TODOSADENTRO Nº 467

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sábado 22 de junio de 2013

teatro

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En el Renacimiento europeo la burguesía se apropió de la escena

El público es el motivo principal del teatro

E

La suma de la acción estatal y la creatividad de los artistas puede atraer más espectadores

l público es el destinatario final y motivo principal de la representación teatral. Para su entretenimiento, se le convoca en un escenario determinado, conjugando el trabajo actoral sobre un texto que pretende conmover y/o divertir el alma y los corazones de los espectadores. Sin embargo, encontramos pocas reflexiones o estudios dedicados a este importante factor, del cual depende, en buena medida, el vigor del fenómeno escénico, así como su incidencia en los vaivenes de la sociedad. Las grandes épocas de la historia del teatro, aquellas que nos dejaron obras impercederas a pesar del desarrollo social, el cambio en las costumbres y la manera de entender la vida, se caracterizaron porque asistir a una función era una actividad casi cotidiana y habitual o, cuando menos, bastante familiar para la mayoría de los ciudadanos. Así fue en la antigua Grecia, el período isabelino y el Siglo de Oro Español, momentos cumbres de la escena, cuando acudían a las representaciones espectadores de toda índole, sin importar su condición

económica o cultural. Es en la Europa del Renacimiento (siglo XVI), con la aparición de la burguesía como clase económica dominante, que la fiesta teatral se convierte en una ceremonia privatizada, sujeta, en su espacio y formalidades de realización, a los simbolismos del pensamiento hegemónico. Nos referimos al teatro como evento inclusivo al cual podía asistir todo el que quisiese y no al que contrataban los nobles para el divertimento particular en los salones palaciegos. El simplismo del corral de comedias español, el teatro octogonal isabelino o el tablado improvisado en la plaza pública se transforma en una sofisticada obra arquitectónica de patio, balcones y asientos jerarquizados, modelo a semejanza de la estratificación social. La fiesta colectiva de las máscaras se convirtió en una vitrina para que los poderosos ejercitaran su “buenos modales” mientras lucían su vestimenta. Seguirá existiendo en las calles, campos y recintos populares un teatro plebeyo, pero se impondrá como “oficial” o de “buen gusto” y reforzada por la academia, una manera escénica que

despreciaba a las mayorías. Residuos de esos tiempos nos quedan en edificaciones teatrales por todo el planeta, como los teatros Nacional y Principal en Caracas, o el Cajigal en Barcelona, entre otros construidos hace más de un siglo en el país. Aún podemos observar los palcos, cercanos y a ambos lados del escenarios, que se reservaban, previo un oneroso abono, a las familias pudientes o funcionarios notables de la ciudad. Los sustanciales cambios políticos que trajo el advenimiento de la modernidad, así como el surgimiento de las vanguardias artísticas en el siglo XX, restituyeron parcialmente el sentido original del teatro en lo referido a la asistencia del público a los grandes recintos concebidos para su escenificación, limitando las jerarquías al simple pago de la entrada. La escena, en no pocos casos, se ha convertido en una mercancía concebida para obtener dividendos. Tal es el caso del llamado “teatro comercial” que se hace sin mayores pretenciones estéticas, abundante en chabacanerías y erotismo degradado y que, a pesar, constituye un negocio lucrativo que llena

algunas salas capitalinas. A lo anterior hay que decir, como Cervantes, “... no está la falta en el vulgo, que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa”. En 1917, cuando acaece la Revolución Bolchevique, había en el territorio ruso 150 teatros profesionales y 157 aficionados; veinte años después las cifras ascendieron a 619 teatros profesionales, 1120 casas de la cultura en las ciudades y 7922 en el campo, todas con su sección teatral, lugares en los cuales más del 70 por ciento de los espectadores provenían de la clase obrera. Es un ejemplo contrario a la mercantilización de los escenarios y que bien ilustra como, desde el Estado, se puede contribuir a la democracia cultural. El resto para ganar más espectadores, que no es inversión financiera gubernamental, sino talento, creatividad y contenidos de provecho para la sensibilidad y el espíritu humano, queda librado al trabajo de los artistas.

El tablado improvisado en la plaza pública se transforma en una sofisticada obra arquitectónica de patio, balcones y asientos jerarquizados, modelo a semejanza de la estratificación social

Oscar Acosta / Caracas Fotos: O.A.


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