arte que toma como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la afirmación de un espacio simbólico autónomo y privado». La actividad artística se esfuerza, de esta manera, en poner en relación niveles de la realidad distanciados unos de otros, respondiendo a nociones interactivas, sociales y comunitarias. «El arte (la cultura) es un estado de encuentro», afirma el historiador francés. La organización de presencias compartidas entre objetos, imágenes y gente. Un laboratorio de formas vivas que cualquiera puede apropiarse a favor de la movilización colectiva. Es precisamente éste el espíritu y el reto: trabajar en las grietas en el encuentro con la cultura y las personas. En un momento histórico en el que las dinámicas de la acumulación parecen reformularse en una suerte de capitalismo digital, el único camino hacia la propuesta innovadora parece ser, justamente, mostrar las cartas. Poner sobre la mesa lo que se tiene y lo que se sabe. Ofrecer, formular, recombinar y, sólo entonces, hacer algo nuevo con la ayuda de otros. El posicionamiento ofrece un amplio campo de trabajo y ya lo están explorando los agentes que comparten estas páginas. De los eventos a los procesos. De los públicos a las comunidades. De la especialización al aprender haciendo. Del comunicar al narrar. Cooperar, colaborar, coproducir. La escucha como actitud. La posibilidad como eje de acción y la colaboración como praxis. Copiar, intercambiar, cocrear, mostrar. Conocimiento, encuentro e intercambio. Cultura abierta y común. Mediación de procesos. Participación, proximidad, formateo social. De la investigación a la documentación. Procesos y procesiones...

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5. [¿Por qué?] Sostenibilidad

6. [¿Para qué?] Lo insostenible

La cultura es entendida aquí en su calidad de bien colectivo. Una actividad que aporta beneficios a la comunidad y contribuye a su desarrollo. Lo que implica que el desarrollo no puede ser sostenible sin una vertiente social, una dimensión ecológica y una base cultural. Nociones como participación, ciudadanía, acción colectiva, pertenencia, redes sociales inclusivas, sociedades cohesionadas y diversas, espacios de relación y conocimiento, etc. son entendidos en este marco como requisitos indispensables para pensar en las ambiciones de impacto y sostenibilidad de cualquier acción cultural. Como tales, son adjuntadas a las diferentes agendas políticas que se autoconciben involucradas con el compromiso social. Lo que implica no solamente una disposición por atender a las preocupaciones comunitarias, sino que dicho compromiso está íntimamente relacionado con un modelo económico que ve en la cultura una fuente de legitimidad y dinamismo. Así, se habla de sostenibilidad en términos de economía sostenible: trascender el argumento, en cierta medida incompleto, de que la cultura es únicamente un generador de empleo y pensar en sus efectos a largo plazo. Pero también en términos de viabilidad económica: no comprometer más recursos que los estrictamente necesarios. De industrias culturales sostenibles: apostando por la innovación en los procesos productivos, en las organizaciones y en la gestión de los recursos. De consumo cultural sostenible: desde la óptica general del modelo de consumo responsable y de los hábitos culturales que se desean promover, así como desde una reflexión sobre el modelo de oferta y demanda existente. De sostenibilidad ecológica: asumiendo primero a la cultura como un canal de comunicación para generar nuevos valores medioambientales (sobre el uso racional del territorio y sus recursos), y replanteando después las actividades ligadas íntimamente con su campo profesional de acción: turismo, gentrificación, naturaleza, patrimonio. Las prácticas recogidas en este libro transitan por más de uno de estos presupuestos sobre lo sostenible, sin embargo, desarrollan también posicionamientos alternativos sobre lo que significa trabajar para o promover la sostenibilidad. «No hay ganancia sin pérdida» decía el urbanista Paul Virilio. Habría que reivindicar aquí una postura crítica sobre

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la sostenibilidad que nos ayude a completar la fotografía. Porque, si bien es cierto que los atributos del concepto sostenibilidad esbozados y sus vínculos con los valores de impacto social son, en general, virtudes que dan validez y pertinencia a este tipo de prácticas culturales, es cierto también que vivimos en un momento histórico en el que predomina lo insostenible. ¿Qué estamos perdiendo entonces con esta carrera hacia la sostenibilidad?, cabría preguntarse. Si antes hablábamos de la tendencia al vaticinio de las defunciones en la que parece haberse ensañado nuestra época, el presente comienza a ser también un tiempo de agotamiento. Desarrollo y crecimiento parecen ahora mismo quimeras no sólo inalcanzables, sino espacios de cuestionamiento que dan pie a la reformulación entera de los paradigmas de progreso que, hasta hace muy poco, nos parecían irrefutables. Se agotan los recursos, se marchitan los ecosistemas, decrecen las economías, se debilitan las instituciones, se recortan los servicios, se fatigan las libertades, se termina el tiempo, se merman los espacios, se precariza la vida. La pregunta por la sostenibilidad debe también preguntarse por aquello que es sostenible: ¿qué se sostiene y hasta qué punto puede sostenerse? Lo anterior tiene que ver con una óptica reciente que cuestiona el concepto mismo de sostenibilidad proponiendo que su popularización e incorporación en todas las esferas del sistema político, económico y social, desde su surgimiento, se debió, en gran medida, las ambigüedades con las que jugaba: «se trataba de enunciar un deseo tan general sin precisar mucho su contenido ni el modo de llevarlo a la práctica». La idea la ha desarrollado, entre otros, el economista José Manuel Naredo, y se vincula directamente con la sensación generalizada de que el sistema actual y sus consecuentes prácticas en todos los ámbitos de la vida comienzan a ser insostenibles. El capitalismo, el crecimiento económico, la sociedad de consumo, la economía posfordista, la explotación desmesurada del medio natural, las dinámicas de trabajo y un etcétera inmenso. Naredo afirma que, desde hace algunos años, el concepto de sostenibilidad ha sido una de las principales estrategias de contención de la crítica al capitalismo, anteponiendo el desarrollo sostenible a cualquier noción de decrecimiento. Se

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trata, por todos los medios, de hacer sostenible el sistema, derivando, entre otras cosas, en nociones como la austeridad o el reciclaje que, en general, más que una solución de base, parecen un paliativo para continuar dilatando una idea de crecimiento adinfinitum. Naredo (2012) afirma: «A la vez que se extendía la preocupación por la sostenibilidad, se subrayaba implícitamente, con ello, la insostenibilidad del modelo económico hacia el que nos ha conducido la civilización industrial. Sin embargo, tal preocupación no se ha traducido en la reconsideración y reconversión operativa de este modelo hacia el nuevo propósito. Ello no es ajeno al hecho de que el éxito de la nueva terminología se debió en buena medida al halo de ambigüedad que la acompaña [...] El triunfo universal de la propuesta del desarrollo sostenible ilustra con éxito una práctica habitual de manipulación del lenguaje, y del pensamiento, al servicio del poder: la práctica de soslayar las contradicciones y problemas habituales a base de unificar los opuestos en el terreno de las palabras».

7. [¿Para qué-Bis?] Utilidad

«De la mano de lo anterior se abren otros interrogantes respecto a lo que a nosotros nos concierne: ¿qué está sosteniendo la cultura? Las acciones que ponemos en marcha desde su vocación y que pensamos también en términos de sostenibilidad, ¿a qué modelo obedecen?, ¿a la sostenibilidad del sistema económico o al impacto en el territorio y las personas? La puja lleva directamente a las nociones de utilidad y beneficio y a la forma en que éstas deben y pueden resignificarse dentro del campo de acción de la cultura. El debate recurrente de los teatros de 40 plazas, un ejemplo que suele ser empleado como paradigmático para hablar sobre este tipo de cuestiones desde el punto de vista teórico de la gestión cultural, arrojará siempre el mismo resultado en el terreno de las hipótesis: su destino inevitable de rozar constantemente con los márgenes de la insostenibilidad económica. Es cierto, muy probablemente, que un teatro de 40 plazas jamás será rentable, pero eso no lo hace prescindible. Al contrario, el ejercicio que estamos obligados a hacer implica revertir este criterio: ¿cómo evidenciar que es necesario?, ¿cómo justificar, medir incluso, su trascendencia en un determi-

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6. Los alcances del modelo económico global nunca dejarán de sorprendernos. El teatro existe, pero con acepciones muy alejadas de las que supone el exótico caso del McDonald’s de Saint-Barthélémy y, en este caso, más cercano a los preceptos ideológicos que solemos asociar a la multinacional de la comida rápida. En el 42nd St de Times Square, en Nueva York, puede verse, desde hace algunos años, el Theater District McDonald’s, un antiguo auditorio reconvertido en un local de la famosa cadena de hamburguesas: https://www.youtube.com/ watch?v=-nw6sc0taw4

nado territorio? La pregunta podríamos hacerla directamente a los vecinos de Saint-Barthélémy y su experiencia de defensa a ultranza del que sería, para estos casos, su particular teatro de los sueños colectivos6. Aunque, para seguir con la línea de este texto, quizá lo más conveniente sea citar al italiano Nuccio Ordine (2013) que enuncia de forma muy acertada la defensa de la utilidad de lo inútil. Ordine pretende enseñarnos a diferenciar entre los dos sentidos de la palabra utilidad. A saber, que en nuestras sociedades se considera útil únicamente aquello que genera beneficio económico, cuando para la humanidad también son importantes la literatura, el arte, la filosofía, la música; bienes que no reportan beneficios pero que, no obstante, son realmente útiles desde el punto de vista espiritual y, añadiríamos nosotros, desde la activación social y comunitaria. Ordine habla de saberes, pero podría referirse perfectamente al conjunto de actividades generadas por colectivos y agentes como los que pueblan estas páginas. Acciones que «precisamente por su naturaleza gratuita o desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial, pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de las comunidades». Tal vez sea una tesis complicada de sostener en momentos de crisis como el actual, en los que el valor de casi todo acaba reducido a un problema de rentabilidad. Pero, precisamente por eso, deberíamos hacer más hincapié que nunca en este aspecto. Si la lógica del beneficio, como dice Ordine, mina por la base las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios, museos, bibliotecas, archivos), «y las disciplinas humanísticas y científicas cuyo valor debería coincidir con el saber en sí, independientemente de la capacidad de producir ganancias inmediatas», son cuestionadas continuamente desde la lógica de la sostenibilidad económica, algo estamos errando en el terreno de las definiciones. Deberíamos, quizá, replantear la idea que tenemos de nociones como impacto, beneficio, bien y, por supuesto, utilidad. O, para decirlo de nuevo con Ordine, si matamos lo inútil mataremos también cualquier posibilidad de hacer la sociedad más humana; emancipadamente humana, diríamos nosotros anticipando los puntos que ahora siguen.

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8. [¿Con qué?] Nuevas palabras

«Las ideas de Naredo y Ordine son una invitación a pensar en las palabras. «Estamos gobernados por las palabras, hasta las leyes están escritas con palabras y hay que mantener a estas palabras vivas y certeras», dice el poeta Ezra Pound. Quizá podríamos hacer un esfuerzo por repensar las nuestras. Por mantener vivas y certeras las palabras que empleamos para describir y justificar lo que hacemos en cultura. Orwell ya predijo hace tiempo la posibilidad de que ciertas maneras de enunciar antes consideradas aberrantes se volvieran familiares. Y ha ocurrido: gobiernos despóticos se llaman democráticos, acciones militares destructivas se dicen humanitarias, prácticas de consumo artificiales se definen como naturales y ecológicas (Naredo, 2012). En el mundo de la posverdad ya nada es lo que parece y nosotros nos exigimos darle la vuelta a los conceptos a los que estamos habituados. El McDonald’s de Saint-Barthélémy es una buena invitación a invertir estas lógicas establecidas. Lo que antes representaba una serie de nociones concretas: fast food, lo desechable, imperialismo cultural, uniformidad, hegemonía, capital... en el caso del mencionado restaurante, puede ahora representar otros valores inesperados: comunidad, identidad, cooperación, colectividad, barrio... La aspiración (ambiciosa) sería fundar un nuevo vocabulario que abra nuestra actividad a otras prácticas y a otras posibilidades de verdadera emancipación. «¿Y si cambiamos la palabra participación por corresponsabilidad?», se pregunta el poeta y gestor Eduard Escoffet (2017), y explica: «La participación es una coartada, que tiene normas fijas, la corresponsabilidad, en cambio, implica renunciar y ceder, implica una sociedad más porosa. Si los centros de decisión están todos atomizados, por mucha participación que exista, siempre habrá los mismos caminos». Se trata entonces de renombrar para resistir; de renombrar para reinventarse. ¿Qué nuevas palabras y qué nuevas metáforas podemos encontrar/utilizar para redefinir nuestra actividad? ¿Cómo asumimos que hablar de crecimiento, o de inversión, o de activación y emprendeduría es también hablar de gentrificación o de especulación o de precarización? por mencionar solamente algunos de los términos que más empleamos. Palabras como acceso, canon, centralidad, clase cultural, cohesión,

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competencia, consumo cultural, cooperación, crecimiento, democratización, desarrollo, desterritorialización, dinámicas, empoderamiento, emprendeduría, estructura, evaluación, gasto, gusto, identidad, indicador, industria cultural, innovación, integración, intervención, mecenazgo, mercado, necesidad, organizacional, paradigma, propiedad, producción, público, reconversión, resistencia, red, servicio, sistema, sostenibilidad, taller, tradición, transformación, transmisión, turismo, valor (y muchas más)… podrían ser analizadas e incluso redefinidas para precisar otras maneras de abordar (y nombrar) lo que hacemos. Muchas, la mayoría de ellas, son utilizadas todavía por los agentes y los proyectos que intervienen en QUEREMOS SONREÍR, incluidos nosotros, por supuesto. No se trata de oponerse a ellas o de dogmatizar con el lenguaje, sino de reflexionar sobre las posibilidades que nos ofrecen repensar estos y otros términos para seguir interrogando nuestras actividades. «Las malas comparaciones dan lugar a malas políticas», escribió el nobel de economía Paul Krugman, las malas palabras, diríamos nosotros, también.

9. [¿Qué?] Emancipación

«Con sólo 100 dólares puedes empoderar a una mujer en la India. Esta módica cantidad, según el sitio web de la organización India Partners, le proporcionará a una mujer una máquina de coser de su propiedad, que le permitirá dar el primer paso en su camino al empoderamiento. O puedes enviarle un pollo». Así comienza la periodista y abogada Rafia Zakaria su artículo "El mito del empoderamiento" de la mujer aparecido en la versión en español de The New York Times en octubre de 2017. La hipótesis de Zakaria sostiene que el empoderamiento se ha convertido hoy en un tema de exclusiva índole económica; una palabra de moda entre los profesionales del desarrollo en Occidente que, en general, ha sido separada por completo de la carga política que le dio origen y del llamado a la movilización que lo sustenta. En los casos mencionados en la cita, una dinámica de donativos no sólo sustituye, sino que anula la posibilidad de estas mujeres de tener una verdadera vida de aspiraciones al poder. El proceso de empoderamiento queda reducido a una asistencia en

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la formación técnica, que evita hacer caso al problema de fondo: la inequidad y su combate. No se transforman las relaciones de subordinación, no se eliminan las estructuras opresoras, no se brinda la posibilidad de autogestionarse, autorrealizarse, autorreferirse, autoanalizarse. Los individuos se reducen a sujetos pasivos a la espera de un rescate. En fin, no se generan dinámicas para la movilización. Pero el empoderamiento, dice Zakaria, «no siempre fue sinónimo de paquetes de empresario emergente, las feministas del Sur Global comenzaron a incluir el término en el repertorio léxico del desarrollo a mediados de la década de los ochenta». De ellas provienen las ideas motoras que han dotado al término de su fundamento emancipador: la tarea de transformar la subordinación de género, el trabajo para eliminar las estructuras de dominación y la movilización colectiva. Es curioso que, de nuevo, volvamos a las palabras. Todas las interrogaciones a la actividad cultural en términos de sostenibilidad, impacto, utilidad e importancia, por lo menos en lo que se refiere al contexto y al tipo de agentes de los que hablamos aquí, implican un trabajo por el empoderamiento. Sin embargo, quizá deberíamos comenzar a hablar de emancipación más que de empoderamiento. Emancipación como sinónimo de independización y de liberación, pero también, y sobre todo, de autonomía y de soberanía. El filósofo Jacques Rancière es uno de los pensadores que más ha reflexionado sobre el concepto emancipación. A su entender, podemos hablar de emancipación, sí y sólo sí, generamos condiciones y prácticas que propicien lo que él llama «la igualdad de las inteligencias». En su libro El maestro ignorante (1991), Rancière describe el singular caso del profesor Joseph Jacotot, un pedagogo del siglo XVIII que, tras años de experiencia docente, llega a la conclusión de que cualquier ser humano tiene la capacidad suficiente para entender una explicación clara y aprender y generar conocimiento. La postura de Jacotot, dice Rancière, refuta el diálogo socrático donde una inteligencia domina a la otra manipulándola y descubre que el maestro tiene la función de dominar con su voluntad la inteligencia del alumno para animarlo a desarrollar su propia inteligencia. No se trata pues del dominio de una inteligencia sobre la

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otra, sino de una igualdad de las inteligencias que lo único que requieren es voluntad y atención. Así, «la emancipación de la inteligencia es la única que puede garantizar que la población trabajadora, ilustrada o no, sea capaz de emanciparse políticamente». El ejemplo es ilustrativo por sí mismo y no requiere demasiados trasvases para insertarlo en el centro del debate sobre la cultura y sus imperativos de impacto en la sociedad; basta insistir de nuevo en el caso del McDonald’s de Saint-Barthélémy como muestra de tales condiciones. Reivindicar la emancipación a través de la cultura es trabajar a favor de que la cultura y las artes no sean un privilegio exclusivo, ni una argucia con la cual acumular (conocimientos, experiencias, saberes, conceptos) sin un ejercicio crítico a favor de la movilización colectiva. Se trata, simplemente, de tener un aliado, una herramienta para incrementar las capacidades de transformar nuestras condiciones de vida. Foucault ya insistió en que el acceso a la ciencia y a la educación también genera nuevas relaciones de poder; es decir, que no se puede confiar en la cultura si no va de la mano de la crítica, la autocrítica y la interrogación (Garcés, 2019).

10. [¿Con quiénes?] Queremos Sonreír

El diccionario de la RAE define afecto (Del lat. affectus, -a, -um) como inclinación o aprecio a alguien o a algo; emparentado al mismo tiempo con el aprecio, la estima, el apego, el interés, la devoción, el amor, la amistad, la simpatía, etc. Pero, igualmente, define afectar (Del lat. affectāre) como hacer impresión en alguien, causando en él alguna sensación; como atañer o incumbir a alguien; o como producir alteración o mudanza en algo. Pensar en los afectos aquí es una de las maneras de renombrar nuestra labor. Reivindicar los afectos en la gestión colectiva de los recursos comunes es, justamente, un camino a la reinvención y la resistencia. Muchas de las iniciativas incluidas aquí recorren este camino; un camino a favor de las personas, nos impulsan/importan las personas. Las prácticas culturales contemporáneas requieren reconvertirse en prácticas donde los afectos, las emociones y los cuidados estén en el centro. Donde los afectos sean la herramienta indispensable para la creación y mantenimiento

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de una comunidad y para la gestión de sus recursos compartidos. Afectos y generosidad como una de las formas de emancipación más grandes que podemos ejercer en los tiempos del cálculo infinito, del rendimiento y de la cuantificación (clics, pasos, likes, horas, ceros, ingresos, números propios…). El mayor procomún son los afectos y hacia allí hemos elegido dirigirnos. Nuestros compañeros de ZEMOS988, con su particular talento prescriptor, ya nos hablaban de esto en términos de Copylove desde hace por lo menos seis años. Del Copylove al «I’m lovin’ it» sólo hay un paso. El círculo se cierra sobre nosotros. El famoso eslogan de McDonald’s ya advertía sobre lo que es importante en estos casos. Porque hacer cultura que active y reactive lo local significa pensar en los afectos. En nuestra actividad en términos de afectos. Generando proyectos que nos afecten y afecten a los demás (al entorno, al territorio, a la comunidad, al barrio, a las personas, a los gestores/ as y usuarios/as). Proyectos que nos crucen, nos remuevan, nos transformen, nos refuten, nos repiensen. Pero también, desde la literalidad de los encuentros, proyectos que compartan afectos, que generen redes de afinidades, que construyan lazos y compromisos colectivos. Es por eso que hemos recurrido a las sonrisas; nos encantan las sonrisas. Y he aquí el paso siguiente, el que nos lleva del «I’m lovin’it» al «We Love to See You Smile»: nos encanta verte sonreír. Porque una sonrisa es la distancia más corta entre afectar y afectarnos. QUEREMOS SONREÍR porque nos encanta activar la cultura local. Porque nos encanta afectarnos mutuamente. Los rostros que sonríen a lo largo de estas páginas son, a su manera, un espejo de lo que hacemos, en el que invitamos a los demás a reflejarse. Lo que hacemos desde Trànsit Projectes en singular, pero con la ayuda plural de muchos otros: rostros de usuarias y usuarios, de artistas, de gestores y gestoras, de prescriptoras, de productores, de prosumidores, de personas que activan la cultura local y se dejan activar (y afectar) a través de ella.

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Recursos para consultar

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— Aymerich, R. (2018). «Salvar el McDonal’s», La Vanguardia. Disponible en: www. lavanguardia.com/economia/ 20180915/451804254715/ salvar-el-mcdonalds.html — Bassets, M. (2017). «La última "‘aldea gala" es un McDonald’s de Marsella», El País. Disponible en: https://elpais.com/internacional/2018/08/25/actualidad/1535178461_473794. html — Chrisafis, A. (2018). «Choose a side: the battle to keep French isle McDonald’s free», The Guardian. Disponible en: www. theguardian.com/ world/2018/ aug/24/choosea-side-fight-keep-france-iledoleron-mcdonalds-free — Escoffet, E. (2017). Participar, Institut d’Humanitats de Barcelona. Disponible en: www.cccb. org/ca/multimedia/ videos/ eduard-escoffet-aula-oberta-11/226414 — Gil, F. (2012). Ontología del Copylove. Zemos98. Disponible en: 14festival.zemos98. org/ Ontologia-del-Copylove

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— Hernández, M. (2005). «Marsella para los marselleses. Un puerto mestizo», Altair Magazine. Disponible en: www. altairmagazine.com/voces/ marsella-para-los-marselleses — Lemoine, M. (2012). «Viaje a los "barrios norte" de Marsella», Le Monde Diplomatique. Disponible en: www.eldiplo. org/notas-web/viaje-alos-barrios-norte-de-marsella/ — López Petit, S. (2008). «Que arda su blancura», Revista Espai en Blanc. Disponible en: espaienblanc.net/ beta/?cat=6&post=2216 — Naredo, J. M. (2012). «Sobre el origen, el uso y el contenido del término "sostenible"», Revista Espai en Blanc. Disponible en: http://espaienblanc. net/?page_id=643 — Pérez-Hita, F. (2012). «Senderos de deseo», La Vanguardia. Disponible en: www.lavanguardia.com/cultura/20121107/54354248953/ senderos-de-deseo.html — Zakaria, R. (2017). «El mito del "empoderamiento" de la mujer», The New York Times. Disponible en: www. nytimes. com/es/2017/10/10/ el-mito-del-empoderamiento-de-la-mujer/


Bibliografía

— Bourriaud, N. (2008). Estética relacional, Adriana Hidalgo, Buenos Aires. — Dewey, J. (2008). El arte como experiencia, Paidós, Barcelona. — Eagleton, T. (2016). Culture, Yale University Press, New Haven, Connecticut. — Elkington, J. (1999). Cannibals with Forks: The Triple Bottom Line of 21th Century, John Wiley & Son Ltd., Nueva York, — Garcés, M. (2017). Nueva ilustración radical, Anagrama, Barcelona. — Laddaga, R. (2010). Estética de laboratorio, Adriana Hidalgo, Buenos Aires.

— Muñoz, F. (2010). Local, local!, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Barcelona. — Observatorio Vasco de Cultura. (2019). Cultura y sostenibilidad, Gobierno Vasco, Donostia-San Sebastián. — Perán, M. (2008). Post-it city, Ciudades ocasionales, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Barcelona. — Rancière, J. (2010). El maestro ignorante, Laertes, Barcelona. — Williams, R. (2019). Cultura y materialismo, Marca Editora, Buenos Aires.

Trànsit Projectes

Desde 1985 Trànsit Projectes diseña, produce, gestiona y comunica proyectos que buscan promover el acceso al capital cultural. Estableciendo sinergias, estrategias, redes y acciones con agentes de España, Europa y América Latina. Trànsit Projectes entiende la cultura como un factor de fortalecimiento de las comunidades, las identidades y las organizaciones. Por este motivo prioriza la idea de proyecto a la administración de servicios: los proyectos adquieren sentido en su desarrollo territorial y trabajan para el empoderamiento, la cohesión social, la sostenibilidad y el pensamiento crítico. La actividad principal de Trànsit Projectes se centra en la gestión de servicios y recursos culturales de responsabilidad pública y gestión privada; la consultoría y planificación estratégica de centros y proyectos culturales y educativos; la mediación sociocultural y el desarrollo de eventos y contenidos culturales con un alto grado de impacto social. «Creemos en una cultura abierta, comprometida y sostenible; sin centro ni periferia. Una cultura innovadora para la innovación de la cultura».

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