Viajar es un placer pero, viajar, ¡también te escalda

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4 Relatos cortos de

Juan Ram贸n Moscad Fumad贸

Viajar es un placer pero, viajar, 隆tambi茅n te escalda! ______________________________________________________________

Malta

Encuentros


Juan Ramón Moscad Fumadó (San Carlos de la Rápita, Tarragona, 1949) es licenciado en ciencias económicas y empresariales e ingeniero técnico industrial. En la actualidad trabaja en la Central Nuclear de Cofrentes y es profesor de la UNED de Almansa.

(Juan Antonio Belenguer)

“...en los relatos va desnudando lo mejor de su interior a medida que nos va contando con ironía, con dureza, con poesía y a veces sin pudor historias para decirnos lo que realmente piensa de la vida y del mundo...”

”...es un sentimental capaz de emocionarse con acordes de guitarra sencillos que traspasan la piel y el corazón...”

“...no hay que extrañarse. Ramón es así: imaginativo, rebelde, creativo, intuitivo...”


Viajar es un placer pero, viajar, ÂĄtambiĂŠn te escalda! 4 Relatos Cortos



JUAN RAMÓN MOSCAD FUMADÓ

Viajar es un placer pero, viajar, ¡también te escalda! 4 Relatos Cortos Prólogo de

Marina Moscad Fumadó Ilustraciones de

Agustín Abarca Martínez Con la colaboración de Malta Encuentros

Almansa, Junio de 2002


© del Texto: Juan-Ramón Moscad Fumadó. 2002 © de la Edición: Juan-Ramón Moscad Fumadó. 2002 (Primera Edición: Junio de 2002) (Segunda Edición: Febrero de 2011)

Colabora: Asociación Cultural Malta Encuentros 967 344 293

652 281 518

jmoscadme@terra.es

C/ Miguel de Cervantes, 1. 02640 ALMANSA (Albacete)

Depósito Legal: AB-218-2002

ISBN: 84-922 110-5-9

Cuadros e ilustraciones: Agustín Abarca Martínez. AYORA Diseño de portadas: Juan Ramón Moscad Fumadó. ALMANSA Contraportada: Foto del autor de Mario Huerta Cuenca. ALMANSA Fotocomposición del libro: Asociación Cultural Malta Encuentros Correcciones y revisiones: Ricardo C. Torres y Juan A. Belenguer. CULLERA

NOTA DE MALTA ENCUENTROS Este libro se ha publicado en castellano y en valenciano


PRÓLOGO

Aún no había cumplido los 18 años cuando en mi casa se hablaba del viaje de mi hermano Juan a Malí. En mi caso, a la distancia geográfica se había de añadir otra temporal de trece años que nos separaba de verdad, y yo la vivía en aquel momento como si de un abismo milenario se tratase, creando una barrera impermeable entre los dos. Cuestión generacional, que le llaman. Por esta razón, lo que me quedó de aquel viaje era que mi hermano lo había pasado francamente mal; había vuelto con problemas intestinales muy malos y también, cómo no, con sus habituales regalos. Y digo habituales porque nunca ha hecho una salida —y ha viajado mucho con mi cuñada y con mi encantadora sobrina— en el que no vuelva llevando la maleta llena de regalos


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para bastantes, para muchos, y para mí: dos pulseras típicas de aquel lugar que, lamentablemente, dejé olvidadas en lo alto de la Torre del Marenyet, de Cullera, y unas sandalias, preciosas, de piel tostada, con dos trenzas para enganchar los pies. Poco es el conocimiento que tengo de aquel lamentable viaje de trabajo, aunque todo desplazamiento nos proporciona riqueza. Los años han pasado pero —como diría Silvio Rodríguez—, la vida no, y aquella experiencia sigue formando parte integral de su vida. Dicen que todas las experiencias van conformando nuestro ser. Por eso agradezco a mi hermano el regalo que nos ha hecho narrándonos parte de sus vivencias dado que nos ayuda a conocerlo un poco más. Considero un acto de valentía que alguien, ya sea escritor consagrado o simple aficionado, dibuje sobre el papel letras que narren parte de su biografía para compartirla con nosotros. Encontramos relatos exclusivamente autobiográficos, relatos que son pura ficción y otros que conjugan con habilidad fantasía y realidad: todo un gusto recordar nuestro pueblo de la infancia, donde las experiencias han sido totalmente distintas para cada uno de los cuatro hermanos con el tributo del peso que la memoria distorsiona. Tal vez, como planteaban ciertos pensadores, la grandeza del corazón no se puede medir sin calibrar lo que ofrecemos a los


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demás con nuestros actos. Con esta aportación, mi hermano Juan entra de lleno en éste ámbito: escribe para él pero el resultado, en forma de regalo íntimo y sincero, lo disfrutamos nosotros. Se trata de todo un ejercicio de sacrificio que recogemos con mucho placer incluso la angustia que este tipo de relatos provocan a los autores. Es el precio ineludible que han de pagar por entrar en nuestras vidas sin previo aviso.

Marina Moscad Fumadó Enero de 2002



AGRADECIMIENTOS

Al hacernos mayores y habiendo perdido tantos seres queridos —de ésos que son difíciles de reemplazar— creemos a veces, que nunca más encontraremos compañeros de esa talla. Aunque ya no pueda hablar con mi padre, ni con mis abuelos Rosario y Joan, ni siquiera con alguno de mis amigos de siempre porque ya no están aquí —como os puede ocurrir a vosotros— creo que estamos equivocados manteniendo el pensamiento anterior. Sabiendo que lo más grande que me ha podido pasar con estas personas tan queridas es haberlos tenido, conocido y disfrutado, ahora, a todos aquellos que no los conocieron les suelo contar lo que hacían y tenían de importante, porque así también les acerco a ellos.


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Pensamos que no encontraremos personas ‘tan grandes’ porque nos estamos olvidando de los que aún están con nosotros: la madre viuda, el hermano enfermo, los hermanos pequeños, tu familia y tantos amigos que no esperábamos encontrar nunca y que han salido de nuevo en medio de este temporal de mentiras y navajazos por detrás. Por esta razón opino que la primera afirmación no es cierta. Este pensamiento nos desespera e inquieta demasiadas veces, lo que nos lleva a admitir que no encontraremos más buenos ni mejores confidentes, incluso que el camino ya está cerrado. Y es cierto porque, aunque la belleza pueda estar en la memoria, no somos capaces de encontrar las virtudes de aquellos que viven a nuestro lado. La única diferencia es que los tenemos y conocemos pero no los disfrutamos del todo. Tampoco somos capaces de romper los muros que nos decidirán a prestarles más atención. Más tarde nos arrepentimos de no haberlo hecho. Todo esto me hace pensar egoístamente en mi madre — para aprovecharme un poco más de ella y enterarme de algo nuevo —pues debo preguntarle cual es el secreto de su vida para poder aún sonreír —y copiármelo— y además, con lo que ha pasado y lo que le queda por pasar, cómo le quedan todavía ganas de ser feliz y descubrir cosas nuevas —y fotocopiármelo.


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Ideas, consejos y soporte son cosas que me han dado mi mujer Marga y mi hija Marina en este libro; y han tenido que leer y opinar sobre todos los relatos, además de aguantarme. No en balde alguno de los mismos tiene algo bueno porque se basa en ideas fundamentales salidas de ellas. Decir que me cae la baba sería poco con las afirmaciones que hacen sobre mí y de los relatos mi amigo Juan Antonio Belenguer —gracias por sus opiniones— y su mujer MariCarmen, como si no nos conociéramos de nada, que me han puesto rojo como una granada. También pienso en el entusiasmo que me provoca cuando escribe prólogos o dedicatorias aludiéndome, en mis libros o en los suyos, Ricardo Torres de Cullera, nacido al lado de la desembocadura del Júcar. Se lo agradezco de veras aunque él también lo sabe. Además, he encontrado un con-des-interés muy grande en la persona de Agustín Abarca, compañero de trabajo en la Nuclear de Cofrentes que, si antes ya éramos amigos y silbábamos canciones a las siete de la mañana en cada turno de noche, ahora lo somos aún más. Él es, desde Ayora, quien ha realizado los dibujos del libro; y hay opiniones que dicen que todos están muy logrados y pensados —palabra de pintores—. Yo también lo sabía y confiaba que me haría algo bueno. Le


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agradezco que se haya leído a conciencia los relatos en valenciano para hacer un resumen de los mismos con cada espléndido cuadro. Y si me quedaba alguna cosa o persona por descubrir ésta es mi hermana Marina que, con su único, tierno y eterno prólogo —me lo guardaré siempre en el alma y en el corazón— ha hecho vibrar de nuevo en mí alguna fibra sonora que hacía tiempo que no escuchaba y que ha conducido a que nos conozcamos un poco más. Finalmente, he de decir que las personas mencionadas más arriba, entre muchas otras, las tenemos aquí, a todas, viviendo a nuestra vera. Aprovechémonos de ellas.

Juan-Ramón Moscad Fumadó Almansa, Mayo de 2002


DEDICATORIA

A mi madre Marina Fumad贸 Novella, A mi padre Ram贸n Moscad Salvador A Marga y a Marina, A mis hermanos: Marina, Carlos y Miguel Moscad



ÍNDICE Prólogo Agradecimientos Dedicatoria Relatos Everybody Teluk Malée El Tercer Maletín Il Maro Loa de un amigo de toda la vida Asociación Cultural Malta Encuentros Títulos ya publicados El Autor



Everybody (Evribari) Todos _________________________________________________ Informe del viaje a Nothingland —El Llent. Weekend: Aug, 15 al 16 de 2001 Realizado por: Sir John Palomares (El viajero del arco iris) (From the Rainbow—Passenger) __________________________________________________________ “Lo diverso nos da vida. El color nos emociona. Las distintas lenguas ya no nos separan tanto. Pero la uniformidad del mundo de los everybody nos mata poco a poco o nos deja sin posibilidad de reacción. A veces pensamos que lo mejor para que haya justicia es que no hubiera diferencias sociales, que todos fuéramos, pensáramos y actuáramos de igual manera pero..., ahí está ‘el pero’, ¿Iguales a qué modelo? ¿A qué única idea?”

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α Esto fue lo que nos leyó en voz alta a los científicos, Sir John —el viajero del arco iris—:


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Everybody eran iguales. Su manera de vestir y forma de comportarse era idéntica —un único modelo de vestido y de un sólo color, el grisguán— y sus expresiones para pedir o desear cualquier cosa eran las mismas y no más de un par —dam est o ker ac—. Sus relaciones sociales indiferentes y las formas de pensar vacías —a fuerza de tener la costumbre de no practicar periódicamente el intercambio de ideas ya que no les hacía falta— les enrasaba a todos por abajo de la parte superior del cuerpo o grupo de neuronas de color gris-superior: el cerebro. Queremos decir que la tendencia entre ellos era parecerse al que menos mecanismos de adquirir conocimientos tuviera. Nosotros diríamos que como el más tonto pues parece que ésos se ponían como modelo a seguir, o sea, de moda.

ββ Sus habijaus para estar eran parecidas, con decoraciones homólogas unas de otras, one model por dentro y por fuera, o sea, habitáculos de un sólo espacio para todo. Los horarios utilizados eran exactos a los de los demás, teniendo el tiempo de trabajo y de descanso a la misma hora, sin dificultades de tráfico —por lo que comentaremos posteriormente debido al modelo de desplazador utilizado.


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La comida que consumían poco variaba de unos a otros: platos únicos, con un sólo ingrediente, sin sabor y con muy poco color —desvaídos—, servidos en unos objetos con espacios huecos. El multi-utensilio para coger los ingredientes de dentro de los huecos era un tenedor-cuchara —a modo de cuchillo con el que poder coger líquidos. Si hablamos de su ocio y diversiones podemos concluir en lo mismo: el signo matemático que los relacionaba era el igual a o igual que. El signo más que o el menos que no era nunca utilizado. Tampoco era necesario, pues para expresarse y comunicarse entre ellos era muy sencillo y se hacía solamente con las únicas cien monopalabras —de una sílaba y un sonido: clack, sup o paj, etc.— existentes en su única hoja-diccionario, que solían utilizar los más ávidos por aprender aquellos cien unisonidos. A los que las aprendían se les llamaba con el apodo de los cult. Si alguno de ellos —de los everybody— se distinguía por cualquier circunstancia, pronto era coartado, objeto de burla o apartado de las conversaciones o las reuniones —como castigo por salirse del tipo estándar impuesto con el beneplácito de everybody— y crearía un desconcierto entre ellos al que no estaban acostumbrados por lo que podrían surgir dificultades.


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χχχ Por decirlo mejor: ya que el modelo filosófico de existencia se había ido construyendo entre todos a través del tiempo —participando cada uno de ellos en la confección del mismo—, sus consecuencias eran admitidas y los resultados aceptados con el consentimiento unánime; y asumidos sus defectos totalmente —al no ser del todo perfecto— pero tenían la necesidad de creerlo. Este alguno de “ellos” del que hablábamos pronto volvía a estandarizarse fácilmente, con los métodos idóneos que tenían para devolverle al punto cero —que quería decir: ni más ni menos que el otro... Estaba claro que no podía ser de otro modo. El Orden establecido que se imponía con su omnipresencia en el nadambiente al final les conducía a un punto tal que everybody tendiesen a ser como el tipo medio ya que era el único modelo imperante. Y tener gustos por consumir productos que sirvieran para otra cosa que no fuera lo impuesto o ayudaran a resolver otros problemas distintos a los estándar, también estaba descartado; el desbarajuste que se produciría sería muy difícil de arreglar.



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δδδδ Así lo exigían las economías de escala que utilizaban, o sea, fabricación de productos en series muy grandes, con enormes cadenas de producción —para intentar explicar la parte económica del modelo— por el hecho de que la Multi-Zona — MZ— para existir, estaba surtida o abastecida, desde el punto de vista logístico, por las Total Iniciativa —las TI o Empresas Totales, o las ET—. Estos macroentes logísticos a modo de enterprises suprazonales

de

producción

y

suministro

—empresas

multinacionales para los humanos— eran de tal calibre que unas 20 en total eran suficientes para satisfacer las necesidades típicas, necesarias y suficientes —creadas y aprobadas por todos—. Las atípicas, como habrá deducido el lector, no aparecían casi nunca, ni casi... Con estas 20 TI's se ponía en activo a everybody. El problema que podría surgir si alguno de ellos estuviese en la situación de no-dedicación o en no-actividad era desconocido pues

cualquier

coherentemente

situación de

forma

contraria idónea

y

era

coordinada

adecuada,

siendo

convenientemente contrarrestada. La situación del pleno quehacer era permanente y continuada con el paso de la unidad de tiempo, que significaba: ningún descanso para no poder parar


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nunca. Era el objetivo que se tenía para no caer en la desesperación del nada ¿Cómo iban a existir en gran cantidad los Reaction o los Rt's —alguno de ellos fuera de la norma— si cualquier Nuevo Intento de Búsqueda o los NIB, de hechos nuevos con los que soslayar aquel estado de cosas realizado por los incipientes Rt’s —considerados por el modelo como de comportamiento enfermo—, era neutralizado de manera muy simple por el Orden, o no era apoyado por everybody los tipos medios u otros compañeros de al lado? Por la manera indiferente con que no se relacionaban, no se les podía llamar tampoco vecinos o compañeros. Estaban solos, unos al lado de otros. No era por miedo sino simplemente el estar cómodo dentro de aquel Orden impedía el que surgieran NIB’s por cualquier parte. Por fin se había llegado a lo que todo el mundo aspiraba: tener y ser lo mismo que everybody los demás, con lo que se evitaban tener que compararse. El placer que produce entre los humanos ser diferentes unos de otros, poseer cosas y tener gustos y caprichos distintos tampoco existía pues todo estaba cubierto en cuanto a las necesidades y normalizados los comportamientos y usos: simplemente se marcaban cuántos y cuáles, cómo y de qué manera. Se llegaba de este modo a que everybody tuvieran la


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posibilidad —a veces era confundida con obligación— de tener lo mismo y disfrutarlo con la misma normativa existente. Así, un sólo canal para telever —tv— bastaba para las pocas noticias que se producían debido a que prácticamente nada distinto surgía de la silenciosa normalidad que provocara alguna noticia. En vez de telediarios y debates —como en nuestra televisión del moderno mundo globalizado—, existían los programas fáciles de mentalización, con explicaciones perfectas —por lo sencillas— de la filosofía única, siendo aquellos otros programas totalmente innecesarios y por ello inexistentes:¿Qué asunto había para ser discutido? ¡Si ni siquiera existía un partido político! Aunque podríamos suponer que ellos —los que establecían el orden, que eran todos— formaran la Organización Sin Poder, la OSP. Además, el único deporte que podía ser observado —ya que sólo aquel existía— era el juego del golpe al objeto para meterlo en un sitio —el gomes— pero sin competencia. Ya que gustaba tanto se podía observar durante horas y horas en el único —aunque no famoso ni diferente de otro— canal para telever. Algo no muy distinto a lo que hacemos los humanos, para entendernos. Parece que otro tanto ocurría con las ondas hertzianas como el que si se escuchaba o captaba un sólo tipo de mecamusi


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—sonidos mecánicos— o si existían los poecantos —a modo de canciones recitadas— cogidos en su seleccionador pues, sabiendo que los tenían —porque los vimos y oímos cómo los tarareaban y canturreaban— no pudimos recoger más datos y grabaciones, para confirmárselo y demostrárselo a la opinión pública. Además, si hubieran cantado poemas, hubiera sido lo más parecido a una música rap o reggae —por asimilarlo a algo nuestro y entendible—. Eso sí, parecían un poco burdos y bastos y les costaba hacerlo por la forma pesada con que lo hacían. El globalcar —gc— era una especie de mecanismo único de traslación para everybody. Este modelo de desplazador era de color negro aunque podría haber sido verde si hubiese habido algún rasgo de esperanza de diversidad en el sistema implantado, pero ésta tampoco era necesaria en aquel entorno nadambiental. O de color rojo, como en Inglaterra, para darle una viveza mayor a la Zona pero tampoco se pedía… Como el color de la tela de las prendas de vestir también era gris, podemos imaginarnos a las personas dentro de los desplazadores yendo por los carriles unidireccionales —que parecían hornos que exhalaban espesos soplidos los días que había luz— utilizados para trasladarse de lugar, hechos con lavasfáltica igual que las habijaus, y dibujando un cuadro en negros y grises digno de una película antigua en blanco y negro:


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el negro del globalcar, el gris de los vestidos y el gris-negro de la lavasfáltica. A aquel cuadro dibujado como forma de desplazarse no se le podría llamar exactamente un viaje por el arco iris sino, más bien, un cambio de sitio.

εεεεε Eso sí, aunque en general el gusto que producía el ser igual a los demás no creaba ni una sonrisa debido a sus pocas fibras faciales –cosa que hacía que tuviesen un aspecto constantemente desagradable y como acartonada la cara–, en cambio, este comportamiento se llevaba como emblema o bandera, cosa importante en grado máximo de la que todo el mundo

estaba

convencido.

Pero

existían

algunos

con

comportamientos parecidos a lo que podríamos llamar "de personas humanas" –en el sentido nuestro y clásico del término– pero no se les dejaba aspirar a ir más allá, porque la normalización

se

imponía,

como

hemos

comentado

anteriormente. Esto era evidente pues, la diferencia con los otros creaba dificultades en el Simple Esquema de Vida de Allí —el SEVA. A pesar de que espiar al otro era una costumbre arraigada, con todo, no era conveniente pintar de otro color distinto al de "al lado" la fachada de la habijaus de lavasfáltica



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—su lugar para continuar estando—, pues se entraba en un desbarajuste de colores y en una dinámica de posible competencia del gusto por los mismos, haciendo que pudiera despertar el interés por la estética; ni era considerado estético plantar cualquier pequeño seto —con el que rodearla— para poderlo recortar y darle forma después de los brotes primaverales, porque nunca se distinguía esta estación del año, y esto era normal porque no hacía falta la fermentación de los sentidos ni de los sentimientos pues no lo necesitaban. La estética era un concepto no desarrollado en la multizona para que no pudiera desembocar en otra línea o canal de diferencias que complicasen los nudos del comportamiento empalagoso de la red establecida en ella. Lo más sencillo era dejar la habijaus cada vez más gris y estropeada por el ambiente de niebla de la atmósfera que los rodeaba. Para ir terminando, no podemos decir que los pobres estaban contentos de tener y ser lo mismo que everybody pues no había pobres como hemos deducido. Exactamente igual ocurría con los ricos, por tanto, al no existir esta especie entre ellos, se eliminaba el problema de que estuviesen disgustados por haber bajado de categoría en la escala social.


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Y para explicárnoslo en términos nuestros de una manera abstracta, su estado de relación con los demás podría tener el apelativo de una indiferencia compartida con nadie —ICO-CONNÁ—. Si se hubiesen relacionado más es posible que los habríamos visto abrazándose apretados alguna vez. Esto nos hace pensar que las obras de caridad no debían tener sentido ni existir siquiera en su imaginación, si es que la tenían. La indigencia tampoco aparecía para no crear malestar entre everybody los allí agrisados por el medio o el nadambiente y, aunque las enfermedades mentales eran de las más abundantes, por no decir las únicas —las llamamos así para entendernos, pues no se sabe si tenían mente y si pensaban—y que los centros para la "idoneidad" parecían flamantes parques psiquiátricos, semejantes a nuestras grandes ciudades, podemos afirmar, ¡sin pegas!, que todo se arreglaba acudiendo al Centro Idóneo —CI—, con soluciones muy claras y contundentes.

φφφφφφ Finalmente, hemos hecho un último análisis sobre la indiferencia compartida que eliminaba cualquier situación social después de esta visita: aunque la situación de aquello podría ser comparada con una especie del Estado del Bienestar Total, por


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llamarlo como lo que dicen que nosotros tenemos y/o a lo que tanto aspiramos, podríamos intentar hacer una aproximación y, entre todos, decidir ponerle el nombre del Station Free Normalized To Be Total —el SFN-TBT—, que querría decir que era una especie de lugar abstracto y que nuestro diccionario enciclopédico en castellano de siempre traduciría como Lugar Libre para Estar Normalizado Totalmente —en siglas, el LLENT— ya que la libre elección realizada por ellos nos da pié para pensar en que este tipo de MIERDI —Multizona Idónea para Everybody de Relación Difuminada Indiferente— fué concebida y escogida sin cortapisas de forma totalmente consensuada y participada por everybody ellos. … Contrainforme (Don Juan Palomares, después de su vuelta del Llent, en la soledad de su despacho iluminado con la única luz de una pequeña pantalla sobre la mesa, mirando la foto colgada de la pared de su mujer y su hija de 16 años)

Por suerte o por desgracia, no me parece que en algunos aspectos estemos tendiendo a una multizona global como la que hemos recorrido ya que cada día el número de países existentes en el mundo va en aumento puesto que la globalización de todo


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no ha funcionado, al no haber resuelto los problemas locales, que en el fondo son los importantes. Somos distintos y diversos, lo cual ya es mucho, con un cierto grado de independencia aunque con tendencias grupales y estándares. Lo malo es no acabar de saber cómo gestionarlo, cómo meterlo todo en el cuadro y que guste sólo con una mirada. Menos mal que ahora me doy cuenta de lo que aquí tenemos —miró otra vez la foto— pues, aprovechando la ocasión, quería dar las gracias a aquellos que se empeñan en creer y en crear, en saber aumentar la afición del gusto por las cosas, en innovar para mejorarlo todo, aunque se pierda poder porque, luego se gana. Es agradable, y confortable, ver personas distintas y lugares dispares; nos podremos comparar y mejorar si cabe. Me tranquiliza que haya gentes que se esfuerzan para que la verdad y la sinceridad no ofensiva sea algo de lo más importante que tengamos. Y no dejar que otros se aprovechen de nosotros por detrás. Esto combate a los que descalifican por norma y sirve para alejarlos, al no dejar que anide su incompetencia a nuestro alrededor. El estallido surgido ahora del interés por la ecología puede hacer que, sin tardar ya mucho, los paisajes de los cuadros


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pintados en nuestros ojos sean más puros y hermosos, con más brillo, color y verdor. El aumento del número de poetas, novelistas, escritores en general, etc., en todas las lenguas y en todos los lugares, junto con la ayuda de mil entidades que provocan el gusto por la lectura de muchas maneras, hace que conozcamos cómo se dice o cómo poder expresar con el matiz o la palabra adecuada el concepto que queremos transmitir, para entendernos mejor sin molestarnos con malentendidos. Si me dejan tener un momento para poder soñar o inventar lo que he deseado, lo agradeceré enormemente; igual que si pudiera opinar sobre cualquier cosa y que me la tomaran en consideración, pues ¡sería un logro!. El silencio que produce en nosotros el ruido de las hojas de los árboles o el agua del torrente es suficiente para llenar de ideas nuestra relajada mente en ésos momentos de calma. Se me quitará el malestar producido al convivir a veces con la pobreza si veo a alguien con el interés de crear riqueza para poder elevar el nivel de los marginados, y que puedan empezar a pensar en la ecología como nosotros de una manera tranquila. Y si damos al cariño la importancia que todos decimos que tiene, podremos hacer sentir a las personas todo aquello que


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necesitan para vivir más felices y seguras sólo con darles más besos y acariciarlas. Pero lo que más me gusta saber es que el volumen de libertad del que disponemos nos permite hacer y pensar en cosas distintas a los demás aunque, con el paso del tiempo, lleguemos finalmente a estar de acuerdo y que en algún momento tengamos la posibilidad —y la sensación— de estar siendo útiles para algo o para alguien aunque a ése alguien no se lo parezca — porque no tenga capacidad para reconocerlo—. Y sobre todo poder hacer las cosas que nos apetezcan aunque no estén en la onda ni en la moda en la que están everybody. −Este espacio de aire puro y fresco que aún nos queda, ¿la libertad?, para respirar a rabiar y con avaricia todo lo que queramos, es bastante importante y ayudante para realizar nuestro sueño particular. Que no decaiga pero que se amplíe para poder… ¡más!

Firmado Sir J.P. (El V.A.I.)



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I  No estaba demasiado convencido en realizar aquel viaje pero, por razones de trabajo, tenía que hacerlo obligado por las circunstancias que le rodeaban. En su empresa, Aidonlaik era uno de los que sabía hablar y escribir francés, más o menos, y uno de los más expertos de su país en centralitas telefónicas privadas


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por aquellas fechas. No en balde se había formado como perito en la escuela de Valencia, llegando a ser operador de la Telefónica después de unos cursos en sistemas de conmutación —utilizados por el año setenta y dos en sus centrales, para ir destinado a una de las de este monopolio: la del centro del barrio de Sarriá de Barcelona, el emblema de la compañía nacional de telefonía española de aquel barrio tan culé como pajarito.

Unos meses después cambió de empresa; se fue a Citesa, asociada a la ITT americana y a una de sus filiales españolas como la Standard Eléctrica de Madrid, donde realizó los cursos de una duración de seis meses en centralitas telefónicas privadas del sistema americano pentaconta-mil y, en España, en aquellos momentos éstas estaban en plena expansión, instalándose en bancos, hoteles, cuarteles, hospitales, etc. Años más tarde, al comienzo de los ochenta, la empresa empezó a sustituir éste tipo de centralitas hechas con relés por las electrónicas y digitales, con lo cual la reducción de espacio y de personal empezó a hacerse evidente.

Con el afán de expandirse hacia todo el mundo la política comercial de la empresa hizo que el departamento empezara a exportar a todas partes. Sudamérica y África fueron los


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continentes que compraron más centralitas españolas con el sello Citesa-ITT de patente americana, o sea, a la compañía internacional de telefonía española. Decenas de centralitas ya habían sido vendidas los años anteriores a importadores africanos de habla inglesa y francesa, entre ellos, de Nigeria, de Senegal, así como a los sudamericanos de Chile, Venezuela, etc.

II  Aidonlaik sabía por aquellas fechas de julio-agosto del 80 que si no realizaba el viaje de trabajo para cumplir con el contrato de apoyo técnico a la filial de la ITT del país al que iba destinado, sería puesto automáticamente de patitas en la calle por su castellano leonés jefe de personal, cosa que éste ya le había anticipado telefónicamente. Al final tenía que ir. Ésta política de traslados y viajes, utilizada últimamente por su empresa, sin aumentos salariales, ni mejores condiciones de categoría laboral o de otro tipo, tenía como objetivo ir creando un poco de malestar entre el personal al que movía geográficamente y que, en un tiempo corto, aceptara las condiciones para ser despedido. Así, la empresa, ofreciendo un poco de dinero y el subsidio de paro, reducía la plantilla para


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adecuarla a las menores necesidades de mano de obra por la introducción

de

las

innovaciones

tecnológicas

de

semiconductores en sus nuevos sistemas telefónicos de conmutación. Presionado a fin de cuentas y sin tener suerte en encontrar otro trabajo de momento, hizo las gestiones oportunas para poder hacer el viaje: se sacó el pasaporte, el visado, los billetes de avión, el dinero para los gastos, etc. Objetivo: —Tienes que ir para solucionar todos los problemas técnicos que tengan en los equipos telefónicos que les hemos estado vendiendo. Las centralitas telefónicas instaladas y probadas por ellos no les van del todo bien. Tienen muchas averías. Algunas no funcionan correctamente. Otras tienen cables quemados, etc ..., le instruía el creído de su jefe de Madrid sobre el trabajo que debía realizar. —Da la impresión de que tienen colapsadas todas las instituciones más relevantes de la capital. El cuartel general donde está su máximo líder político, el general Elamo BhetúNgue, tiene prácticamente incomunicadas telefónicamente todas sus dependencias, seguía explicándole su alargado jefe postventa, con ejemplos, el panorama que se iba a encontrar.



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III  Estando aún en Alicante donde ocupaba el puesto de jefe provincial y sabiendo que trabajaría en una zona totalmente subdesarrollada,

había

estado

consultando

con

otros

compañeros de España todas las vicisitudes por las que habían pasado en sus viajes por otros mundos, instalando y reparando centralitas telefónicas de la ITT española, en Nigeria, en Sudáfrica, en Isla de Ceilán, etc. Claro, lo primero que tenía que hacer Aidonlaik era vacunarse con la específica para ir a los países de centro África; luego, tomar la pastilla de quinina todos los días para protegerse contra el paludismo de aquellos mosquitos del rojo y espeso Níger, robustos, fuertes, con picos como cañones, inmunizados más de cuarenta veces después de las lluvias de agua mezclada con múltiples insecticidas, provocadas artificialmente con la utilización de avionetas sobre las zonas de mayor densidad de insectos palúdicos que, con el calor, la humedad y la vegetación de cañares al borde del río, sobreviven desde siempre en su idóneo hábitat. Luego, nuevas especies inmunizadas, nuevos cambios genéticos, nuevos insecticidas y así la cadena…


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A pesar de todo, esto no era lo peor, pues sabemos que el paludismo se cura, aunque pueda rebrotar al cabo de unos cuantos años y tener fiebres altísimas, sudores, escalofríos y dejarte con alguna secuela más. No, esto no era lo peor sino aquello que podría ocurrirte: aunque te tomaras la quinina, si te picaban, podías coger igualmente el paludismo —ya fueras con la pastilla diaria o con la dosis de una pastilla más fuerte cada seis días; la acostumbrada en aquel país, para no estar tan pendiente a diario—. No hay nada que resista al picotazo de uno de aquellos obsesivos zumbadores nocturnos. Lo que a Aidonlaik le dejaba más tocada la cabeza era el momento cuando le contaban ciertas cosas sus compañeros de la empresa: —A Pepe el de Valencia, como también estuvo, le salen cada seis u ocho meses, unas ronchas rojas de unos cuatro centímetros por la piel de todo el cuerpo que le producen unos picores inefables que lo llevan hasta la desesperación, pues ni siquiera saben qué enfermedad es ni en el hospital Clínico de València —en su departamento de enfermedades tropicales—, ni si ha cogido alguna alergia desconocida todavía por los médicos de aquí, o ¡yo qué sé!, le decían unos. —El compañero de la empresa, Javier, el que trabajaba en Sevilla, estuvo en el Alto Volta y también tiene una


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enfermedad de hígado que le llena de inquietud; no hay manera de curarlo y ¡lo trajo de allí!, le contaban otros.

—Ya sabes, tú siempre con el agua mineral y no te fíes de los cubatas. Los cubitos de hielo pueden tener en su interior alguna bacteria o ameba y cuando se te mete en el cuerpo no sabes dónde irá a parar ni a qué órgano se dedicará a fastidiar.

Entre el cabreo creado en el subconsciente por no querer ir a África, el cogido por no encontrar trabajo pronto fuera de la empresa, el pensar en la comida y en la higiene del país, en las enfermedades que podría contraer, el calor del viaje a Madrid, una mala digestión por el refresco mal preparado en el avión de línea española —famosa en el mundo entero—, no saber exactamente para cuanto tiempo iba, los sólo veinte dólares de dieta diaria de la empresa —en aquella ocasión unas dos mil pelas equivalentes a 12 euros— y la enterocolitis cogida como consecuencia de todo esto, dejaban a Aidonlaik abatido en la cama del céntrico hotel madrileño, totalmente tirado en su habitación y bebiendo de dos litros de agua mineral mezclada con té y limón disueltos por recomendación del médico de guardia de un ambulatorio de la seguridad social cercano.


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IV  Iba a aquella tierra con la intención de hospedarse en el mejor hotel de la capital —de cinco estrellas— ya que el delegado de la telefonía privada americana de aquel país continental le pagaba la estancia pues así se había convenido en el contrato de apoyo técnico y de este modo —cuando le explicaba en Madrid todas las condiciones del viaje de trabajo— se lo hizo saber el poca vergüenza de su jefe del servicio postventa de la filial de la ITT —international tele-phonic and telegraph—, tan necesitada de explotar el cobre chileno para fabricar conductores eléctricos y que tenia a tanta gente poderosa sobornada hasta el cuello. Partía al día siguiente con rumbo a las Islas Canarias, aeropuerto de Las Palmas, de donde cogería el avión que lo llevaría a Dakar, haciendo escala de un día; después, desde esta capital senegalesa, despegaría con destino al país de las centralitas telefónicas con enfermedades de tipo técnico en sus componentes y en sus conexiones. El país africano que limita con Argel —siendo estos dos países los dueños de casi todo el Sahara—, era árido y desértico en su mayor parte y uno de los más extensos de África


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occidental, con un calor ecuatorial de allí mismo, de los meses de julio y agosto, de un sofocón subido, envuelto en una constante y pegajosa humedad y con un sudor que le salía a Aidonlaik sin posibilidad de evaporarse. Entorno de calima provocado por las veraniegas lluvias torrenciales de sólo cinco minutos de duración sobre el primitivo Níger y sus orillas, guarida de mosquitos y vena líquida para abastecer de vida a aquel país de un rojo oscuro, marrón —el color de una tierra salvaje para ser explotados los cultivos y los minerales en su totalidad—. El chaparrón de la tarde se repetía casi todos los días. Era la Republique du Malí —con su capital Bamako— que tenía la tierra pintada de mil colores de la gama de los marrones, de donde salían los centenares de verdes de sus plantas y frondosos árboles, los ardientes colores de sus gentes —como los de sus vestidos—, las multicolores sandalias y los tejidos decorados con los colores más puros —unidos a los niños, envolviéndolos, con los dientes tan blancos que hacían juego con su morenas caras tan sonrientes y con unos ojos tan grandes y despiertos que daban gozo— junto con tantas moscas alrededor del capazo de bananas —llevado encima de la cabeza de las mujeres— para hervir y por vender en aquel mercado —todo era mercado—, circulando entre los sastres a la puerta de su taller con su máquina de coser que te podían hacer un traje africano —


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una chilaba con gorro— en media hora, casi un prêt a porter, y el olor insoportable emanado del alcantarillado con las alcantarillas totalmente abiertas en medio de las calles, preparado para repararlo no se sabía cuando. Todo esto unido era como una mezcolanza sin desclasificar que aún le está recordando a Aidonlaik aquel olor que no olvidará jamás porque siempre lo reconocería si lo dejaran con los ojos tapados con un pañuelo como el de la gallinita ciega, unos segundos en la plaza del mercado de Bamako aspirando aquel real perfume africano. Mezclado este aroma con el tormento que le esperaba en aquella ciudad hizo que cuando viniera a España él mismo se pusiera un nuevo nombre de guerra para el campo de batalla.

V  En el viaje a las Canarias conoció, sentada al lado del asiento del avión—el once ventanilla—, a una chica que también iba a Dakar para hacer escala, en busca de su hermana —una misionera radicada en el centro de Malí con la que pasar las vacaciones—. Una vez en el aeropuerto de Dakar, recogidos por el dos caballos de una monja española —de una de las diversas órdenes misioneras de la capital del país más occidental de aquel


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continente— y compañera de la hermana de la chica, se fueron al hotel donde bajó Aidon cargado con las maletas y se despidieron. Después la chica y la monja con la tartana de coche continuaron hacia el convento. Aidonlaik tuvo que pernoctar tres noches en el mejor hotel de la ciudad de Dakar porque, en África, los aviones no salen cuando lo dice el billete, pues en el continente color carbón no hay prisa, nadie se da prisa, y menos en el mes del Ramadán. Ya habían pasado tres días desde que le despidió su mujer del aeropuerto del Altet y él aún estaba sin poder moverse de la capital senegalesa. Una salida del hotel para comer al mediodía, le hizo tener una experiencia molesta, unida a la situación de su poco nivel de salud y sudando todo el día. Menos mal que el hotel internacional de five stars, de una cadena francesa, tenía el aire acondicionado rezumando humedad por el exterior de sus enfriadores y por fuera de todas sus máquinas, puestas a tope de funcionamiento. Presionado entre tres o cuatro africanos nada más salir del hotel, con los ocho ojos blancos y rojos mirándolo, no tuvo más remedio que comprar un brazalete de oro por unas cinco mil pelas. Aquello no era oro, aunque se le pareciera. Al llegar al establecimiento hotelero de nuevo, después de comer en un restaurante francés y haciéndole una consulta al jefe de



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seguridad

del

hotel

por

el

problema

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ocurrido,

éste,

automáticamente, hizo entrar a los vendedores autóctonos y se deshizo la compraventa. Horas más tarde, charlando con algún que otro turista europeo, se enteró que el día anterior algunos bandidos asesinos habían matado a un español, apuñalado por delante y por detrás, en no se sabía qué circunstancias. No tuvo más ganas de salir sólo del hotel entre lo enfermo que estaba, el susto de la joya y la muerte del español, no fuera que quisieran vengarse los vendedores del brazalete de oro. Al día siguiente, se atrevió a salir del hotel acompañado de las monjas amigas, las del dos-caballos, visitando algunas iglesias y otros conventos de misioneras que, como siempre, estaban de un limpio perfecto que daba gusto. Al regresar, abrasado por el calor sofocante y con un sudor continuo, una vez sentado en las butacas de la entrada, se hizo amigo de un negro pululante por el hall que le ofreció ser guía turístico del casco de la ciudad o de su litoral atlántico de arenas doradas entre otras cosas, como la de ser acompañante de cama, pues ya estaba experimentado con todos los gustos sexuales de los turistas y los habituales transeúntes, dedicación obligada para seguir viviendo a trancas y barrancas, debido a la pérdida del trabajo en el quiosco del moderno y europeizado edificio hotelero. De todas formas, le acompañó al banco abierto por la tarde que, más que


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un banco, parecía un casino lúgubre, ahumado por los cigarros, con el polvo en suspensión y la calima creada con el calor y el sudor de las gentes que llenaban el establecimiento, disfrazados con levitas, barbas y bigotes —verdaderos judíos. VI  Al llegar a Bamako, el olor de la tierra del aeropuerto era el característico del continente africano y allí le estaba esperando el serio gerente africano de la sucursal de la ITT de la capital que le transportó a un motel de una cadena del Estado situado a las afueras de la ciudad junto al río Níger. Le dijo que era el lugar de residencia acordado con la compañía española y que él, el jefe de la delegación, no podía pagar más. No podía llevarle al hotel bueno y con las condiciones que Aidonlaik quería. Tendría el desayuno, la comida y la cena incluidos gratis en el contrato con Madrid. Le pidió el pasaporte para devolvérselo pasados unos días, una vez renovado el visado para el regreso. Al día siguiente el jefe de la delegación le comunicó, con sorpresa para Aidonlaik, que tendría que quedarse en Bamako unos dos o tres meses para solucionarle todos los trabajos pendientes. Pero... “¡cojones! ¡si el acuerdo era sólo de un mes!, me había comentado el cara dura de

mi

jefe

en

Madrid”,

pensó

interiormente

Aidon,


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entreabriendo la boca con los dientes apretados y mirando hacia arriba con gesto descompuesto. La pertinaz diarrea no se le había pasado y menos después de no haber dormido nada la primera noche en el motel por culpa del ruido que hacía la máquina del aire acondicionado del año del catapún, que no debía pararse ni un solo instante para que no entraran los mosquitos en la habitación. El frío lo protegería de ellos. La cama era demasiado blanda y el estado neuronal lo tenía a flor de piel. Ésta chambre a coucher estaba ubicada en la punta de una nave de cuarenta habitaciones unidas por un pasillo central. Era un corredor largo que por la noche se cubría de insectos, palomitas y otras especies voladoras de unas dimensiones realmente grandes —sin exagerar— y que, atraídas por la luz del pasillo, entraban dentro, se quedaban zumbando toda la noche para finalmente descansar muertas en tierra formando una especie de alfombra —compuesta por millares de éstas inquietas libélulas cansadas de volar horas seguidas alrededor de los plafones— que pisabas al salir de la habitación, provenientes del río nigeriano donde se alimentaban y disfrutaban por el día entre los cañares del borde del río. Añadido a este malestar tuvo que ducharse junto con alguna salamandra de color beige—le dio asco en un primer momento— y que vivía al frescor del agua del baño: una experta


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en frescor, habituada a las duchas y que le ayudaba a matar los mosquitos. Por el día Aidon usaba normalmente una camisa de verano de manga larga de color marrón para no sufrir el calor provocado por los rayos del sol ecuatoriano que caían de plano y lo fundían todo. Además, las mangas bajadas le servían para evitar algún posible picotazo de los nocturnos visitantes, los camicaces transmisores del paludismo ancestral; por eso no se arremangaba nunca. Enfrentado a todas las peripecias e inconvenientes, cada día por la tarde —ya que las tenía todas libres— acudía al europeizado médico autóctono, licenciado en la universidad de Rouen de Francia, donde había obtenido aquella titulación ganada a pulso para curar a los enfermos que recibía en su despacho, todos al mismo tiempo, sentados alrededor de su mesa, mirándose unos a otros y que hacía pasar con el orden que él quería. —Mon cher ami, vous avez le crack. C’est normal. ¡IL est nécessaire deux mois pour s’adapter! —le decía al español Aidon con un acento francés-africano, o sea, pronunciando la erre final de cada vocablo como nosotros hacemos en España, caso de que la palabra llevara sólo una y sin dejarse ninguna letra por pronunciar.


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Todos los días una medicación, pues todos los días tenía un síntoma, que se agudizaba cada vez que pensaba que aún debía estar dos o tres meses más en África, el continente maravilloso por su fiera y salvaje naturaleza y su primitivismo aún por estallar. Para Aidonlaik todo estaba en contra, como aquello que le pasaba con el experto técnico en telefonía responsable de allí. El propietario de las centralitas tenía el mejor técnico del país, el jefe técnico de la compañía telefónica nacional de Mali, reclutado y contratado por el dueño de la ITT de allí y con quien Aidon se reunía todas las mañanas para ir a reparar centralitas. Siempre venía a buscarle a las nueve de la mañana y, a las dos de la tarde —ya que por el Ramadán no se debía trabajar más—, lo devolvía al motel con su furgoneta y con la promesa de recogerle de nuevo por la tarde para realizar visitas turísticas, cosa que no hizo nunca. VII  De esta forma, el técnico español en telefonía privada, hacía footing —poco, por el calor—, leía libros, se hacía amigo de todos los jovencitos de color que buscaban trabajo por allí y de los recepcionistas la mar de amables. Uno de ellos lo veía tan


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aburrido que en cierto momento tomó la decisión de ofrecerle toda su amistad, de agasajarle y de darle un poco de cariño para que esbozara una sonrisa —Aidon estaba quedándose en los huesos—. Le trajo al motel, una calurosa tarde de domingo, dos negritas de unos dieciséis años —que parecían dos jóvenes diosas de la Grecia africana; féminas amigas suyas sin ninguna arruga bajo las nalgas—, para que pasara la tarde con ellas, en su habitación o disfrutarlas como quisiera. ¡Aquello sí que era un amigo! Y después, todo lo que ocurrió fue que dieron un largo paseo las niñas y Aidon bordeando las dos márgenes del río Níger por los alrededores del motel y finalmente la desilusión del boquiabierto recepcionista. A pesar de todo, lo más enojoso que le ocurrió y que recuerda con más angustia fue aquello que le pasó el día que, al intentar recuperar el pasaporte, le dijeron que el jefe de la empresa para la que colaboraba como técnico se encontraba a setecientos kilómetros en el interior del desierto en dirección a Argel, para asistir a los funerales de su madre que había muerto y las exequias —por la defunción— iban a durar un mes y pico y el mariquita de él ¡se había llevado el pasaporte! Aidon no podría salir del país por mucho tiempo. Se hundía moralmente aún más. Su cabeza estaba ya tan caliente por la acumulación de aquellas cosas que empezó a trabajar deprisa. Se apresuraba en


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solucionar los problemas que surgían en cada centralita. Cada avería de cada una de las más dañadas la reparaba con una velocidad desbocada hasta tal punto que se puso el objetivo de correr tanto como pudiera para, nada más terminar con parte del trabajo, volver a España como fuera. Su mente desembocó en un frenesí que le hacía funcionar con una prontitud vertiginosa, como si de la finalización de su trabajo dependiera su vida. Parecía que había entrado en una ciega pesadilla. Uno de los muchos hermanos del cabeza de familia que mandaba más en la empresa de centralitas de Bamako lo visitó una tarde. Dependía económicamente de su hermano mayor, que hacía de padre de todos y jefe de toda la empresa pero, se había ido lejos y el pequeño chaval de unos treinta y cinco años, necesitaba dinero para dos paquetes de rubio y para las entradas del cine y la discoteca. Así le salía gratis al hermano mayor y a él. Aidon era su padre en aquellos momentos. Tenía que darle el dinero y se lo dio. Otra tarde él mismo se invitaba e iba de nuevo para beber cerveza gratis y contarle lo que hacía en el trabajo: pues ¡de conductor!, transportando con una furgoneta centralitas hasta los clientes de la empresa de su hermano pero el taponcito del negrito tenía una ilusión. Su logro sería el día que se cumpliera aquello que de pequeño quería ser de mayor: taxista. Sí pero ¿dónde?. Lo tenía claro: en Madrid, y ¡caramba!,


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él, Aidon, también quería irse a Madrid; “¡ojalá! que pudiera irme muy pronto” —pensó en aquellos momentos sin apartar sus ojos del transportista de centralitas y con una mirada turbia de tan flojo como estaba—. E hizo la estrategia final. VIII  Tuvo finalmente que dirigirse al consulado español y gestionar un visado para un sólo viaje y para una sola vez. Declarar que había extraviado el pasaporte. Un embuste al cónsul que le prestó la mínima cooperación. Pensó en terminar el trabajo en un mes y regresar a su casa, a su tierra, con su mujer, recibir cariño, descansar, curarse, recuperarse y desacojonarse. Contar a la empresa que había terminado todo lo pendiente. Atrás dejaba a todos los amigos africanos que conoció: amables, sólo almas vivientes, humanos, ¡demasiado!, y que todos parecían llamarse como el hermano que quería ser taxista: Teluk Malée Ama-butu. Hizo una promesa: escribir una canción dedicada a África, con quince versos que lo sintetizarían todo. A las pocas semanas se le ofrecía, desde el departamento de personal de su empresa casi americana, millón y medio de pesetas, la calle y el paro. Desde entonces se puso un nuevo nombre de guerra: Aidonlaik Tugou Tuafrika. Hoy en día cuando


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se lo cuenta a su hija lo recuerda todo como si hubiera sido un espejismo. 

Firmado: Yogurtu

________________________________________________________ ...tiene que producirse un mandato de las Naciones Unidas para gobernar a los países que ni se gobiernan ni son capaces de gobernarse... ...los países pobres del Sur, se han encontrado solos para abordar el trabajo exigente de nuestros tiempos: Construir gobiernos democráticos eficientes, eficaces, no-corruptos y estables, base esencial del desarrollo económico y de la satisfacción humana...

(John Kenneth Galbraith, AJOBLANCO / MARZO '95)




El Tercer Maletín

1

Iñaki tecleaba con verdadera fruición las teclas del ordenador comprado un año antes. Con el ratón apuntaba con su flecha hacia el icono que pinchar y con el que podía introducirse en Internet. Su netscape era lo mejor del momento para el acceso a la red. Era uno de los softwares más utilizados para conectarse con el ordenador. Tenía prisa, ¡mucha prisa! Se apresuraba porque le había salido el trabajo de su vida. Con el dinero ganado podría jubilarse y vivir siempre como un pachá. Colocada esta palabra árabe


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detrás de su nombre, al igual que el general Osmán pachá, sería el señor Iñaki pachá. Eso pensaba él y era cierto pues, ¡con tantos millones! ¡Ojalá que lo consiguiera! Una vez dentro de la red de Internet a la que estaba abonado a través de un servidor que, a pesar de la propaganda iba muy lento y además su ordenador se había quedado anticuado en tan poco tiempo que también le demoraba el trabajo, buscó a través de su código de usuario la página dónde venía el resumen de las empresas comerciales tanto del país como extranjeras. “El apartado de..., organismos de defensa..., dentro de extranjero...”, se decía en voz baja el cada vez más agitado Iñaki. Tenía que encontrar en esta ocasión aquella página web con el navegador que tenía para la red de redes; el escaparate utilizado por la empresa de la que ahora necesitaba su catálogo de

referencias

y

precios

con

urgencia

y

que

ponía:

http://www.afrik./argel/ army.org/. Era la página web que mostraba el catálogo electrónico de armas de vendedores argelinos a través de internet. Un amigo de siempre perteneciente a su grupo de relación le dejó esta dirección, sacada de no se sabía qué e-mail recibido y guardada hacía unos años por si la necesitaba. Y tenía que darse prisa para encontrarla pronto.


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Su gran experiencia como internauta y su insatisfecha afición por la búsqueda de otras páginas como las de bricolaje de ciencia y armamento, donde venían suficientes fórmulas para montar cualquier bomba, cóctel o cualquier tipo de cartucho para distintas escopetas de caza y las otras que no lo eran, le hacía comprobar lo lenta que iba la red en aquel momento del día, en el que tanta necesidad tenía de una conexión urgente. Estaba poniéndose muy nervioso. Los ciberagentes de la policía, muy formados con cursos en técnicas informáticas avanzadas, se estaban convirtiendo en verdaderos hackers —los piratas emergentes del ciberespacio y de las redes informáticas—, intentando traspasar las barreras de protección digital — firewall—para intentar cazar todo el contrabando cibernético y esto era peligroso para nuestro navegante que compraba con su ordenata. Estas barreras cortafuegos eran con lo que se protegían todos los comerciantes de Internet que trabajaban al margen del comercio normal. 2

Iñaki era relativamente joven, de unos treinta y un años, con aficiones como las de cualquier persona de su edad aunque,


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de más pequeño, había tenido una tendencia por el integrismo vasco y posteriormente había estado en algún grupo radical con tendencias neonazis. Nunca fue fichado por la policía vasca. Así y todo, a punto estuvo en aquella redada de noviembre del 90 realizada en el café-bar de su amigo abertzale Josu, que le ayudó a salir por la medio trampeada puerta lateral del mismo, comunicada con su casa y donde se puso a salvo de la Ertzaintza. La redada del 90 fue posible por un chivatazo de un joven que se la tenía jurada al propietario desde que supo que la muerte de un amigo suyo, por sobredosis, fue por una papelina comprada en su bar, de una pureza que rayaba el cien por cien, prácticamente sin ser tratada para comerciarla a menores dosis. Por allí nadie de la sociedad formal aceptaba que en el bar y en aquel territorio del norte se vendiera tanta droga como comentaban ciertos círculos. Eso sólo lo sabían los camellos vendedores de papelinas de droga dura como la cocaína, el último peldaño del canal de distribución del polvo obtenido de la transformación de la pasta de coca. Alguien allegado a los círculos de bandas activistas, arrepentido de sus acciones anteriores en pos del ideal vasco — como era el lograr mediante la acción política y violenta los puntos fundamentales de la alternativa KAS, koordinadora abertzale socialista, que pretendía la amnistía total e


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incondicional, la salida de las fuerzas armadas españolas de Euskalherria y la autodeterminación del país vasco—, lo había comentado

y

manifestado

a

diferentes

periodistas

e

investigadores del terrorismo y del narcotráfico: “cuando estás comprándoles armas, estás obligado a comprar también, junto con las cincuenta pistolas del nueve largo de cañones recortados, uno o dos kilos de droga”. O sea que los metidos en el negocio de las armas estaban también dentro del mundo del contrabando de droga y utilizaban este sistema para blanquear todo el dinero invertido. Esta también era la conclusión de un catedrático e investigador de aquella universidad vasca, sacada del artículo de un periódico vasco. Días antes, Iñaki había mantenido una conversación con una persona que le había ofrecido un trabajo de lujo. Él fue el elegido. Esta oportunidad le obligaba a una gestión rápida en Internet. 3

Bidones de acero inoxidable para contener residuos eran fabricados en una empresa de la población vasca más próxima, a unos cincuenta kilómetros de donde estaba Iñaki. La empresa se


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ubicó cerca de los casi desmantelados altos hornos para tener la materia prima, el acero inoxidable en láminas, una vez sufrido el proceso de añadir los componentes al acero al carbono para tener su composición y acabado final. Con la afición surgida en todo el mundo por la ecología, el envasado de los residuos tóxicos y peligrosos era de obligado cumplimiento en toda la Unión Europea en los últimos años bajo fuertes penalizaciones y la Bidinox S.A. aprovechando la coyuntura de exportaciones in crescendo tenía unos beneficios que crecían año tras año, contabilizados en los balances y memorias de la empresa y presentados a sus influyentes accionistas en cada período contable. La expansión de la empresa y los acuerdos firmados con otras sociedades anónimas de reciclado de residuos de todo tipo y otras con grandes desarrollos en infraestructuras de tecnología punta en el campo de la energía, hacía que los intercambios de acciones entre las entidades con acuerdos comerciales fueran una realidad y un hecho para, así, asegurar el buen funcionamiento de todas las joint-ventures hechas generalmente de manera temporal: eran dos o más empresas que unían sus capacidades para afrontar un proyecto de construcción, investigación, comercio exterior, etc.



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Estos

conciertos

terminaban

en

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oligopolios

bien

montados para competir con las multinacionales del sector. El mundo de la publicidad, unido al del marketing, había experimentado un fuerte desarrollo, al cual iban sumándose muchas empresas. Este mundo y el de las relaciones públicas, con el objetivo de que los clientes tuviesen una buena imagen de la empresa, hacía que los mismos se mantuviesen fieles a la marca. La gestión de la producción global, relaciones comerciales y la imagen corporativa de la Bidinox —intentando identificarla con el logotipo de la entidad— las soportaba directamente el no conocido a nivel nacional pero sí en las instituciones vascas empresariales D. José María Basagoítia, de 57 años, el primer gestor de Bidinox S. A., el cual vivía con la fama de mover importantes paquetes financieros en la Bolsa bilbaína.

4

La primera bomba recibida en toda su vida fue el secuestro de su hija Teresa —economista y experta en relaciones internacionales— que estaba a punto de ingresar en el holding financiero de los círculos empresariales de la Bidinox. La única


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gran preocupación aún no asumida y tampoco comprendida por él ni por su preocupada familia ¿Quién entendía los interrogantes y los porqués del secuestro? ¡Si ellos no tenían ni para reunir cincuenta millones de patrimonio! También era difícil llevar el tema con la máxima discreción, como la comunicación con la policía que daban conclusiones algunas veces divergentes entre la nacional y la autónoma o no del todo coincidentes unas con otras, cosa que le estaba causando demasiados problemas y exagerada presión acumulada: un problema sin ninguna solución. Una situación tan angustiosa que le oprimía el pecho y el corazón. Ahora siempre le escocían los ojos de tanto llorar cuando se quedaba solo en su casa aislado en su despacho. Había adelgazado ya siete kilos, demasiados, pues hacía muy poco tiempo que había ocurrido el secuestro; tan sólo diez días desde que desapareció su hija. En los primeros momentos ya se confirmó la autoría del rapto junto a las exigencias para la posible devolución de la chica. La petición formal de mil millones por el rescate de Teresa, exigidos desde aquella organización activista, debía ser contestada y entregado el dinero con una serie de condiciones y hacían que José María Basagoitia ya estuviera haciendo gestiones para ver cómo se habían pagado aquellos otros rescates recientes, no tan altos en la cantidad exigida como la de ahora.


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La policía, en principio, le dijo que tuviera un poco de paciencia y que “ya se están haciendo trabajos en la calle con un despliegue de más de trescientas personas en todo el país vasco”..., “espere un poco más...” Con su mente incansable seguía dándole muchas vueltas a las averiguaciones, sin haber recibido ninguna información demostrativa del estado de su hija, y con un peligro: querían el dinero en un mes de plazo. Ni un día más. Depositado en un país a elegir entre tres: Jamaica, Chile o Santo Domingo —de donde habían sido extraditados en agosto último tres terroristas vascos clásicos. Ya se sabía con anterioridad que en abril del 89 el gobierno argelino expulsó de su territorio a seis miembros de la banda asesina que habían participado en unas fracasadas conversaciones con representantes del gobierno español en este país africano. Los terroristas fueron deportados posteriormente en un avión de las fuerzas aéreas españolas a Santo Domingo. El tema del secuestro no parecía que era político; parecía que se hacía sólo con la intención de financiarse la banda aunque posiblemente lo hicieran algunos pertenecientes a la misma organización con intentos de independizarse o escindirse con ningún objetivo de independentismo político autonómico o de ayuda para los correligionarios.


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No todos los grupos políticos apoyaron la impresionante manifa, aquella manifestación hecha para demostrar que se estaba contra el secuestro y para pedir su libertad, lo cual no se comprendía muy bien. Tampoco aquellos políticos daban explicaciones claras del porqué y no se aceptaba con un razonamiento

normal.

Estaban

en

contra

de

hacer

manifestaciones pero no por las mismas razones que el resto de los partidos. El diálogo con los otros grupos políticos no era participativo ni consensuado. —José-María, ¡ánimo! Estamos detrás de una pista. Esperamos una solución muy pronto. Aún quedan quince días de plazo. Sin embargo, el dinero es un problema. Demasiado dinero y sin seguridad que podamos cogerles pero, “...sea paciente...” — le decía el inspector jefe de la policía especial antiactivista, desplazado al norte del país, desde la sede central de la policía nacional de Madrid. Josema

se

preguntaba

constantemente

cómo

encontrar alguna solución, porque sabía que la cosa iba en serio, pues tenía claros ejemplos ocurridos con anterioridad. Recientemente, había visto la película Rescate en la que el padre a quien le habían secuestrado el hijo no da el dinero al secuestrador sino que decide dárselo, en recompensa, como si


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fuese “se busca a...”, al que le traiga al secuestrador, con lo que fuerza al chantajista a devolver al hijo para obtener el dinero, en una maniobra que pareciera que descubre a los que tienen al niño, pero sufre un acoso brutal hasta el desenlace por parte de sus compinches. Ahora Josema estaba mucho más sensibilizado de cara a tomar una solución drástica, ingenioso como en la película.

¿Porqué el gobierno no se cargaría a ésa gente como los de la banda Baader-Mainhoffer en Alemania, que se les descubrió a todos suicidados en la cárcel? Era lo que pensaba él y que había oído una y mil veces a muchos de sus conocidos. “De esta forma, sin hacer nada —continuaba dando vueltas a la idea—, seguiremos vendidos porque, como decía recientemente un concejal pamplonica que recibió amenazas de una banda terrorista vasca, cualquiera es objetivo de la famosa organización activista”. Su

hermano,

también

con

un

alto

grado

de

desesperación, le llamó una tarde y le dijo que fuera a verle a su casa, pues estarían solos, ya que quería hablarle de una posible solución al secuestro, que le vino como una corazonada, a su modo de ver bastante normal, pero la decisión debía ser tajante.



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—Chema, ven esta tarde, he estado reflexionando sobre el caso; creo que podemos avanzar en la solución pero no comentes nada de esto a nadie, ni a tu esposa ni a la policía —le dijo convencido. Ya en casa de Mikel, el hermano de José María, una vez a solas, éste le dijo: “mira, no tenemos otra solución que utilizar las mismas armas con ellos. Secuestro por secuestro. No hay que decir nada a nadie, ni a nuestros familiares. La policía no te lo permitiría y todo se iría al traste” —le repetía en casa aquello que le dijo por teléfono. “Hay que secuestrar al hijo de algún número uno de los políticos que están a favor de los activistas, a un descendiente del cabeza visible del partido que está en su entorno, de ésos que más mandan y más salen de portavoces. A cualquiera de sus hijos, ¿comprendes? ¡A ver cómo reaccionan cuando les secuestremos a alguno de sus hijos! —Sí, pero... ¿cómo lo hacemos?, preguntaba el atarantado y turbado Chema. —Yo te propongo lo siguiente: necesitamos bastante dinero; vamos al banco, pedimos un préstamo y ofrecemos como aval tu casa, tus acciones, las joyas de tu mujer, los dos cuadros del salón y yo pongo mi patrimonio. En total nos pueden dar


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unos ciento cincuenta millones o doscientos, creo yo, le explicó Mikel. —Y luego ¿qué?, le preguntó a Mikel el no demasiado convencido Josemari, cada vez más desanimado. —Hay que buscar a alguien que sepa cómo se mueve ésa organización, alguien que esté un poco en contacto con ellos pero en su contra, que se relacione con ellos y que sepa por dónde suelen andar los hijos de ésos políticos. Luego hay que ofrecerle los ciento cincuenta kilos para que secuestre al hijo mayor, de ése que es uno de los más duros ahora en el partido, el de la perilla, o el otro del bigote y la barba. O a alguien con más poder y que aparece menos en los medios que nosotros sabemos quiénes son o a los que él conozca. —¿Y cuando lo tenga secuestrado?, preguntaba Chema siguiendo los argumentos casi sin poder tragar la poca saliva que le quedaba. —Entonces lo tiene que tratar muy bien. Tendrá que buscar un lugar adecuado. Un buen chalet. Buen clima y en la montaña. Un lugar con ambiente, un lugar frecuentado, no aislado. Nos comunicará la realización del contrasecuestro y le entregaremos el dinero cuando esté hecho y en el lugar que acordemos.


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La seguridad de una respuesta inmediata por parte de los políticos amigos de los secuestradores de Teresa, era obvia para Mikel. Los dos hermanos habrían utilizado las mismas armas, las mismas exigencias, el mismo asesinato en caso de..., el mismo sufrimiento familiar y las mismas reacciones y motivos para lo que fuera. Unos padres y hermanos sufriendo también por el contrasecuestro de un hijo suyo. Inimaginable. Este político del entorno habría de utilizar toda su influencia en el área donde tuviera autoridad para volver a poner el resultado del enfrentamiento en cero a cero, y no uno a uno como pretendían los desasosegados hermanos; pero el político podría no tener el poder que se presumía. Entonces, habría que secuestrar no a uno, sino a dos hijos de familias distintas del mismo color político, o a tres, para presionar muchísimo más la devolución de la chica.

5

Iñaki, aún puesto frente al ordenador y a punto de entrar en Internet, sudaba mucho. Ya había aceptado la oferta a través de una intermediaria entre él y Mikel. La reacción de los Basagoitia ya funcionaba y ciento cincuenta millones de


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préstamo, avalados con sus propiedades y un poco por la ayuda del director amigo de la banca BPVF, el Banco País Vasco Financiero, estaban siendo tramitados en la entidad bancaria, para ser entregados a su contratado contrasecuestrador, el apocalíptico Iñaki. Éste tendría el primer maletín con el dinero en dos días, el tiempo necesario y el plazo mínimo que les había dado el director del banco PVF. Para ello, para realizar el secuestro, tenía que pedir a la organización argelina AfArAr —Afrik-Argel-Army—, las armas y explosivos que necesitaba. Urgentemente. Por Internet. Pistolas, munición y algún fusil de cañones recortados y otro de gran precisión. En este caso, los cócteles fabricados con el autoaprendizaje utilizando las ciber recetas no eran necesarios. La forma de obtener el pequeño material bélico era sencilla y utilizada por los narco-arma-traficantes argelinos en todo el mundo. Ningún control comercial en la red cibernética, ninguna barrera en el espacial mercado libre de armas y droga. Toda una simple cuestión de orden y estrategia. La norargelina AfArAr de venta de artefactos para matar le contestó finalmente: “...le enviaremos un contacto a la disco Pumpaneckle, en el lado Oeste de la ría...”,


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“...A su llegada pida un cubata de ginebra francesa Isla de Mahón. Después, espere cinco minutos...” Aquella discoteca llevaba el nombre apropiado, por el color de la noche igual al del famoso pan especial, cortado normalmente en lonchas —de color negro-moreno, envasado en papel transparente, importado de Alemania—. La ría, aquella hondonada de agua contaminada, estaba en vías de finalizar el gran proyecto gestado por la mayor asociación de la urbe bilbaína, la asociación Bilbao Metrópoli 30, con la finalidad de emprender acciones de formación y estudio encaminadas hacia la revitalización del Bilbao metropolitano —para hacer desaparecer todos los ladronzuelos y carteristas, además de algún vertedero de basura y poder acondicionar y tratar el agua de todas las alcantarillas con los embornales vertiendo a la ría continuamente—; los bilbaínos más arraigados utilizaban la genuina palabra vasca de Bilbo para su contaminada ciudad. Y continuaba el comunicado de respuesta: “Después tiene que permanecer en la tercera banqueta de la oscura barra, durante quince minutos...” “Apurar el vaso largo...” “Salir hacia al aseo y volver en cinco minutos...” “Leer el mensaje de la última servilleta más a mano...”.


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Al leer lo que se había escrito con rotulador en la servilleta, el astuto Iñaki tuvo que salir hacia el Seven-Seven, el bar de maricas y follardicas más famoso de la ciudad —donde se apretaban y se abrazaban los más enamorados y donde se ponían calientes—. Los vendedores argelinos querían dos contactos más, para seguir observándolo. En las comisarías del ennegrecido por el humo y deteriorado Bilbo, envuelto con el putrefacto olor a azufre que exhalaban las restantes fábricas de la revolución industrial, la policía tenía fichados más de quinientos mariquitas y gays de oscuro y desconocido origen, drogatas de hachís y coca. La mayoría de ellos habían estado presos en las cárceles españolas varias veces, cogidos en batidas nocturnas y en fiestas dadas por algunos magnates, propietarios de grandes e importantes yates —con las cuerdas del amarre tirantes por la fuerza del viento que los arrastraba— situados en la bahía, muchos de ellos de nacionalidad extranjera, con matrículas desconocidas dibujadas en la parte alta del casco y cerca de sus tajamares —y que debían tener un almirante al frente de cada uno de ellos. Al final, las cinco de la madrugada, cambiaron las armas y el dinero. Junto a las armas, el amigo Iñaki tenía que comprar ¡sorpresa!, por diez kilos más, un poquito de droga. De pura droga, para poder multiplicarla por diez, por veinte. Compra


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obligatoria para conseguirlas; eso era ahora la moda. Lo obligaban a comprar dos artículos para conseguir lo deseado. Le metieron gato y liebre. Esto lo hirió un poco pero pensó que con la droga podría sacar un valor de cien o doscientos millones de la devaluada moneda española y esto lo calmó. El contrasecuestro lo realizó a los tres días. Iñaki cogió a los dos jóvenes que pretendía Mikel, a ambos adolescentes en la misma noche y en el bar de copas El Chiquito’s Night, el rey del kalimocho, la última derivación americana del vaso de vino hacia el combinado de bebida hecha de vino tinto con cocacola, el mejor mixing español-americano del momento. Este bar de copas también llevaba el sello y el emblema de la ciudad de ser el dueño del intercambio del hachís, con un sonido constante y total de heavy-metal todas las noches —produciendo una algazara subterránea que no disminuía hasta el alba. Las puntas de los cañones de ambas pistolas —sujetas con las manos por los contrasecuestradores con las miradas turbias a causa del nerviosismo— presionaban las sienes de ambos secuestrados. Después, el amigo que acompañaba a Iñaki, con un nivel de estrés acojonante, marcó un número de teléfono e hizo hablar —desde una extensión telefónica de un almacén lleno de trastos y para demostrar que la acción se había llevado a cabo— a ambos secuestrados directamente con el inseparable móvil de


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Miguel, esperando sin haber conciliado el sueño de tan nervioso como estaba —pero sí un poco adormecido y desgalichado por las horas que eran—. Un poco más tarde el futuro pachá vasco recibe la segunda entrega de dinero prometida: la segunda tercera parte de todo el dinero gestionado en el banco del país vasco por los Basagoitia. En éstos momentos ya no tenían nada; solo el resto de los ciento cincuenta millones. Todo su patrimonio estaba hipotecado por el préstamo. Una vez que los dos atemorizados hijos del entorno abertzale fueron capturados sin ningún miramiento por Iñaki y el endemoniado amigo de aventuras —un borroka arrepentido— y luchador contra los beltzas —miembros de la brigada móvil de la Ertzaintza con un aspecto enfermizo y una increíble mala leche por la cantidad de monos acumulados que tenia de vez en cuando y a veces casi continuos, los trasladaron a un piso con muy buenas vistas de la bahía y, por el sin sentido con el que actuaban, era un lugar contrario a la idea inicial que había programado Mikel. Encerrados los dos chicos en una habitación cada uno y atadas las manos con fuertes cuerdas —uno de ellos pataleaba tanto que tuvieron que hacerle un nudo también en los tobillos— quedaron a la espera de que sus padres utilizaran con diligencia su poder político para la liberación rápida de Tere y, a continuación, la de ellos, sus hijos.


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Posteriormente, una carta con un comunicado escueto era mandada por los Basagoitia al periódico de turno más influyente y a dos cadenas de radio, una nacional y otra vasca, en la cual se manifestaba lo que les podría pasar a los dos hijos de los políticos del entorno de la organización activista en caso de no devolver sana y salva a Teresa, la sangre más querida en ésos momentos de José María, el gerente de los bidones de acero más famoso de aquellas fechas. “Siempre queda la duda de si Iñaki les matará en caso de que nosotros le demos la orden, cuando los activistas ejecuten el asesinato, al no pagarles nosotros la cantidad exigida para el rescate”, se decían los dos hermanos Basagoitia por la cabronada, urdidores del contrasecuestro y que no renunciaban ni un pelo a conseguir el objetivo perseguido. Mikel y José María están hoy a la espera del resultado de su estrategia basada en el contrachantaje a los delincuentes raptores y esperaban que no se frustrara. Del urdido y realizado contrasecuestro de los otros dos hijos encerrados en la bahía ya habían pasado cinco días. De momento, la familia aún no tenía


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noticias positivas ni esperanzadoras pero sí cada vez más pesadumbre por la duda de cómo se encontraría Teresa. La policía les había retirado la ayuda y la protección; los secuestradores de su hija, en cambio, sí que habían mandado de nuevo el ultimátum. Quedaban diez días para el momento final, que podían prolongarse como si fueran un año entero, y las gargantas dejaban poco paso para tragar la poca saliva que le quedaba a la familia. La sequedad de boca estaba comenzando a ser la enfermedad de muchos otros españoles. Nadie quería, ni tampoco tenía agallas, para seguir teniendo paciencia. Seguramente, los padres de los contrasecuestrados no tenían, en este caso, influencia para parar el secuestro. No había motivos políticos. Sólo importaba el dinero en esta situación y la cercanía de que ocurriera lo no deseado, el gran daño que podrían causarle a José María para el resto de su vida, se había hecho mucho más real. Todos estaban esperando a que ...

Firmado: Kalimocho


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_____________________________________________ P

—Pero, ¿por qué persiste el odio al rival ideológico después de

conocerle y se le sigue negando como ser humano? R

—Porque estás trabajando con una imagen inducida. En la

relación puede haber un odio espontáneo hacia otro, porque nos frustra, pero también cabe asumir odios inducidos: a los cartagineses se les inducía a jurar odio eterno a los romanos. Por eso, cuando uno necesita incorporarse a un grupo, lo mejor es asumir los odios del grupo. —¿Tú te imaginas que en un grupo de etarras uno dijera: “No, en la guardia Civil habrá de todo”? Pues sería suficiente para expulsarle del grupo. Por eso, ¿qué otra manera de asumir el bautizo en el odio que lo que hacen los cachorros de ETA?

(Carlos Castilla del Pino. Psiquiatra. EL PAÍS, 20.7-97)




Dedicado a Joan lo Cabero, aquel que un día llenó la cara de tortazos a un cura en medio de la calle, porque le había pegado a mi madre —que fue a casa llorando, con la nariz llena de sangre— por haber llegado tarde a la clase de Catecismo. En la calle se oía decir: “Venid, que un hombre le está pegando a una mujer”, confundiendo la sotana del cura con una falda. Lo Cabero era mi abuelo. Agricultor de la Cava y de la Ràpita


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i

—Maro será la marca de perfume con la que me lanzaré al mercado, les decía aquel día el profesor a los alumnos del curso de técnicas de venta. Y pensaba: “Compondré una canción para promocionarlo en la tele y en la radio. La titularé Il Maro y más o menos dirá: “¿Dónde vas, sin amores?, ¿Dónde vas sin temores? Tú que te sientes tan libre, abraza más, aumenta tus sentires Ven al Maro, siente algo más, Ven a Il Maro, comprenderás, ¡Mmmm!, ¡Mmmm!, ¡Mmmm! ¿Dónde estás, sin coordenadas?, ¿Dónde estás, sin el mar? ...“ Durante la clase, les explicaba cómo sería la canciónslogan: —Le pondré acordes sencillos, aquellos que traspasan la piel y el corazón; los de siempre, los que hacen nacer la ternura, provocar la ruptura con lo normal y te elevan el alma para


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llenarla de calma. Ésos acordes a los que, la gente sencilla y los autores de canciones, vuelven siempre para emocionarse y para emocionarte. —Así con la letra y la música poder hacer que el mensaje se asimile al perfume, azul, transparente, aroma recordable al mar... Mientras decía esto, pensaba: “no es lo mismo componer las canciones en casa sólo en tu habitación que en el verano por la noche, entre lo oscuro del mar brillando por el reflejo de la luna

y

el

resplandor

de

las

luces

de

los

edificios

próximos”...“sentado, guitarra en mano, solitario, sobre la arena o acompañado de alguien que sólo quiere escuchar o hacerte un dúo o un coro”... “momentos en los que un acorde rasgado suena como treinta músicos. El sonido del acorde y el del silencio, para comparar. Lo relativo entre la nada del rumor de las olas del mar y las seis cuerdas sonando por el roce de la yema del dedo, suavemente, para no molestar”... ii

El profesor de márketing, como siempre, se emocionaba cada vez que daba aquella clase en la que hablaba de los


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productos, de los envases, de las marcas y de las etiquetas. En su mente tenía la ilusión de crear algún día ése producto con el que triunfar en el mercado, publicitado con exactitud y bien promocionado. Cuando no pensaba en una chocolatina, lo hacía con un aceite o con un vinagre, debido a sus aficiones gastronómicas. Pero la obsesión por el perfume... del que sabía que pertenecía a uno de los sectores industriales más prósperos, le había ido calando en épocas anteriores y tenía puesto el nombre hacía algunos años —primero pensó en Amaro y posteriormente le quitó la A. El nombre del perfume estaba pensado decía él para que al pronunciarlo sonara suave, cálido, con sonido de brisa y calma. Lo más parecido al mar, a ambiente marinero, de arenas blancas, mediterráneo. El otro mar, del Norte, el Cantábrico, debe provocar otros sentimientos y placeres, pensaba él, ya que no conocía su color y que pensaba que sería más fuerte, más gris, más plúmbeo. Ya de noche, en su apartamento de una población del interior muy grande y alejada del mar, acostado sobre el sofá, a media luz, con un chester sin filtro, el cigarrillo rubio de moda de entonces encendido entre los dedos —se notaba que fumaba con la derecha por los dos dedos que se veían tan amarillos debido a


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la nicotina depositada— que despedía un humo que le subía lentamente hasta la nariz con una aroma que le recordaba los veranos más jóvenes en su pueblo natal, muy marinero: San Carlos de la Ràpita, pensaba en aquellas noches con verdadera devoción y en las experiencias y sensaciones que tuvo de adolescente y que ya no han vuelto nunca más. Tampoco ahora podía. Aún se acordaba más de su pueblo de mar cuando pegaba un trago de cubalibre de vez en cuando, tratando de encontrarse de nuevo con los momentos sentado al lado de sus amigos en aquella terraza del patio de una casa vieja arriba del pueblo desde donde se divisaba completamente el puerto con las barcas amarradas y ordenadas a la orilla del muelle situado abajo, por la noche, escuchando un grupo de músicos que tocaban música suave, la mayoría canciones italianas. “¡Caramba! se decía, recordando, cuando soplaba un poco el viento desde la ventana que daba a la calle, ¡ahora parece que estoy oliendo a mar! ¡qué brisa! La recuerdo como entonces, mezclada con el aroma de un bisonte —el famoso bisonte, el otro cigarrillo rubio—, uno de los últimos del paquete de cada día. Unas veces lo compraba yo y otras mi amigo el Maestro, aquel con el que espabilé. El que me aportó muchas experiencias y seguridad para defenderme ¿Por qué no lo habré


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vuelto a ver? Ni uno ni otro hemos hecho nada por vernos de nuevo ¡Nos apreciábamos tanto! Todo el verano juntos. Decían de él que era un golfo, pero yo sabía que no. También era el líder del grupo de amigos y le llamaban así porque su padre era maestro de escuela. La escuela de los hijos de los pescadores del puerto —tan morenos y con las caras y las frentes tan llenas y surcadas de arrugas.”

iii

Entonces estaba recordando aquello que vivió cuando tenía quince o dieciséis años, o por ahí rondaba: “Algunas noches tres o cuatro amigos salíamos del pueblo sobre las once, después de haber cenado y jugado algunas partidas de billar, haber tomado algún cubalibre de ron y con

un

bisonte

encendido,

charlando

y

rompiendo

continuamente en carcajadas hacia los hoteles y cámpings cercanos, unos dos o tres kilómetros fuera de la población, hacia Vinaroz”. ”Aquella era una villa moderna, abierta y dedicada por entero al turismo del que vivía todo el verano, fabricante de fiestas veraniegas y donde podías disfrutar de los momentos de la noche en las terrazas , en los bailes con el Delapierre y,



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además, en las fiestas de todos los pueblos de alrededor en julio, en agosto...” “Los domingos veraniegos con dinero fresco podíamos ir al bar, al baile para sacar a Pepa o Marie, española o francesa, y comprarnos un paquete de Chesterfield de contrabando, ¡vaya aroma! Cada uno de nosotros era ¡un señor! Satisfechos de nosotros mismos. Algunos ahora lo estamos pagando, por el tabaco y el alcohol fumado y bebido. Es que eran demasiados tipos, calidades y cantidades de fluido alcohólico para tan poca edad.” “Mis amigos marineros son los más tocados porque encima de todo este tabaco y alcohol filtrado en el baile y en la fiesta tenían que ir, sin acostarse a dormir, a coger la barca con su padre para lanzarse a la pesca costera a recoger de nuevo las redes —con los palangres que habían sido cargados con trozos de sepia enganchada a sus anzuelos— caladas de tarde el día anterior; otros, aquellos que iban al arrastre, iban mar adentro con barcos mucho más grandes surcando el mar en medio del Mediterráneo. “Antes de salir del pueblo, cuando paseábamos hacia otros lugares del borde del mar, había que pasar junto al muelle, con todas las pequeñas barcas y los enormes barcos amarrados en la orilla esperando hacer latir sus motores a las cinco de la


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mañana pero, a ésa hora, ya era demasiado tarde para soltar amarras. Y los pescadores, para despejarse del madrugón y matar el gusanillo, dejaban atrás el puerto cogiendo con ambas manos la jarra llena de carajillo de coñac con la que se calentaban un poco ya que algunos días de verano refrescaba cuando rayaba el alba. Se adentraban en el mar, encendían su primer celta corto aspirándolo con el olor inolvidable del escape del motor —gas-oil quemado—; aquel motor se distinguía porque entre explosión y explosión pasaban casi diez segundos cuando salían del amarre a poca velocidad. Eran los barcos más marineros: los eternos llaúds, imposible volcarlos y hacerlos naufragar. “Nuestra diversión nocturna consistía en pasear por la orilla del mar por estrechas sendas a unos metros del agua; caminábamos durante ésos pocos kilómetros y a veces más en busca de nuevos especímenes de chicas francesas, turistas ellas, que también nos esperaban para divertirnos un rato. ¡Vaya diversión! Mucho francés y mucha risa, pero ¡ni una rosca!”. “Entonces no era como ahora o es que ahora no es como entonces, ¡yo que sé! Durante este trayecto nocturno siempre estaba a un lado el mar con su aroma marinero de mar adentro —ése mar en el que habíamos estado bañándonos durante toda la mañana, toda la tarde y ya no por la noche, aunque sí algunas


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veces, sobre todo los días más claros, cuando el resplandor de las estrellas era más fuerte—. El bronceado, que entonces no se estilaba tanto, era permanente durante todo el verano, con varios cambios de piel, sin bronceadores, sin aftersuns ni otros potinguis...” “Veraneábamos con la piel totalmente asilvestrada por el salitre constante que llevaba el viento, recogido puede ser de las salinas”. “Los amigos quedábamos normalmente para tomar el baño por la tarde y recuerdo cómo fue aquel día en el que, de repente, nos vino una amiga francesa con otra japonesa. Le gustaba también la guitarra como a nosotros y sabía algunas canciones; recuerdo aquella foto que tengo junto a mi hermano Miguel —la mejor voz baja de la coral de Tavernes de la Valldigna—, sentados en la arena, él tocando la guitarra de perfil, ¡qué guapo! Y tratando de ponerle los acordes correspondientes a aquello que cantaba la de los ojos rasgados: ‘Futat su no, ojo si sama, sa yo nara, sa yo nara’ ‘Do na ni, ki lei na, so ma tén, sa ma mo’. Y sonó perfectamente cuando conseguimos ponerle el Sol, el Mi menor, terminando con La menor y el Re séptima, para volver a la segunda estrofa con los mismos acordes suaves. Sonaba bien; no sabíamos lo que significaba pero ¡era japonés! ¡del Japón!”.


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“De nuevo volvíamos a casa a cenar; después comenzábamos el paseo otra vez, morenos y ennegrecidos por el verano y el salitre marino, a aspirar la brisa nocturna, cálida y húmeda de dentro del mar, que pegaba como pegamento, para refrescarnos del calor acumulado de tantos rayos ultravioleta del sol tomado durante todo el día y del sudor cogido en el local nocturno de moda sin ventilador que enfriara el aire ambiente ahumado por el humo de los caliqueños encendidos por los jugadores de burro del atardecer; humo que formaba una neblina cuando se iluminaba con la luz del ancho plafón de encima de la mesa de billar del American Bar.” iv

“Sólo me queda el recuerdo de mis abuelos maternos — encogidos en la mesa camilla con las brasas encendidas, jugando al burro con la baraja de cartas, con todos los triunfos en la mano y el jarrón a un lado, exhalando el aroma de las flores que contenía. Tanto tiempo sin volver a mi pueblo, a mi playa tan cambiada, tan estructurada, ahora con restaurantes tan caros, sin el olor omnipresente en todo el pueblo de sepia a la plancha con ajo, perejil y vinagre. Ahora sólo huele a langostinos, gambas


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y alto marisco; big prices, como diría mi amigo Andy. La palaya, hecha al carbón y aliñada sólo con sal, aceite y limón, con tu cerveza, eran aromas que no he vuelto a encontrar todavía, lo mismo que el arroz que toman los marineros del pueblo con el caldo hecho con pescado aún vivo recién cogido en alta mar, cocinado en una cazuela y con el simple sofrito de unos ajos secos, aunque me han contado que en casa Agustí hacen unos fideos estil-Ràpita —tan fuertemente dorados— que si tienes problema con el aceite, te puedes chupar los dedos pero hacer una digestión muy larguita, sobre todo si los tomas con un Penedés rosado”. “Por eso, con tanto recuerdo marinero, mezclado con cuadros verdes de marjales de campos arroz de la ribera, en pleno Deltebre, que tiran de mí alma desde pequeño y de joven, como para volver mil veces, cada una de ellas intentando la catarsis del coc, de la anguila y de la morcilla de arroz, me hacen estar obligado a fabricar, por fin, cuando me decida, ése perfume marinero”. “Para la noche. Perfume imperecedero que una todas las fragancias de un mar también bañado por brisas de montaña, que bajan de la Foradada con olor a romero de las paellas e hinojo perfumado; y a jazmín del patio de la abuela. Ya llevo así más de treinta y quince años”.


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El profesor, mientras le iban y venían los pensamientos, observaba el chester cómo ya le quemaba los dedos — demasiado amarillentos por el humo constante entre el índice y el corazón. Y los recuerdos le envolvían... Pensó aún: “Pegaré la última calada apurando la colilla sin quemarme los labios y, de momento, compondré una rondalla rapitenca, como las que canta mi padrino y tío Miguel al comienzo de las Fiestas Mayores; canciones sin las que no pueden empezar aquellas, con el sabor característico de bienvenida, desafino, alegría y con-sin rima, de verdades del pueblo, cantos entremezclados con el olor a pescado, a bulla, a barca central, y a plaza de toros, hecha con carros a veces desvencijados; la red en la puerta de las casas de los pescadores a modo de cortina, y la lonja del pescado...”


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“No faltaré ni un sólo día, un paseo por el puerto y el ‘cincuenta y seis, cincuenta y cinco, cincuenta y cuatro...’ y bajando: la subasta de la lonja, la de los pescadores, la de los grandes compradores de cajas con hielo, cubriendo al pescado recién desembarcado, langostinos del Delta, caracoles con pinchos, palayas, salmonetes..., riqueza española,

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no de Marruecos, ni de Terranova, promoción turística, barcas por y para pintar, inefables y silenciosos pantanos, osmotizando el agua, cañares verdosos y sonoros, hábitat de patos y petirrojos, lagunas por descubrir, y inmensa desembocadura: Mil brazos, mil huertos, las marjales de los arrozales continuamente húmedas, y los mosquitos zumbando, la zenia y sus vasos con agujero en el culo, la yegua que relincha con los ojos tapados, emborrachada de tantos círculos, y los agricultores locos por las enfebrecidas ranas croando, y mi tío pescando con la red anguilas criando, manjar japonés, este perro mundo,


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y melón de moro, desde luego, del rojo, chupando la arena que queda entre el agua salada del mar y la dulce de los arrozales que llegan hasta ella... ¡qué canto!... ¿lejano? No. La Ràpita o San Carlos: Il Maro”

Firmado: Lo Cabero (Joan Fumadó Arbó)

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LOA DE UN AMIGO DE TODA LA VIDA Un buen día, mi amigo Ramón me sorprendió con que había escrito unos relatos y que los iba a publicar en un libro. Yo sólo conocía su afición a la guitarra pero nunca le auguré un gran éxito como cantautor y aunque nunca se lo dije claramente, sé que él lo intuía. Quizás algún día me sorprenda también. Muy distinto es el caso de los relatos. Desde que empecé a leer el primero me “enganchó”. Mi curiosidad por leer el siguiente era enorme y a través de internet me los iba enviando. En alguno de ellos reconocí al amigo de siempre; en otros descubrí nuevas facetas de su personalidad que todavía no conocía. Creo que en realidad nadie conoce a nadie completamente. Sorprende la diversidad de los temas escogidos, el estilo y hasta su vocabulario; pero no hay que extrañarse: Ramón es así, imaginativo, rebelde, creativo, intuitivo y trabajador —no fue casualidad que sacara el número dos de su promoción en una de sus carreras; el número uno lo sacó un superdotado de esos que te encuentras siempre y que están en tu curso sólo para fastidiarte el curriculum; pero yo pienso que lo que realmente tiene ahí, en ese rincón profundo, inalterable y propio que cada


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hombre posee es a un sentimental capaz de emocionarse con “acordes de guitarra sencillos que traspasan la piel y el corazón”. En cada uno de esos relatos va desnudando lo mejor de su interior y va dejando pedacitos de su alma a medida que nos va contando con ironía, con dureza, con poesía y a veces sin pudor unas historias que son una excusa para decirnos lo que realmente piensa de la vida y del mundo. Se leen de un tirón, pero hay que releerlas para poder captar toda la intensidad de su mensaje y de lo que está escrito entre líneas. El mérito de éstos relatos está más en esto que en su estilo literario. Cada uno de ellos es como una novela resumida. Yo deseo que algún día nuestro amigo desarrolle la novela completa. Estoy seguro que lo hará. De todas formas y de momento me conformo con estos relatos, que no es poco, y espero.

Juan Antonio Belenguer Marrades. Valencia, 24 de marzo de 2002

P.D.: Si al llegar al final del libro te sientes “tocado por dentro” o eres capaz de sentir el aroma de “Il Maro”, es que lo has entendido.


La Asociación Cultural MALTA ENCUENTROS tiene el objetivo de presentar a la sociedad los temas de interés de nuestro entorno más cercano y, para eso, pretende dar a conocer:

1 LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

(HC)

2 LAS PENSIONES Y LA PROTECCIÓN SOCIAL

(PS)

3 LA GASTRONOMÍA

(GA)

4 LOS MERCADOS COMERCIALES

(MC)

5 EL OCIO Y LOS VIAJES

(OV)

6 LA NOVELA, EL CUENTO Y LA POESÍA

(NCP)

7 LA ECOLOGÍA Y EL MEDIO AMBIENTE

(MA)

8 LA POLÍTICA Y LA SOCIEDAD

(SO)

9 LA EMPRESA

(EM)

10 LA ENSEÑANZA Y LA FORMACIÓN

(EF)

11 LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA

(CT)

12 LOS CONGRESOS

(CO)

13 LA MEDICINA Y LA SALUD

(MS)

14 LA ECONOMÍA

(LE)

15 ORGANIZACIONES SIN ÁNIMO DE LUCRO

(NPO)



Títulos ya publicados por ME: — "Características y Desarrollo de la Violencia Política en la Ribera Baixa (1936-1945)". (Una aportación para un modelo global). (Antonio Calzado Aldaria y Ricardo Camilo Torres Fabra) 1995 (Serie HC) — "El futuro del primer Plan de Empleo Local de Almansa". (Una aportación para promocionar el empleo local). (Juan-Ramón Moscad Fumadó) 1996 (Serie SO) — "El futuro de la protección social en materia de Pensiones" (Una aportación para una reforma) (Juan-Ramón Moscad Fumadó) 1996 (Serie PS) — "Evolución, estado actual y futuro de los Planes y Fondos de pensiones" (Un marco para su evolución y crecimiento) (Juan-Ramón Moscad Fumadó) 1996 (Serie PS) — “La Comisión de Control y los Planes de Pensiones de Empleo” (Los complementos de pensiones en las empresas) (Juan-Ramón Moscad Fumadó) 1996 (Serie PS) — “La vigencia del marxismo. Entre el deseo y la necesidad” (Ricardo Camilo Torres) 2001 (Serie SO) -- “El Museo de Historia local de Almansa y la asociación Torre Grande” ( Un punto de vista desde las teorías económicas del Non-profit Organizations) (Julio Montagut Marqués y Juan Ramón Moscad Fumadó) Almansa 2002 (Serie NPO)


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JUAN-RAMÓN MOSCAD FUMADÓ

— “Viajar es un placer pero, ¡viajar, también te escalda!” (Relatos cortos) (Juan Ramón Moscad Fumadó) Almansa 2002 (Serie NCP) — “Viatjar és un plaer però, ¡viatjar, també t’escalda!” (Relats curts) (Joan-Ramon Moscad i Fumadó) Almansa 2002 (Serie NCP) — “Els Successos de Cullera de 1911. Una contextualització històrica” (Ricard Camil Torres Fabra) València 2002 (Serie SO) — “Persiguiendo un sueño” (Relato corto) (Marina Moscad Caldentey) Almansa 2002 (Serie NCP)

MALTA ENCUENTROS



El Autor Juan-Ramón Moscad Fumadó (San Carlos de la Rápita, Tarragona, 1949) es Ingeniero Técnico Industrial (València), diplomado en Empresariales (Alicante) y licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Valencia. Es profesor tutor de la Uned de Almansa. Ha trabajado en la CTNE (Barcelona) y en Citesa (Alicante). Desde el año 1981 trabaja en la Central Nuclear de Cofrentes (Iberdrola). En la actualidad se encuentra perfilando definitivamente su tesis doctoral en Economía Aplicada. Mientras tanto, ha publicado El futuro del 1’er Plan de Empleo Local de Almansa (colaboración de M. E., 1996), El futuro de la previsión social en materia de pensiones (ME, 1996), Evolución, estado actual y futuro de los Planes y Fondos de pensiones (ME, 1996), La Comisión de Control y Los Planes de Pensiones de Empleo (ME, 1996), El futuro de los planes y fondos de pensiones (Revista Anales-UNED-Albacete, 1999). Y ha presentado en colaboración con Julio Montagut El Museo de Historia Local de Almansa. Un estudio desde la óptica del sector no lucrativo de la economía (2º premio del "I concurso de investigación Asociación Torre Grande 1999 de Almansa"), etc. Ha publicado diversos artículos en periódicos y revistas entre los que destacan Que queremos ser de mayores, Las guerras por el agua, El futuro del tratado de Schengen, La generación Z, El futuro de los Planes y Fondos de Pensiones, Políticas comerciales para el vino de Alicante, etc.


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JUAN-RAMÓN MOSCAD FUMADÓ Por otra parte, ha colaborado como participante en debates y

coloquios en radio y televisión, y en diversos Congresos nacionales de economía sobre temas de empleo, IRPF, fondos de pensiones, el euro, etc. Además de colaborar en prologar libros de historia, poesía y de exposiciones de pintura, actualmente escribe sobre diversos temas en su blog Desde Malta Encuentros, abierto en el periódico digital Periodista Digital. Perteneció a la Fundación Foro Jovellanos para la Innovación Social, habiendo participado en las elecciones europeas de 1994 en la lista de FORO-CDS. En la actualidad es presidente y colaborador de la Asociación Cultural Malta Encuentros. Su libro de 4 relatos cortos “Viajar es un placer pero ¡Viajar, también te escalda!”, en colaboración con Malta Encuentros, lo ha editado en castellano y en valenciano (ME, 2002). Entre las anteriores publicaciones y las actuales, hizo un paréntesis para abordar su faceta musical como cantautor con la edición de su primer CD en 2005, OTRAS FORMAS DE AMOR, en Hilargi Records, con composiciones propias (letra y música). En el año 2008 publicó el libro de relatos cortos, STADA NOVA LA FÓRMULA, en la editorial Trafford Publishing (Canadá)




4 Relatos cortos de

Juan Ramón Moscad Fumadó

Viajar es un placer pero, viajar, ¡también te escalda! En el interior se recogen 4 relatos cortos en los que el eje central de los mismos es el viaje. Las distintas formas de viajar van desde el viaje real hasta el viaje con la mente a otros lugares, a otras situaciones o a otras épocas y, como ocurre en los viajes, todos comienzan pero algunos nunca terminan. Prólogo de Marina Moscad Fumadó Ilustraciones de Agustín Abarca Martínez

Malta

Encuentros


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